Índice general
¿Cuál es el poder que nos impulsa a caminar?
Autor: Tema:
Esta pregunta nos fue planteada recientemente de la siguiente manera: ¿Es Cristo o el Espíritu Santo el poder para nuestro caminar?
1 - Cristo, ejemplo de nuestra conducta
Antes de abordar la cuestión de esta manera, conviene subrayar, como todos admitirán, que Cristo es nuestro ejemplo en su caminar por este mundo. Así lo afirma claramente el apóstol Juan. Escribe: «El que dice que permanece en él, también debe andar como él anduvo» (1 Juan 2:6). Y si reunimos todos los pasajes de las Escrituras que hablan del ejemplo de Cristo, veremos que se utilizan de 2 maneras: o bien, como Juan, para indicar la norma de Dios para el creyente (1 Pe. 2:18-25) o para animarnos a seguir sus pasos (Hebr. 12), donde Cristo está presentado como el Jefe y Consumador (el que ha cumplido plenamente) de la fe; como un ejemplo perfecto de dependencia desde el principio hasta el fin; como Aquel que murió mártir (aunque su muerte fue mucho más que eso); y se nos exhorta a tener su conducta ante nuestras almas como un estímulo para imitar su perseverancia en el camino de la fe. Vosotros, dice el apóstol: «Todavía no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado» (Hebr. 12:4).
2 - El Espíritu, poder de nuestra conducta
Todo creyente estará de acuerdo con estas afirmaciones; la pregunta que se plantea entonces es la siguiente: ¿Con qué poder se puede llevar a cabo tal conducta? 1 o 2 pasajes de las Escrituras nos darán la información necesaria. «Si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rom. 8:13-14). Y aún más: «Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu» (Gál. 5:25). Aquí se enseñan claramente 2 cosas:
- En primer lugar, que el obstáculo (si podemos expresarlo así) para que caminemos como Cristo caminó reside en las acciones del cuerpo o, según Gálatas, en la carne, que siempre codicia contra el Espíritu y busca reafirmar su control sobre el hijo de Dios;
- En segundo lugar, que el único poder por el cual la carne puede estar mantenida en jaque, en el lugar de la muerte, según el juicio de Dios sobre ella en la cruz de Cristo, es el Espíritu Santo.
Hay también la instrucción adicional de que podemos ser guiados por el Espíritu; es decir, que él no es solo nuestro poder para reprimir, para mortificar nuestros miembros (Col. 3), sino que también nos hace capaces de caminar; por lo tanto, él es nuestro poder para avanzar en el camino divino. Debemos aferrarnos a estas enseñanzas con la mayor firmeza, porque así aprendemos que no tenemos absolutamente ningún recurso natural; que estamos completamente confinados a la energía del Espíritu Santo para la lucha y la conducta, como para toda actividad de la vida divina.
3 - El Espíritu no está limitado cuando Cristo es el objeto constante de la fe
Esto parece, a primera vista, resolver la cuestión que es objeto de nuestro artículo. Pero hay otra consideración, y esta, si se entiende bien, va a la raíz de la dificultad que sienten muchas almas. En efecto, incluso si admitimos que el Espíritu Santo es nuestro único poder para caminar, la pregunta sigue siendo: ¿cómo es que no nos hace capaces de seguir a Cristo con más energía? Muchos santos con un corazón sincero desean ardientemente ser como Caleb, pero se sienten decepcionados a cada paso que dan. Siguen, pero en lugar de hacerlo plenamente, sienten que son más bien como Pedro, que seguía de lejos. Será útil para todos ellos comprender que, aunque poseen el Espíritu de adopción y están sellados, el Espíritu no actuará, no desplegará ninguna energía, a menos que los ojos estén fijos en Cristo, es decir, a menos que Cristo esté constantemente ante el alma como objeto de fe. Como dice el apóstol: «Lo que ahora vivo en [la] carne, lo vivo en [la] fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y sí mismo se dio por mí» (Gál. 2:20). Es decir, su fe tenía como objeto a Cristo como Hijo de Dios, Cristo glorificado a la derecha de Dios, glorificado como hombre, pero al mismo tiempo Hijo de Dios, siendo siempre, en este contexto, el objeto propio y verdadero de la fe. Él mismo dijo: «¡Creéis en Dios, creed también en mí!» (Juan 14:1). Y cuando vivimos cada hora, cada instante, en la dependencia, Cristo así manifestado, llenando la mirada de nuestras almas, el objeto de nuestra contemplación, el Espíritu de Dios no se entristece, y él nos guía con su gran poder, de modo que la vida divina que nos ha sido conferida fluye por los mismos canales, cualquiera que sea la diferencia de volumen, que aquellos en los que la vida de Cristo encontraba su expresión cuando estaba en este mundo. Es por eso por lo que en Romanos 8:9 se llama al Espíritu «[el] Espíritu de Cristo».
4 - El objeto de la fe es Cristo glorificado
Esto explica también otra dificultad. Para caminar como Cristo, se pregunta a veces, ¿hay que mirarlo en su camino terrenal o sentado a la derecha de Dios? Ya hemos explicado el uso que se hace del ejemplo de Cristo en las Escrituras; y se verá fácilmente que no es Cristo en la tierra, sino Cristo glorificado, el objeto de nuestra fe. Se trata, por supuesto, del mismo Cristo, pero es Cristo tal como es ahora, en su estado de gloria, no como era «según la carne» (vean 2 Cor. 5:16), que es como se nos presenta siempre a nuestras almas. Estudiamos la vida de Cristo tal como se presenta en esta escena para aprender cómo actuó, cómo se comportó en las diferentes circunstancias que atravesó; y nuestras almas se ven llevadas a adorar, maravillándose y contemplando la manifestación de sus perfecciones, sus gracias y sus excelencias; pero ahora solo lo conocemos como glorificado (2 Cor. 5); y por eso, repetimos, es a él como tal a quien miramos ahora.
5 - La contemplación de Cristo produce una transformación interior
Hay otra cosa relacionada con esto. Al contemplar la gloria del Señor, que resplandece sin velo, somos transformados progresivamente por el poder del Espíritu –progresivamente, porque es de gloria en gloria– a la semejanza de Aquel que nos ocupa así. Y el mismo Espíritu, que es el poder de nuestra transformación mientras nuestros ojos están fijos en Cristo, obra poderosamente en nosotros para manifestar a Cristo en nuestra caminar. Caminar como Cristo caminó no es, por tanto, una imitación exterior, sino la manifestación de la vida interior, a medida que somos transformados a la misma imagen, en nosotros y por nosotros, por el poder del Espíritu Santo.
6 - El poder para caminar: Cristo no se separa del Espíritu Santo
No añadiremos nada más por ahora; pero nuestros lectores verán que, cuando hablamos de poder para caminar, no podemos separar a Cristo del Espíritu Santo. Podría decir, de acuerdo con las Escrituras y con el apóstol: Todo lo puedo en Cristo (evidentemente, en Cristo) que me fortalece, porque él es mi vida y mi fuerza (Col. 3; 2 Cor. 12); y también puedo decir, de acuerdo con las Escrituras: Solo por el Espíritu puedo mortificar las obras de la carne. Así es la vida de nuestro bendito Señor. Él actuó y obró, y al mismo tiempo todo lo que hizo fue por el Espíritu Santo.