Índice general
El Nombre sobre todos los nombres
Autor: Edward DENNETT 60
Tema: Jesucristo (El Hijo de Dios)
1 - Prefacio
Todos estos capítulos se refieren a la revelación que Dios se complació en hacer de sí mismo, comenzando con los sucesivos períodos del Antiguo Testamento y terminando con la Encarnación, Muerte, Resurrección y Exaltación de nuestro amado Señor y Salvador. Con la ferviente esperanza de que esta lectura, por la bondad del Señor, lleve a los lectores a crecer en el conocimiento y la intimidad del Señor, le confiamos estas páginas para que las bendiga.
2 - El nombre inefable
Es evidente para cualquier lector de las Escrituras que la revelación que Dios se ha complacido en hacer de sí mismo es gradual y progresiva. Hoy, los creyentes caminan en la luz, como Él mismo está en la luz, pero antes, él estaba rodeado de nubes y oscuridad, y esto era necesario mientras la justicia y el juicio siguieran siendo los fundamentos de Su trono (comp. Sal. 89:14). Pero cuando Cristo cumplió la obra de la expiación, glorificando a Dios en todo lo que es, y habiendo sido hecho pecado por nosotros, el velo tras el cual habitaba Dios, y que lo ocultaba a los ojos de su pueblo, se rasgó en 2 de arriba abajo, y Dios pudo responder con toda justicia al deseo de su propio corazón, manifestando sin reservas todo lo que él es, tal como fue revelado por Cristo sobre la base de la redención. Estas son verdades fundamentales e importantes, y se recuerdan aquí como preparación para una breve consideración de los diferentes nombres de Dios bajo los que se ha revelado en las diversas dispensaciones a través de los relatos del Antiguo Testamento. Que Dios es el mismo en su naturaleza y atributos tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, es decir, que es inmutable, se deduce necesariamente de las perfecciones de su ser divino. Pero no es menos cierto que los aspectos en los que se le presenta a lo largo de los siglos varían. Son estos aspectos los que se reflejan en sus diferentes nombres.
2.1 - Elohim – Dios (los Dioses)
Elohim, se ha comentado a menudo, es el nombre común de Dios considerado como el Ser divino, con el que los hombres como hombres tienen que tratar, y como Aquel ante el que son responsables. Es una palabra plural, cuyo singular es Eloah, una forma empleada a menudo especialmente en el libro de Job. Los gentiles utilizaban a veces este nombre para sus deidades, lo que probablemente sea el origen de la pregunta del Salmo 18: «Porque ¿quién es Dios (Eloah) sino solo Jehová? ¿Y qué roca hay fuera de nuestro Dios?» (Sal. 18:31). En otras palabras, el verdadero Eloah es el Señor, y la única roca es Elohim. La razón del uso del plural (Elohim) se explica de varias maneras. Hay quienes, como era de esperar, sostienen que es simplemente, según el uso hebreo, un plural de excelencia, y que en esta forma la palabra expresa la excelencia o las perfecciones de Aquel a quien se aplica. Hay otros que afirman que este plural es de intención divina, para poner de manifiesto la Trinidad, es decir, la unidad de la Deidad en las 3 Personas de la Deidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En apoyo de esta explicación, el lector devoto no dejará de observar que en Génesis 1:26 leemos: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza…». En efecto, puesto que este término expresa todo lo que Dios es, deben entenderse todas las personas de la Divinidad.
Es obvio que esto no se podía entender en ese momento. No fue hasta el bautismo de nuestro amado Señor que toda la verdad de la Trinidad salió a la luz. Fue entonces cuando Dios habló desde el cielo; su amado Hijo estaba en la tierra; y el Espíritu Santo descendió y se posó sobre el Hijo. Y ahora que Dios se ha revelado plenamente, y que ha venido el Espíritu Santo, que escudriña todas las cosas, incluso las más profundas de Dios (1 Cor. 2:10), podemos volver atrás, guiados y enseñados por él, y descubrir muchas cosas que antes no se podían entender. Uno de los peligros actuales es leer el Antiguo Testamento solo a la luz que tenían los hombres cuando se escribió. La verdad es que su significado más profundo solo se puede entender cuando se ve a la luz del Nuevo Testamento. No está fuera de lugar, por lo tanto, afirmar que Dios eligió esta palabra particular Elohim para expresar la verdad de la Trinidad. Por ejemplo, leemos en el Génesis que Dios creó los cielos y la tierra; y en el Evangelio según Juan se dice del Verbo, esa Palabra que luego se hizo carne: «Todas las cosas fueron hechas por él, y sin él nada de lo creado fue hecho» (Juan 1:3). Así, sabemos que el Hijo eterno está incluido en la palabra «Dios» en el Génesis, y al reflexionar sobre esto, comprendemos mejor la gloria de la persona de nuestro Redentor.
2.2 - El Todopoderoso – El-Shaddai
Dios se dio a conocer por otro nombre a los patriarcas; este nombre se menciona por primera vez en Génesis 17:1: «Apareció Jehová y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso», es decir, El-Shaddai: Dios Todopoderoso. Parece que la palabra «El» significa fuerza, omnipotencia. Algunos piensan que «Shaddai» tiene el mismo significado, mientras que otros prefieren traducirlo como autosuficiencia o autosuficiente. En cualquier caso, la combinación de estas 2 palabras denota atributos divinos, ya que la omnipotencia y la autosuficiencia solo pueden encontrarse en Dios. Estas 2 palabras se utilizan, por ejemplo, en este pasaje: «Habló todavía Dios a Moisés, y le dijo: Yo soy Jehová. Y aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios Omnipotente, mas en mi nombre Jehová no me di a conocer a ellos» (Éx. 6:2-3. Vean Gén. 28:3; 35:11, etc.). Cuando la palabra «Todopoderoso» se encuentra sola, en nuestra traducción, suele representar a Shaddai. Una hermosa combinación de este nombre con el del Señor se encuentra en 2 Cor. 6:17-18: «Os recibiré y seré vuestro padre, y vosotros seréis mis hijos e mis hijas, dice el SEÑOR, el Todopoderoso». El Dios que fue conocido por Abraham como Shaddai, y por Israel como Jehová, es declarado ahora como Padre, de acuerdo con esa relación íntima y bendita en la que, en su extrema gracia, ha llevado a los suyos en asociación con Cristo.
2.3 - YHWH, Jehová – El Eterno
Como ya hemos dicho, hay que entender que Jehová es el nombre que Dios tomó especialmente en su relación de pacto con Israel. Como los lectores pueden comprobar fácilmente, esta palabra se había utilizado antes de que Dios la comunicara a Moisés, pero esta era la primera vez que se utilizaba en relación con el pueblo elegido. Las siguientes observaciones pueden arrojar luz sobre este punto: “En Génesis 2 y 3 era de gran importancia establecer la conexión entre Jehová, el Dios nacional del pueblo de Israel, y el único Dios creador. Asimismo, en Éxodo 9:30 se declara que el Dios de los hebreos, cuyo nombre es Jehová, es Elohim… Por lo demás, Jehová es un nombre, Elohim es una persona. Solo Jehová es Elohim, Jehová es un nombre personal” –Jehová es el nombre que Dios ha tomado en su trato y relación con los hombres, pero especialmente con su pueblo. La palabra significa “Aquel que existe por sí mismo”, y puede traducirse prácticamente como “Aquel que es, que era y que ha de venir”. Derivada de un verbo que significa «existir», esta palabra expresa la eternidad y, por tanto, el carácter inmutable de su ser. Así, presenta a nuestras almas a Aquel que es eternamente, que existía antes de que el tiempo fuera, que perdura a través del tiempo y que seguirá existiendo después de que todo el tiempo haya pasado. Él es, pues, el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último. El uso de estas expresiones (Apoc. 22:13) demuestra sin lugar a dudas que el Jesús del Nuevo Testamento es el Señor del Antiguo.
2.4 - El Altísimo – Elion
Ya hemos hablado de «El» en relación con «El-Shaddai». «El» se utiliza también con «Elion» y se traduce entonces como “el Dios Altísimo”. Si examinamos los diversos lugares donde se encuentra este nombre, veremos que es el nombre milenario de Dios “por encima de todos los dioses de la idolatría, de los demonios y de todo poder”. En este carácter se dice que Dios es «poseedor de los cielos y de la tierra» (Gén. 14:18-19).
Por lo tanto, Nabucodonosor tuvo que permanecer bajo el juicio de Dios hasta que supo que «el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere» (Dan. 4:24-25). Que este propósito fue alcanzado se ve en que, cuando su entendimiento volvió a él, bendijo al «Altísimo», etc. (Dan. 4:25-34).
Del mismo modo, Balaam (Núm. 24:4) utiliza este mismo título de «Altísimo» cuando va a hablar de la futura gloria y supremacía de Israel entre las naciones.
En el Salmo 91, el título «Altísimo» se encuentra en conexión con Shaddai (el Todopoderoso): «El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente» (el Shaddai). Y en el Salmo 47:2, este título de «Altísimo» se asocia con el nombre del Señor, y se añade que él es un «rey grande sobre toda la tierra» (Sal. 47:2). Estos ejemplos son interesantes porque demuestran que es Dios, el único Dios, quien se revela a los hombres bajo estos nombres diferentes que designan relaciones distintas.
2.5 - El Señor – Adonai
La mayoría de los lectores de las Escrituras están familiarizados con el término «Adonai», ese otro nombre de Dios. En la versión inglesa se traduce como «Lord», pero suele distinguirse de Yahveh –también traducido como «Señor»– por el uso de minúsculas en lugar de mayúsculas. En cuanto a la raíz de la palabra, significa Amo, Gobernador, Dueño. Pero la forma «Adonai» se usa solo para Dios, y Dios en el sentido de Uno que ha tomado el poder y está en una relación de Señor con aquellos que invocan su nombre. Adonai se aplica así especialmente a Cristo en su exaltación a la diestra de Dios. Esto es evidente por una referencia al Salmo 110, que el Señor cita cuando confunde a sus adversarios: «Jehová dijo a mi Señor (Adonai): Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies» (Sal. 110:1, Mat. 22). En Mateo 22 el Señor se aplica expresamente este versículo a sí mismo, a sí mismo como Cristo el Mesías (Mat. 22:42-44), y lo utiliza para mostrar que el Hijo de David era también el Señor de David, y que, en una palabra, él era la Raíz, así como la semilla de David. En Génesis 15:2, Abraham se dirige a Dios como «Señor Jehová» («Adonai Jehová»). Este ejemplo bastará para mostrar una vez más que todos estos nombres divinos se aplican al único Dios, incluso el de Adonai que está particularmente reservado para Cristo exaltado en los lugares celestiales (el carácter de Adonai de nuestro bendito Señor se revela plenamente en Fil. 2:9-11).
2.6 - Otros nombres divinos
Hay otros títulos divinos sobre los que bastará con llamar la atención de los lectores.
En los libros poéticos, se utiliza a menudo «Jah», y es esta palabra la que se esconde en «Aleluya», o «Alabado sea Jah». No se ha determinado su significado. Generalmente se supone que es una abreviatura, o forma poética, de Jehová (el Eterno).
También están las palabras utilizadas por Dios cuando envió a Moisés a liberar a su pueblo. La primera se traduce como «Yo soy el que es» [1], la segunda como «Yo soy». Son 2 formas de la misma palabra que significa «existencia». La primera se traduce a veces –quizá con exactitud– como «seré lo que seré». El pensamiento expresado en estos 2 nombres se acerca al significado de Jehová (lo cual es normal, ya que proceden del mismo verbo) y evoca un ser, o una existencia, que no cambia.
[1] Nota: «Yo soy el que es» es una frase en español que aparece en la Biblia en la versión del Apocalipsis 1:8 y 1:5, haciendo referencia a Dios como el Alfa y la Omega, el Todopoderoso. La frase que Dios le dice a Moisés en Éxodo 3:14 es «YO SOY EL QUE SOY». La expresión original en hebreo, puede interpretarse como «Yo era quien era», «Yo soy quien era», «Yo seré quien era», «Yo era quien soy», «Yo seré quien soy», «Yo era quien seré», «Yo soy quien seré» o «Yo seré quien seré».
Existe otro término, que quizás no sea realmente un nombre o título divino, pero que casi puede considerarse como tal por su frecuente y especial aplicación a Dios: es Atta Hu. Se encuentra en expresiones como «Tú eres», etc., cuyo equivalente se utiliza en Hebreos 1:12: «Tú eres el mismo», que no es otra cosa que la traducción de Atta Hu en el Salmo 102:27. Este término, como es evidente, transmite el hecho de que Dios es inmutable, y que Aquel que «es» siempre, y que es sin cambio posible, es también inmutable.
No es necesario insistir en este tema. Lo anterior es suficiente para poner de manifiesto las diferentes formas en que Dios se ha complacido en revelarse bajo estos diferentes nombres. Es una prueba de su ternura que lo haya hecho, y proclama al mismo tiempo su inefable gracia cuando revela así a los suyos lo que es en sí mismo. Podría haber permanecido oculto para siempre en la dichosa soledad de su perfecto ser autosuficiente. Pero mucho antes de la fundación del mundo, desde las profundidades de la eternidad, él nos eligió en Cristo para ser santos e irreprochables ante él en amor.
Sin embargo, antes de que estos consejos eternos fueran revelados, el primer hombre, Adán, fue traído a la escena de este mundo; y después de que él, el hombre responsable, fallara, Dios continuó, durante otros 4.000 años, esperando para ver si el hombre podía dar fruto para Él. Esta prueba duró hasta la cruz. Solo entonces, cuando Dios había mostrado que el hombre lo había perdido todo en el terreno de la responsabilidad, reveló toda la gracia que había en su corazón en «el evangelio de Dios… acerca de su Hijo, nacido de la descendencia de David, según la carne, y designado Hijo de Dios con poder, conforme al Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos» (Rom. 1:1-4).
En él, como vemos de nuevo, Dios se ha revelado plenamente. También es el hombre de los consejos de Dios, y en él se cumplirán todos los pensamientos del corazón de Dios. Las revelaciones parciales del Antiguo Testamento se han desvanecido ante Aquel que está glorificado a la derecha de Dios, o más bien han encontrado en él su pleno cumplimiento. Esto se declara en el Evangelio de la gloria de Cristo, que es la imagen de Dios (2 Cor. 4:4).
3 - Llamarás su nombre Jesús (Mat. 1:21)
3.1 - Las glorias humanas, las glorias divinas
Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley (Gál. 4:4). De este misterio, que es el fundamento de la redención, habla Mateo en este capítulo. De hecho, también se mencionan otras características del niño santo y divino. Puesto que este Evangelio presenta a Cristo especialmente como el Mesías, en cumplimiento de la promesa hecha a la nación judía, su genealogía como nacido en este mundo se nos da a partir de los 2 grandes nombres que son la raíz (u: origen) de esa promesa, Abraham y David. Mateo lo muestra no solo como nacido de una mujer, nacido bajo la ley, sino también como la semilla prometida de Abraham, en la que serían bendecidas todas las naciones de la tierra, y como el Hijo de David, heredero del trono y del reino de David. Es, pues, un capítulo que nos presenta las glorias divinas de nuestro amado Señor inseparables de sus glorias humanas. Por “inseparable” solo queremos decir que el carácter de la Persona de Cristo es tal que todo lo que él es como Dios y como hombre se revela en su nombre y en su obra. Por ejemplo, si pensamos en él como la Simiente de David, recordamos inmediatamente que también es la Raíz de David, y que el Hijo de David es también el Señor de David.
3.2 - El nacimiento del Eterno Salvador
Esto quedará muy claro si consideramos el significado del nombre «Jesús»; a José se le ordenó dar este nombre al Niño cuando naciera. Como se ve en Hebreos 4:8, «Jesús» es la forma griega de Josué («Joshua» o «Jehoshua») que significa “el Señor es salvación” o “cuya salvación es el Señor”. Por lo tanto, la conocida observación de que «Jesús» significa «el Señor Salvador» está ampliamente justificada. ¡Qué tema de contemplación, incluso de adoración, para nuestras almas! Un niño nacido en el mundo, de parentesco humilde en la estimación de los hombres, es declarado por el propio Dios como «el Señor Salvador». Sí, el Dios que oyó el gemido de su pueblo Israel en Egipto, que vio su aflicción y oyó su clamor a causa de sus exactores malhechores, que conoció sus penas y bajó para redimirlos de la tierra de Egipto y llevarlos a una tierra buena y espaciosa que mana leche y miel, –ese Dios que dijo a Moisés «Yo soy Jehová. Y aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios Omnipotente, mas en mi nombre Jehová no me di a conocer a ellos» (Éx. 3:6-8; 6:2-3)– era él, el mismo Dios, el mismo Jehová, el mismo El-Shaddai conocido por los patriarcas, que ahora venía al mundo bajo la apariencia de un Niño pequeño. Pero, aunque era un Niño pequeño, venía (alabado sea su nombre por siempre) como el Salvador de su pueblo. Seguramente podemos decir que las sombras se estaban desvaneciendo, y la oscuridad que hasta entonces había ocultado a Dios de los ojos de su pueblo se estaba disipando rápidamente. Era, en efecto, el bendito amanecer del día de la gracia.
3.3 - El milagro de la encarnación
Desde el momento en que se habla del nacimiento del Salvador Eterno, el misterio de la encarnación llama nuestra atención. La encarnación había sido predicha mucho tiempo antes; no se veló tras un lenguaje oscuro, sino que se describió con exactitud y precisión, de modo que Mateo pudo decir: «Todo esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por el SEÑOR por medio del profeta, que dijo: Mira, la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y será llamado Emanuel, que traducido significa Dios con nosotros» (Mat. 1:22-23). El lugar mismo de su nacimiento fue predicho: «Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad» (Miq. 5:2). Además, la naturaleza santa de su humanidad fue claramente anunciada en el tipo de la ofrenda vegetal, especialmente en las tortas sin levadura hechas de harina fina, amasadas con aceite, que tan bien expresan esa verdad anunciada por el ángel a María: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también la santa Criatura que nacerá, será llamada Hijo de Dios» (Lucas 1:35). Este es el milagro de los milagros y, por esa misma razón, la revelación del corazón de Dios, cuando se considera a la luz del propósito de su venida entre los hombres pecadores.
3.4 - Circunstancias de su nacimiento
Antes de considerar el propósito de su venida, puede ser provechoso detenerse en ciertas circunstancias de su nacimiento. No se puede imaginar un mayor contraste entre el cielo y la tierra que en ese momento. Todo el cielo, como es fácil de imaginar, estaba agitado y en movimiento, mientras que la tierra, a excepción de unas pocas almas piadosas, estaba tranquila, sin apenas esperar nada. El ángel del Señor, en su gozosa misión, se apresuró a informar de este maravilloso acontecimiento, no a los gobernantes de la tierra ni a los grandes hombres del mundo, sino a unos cuantos pastores piadosos: «Pero el ángel les dijo: ¡No temáis!, porque os traigo buenas noticias de gran gozo que será para todo el pueblo; que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador que es Cristo el Señor» (Lucas 2:10-11). El ángel del Señor no estaba solo, pues apenas anunció la buena nueva, una multitud comenzó a alabar a Dios, diciendo: «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, y su buena voluntad para con los hombres!» (Lucas 2:13-14). Como se ha afirmado de manera sorprendente: “Dios se había manifestado de tal manera en el nacimiento de Jesús que las huestes celestiales, que conocían su poder desde hacía tiempo, pudieron unir sus voces en un coro para proclamar estas alabanzas. ¡Qué amor es este! Pues bien, Dios es amor. ¿Quién sino Dios mismo podría haber imaginado que Dios se hiciera hombre?”. Sin embargo, no había nada en este acontecimiento extraordinario que obligara a la gente a notarlo. Preocupados por sus propios pensamientos y objetivos, ni siquiera se dieron cuenta, ¡aunque se produjo en medio de ellos! Estaban tan absortos en su propia búsqueda que no había lugar en la posada para el Niño Salvador. Tales son los hombres y, sin embargo, entre ellos se encontraban los objetos de los eternos designios de Dios en gracia, que estaba a punto de llevar a cabo en Aquel que, aunque era el Creador de todas las cosas, había nacido en el mundo como un forastero sin hogar.
3.5 - El Salvador que hace propiciación por los pecados
El nombre de Jesús le fue dado en relación con su obra, pues, se añade: «Él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mat. 1:21). La expresión «su pueblo» en este Evangelio significa ciertamente «Israel». De hecho, en el anuncio del ángel a los pastores en Lucas 2:10, se habla de «gran gozo para todo el pueblo», es decir, para los judíos; no es que en ninguno de estos 2 casos el propósito de la venida del Señor se limitara al pueblo elegido, sino que son los únicos que se contemplan en estos pasajes. Juan expresa un significado más amplio cuando, en relación con la profecía de Caifás de que «Jesús iba a morir por la nación» (Juan 11:51), añade: «no solo por la nación, sino para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Juan 11:52). Esto aclara aún más que la muerte de Cristo –la obra perfecta que realizó en su muerte, y por su muerte– es el único fundamento sobre el cual salvará a su pueblo de sus pecados. Así leemos en Levítico 16, después de la enumeración de los detalles de los ritos y sacrificios, junto con la confesión de los pecados del pueblo por parte del sumo sacerdote, en el gran día de la propiciación: «Porque en este día se hará expiación por vosotros, y seréis limpios de todos vuestros pecados delante de Jehová» (Lev. 16:30). Nunca se insistirá demasiado en esta verdad fundamental, ya que, tal como estaba escrito respecto a los pecados en la antigua dispensación: «sin derramamiento de sangre no hay perdón» (Hebr. 9:22), es igualmente cierto hoy que la sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, limpia de todo pecado.
3.6 - Los sufrimientos de Cristo debían preceder a sus glorias
Por lo tanto, cuando el ángel dijo: «Él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mat. 1:21), estaba mirando hacia el futuro, o al menos el pensamiento del Espíritu, mediante estas palabras, aludía a un tiempo más allá de la cruz. Porque, como predijeron claramente los profetas, Israel solo podía salvarse mediante el arrepentimiento y la obra de la expiación. Simeón, cuando disfrutó del inefable privilegio de sostener al Cristo de Jehová en sus brazos anunció, con no menos claridad, el día de Su presentación al pueblo, que la gloria del Israel de Jehová solo se lograría con el rechazo del santo Niño. Los sufrimientos de Cristo debían preceder a sus glorias, tanto en la tierra como en el cielo, como él mismo dijo a los 2 discípulos en el camino de Emaús: «¿No era necesario que el Cristo padeciese estas cosas, y entrara en su gloria?» (Lucas 24:26). Esto fue lo que puso a prueba los corazones de los hombres, y causó su absoluta enemistad. Si hubieran podido tomar a Jesús por la fuerza y hacerlo Rey, y si solo hubiera consentido en ponerse a su cabeza y dirigirlos –por muy carnales que fueran– contra sus enemigos; y si los hubiera liberado con su poder, lo habrían aclamado alegremente como su Mesías, aunque pronto se hubieran rebelado contra su autoridad. Pero era necesario que Aquel que vino como el Señor Salvador se pusiera primero en medio de las ruinas que los pecados de su pueblo habían amontonado entre ellos y su Dios, y luego los levantara. Y tan bien asumió su causa y su responsabilidad, que clamó como si fuera en lugar de ellos: «Dios, tú conoces mi insensatez, y mis pecados no te son ocultos» (Sal. 69:5). Amado Salvador, nunca podremos comprender suficientemente tus sufrimientos y tu dolor, pero podemos agradecerte que hayas tomado sobre ti los pecados de los tuyos, y los hayas eliminado para siempre.
3.7 - El Salvador de su pueblo terrenal
Si consideramos ahora este versículo en su aplicación a Israel, tiene que ver con la salvación del pueblo terrenal en referencia a sus pecados y a sus consecuencias, así como su futura restauración y bendición en la Tierra prometida. De hecho, este es uno de los aspectos de la profecía de Zacarías cuando se le soltó la lengua, en la circuncisión de su hijo: «¡Bendito sea el SEÑOR, Dios de Israel! Porque visitó y redimió a su pueblo; y nos levantó un poderoso Salvador, en la casa de su siervo David… Salvación de nuestros enemigos, y de la mano de todos los que nos aborrecen… que, librados de la mano de nuestros enemigos, le sirvamos sin temor, en santidad y justicia, delante de él todos nuestros días» (Lucas 1:68-75). Por lo tanto, Jesús salvará primero a su pueblo de sus pecados ante Dios, ya que una parte del Nuevo Pacto nos dice: «Perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado» (Jer. 31:34). Además, los salvará de las consecuencias de sus pecados liberándolos de la mano de sus enemigos, reuniéndolos de todos los países en los que han sido dispersados, y estableciéndolos en su propia tierra en bendición, bajo su reino de paz y gloria. Todo esto se habría cumplido para ellos inmediatamente si solo hubieran recibido a su Mesías. E incluso después de crucificarlo, si hubieran reconocido su culpa, inclinándose en sus corazones ante el testimonio de los apóstoles, sus pecados habrían sido borrados, y se habrían producido tiempos de refrigerio por la presencia del Señor, en relación con el regreso de Cristo (Hec. 3). Pero, desgraciadamente, a causa de su incredulidad, se privaron de todas estas bendiciones, y ahora deben esperar el día en que, movidos por el Espíritu de Dios, griten con el gozo de sus corazones: «Bendito el que viene en nombre del Señor» (Lucas 13:35).
3.8 - El Salvador para todos
Sin embargo, queridos lectores, si bien es cierto que esta promesa se refiere principalmente a Israel, no olvidemos que esta misma obra gloriosa, el fundamento sobre el que se eliminarán sus pecados, sigue siendo la única base del perdón para cualquiera de nosotros. Fue a través de la caída de Israel que la salvación llegó a los de las naciones. Por eso el apóstol pudo escribir a los corintios que le habían dicho que «Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que fue sepultado, y que fue resucitado al tercer día, conforme a las Escrituras» (1 Cor. 15:3-4). Por lo tanto, alabemos continuamente a Dios por su maravillosa gracia, de la que se sirvió, con ocasión de la incredulidad de Israel, para revelar todos sus planes para aquellos que se convertirían en herederos de Dios y coherederos con Cristo. Que nuestros corazones se llenen de gratitud ante la sola mención del nombre de Jesús, porque a él se lo debemos todo.
4 - Será llamado Emanuel (Mat. 1:23)
4.1 - Cuando el trono de gloria será establecido en la tierra
Ya se ha señalado que el nacimiento de Jesús en Belén fue el cumplimiento de esta profecía. No es que este nacimiento en sí mismo, y por sí mismo, fuera el cumplimiento; más bien, era la señal y la garantía del mismo. El significado del nombre Emanuel, según la interpretación divina, es «Dios con nosotros», lo que nos permite ver que anticipa todas las consecuencias que tendrá para Israel la introducción de su Mesías en este mundo; en otras palabras, el nombre Emanuel de nuestro amado Señor solo adquirirá su pleno significado en relación con el establecimiento de su trono de gloria en la tierra, cuando haga prevalecer todo lo que Dios es en el gobierno; entonces, tanto para todos como para su pueblo: «Será su nombre para siempre, se perpetuará su nombre mientras dure el sol. Benditas serán en él todas las naciones; lo llamarán bienaventurado» (Sal. 72:17). Este nombre, entonces, lleva consigo los frutos benditos de su muerte por «la nación», así como la promesa de su presencia personal con su pueblo terrenal. Es de este tiempo del que habla el profeta cuando dice: «Regocíjate y canta, oh moradora de Sion; porque grande es en medio de ti el Santo de Israel» (Is. 12:6).
4.2 - La profecía de Isaías 7
Referirse a la propia profecía, junto con su contexto, nos dará una prueba clara y abundante de ello. Acaz, el padre de Ezequías, estaba entonces en el trono de Judá. «No hizo lo recto ante los ojos de Jehová su Dios, como David su padre. Antes anduvo en el camino de los reyes de Israel, y aun hizo pasar por fuego a su hijo, según las prácticas abominables de las naciones que Jehová echó de delante de los hijos de Israel» (2 Reyes 16:2-3). Sin embargo, a pesar de su maldad y apostasía, Dios aún esperó con gran longanimidad y paciencia antes de tratar con su siervo culpable. Incluso, cuando Efraín y Siria se unieron en la guerra contra la casa de David y sitiaron Jerusalén, el Señor envió a su siervo Isaías con un mensaje de aliento, asegurando a Acaz que los designios de sus enemigos no tendrían éxito. Al mismo tiempo, el profeta añadió esta advertencia: «Si vosotros no creyereis, de cierto no permaneceréis» (Is. 7:9). Acaz podría ser liberado del peligro inmediato, pero a menos que escuchara la palabra de Jehová y se apoyara en ella, no escaparía del castigo que merecía (vean 2 Crón. 28).
Sin embargo, en su tierna misericordia, Jehová seguía tratando de llegar al corazón y a la conciencia de este monarca ofensor: Dios, si Acaz se lo pedía, condescendería a darle una señal, «ya sea de abajo en lo profundo, o de arriba en lo alto» (Is. 7:10-12), para asegurarle el cumplimiento seguro de su palabra. El corazón de Acaz se había vuelto hacia dioses falsos, y así endurecido, rechazó bajo una pretensión de piedad la intervención que se le ofrecía, diciendo: «No pediré, y no tentaré a Jehová» (Is. 7:12). El que escudriña el corazón no podía equivocarse, y después de amonestarle solemnemente, el profeta anunció que el Señor mismo daría una señal: «He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel» (Isa. 7:14). En esto se revela la «profundidad de las riquezas, de la sabiduría y del conocimiento de Dios» (Rom. 11:33). La casa de David podría fallar en su responsabilidad, lo que tristemente hizo, y caer en todo; pero fue entonces cuando Dios, de acuerdo con su propio corazón y sus propósitos, pudo intervenir y llevar a cabo todos los consejos de su gracia por medio de la venida, y luego el rechazo, la muerte y la resurrección del Eterno Salvador. Así, el nacimiento de Emanuel lo cambiaría todo. Los que tuvieran una falsa esperanza serían castigados como lo fue Acaz, pero Emanuel lo haría todo bien, defendiendo y glorificando el nombre de Dios en el gobierno de la tierra.
4.3 - El intervalo entre la profecía y su cumplimiento
Pero, desde el nacimiento de Emanuel hasta la gloria del Reino, es un camino largo y arduo para Israel, a causa de su incredulidad. Esto fue claramente predicho por el profeta, en relación con la misma profecía que estamos considerando. Los lectores atentos notarán que la primera invasión del país por parte del asirio, que la sumió en la desolación absoluta sin encontrar ninguna resistencia (Is. 7:17), es solo una sombra de un nuevo asalto en los últimos días, en el que el asirio y sus aliados serán totalmente aplastados. Podrán tomar consejo, pero no funcionará; podrán hablar, pero no servirá de nada, «porque Dios (Emanuel) está con nosotros» (Is. 8:10). Antes de este tiempo final de destrucción del enemigo de Israel, el nacido de la virgen, que se llama Emanuel, se ve como rechazado. La transición a esto es extremadamente hermosa. El profeta fue advertido por Jehová «que no caminase por el camino de este pueblo, diciendo: No llaméis conspiración a todas las cosas que este pueblo llama conspiración; ni temáis lo que ellos temen, ni tengáis miedo. A Jehová de los ejércitos, a él santificad; sea él vuestro temor, y él sea vuestro miedo» (Is. 8:11-13). Pero esto implica una separación inmediata, distinguiendo un residuo de la masa del pueblo. Por eso leemos: «Él será por santuario…» (a todos los que le santifican y temen), «…por piedra para tropezar, y por tropezadero para caer, y por lazo y por red al morador de Jerusalén» (Is. 8:14). Esto es lo que profetizó Simeón, diciendo: «Este niño está puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha… para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones» (Lucas 2:34-35).
4.4 - El remanente depositario del testimonio (Is. 8)
Emmanuel vino. Santuario de los que le habían esperado, él es el verdadero centro en torno al cual se reúnen los suyos; y aquí, por primera vez, él mismo habla de ellos como «mis discípulos» (Is. 8:16). Los llama así en relación con «el testimonio», y declara claramente que la verdad de aquel día, es decir, la ley y el testimonio, está encomendada al único remanente que ahora son sus discípulos (Is. 8:20). Así fue en el día del rechazo de David. En la cueva de Adulam (1 Sam. 22), cuando todos los que estaban angustiados, endeudados y con el alma amargada, se habían reunido con David, que se convirtió en su líder, vemos que el profeta Gad también estaba allí, y que inmediatamente después el sacerdote Abiatar fue llevado a unirse a ellos. De este modo, ahora poseían todos los representantes del testimonio divino en las personas del rey, el profeta y el sacerdote. Del mismo modo Ana, la profetisa, formaba parte de los pocos que esperaban la redención en Jerusalén. Debe ser siempre así, es decir, que aquellos que están separados del mal, y en comunión con el Espíritu de Dios en lo que respecta a su Cristo y al estado de las cosas que los rodean, son los depositarios del testimonio para los tiempos en que viven. La razón es que Cristo mismo está con ellos. Él ama a todos los suyos, pero solo se identifica con el remanente separado, como en Isaías 8:18. Es innegable que aquí y allá se encuentra mucha verdad fuera de ellos, pero solo con ellos se encontrará la enseñanza especial de Dios para el tiempo presente, y que la verdad será mantenida y presentada correctamente. El testimonio será atado, y la Ley precintada entre los discípulos del Señor en el día malo, porque, como ya se ha dicho, Él mismo está en medio de ellos.
La situación en la época de la que habla Isaías se describe en los siguientes versículos. Recordemos una vez más que es el propio Cristo quien habla: «Esperaré, pues, a Jehová, el cual escondió su rostro de la casa de Jacob, y en él confiaré. He aquí, yo y los hijos que me dio Jehová somos por señales y presagios en Israel, de parte de Jehová de los ejércitos, que mora en el monte de Sion» (Is. 8:17-18). En la Epístola a los Hebreos, estos 2 versículos se citan en parte, para mostrar la perfecta identificación del Señor, como Hombre, con los suyos, el verdadero remanente de la nación judía (Hebr. 2:13), lo que prepara el propósito de Su muerte, a saber, reducir «a impotencia al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo; y liberara a todos los que, por el temor a la muerte, estaban sometidos a esclavitud toda su vida» (Hebr. 2:14-15). A pesar del interés de estas circunstancias, nos limitaremos a llamar la atención sobre el hecho maravilloso de que Aquel que, como hombre, dependía perfectamente de Dios –esperando así en Jehová– mientras era despreciado y rechazado por los hombres, era nada menos que el Emanuel de la profecía de Isaías. Obsérvese también que, en este camino de rechazo, hacía la experiencia de una parte de sus sufrimientos que debían preceder a su gloria.
4.5 - Isaías 9
En el capítulo 9, el pueblo que caminaba en las tinieblas ve una gran luz, y «los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos» (Is. 9:2). Para cumplir esta gloriosa profecía, Mateo nos dice que Jesús dejó Nazaret y vino a habitar en Capernaum, que está junto al mar, en los límites de Zabulón y Neftalí (vean Is. 9:1). Desde el momento en que Isaías proclama la aparición del Mesías como luz en medio de las tinieblas, contempla todas las consecuencias que se derivarán de la liberación realizada por el Mesías en los últimos días. Una vez roto el yugo del asirio, toda la gloria de la persona divina del Mesías brilla en la bendición de la que su pueblo es objeto. Y toda esta bendición es inseparable del hecho de que Cristo nació en este mundo: «Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz» (Is. 9:6). Todos estos nombres se le dan en relación con su reino en este mundo, pues el profeta añade: «Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre» (Is. 9:7).
Es evidente, pues, que Emanuel, «Dios con nosotros», es el nombre de nuestro amado Señor en relación con el pueblo terrenal, y que este no comprenderá plenamente su maravilloso significado hasta que se haya revestido de todo su poder y «reine en el monte de Sion y en Jerusalén, y delante de sus ancianos sea glorioso» (Is. 24:23).
4.6 - Los títulos de Isaías 9:6-7
Pero, ¿quién es Emanuel? Su nacimiento se predice en Isaías 7:14, y tras detallar las circunstancias de su rechazo en el capítulo 8, el profeta anuncia el establecimiento de su reino en el capítulo 9. Al mismo tiempo, aprovecha la oportunidad en un pasaje ya citado para presentar una serie de títulos o nombres que expresan el carácter infinito y divino de Emanuel. Repasémoslos brevemente. La primero es «Admirable», palabra que suele aplicarse a lo que causa asombro o admiración. A veces se utiliza para describir un milagro, y no hay nada más sorprendente que un despliegue milagroso de poder. ¿Qué puede ser más milagroso que la Encarnación? ¿Qué podría ser más maravilloso que Emanuel pudiera nacer de una virgen? Se le llama entonces: «Consejero». Este nombre evoca la sabiduría divina como, por ejemplo, cuando se dice: «Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová» (Is. 11:2). El apelativo de «Dios Todopoderoso» significa literalmente lo que proclama, pues no podría haber una declaración más clara de su divinidad. La siguiente expresión de «Padre eterno» no es menos clara, pues pone de manifiesto el carácter eterno de su Ser [2]. Finalmente, se le llama «Príncipe de paz», lo que expresa que su reinado tiene el carácter del de Salomón descrito en el Salmo 72.
[2] Nota Bibliquest: La versión francesa de J.N. Darby traduce «Padre del siglo», pero menciona en una nota a pie de página la posibilidad de traducir «Padre de eternidad».
4.7 - Una multiplicidad de nombres y de caracteres
En conclusión, podríamos preguntarnos cuál es la razón de tantos nombres. La respuesta es probablemente esta: es solo contemplando cada rayo de la gloria de Emanuel a su vez y por separado que podemos concebir algo de la verdad de su Persona. Cual sea la forma, el aspecto o la relación en que se le presente, todo lo que Él es, está realmente ahí. Esto es lo que nos recuerdan los pasajes como el que estamos considerando. De hecho, uno de los errores fatales de los tiempos modernos es tomar una característica particular de la vida o de la Persona de nuestro amado Señor, y considerarla como toda la verdad. Él es la Palabra viva, y solo en todo lo que habla de él que podemos descubrirlo completamente. Y es a causa de nuestra debilidad que el Espíritu de Dios atrae nuestra atención a veces a un rasgo, un carácter o atributo de Su Persona, y otras veces a otro. Sin embargo, él permanece más allá de todos nuestros pensamientos, pues es divino, plenamente Dios y plenamente Hombre. Por eso está escrito: «Nadie conoce al Hijo, sino el Padre» (Mat. 11:27).
5 - Tu nombre es un ungüento derramado (Cant. 1:3)
5.1 - Un amor del que se hace la experiencia
En estos términos se expresa lo que Cristo tiene de precioso (como Esposo) para la esposa. Esto se descubrirá inmediatamente al examinar el contexto. «Si él me besara con besos de su boca» (v. 2), grita la esposa y se dirige inmediatamente a Él, diciendo: «Porque mejores son tus amores que el vino» (v. 2). No habla tanto del amor en sí como de la felicidad que emana de ese amor. Es esto que es mejor «que el vino» (v. 2). Todo corazón renovado se hace eco de esta afirmación, pues mientras el amor de Cristo, infinito e inefable, permanece siempre inaccesible a nuestros pensamientos, solo en la medida en que lo disfrutamos podemos comprenderlo o apreciarlo de algún modo. Pero cuando el corazón, por el poder del Espíritu, se rinde a sus benditas influencias y exigencias, cuando se abre sin reservas a la subida de sus poderosas corrientes, entonces el alma experimenta el maravilloso carácter del amor de Cristo que sobrepasa todo conocimiento (Efe. 3:19). Hay otra cosa igualmente cierta: cuanto más probamos el amor de Cristo, más lo deseamos. Cada experiencia que tenemos con Él genera un anhelo de conocerlo aún mejor. Así, si la esposa no hubiera conocido ya algo del afecto del Esposo, nunca habría expresado este apasionado deseo.
5.2 - El Cantar de los cantares no refleja la experiencia cristiana
Además, es a través del corazón que se recibe todo el conocimiento divino. De ahí que, como aquí, la novia comience expresando la alegría que le produce el amor del Esposo, y luego declare el efecto de sus excelencias y perfecciones. Su corazón capta, a través de la alegría de Su amor, el agradable olor de sus «ungüento». Notemos, sin embargo, como ha dicho otro, que por fuertes que sean los afectos de la novia, no se han desarrollado de acuerdo con la posición en que se forman los afectos cristianos propiamente dichos. Se diferencian de ellos en esto: No poseen ni la profunda calma ni la dulzura del afecto que surge de una relación ya formada, conocida y plenamente apreciada, cuyos lazos están ya establecidos y reconocidos, y que cuenta con el pleno y constante reconocimiento de esa relación, donde cada miembro de la pareja disfruta del afecto del corazón del otro como algo seguro. El deseo de la que ama y busca el afecto del amado no es el dulce, total y sólido afecto de la esposa indisolublemente unida a su marido por los lazos del matrimonio. Para la primera, la relación es solo un deseo, una consecuencia del estado del corazón, pero para la segunda, el estado del corazón es la consecuencia de la relación.
5.3 - El Señor que se revela donde hay amor por Él
Esta distinción debe ser cuidadosamente considerada y comprendida, pues es la clave para la interpretación del Cantar de los cantares. Pero no es menos cierto que, tanto en el corazón de la esposa como en el del cristiano, es el amor el que permite acceder al conocimiento divino. En una palabra, el que más ama es el que más sabe (comp. 1 Cor. 8:1-3; Efe. 1:18). María Magdalena es un ejemplo sorprendente. Pedro y Juan estaban más iluminados que ella, pues habían visto (al menos Juan) la tumba vacía y entonces creyeron, mientras que María estaba en completa oscuridad respecto a la resurrección. Sin embargo, es a María a quien el Señor se revela. Los 2 discípulos se contentaron con ver que la tumba estaba despojada de su presa (Juan, al menos, creía que el Señor había salido victorioso de la muerte) y así se fueron a casa. «Pero María de pie fuera, junto al sepulcro, llorando» (Juan 20:10-11). Ocupada por completo por el objeto de su profundo afecto, se quedó en el lugar, como si, habiendo perdido a Cristo, lo hubiera perdido todo. Si Cristo estaba muerto, el mundo entero sería una tumba para ella. El estado de su corazón era bueno, aunque su entendimiento espiritual no estaba iluminado; por eso el Señor pudo venir y revelarse a ella, y hacerla la feliz mensajera de la bendita noticia de que en adelante sus hermanos estarían asociados con Él en el cielo, ante su Dios y Padre, en la misma posición y relación que Él.
5.4 - Un experimento para hacer de cerca
Si los lectores han comprendido los principios divinos que acabamos de mencionar, entenderán fácilmente el lenguaje de la novia que ahora debemos considerar. «El olor de tus suaves ungüentos, tu nombre es como ungüento derramado», dice. «El olor de tus suaves ungüentos» nos representarán la bendita fragancia de sus excelentes perfecciones, tal como aparecen en su vida, en sus actos de ternura y gracia, así como en sus palabras y en su caminar perfectamente dependiente y obediente ante Dios, a lo largo de su camino por el mundo. Captaremos y disfrutaremos de estas fragancias en la intimidad de su propia presencia, en lo que manifiesta de sus relaciones con el alma, en todos Sus caminos, en todos Sus actos y gestos personales. Es cierto que la novia no podría haber conocido de otro modo el agradable olor de Sus perfumes. Y sigue siendo cierto que cuanto más cerca estamos de Cristo, más podemos comprender la experiencia del discípulo amado que fue admitido en la intimidad del Señor hasta el punto de poder apoyarse en Su pecho, y mejor percibimos Su belleza y Su gracia. Podemos quedar muy impresionados por los relatos y testimonios orales, incluso desde lejos, como en el caso de la reina de Saba; pero, como en el caso de esta, ¡solo cuando oímos y vemos por nosotros mismos nos llenamos de adoración ante el agradable olor de estos perfumes! Si, pues, deseamos llenarnos del sentimiento de Sus gracias y bellezas, apresurémonos a seguir los pasos de los 2 discípulos, atraídos por Él como lo fueron al lugar donde Él habita. Teniendo nuestra parte con Él allá arriba, la fragancia de Sus excelencias será el gozo continuo que disfrutará nuestra alma.
5.5 - La parte del Padre
Antes de continuar, no dejemos de notar que la dulce fragancia de la vida de Cristo, como se sugiere en Levítico 2, era principalmente para Dios. Los sacerdotes podían comer de la harina fina mezclada con aceite, de la que se hacía la ofrenda vegetal, pero todo el incienso de la misma debía ser ahumado en el altar, con parte de la ofrenda, como un sacrificio por el fuego, de dulce sabor para Jehová. ¡Qué bendición es saber esto! Incluso si no hubiera habido ninguna alma en la tierra que se deleitara con las excelentes fragancias de Cristo, su vida no habría sido en vano, ya que glorificaba a Dios y llenaba su corazón de una alegría infinita. No, la dulce fragancia de nuestro amado Señor no se habría desperdiciado en el viento del desierto, pues había Alguien cuya mirada estaba siempre sobre Él, contemplando con indecible satisfacción y alegría la perfección de cada uno de sus pensamientos, actos, palabras y pasos. Esto fue lo que hizo que estas palabras brotaran del corazón desbordante de Dios: «Este es mi amado Hijo, en quien tengo complacencia» (Mat. 3:17). Y cuanto más se ponía a prueba a Cristo –como se hizo de 1.000 maneras, incluido el fuego divino del propio altar–, más abundante era su agradable olor, que deleitaba el corazón de su Dios. Llamamos la atención sobre este hecho, pues si la esposa y nosotros mismos tenemos derecho a poder disfrutar también de la dulce fragancia de Su vida, a alimentarnos de su perfecta y entera entrega a la gloria de su Dios, es solo porque Dios tuvo primero su parte, y porque, en su inefable gracia, nos llamó a participar de su propia alegría, que encontró en el camino y en la persona de su amado Hijo.
5.6 - Un perfume que se derrama hacia otros
Notemos también que es gracia a este «olor de tus suaves ungüentos» que Su nombre, la revelación de todo lo que Él es, esta proclamado en todas partes, como «ungüento derramado». Esta verdad se ilustra abundantemente en los Evangelios: «Recorrió Jesús toda la Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando la buena nueva del reino, sanando toda dolencia y toda enfermedad entre el pueblo. Su fama se extendió por toda Siria» (4:23-24). En otra parte leemos: «Levantándose, se fue de allí a la región de Tiro y de Sidón; y entrando en una casa, deseaba que nadie lo supiese; y no pudo estar oculto» (Marcos 7:24). No, querido Salvador, la dulce fragancia de tus perfumes se había derramado por todas partes, dándote a conocer en todas partes, de modo que tu nombre se había convertido en un dulce aroma de perfume para todos los tuyos que estaban agobiados por la angustia y el dolor, cansados y desanimados en sus almas.
5.7 - Empezar con la conciencia tranquila
Este es ciertamente solo un aspecto de esta preciosa verdad, pues lo que este pasaje nos presenta son más bien los transportes de un alma que capta lo que es excelente de Cristo, tal como se desprende de su Persona y de Sus caminos. Sin embargo, es siempre por nuestras propias necesidades que primero vamos a Cristo, y aprendemos lo que Él es en su amor y gracia. Solo cuando nuestras necesidades han sido satisfechas, somos libres en su presencia, libres para contemplarle. Porque es raro que su dulce fragancia penetre en el alma, para regocijarla y refrescarla, hasta que se hayan resuelto todas las cuestiones relativas a nosotros mismos y a nuestra relación con Dios. Es raro que Cristo mismo pueda ser conocido al principio de nuestra vida espiritual. Por lo general, una conciencia perturbada debe ser calmada por la eficacia de la sangre de Cristo antes de que sus gloriosas perfecciones puedan ser contempladas libremente. Entonces estas nos sorprenden y despiertan la alegría en nuestros corazones, Su nombre –¡y hasta su mismo sonido!– llena nuestros corazones de alegría, por su dulzura y fragancia, y despierta emociones que solo pueden expresarse a Sus pies en la adoración.
5.8 - Transformados a la semejanza de Cristo
Nótese de nuevo que los olores «de tus suaves ungüentos» de Cristo pueden derramarse de la santidad de la vida de los suyos. Todo lo que caracterizó Su perfecto caminar por este mundo puede encontrarse en los Suyos. Consideremos, por ejemplo, los preceptos y las exhortaciones de las Epístolas. Cristo dio el ejemplo perfecto de todos y todas. Si no tenemos esto bien presente, para asociarlos bien a Él como Palabra viva, estos preceptos se reducirán a obligaciones duras y legales para nosotros. Cristo en nosotros, Cristo nuestra vida, según la Epístola a los Colosenses, debe tener como efecto que manifestemos a Cristo, en el poder del Espíritu Santo. Para que esto sea así, debemos morar mucho en Su compañía, pues cuanto más estemos con Él, y ocupados con Él, más nos transformaremos en su semejanza, y más se exhalarán sus dulces fragancias. Entonces, ¡qué poderoso testimonio de lo que Él es, pues mediante nuestros, Su nombre será entonces como una fragancia derramada! La dulce fragancia del nombre de Cristo emanará tanto de nuestro caminar como de nuestras palabras. El apóstol Pablo utiliza estas mismas expresiones sobre su predicación: «Para Dios somos el grato olor de Cristo …» (2 Cor. 2:15) y, un poco más adelante, en el capítulo 4, insiste en el hecho de que damos testimonio tanto por nuestra vida como por nuestras palabras. Al meditar en estas cosas, ¿no podemos decir: “Qué privilegio? ¡Qué misión la de ser enviados al mundo para proclamar la excelencia de la dulce fragancia de Cristo, para que su nombre sea derramado a través de nosotros como un perfume!”
5.9 - Los corazones que el mundo no ha contaminado
Nótese de nuevo el efecto de esto: «Por eso las doncellas te aman» (v. 3). La fragancia del nombre de Jesús atrae los corazones de las doncellas, de las vírgenes –no los corazones de todos los que pertenecen a Dios, notemos, sino solo de las vírgenes. Un pensamiento muy especial se asocia en la Escritura con la doncella, la virgen, el de su carácter moral, que habla de la ausencia de profanación y de contaminación por las influencias corruptoras del mundo (comp. Apoc. 14:4). Las doncellas, las vírgenes, representan aquí a quienes han sido capacitados, por la gracia, para mantener una santa separación de las contaminaciones del mundo que atraviesan, aquellos cuyos corazones han permanecido fieles a Cristo, guardados para Él en toda lealtad por un sentido de sus derechos y su amor. Un corazón que posee a Cristo está fortalecido contra los señuelos más seductores del mundo. Lo que caracteriza siempre a la doncella, a la virgen, es un afecto absorbido por su objeto, un afecto cada vez más intenso y profundo a medida que descubre la perfección de Cristo. En otras palabras, aquellos cuyo carácter se asemeja en algo al de la virgen son tocados por lo que es precioso de Cristo. Siendo Cristo el único objeto de sus afectos, son los más capaces de comprender y disfrutar de sus bellezas. Detectan Su presencia, la bendita fragancia de Sus palabras y obras, donde otros no ven nada. Viven en su presencia; son para Él sin reservas. De ahí que Cristo se deleite en revelarse a ellos, con todo el atractivo apropiado para profundizar y hacer brotar sus afectos por Él.
5.10 - Sensibles al nombre de Jesús
De lo que se acaba de decir, se deduce que podemos adivinar el estado de nuestra alma por el efecto que el nombre de Jesús tiene en nosotros. Si nuestro corazón permanece indiferente, sin reacción cuando Él es el tema de conversación o meditación, es seguramente porque no estamos en comunión con el corazón de Dios. ¿Acaso el propio nombre de una persona querida en esta tierra no provoca emociones agradables? Cuánto más el nombre de Cristo, objeto del amor de Dios –así como del nuestro, si lo conocemos–, no debería suscitar en nosotros santos y gozosos afectos que solo pueden expresarse en la alabanza y la adoración.
6 - El Nombre sobre todo nombre (Fil. 2:9)
6.1 - El significado de esta expresión
A veces se oye preguntar cuál es ese nombre. Pero sea o no el nombre de Jesús (lo que es probable; podemos traducir: Dios… le dio el nombre, o este nombre –traducción de la versión J.N. Darby: un nombre, pero vean la nota a pie de página), el sentido de esta expresión es muy claro. Un pasaje de la Epístola a los Efesios lo explica. En relación con «la excelente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, conforme a la operación de la potestad de su fuerza, que él ejerció en Cristo, resucitándolo de entre los muertos» (Efe. 1:19-20), el apóstol añade: «Sentándolo a su diestra en los lugares celestiales, por encima de todo principado, y autoridad, y poder, y señorío, y de todo nombre que es nombrado, no solo en este siglo, sino también en el venidero» (Efe. 1:20-21). Esto significa evidentemente que, cualquiera que sea la excelencia o dignidad de cualquier jerarquía o inteligencia celestial, Cristo, como Hombre glorificado, ha sido exaltado por encima de todas ellas. Entre los innumerables seres celestiales Él ocupa indiscutiblemente el lugar supremo. Asimismo, en Filipenses, el «nombre que es sobre todo nombre» expresa la supremacía absoluta en todo el universo, de Cristo glorificado como Señor. Nada menos que esto puede explicar este versículo de la Escritura.
6.2 - Fil. 2:5-6a - Tener el pensamiento del Señor – su divinidad
Esto se entiende mejor si se considera el contexto de esta expresión. En cierto sentido, todo este pasaje (Fil. 2:5-11) forma un conjunto completo por sí mismo. Se desprende de las exhortaciones anteriores. Lo maravilloso de este pasaje, es que toda la maravillosa revelación de la Persona, del carácter y de la encarnación de Cristo, así como su descenso seguido de su exaltación, se da para reforzar la exhortación del apóstol de que los creyentes deben tener como modelo el pensamiento que «hubo en Cristo Jesús», a quien se vio venir desde la más plena gloria de la Deidad para rebajarse a los sufrimientos y profundidades de la maldición del Calvario. Meditemos en estas cosas, pues cuanto más las meditemos, más penetrarán nuestras almas. Desde la eternidad, Aquel que descendió aquí «existiendo en forma de Dios» (Fil. 2:6). Tal afirmación, por más inaccesible que sea a nuestros pensamientos, proclama nada menos que su absoluta y esencial divinidad. Habla de su existencia eterna como Dios, al igual que Juan dice del Verbo: «En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios» (Juan 1:1). De esta bendita verdad depende toda la verdad de la revelación y de la redención. Abandonar esta verdad, es como quitar el sol del sistema solar, trayendo así oscuridad, caos y destrucción. Por eso, a lo largo de los siglos ha habido una gran controversia sobre la persona de Cristo. Su humanidad, su divinidad han sido alternativamente cuestionadas e incluso negadas. La fe se enfrenta a todos los argumentos humanos citando simplemente las declaraciones de la Palabra de Dios.
6.3 - Filipenses 2:6b-7a
Sin embargo, si aquí es cuestión de la divinidad de nuestro precioso Señor, es solo para magnificar su gracia y su humillación voluntaria, pues apenas se ha hablado de ella antes que siguen estas palabras de insuperable importancia: primero: «No consideró ser igual a Dios como cosa a que aferrarse» (Fil. 2:6), y segundo: «Sino que sí mismo se despojó». La primera expresión significa que, aunque tenía la forma de Dios, no la utilizó para exaltarse. ¡Qué contraste, sin duda, con Adán, que cayó en la trampa de Satanás al pretender exaltarse y ser «como Dios, conociendo el bien y el mal»! Adán, siendo hombre, buscó exaltarse; Cristo, siendo Dios, se humilló. ¡Qué bendito contraste! Este es el pensamiento que había en Cristo Jesús, y la primera expresión de este es: «Sí mismo se despojó» (Fil. 2:7). Es con los pies descalzos (porque este es un lugar santo) que debemos acercarnos a esta verdad. ¿Cómo, entonces, pudo anonadarse a sí mismo quien tenía la forma de Dios? Recientemente [3] se ha escrito que se vació de sus prerrogativas divinas, y según otros, que incluso se vació de sus atributos divinos [la palabra «vaciado» está utilizada por algunas traducciones donde J.N. Darby traduce «anonadó», en su versión francesa]. Disipemos esos pensamientos. Admitirlos es ciertamente oscurecer la verdad esencial de su divinidad, y dar rienda suelta a las peores formas de racionalismo. Porque, ¿qué son sus atributos sino las características de su divinidad? Tanto es así que vaciarse de ellos es dejar de lado su divinidad. ¡No, 1.000 veces no! Como alguien dijo: “La esencia misma de la Divinidad no puede cambiar. Para el Señor, anonadarse, concernía la forma”.
[3] Escrito hacia 1890?
6.4 - Filipenses 2:7b
Las siguientes frases aclaran este punto al describir los pasos y el resultado de su anonadación: tomando «la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres» (Fil. 2:7), por un efecto de su propia voluntad divina. Fue como Dios que se sí mismo se anonadó, pero ahora nos está presentado después de haberlo hecho, pues lo vemos a semejanza de los hombres, en forma de «siervo». Esto contiene toda la verdad de la encarnación, y nos hace sentir un poco, aunque imperfectamente, el inmenso descenso de Aquel que tenía la forma de Dios y que tomó la forma de esclavo. Nadie más que Dios era capaz de tal condescendencia y gracia, pues era realmente la manifestación del amor divino en medio de los pecadores. Nadie más que Dios habría podido anonadarse de esa manera, pues el hombre está limitado a su propia forma y modo de existencia. En la encarnación, pues, contemplamos uno de los misterios gloriosos de la redención. Y aunque no podamos captar su pleno significado y alcance, seguimos comprendiendo que cuanto más se humillaba Cristo, más brillaba su gloria divina. Porque Dios es luz, y Dios es amor. ¿Y dónde vemos esto sino en Aquel que tomó la forma de un esclavo? En cada uno de sus pasos, en sus palabras de gracia y verdad, en sus obras de poder y gracia, percibimos la gracia, la luz y el amor en toda su perfección, si tenemos los ojos abiertos. Y el corazón enseñado por Dios se ve obligado a gritar: “¡Mirad, es Dios mismo!”.
6.5 - Filipenses 2:8
Como Dios, como ya hemos dicho, «sí mismo se anonadó», y ahora aprendemos que como hombre «sí mismo se humilló» (Fil. 2:8). De hecho, toda la vida de nuestro amado Señor, como hombre, se reduce a estas palabras: «Sí mismo se humilló». Porque no se dice, como en algunas traducciones, “y se hizo obediente hasta la muerte”, sino que se dice «haciéndose obediente», es decir, se hizo obediente humillándose a sí mismo. Luego, para resaltar el carácter de su humillación, se añade: «hasta la muerte, y muerte de cruz». Qué lugar de humillación ocupó al asumir la forma de un esclavo, pero cuánto más bajo fue cuando, siendo «hallado en figura como un hombre», se humilló a la ignominiosa muerte de la cruz. No olvidemos nunca en nuestras meditaciones, mientras adoramos maravillados esta infinita condescendencia, que Cristo nos está presentado aquí como un ejemplo. La pregunta bien puede formularse con estas llamativas palabras: “¿No se ocupan nuestros afectos hasta el punto de asimilarlos cuando contemplamos atentamente y con deleite lo que fue Jesús aquí abajo? Le admiramos, nos humillamos ante él, y por gracia nos hacemos conformes a él. Contemplamos en él la perfección de esa vida de la que él es para nosotros la Cabeza y la Fuente, y sacamos de ella fuerza y humildad. Porque ¿quién podría alimentar el orgullo cuando disfruta de la comunión con el humilde Jesús? Humilde él mismo, quiso enseñarnos a elegir el último lugar, pero lo tomó, como un privilegio de su perfecta gracia. Bendito Maestro, que al menos estemos cerca de ti, y escondidos en ti”.
6.6 - Filipenses 2:9a
Este es el maravilloso fundamento en el que se basa la actual exaltación de Cristo. Que hay una conexión directa entre los 2 (su humillación y su exaltación) es evidente por la expresión «por lo cual», que nos expresa el valor que el corazón de Dios concede a la humillación tomada por Cristo de sí mismo. La Escritura da muchas razones de la gloria de Cristo. El Apocalipsis 5, por ejemplo, celebra su dignidad en virtud de la redención obtenida por su muerte y la eficacia de su sangre. Él mismo pide al Padre que le glorifique en Juan 17:1-5, porque había glorificado al Padre en la tierra y había terminado la obra que le había encomendado (Juan 17:4). En este caso, se trata de un aspecto completamente diferente. Es Dios mismo quien interviene, en el gozo de su corazón, en el deleite que encuentra en Aquel que se ha humillado tanto, y Dios lo eleva a las alturas de la gloria donde ahora se encuentra; y este acto proclama a todo el universo que ninguna otra posición habría estado a la altura de lo que él merece, que aquel que ha descendido a lo más bajo, debe ocupar el lugar más alto. Moralmente es la aplicación, en toda su perfección, del principio enunciado por el propio Señor: «El que se humille será exaltado» (Mat. 23:12). Por lo tanto, puede decirse que su exaltación suprema es su recompensa y su corona.
En la Epístola a los Efesios, el apóstol aborda otro aspecto de este tema tan importante. Nos dice que «descendió a las partes bajas de la tierra… El que descendió es el mismo que también subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo» (Efe. 4:9-10). Puede que no seamos capaces de comprender la profundidad de estas palabras, pero ciertamente significan nada menos que esto: en virtud de la humillación de Cristo y de la obra que hizo para cumplir el consejo de Dios, su propia gloria redentora llenará un día todo el universo. Esta, y no otra, será la respuesta de Dios al descenso de su amado Hijo.
6.7 - Filipenses 2:9b
Volvamos a nuestro pasaje. Allí aprendemos que «el nombre que es sobre todo nombre» le es dado como parte de su elevación; mucho más, es la propia estimación de Dios de lo que se le debe a aquel que se humilló voluntariamente, habiéndose hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Este nombre, por lo tanto, proclama la dignidad de Cristo manifestada por el lugar que Dios le dio para ocupar. Decimos “el lugar que Dios le dio para ocupar”, pues es su exaltación como Hombre, como consecuencia de su perfecta obediencia y su entera dedicación a la gloria de Dios a lo largo de su trayectoria en la tierra hasta su muerte, inclusive. Lo que es este nombre –es el nombre de Jesús– no podemos decidirlo como ya hemos dicho; de hecho, es a su significado a lo que el Espíritu de Dios quiere llamar nuestra atención. Lo que significa, repitámoslo, es que, sean cuales sean los seres gloriosos que rodean el trono celestial, el Jesús glorificado está por encima de todos ellos, y mucho más allá. El nombre que se le da en virtud de su humillación revela una dignidad que excede con mucho la de los niveles más altos de la hueste celestial, y además proclama que tiene la posición suprema en todos los mundos que constituyen el universo de Dios. Si, entonces, este rango que ahora ocupa es una expresión del deleite que Dios encontró en el Cristo una vez humillado, ¿cómo no podría ser también el deleite de los hijos de Dios que lo contemplan en esa posición y en esa gloria? Es una gracia de Dios que estemos llamados a compartir su propio deleite que encuentra en su amado Hijo; y el disfrute de esto, aunque sea tenuemente, es realmente el anticipo, el preludio, de los gozos celestiales que, llenando nuestros corazones incluso mientras pisamos las arenas del desierto, solo pueden expresarse en la adoración y el cántico.
7 - En el nombre de Jesús – En (o A) su nombre [4]
[4] Nota: «En su nombre» traduce aquí el inglés «At His name». Hemos mantenido las preposiciones, en la medida de lo posible, tal y como las utilizó el autor, y no siempre según la versión bíblica de J.N. Darby. También se podría traducir “hacia” su nombre.
7.1 - Cómo traducir: en el nombre de Jesús, en Filipenses 2:9b-11
Si Dios da a Cristo el lugar de la supremacía universal y absoluta, quiere que sea reconocido, en todos los círculos de su dominio. Por eso, después de la declaración de que le ha dado el nombre que está por encima de todo nombre, se dice: «Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los seres celestes, de los terrenales y de los que están debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor; para gloria de Dios Padre» (Fil. 2:10-11). Debemos observar atentamente el lenguaje utilizado aquí, y captar su significado preciso. Y en primer lugar hay que explicar la fuerza de la expresión «en el nombre de Jesús», ya que este punto ha dado lugar a una buena cantidad de discusiones. La expresión en el original es «en el nombre de Jesús», que podría traducirse correctamente como «en nombre de Jesús» en lugar de «en el nombre de Jesús». La cuestión es si esta forma de traducir es aceptable. Si «en el nombre de Jesús» fuera una presentación incorrecta del original, habría que adoptar la otra traducción, cualesquiera que fueran las dificultades que esto generara; pero ambas traducciones son igualmente correctas desde el punto de vista gramatical; así que son otras las consideraciones que hay que hacer para determinar si la traducción es correcta, efectivamente, «en el nombre de Jesús». Entendemos que doblar las rodillas ante Dios en el nombre de Jesús, y confesarlo como Señor, es presentarse allí en virtud de lo que él es, en todo el valor de lo que es por su muerte y resurrección (vean, p.ej., Juan 14:13-14), y por lo tanto implicaría la salvación de todas las clases consideradas. En otras palabras, insistir en mantener la frase «en el nombre de Jesús» sería decir que este pasaje de la Escritura apoya el universalismo, y un universalismo que incluiría tanto a los demonios como a los hombres y los ángeles. Tal significado nos llevaría a una contradicción directa con muchos otros pasajes de la Escritura, por lo que nos vemos obligados a adoptar la otra traducción, a saber, «en el nombre de Jesús».
7.2 - Es necesario que la supremacía y el señorío de Jesús sean reconocidos
Esta última expresión significa que la voluntad de Dios es que, tarde o temprano, la supremacía y el señorío de Jesús exaltado y glorificado sean reconocidos por todas las criaturas del universo. Si el reconocimiento del corazón, y la confesión de la boca, proceden de una fe real y viva en Cristo, será en la salvación para todos en quienes se encuentren estas cosas (Rom. 10:8-13). Por lo tanto, todos aquellos que en este día de gracia reciban el Evangelio, el testimonio de Dios sobre la muerte y resurrección de Cristo, y confiesen a Cristo como Señor y Salvador, serán salvados eternamente. Pero lo que la Escritura presenta es que, aparte de esta bendita clase, todos los que no se han arrepentido y no son regenerados, todos los ángeles que han permanecido (o más bien han sido preservados) en la perfección de su creación, todos los ángeles caídos y arrojados al abismo, en lazos de oscuridad, para ser reservados para el juicio, y todos los demonios y seres malignos, reconocerán, o serán obligados a reconocer, la autoridad y el señorío de Jesús glorificado. Según la enseñanza de este pasaje de la Escritura, Dios no tolerará ninguna criatura tangible que sea recalcitrante o esté en abierta rebelión contra su amado Hijo. Pueden odiarlo en sus corazones, y muchos lo harán; pero lo hagan o no, tendrán que doblar sus rodillas ante este Jesús una vez humillado, pero ahora glorificado, y sus lenguas confesarán que él, Jesucristo, es el Señor para gloria de Dios Padre. Esto es lo que le corresponde, como dice el himno: “Digno es el Cordero, que toda rodilla se doble ante Ti”.
7.3 - Toda rodilla: la cuestión de los seres que están debajo de la tierra
Sin embargo, tal vez sea necesario explicar este punto con un poco más de detalle, ya que algunos pueden no ser conscientes de la cuestión. Veamos el texto real del pasaje. Dice: «Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de seres celestiales, de los terrenales y de los de debajo de la tierra». La única dificultad está en el término «infernal», literalmente «bajo la tierra». Algunos sostienen que solo se refiere a los muertos. Pero incluso en el uso clásico de la palabra va más allá e incluye a los espíritus malignos; como prueba que nos asegura que estos espíritus están considerados en nuestro pasaje de Filipenses 2, se recuerda a) que durante la estancia de nuestro precioso Señor en esta tierra, los demonios se vieron obligados a reconocer su autoridad, e incluso a confesar su nombre, y b) que Santiago enseña que los demonios creen y tiemblan. Hay otro pasaje bastante diferente con aparentemente el mismo significado. En Apocalipsis 5:13 leemos: «Y a toda criatura que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que hay en ellos, oí que decían: ¡Al que está sentado en el trono y al Cordero, la bendición, el honor, la gloria y el dominio, por los siglos de los siglos!» La expresión «bajo la tierra» no es la misma que en Filipenses 2, y por el hecho de que está asociada a la expresión «y en el mar», se ve que significa todo ser animado bajo la superficie de la tierra; corresponde al cumplimiento del Salmo 150: «Que todo lo que respira alabe a Jehová»; es una anticipación de la alabanza de toda la creación.
7.4 - ¿Cuándo se reconocerá la autoridad de Cristo?
Suponiendo que nuestra interpretación sea correcta, podemos preguntar: ¿Cuándo tendrá lugar este reconocimiento universal de la autoridad de Cristo, unido a la confesión de su señorío? Recordemos que fue Dios, actuando de su propio corazón, y también en justicia, quien dio a Cristo este lugar de Hombre exaltado. No se trata aquí de su Deidad, aunque eso nunca se olvida, sino del lugar que Dios le dio como el Hombre que una vez se humilló, y se hizo obediente hasta la muerte, y la muerte de cruz. Y junto con su exaltación en este carácter, se pronunció el decreto de que toda criatura inteligente debería doblar la rodilla y reconocer su soberanía. La cuestión, entonces, se reduce a dónde se verá la obediencia a este decreto.
7.4.1 - Los seres celestiales
En la búsqueda de la respuesta, se pueden tomar 3 círculos de seres en orden; el primero los que están en los cielos; vale la pena citar 2 pasajes pertinentes; en Hebreos 1, una cita de los Salmos dice «que todos los ángeles de Dios lo adoren» (v. 6), esto en relación con la introducción del Primogénito en el mundo. En el Apocalipsis 5 se nos da a oír de miríadas de miríadas, y miles de miles de ángeles cuando el Cordero toma el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono «diciendo a gran voz: ¡El Cordero que fue sacrificado es digno de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y el honor, la gloria y la bendición!» (v. 12). Cuando, más adelante, el Hijo del hombre venga en toda su gloria, todos los santos ángeles estarán con él como ejecutores de su trono; y entonces aprenderemos que reconocerán su supremacía constante y perpetuamente, y que esta comenzará en el momento de su exaltación y continuará para siempre.
7.4.2 - Los seres terrenales
La sumisión del segundo círculo, el de los seres de la tierra, será en cierto modo más progresiva y más amplia. Comenzó en el día de Pentecostés, porque en ese día Pedro testificó que Dios había hecho Señor y Cristo a ese Jesús que los judíos habían crucificado, y que, por gracia, todos los que recibieron este testimonio doblaron realmente la rodilla ante Cristo, y confesaron su autoridad tal como la habían declarado los apóstoles. Así es con cada converso desde ese día en adelante, y así será con todos los que sean sacados de las tinieblas a la maravillosa luz de Dios, hasta el final del día de la gracia. Después del arrebato de la Iglesia, todavía habrá una poderosa obra de gracia como se muestra en Apocalipsis 7, y durante el reinado de 1.000 años se cumplirá la gloriosa predicción del Salmo: «Dominará de mar a mar, y desde el río hasta los confines de la tierra». Los habitantes del desierto se inclinarán ante él, y sus enemigos lamerán el polvo. Los reyes de Tarsis y de las islas le traerán regalos; los reyes de Sabá y de Seba le presentarán regalos. Sí, todos los reyes se inclinarán ante él, «todas las naciones le servirán» (Sal. 72:8-11). Habrá, por lo tanto, durante su glorioso reinado en la tierra, una sumisión universal a sus justas pretensiones de autoridad suprema, de modo que leemos en otro Salmo (66:3): «Por la grandeza de tu poder se someterán a ti tus enemigos» (“se someten a ti –nota: con disimulo”), según la traducción francesa de J.N. Darby de este versículo). Durante este reinado de justicia, el hombre no se atreverá, sean cuales sean los pensamientos de su corazón, a rebelarse contra la autoridad soberana de Cristo, salvo para incurrir en una destrucción instantánea. Por lo tanto, externamente, todos profesarán estar sometidos a su gobierno. ¿No es una delicia contemplar esta perspectiva cuando Cristo, una vez humillado y rechazado, será exaltado universalmente en esta tierra? La escena que una vez fue testigo de su vergüenza e ignominia contemplará entonces su exaltación y gloria, y de millones de corazones brotará la feliz confesión de que se le debe justamente, y cantarán: «Bendito su nombre glorioso para siempre, y toda la tierra sea llena de su gloria. Amén y Amén» (Sal. 72:19).
7.4.3 - Los seres que están debajo de la tierra
En cuanto al último círculo, tenemos menos pasajes positivos para guiarnos, aunque se declara repetidamente que nada ni ningún ser del universo escapará de la sumisión a su autoridad (vean, p.ej., Efe. 1:20-22; 1 Cor. 15:24-28, etc.). El momento en que «los ángeles que no guardaron sus orígenes» sufrirán su destino se afirma positivamente que será en el «juicio del gran día» (Judas 6), y Apocalipsis 20 nos dice que el diablo mismo será arrojado al lago de fuego y azufre inmediatamente antes de que se siente Cristo (a quien se le encomienda todo el juicio, vean Juan 5) en el gran trono blanco, donde todos los muertos, tanto grandes como pequeños, recibirán su retribución eterna. Los demonios no se mencionan allí, pero no hay duda de que están incluidos en el juicio de su líder y jefe. El juicio final, por lo tanto, ya sea de los ángeles caídos o del mismo Satanás, y el juicio de las multitudes de los muertos inconversos (pues solo estos comparecerán ante el gran trono blanco) tendrá lugar al final de todos los caminos de Dios en relación con este mundo. Antes de que comience esta última sesión de juicio, la tierra y el cielo habrán huido del rostro de Aquel que está sentado en el gran trono blanco; porque la escena final del ejercicio de las santas pretensiones de Dios y de su justa autoridad es preparatoria de la introducción de los nuevos cielos y de la nueva tierra donde mora la justicia. Las palabras de Dios sobre la gloria de su amado Hijo, su voluntad de que toda rodilla se doble ante él y toda lengua confiese que es el Señor, se habrán cumplido entonces. Todo el mal habrá sido eliminado; porque entonces Dios habrá enjugado toda lágrima de los ojos de todos sus redimidos, «enjugará toda lágrima de sus ojos; y ya no existirá la muerte, ni duelo, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron» (Apoc. 21:4).
7.5 - El creyente tiene que anticipar la gloria de Cristo
Incluso la exaltación y la gloria de Cristo tendrán un propósito, si nos atrevemos a hablar así. Es como leemos, «para gloria de Dios Padre» (Fil. 2:11). Si sus consejos eternos relativos a Cristo y a sus redimidos brotaron de su corazón, en su cumplimiento y resultado se convertirán en la manifestación de su propia gloria a los ojos de todo el universo. El creyente debe anticiparse a ello, pues la contemplación de este glorioso fin de todos los caminos de Dios llenará su corazón de admiración y adoración, de modo que se verá obligado a exclamar, con las inspiradas palabras del apóstol: «Porque de él, y por medio de él, y para él son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén» (Rom. 11:36). Y también: «A él sea la gloria en la Iglesia en Cristo Jesús, por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén» (Efe. 3:21).
8 - En su nombre
8.1 - El significado de creer a alguien, creer en, creer a
Si se examina, se verá que, en general, hay un doble significado relacionado con esta expresión, uno hacia Dios y otro hacia el hombre. A esto puede añadirse la expresión ligeramente diferente «en su nombre», que es muy apropiado considerar en este capítulo. La palabra «en» (francés “en”) o «en» (francés “dans” no es la habitual para «en» o «a», sino que incluye la noción de movimiento (“hacia” vean nota título 7); unida al hecho de creer, indica el objeto hacia el que se dirige la fe. Esto se entenderá mejor si se explica que en la Escritura hay 3 formas de expresar la fe. Por ejemplo, se dice que Abraham creyó a Dios; también se menciona constantemente en el Evangelio de Juan que se creyó en Cristo (aunque las palabras no siempre se traducen de esa forma); además, se menciona que se creyó en el Señor Jesús, como en Hechos 16:31. Hay una clara diferencia en estas distintas formas de expresión. Creer en una persona es recibir su palabra o testimonio; creer en ella es creer que es digna de confianza; creer en ella es realmente descansar o confiar en el objeto de fe que se ha presentado al alma. Se puede ver, entonces, que creer en el nombre de Cristo es el asentimiento del alma a lo que Él es digno de confianza, y que el nombre de Cristo, la expresión de todo lo que él es, es lo que se proclama en el Evangelio como el objeto para la fe. La recepción de este testimonio, el testimonio de lo que es Cristo, como Señor Jesucristo, es el principio de toda bendición. El derecho a ocupar el lugar de los hijos está relacionado con esto (Juan 1:12), como también el derecho a poseer la vida eterna (Juan 3:15-16). Se llama la atención de los lectores sobre este punto, y se insiste encarecidamente en él, porque sin el conocimiento de esta apertura a toda bendición, es imposible entrar en la consideración de la virtud del nombre de Cristo. El valor de su nombre en la salvación debe ser conocido antes de que pueda ser disfrutado en la presencia de Dios, o usado ante el mundo.
8.2 - Pedir al Padre en el nombre de Jesús – Juan 14:1-14 y 16:23
En Juan 14 leemos: «Todo lo que pidáis en mi nombre, eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pedís en mi nombre, yo lo haré». Como muestran las últimas palabras del versículo 13, es el nombre del Hijo el que se utiliza aquí, más que el de Cristo: esto está de acuerdo con la verdad característica de este Evangelio; pero ilustra de manera aún más sorprendente el punto que estamos presentando. Lo que se nos presenta entonces es que los creyentes tienen la seguridad divina de comparecer ante el Padre en el nombre del Hijo; que estando ellos mismos en esta relación por haber nacido de nuevo, y habiendo recibido el Espíritu de adopción, y habiendo sido así establecidos por la muerte y la resurrección en asociación con Él en su propia relación (Juan 20:17), son ahora libres de entrar en la presencia de su Padre y del Padre de ellos en su bendito nombre. Que el significado de estas palabras se relaciona con el período posterior a su muerte, resurrección y ascensión es evidente por el hecho de que se contempla la presencia del Espíritu Santo (Juan 14:16-17). Cuando llegue ese momento, y no antes, pedirían al Padre en su nombre. Esto explica las expresiones del capítulo 16 (v. 23-24): «En aquel día no me preguntaréis nada. En verdad, en verdad os digo: Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, él os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo». ¿Quién de nosotros ha entrado en toda la vasta profundidad de este pasaje, y su significado? ¿O quién se ha servido de toda la longitud, anchura, altura y profundidad de la gracia inefable de la que se habla aquí?
8.3 - El alcance de «pedir en nombre» del Hijo
Examinemos estas maravillosas indicaciones, y para ayudarnos, preguntemos primero qué significa pedir «en nombre del Hijo». Estar así ante el Padre es estar en el pleno valor de ese nombre, según la propia estimación del Padre, con todo lo que el Hijo reclama del corazón del Padre, y con la autoridad del Hijo para presentar nuestras peticiones. Cuando él mismo, el Hijo encarnado, estuvo junto a la tumba de Lázaro, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has oído. Sabía que siempre me oyes» (Juan 11:41-42). Así que, si pedimos algo en su nombre, siempre seremos escuchados, y esto es precisamente lo que el precioso Señor promete aquí. Habiendo entendido que él nos ha dado esta libertad y privilegio, mientras disfrutamos de la relación que nos ha asegurado con el Padre, hay 2 cosas que hay que averiguar: primero, su necesaria autoridad en relación con las peticiones aquí referidas; segundo, el tema de esas peticiones. La autoridad del Hijo para expresar cualquier deseo especial engendrado en nuestros corazones, solo puede obtenerse en comunión con Sus pensamientos, como nos enseña la Escritura por el Espíritu Santo. De ahí que su objeto solo pueda ser de cosas propias del Hijo. En otras palabras, la seguridad dada de que todo lo que pidamos en su nombre será hecho, no puede referirse a nuestras propias necesidades o deseos personales; sino que supone que los suyos están en comunión con Sus propios deseos, objetos e intereses, de modo que pueden orar por ellos en su nombre y con su autoridad. Porque cuando hemos aprendido, al menos en un pequeño grado, cuáles son los consejos del Padre para la gloria de su amado Hijo, y si hemos dejado de estar ocupados con nosotros mismos, somos libres de ser conducidos al amplio círculo de las cosas del Padre y de las cosas del Hijo (Juan 16:14-15), y de orar por el cumplimiento de todas estas maravillosas palabras de amor. ¡Qué lugar se nos ha dado! ¡Y qué gracia para revestirnos de todo su valor ante el Padre!
8.4 - Hacer todo en el nombre de Cristo, del Señor Jesús
Si por un lado podemos presentarnos ante Dios en el nombre de Cristo, por otro lado, se nos ordena hacer todo, tanto entre los creyentes como en el mundo, en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios y al Padre por medio de él (Col. 3:17). Estas 2 vertientes se presentan constantemente y de todas las maneras en la Escritura. En Juan 17, por ejemplo, después de que el Señor ha puesto a los discípulos en su propia posición ante el Padre, les da su propia posición ante el mundo. Del mismo modo, Pedro enseña (1 Pe. 2) que, si los creyentes son un sacerdocio santo para ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios por medio de Jesucristo, también son un sacerdocio real para proclamar en el mundo las virtudes (excelencias) de Aquel que los llamó de las tinieblas a su luz maravillosa. Esto solo establece la bendita verdad de que el creyente es inseparable de Cristo, tanto ante Dios como ante los hombres, de modo que por la gracia está tan conectado con todo lo que Él es y ha realizado, que entra en el lugar santísimo con todo el valor de Su persona y obra, y pasa por el mundo como su embajador. En efecto, este último término, expresa casi plenamente lo que es actuar en nombre de Cristo, o como en este pasaje de la Escritura, «en el nombre» del Señor Jesús. Actúa en su nombre y bajo su autoridad. Lo que un embajador o plenipotenciario es en relación con su soberano, el cristiano lo es en relación con Cristo. Ha de regirse enteramente por la voluntad del Señor; ha de expresar sus pensamientos con fidelidad, estudiar sus instrucciones y procurar por todos los medios promover sus intereses. Los motivos egoístas, o relacionados con el yo, no tienen cabida en tal misión; el lema del cristiano debe ser el del apóstol Pablo: «Mi vida es Cristo»; Cristo el único motivo y móvil de todas sus actividades.
8.5 - ¿Cómo podemos actuar siempre en nombre de Jesús?
Podemos detenernos ante tal afirmación y exclamar: ¿quién es suficiente para tal misión? (2 Cor. 2:16). Para que nadie se sienta abrumado al pensar en lo que podría considerar su terrible responsabilidad, que recuerde que Aquel que nos envía a actuar en su nombre, nos apoya en nuestra misión con todo su poder. Nadie va a la guerra por cuenta propia (1 Cor. 9:7). De hecho, si su nombre se lleva y se utiliza correctamente, viene acompañado de omnipotencia. Así que cuando los 70 volvieron al Señor, le dijeron: «Señor, hasta los demonios se nos sometía en tu nombre» (no “por tu nombre” como en la versión inglesa autorizada). El Señor respondió: «Mirad, os he dado autoridad para pisar serpientes y escorpiones y sobre todo el poder del enemigo» (Lucas 10:17-19). La misión y el poder para cumplirla están, pues, íntimamente relacionados; solo la fe, la fe en la actividad, es la condición esencial para hacer uso del poder. Es necesario enfatizar seriamente esta verdad en el tiempo presente, si es que va a haber un avivamiento o restauración antes de que el Señor regrese. Está escrito que «todo es posible al que cree» (Marcos 9:23); leemos estas palabras, no las ponemos en duda, y, sin embargo, rara vez pensamos que puedan verificarse en nuestra propia experiencia. Un santo de antaño conocía el secreto cuando escribió: “Señor, dame lo que mandas, y luego manda lo que quieras”. Sigue siendo así, ya que solo por el poder del Señor se puede llevar a la práctica el más pequeño de sus preceptos; mientras que es igualmente cierto que sus mandamientos más grandes son tan fáciles de llevar a cabo como los más pequeños, en la medida en que el poder adecuado está siempre disponible para la fe. Esto se ve en el caso del hombre con la mano seca. ¿Cómo pudo estirar una mano seca y muerta? Creyó, y el poder divino invadió su mano muerta; la extendió, y he aquí que «la mano le fue curada» (Lucas 6:10).
8.6 - Los ejemplos de Pedro y de Pablo
Unas cuantas ilustraciones de la acción en nombre de Cristo ayudarán a comprender plenamente el tema. Tomemos como ejemplo la actividad apostólica en los días de Pentecostés. Cuando Pedro y Juan se encontraron con el paralítico en la puerta del templo que se llama «la Hermosa», Pedro negó expresamente haber actuado por su propia autoridad o poder, diciendo: «¡En el nombre de Jesucristo el Nazareno, levántate y anda!» (Hec. 3:6). Del mismo modo, al espíritu maligno que poseía a la sirvienta que llevaba varios días caminando con ellos, Pablo le ordenó «en el nombre de Jesucristo» que saliera de ella. En ambos casos, actuaron como sus siervos, y actuando por fe, hicieron uso del poder en los milagros hechos. Del mismo modo, cuando el apóstol corregía los desórdenes de los santos en Corinto y Tesalónica, actuaba en el nombre nuestro Señor Jesucristo (1 Cor. 5:4; 2 Tes. 3:6). Estos casos son suficientes para mostrar que, en todo servicio, como en todos los deberes y responsabilidades de la vida diaria, es privilegio del creyente actuar en el nombre de su Señor. De hecho, su verdadera vocación es presentarse ante los hombres como representante de Cristo. Esto aparece de otra forma en un pasaje de la Epístola de Pedro: «Si sois vituperados por el nombre [literalmente: en el nombre] de Cristo, dichosos [sois]» (1 Pe. 4:14). Aquí es evidente que los enemigos de Cristo consideran a los discípulos como aquellos que llevan su nombre, y que se presentan ante el mundo como aquellos que lo representan. Por lo tanto, su enemistad con Cristo se manifiesta en la persecución de los que le siguen. Pero el cristiano nunca puede dejar de lado esta relación con su Señor ausente. Ya sea en la asamblea, en casa, o cuando se mezcla con la gente del mundo, en todas partes y en todo momento, debe recordar que lleva el nombre de Cristo, para actuar en sus intereses, bajo su autoridad y en su nombre.
8.7 - La responsabilidad de actuar en el nombre de Cristo
Repitamos qué inefable privilegio es haber recibido la libertad de acceso ante Dios y los hombres en el nombre de Cristo. Por otra parte, la misma grandeza del privilegio indica el alcance de la responsabilidad. Pues si el nombre de Cristo se nos confía como un estandarte sagrado, ¡qué vigilancia incesante y qué dependencia efectiva se requieren para mantener ese nombre en toda su pureza y preservarlo de toda deshonra! Para animarnos a ser diligentes en esta dirección, podemos recordar lo precioso que es para el corazón de Cristo contemplar a los suyos cuidando celosamente del honor de su nombre. Así leemos en el profeta Malaquías: «Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre» (Mal. 3:16). Estamos en un día en el que la iniquidad y la corrupción abundan entre el pueblo de Dios; pero el remanente piadoso está separado de este mal, y llevado a lazos de santa comunión por su temor piadoso, y su amor al nombre del Señor. Los ojos del Señor están sobre ellos, y en el gozo de su corazón proclama: «Serán para mí especial tesoro… en el día que yo actúe» (v. 17); ese día es el día del juicio que viene, y entonces los pondrá en la casa de sus tesoros, entre sus cosas preciosas. Que anhelemos la aprobación del Señor para cuidar el honor de su inigualable y precioso Nombre.
9 - A causa de su nombre
Hay 2 o 3 expresiones que pueden considerarse en este apartado. A pesar de algunas ligeras diferencias de significado, tienen, en su aplicación práctica, la misma fuerza y propósito. Una podría traducirse «a causa de su nombre», otra «por amor a su nombre», otra «en su nombre». En cada una de estas 3 expresiones, la idea fundamental es el valor de este nombre para el que actúa, soporta o sufre, idea de la que también encontraremos ejemplos, como esperamos ver, en el modo en que Dios actúa en gracia hacia los suyos. Estas palabras: «Tu nombre es como ungüento derramado», ya han sido puestas ante nosotros, y las expresiones que ahora consideraremos ilustrarán también el hecho de que es la fragancia del nombre de Cristo la que deleita tanto el corazón de Dios como el de los suyos. De ahí que leamos, en relación con las bendiciones de su reinado de justicia, por 1.000 años: «Será su nombre para siempre, se perpetuará su nombre mientras dure el sol. Benditas serán en él todas las naciones; lo llamarán bienaventurado» (Sal. 72:17). Sí, en la eternidad cantaremos a la gloria de su nombre sin cesar, como hicimos en la tierra.
9.1 - Perdonados a causa de su nombre
En el primer caso que consideraremos, es el valor, para Dios, de este nombre en el que se basa el ejercicio de su amor en el perdón. Así, el apóstol Juan dice: «Os escribo, hijitos, porque os han sido perdonados los pecados a causa de su nombre» (1 Juan 2:12). Toda la verdad de la gracia está contenida en estas pocas palabras, pues el término «hijitos» abarca a toda la familia de Dios. Aprendemos de este pasaje que, al perdonar los pecados, Dios se basa únicamente en el valor del nombre de su amado Hijo, como aquel que lo glorificó en la tierra y cumplió la obra que le había encomendado. ¡Cuántas ideas falsas se liberarían de las almas ansiosas, si se comprendiera esta simple verdad! Porque entonces, en lugar de cansarse día tras día buscando alguna cosa buena en sí mismos, o algún mérito en el que descansar en la certeza de ser aceptados ante Dios, o alguna prueba indiscutible de su conversión, estas almas comprenderían que, si han de salvarse, solo puede ser en virtud de lo que Cristo es para Dios. Por lo tanto, que todas esas almas reflexionen en oración sobre estas palabras «a causa de su nombre», ya que muestran, sin ninguna duda ni riesgo de error, que la actitud de Dios, hacia todos los que se acercan a Él confesando sus pecados, fluye totalmente de su propia estimación del nombre de la bendita Persona que ahora está sentada a su derecha. ¡Qué Roca sólida e inamovible se ofrece así a nuestras almas!, esa «Fortaleza (Roca) de los siglos», en la que podemos descansar eternamente, en perfecta paz, sin ser molestados por nuestros cambios de sentimiento o experiencia. No dejemos nunca de proclamar esta bendita verdad a las almas víctimas del pecado o del cansancio, pues es la esencia misma de la buena nueva que Dios anuncia a los hombres en este día de gracia.
9.2 - Guiados en el camino a causa de su nombre
Y no solo hemos recibido así el perdón de nuestros pecados, sino que también nuestros pies son guardados, del mismo modo, durante la travesía del desierto. Leemos, por ejemplo, en el Salmo 23: «Confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre» (v. 3). Es decir, Dios ha asumido todo por nosotros sobre la misma base del perdón de nuestros pecados. El motivo de toda su actividad de gracia y amor, su actitud inmutable, su protección y cuidado vigilante, se encuentra en Cristo, no en nosotros. Encontramos benditos ejemplos de esto en el Salmo que acabamos de citar, excepto que aquí el Señor es nuestro Pastor, y actúa más bien según su propio corazón, de acuerdo con la relación que le ha complacido asumir hacia los suyos. Esto es simplemente decir que, si él se ha convertido en nuestro Pastor, él proveerá todas nuestras necesidades, ya sea en nuestra peregrinación o cuando pasemos por el valle de la sombra de la muerte. Pero el versículo citado muestra que es por su propio nombre que mantiene estas relaciones de gracia. Si estamos cansados, sin fuerzas, desanimados o deprimidos, él restaura nuestras almas. Y, porque estamos en constante necesidad de guía, y porque realmente deseamos caminar en sus caminos, pero a menudo somos incapaces de discernirlos, él se ha puesto delante de nosotros, guiándonos en los caminos de la justicia por amor a su nombre. Si, entonces, el nombre de Cristo es tan inefablemente precioso para Dios, y si es el fundamento perfecto de sus caminos hacia nosotros, ¡con qué celo no deberíamos tener comunión con él acerca de ese nombre! Y así, teniendo un pequeño sentido del valor de ese nombre, nuestro gozo sería estar absortos en él, descansar en él cuando nos acercamos a Dios, como él mismo descansa en ese nombre en su trato con nosotros.
9.3 - La dedicación y el valor incansable, a causa de su nombre
La comunión con el corazón de Dios en cuanto al precioso valor del nombre de Cristo es el verdadero secreto de la incansable devoción y del valor de muchos de sus siervos. El apóstol Pablo es quizás un ejemplo especial, aunque no se utilicen las palabras “a causa de su nombre”. En la cárcel, incapaz ya de proclamar su bendito mensaje, esperando constantemente la muerte –pues no ignoraba que en cualquier momento podría ser arrojado a los leones–, su consuelo era saber que Cristo era anunciado, a pesar del carácter mixto de los motivos que inspiraban la actividad de muchos. En esto se alegró, y aún quiso alegrarse. Todo lo que él esperaba y deseaba era estar tan bien guardado y sostenido que Cristo pudiera ser magnificado en su propio cuerpo, Pablo, ya sea por la vida o por la muerte. Absorto como estaba por esta meta, solo podía ver a Cristo en el horizonte de sus pensamientos. Por eso, por amor a Cristo, estaba dispuesto a soportar cualquier cosa, con tal de glorificar su bendito nombre. Del mismo modo, otra Epístola nos habla de creyentes en cuyos corazones el nombre de Cristo estaba tan profundamente grabado que, por su causa, aceptaban de buen grado ser despojados de sus bienes. Otros fueron puestos a prueba con burlas crueles, palizas, ataduras e incluso prisión. Otros, en cambio, fueron condenados a muerte mediante la prueba de la sierra o la espada. Y si alguno escapaba del martirio, tenía que vagar en pieles de oveja o de cabra, en la indigencia, la aflicción y el tormento (vean Hebr. 10 y 11).
9.4 - El sufrimiento por causa de su nombre
Este sufrimiento, que caracteriza la vida de sus discípulos, fue a menudo el tema de la enseñanza de nuestro Señor. Lejos de ocultarles las aflicciones y persecuciones que encontrarían, aprovechó todas las oportunidades para advertirles de lo que tendrían que soportar por causa de su nombre. Así, en el sermón del Monte, dijo: «Bienaventurados sois cuando os injurien y persigan, y digan de vosotros, mintiendo, toda clase de mal por mi causa» (Mat. 5:11), y otra vez: «Entonces os entregarán a la tribulación y os matarán; y seréis aborrecidos por todas las naciones a causa de mi nombre» (Mat. 24:9); y otra vez: «Si me han perseguido a mí, también os perseguirán» (Juan 15:20); «llegará la hora en que cualquiera que os mate creerá presentar una ofrenda a Dios» (Juan 16:2). Esto es lo que ocurrió, pues Pablo, citando un Salmo, dice: «Por tu causa somos muertos todos los días; somos contados como ovejas de matadero» (Rom. 8:36). Pero si nuestro amado Señor nos advirtió de las consecuencias de confesar su nombre, también nos dio el apoyo y el consuelo que necesitábamos. Sobre él, en su paso por este mundo, está escrito que por el gozo que le fue propuesto soportó la cruz, despreciando la vergüenza (Hebr. 12:2), y para nuestro estímulo nos dejó estas palabras: «Todo aquel que dejó casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mi nombre, recibirá mucho más, y heredará la vida eterna» (Mat. 19:29).
Sufrir con Cristo es, en cierta medida, una necesidad si somos hijos de Dios; pero sufrir por Cristo es un privilegio que surge de la fidelidad a su servicio. Como ejemplo, consideremos los casos de Pedro y Juan. Llevados ante el Sanedrín, se les prohibió hablar y enseñar en nombre de Jesús. Pero, obedeciendo a Dios antes que a los hombres, continuaron su bendita obra. Cuando fueron arrestados de nuevo, después de ser liberados milagrosamente de la prisión, fueron golpeados y se les ordenó no hablar en el nombre de Jesús. ¿Estaban desanimados, o derrotados, por lo que habían soportado? No, en absoluto. Se retiraron del Sanedrín «gozosos de haber sido estimados dignos de padecer afrentas por causa del Nombre» (Hec. 5:40-41). ¿Cuál es el secreto de esta victoria sobre la vergüenza y el sufrimiento? Es el precio que el Señor tiene para los corazones de los suyos, la seguridad de su presencia con ellos, la certeza de que incluso la muerte no es más que el camino de la vida hacia su presencia eterna. Si, por nosotros, se hizo pobre para que con su pobreza nos enriqueciéramos, ¿qué maravilla si, por gracia, aprendemos como Moisés a estimar «por mayor riqueza el vituperio de Cristo que los tesoros de Egipto» (Hebr. 11:26), a soportar la persecución y la pérdida de todas las cosas de aquí abajo a causa de su nombre?
9.5 - Sostenidos en el servicio por la perfecta suficiencia de su Nombre
Consideremos otro ejemplo del poder del nombre de Cristo. En la Tercera Epístola de Juan, se menciona a ciertos hombres que «a causa del Nombre (o: por causa de Su nombre) salieron, sin recibir nada de los gentiles» (v. 7). La frase «por el nombre (o: por causa de Su nombre)», en este versículo es exactamente la misma expresión que usaron Pedro y Juan en Hechos 5:42. Deducimos que fue el valor del nombre de Cristo para sus corazones lo que hizo que estos últimos se regocijaran en el sufrimiento, y los primeros a nada recibir del mundo por su servicio. Habría sido bueno que la Iglesia de Dios siguiera el ejemplo de todos estos devotos siervos. Nada ha corrompido tanto al cristianismo como aceptar la ayuda del mundo para lograr mejor sus metas. Antes de ser crucificado, el Señor dijo a sus discípulos: «Cuando os envié sin bolsa, alforja y sandalias, ¿os faltó algo? Y ellos dijeron: Nada» (Lucas 22:35). ¿Acaso su cuidado por sus siervos, ahora que está glorificado a la diestra de Dios, es menos tierno que antes? Un noble ejército de devotos siervos en todo el mundo puede atestiguar con gozo que a ellos también, aunque sin ninguna ayuda humana asegurada o mundana, nunca les ha faltado nada. Y sería el amanecer de una renovación en el servicio cristiano, especialmente en el de las misiones, si los que se dedican a ello lo hicieran con la misma sencillez de fe en la perfecta suficiencia del Nombre de su Señor. Que en los últimos días de la historia de la Iglesia en la tierra se levanten muchos verdaderos siervos y sean enviados a la mies por el mismo Señor de la mies, hombres en cuyos corazones el nombre de Cristo es tan precioso que encuentran en él su único motivo, su único estímulo para su celo y la abundante garantía de poder depender totalmente de él para todo el apoyo que necesitan.
Los lectores encontrarán mucha edificación a buscar otros casos similares en las Escrituras. Nuestra oración es esta: que todos los que se animen a hacerlo, al leer lo que se ha escrito, encuentren que sus corazones se inclinan cada vez más a adorar y alabar a nuestro querido Señor y Salvador y que, durante su futura vida, su único y más profundo deseo sea dar gloria a este precioso Nombre.
10 - Para su nombre
[5] Nota Bibliquest: «Para su nombre» aquí se traduce «A su nombre» y no “por su nombre” o “por su causa”. Hemos mantenido las preposiciones, en la medida de lo posible, tal y como las utilizó el autor, y no siempre según la versión bíblica de J.N. Darby.
10.1 - Volver a la Escritura para estar preservado del error
Si la palabra «nombre» aplicada a nuestro precioso Señor y Salvador expresa todo lo que él es, no será sorprendente encontrarlo presentado ante nosotros en tantas formas y aspectos diferentes. En efecto, la explicación de esto la proporciona la conexión obligatoria entre la Palabra viva y la Palabra escrita, en la medida en que la Palabra escrita contiene la revelación de la Palabra viva. De ello se desprende que cuanto más tengamos a Cristo mismo ante nosotros al leer la Escritura, más plenamente estaremos en la mente del Espíritu Santo, y mejor preparados estaremos para discernir los rayos de su gloria que brillan en cada página. Considerar la Escritura como manifestación de Cristo y de Dios revelado en Cristo, es el medio seguro de estar preservado del error, y es el antídoto contra las modernas enseñanzas racionalistas; al mismo tiempo, tiende a producir la reverencia y la adoración en el alma, sin las cuales es imposible recibir las comunicaciones divinas en ella. Nunca se insistirá demasiado en este punto, y se recomienda encarecidamente a la atención de los lectores.
10.2 - ¿Debemos traducir: «Bautizar por (o para) el nombre»?
Para considerar ahora la expresión «para su nombre», nos proponemos seleccionar 2 o 3 ejemplos de su uso para ilustrar su significado y poner de manifiesto cómo, en cada caso, enfatiza la persona de nuestro precioso Señor, ya sea como conductor, objeto o centro. Tomemos en primer lugar la expresión «bautizados en el nombre del Señor Jesús» (Hec. 8:16; 19:5). En el original son las palabras «en el nombre del Señor Jesús», pero que solo pueden ser correctamente traducidas como «por el nombre…». Para demostrarlo, podemos ver esta expresión en otros pasajes donde se encuentra. En Hechos 19:3 el apóstol dice: «¿En qué fuisteis bautizados?», o literalmente “¿para qué fuisteis bautizados?” y la respuesta dada es «en el bautismo de Juan», o literalmente «para el bautismo de Juan». Del mismo modo, en 1 Corintios 10:2 leemos que «todos en Moisés fueron bautizados» (se utiliza la misma palabra εις). En los 2 pasajes citados, por tanto, es efectivamente la expresión «para el nombre» la que debe usarse, y no «en el nombre», especialmente porque la expresión «en el nombre» (bautizados en el nombre del Señor Jesús) se encuentra en otro lugar (Hec. 10:48), siendo el significado, como ya se ha explicado, que los que bautizaron a Cornelio, y los que escucharon la Palabra con él, actuaron bajo la dirección de Pedro, en nombre y bajo la autoridad del Señor.
10.3 - El significado de «ser bautizado para»
Una vez dilucidada la fuerza de la palabra, veamos un poco el significado de esta palabra «para». Es difícilmente discutible que ser bautizado para Moisés de 1 Corintios 10 implica poner al pueblo en asociación con Moisés como si estuviera bajo su autoridad. Del mismo modo, estar bautizado para el nombre del Señor Jesús lleva a los bautizados al campo donde domina su autoridad, y a la compañía de los que reconocen esa autoridad. El nombre del Señor, en este contexto, expresa entonces que Cristo está exaltado y glorificado como Señor; y los bautizados lo confiesan como tal y reconocen su derecho y autoridad sobre ellos. Esta no es toda la verdad del bautismo, pues Pablo enseña que todos los que fueron bautizados en Cristo Jesús fueron bautizados en su muerte. Pero no trataremos este tema aquí, deseando limitarnos al pasaje de la Escritura que tenemos ante nosotros, y llamar la atención sobre su significado. En definitiva, su importancia radica en la absoluta autoridad de Cristo como Señor, y en la responsabilidad de los bautizados de confesarlo. En un día de mera profesión y decadencia, es bueno preguntarse si las almas que han sido llevadas al campo de la cristiandad son conscientes de las responsabilidades que han asumido. Seguramente el Señor también podría decir de muchos hoy: «¿Por qué me llamáis: ¡Señor, Señor!, y no hacéis lo que yo digo?» (Lucas 6:46). Porque nunca ha habido una época en la que haya prevalecido más el espíritu de desprenderse de toda restricción, a menudo en combinación con la confesión del nombre y la autoridad de Cristo. Si el primer deber de un soldado es incuestionablemente la obediencia, ciertamente el cristiano debe estar siempre marcado ante este mundo por la sumisión incondicional a la autoridad de su Señor tal como se expresa en su Palabra, y por su incansable celo y devoción para sostener el honor de su precioso nombre. «Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder» (Sal. 110:3).
10.4 - El amor mostrado para su nombre – Hebreos 6:10
Otro uso de la misma frase «para su nombre» se encuentra en Hebreos 6:10. Allí leemos: «Porque Dios no es injusto para olvidarse de vuestra obra y del amor que mostrasteis hacia su nombre, habiendo servido a los santos, y sirviéndoles [aún]». En muchos sentidos, este es un pasaje muy notable por las preciosas verdades que contiene. Se observará que se refiere aquí al nombre de Dios; porque Cristo, en esta Epístola, es visto como el Sumo Sacerdote a la derecha de Dios, representando a su pueblo e intercediendo por él. Pero es el nombre de Dios revelado en Cristo, pues en el capítulo 1 la Escritura se dirige al Hijo como Dios. Siendo así, tenemos que indagar en el significado de las palabras «por (o para) su nombre» en este pasaje. En primer lugar, está claro que el apóstol se refiere al servicio a los santos. Estos creyentes hebreos habían hecho el bien y habían compartido sus bienes con los santos necesitados, pues habían comprendido la verdad de que Dios se deleita en tales sacrificios (Hebr. 13:16). Al ocuparse de estos cuidados, con verdadero amor fraternal, de las necesidades de los santos de Dios, estaban mostrando amor para su nombre, dice el apóstol.
10.5 - El Señor considera que lo que se hace por sus santos es como hecho a él
Pero esto requiere un poco más de explicación. Hay que recordar que nuestro precioso Señor se identifica plenamente con su pueblo, y que su nombre es invocado sobre él, y que tiene el encargo de llevarlo y mantener su honor ante los hombres. Por lo tanto, recibir a un cristiano en el nombre de Cristo es recibir a Cristo mismo; y, además, recibir a Cristo es recibir al que lo envió. Dios se identifica así con Cristo (no hablamos ahora de su unidad esencial), y Cristo se hace uno con su pueblo. Pasando entonces al otro lado, se comprenderá de inmediato que todo servicio a los suyos, es amor mostrado por su nombre. Él mismo lo explicó con palabras inolvidables: «En cuanto lo hicisteis a uno de los más pequeños de estos mis hermanos, a mí me lo hicisteis» (Mat. 25:40). En un sentido más profundo, también pudo decir al que había sido el más acérrimo e implacable enemigo suyo: «¿Por qué me persigues?» (Hec. 9). Qué precioso estímulo es recordar en todo momento que el Señor considera que lo que se hace por sus santos se hace a él. Y ahí radica el secreto de todo verdadero servicio entre su pueblo. Si ellos (es decir los santos), son nuestro objeto, cualquiera que sea el beneficio que obtengan de este servicio no es como el Señor lo quiso. En tal caso puede haber amor fraternal en ejercicio, o al menos lo que parece, pero falta lo que debería ser su fuente divina, Cristo mismo. Impregnarse de esta verdad, produce una devoción incansable e incesante.
10.6 - Mateo 18:19-20 – Contexto del pasaje
Otro ejemplo se encuentra en Mateo 18. Damos el pasaje completo:
«Otra vez os digo que, si dos de vosotros estáis de acuerdo en la tierra sobre cualquier cosa que pidáis, les será concedido por mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres se hallan reunidos a mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mat. 18:19-20). Las palabras «en [o a] [6] mi nombre», es decir, por mi nombre. Para entender la bendita instrucción de este pasaje de la Escritura, hay que tener en cuenta que el capítulo supone que Cristo ha sido rechazado y está ausente, y que la gloria del capítulo 17 aún no ha llegado. Pasa por encima del capítulo 17 para relacionarlo con el capítulo 16; la razón es que trata de los 2 temas tratados en el capítulo 16, la Iglesia y el reino, que han de ocupar el lugar de Cristo en la tierra durante el tiempo de su ausencia y sentado a la diestra de Dios, donde permanecerá hasta que sus enemigos sean puestos como escabel de sus pies (Sal. 110). También puede señalarse, en relación con la mención de la Asamblea en este capítulo, los recursos ofrecidos para 3 cosas: primero, la cuestión de las ofensas a un hermano; segundo, la administración de la disciplina, atando y desatando, con la ratificación divina cuando las cosas se hacen según Dios; y finalmente, lo que nos concierne más directamente en este artículo, la condición de la oración contestada.
[6] Nota: La preposición griega indica un centro dinámico de reunión.
10.7 - Las pruebas para la presencia del Señor en la Asamblea
Los lectores notarán que el versículo 19 comienza con una instrucción adicional introducida por las palabras: «Otra vez os digo», etc… aunque no hay duda de que la compañía de «dos de vosotros» o «dos o tres» se refiere a la Asamblea del versículo 17. Lo que se añade es la enseñanza relativa a la concordancia en la oración, más que lo que pertenece a la Iglesia, excepto, ciertamente, la revelación de la maravillosa gracia que asocia la presencia del Señor y la unión en la oración con cualquier grupo de 2 o 3 reunidos en [por] su nombre. Una vez entendido esto, podemos decir que el punto esencial es que, como el «nombre» expresa la verdad de la Persona, el Señor mismo debe ser el Centro y el Objeto de la reunión. Pero hay que recordar entonces que su nombre completo en esta relación es «el Señor Jesucristo». Su nombre, como tal, habla por tanto de su autoridad, de su Persona y de su obra. Por lo tanto, la reunión debe estar bajo su autoridad y sujeta a esa autoridad, y también tiene que sostener las verdades de su Persona y de su obra. Que el poder de reunión es el Espíritu Santo es evidente por el hecho de que él está aquí para glorificar a Cristo; siendo así, él no pone su sanción en ninguna asamblea donde no se reconozca la supremacía del nombre de Cristo, y donde pueda haber indiferencia a las glorias de su Persona o al carácter de la expiación hecha en la cruz. Cualquier grupo que afirme estar reunido en [por] su nombre debe cumplir estas pruebas.
10.8 - Los efectos de la presencia del Señor en la Asamblea
Esta es la condición que el mismo Señor estableció para su presencia: «Donde dos o tres se hallan reunidos a mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». No es “yo seré”, sino «estoy yo»; y aprendemos entonces que reunirse de esta manera –para su nombre– da la seguridad de su presencia. La realización de esta presencia puede depender del estado de nuestra alma, y necesariamente lo hace; pero la presencia del Señor es un hecho ligado a una condición que se cumple. ¡Qué gracia! ¡Qué fuente de bendición y poder en medio de los suyos! Se da un ejemplo de esto; pues nos dice que él mismo, presente en medio de sus santos reunidos de esta manera, es el poder para producir el acuerdo en la oración, y la seguridad de que el Padre responderá a cada una de esas oraciones. ¡Qué lugar se le da, en cuanto al carácter de nuestras reuniones, a los ejercicios del corazón, y qué llamado se nos hace a examinar nuestro estado individual del alma, aunque estemos realmente reunidos por su nombre! Una de las asechanzas de Satanás es llevarnos a dar por sentado las cosas; la manera de evitar estas asechanzas es estar constantemente ante Dios, deseando que todo lo relacionado con nosotros y nuestras asociaciones esté expuesto a la luz de su presencia, y que todo sea probado por su Palabra, que no puede estar criticada.
11 - Tiene un nombre escrito… y su nombre se llama «El Verbo de Dios» (Apoc. 19:12-13)
11.1 - Una escena de juicio
Solo después de comprender que el Apocalipsis es un libro de juicio, estamos en condiciones de descubrir los aspectos inusuales en que se presenta aquí a nuestro amado Señor. En el capítulo 1 lo vemos ejerciendo su juicio en medio de las 7 lámparas de oro, de tal manera que el propio discípulo amado cayó a sus pies como muerto. Aquí también, aunque ahora en relación con el mundo, se presenta como juez, con la misma expresión, «ojos como llama de fuego». En este pasaje se dice expresamente que «con justicia juzga» (v. 11). Este es el mismo Jesús que una vez se sentó humildemente junto al pozo en Samaria, que ahora, después de permanecer mucho tiempo a la diestra de Dios, regresa a este mundo que lo rechazó y crucificó para vindicar sus derechos y establecer su trono, y así glorificar a Dios realizando todo lo que es en su justo gobierno. Todas las cosas han de estarle sometidas, y en su súbita aparición a través del cielo abierto le vemos entrar en la herencia que le corresponde, para someterla y poseerla.
11.2 - Después de las bodas, el fin de la paciencia de Cristo
Antes de considerar el significado de los nombres mencionados aquí, puede ser útil observar el contexto. En la primera parte del capítulo se describen algunos acontecimientos muy importantes sobre cómo actúa Dios. Todo el cielo resuena con alabanzas cuando el gran corruptor de la tierra es objeto del justo juicio de Dios. Entonces es la celebración de las bodas del Cordero para las que su esposa se ha preparado, vestida por la gracia con lino fino brillante y puro, que «son las justicias de los santos». En Efesios 5 tenemos la presentación íntima de la esposa al Esposo, «gloriosa, que no tenga mancha, ni arruga, ni nada semejante, sino santa e inmaculada» (v. 27). Aquí se trata más bien de la boda pública, a la que pueden estar invitados, y con la que todas las huestes celestiales pueden tener comunión. Esto marca el final del tiempo de la paciencia de Jesucristo, pero si está a punto de ser exaltado en esta escena donde antes había conocido la vergüenza y la humillación, compartirá la gloria de su trono con su amada esposa.
11.3 - Los cielos abiertos
Esta es la cuarta vez que se menciona el «cielo abierto o los cielos abiertos» en el Nuevo Testamento. La primera vez fue en el bautismo de Jesús por Juan: «He aquí que los cielos se abrieron, y vio al Espíritu de Dios que bajaba como paloma y venía sobre él. Y he aquí una voz de los cielos que decía: Este es mi amado Hijo, en quien tengo complacencia» (Mat. 3:16-17). El humilde Jesús, cumpliendo toda justicia, e identificándose con su pueblo pobre y afligido –los santos de la tierra y los excelentes, en los que encontró toda su complacencia– es visto aquí como el Objeto del corazón de su Dios. En otra ocasión, él mismo se dirige a Natanael diciendo: «En adelante veréis abierto el cielo y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre» (Juan 1:51). Aquí abajo –en este tiempo, pero también en un tiempo venidero– entendemos que él es el objeto del ministerio de los ángeles. En la muerte de Esteban, es el tercer caso así descrito: «Mirad, veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios» (Hec. 7:56). El objeto del corazón de Dios se ha convertido ahora en el del creyente que, por gracia, se ha asociado así con Dios en el gozo que él mismo encontró en su amado Hijo. Y ahora, finalmente [7], los cielos se abren para que el Hijo del hombre, como hemos visto, aparezca en juicio y guerra.
[7] Nota Bibliquest: vean también Hechos 10:11 y Apocalipsis 4:1.
11.4 - El nombre escrito que nadie conoce
Después de la descripción de su persona, se dice: «Tiene un nombre escrito que nadie conoce, excepto él». Es sorprendente que se haga la siguiente observación en este lugar en particular: «Sus ojos son una llama de fuego, y en su cabeza hay muchas diademas», e inmediatamente, incluso antes de que se diga que estaba «vestido con una ropa teñida en sangre» (vean Apoc. 19:12-13), se menciona este «nombre escrito que nadie conoce», un nombre secreto y escrito. Debe haber una razón para esto. Como explicación, nos tomaremos la libertad de citar estas palabras de otro: “Pero, aunque así se reveló como un hombre, tenía una gloria que ningún hombre podía comprender”, y el autor añade en una nota: “Así fue con respecto a su persona y su servicio. Nadie conoció al Hijo sino el Padre. Este era el secreto de su rechazo. Eso es lo que él era, y necesariamente lo era en el mundo. Pero el mundo, bajo la influencia de Satanás, no lo quería. En su humillación, su gloria divina se mantuvo en las profundidades insondables de su persona. En nuestro pasaje se revela en la gloria, pero aún queda lo que ningún hombre podría descifrar: su propia persona y naturaleza… Lo conocemos como la revelación de Dios en gracia o poder para que Dios sea conocido. Pero su persona como Hijo permanece siempre inescrutable. Su nombre está escrito, para que sepamos que no puede ser conocido: no es desconocido, sino inescrutable”. Tan importantes pensamientos merecen una seria meditación por parte de nuestros lectores, pues nos recuerdan, para nuestro bien, que la Persona del Hijo es inescrutable.
11.5 - Su nombre se llama: «El Verbo de Dios»
En primer lugar, se menciona el nombre escrito, desconocido para todos menos para su divino Poseedor. Luego, en relación con la «ropa teñida de sangre», se dice: «Y su nombre es el Verbo de Dios» (Apoc. 19:13). Esto debe distinguirse claramente de lo que se dice en el primer versículo del Evangelio según Juan. Si «el Verbo» que estaba con Dios, y que era Dios, se toma como un título divino, no puede significar nada menos que esto, como alguien ha dicho bien: “Él no es solo, sino que es la expresión de toda la mente que habita en Dios”, y esto absolutamente en cuanto a todo lo que Dios es. Pero en nuestro pasaje, si el «Verbo de Dios» es realmente la revelación de lo que Dios es, lo es solo en un aspecto y carácter particular. Los propios detalles de su aparición desde el cielo, sentado en un caballo blanco, lo dejan claro. Ni una palabra de ternura, gracia o afecto. «Él [se llamaba] Fiel y Verdadero; y con justicia juzga y hace la guerra. Sus ojos son una llama de fuego… iba vestido con una ropa teñida en sangre…». Todo habla de un juicio santo y despiadado, el de un Dios de justicia, como dice el versículo 15: «Y pisa el lagar del furor de la ira de Dios, el Todopoderoso». Es de todo esto, de Dios así presentado, que Cristo –como Palabra de Dios– es la revelación. En los Evangelios, por ejemplo, Cristo es ciertamente siempre Dios manifestado en carne, a veces en poder, a veces en gracia, a veces en luz, a veces en amor. Pero, en cualquier caso, siempre expresó lo divino, nunca menos que todo lo que Dios es.
11.6 - Rey de reyes, y Señor de señores
Se da otro nombre. En el versículo 16 dice: «Sobre el manto y sobre su muslo tiene un nombre escrito: Rey de reyes y Señor de señores». El contexto explica de inmediato la fuerza de este título, mostrando que, en armonía con todo el libro, se refiere a la tierra. En el versículo anterior se nos dice que él herirá a las naciones y las apacentará con una vara de hierro. Ahora el nombre, o título, que estamos considerando indica que es por esto que nuestro Señor establecerá su trono y gobierno universal sobre la tierra. Ya exaltado a la diestra de Dios, le están sometidos «ángeles, autoridades y potestades» (1 Pe. 3:22), también será exaltado en este mundo en el día del que habla nuestro pasaje, cuando «su señorío será de mar a mar, y desde el río hasta los fines de la tierra» (Zac. 9:10). Entonces se cumplirá la promesa: «Yo también le pondré por primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra» (Sal. 89:27).
Como prueba del deleite que el Espíritu de Dios encuentra en llamar nuestra atención sobre la gloria venidera de Cristo en este mundo, recordemos que esta es la tercera vez que se menciona en este libro. Al principio, cuando Juan se dirige a las 7 asambleas, leemos: «Y de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de los muertos y el soberano de los reyes de la tierra» (Apoc. 1:5). Este es el pasado de nuestro glorioso Señor, lo que fue aquí en la tierra como el Testigo fiel. Es también el presente, lo que él es como resucitado de entre los muertos, y es el futuro, lo que será cuando se haya revestido de su gran poder y todos los grandes de este mundo le rindan homenaje, postrados a sus pies como ante su Señor de todo. En el capítulo 11 es el mismo período bendito. Cuando el séptimo ángel tocó la trompeta, «hubo grandes voces en el cielo, que decían: El reino del mundo de nuestro SEÑOR y de su Cristo ha llegado; y reinará por los siglos de los siglos» (11:15). En la actualidad, «toda la creación gime a una, y a una sufre» (Rom. 8:22), pero en aquel día, «la misma creación sea liberada de la servidumbre de corrupción, para [gozar] de la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (v. 21). Y cuando el Rey de justicia reine sobre todas las naciones de la tierra, el fruto de esa justicia será la paz, y sus efectos serán la tranquilidad y la seguridad para siempre.
11.7 - Esperando el arrebato, esperando la aparición
Tal es el bendito futuro que le espera a la tierra. Pero antes de que eso ocurra, todos los creyentes de nuestro tiempo habrán sido arrebatados juntos en las nubes para encontrarse con el Señor en el aire (1 Tes. 4:17). Las bodas del Cordero, como hemos visto en nuestro capítulo, preceden a la aparición del Señor. La esperanza de la Iglesia, por tanto, es el regreso del Señor para reunir a los suyos. Y esto es lo que esperan cada día, en comunión con su corazón. Estar con él será la consumación de su gozo, porque el gozo que él mismo experimentará al presentarse a su esposa, será el gozo que llenará sus corazones y se desbordará en alabanza eterna a sus pies. Pero su visión no se limita a esta perspectiva, por muy gloriosa que sea, pues lo que también esperan con todo su corazón es su aparición en la gloria, no porque, por la gracia de su Dios, vayan a aparecer en la misma gloria que él mismo, sino porque habrá llegado el momento en que su Señor, una vez rechazado y crucificado, será públicamente exaltado en su trono como Rey de reyes y Señor de señores.
12 - Tenían «el nombre de él y… de su Padre escrito en sus frentes» (Apoc. 14:1 y 22:4)
12.1 - Los 144.000 del capítulo 14 en el monte Sion
Esta es la última vez que encontramos esta expresión: «Su Nombre», y está en conexión con los santos glorificados. Sin embargo, nos está presentado otro grupo de santos que también lleva esta marca distintiva con, además, «el nombre de su Padre» (Apoc. 14:1). Comencemos con este segundo grupo de santos que nos está presentado; son 144.000, con el Cordero de pie en el monte Sion, «tenían el nombre y él y el nombre de su Padre escrito en sus frentes» (Apoc. 14:1). El contexto muestra que estos santos ocupan un lugar especialmente bendito, pues se dice expresamente que «siguen al Cordero dondequiera que va» (v. 4). Si buscamos saber quiénes son, nos ayudará a entender la importancia de este nombre escrito en sus frentes.
Está muy claro que se trata de santos terrenales, no celestiales. En el capítulo anterior, vimos el terrible poder de Satanás encarnado en el poder y la autoridad de la primera Bestia, y ejercido por la segunda Bestia que es el hombre de pecado: el Anticristo. Es esta encarnación del mal la que exigirá a todos los que vivan dentro de la esfera de su autoridad que reciban una marca en su mano derecha o en la frente que indique su sumisión a la Bestia. Podría pensarse que habría un triunfo completo del mal, pero el comienzo del capítulo 14 nos revela una multitud de redimidos en la tierra durante el reinado del mal desenfrenado, y esta multitud está asociada con las glorias del Cordero en la misma sede de su reino terrenal. Recordando que es en Jerusalén donde el Anticristo ejercerá su indiscutible poder, es evidente que esta multitud que rodea al Cordero en el monte Sion está compuesta por santos judíos –santos que, sean cuales sean sus sufrimientos, han salido victoriosos del horno de fuego de la angustia de Jacob, ese período de gran tribulación como nunca se ha visto, ni se verá jamás.
Pero no basta con decir que son santos judíos, pues se menciona otro grupo de 144.000 en el capítulo 7, compuesto por 12.000 de cada tribu. Estos representaban el número simbólico de los elegidos de todo Israel. Pero no olvidemos que los de nuestro capítulo 14 son los redimidos de la esfera de actividad del Anticristo. Por lo tanto, como en ese momento solo las 2 tribus estarán en la tierra, este es otro número simbólico que representa a los que han sido preservados, por gracia, de ceder a las pretensiones y amenazas del Anticristo y estar contaminados moralmente por ellos. Son, de hecho, los fieles de Judá y Benjamín, que ahora disfrutan de su gloriosa recompensa de ser compañeros del exaltado Cordero en el reino. Su mismo número (vean el cap. 7), 12 veces 12, sugiere la máxima perfección en la administración gubernamental, de ahí el reino perfecto del Mesías. Es una escena de gozo y de bendición sin nubes –a brillante promesa de la culminación de todos los caminos de Dios en el gobierno y la gracia– que se nos permite contemplar antes de que se desate la terrible tormenta del juicio sobre un pueblo apóstata y un mundo rebelde.
Preguntémonos ahora qué significa que su nombre y el de su Padre estén escritos en cada frente de esta bendita asamblea. De este hecho se desprenden 2 cosas distintas. La primera contrasta con el capítulo anterior donde leemos, como ya hemos visto, que los hombres generalmente reciben la marca de la Bestia «sobre su mano derecha, o sobre su frente» (Apoc. 13:16) como muestra de su aceptación de su dominio satánico, y esta marca conferirá ciertos derechos y privilegios en el reino de la Bestia. Asimismo, el hecho de tener el nombre del Cordero escrito en sus frentes proclama que estos redimidos, las «primicias para Dios y para el Cordero» (Apoc. 14:4), pertenecen a su glorioso Mesías, y que han permanecido fieles a él a través de los inauditos sufrimientos de los oscuros días de persecución por los que habrán pasado. Odiados entonces, tal vez incluso martirizados, ahora son reconocidos y honrados públicamente con marcas especiales de favor y aprobación de Aquel por cuya causa habrán sufrido, tal vez hasta la muerte [8]. Además, tienen el nombre de su Padre, pues “al confesar abiertamente a Dios y al Cordero han sido testigos, y han sufrido como el propio Cristo sufrió en su vida al confesar a Dios, su Padre”.
[8] No se revela si murieron o permanecieron vivos después de pasar por la tribulación. Hay indicaciones, como en Apocalipsis 14:5, de que fueron resucitados o «cambiados» y están en estado de resurrección.
12.2 - En la Jerusalén celestial de Apocalipsis 22:1-5
He aquí otra escena: la que acabamos de considerar tiene lugar en la tierra, en el monte Sion, mientras que esta tiene lugar en la Jerusalén celestial. Es cierto que la ciudad santa se presenta en relación con la tierra milenaria, pues se dice que las hojas del árbol de la vida son para la curación de las naciones. Pero cuando llegamos a la descripción de la bendición de sus habitantes en su aspecto positivo, esta ciudad es necesariamente eterna. Notemos que el estado eterno, tal como se describe en el capítulo 21:1-5, se ve bajo el signo del alivio («y ya no existirá la muerte, ni duelo, ni clamor, ni dolor»), y que en la ciudad santa vemos más bien lo que se posee y disfruta realmente. Pero no olvidemos que esta no es la Casa del Padre, por lo que, según el carácter de todo el libro, sigue siendo una cuestión de gobierno (vean el v. 3), de ahí que los redimidos estén considerados aquí como esclavos. Vale la pena señalar estas distinciones, que nos recuerdan que todos los aspectos de la felicidad de los redimidos deben ser bien considerados –y en el orden correcto, y en combinación– para poder captar algo de lo que Dios tiene reservado para los suyos, cuando se cumplan sus propósitos.
3 cosas, entonces, caracterizan la condición de los habitantes del cielo: «Sus siervos lo servirán. Verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes» (Apoc. 22:3-4). Se podría pensar que le habían servido en la tierra, e incluso muchos con devoción, según el apóstol Pablo, que podía decir: «Ningún caso hago de mi vida, ni la tengo por valiosa, con tal de que acabe mi carrera y el servicio que recibí del Señor Jesús: Anunciar el Evangelio de la gracia de Dios» (Hec. 20:24). Pero a pesar de la perseverancia, la energía espiritual y los ojos sencillos que tuvieron Pablo y muchos otros mientras estuvieron en la tierra, su servicio nunca fue perfecto. Solo uno, el Siervo perfecto, pudo decir: «Hago siempre lo que las cosas que le agradan» (lo que agrada al Padre; 8:29). En el cielo, en la nueva Jerusalén, todos los que forman parte de la innumerable multitud de redimidos cumplirán la voluntad de Dios de forma plena y perfecta. Cuando dice: «Sus siervos lo servirán», significa que le servirán según la perfección de los pensamientos de Dios. Además, verán su rostro; disfrutarán de la intimidad de su presencia sin reservas, pues entonces, como el propio Cristo, lo verán tal como es, y podrán disfrutar de esa maravillosa visión que será la fuente de todo su deleite y gozo eterno.
12.3 - El nombre en sus frentes (Apoc. 22:4)
Por último, volviendo a nuestro tema, «Su nombre estará en sus frentes» (Apoc. 22:4). Ya se ha demostrado el significado principal del nombre que se lleva en la frente, que es, por así decirlo, una indicación de propiedad. Los que la tienen se distinguen así de los demás por pertenecer a Cristo. Esto significa mucho, pues ser suyo es, de hecho, toda una bendición eterna, ya que nos asocia con él para siempre, tanto aquí como en el cielo. Sin embargo, hay otro pensamiento. En el capítulo 14 el nombre estará «escrito en sus frentes» (v. 1), mientras que aquí simplemente se dice que está allí. Concluimos que la característica dominante aquí es la conformidad moral con Aquel cuyo nombre llevan. Como hemos comentado a menudo en estas páginas, el «nombre» expresa la verdad en cuanto a la Persona; de ahí que deduzcamos aquí que en la frente de todo redimido se lee una completa semejanza con Cristo. Que todos los creyentes serán, un día, conformados a la imagen del Hijo de Dios, lo aprendemos de otro pasaje de la Escritura (Rom. 8:29). Aquí se nos permite ver el hecho ya consumado. Digamos qué gozo será para el propio Señor cuando contemple la innumerable multitud de sus santos glorificados, su propia semejanza brillando en el rostro de cada uno de los redimidos, él mismo reflejado allí. Esto nos ayuda a entender mejor las palabras del profeta: «Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho» (Is. 53:11). Entonces, efectivamente, Cristo llenará la escena. Las cosas viejas pasarán para siempre, y todas serán hechas nuevas (vean 2 Cor. 5:17). Entonces Cristo será todo para todos los suyos, en la realidad y no solo en la fe como hoy, y lo verán sin nube. ¡A él sea la alabanza, ahora y siempre!
13 - «Tú habitas» (Sal. 102 y Hebr. 1:11)
13.1 - Transformados de gloria en gloria al contemplar al Señor
A lo largo de estas páginas nos hemos ocupado del Nombre que está por encima de todo nombre, ya que es la expresión de las diversas glorias y excelencias de nuestro amado Señor y Salvador. Felizmente hemos estado revisando de fase en fase sus infinitas perfecciones, llamando la atención sobre él como Aquel que es el centro de todos los pensamientos y caminos de Dios, y como Aquel que es también la porción eterna y permanente del corazón del creyente. Estar en la cumbre del asombro al contemplar a Cristo, como la reina de Saba ante la gloria de Salomón, es anticipar el gozo del cielo. Pero para comprenderlo bien, debemos seguir a nuestro amado Señor (que solo puede ser conocido moralmente a través de la muerte y la resurrección) al Lugar Santísimo, es decir, donde él habita. Solo allí podemos contemplar la gloria del Señor a cara descubierta, y estar «transformados en la misma imagen, de gloria en gloria, como por Espíritu del Señor» (2 Cor. 3:18). Como su deseo es tener a sus amados así en la intimidad de su propia presencia, que produzca en el corazón de cada uno de nosotros esa determinación que nos haga decir con el salmista: «Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo» (Sal. 27:4).
13.2 - En un mundo donde todo pasa
Nuestro tema actual nos invita a considerar el hecho de que el Señor no cambia, a diferencia de este mundo donde todo es transitorio. Dado que nuestros cuerpos nos unen a esta creación que «gime a una, y a una sufre dolores de parto hasta ahora» (Rom. 8:22), hay momentos en los que nos oprime la sensación de corrupción y muerte que caracteriza todo lo que nos rodea. Ya bajo juicio, esta creación desaparecerá pronto, pues «los cielos y la tierra de ahora, por la misma palabra son reservados para el fuego, guardados para el día del juicio y de la destrucción de los hombres impíos» (2 Pe. 3:7). Perecerán, aunque sean obras de las propias manos del Señor. Los doblará como una prenda de vestir, y serán transformados (vean Hebr. 1:12). Si uno se pregunta por qué, la respuesta es que la primera creación sufrirá el mismo juicio que el primer hombre. Por un tiempo, como testimonio de los derechos y la gloria del Hijo del hombre, la primera creación será liberada de la esclavitud de la corrupción, e introducida en la libertad de la gloria de los hijos de Dios, pero el juicio pronunciado contra ella, es definitivo e irrevocable, aunque se retrase.
13.3 - Ligados con el que no cambia
Por lo tanto, es un gran consuelo para nosotros que se nos recuerde que el Señor mismo, el Creador, permanece para siempre. El rápido paso del tiempo que siempre nos llama la atención al final del año, la constante partida de quienes hemos conocido y amado, los signos de nuestra condición mortal que tenemos ante nuestros ojos en todo momento, llenarían nuestro corazón de aprensión y tristeza si nuestra visión se limitara al horizonte del tiempo. Pero, gracias a Dios, se trata de una Persona que está por encima de todo cambio, que es siempre la misma y cuyos años no pasan. Él es quien nuestras almas conocen como Salvador, Redentor y Señor. En efecto, una característica de nuestra fe cristiana es que estamos ligados –maravillosamente ligados– a una Persona divina, y a una Persona divina que, habiendo estado ella misma aquí como un Hombre en medio de los hombres, conoce todas nuestras necesidades y todas nuestras penas. De hecho, en el mismo Salmo que el apóstol cita, encontramos los sentimientos a los que se ha hecho referencia. Será un estímulo para nuestros corazones meditar un poco en su contenido.
13.4 - Aquel que fue el afligido
Observemos en primer lugar que el título divino de este Salmo 102 es: «Oración del que sufre, cuando está angustiado, y delante de Jehová derrama su lamento»; y no olvidemos que el «sufre» aquí es nada menos que la Persona del Mesías en el sufrimiento de su rechazo. Pero pasemos por alto las circunstancias en las que lo vemos aquí, y lleguemos a nuestro tema principal; en el versículo 23 dice: «Él debilitó mi fuerza en el camino; acortó mis días». Luego, dirigiéndose a Dios, exclama: «Dios mío, no me cortes en la mitad de mis días; por generación de generaciones son tus años» (v. 24). ¡Qué precioso es para nuestros corazones poder contemplar a nuestro querido Salvador en circunstancias tan parecidas a las nuestras, ver que al hacerse hombre conoció el peso y experimentó la debilidad y la brevedad de la vida humana! Sí, como leemos en otra parte, él fue «tentado en todo conforme a nuestra semejanza, excepto en el pecado» (Hebr. 4:15), y por esta misma razón es apto para simpatizar con nosotros en nuestras debilidades, y darnos la ayuda que necesitamos. ¡Bendito sea para siempre su santo nombre!
13.5 - La respuesta que recibió en su aflicción
Pero consideremos la respuesta dada a su clamor. Comienza en el versículo 25: «Desde el principio tú fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán, mas tú permanecerás; y todos ellos como una vestidura se envejecerán; como un vestido los mudarás, y serán mudados; pero tú eres el mismo [9], y tus años no se acabarán» (Sal. 102:25-27). Podemos decir con toda reverencia que Dios, en respuesta al grito de angustia de su Ungido, le recuerda que él era el Creador y que, aunque todas las obras de Sus manos perezcan, él permanecerá. También le recuerda que, contrariamente al hecho de que estas cosas cambian, decaen y desaparecen, él mismo, aunque actualmente en debilidad y dolor, era, sin embargo, en todo su ser el que no cambia. Tal lenguaje solo puede entenderse a la luz del misterio de su Persona, pero el punto que deseamos enfatizar es que el consuelo y el apoyo dados a su santa alma estaban relacionados con la eternidad e inmutabilidad de su propia Persona. No podemos decir más, pero ¡qué cerca lo sentimos en nuestra debilidad, cuando leemos esta «oración del que sufre» y descubrimos el carácter de la respuesta que recibió!
[9] Como vimos en el primer capítulo, las palabras “Atta Hu”, traducidas como «Tú eres el mismo», siempre se han considerado con la fuerza de un título divino.
13.6 - La respuesta que se nos da en nuestra aflicción es la misma
Hay una cosa más a tener en cuenta. Es que, como Cabeza de nuestra salvación, fue perfeccionado a través de los sufrimientos. Así se convirtió en el prototipo perfecto de todos sus santos en el dolor y en la prueba. Pero lo maravilloso es que el consuelo que se le prodigó mientras recorría su camino de rechazo y aparentemente se esforzaba por la nada y en vano, ese consuelo es de la misma naturaleza que el que se nos prodiga durante nuestra peregrinación aquí. Si a él se le recuerda, como en el Salmo, que su Persona no cambia, también a nosotros se nos recuerda, a nuestro paso por este mundo donde todo cambia, que él permanece, que es siempre el mismo a través de todos los siglos como a través de la eternidad. Así estamos establecidos en una Roca, una Roca que nada puede sacudir, desde cuya cima, descansando en perfecta paz, podemos contemplar la disolución de todas las cosas sin la menor aprensión. Cristo permanece, aunque perdamos todo lo demás. ¿No deberíamos decir más bien?: “Que todo lo que no es Cristo deje de ocupar nuestros pensamientos, pues, poseyéndolo a él, no tenemos necesidad de nada más».
13.7 - El Señor ya nos quiere en el cielo
Todo esto solo nos enseña que ya pertenecemos a otro mundo, tan inmutable como el propio Cristo. Esta es la lección que el Señor enseñó a sus discípulos con tanto cuidado. En Juan 13, por ejemplo, todo el significado del lavado de los pies de los discípulos podría expresarse así: “Si no puedo permanecer más tiempo con vosotros en vuestras circunstancias, os mostraré cómo podéis seguirme y tener una participación conmigo en este nuevo lugar al que voy”. Del mismo modo, cuando María Magdalena quiso retenerlo, él le dijo: «en adelante veréis abierto el cielo y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre» (Juan 20:17-18). Es la misma lección expresada de forma diferente. Con este mensaje pone a sus discípulos en su propio lugar y los asocia con él mismo, necesariamente en el cielo. Por lo tanto, no solo pertenecemos a otro mundo que el que estamos ahora, sino que el Señor desea que le sigamos allí, que estemos allí incluso ahora en su compañía, aunque pisemos las arenas del desierto.
13.8 - Ya en nuestra alma se levanta la aurora de otro mundo
«Tú permaneces». ¡Qué consuelo, qué bendito estímulo en esta afirmación! No solo es un fundamento seguro e inamovible para nosotros en medio de tanto cambio y agitación a nuestro alrededor, sino que también atrae nuestros corazones hacia ese nuevo país y ese nuevo orden de cosas que él ha formado e inaugurado en virtud de su muerte y resurrección, y donde él mismo es el centro de toda la gloria que inunda toda esa escena. Porque, como leemos en otra parte, «subió muy por encima de todos los cielos, para llenarlo todo» (Efe. 4:10). Así que podemos aceptar que la muerte reine sobre todas las cosas aquí en la tierra, porque ya está amaneciendo otro mundo en nuestras almas: un mundo nuevo que no ha sido tocado por el cambio, el sufrimiento y la muerte, donde estaremos para siempre con Cristo, hechos conformes a su imagen (Rom. 8:29). De esta nueva creación, él es el Principio, como «Primogénito de los muertos» (Apoc. 1:5), y permanece. Sí, podemos decirle: «Tú eres el mismo, y tus años no se acabarán» (Sal. 102:27).
13.9 - Conclusión
Para concluir, y con todo afecto, el autor de estas líneas quisiera preguntar a sus lectores si son conscientes de descansar en Aquel que es el Mismo ayer, hoy y eternamente. No hay otro fundamento para nuestras almas ante Dios. Es construyendo sobre él que estamos seguros para el tiempo y para la eternidad; porque entonces Dios es para nosotros. Y si él está a nuestro favor, ¿quién puede estar en contra?