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La santificación
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Llevar paz y consuelo a aquellos que, aunque verdaderamente convertidos, no han comprendido plenamente a Cristo y, por lo tanto, no gozan de la libertad del Evangelio, es nuestro objetivo al examinar el importante y profundamente interesante tema de la santificación. Creemos que un gran número de aquellos cuyo bienestar espiritual deseamos aumentar, sufren esencialmente de ideas defectuosas o erróneas sobre este tema vital. De hecho, en algunos casos la doctrina de la santificación está tan mal entendida que entra en conflicto con la verdad de la perfecta justificación del creyente ante Dios.
1 - La santificación no es una mejora gradual de la vieja naturaleza
Por ejemplo, a menudo hemos oído a personas hablar de la santificación como una obra progresiva, por la cual nuestra vieja naturaleza ha de ser mejorada gradualmente; y que hasta que este proceso haya alcanzado su clímax, hasta que el viejo hombre caído y corrupto haya sido completamente santificado, no somos aptos para el cielo.
En cuanto a este punto de vista, baste decir que las Escrituras y la experiencia vivida por todos los creyentes se oponen totalmente a él. La Palabra de Dios nunca nos enseña que el Espíritu Santo tenga como propósito mejorar, gradualmente o no, nuestra vieja naturaleza –esa naturaleza que heredamos, por nacimiento natural, del caído Adán. El apóstol inspirado declara expresamente que «el hombre natural* no recibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura; y no las puede conocer, porque se disciernen espiritualmente» (1 Cor. 2:14). Solo este pasaje es claro e inequívoco sobre este punto. Si «el hombre natural» no puede recibir o conocer «las cosas… del Espíritu de Dios», entonces ¿cómo puede ese «hombre natural» ser santificado por el Espíritu Santo? ¿No es obvio que hablar de la “santificación de nuestra naturaleza” es contrario a la enseñanza directa de 1 Corintios 2:14? Se podrían citar otros pasajes para probar que la obra del Espíritu no es mejorar o santificar la carne, pero no hay necesidad de multiplicar las citas. Una cosa totalmente arruinada nunca puede ser santificada. Haga con ella lo que quiera, está arruinada; y ciertamente el Espíritu Santo no vino a santificar una ruina, sino a conducir a la persona arruinada a Jesús. Lejos de cualquier intento de santificar la carne, leemos que «lo que desea la carne es contrario al Espíritu, y lo que desea el Espíritu es contrario a la carne; pues estos se oponen entre sí» (Gál. 5:17). ¿Podría estar presentado al Espíritu Santo como estando en guerra con lo que progresivamente mejora y santifica? ¿No cesaría el conflicto tan pronto como el proceso de mejora hubiera alcanzado su apogeo? Pero ¿acaso cesa el conflicto del creyente mientras permanece en el cuerpo?
*El hombre animado solo por su alma creada, sin la enseñanza y el poder del Espíritu Santo.
2 - La vieja naturaleza nunca cambia en el creyente
Esto nos lleva a la segunda objeción, a la teoría errónea de la santificación progresiva de nuestra naturaleza, y esta objeción se extrae de la experiencia de todos los creyentes. ¿Son los lectores verdaderos creyentes? Si es así, ¿han experimentado alguna mejora en su vieja naturaleza? ¿Son mejores hoy de lo que eran al comienzo de su vida cristiana? Puede que, por gracia, sean capaces de someterla más completamente, pero no es mejor. Si no se la da por muerta, está tan lista como antes para brotar y mostrarse en toda su vileza. La carne de un creyente no es mejor que la carne de un incrédulo. Si olvida esto, el cristiano puede verse desestabilizado por lo que es capaz de hacer. Si no tiene presente que debe juzgarse a sí mismo, pronto aprenderá, por amarga experiencia, que su vieja naturaleza es tan mala como siempre, y lo seguirá siendo hasta el final.
Es difícil concebir cómo alguien que espera una mejora gradual en su naturaleza puede disfrutar de una hora de paz, ya que solo puede encontrar, si se mira a sí mismo a la luz de la santa Palabra de Dios, que no hay el más mínimo cambio en el verdadero carácter de su propio corazón, que su corazón es tan engañoso y desesperadamente malvado como cuando caminaba en la oscuridad moral de su estado inconverso. Su propia condición y carácter son, en verdad, grandemente cambiados por la posesión de una nueva naturaleza, sí, de una «naturaleza divina», y por la morada del Espíritu Santo, para dar efecto a sus deseos; pero tan pronto como la vieja naturaleza está en acción, la encuentra tan opuesta a Dios como antes. No nos cabe duda de que gran parte de la melancolía y el desaliento de que se quejan tantas personas se debe a una comprensión errónea de este importante punto de la santidad (o santificación).
Buscan lo que nunca pueden encontrar. Buscan un fundamento de paz en una naturaleza santificada en vez de buscarlo sobre la base de un sacrificio perfecto –en una obra progresiva de santificación en vez de en una obra terminada por la expiación. Piensan que es presuntuoso creer que sus pecados están perdonados hasta que su naturaleza malvada no esté completamente santificada, y, como esta meta nunca se alcanza, no tienen la firme seguridad del perdón y, por lo tanto, son infelices. En una palabra, buscan “un fundamento” totalmente distinto del que Dios dice que ha puesto, y por eso no tienen ninguna certeza. Lo único que parece darles consuelo es un esfuerzo aparentemente exitoso de santidad personal. Si han tenido un buen día, si están pasando por un período agradable de comunión, si están disfrutando de un contexto de piedad apacible, están listos para gritar con el salmo: «No seré jamás conmovido, porque tú, Jehová, con tu favor me afirmaste como monte fuerte… » (Sal. 30:6-7).
Pero estas cosas son una base deplorable para la paz del alma. No son de Cristo; y hasta que no tenemos a Cristo, no tenemos nada; pero cuando lo tenemos a él, lo tenemos todo. El alma que verdaderamente ha captado a Cristo está deseosa de santidad, pero si es consciente de lo que Cristo es para ella, ha acabado con todos los pensamientos relativos a la naturaleza santificada. Lo ha encontrado todo en Cristo, y el deseo primordial de su corazón es crecer a Su semejanza. Esta es la verdadera santificación práctica.
Sucede con frecuencia que algunas personas, al hablar de santificación, quieren decir lo correcto, aunque no se expresan de acuerdo con la enseñanza de las Sagradas Escrituras. También hay muchos que ven un lado de la verdad con respecto a la santificación, pero no el otro; y aunque lamentamos llamar a alguien ofensor de la verdad por una palabra, siempre es muy deseable, al hablar de cualquier punto de la verdad, y especialmente de un punto tan vital como el de la santificación, hablar de acuerdo con la integridad divina de la Palabra de Dios. Por lo tanto, citaremos para nuestros lectores algunos de los principales pasajes del Nuevo Testamento en los que se expone esta doctrina. Estos pasajes nos enseñarán 2 cosas, a saber, qué es la santificación y cómo se efectúa.
3 - Comentario explicativo de 1 Corintios 1:30
El primer pasaje al que llamamos la atención es 1 Corintios 1:30: «Por él estáis vosotros en Cristo Jesús; el cual nos fue hecho sabiduría por parte de Dios, y justicia, y santificación, y redención». Aquí aprendemos que Cristo «fue hecho» estas 4 cosas por nosotros. Dios nos ha dado, en Cristo, un cofre precioso, y cuando abrimos ese cofre con la llave de la fe, la primera piedra preciosa que brilla a nuestros ojos es la «sabiduría»; la segunda es la «justicia»; la tercera es la «santificación»; y la cuarta es la «redención». Las tenemos todas en Cristo. Puesto que tenemos uno, los tenemos todos. ¿Y cómo obtenemos ambos? Por la fe. Pero ¿por qué el apóstol menciona la redención en último lugar? Porque incluye la liberación final del cuerpo del creyente del poder de la muerte, cuando la voz del arcángel y la trompeta de Dios lo levanten de la tumba o lo cambien en un abrir y cerrar de ojos. ¿Será este acto progresivo? Está claro que no; ocurrirá «en un abrir y cerrar de ojos» (1 Cor. 15:52). El cuerpo está ahora en un estado, y “dentro de un momento” estará en otro. En el breve espacio de tiempo expresado por el rápido batir de una pestaña, el cuerpo pasará de la corrupción a la incorrupción, de la deshonra a la gloria, de la debilidad al poder. ¡Qué cambio! Será instantáneo, completo, eterno, divino.
Pero ¿qué podemos aprender del hecho de que la «santificación» aparezca en la misma lista que la «redención»? Aprendemos que lo que la redención será para el cuerpo, la santidad es ahora para el alma. En una palabra, la santidad, en el sentido de este pasaje, es una obra divina inmediata, completa, eterna. Una no es más progresiva que la otra. Es tan inmediata como la otra. Una es tan completa e independiente del hombre como la otra. Indudablemente, cuando el cuerpo haya experimentado el glorioso cambio, habrá cumbres de gloria que hollar, profundidades de gloria que penetrar, vastas extensiones de gloria que explorar. Todas estas cosas nos ocuparán durante la eternidad. Pero el trabajo que debe prepararnos para tales cosas se hará en un instante. Lo mismo sucede con la santificación: sus resultados prácticos se desarrollan continuamente, pero ella misma, tal como se describe en este pasaje, se realiza en un instante.
¡Qué inmenso alivio sería para miles de almas fervorosas, ansiosas y luchadoras aferrarse a Cristo como su santidad! ¡Cuántos se esfuerzan en vano por santificarse! Han venido a Cristo para ser justificados después de muchos esfuerzos infructuosos por obtener su propia justicia; pero buscan la santidad de una manera muy diferente. Han obtenido la «justicia sin obras» (Rom. 4:6), pero se imaginan que deben obtener la santidad por las obras. Han obtenido la justicia por la fe, pero se imaginan que deben obtener la santidad por el esfuerzo. Así es como pierden su paz. No comprenden que obtenemos la santidad exactamente de la misma manera que obtenemos la justicia, en la medida en que Cristo «nos ha sido hecho» una como la otra. ¿Recibimos a Cristo por nuestros esfuerzos? No, por la fe. Él es «para el que no hace obras» (Rom. 4:5). Esto se aplica a todo lo que recibimos en Cristo. No tenemos ninguna razón para aislar el tema de la «santificación» en 1 Corintios 1:30 y colocarlo en un plano diferente de todas las demás bendiciones presentadas. No tenemos ni sabiduría, ni justicia, ni santidad, ni redención en nosotros mismos; ni podemos obtenerlas por nada que podamos hacer; pero Dios ha hecho que Cristo sea todas estas cosas para nosotros. Al darnos a Cristo, nos ha dado todo lo que hay en él. La plenitud de Cristo es nuestra, y Cristo es la plenitud de Dios.
4 - Comentario sobre Hechos 26:18 y Eclesiastés 3:14
En Hechos 26:18, se describe a los conversos de los gentiles recibiendo «el perdón de los pecados y herencia entre los que son santificados por la fe». Aquí, la fe es el instrumento por el que se nos considera santificados, porque nos pone en relación con Cristo. Desde el momento en que un pecador cree en el Señor Jesucristo, queda vinculado a él. Se hace uno con él, se realiza en él, es aceptado en él. Esta es la verdadera santificación y justificación. No es un proceso. No es un trabajo gradual. No es progresivo. La palabra es muy explícita. Dice: «los que son santificados por la fe en mí». No dice “los que serán santificados” o “los que están siendo santificados”. Si esa fuera la doctrina, se habría enunciado así.
Indudablemente, el creyente crece en el conocimiento de esta santificación, en el sentido de su poder y valor, de su influencia práctica y resultados, en la experiencia y disfrute que tiene de ella. A medida que «la verdad» derrama su luz divina sobre su alma, llega a una comprensión más profunda de lo que significa estar «apartado» para Cristo en medio de este mundo perverso. Felizmente, todo esto es verdad; pero cuanto más veamos esta verdad, más claramente comprenderemos que la santificación no es una obra gradual, hecha en nosotros por el Espíritu Santo, sino que es el resultado de nuestra conexión con Cristo, por medio de la fe, por la cual llegamos a ser partícipes de todo lo que Él es. Es una obra inmediata, completa y eterna. «Todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá» (Ecl. 3:14). Si justifica o santifica, «será perpetuo». El sello de la eternidad está estampado en toda obra de la mano de Dios: «No se añadirá» y, bendito sea su nombre, «ni… se disminuirá».
5 - Comentario sobre 1 Tesalonicenses 5:23
Algunos pasajes presentan el tema bajo una luz diferente y merecen ser examinados con más detalle más adelante. En 1 Tesalonicenses 5:23 el apóstol ora por los santos a quienes se dirige: «Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser: espíritu, alma y cuerpo, sea conservado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo». Aquí, el término se aplica a una santificación que admite grados. Los tesalonicenses tenían, como todos los creyentes, la santidad perfecta en Cristo; pero en cuanto al disfrute práctico y la manifestación de esta santificación, se había logrado solo en parte, y el apóstol ora para que puedan estar santificados por completo.
En este pasaje debe observarse que no se menciona «la carne». Nuestra naturaleza caída y corrupta siempre está tratada como algo irremediablemente arruinado. Ha sido pesada en la balanza y encontrada deficiente en peso. Ha sido medida por una regla divina y encontrada deficiente. Ha sido probada y encontrada torcida por la caída. Dios la ha puesto a un lado. «He decidido el fin vino de todo» (Gén. 6:13). La condenó y le dio muerte. Está crucificada, muerta y enterrada. Haría falta un volumen para demostrar esto. ¿Podemos imaginar por un momento que Dios, en la persona del Espíritu Santo, descendiera del cielo para exhumar una naturaleza condenada, crucificada y sepultada para santificarla? Esta idea debe ser abandonada completamente por todos aquellos que se inclinan ante la autoridad de las Escrituras. Cuanto más estudiamos la Ley, los Profetas, los Salmos y todo el Nuevo Testamento, más vemos que la carne es totalmente inmutable. No sirve absolutamente para nada. El Espíritu no la santifica, sino que capacita al creyente para mortificarla. Se nos dice que «habiéndoos despojados del hombre viejo» (Col. 3:9). Esta exhortación nunca nos habría sido dada si el objetivo del Espíritu Santo fuera la santificación del «viejo hombre».
Esperamos que nadie nos acusará de querer rebajar la norma de la santidad personal, o de debilitar las sinceras aspiraciones del alma a un aumento de esa pureza a la que todo verdadero creyente debe desear ardientemente. ¡Dios nos libre! Si hay algo que deseamos promover por encima de todo en nosotros mismos y en los demás, es una intensa pureza personal –una elevada medida de santidad práctica– una separación total del mal moral en todas sus formas. Esto es a lo que aspiramos, esto es por lo que oramos, esto es en lo que queremos crecer cada día y cada hora.
6 - La santificación no proviene de las obras de la Ley, sino de la fe
Pero estamos plenamente convencidos de que la obtención de la santidad verdadera y práctica nunca puede erigirse sobre una base legal; por eso llamamos la atención de nuestros lectores sobre el pasaje de 1 Corintios 1:30. Es de temer que muchos que, hasta cierto punto, han abandonado el terreno legal en lo que se refiere a la «justicia», todavía se aferran a él en lo que se refiere a la «santificación». Creemos que este es el error de miles de personas, y esperamos sinceramente que se corrija. El pasaje que tenemos ante nosotros, si simplemente se recibiera en el corazón por la fe, corregiría por completo este grave error.
Todos los cristianos iluminados están de acuerdo con la verdad fundamental de la «justicia sin obras». Todos admiten libre y plenamente que no podemos, por nuestros propios esfuerzos, obtener la justicia para nosotros mismos ante Dios. Pero no es tan obvio que la justicia y la santificación estén situadas exactamente en el mismo terreno en la Palabra de Dios. No podemos trabajar más en una que en la otra. Podemos intentarlo, pero tarde o temprano descubriremos que todo es en vano. Podemos hacer votos y propósitos, podemos trabajar y luchar, podemos esperar hacerlo mejor mañana que hoy; pero al final nos veremos obligados a ver, sentir y reconocer que, en lo que se refiere a la santificación, somos tan completamente “impotentes” como siempre lo hemos sido en lo que se refiere a la justicia.
Y qué dulce alivio es para el hombre que ha tropezado en el camino de la santificación personal descubrir, después de años de lucha infructuosa, que la misma cosa que anhela está atesorada en Cristo, y disponible para él ahora mismo… ¡Una santificación completa para ser disfrutada por la fe! Este hombre puede haber luchado contra sus hábitos, sus deseos carnales, su temperamento, sus pasiones; ha hecho los esfuerzos más vigorosos para someter su carne y crecer en santidad interior, pero ¡ay! Ha fracasado. Descubre, para su tristeza, que no es santo, y sin embargo lee que debe perseguir «la santidad, sin la cual nadie verá al Señor» (Hebr. 12:14). No se dice, fíjense, sin alguna medida o grado de santidad, sino sin la cosa misma, que todo cristiano posee desde el momento en que cree, se dé cuenta de ello o no. La santificación perfecta está tan incluida en la palabra «salvación» como «sabiduría, justicia o redención». No ha obtenido a Cristo por esfuerzo, sino por fe; y cuando tiene a Cristo, ha recibido todo lo que hay en Él. Por lo tanto, solo tiene que volverse a Jesús por fe para someter a él sus deseos, pasiones, carácter, hábitos, circunstancias e influencias. Debe volverse a Jesús para todo. No puede dominar una sola codicia como tampoco puede deshacer toda la gama de sus pecados, obrar la justicia perfecta o resucitar a los muertos. «Cristo es todo y en todos» (Col. 3:11). La salvación es una cadena de oro que se extiende de eternidad a eternidad, y cada eslabón de esa cadena es Cristo. Todo está en Cristo, de principio a fin.
Esto es tan simple como puede ser. El creyente está en Cristo, y si está en Cristo para una cosa, está en Cristo para todo. No estoy en Cristo para la justicia y fuera de Cristo para la santificación. Si soy deudor a Cristo por la justicia, también soy deudor a Cristo para la santificación. No soy deudor a la Ley por una cosa o la otra. Obtengo ambas cosas por gracia mediante la fe y todo en Cristo. Sí, todo –todo en Cristo. Tan pronto como el pecador viene a Cristo y cree en él, queda completamente apartado del antiguo terreno natural; pierde su antigua posición y todas sus posesiones, y se le considera que está en Cristo. Dios lo ve solo a través de Cristo y como Cristo. Es uno con Cristo para siempre. «Como él es, así somos nosotros en este mundo» (1 Juan 4:17). Esta es la posición absoluta, establecida y eterna del hijo más humilde en la familia de Dios. Solo hay una posición para cada hijo de Dios, cada miembro de Cristo. Su conocimiento, experiencia, poder, dones y entendimiento pueden variar, pero su posición es única. Cualquier justicia o santificación que posean, se la deben enteramente a su pertenencia a Cristo; por lo tanto, si no han obtenido la santificación perfecta, tampoco han obtenido la justicia perfecta. Pero 1 Corintios 1:30 enseña claramente que Cristo «fue hecho» a la vez una como la otra para todos los creyentes. No dice que tenemos justicia y “una medida de santificación”. Las Escrituras no nos permiten colocar la palabra “medida” antes de justicia más que antes de santificación. El Espíritu de Dios no lo ha hecho. Ambas están completas, y tenemos ambas en Cristo. Dios nunca hace nada a medias. No existe la justificación a medias. Tampoco existe media santificación. La idea de un miembro de la familia de Dios, o del Cuerpo de Cristo, plenamente justificado pero santificado a medias, es contraria a las Escrituras y repugnante a toda sensibilidad de naturaleza divina.
Es probable que gran parte del malentendido que prevalece en relación con la santificación se deba al hábito de confundir 2 cosas que difieren muy sensiblemente, a saber, la posición y la conducta, o la posición y la condición. La posición del creyente es perfecta, eterna, inmutable, divina. Su conducta es imperfecta, fluctuante y marcada por la debilidad personal. Su posición es absoluta e inalterable. Su condición práctica puede presentar muchas imperfecciones, en la medida en que todavía está en el cuerpo y rodeado de diversas influencias hostiles que afectan a su estado moral, día tras día. Si, por lo tanto, su estado está evaluado por su conducta, su posición por su condición, lo que él es a los ojos de Dios por lo que es a los ojos del hombre, el resultado es forzosamente distorsionado. Si razono a partir de lo que soy en mí mismo, en lugar de lo que soy en Cristo, necesariamente debo llegar a una conclusión errónea.
Debemos tener cuidado con esto. Somos muy propensos a razonar desde nosotros mismos hacia Dios, en lugar de hacerlo desde Dios hacia nosotros. Debemos tener en cuenta que
«Hasta donde los brillantes orbes del cielo
se extienden más allá de la tierra
Hasta donde llegan mis pensamientos, hasta donde llegan mis caminos,
Tus caminos y Tus pensamientos los superan».
Dios no puede pensar y hablar de su pueblo, y también actuar con él, que en función de su posición en Cristo. Él ha dado esa posición a los suyos. Él ha hecho de ellos lo que son. Son obra suya. Por consiguiente, hablar de ellos como si estuvieran justificados a medias sería un deshonor para Dios; y hablar de ellos como si estuvieran santificados a medias sería exactamente lo mismo.
7 - Comentario sobre 1 Corintios 6:11
Este razonamiento nos lleva a otra prueba de peso de una página inspirada autorizada e irrefutable, la de 1 Corintios 6:11. En los versículos anteriores, el apóstol pinta un cuadro aterrador de la humanidad caída, y deja claro a los santos corintios que ellos eran precisamente eso. «Esto erais algunos». Pero en el versículo 11 se trata de una afirmación clara, no de palabras aduladoras, no de un revestimiento de mala argamasa, no de ocultar toda la verdad en cuanto a la ruina total e irrecuperable de la naturaleza. «Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios». ¡Qué contraste tan sorprendente entre los 2 lados del «pero» del apóstol! Por un lado, tenemos toda la degradación moral de la condición humana; por el otro, tenemos toda la perfección absoluta de la posición del creyente ante Dios. Es un contraste maravilloso en verdad, y debemos recordar que el alma pasa de un lado a otro de este «pero» en un abrir y cerrar de ojos. «Esto erais algunos»; pero ahora “sois” algo muy distinto. En el momento en que recibieron el Evangelio de Pablo fueron «lavados, santificados y justificados». Eran aptos para el cielo; y si no lo hubieran sido, habría sido un insulto a la obra de Dios.
«Purifiquen todo; tú lo has dicho, Señor;
¿Queda alguna duda?
Ciertamente tu palabra es cierta,
Tu obra es perfecta».
Esto es divinamente cierto. El creyente más inexperto «está todo limpio» (Juan 13:10), no como resultado de un cumplimiento, sino como consecuencia de estar en Cristo. «Estamos en el Verdadero» (1 Juan 5:20). ¿Podría alguien estar en Cristo y al mismo tiempo estar santificado solo a medias? Ciertamente que no. Sin duda crecerá en el conocimiento y la experiencia de lo que realmente es la santificación. Comprenderá su poder práctico, sus efectos morales en sus hábitos, sus pensamientos, sus sentimientos, sus afectos y sus asociaciones; en una palabra, comprenderá y manifestará la poderosa influencia de la santificación divina en todo su andar, su conducta y su carácter. Pero a los ojos de Dios, una vez unido a Cristo por la fe, está tan completamente santificado como cuando está a la luz del sol de la presencia divina y refleja los rayos de gloria que emanan del trono de Dios y del Cordero. Está en Cristo ahora y estará en Cristo entonces. Su entorno y sus circunstancias serán diferentes. Sus pies estarán sobre el pavimento de oro del santuario celestial, en lugar de pisar la arena seca del desierto. Estará en un cuerpo glorioso, en lugar de un cuerpo de humillación; pero en lo que se refiere a su condición, aceptación, plenitud, justificación y santificación, todo quedó establecido en el momento en que creyó en el nombre del Hijo único de Dios, y nunca quedará mejor establecido, porque Dios lo ha hecho perfectamente. Todo esto parece seguirse como una deducción necesaria e incuestionable de 1 Corintios 6:11.
8 - Una posición definitivamente adquirida, pero un disfrute progresivo
Es de la mayor importancia distinguir claramente entre una verdad y la aplicación práctica y el resultado de esa verdad. Esta distinción se mantiene siempre en la Palabra de Dios. «Habéis sido santificados». He aquí una verdad absoluta sobre el creyente, vista en Cristo y fruto de una obra eternamente perfecta. «Cristo amó a la iglesia y sí mismo se entregó por ella, para santificarla» (Efe. 5:25-26). «El mismo Dios de paz os santifique por completo» (1 Tes. 5:23). Esta es la aplicación práctica de esta verdad al creyente, y sus resultados en él.
Pero ¿cómo se hace esta aplicación y cómo se logra este resultado? Por el Espíritu Santo, por medio de la Palabra escrita. Por eso leemos: «Santifícalos en la verdad» (Juan 17:17). Y de nuevo: «Dios os escogió desde el principio para salvación, por la santificación del Espíritu y la fe de la verdad» (2 Tes. 2:13). Y en la Epístola de Pedro: «Escogidos según el previo conocimiento de Dios Padre, en santificación del Espíritu» (1 Pe. 1:2). El Espíritu Santo prosigue la santificación práctica del creyente sobre la base de la obra realizada por Cristo, y lo hace aplicando al corazón y a la conciencia la verdad tal como está en Jesús. Revela la verdad de nuestra perfecta posición ante Dios en Cristo, y al estimular al nuevo hombre dentro de nosotros, nos capacita para rechazar todo lo que es incompatible con esa perfecta posición. Un hombre que está «lavado, santificado y justificado» no debe entregarse a un temperamento, codicia o pasión impropios. Debe «purificarse de toda impureza de carne y de espíritu» (2 Cor. 7:1). Es su santo y feliz privilegio aspirar a las alturas de la santidad personal. Su corazón y sus hábitos deben estar llevados y mantenidos bajo el poder de esta gran verdad de que está perfectamente «lavado, santificado y justificado».
Esta es la verdadera santificación práctica. No es un intento de mejorar nuestra vieja naturaleza. No es un esfuerzo vano por reconstruir una ruina irremediable. No, es simplemente el Espíritu Santo mediante la poderosa aplicación de la «verdad» capacitando al nuevo hombre para vivir, moverse y permanecer en la esfera a la que pertenece. Aquí indudablemente habrá progreso. Habrá un crecimiento en el poder moral de esta preciosa verdad; un crecimiento en la habilidad espiritual para someter y mantener bajo control todo lo que pertenece a la naturaleza; un creciente poder de separación del mal que nos rodea; una creciente cercanía a ese cielo al que pertenecemos y hacia el que nos dirigimos; una creciente habilidad para disfrutar de sus santos ejercicios. Todo esto sucederá a través del bondadoso ministerio del Espíritu Santo, que usa la Palabra de Dios para revelar a nuestras almas la verdad sobre nuestra posición en Cristo y la conducta que corresponde a esa posición. Pero debe entenderse que la obra santificadora práctica del Espíritu Santo, día tras día, se basa en el hecho de que los creyentes «hemos sido santificados, por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo [hecha] una vez por todas» (Hebr. 10:10). El propósito del Espíritu Santo es conducirnos al conocimiento, la experiencia y la demostración práctica de lo que era verdad para nosotros en Cristo en el mismo momento en que creímos. En este sentido hay progreso, pero nuestra posición en Cristo es eternamente completa.
«Santifícalos en la verdad; tu palabra es [la] verdad» (Juan 17:17). Y de nuevo: «El mismo Dios de paz os santifique por completo» (1 Tes. 5:23). En estos pasajes tenemos el gran aspecto práctico de esta cuestión. Aquí vemos la santificación presentada no solo como algo absoluta y eternamente verdadero para nosotros en Cristo, sino también como algo que el Espíritu Santo va forjando en nosotros cada día y cada hora por medio de la Palabra de Dios. Vista así, la santificación es obviamente algo progresivo. Yo debería estar más avanzado en santidad personal en 2025 de lo que estaba en 2024. Por gracia debería estar avanzando, día a día, en la santidad práctica. Pero, permítanme preguntarles, ¿de qué se trata todo esto? ¿Qué es sino el cumplimiento en mí de lo que era verdad para mí en Cristo en el mismo momento en que creí? La base sobre la cual el Espíritu Santo continúa su obra subjetiva en el creyente es la verdad objetiva de su posición eterna en Cristo.
De nuevo este versículo: «Seguid la paz para con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor» (Hebr. 12:14). Aquí la santidad se presenta como algo que hay que «perseguir» –que hay que alcanzar mediante una búsqueda seria–, algo que todo verdadero creyente anhela cultivar.
¡Que el Señor nos conduzca al poder de estas cosas! Que no permanezcan como doctrinas y dogmas en nuestro intelecto, sino que entren y permanezcan en el corazón, como realidades sagradas y poderosamente influyentes. Que conozcamos el poder santificador de la verdad (Juan 17:17), el poder santificador de la fe (Hec. 26:18), el poder santificador del nombre de Jesús (1 Cor. 1:30; 6:11), el poder santificador del Espíritu Santo (1 Pe. 1:2), la gracia santificadora del Padre (Judas 1).
Y ahora, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, sea el honor y la gloria, el poder, la majestad y la fuerza, por los siglos de los siglos, ¡Amén!