Inédito Nuevo

5 - La condición espiritual de los creyentes hebreos (Hebr. 5:11 al 6:20)

La Epístola a los Hebreos


El gran objetivo del autor en esta parte de la Epístola es desarrollar el carácter bendito del sacerdocio de Cristo. Habiéndose referido al sacerdocio de Melquisedec para mostrar por analogía la dignidad del sacerdocio de Cristo, el escritor rompe el hilo de su discurso para reanudarlo de nuevo al comienzo de Hebreos 7.

En estos versículos parentéticos el autor se refiere al estado espiritual de aquellos a quienes escribe. Su embotada condición de alma los exponía a una seria dificultad y a un grave peligro. La dificultad consistía en que eran incapaces de interpretar las figuras del Antiguo Testamento. A esto se hace referencia en Hebreos 5:11 al 6:1-3. El peligro era que, en su baja condición, algunos abandonaran la profesión del cristianismo y volvieran al judaísmo. Este peligro se desarrolla en Hebreos 6:4-8. Los versículos restantes del paréntesis expresan la confianza y la esperanza del autor respecto a sus lectores (Hebr. 6:9-20).

5.1 - El obstáculo para la inteligencia espiritual (Hebr. 5:11 - 6:3)

(V. 11-13). Los destinatarios, a quienes el redactor estaba escribiendo, no eran simplemente ignorantes de la verdad, ni jóvenes en la fe –cosas que no necesariamente harían difícil entender la enseñanza de las Escrituras. La verdadera dificultad era que se habían vueltos «perezosos para escuchar». Su crecimiento espiritual se había detenido. Había llegado el momento en que deberían haber sido maestros. Necesitaban que se les enseñaran de nuevo las verdades elementales del principio de los oráculos de Dios.

Habían llegado a necesitar leche en vez de alimento sólido. El redactor no desprecia en absoluto el uso de la leche; pero dice: Si la leche es la dieta apropiada, es una prueba clara de que el alma es espiritualmente un bebé, que necesita estar establecido en la justicia de Dios.

(V. 14). El alimento más fuerte –la verdad plena del cristianismo a la que el redactor desea conducirnos– pertenece al cristiano adulto, el que está establecido en la posición en que la justicia de Dios lo ha colocado como hijo ante Dios. Los tales, en vez de estar embotados para oír, tienen sus sentidos ejercitados para distinguir tanto el bien como el mal.

(Cap. 6. V. 1-3). El redactor procede a mostrar los obstáculos para el crecimiento espiritual. Los santos de Corinto se veían obstaculizados por la sabiduría y la filosofía del hombre (1 Cor. 1:3). Estos creyentes hebreos se vieron obstaculizados por aferrarse a su religión tradicional. J.N. Darby ha dicho con verdad: “No hay mayor obstáculo para el progreso en la vida espiritual y en la inteligencia que el apego a una antigua forma de religión que, siendo tradicional y no simplemente fe personal en la verdad, consiste siempre en ordenanzas, y es por consiguiente carnal y terrenal»”.

Al igual que con estos creyentes hebreos, en la cristiandad en ninguna parte es mayor la oscuridad y la ignorancia de la Palabra de Dios que entre aquellos que se aferran a la tradición y al ritual religioso. Ocupados con meras formas y deslumbrados por una religión sensual que produce las emociones y ministra a la mente natural, la gente está cegada al Evangelio de la gracia de Dios desplegado en la Palabra de Dios.

Para hacer frente a esta trampa la exhortación del redactor es: «Por tanto, dejando los rudimentos de la doctrina de Cristo, sigamos adelante hacia la perfección». Se refiere entonces a ciertas verdades fundamentales conocidas en el judaísmo antes de la cruz, y adecuadas a un estado de infancia espiritual. En contraste con estas verdades, el redactor presenta la verdad plena de la Persona y obra de Cristo revelada ahora en el cristianismo, de la que habla como perfección. Al aferrarse a verdades que eran para el tiempo anterior a la venida de Cristo, estos creyentes obstaculizaban su crecimiento en la plena revelación de Cristo en el cristianismo.

El redactor habla del arrepentimiento de obras muertas, de la fe en Dios, de la doctrina de los lavamientos, de la imposición de manos, de la resurrección de los muertos y del juicio eterno. Todas estas cosas eran conocidas antes de la encarnación de Cristo. La fe de la que habla es la fe en Dios, no la fe personal en nuestro Señor Jesucristo. Los lavamientos se refieren a las purificaciones judías, no al bautismo cristiano. La imposición de manos se refiere a la forma en que el israelita se identificaba como oferente con la víctima que ofrecía. La resurrección es de los muertos, no «de entre los muertos», como en el cristianismo. Marta, en el relato evangélico, creía en la resurrección de los muertos; le costaba creer en la verdad cristiana de que uno podía resucitar de entre los muertos mientras otros quedaban en la muerte.

El redactor no nos pide que neguemos ninguna de estas verdades del Antiguo Testamento, sino que dejemos la luz parcial y pasemos a la luz plena del cristianismo: la perfección. Esto, dice, haremos, si Dios lo permite. Volver a estas cosas sería poner de nuevo «un fundamento»; no, ciertamente, “el fundamento”, como si fuera el fundamento del cristianismo, sino más bien «un fundamento» de las cosas judías.

5.2 - El peligro de la apostasía (Hebr. 6:4-8)

(V. 4-6). Después de tratar de resolver las dificultades ocasionadas por su embotada condición espiritual, el redactor pasa a advertir a estos creyentes del grave peligro al que estaban expuestos. El hecho de que se aferraran a las formas y ceremonias del judaísmo podría indicar que algunos que habían sido iluminados por las verdades del cristianismo y habían probado sus privilegios, habían abandonado su profesión y habían vuelto al judaísmo. Para los tales no habría restablecimiento. Esta “apostasía”, de la que habla el redactor, no es la recaída de un verdadero creyente, sino la apostasía de un mero profeso.

El pasaje habla de iluminación, no de nuevo nacimiento, ni de vida eterna. Habla de los privilegios externos del cristianismo, de la presencia del Espíritu, de la preciosidad de la Palabra de Dios y del despliegue externo de poder en el círculo cristiano. Todo esto podía ser sentido y conocido por aquellos que eran introducidos entre los cristianos, incluso donde no había vida espiritual. Tales personas participaban exteriormente de los privilegios del círculo cristiano y, sin embargo, podían renunciar a su profesión y volver al judaísmo. Al hacerlo, regresaban a un sistema que había terminado con la crucifixión del Mesías. Crucificaron virtualmente, para sí mismos, al Hijo de Dios y lo avergonzaron abiertamente, pues, con su acción, prácticamente confesaron que habían probado a Cristo y al cristianismo, y que habían encontrado que el judaísmo era mejor.

Elimina toda dificultad del pasaje cuando vemos claramente que el redactor no está suponiendo la posesión de la vida divina, o una obra divina en el alma, sino simplemente saboreando los privilegios externos del círculo cristiano.

(V. 7-8). La ilustración utilizada por el redactor aclara su significado. Las hierbas y las zarzas participan por igual de la bendición de la lluvia que viene del cielo, pero las hierbas dan fruto, mientras que las zarzas terminan quemándose.

5.3 - Consuelo y ánimo (Hebr. 6:9-20)

(V. 9-12). Habiendo enfrentado la dificultad de su baja condición, y advirtiéndoles del peligro de apostasía, el redactor ahora anima a estos creyentes expresando su confianza y esperanza con respecto a ellos. Aunque los ha advertido, no les aplica lo que ha estado diciendo en cuanto a la apostasía. Al contrario, está persuadido de cosas mejores de ellos, y de cosas que acompañan a la salvación. Así muestra claramente que los privilegios externos del círculo cristiano, de los que ha estado hablando en los versículos 4-8, pueden ser conocidos en medida por los que no son salvos.

Las cosas que acompañan a la salvación son cosas que dan evidencia de la vida divina en el alma. Son el «amor», la «esperanza» y la «fe». Que poseían amor quedó demostrado por su continuo servicio al pueblo del Señor. Dios no olvidará el servicio cuyo motivo sea el amor a Cristo. La plena recompensa por tal servicio está en el día venidero. Esto lleva al redactor a hablar de la «esperanza» que nos aguarda. Desea que estos creyentes prosigan diligentemente su servicio de amor con la plena certeza de la esperanza que espera el descanso y la recompensa de todo trabajo.

El redactor no sugiere que la perspectiva de recompensa sea un motivo para el servicio. Esto, afirma claramente, es amor «hacia su Nombre». Pero, como siempre, la recompensa aparece para animar ante las dificultades. Sin embargo, continuar hasta el final exige fe y paciencia. Estamos exhortados a ser imitadores de los hombres de Dios «que heredan las promesas por medio de la fe y la paciencia». Su fe esperaba la bendición futura y les permitió soportar con paciencia las pruebas del desierto.

(V. 13-15). Sin embargo, la fe necesita una autoridad absoluta en la que apoyarse. El redactor recurre a la historia del patriarca Abraham para mostrar que la Palabra de Dios es la base sólida sobre la que actúa la fe. En el caso de Abraham, esta palabra fue confirmada por un juramento. Dios se comprometió plenamente con su Palabra a llevar a Abraham a la bendición, lo que le permitió soportar pacientemente todas las privaciones de un viaje por el desierto.

(V. 16-18). Además, no fue solo por causa de Abraham que Dios dio esta doble garantía, su Palabra y su juramento. Así, los principios sobre los que Dios actuó con los padres de antaño se aplican ahora a los hijos de la fe para que «tengamos un poderoso consuelo». Dios, en su gracia condescendiente, para convencer a los herederos de la promesa del carácter inmutable de su Palabra, confirmó su promesa con un juramento, tal como hacen los hombres en sus tratos mutuos. Como no podía jurar por nadie más grande, juró por sí mismo. Así, por medio de 2 cosas inmutables, su Palabra y su juramento, en las que era imposible que Dios mintiera, da un fuerte estímulo a todos los que han huido a Cristo para refugiarse del juicio, para que se aferren a la esperanza puesta ante ellos, en vez de retroceder a causa de las dificultades del camino. La alusión es a la ciudad de refugio para el homicida. Los judíos habían dado muerte a su propio Mesías y se habían sometido a juicio. El remanente creyente, separándose de la nación culpable, huyó para refugiarse en el Cristo vivo y glorioso.

(V. 19-20). El creyente que huye a Cristo tiene una esperanza que es segura y firme, ya que Jesús, nuestro gran Sumo Sacerdote, ha entrado dentro del velo del cielo. Cristo aparece ante el rostro de Dios por nosotros como el Precursor y como nuestro Sumo Sacerdote. El Precursor implica que hay otros que vienen después. Tenemos, pues, no solo la Palabra de Dios, sino a Jesús, Persona viva en la gloria, como testigo eterno de la gloria a la que vamos y garantía de que allí estaremos. Hasta que alcancemos el resto del cielo, Cristo es nuestro gran Sumo Sacerdote para sostenernos en el camino. Así, una vez más, como al final de Hebreos 4, el redactor mantiene la Palabra de Dios y a Cristo vivo ante nuestras almas. Aquí es la Palabra de Dios como el fundamento firme de nuestra fe, y Cristo vivo como el ancla de nuestra alma, aquel que nos une con el cielo y mantiene el alma en calma en medio de todas las tormentas de la vida.