Índice general
Cristo, nuestro recurso
Filipenses 4
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0 - Introducción
En el capítulo 3 de Filipenses, el apóstol dirige nuestros pensamientos al Señor en la gloria y nos presenta la bendita esperanza que aguarda al final de la peregrinación de la Iglesia en este mundo, cuando nuestros cuerpos humildes serán transformados y hechos «semejantes a su cuerpo glorioso». Al final de su Epístola, después de contemplar estos elevados temas, el apóstol vuelve a las circunstancias cotidianas del mundo en que vivimos.
La gracia puede revelarnos las más altas bendiciones de la gloria y también guiarnos en los detalles más insignificantes de la vida aquí abajo. Todavía no hemos alcanzado la gloria, y es posible que tengamos que esperar “un poco” la venida del Señor. Esto significa que en cada etapa tendremos que hacer frente a las dificultades, las penas y las contaminaciones de esta época.
En el Evangelio según Juan, el Señor se refiere a su pueblo como «mis ovejas» (vean Juan 10). Pero las ovejas son pobres criaturas, débiles y tímidas. Tienden a vagar, se asustan fácilmente y se dispersan con rapidez. ¿Cómo pueden afrontar el desierto, con sus necesidades cotidianas, sus numerosos peligros, sus tentaciones, sus contaminaciones y la constante oposición del enemigo?
En este pasaje, el apóstol nos da las respuestas, presentándonos al gran Pastor de las ovejas, el único que puede elevarnos por encima de todas las pruebas, satisfacer todas nuestras necesidades y mantener nuestros pies en el camino celestial. El Señor había dicho a sus discípulos: «Separados de mí nada podéis hacer» (Juan 15:5); ahora el apóstol, habiendo experimentado el apoyo de la gracia del Señor, puede decir: «Todo lo puedo en Aquel que me fortalece» (4:13).
En el capítulo anterior, el apóstol vio, en Cristo en la gloria, un Objeto de tan gran bienaventuranza que olvidó las cosas que quedan atrás. En este capítulo experimenta en Cristo una fuente de fortaleza tal, que puede vencer las cosas presentes. Así que en Cristo tenemos un Objeto que nos atrae a la gloria, y también una ayuda muy presente en la angustia.
1 - Cristo, nuestro recurso frente a la oposición (v. 1)
El apóstol ve todo el poder del enemigo dispuesto contra nosotros, y la ruina de la profesión cristiana. En el primer capítulo habló de los adversarios; en el segundo, del peligro que representan aquellos a quienes compara con los perros y los maestros judaizantes. Advierte que incluso dentro del círculo cristiano hay quienes predican a Cristo por envidia y contienda, otros que buscan egoístamente sus propios intereses; otros que abandonan la vocación celestial para ocuparse de las cosas de la tierra, y algunos en la profesión cristiana que son enemigos de la cruz de Cristo, su fin es la destrucción.
Para hacer frente a toda esta oposición, da la gran exhortación: «Estad así firmes en el Señor». Ante la oposición y el fracaso, nuestro único gran recurso es el Señor mismo. Nuestra natural confianza en nosotros mismos podría llevarnos a pensar que podemos mantenernos firmes por nuestras propias fuerzas, nuestra propia sabiduría, o nuestra propia experiencia. Solo estamos seguros si permanecemos «firmes en el Señor». No podemos confiar en nuestros hermanos. Son débiles y fracasan, como nosotros, y pueden cambiar. Solo podemos mantenernos firmes si tenemos al Señor ante nosotros: una Persona viva.
Es bueno que sigamos las huellas del Señor mismo, que pudo decir a su paso por este mundo: «A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido» (Sal. 16:8). Poniendo al Señor delante de nosotros, lo encontraremos a nuestra derecha; nunca nos fallará.
2 - Cristo, nuestro recurso ante las disensiones en el seno del pueblo de Dios (v. 2-3)
No solo tenemos que hacer frente a la oposición del enemigo y a la quiebra de la profesión cristiana, sino también, por desgracia, a las disensiones siempre presentes en el seno del verdadero pueblo de Dios. En tiempos del apóstol, los creyentes no estaban todos de acuerdo. Algunos predicaban por envidia y contienda, por lo que es evidente que no permanecían firmes en un mismo sentimiento ni luchaban con una sola alma por el Evangelio (1:15, 27). Además, otros habían sembrado la discordia mediante la vanagloria (2:2-4). En nuestro capítulo, nos enteramos de que 2 hermanas no tenían un mismo sentimiento en el Señor. ¿Qué podría ser más penoso, más desalentador y fatigoso para el espíritu que la constante disensión entre el pueblo del Señor? Cuántas veces estas disensiones han dado al enemigo la oportunidad, que ha aprovechado rápidamente, de apartar a los creyentes débiles del camino del llamamiento celestial y colocarlos en el camino ancho de los sistemas religiosos del hombre.
También en este caso, ante nuestras disensiones, nuestro verdadero recurso está en el Señor. Por eso el apóstol nos exhorta a «que tengan un mismo sentir en el Señor». Para ello, debemos buscar su pensamiento. Las diferencias no se resolverán por la mera discusión, ni por el compromiso, ni por tratar de llegar a un mismo juicio, que bien puede ser «un mismo sentir», pero que procede de nuestra propia mente. Debemos buscar Su mente; esto implica juzgar la carne, rechazar nuestra propia voluntad y someternos a la autoridad del Señor. Solo así podremos llegar a tener un mismo sentimiento en el Señor.
3 - Cristo, nuestro recurso ante todos nuestros problemas (v. 4)
El apóstol se entristeció por algunos que predicaban a Cristo por partidismo, pensando añadir aflicciones a sus ataduras; por otros que se volvían hacia sus propios intereses; por las disensiones entre el pueblo de Dios. Volvió a llorar por aquellos cuyo caminar negaba la Cruz. Por último, le entristecía la idea de perder a un querido compañero que se estaba muriendo.
Ante estas diversas aflicciones, el Señor fue su recurso. Por eso puede decir: «¡Regocijaos en el Señor siempre! De nuevo os lo diré: ¡Regocijaos!». No siempre podemos alegrarnos de nuestras circunstancias, ni de los santos, pero siempre podemos alegrarnos en el Señor. Unos pasan, otros cambian, pero podemos decir del Señor: «Tú permaneces», «Tú eres el mismo» (Hebr. 1:11-12).
4 - Cristo, nuestro recurso ante las afrentas e insultos que podamos encontrar (v. 5)
El apóstol está pensando en la envidia y la malicia, los insultos y las afrentas, la amargura y la malicia, que los creyentes tienen que afrontar. Frente a estas cosas, debemos cuidarnos de nuestra tendencia natural a responder a la carne con la carne, a injuriar cuando somos injuriados y a buscar venganza en quienes nos ofenden. No tenemos que hacer valer nuestros derechos ni vengarnos nosotros mismos. Todo debe hacerse con «amabilidad», el espíritu de Cristo. El apóstol dice: «Que vuestra amabilidad sea conocida de todos los hombres». La amabilidad es irresistible, pero ¿cómo podemos actuar de un modo tan contrario a nuestra tendencia natural? Solo dándonos cuenta de que el Señor es nuestro recurso. Por eso el apóstol puede decir: «¡El Señor está cerca!». Está cerca para sostenernos, como dice en otra Epístola, cuando algunos le hicieron mucho daño y todos le abandonaron: «El Señor estuvo junto a mí, y me dio poder» (2 Tim. 4:17). Está cerca como Aquel en quien podemos confiar cuando nos insultan (1 Pe. 2:23). Está cerca para actuar en nuestro favor, a su tiempo y a su manera, porque está escrito: «¡Mía es la venganza; yo pagaré!, dice el Señor» (Rom. 12:19). Dándonos cuenta de su presencia, de su cercanía, podemos callar, «estar quietos» y aprender que el Señor es Dios, un auxilio muy presente en la angustia (Sal. 46:1, 10).
5 - Cristo, nuestro recurso para hacer frente a las preocupaciones de la vida (v. 6-7)
El apóstol considera muchas cosas que, en un mundo de cambios y de necesidades, pueden llevar al creyente a preocuparse. Ante estas cosas, quiere que no nos preocupemos; dice: «Por nada os preocupéis». Luego vemos que esto solo es posible en «todo» dándolo a conocer a Dios en la oración, con súplicas y acción de gracias. No se trata solo de “ciertas cosas” o de “cosas difíciles”, sino de «todo», tanto las pequeñas preocupaciones como las grandes pruebas. Todo lo que pesa en el espíritu, todo lo que nos llena de temor al pensar en el mañana, debe ser vertido al oído de Dios ahora mismo.
Al presentarlo todo a Aquel cuyo amor es tan grande como su poder, podemos estar seguros de que, en lugar de preocuparnos por una circunstancia difícil o de sentirnos abrumados por la ansiedad, nuestros corazones estarán custodiados por la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento. Puede que la prueba no desaparezca o que la petición no reciba respuesta, pero al haber expresado nuestras preocupaciones ante Dios, él derramará su paz en nuestros corazones.
Esto es lo que Ana encontró una vez cuando estaba agotada por una prueba que la hacía atormentarse y llorar. Cuando derramó «su alma ante Jehová», antes de que cambiaran sus circunstancias, y su oración fue atendida, se fue «en paz» y «ya no estuvo más triste» (1 Sam. 1:6-7, 15-18).
Además, recordemos que toda esta gracia nos es concedida “mediante Cristo Jesús”. ¿No significa esto que él está en la presencia de Dios por nosotros, como nuestro Sumo Sacerdote, el que se compadece de nuestras debilidades e intercede siempre por nosotros?
6 - Cristo en toda su belleza moral, nuestro recurso en presencia de las mancillas de este presente siglo malo (v. 8-9)
Vivimos en un mundo contaminado, caracterizado por la falsedad, la malicia y el mal, por cosas impías y detestables, por cosas que tienen mala fama y deben ser condenadas. Tenemos que enfrentarnos a ellas a cada momento; se publican en la prensa, se anuncian en las calles y son el principal tema de conversación de los hombres de este mundo.
¿Cómo puede protegerse el creyente de las influencias nocivas de este mundo? Manteniendo su mente ocupada con:
- todo lo verdadero,
- todo lo honroso,
- todo lo justo,
- todo lo puro,
- todo lo amable,
- todo lo que es de buen nombre,
- si hay alguna otra virtud,
- si hay alguna otra cosa digna de alabanza,
- pensad en eso.
Estas cualidades morales encuentran su expresión perfecta en Cristo. Tener estas cualidades ante nosotros es estar ocupados con la belleza de Cristo. Así Cristo se convierte en nuestro recurso para elevarnos por encima de las malas influencias del mundo. El carácter se forma en gran parte por lo que alimenta el espíritu. De ahí la importancia de la exhortación: «Si hay alguna otra cosa digna de alabanza, pensad en esto».
Pensar en las cosas agradables –las cosas de Cristo– nos llevará a hacer las cosas que son agradables a Cristo. Así pues, la exhortación a pensar en las cosas buenas sigue la exhortación a hacer las cosas que hemos aprendido, recibido, oído y visto en el apóstol.
Desgraciadamente, nuestras palabras y nuestros hechos muestran con demasiada frecuencia lo poco ocupada que está nuestra mente en las cosas buenas, pues «de la abundancia del corazón habla la boca». El Señor nos advierte que es posible llamarle «Señor, Señor» y no hacer lo que él dice (Lucas 6:45-46). Por eso es importante recordar las exhortaciones del apóstol a «pensar» y «hacer»; y pensar correctamente debe preceder a actuar correctamente. Pensando y actuando rectamente seremos preservados de las malas influencias del mundo y veremos que el Dios de la paz está con nosotros para sostenernos.
7 - Cristo, nuestro recurso para las necesidades diarias del cuerpo (v. 10-13)
La asamblea de Filipos había enviado un donativo al apóstol para cubrir sus necesidades diarias, y él se alegró de esta expresión de amor y preocupación por él. Pero atribuye esta preocupación al Señor, pues dice: «Mucho me he alegrado en el Señor». Detrás de la atención de los santos, él ve la del Señor. El amor de los demás, los medios providenciales, el trabajo de nuestras manos y las diversas exigencias de la vida pueden servir para proporcionar cosas buenas que satisfagan las necesidades cotidianas del cuerpo; pero es bueno que miremos más allá de todos los medios y veamos la atención del Señor, que provee a nuestras necesidades, y así nos alegramos «en el Señor».
En nuestro viaje por este mundo, podemos, como el apóstol, estar probados por períodos de adversidad o prosperidad. En la adversidad, el diablo puede tentarnos a perder la confianza en Dios y a cuestionar su amor. En la prosperidad, podemos confiar en nosotros mismos y olvidarnos de Dios. Así es como Job fue puesto a prueba por la adversidad y David por la prosperidad (Job 1:20-22; 2:9-10; Sal. 30:6).
Pablo, hablando desde su propia experiencia, decía: «Sé vivir en la pobreza y sé vivir en la abundancia; en toda cosa y en cada circunstancia he sido enseñado tanto a estar saciado como a tener hambre, a tener abundancia como a tener privaciones». También nos revela el secreto de su fuerza, pues añade: «Todo lo puedo en aquel que me fortalece». Había experimentado el apoyo de Cristo tanto en los días de necesidad como en los de abundancia.
Así pues, Cristo es el recurso inagotable de todo su pueblo, sea lo que sea lo que se pueda encontrar al pasar por este mundo, ya se trate de la oposición del enemigo, de las disensiones en el seno del pueblo de Dios, de las penas de la vida, de los insultos y afrentas, de las preocupaciones de la vida, de las contaminaciones del mundo o de las necesidades cotidianas del cuerpo.
Es bueno para nosotros que en todas estas circunstancias cambiantes podamos:
- «Estar firmes en el Señor»
- «tener un mismo sentir en el Señor»,
- «regocijarnos en el Señor», y darnos cuenta de que,
- «el Señor está cerca».
Si caminamos de acuerdo con estas exhortaciones, deberíamos adquirir tal conocimiento experimental del interés personal del Señor por nosotros, que podremos decir, cada uno en su pequeña medida: «Todo lo puedo en Aquel que me fortalece».