Inédito Nuevo

Dominio propio


person Autor: Charles Henry MACKINTOSH 92

flag Tema: La marcha del cristiano


1 - El significado de la palabra templanza

La expresión «dominio propio» en 2 Pedro 1:6 significa mucho más de lo que normalmente se entiende por el término. Es habitual aplicar la expresión «dominio propio» a un hábito de moderación en el comer y el beber. No cabe duda de que esto es lo que significa, pero va mucho más allá. De hecho, la palabra griega utilizada por el apóstol inspirado puede traducirse como «dominio (o control) de sí mismo». Da la idea de alguien acostumbrado a tener un buen autocontrol.

2 - Una virtud rara

Se trata de una gracia rara y admirable, que extiende su bendita influencia sobre el conjunto de la vida, del carácter y de la conducta de una persona. No solo afecta directamente a 1, 2 o 20 hábitos egoístas, sino «al yo» en todas las dimensiones de ese término tan general y odioso. Mucha gente miraría con orgulloso desdén a un glotón o a un borracho, cuando ellos mismos no suelen demostrar la gracia del autocontrol. Es cierto que la glotonería y la embriaguez deben estar clasificadas entre las formas más viles y degradantes del ser humano. Deben considerarse como los racimos más amargos que crecen en este árbol tan extendido. Pero el yo es un árbol, no una rama de un árbol o un racimo en una rama, y no solo debemos juzgar al yo cuando funciona, sino controlarlo para que no funcione.

3 - ¿Cómo puede un cristiano controlarse? La salvación en todo su significado

Algunos se preguntarán: “¿Cómo podemos controlar el yo?”. Afortunadamente, la respuesta es sencilla: «Todo lo puedo en aquel (Cristo) que me fortalece» (Fil. 4:13). ¿No hemos obtenido la salvación en Cristo? Sí, bendito sea Dios, la hemos obtenido. ¿Y qué significa esa maravillosa palabra? ¿Es simplemente liberación de la ira venidera? ¿Es solo el perdón de nuestros pecados y la seguridad de que seremos liberados del lago de fuego y azufre? Es mucho más que eso, por precioso e inestimable que sea. En una palabra, la «salvación» implica la aceptación plena y completa de Cristo como mi «sabiduría» para guiarme fuera de los senderos oscuros y torcidos de la locura humana, hacia los senderos de la luz y de la paz celestiales; como mi «justificación» para justificarme a los ojos de un Dios santo; como mi «santificación» para hacerme prácticamente santo en todos mis caminos; y como mi «redención» para liberarme de una vez por todas de todo el poder de la muerte, y conducirme a los lugares eternos de la gloria celestial (vean 1 Cor. 1:30).

Es claro, entonces, que el «dominio propio» está incluido en la salvación que tenemos en Cristo. Es el resultado de la santificación práctica con la que la gracia de Dios nos ha dotado. Debemos guardarnos cuidadosamente del hábito de adoptar una visión estrecha de la salvación. Debemos procurar entrar en toda su plenitud. Es una palabra que se extiende de eternidad a eternidad y abarca en su poder todos los aspectos prácticos de la vida cotidiana. No tengo derecho a hablar de la salvación de mi alma en el futuro si me niego a conocer y mostrar las consecuencias prácticas para mi conducta en el presente. Somos salvos no solo de la culpa y de la condenación del pecado, sino también del poder, de la práctica y del amor al pecado. Estas cosas nunca deben estar separadas, y nunca lo serán por nadie que haya sido divinamente instruido en el significado, alcance y poder de esa preciosa palabra «salvación».

4 - El control de los pensamientos, de la lengua y del temperamento

Ahora, al presentar a mis lectores algunas nociones prácticas sobre el tema del dominio propio, lo consideraré bajo los 3 aspectos siguientes, a saber: pensamientos, lengua y temperamento. Doy por sentado que estoy hablando a unas personas salvas. Si no los son, solo puedo indicarles el único camino verdadero y vivo: «Cree en el Señor Jesús, y serás salvo, tú y tu casa» (Hec. 16:31). Pongan toda su confianza en él y estarán tan seguro como él. Pasaré ahora al tema práctico e indispensable del dominio propio.

4.1 - El control de nuestros pensamientos

En primer lugar, en relación con nuestros pensamientos y el control habitual de los mismos. Supongo que hay pocos cristianos que no hayan sufrido a causa de los malos pensamientos, esos molestos intrusos en nuestra más profunda intimidad, esos constantes perturbadores de nuestro reposo mental que tan a menudo oscurecen la atmósfera que nos rodea y nos impiden tener una visión plena y clara del brillante cielo de lo alto. En el libro de Job dice: «¿Por qué, pues, os habéis hecho tan enteramente vanos?» (27:12). No es de extrañar. Son verdaderamente detestables y deben ser juzgados, condenados y expulsados. Hablando de malos pensamientos, alguien dijo: “No puedo evitar que los pájaros vuelen sobre mí, pero sí puedo evitar que se posen sobre mí. Del mismo modo, no puedo impedir que los malos pensamientos entren en mi mente, pero puedo negarles alojamiento” (J.N. Darby).

Pero ¿cómo podemos controlar nuestros pensamientos? Así como no podríamos borrar nuestros pecados o crear algo, tampoco podemos controlarlos. Entonces, ¿qué debemos hacer? Mirar a Cristo. Este es el verdadero secreto del dominio propio. Él puede preservarnos, no solo de albergar, sino también de la sugestión de malos pensamientos. No podemos prevenir más lo uno que lo otro. Él puede prevenir ambos. Puede impedir a los viles intrusos, no solo que entren, sino incluso que llamen a la puerta. Cuando la vida divina está en pleno vigor, cuando la corriente de pensamientos y sentimientos espirituales es profunda y rápida, cuando los afectos del corazón están intensamente ocupados con la persona de Cristo, los pensamientos vanos no nos turban. Solo cuando la indolencia espiritual se apodera de nosotros, nos asaltan los malos pensamientos, las cosas viles y horribles. Nuestro único recurso entonces es mirar directamente a Jesús. Lo mismo podríamos intentar enfrentarnos a los ejércitos maléficos que a una horda de malos pensamientos. Nuestro refugio está en Cristo. Él es nuestra santificación. Podemos hacer todas las cosas a través de él. Todo lo que tenemos que hacer es invocar el nombre de Jesús contra la avalancha de malos pensamientos, y él nos librará de ellos inmediata y plenamente.

Sin embargo, la mejor manera de preservarse de las sugestiones del mal es atender al bien. Cuando el canal del pensamiento es resueltamente ascendente, cuando es profundo y bien dirigido, libre de toda variación y accidente, entonces la corriente de la imaginación y del sentimiento, que brota de las fuentes profundas del alma, fluirá naturalmente en el lecho de este canal. Incuestionablemente, este es el mejor camino. Que lo probemos por experiencia propia. «Por lo demás, hermanos, todo lo verdadero, todo lo honroso, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay alguna otra virtud, si hay alguna otra cosa digna de alabanza, pensad en esto. Lo que habéis aprendido, y recibido, y oído, y visto en mí, hacedlo; y el Dios de paz estará con vosotros» (Fil. 4:8-9). Cuando el corazón está totalmente absorto en Cristo, la encarnación viva de todas las cosas enumeradas en el versículo 8, disfrutamos de una paz profunda, libre de malos pensamientos. Este es el verdadero dominio propio.

4.2 - El control de la lengua

En segundo lugar, con respecto a la lengua, ese miembro influyente tan fructífero en el bien, tan fructífero en el mal –el instrumento por el cual podemos emitir acentos de suave y tranquilizadora simpatía, o palabras de amargo sarcasmo y ardiente indignación. ¡Cuán importante es la gracia del dominio de sí en su aplicación a tal miembro! El mal, que los años no pueden deshacer, puede hacerlo la lengua en un instante. Las palabras que no quisiéramos que el mundo recordara pueden ser pronunciadas por la lengua en un momento de falta de atención.

Escuchad lo que el apóstol inspirado dice al respecto: «Porque en muchas cosas todos tropezamos. Si alguno no tropieza en palabra, este es hombre perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo. Porque en muchas cosas todos tropezamos. Si alguno no tropieza en palabra, este es hombre perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo. Y si ponemos freno en la boca a los caballos para que nos obedezcan, también dirigimos todo su cuerpo. Mirad también las naves, siendo tan grandes e impulsadas por vientos muy fuertes, son dirigidas por un muy pequeño timón, por donde el piloto quiere. Así también la lengua es un miembro pequeño y se jacta de grandes cosas. Mirad, ¡cuán gran bosque enciende un poco de fuego! La lengua es un fuego, un mundo de iniquidad; puesta en medio de nuestros miembros, contamina todo el cuerpo y, encendida por el Gehena, inflama el curso de nuestra vida. Porque toda clase de fieras, de aves, de reptiles y de animales marinos se doma y ha sido domada por el género humano; pero ningún hombre puede domar la lengua; es un mal desordenado, llena de veneno mortal» (Sant. 3:2-8).

Entonces, ¿quién puede dominar la lengua? Nadie puede, pero Cristo sí, y todo lo que tenemos que hacer es acudir a él con fe. Esto implica tanto un sentimiento de nuestra total impotencia como de su total suficiencia. Es imposible que controlemos la lengua. Lo mismo podríamos intentar contener la marea del océano, el torrente de la montaña o la avalancha de los Alpes. Cuántas veces, al sufrir los efectos de una lengua caprichosa, hemos resuelto controlar mejor ese miembro rebelde la próxima vez, pero nuestra resolución ha resultado ser como la nube pasajera de la mañana, y solo hemos tenido que retirarnos y llorar por nuestro funesto fracaso de dominio propio. ¿Por qué ha sucedido esto? Sencillamente porque emprendimos este camino confiando en nuestras propias fuerzas, o al menos sin ser suficientemente conscientes de nuestra debilidad. Esta es la causa del fracaso constante. Debemos aferrarnos a Cristo como un bebé se aferra a su madre. No es que nuestro apego tenga algún valor, pero debemos apegarnos. Solo así dominaremos la lengua. Recordemos siempre las solemnes palabras del apóstol Santiago: «Si alguno (hombre o mujer) piensa ser religioso y no refrena su lengua, sino que engaña a su corazón, vana es la religión de este hombre» (Sant. 1:26). Son palabras saludables para un día como hoy, en el que hay tantas lenguas indisciplinadas. Que tengamos la gracia de escucharlas. ¡Que su santa influencia se manifieste en nuestros caminos!

4.3 - El control del temperamento

El tercer punto por considerar es el temperamento, que está íntimamente ligado tanto a la lengua como a los pensamientos. De hecho, los 3 están estrechamente vinculados. Cuando la fuente del pensamiento es espiritual y la corriente del pensamiento es celestial, la lengua es simplemente el agente activo del bien, y el temperamento es tranquilo y sereno. Cristo, que habita en el corazón por la fe, lo gobierna todo. Sin él, todo es malo y sin valor. Puedo poseer y demostrar el dominio propio de un Sócrates, mientras ignoro totalmente el «dominio propio» en mi conducta (2 Pe. 1:6). Este último se basa en la «fe»; el primero, en la filosofía: 2 cosas totalmente distintas. Debemos recordar que la palabra es «añadid a vuestra fe». Esto sitúa la fe en primer plano, como único vínculo que une el corazón a Cristo, fuente viva de todo poder. Teniendo a Cristo y permaneciendo en él, podemos añadir «virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; al afecto fraternal, amor» (2 Pe. 1:5-7). Estos son los frutos preciosos de permanecer en Cristo. Solo, no puedo controlar mi temperamento o mi lengua o mis pensamientos, y si lo hago, estoy seguro de fracasar constantemente. Un simple filósofo sin Cristo puede mostrar más dominio propio de la lengua y del temperamento que un cristiano, si este último no permanece en Cristo. No debería ser así, y no será así si ese cristiano simplemente mira a Jesús. Es cuando no lo hace cuando el enemigo obtiene ventaja. El filósofo sin Cristo parece tener éxito en la gran empresa del autodominio solo para cegarse a sí mismo a la verdad de su condición y precipitarse de cabeza a la ruina eterna. Pero Satanás se deleita en hacer que un cristiano tropiece y caiga, solo para poder deshonrar el precioso nombre de Cristo.

Lectores cristianos, recordemos estas cosas. Busquemos en Cristo el control de nuestros pensamientos, nuestra lengua y nuestro temperamento. Démosle “toda nuestra atención”. Pensemos en todo lo que esto implica. «Si estas cosas están en vosotros y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Porque aquel en quien no están presentes estas cosas está ciego, tiene corta la vista, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados» (2 Pe. 1:8-9). Esto es profundamente solemne. ¡Qué fácil es caer en un estado de ceguera y olvido espiritual! Ningún conocimiento, ya sea de la doctrina o de la letra de las Escrituras, preservará al alma de esta terrible condición. Nada sino «el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo» ayudará. Este conocimiento se acrecienta en el alma aplicándose con avidez «para añadir a nuestra fe» las diversas gracias a que se refiere el apóstol en este pasaje eminentemente práctico y estimulante para el alma. «Por lo cual, hermanos, poned el mayor empeño en asegurar vuestro llamamiento y elección; porque haciendo estas cosas no tropezaréis jamás; pues así se os dará amplia entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (v. 10-11).