Índice general
Sinopsis — Lucas
Autor: Serie:
(Fuente autorizada: graciayverdad.net)
Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y estas han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que, además de las comillas dobles (""), se indican otras versiones, tales como:
- Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español por Francisco Lacueva (Editorial Clie)
- RVA (Versión Reina-Valera Revisión 1909)
- Versión Moderna, traducción de 1893 de H.B.Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 Perroy, Suiza)
1 - Introducción
1.1 - La intención del Evangelio de Lucas; el Mediador, el Hijo del Hombre, revelando a Dios en gracia liberadora
El Evangelio de Lucas nos presenta al Señor en el carácter de Hijo del Hombre, revelando a Dios en gracia liberadora entre los hombres. Por ello es que hay más referencias a la operación actual de la gracia y sus efectos, incluso el tiempo presente proféticamente, y no a la sustitución de otras dispensaciones como en Mateo, sino a la salvífica gracia celestial. En primer lugar, sin duda (y precisamente porque Él tiene que ser revelado como hombre, y en gracia a los hombres) le hallamos, en una parte introductoria en la que tenemos el retrato más exquisito del remanente fiel, presentado a Israel, a quienes Él había sido prometido, y en relación con los cuales Él vino a este mundo; pero después, este Evangelio presenta los principios morales que se aplican al hombre, quienquiera que sea, al tiempo que manifiesta a Cristo momentáneamente en medio de ese pueblo. Este poder de Dios en gracia es exhibido de varias maneras en su aplicación a las necesidades de los hombres. Después de la transfiguración, la cual se relata antes en la narración de Lucas [1] que en los otros Evangelios, hallamos el juicio de aquellos que rechazaron al Señor y el carácter celestial de la gracia que, debido a que es gracia, se dirige a las naciones, a los pecadores, sin ninguna referencia particular a los Judíos, trastocando los principios legales según los cuales estos últimos pretendían estar, y en los que, en el Sinaí, en cuanto a su posición, fueron originalmente llamados a estar, en relación con Dios. Las promesas incondicionales a Abraham, etc., y la confirmación profética de ellas, son otra cosa. Ellas se cumplirán en gracia, y había que apoderarse de ellas por la fe. Después de esto, encontramos aquello que debía suceder a los Judíos conforme al justo gobierno de Dios; y, al final, el relato de la muerte y resurrección del Señor, consumando la obra de la redención. Debemos observar que Lucas (quien pone moralmente aparte el sistema Judío e introduce al Hijo del Hombre como el hombre delante de Dios, presentándole como Aquel que está lleno de toda la plenitud de Dios que habita en Él corporalmente, como el hombre delante de Dios, según Su propio corazón, y, de este modo, como mediador entre Dios y el hombre, y centro de un sistema moral mucho más extenso que el del Mesías entre los Judíos), debemos observar, repito, que Lucas, quien se ocupa de estas nuevas relaciones, (de hecho, antiguas con respecto a los consejos de Dios), nos ofrece los hechos concernientes a la relación del Señor con los Judíos, reconocidos en el remanente piadoso de ese pueblo, con mucho más desarrollo que los otros evangelistas, así como las pruebas de Su misión a ese pueblo, al venir al mundo - pruebas que deberían haber atraído su atención para fijarla sobre el niño que les había nacido.
[1] Es decir, en cuanto al contenido del Evangelio. En el capítulo noveno, comienza Su último viaje a Jerusalén; y a partir de allí hasta la última parte del decimoctavo, donde (vers.31) se contempla Su subida a esa ciudad, el evangelista ofrece, principalmente, una serie de instrucciones morales y los caminos de Dios en gracia que ahora se introducían. En el versículo 35 del capítulo 18, tenemos al ciego de Jericó, episodio ya observado como el comienzo de Su última visita a Jericó.
1.2 - Cristo manifestado como un Hombre en la tierra
En Lucas, agrego, aquello que caracteriza especialmente a la narrativa y le otorga su peculiar interés a este Evangelio es que pone ante nosotros lo que Cristo es en Sí mismo. No es Su gloria oficial, una posición relativa que Él asumió; tampoco es la revelación de Su naturaleza divina, como tal; ni Su misión como el gran Profeta. Es Él mismo, como Él era, un hombre en la tierra - la Persona con la que me debería haber encontrado cada día si hubiera vivido en Judea o en Galilea en aquella época.
2 - Capítulo 1
2.1 - El estilo de Lucas y el propósito de su Evangelio
Me gustaría agregar una observación en cuanto al estilo de Lucas, la cual puede hacer más fácil el estudio de este Evangelio al lector. Él incluye, a menudo, una gran cantidad de hechos en una breve afirmación general, y luego se explaya ampliamente en algún hecho aislado, donde los principios morales y la gracia son mostrados.
Muchos habían intentado dar cuenta, históricamente, de lo que los Cristianos habían recibido, tal como les relataron los compañeros de Jesús; y a Lucas le pareció bien - habiendo seguido estas cosas desde el principio y, habiendo obtenido, de este modo, un conocimiento preciso respecto a ellos, escribir metódicamente a Teófilo, a fin de que conociera la exacta verdad de aquellas cosas en las que él había sido instruido. Es de este modo que Dios ha provisto para la enseñanza de toda la iglesia en la doctrina contenida en el retrato de la vida del Señor, proporcionada por este hombre de Dios; quien, movido personalmente por motivos cristianos, fue dirigido e inspirado por el Espíritu Santo para el bien de todos los creyentes. [2]
[2] La unión de la motivación y la inspiración, las cuales los paganos han intentado poner en oposición la una con la otra, se encuentra en casi cada página de la Palabra. Además, las dos cosas sólo son incompatibles para la mente estrecha de aquellos que no conocen los caminos de Dios. ¿No puede Dios impartir motivos, y a través de estos motivos hacer que el hombre emprenda alguna tarea, y entonces guiarle, perfecta y absolutamente, en todo lo que él hace? Incluso si se tratara de un pensamiento humano (lo cual no creo que sea en absoluto), si Dios lo aprobaba, ¿no podía velar Él sobre su ejecución, de tal modo que los resultados fueran totalmente conforme a Su voluntad?
2.2 - Las primeras revelaciones de acontecimientos admirables a Zacarías y Elizabet
En el versículo 5, el evangelista comienza con las primeras revelaciones del Espíritu de Dios respecto a estos acontecimientos, de los cuales dependían totalmente la condición del pueblo de Dios y la del mundo, y en los cuales Dios iba a glorificarse para toda la eternidad.
Pero, inmediatamente nos hallamos en la atmósfera de las circunstancias Judías. Las ordenanzas Judías del Antiguo Testamento, y los pensamientos y expectativas relacionados con ellas, son el marco en que este gran y solemne acontecimiento tiene lugar. Herodes, rey de Judea, provee la fecha; y es a un sacerdote, justo e irreprensible, perteneciente a una de las veinticuatro clases, a quien encontramos en los primeros pasos de nuestro camino. Su esposa era de las hijas de Aarón; y estas dos personas rectas andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor (Jehová). Todo era correcto delante de Dios, conforme a Su ley en el sentido Judío. Pero no gozaban de la bendición que todo Judío deseaba: no tenían hijos. No obstante, ello era conforme, podríamos decir, a los modos habituales de Dios en el gobierno de Su pueblo para llevar a cabo Su bendición, al tiempo que manifiesta la debilidad del instrumento - una debilidad que se llevaba toda esperanza según los principios humanos. Tal había sido la historia de las Saras, las Rebecas, las Anas y muchas más, de quienes la Palabra nos habla para nuestra enseñanza en los caminos de Dios.
2.3 - La respuesta de Dios a la oración
Esta bendición era puesta con frecuencia en oración por parte del fiel sacerdote; pero hasta ahora la respuesta se había demorado. Ahora, sin embargo, en el momento en que ejercitaba su ministerio regular, Zacarías se acercó para ofrecer el incienso, el cual, según la ley, debía subir como olor grato delante de Dios (un tipo de la intercesión del Señor) y mientras el pueblo oraba fuera del lugar santo, el ángel del Señor se aparece al sacerdote a la derecha del altar del incienso. A la vista de este glorioso personaje, Zacarías se turba, pero el ángel le anima declarándole que es el portador de buenas nuevas, anunciándole que sus oraciones, por tanto tiempo dirigidas a Dios aparentemente en vano, eran concedidas. Elisabet iba a dar a luz un hijo, y el nombre por el que debía ser llamado sería 'El favor del Señor', una fuente de gozo y alegría para Zacarías y cuyo nacimiento sería ocasión para la acción de gracias para muchos. Pero esto no fue meramente por ser hijo de Zacarías. El niño fue la dádiva de Dios, y sería grande delante de Él; sería un Nazareo, y sería lleno del Espíritu Santo, desde el vientre de su madre: y haría volver a muchos de los hijos de Israel al Señor, Dios de ellos. Él iría delante de Él en el espíritu de Elías y, con el mismo poder, restablecería el orden moral en Israel, incluso desde sus fuentes, para hacer volver al desobediente a la sabiduría del justo - para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.
2.4 - El espíritu de Elías
El espíritu de Elías era un firme y ardiente celo por la gloria de Jehová, y para el establecimiento, o el restablecimiento por medio del arrepentimiento, de las relaciones entre Israel y Jehová. Su corazón se aferró a este vínculo entre el pueblo y su Dios, conforme a la fortaleza y gloria del vínculo mismo, pero consciente de su condición caída y según los derechos de Dios en referencia a estas relaciones. El espíritu de Elías - aunque, en realidad, fue la gracia de Dios hacia Su pueblo la que le había enviado - era, en cierto sentido, un espíritu legal. Él afirmaba los derechos de Jehová en juicio. Era la gracia abriendo la puerta al arrepentimiento, pero no la gracia soberana de salvación, aunque era lo que preparaba el camino a ella. Es en la fuerza moral de su llamamiento al arrepentimiento que Juan es aquí comparado con Elías, al hacer regresar a Israel a Jehová. Y, de hecho, Jesús era Jehová.
2.5 - La falta de fe de Zacarías utilizada por Dios; la piedad de Elizabet
Pero, la fe de Zacarías en Dios y en Su bondad no estuvo a la altura de su petición (¡lamentablemente! un caso muy común), y cuando éste es concedido en un momento que se requería la intervención de Dios para cumplir su deseo, no es capaz de andar en las pisadas de un Abraham o una Ana, y pregunta cómo podría suceder esto ahora.
Dios, en Su bondad, convierte la falta de fe de Su siervo en un instructivo castigo para él mismo, y en una prueba para el pueblo de que Zacarías había sido visitado desde lo alto. Se queda mudo hasta que la Palabra del Señor sea cumplida, y las señas que él hace al pueblo, quienes se extrañan de su tan prolongada permanencia en el santuario, explican a ellos la razón.
Pero la Palabra de Dios se cumple en bendición hacia él. Elisabet, reconociendo la buena mano de Dios sobre ella, con un tacto que pertenece a su piedad, se recluye. La gracia que la bendijo no la volvió insensible para con lo que constituía una vergüenza en Israel, y lo cual, si bien esto fue quitado, dejó sus huellas, en cuanto al hombre, en las circunstancias sobrehumanas a través de las cuales esto se cumplió. Había una rectitud de mente en esto que convenía a una mujer santa. Pero aquello que se oculta justamente del hombre, conserva todo su valor a los ojos de Dios, y Elisabet es visitada en su retiro por la madre del Señor. Pero aquí la escena cambia, para introducir al mismo Señor en esta maravillosa historia que se devela ante nuestros ojos.
2.6 - El nacimiento del Salvador anunciado a María
Dios, quien había preparado todo de antemano, manda anunciar ahora el nacimiento del Salvador a María. En el último lugar que el hombre hubiera escogido para el propósito de Dios (un lugar cuyo nombre, a los ojos del mundo, bastaba para condenar a aquellos que procedían de él), una doncella, desconocida para todos los que el mundo reconocía, estaba desposada con un pobre carpintero. Su nombre era María. Pero estaba en confusión en Israel: el carpintero era de la casa de David. Las promesas de Dios - quien no las olvida nunca, y nunca descuida a aquellos son objetos de ellas - hallaron aquí la esfera para su cumplimiento. Aquí se dirigen el poder y los afectos de Dios, conforme a su energía divina. En cuanto a si Nazaret era grande o pequeña, esto no tenía importancia, salvo para mostrar que Dios no espera nada del hombre, sino que es el hombre quien espera de Dios. Gabriel es enviado a Nazaret, a una virgen que estaba desposada con un hombre llamado José, de la casa de David.
La dádiva de Juan a Zacarías fue una respuesta a sus oraciones - Dios fiel en Su bondad hacia Su pueblo que espera en Él.
2.7 - Gracia soberana mostrada
Pero esta era una visitación de gracia soberana. María, un vaso escogido para este propósito, había hallado gracia a los ojos de Dios. Fue favorecida [3] por la gracia soberana - bendita entre las mujeres. Ella concebiría y daría a luz un Hijo: le pondría por nombre Jesús. Él sería grande, y sería llamado el Hijo del Altísimo. Dios le daría el trono de Su padre David. Él reinaría sobre la casa de Jacob para siempre, y Su reinado no tendría fin.
[3] Las expresiones "hallado favor" (gr.: eures charin) (Lucas 1:30 - Versión Moderna) y "altamente favorecida" (gr.: kecharitomene) (Lucas 1:28 - Versión Moderna), no tienen, en absoluto, el mismo significado. Personalmente, ella había hallado favor, así que no debía temer; pero Dios había otorgado soberanamente sobre ella esta gracia, el inmenso favor, de ser la madre del Señor. En esto, ella fue el objeto del favor soberano de Dios.
2.8 - El nacimiento del niño presentado por el Espíritu Santo en una manera doble
Se observará aquí que el asunto que el Espíritu Santo presenta ante nosotros es el nacimiento del niño, del modo que Él estaría aquí abajo en este mundo, dado a luz por María - el nacimiento de Aquel que había de nacer.
La enseñanza dada por el Espíritu Santo sobre este punto se divide en dos partes: primero, aquello que sería el niño que iba a nacer; y segundo, la manera de Su concepción, y la gloria que resultaría de ello. No es simplemente la naturaleza divina de Jesús la que es presentada, el Verbo que era Dios, el Verbo hecho carne, sino lo que nació de María, y el modo cómo había de tener lugar. Sabemos bien que se trata del mismo precioso y divino Salvador de quien habla Juan; pero Él nos es presentado aquí bajo otro aspecto, el cual es de un interés infinito para nosotros; y debemos considerarle tal como lo presenta el Espíritu Santo, nacido de la virgen María en este mundo de lágrimas.
2.9 - El Señor Jesús como real y verdaderamente Hombre
Tomemos, en primer lugar, los versículos 31 al 33. Fue un niño concebido realmente en el vientre de María, quien dio a luz este niño en el momento que Dios había asignado a la naturaleza humana. Transcurrió el tiempo de costumbre antes del nacimiento. Hasta ahora esto no nos dice nada acerca de la manera. Es el hecho mismo el que tiene una importancia que no puede ser medida ni exagerada. Él era realmente y verdaderamente hombre, nacido de mujer como lo fuimos nosotros - no en cuanto a la fuente y al modo de Su concepción, de lo cual no estamos tratando aún, sino en cuanto a la realidad de Su existencia como hombre. Él era realmente y verdaderamente un ser humano. Pero había otras cosas relacionadas con la Persona de Aquel que había de nacer, las cuales nos son también presentadas. Sería llamado Jesús, es decir, Jehová el Salvador. Él habría de manifestarse en este carácter y con este poder. Así era Él.
2.10 - El niño nacido como Hombre es "el Hijo del Altísimo"
Esto no está aquí relacionado con el hecho de que "él salvará a su pueblo de sus pecados", como en Mateo, donde se trataba de la manifestación a Israel del poder de Jehová, de su Dios, en cumplimiento de las promesas hechas a ese pueblo. Aquí vemos que Él tiene derecho a ese nombre; pero, este título divino permanece oculto bajo la forma de un nombre personal; pues es el Hijo del Hombre quien es presentado en este Evangelio, cualquiera que Su poder divino pudiera ser. Aquí se nos dice que, "Él" - Aquel que había de nacer - "será grande, y" (nacido en este mundo) "será llamado Hijo del Altísimo." (Lucas 1:32 - Versión Moderna). Él había sido el Hijo del Padre desde antes de que el mundo fuese; pero este niño, nacido en la tierra, debía ser llamado - tal como Él era aquí abajo - Hijo del Altísimo: un título al cual Él demostraría perfectamente tener derecho, mediante Sus hechos, y mediante todo lo que manifestase lo que Él era. Un pensamiento precioso y lleno de gloria para nosotros, un hijo nacido de una mujer lleva legítimamente este nombre, "Hijo del Altísimo" - supremamente glorioso para Aquel que está en la posición de un hombre, y realmente era tal ante Dios.
2.11 - "El Hijo de David": Su reino interminable y Su gloria
Pero, había aún otras cosas relacionadas con Aquel que había de nacer. Dios le daría el trono de Su padre David. Aquí, nuevamente vemos claramente que Él es considerado como nacido, como hombre, en este mundo. El trono de Su padre David le pertenece. Dios se lo dará. Por derecho de nacimiento, Él es heredero de las promesas, de las promesas terrenales que, en cuanto al reino, pertenecían a la familia de David; pero esto sería en conformidad a los consejos y al poder de Dios. Él reinaría sobre la casa de Jacob - no solamente sobre Judá y en la debilidad de un poder transitorio y de una vida efímera, sino por todos los siglos; y Su reino no tendría fin. Como, de hecho, Daniel había predicho, este reino nunca sería tomado por otros. Nunca sería dejado a otro pueblo. Sería establecido según los consejos de Dios que son inmutables, y de acuerdo a Su poder que nunca falla. Hasta que Él entregase el reino a Dios el Padre, Él ejercería una realeza que nada podría disputar; la cual Él entregaría (habiéndose cumplido todas las cosas) a Dios, pero cuya gloria, digna de un rey, nunca se empañará en Sus manos.
Así había de nacer el niño - verdaderamente, aunque milagrosamente nacido como hombre. Para aquellos que pudieran comprender Su nombre, era Jehová el Salvador.
Él había de ser Rey sobre la casa de Jacob conforme a un poder que nunca menguaría ni fallaría, hasta que se fusione con el poder eterno de Dios como Dios.
El gran tema de la revelación es, que el Hijo debía ser concebido y nacer; el resto es la gloria que le pertenecería después de nacido.
2.12 - La pregunta de María; su fe
Pero lo que María no comprende es la concepción. Dios le permite que pregunte al ángel de qué modo ocurriría. Su pregunta fue según Dios. No creo que se tratara aquí de ninguna falta de fe. Zacarías había estado pidiendo constantemente un hijo - era sólo una cuestión de la bondad y del poder de Dios que se concediese esta petición - y fue llevado, por la positiva declaración de Dios, hasta un punto en que él sólo debía confiar en ella. Él no confió en la promesa del Señor. Era sólo el ejercicio del poder extraordinario de Dios en el orden natural de cosas. María pregunta, con santa confianza, puesto que Dios la había favorecido, cómo se cumpliría tal cosa, fuera del orden natural. Ella no dudaba de su cumplimiento (véase el versículo 45: "bienaventurada" - dijo Elisabet - "la que creyó.") Ella pregunta de qué manera se habría de cumplir esto, ya que esto debe ser hecho fuera del orden de la naturaleza. El ángel procede con su comisión, dándole a conocer, también, la respuesta de Dios a su pregunta. En los propósitos de Dios, esta pregunta dio ocasión (por la respuesta que esta pregunta recibió) a la revelación de la concepción milagrosa.
2.13 - El Hijo de Dios hecho Hombre
El nacimiento de Aquel que ha caminado sobre esta tierra era la cosa en cuestión - Su nacimiento de la virgen María. Él era Dios, y se hizo hombre; pero, aquí está la manera de Su concepción para llegar a ser un hombre en la tierra. No es lo que Él era lo que se manifiesta aquí. Es Él quien nació, tal como Él estaba en el mundo, de cuya concepción milagrosa leemos aquí. El Espíritu Santo vendría sobre ella - actuaría en poder sobre este vaso terrenal, sin su propia voluntad o la voluntad de ningún hombre. Dios es la fuente de la vida del hijo prometido a María, nacido en este mundo y por Su poder. Él nace de María - de esta mujer escogida por Dios. El poder del Altísimo la cubriría, y, por consiguiente, el Santo Ser (Lucas 1:35 - RVR60) que nacería de ella sería llamado el Hijo de Dios. Santo en Su nacimiento, concebido por la intervención del poder de Dios actuando sobre María (un poder que fue la fuente divina de Su existencia en la tierra, como hombre), la criatura santa (Lucas 1:35 - Versión Moderna) que recibió así su ser de María, el fruto de su vientre, debía tener también, incluso en este sentido, el título de Hijo de Dios. Lo Santo (Lucas 1:35 - RVA) que nacería de María debía ser llamado el Hijo de Dios. No se trata aquí de la doctrina de la relación eterna del Hijo con el Padre. El Evangelio de Juan, la epístola a los Hebreos, la de los Colosenses, establecen esta verdad preciosa, y demuestran su importancia; aquí se trata de aquello que nació en virtud de la concepción milagrosa, lo cual, en ese terreno, es llamado el Hijo de Dios.
2.14 - El anuncio del ángel a María de la bendición de Elizabet
El ángel le anuncia la bendición otorgada a Elisabet a través del poder omnipotente de Dios; y María se inclina ante la voluntad de su Dios - el vaso sumiso de Su propósito - y en su piedad reconoce una altura y grandeza en estos propósitos que sólo le dejaron a ella, pasivo instrumento de ellos, su lugar de sujeción a la voluntad de Dios. Ésta fue su gloria, mediante el favor de su Dios.
Fue apropiado que prodigios acompañaran, y dieran un testimonio justo, a esta maravillosa intervención de Dios. La comunicación del ángel no fue infructuosa en el corazón de María; y por su visita a Elisabet, ella va a reconocer los maravillosos tratos de Dios. La piedad de la virgen es mostrada aquí de manera conmovedora. La maravillosa intervención de Dios la hizo sentirse humilde, en lugar de ensalzarse. Ella vio a Dios en lo que había acontecido, y no a sí misma; al contrario, las grandezas de estas maravillas trajeron a Dios tan cerca de ella como para ocultarla de ella misma. Ella se entrega a Su santa voluntad: pero Dios ocupa un lugar demasiado grande en sus pensamientos sobre este asunto como para dejar algún sitio a la presunción.
2.15 - La visita de María a Elizabet; el reconocimiento de Elizabet de la gracia de Dios para con la madre de su Señor
La visita de la madre de su Señor a Elisabet fue algo natural en ella, pues el Señor visitó ya a la mujer de Zacarías. El ángel se lo había hecho saber. Ella se preocupa por estas cosas de Dios, pues Dios estaba cerca de su corazón por la gracia que la había visitado. Conducida por el Espíritu Santo, de corazón y afecto, la gloria perteneciente a María, en virtud de la gracia de Dios que la había elegido para ser la madre de su Señor, es reconocida por Elisabet, hablando por el Espíritu Santo. Ella también reconoce la piadosa fe de María, y le anuncia el cumplimiento de la promesa que había recibido (todo eso sucedió siendo una señal de testimonio a Aquel que había de nacer en Israel y entre los hombres).
2.16 - La acción de gracias de María; reconociendo la gracia de Dios y su propia bajeza
El corazón de María se derrama, entonces, en acción de gracias. Reconoce a Dios su Salvador en la gracia que la ha llenado de gozo, y su bajeza - una figura de la condición del remanente de Israel - y eso dio ocasión para la intervención de la grandeza de Dios, con un pleno testimonio de que todo era de Él. Cualquiera que pudiera ser la piedad apropiada al instrumento que Él utilizó, y que verdaderamente se hallaba en María, fue en la medida en que ella se ocultó que ella fue grande; pues entonces Dios era todo, y fue a través de ella que Él intervino para la manifestación de Sus maravillosos caminos. Ella perdía su lugar si intentaba algo por sí misma, pero en realidad no lo hizo. La gracia de Dios la guardó a fin de que Su gloria pudiera mostrarse plenamente en este suceso divino. Ella reconoce Su gracia, pero reconoce que, hacia ella, todo es gracia.
Se observará aquí que, en el carácter y la aplicación de los pensamientos que llenan su corazón, todo es Judío. Podemos comparar el cántico de Ana, quien proféticamente celebraba esta misma intervención; y vean también los versículos 54 y 55. Pero, observen, ella retrocede a las promesas hechas a los padres, no a Moisés, e incluye a todo Israel. Es el poder de Dios que obra en medio de la debilidad, cuando no hay recurso, y todo es contrario a él. Tal es el momento apropiado para Dios, y, con el mismo fin, instrumentos que no son nada, para que Dios pueda serlo todo.
Es notable que no se nos diga que María era llena del Espíritu Santo. Me parece que esto es una distinción que la honra. El Espíritu Santo visitó a Elisabet y Zacarías de un modo excepcional. Pero aunque no podemos dudar que María estaba bajo la influencia del Espíritu de Dios, era un efecto más interno, más relacionado con su propia fe, con su piedad, con las relaciones más habituales de su corazón con Dios (que fueron formadas por esta fe y por esta piedad) y que, consecuentemente, este efecto se expresaba más como sus propios sentimientos. Se trata de gratitud por la gracia y el favor conferidos a ella, la humilde, y eso en relación con las esperanzas y bendiciones de Israel. En todo esto aparece ante mí una armonía muy sorprendente en relación con el prodigioso favor otorgado a ella. Lo repito, María es grande por cuanto ella no es nada; pero es favorecida por Dios de manera incomparable, y todas las generaciones la llamarán bienaventurada.
Pero su piedad, y la expresión de esta en este cántico, siendo más personal, siendo más una respuesta a Dios que una revelación de Su parte, se limita claramente a aquello que era, necesariamente para ella, la esfera de esta piedad - y es que era para Israel, para las esperanzas y promesas dadas a Israel. Esta piedad regresa, como hemos visto, al punto más remoto de las relaciones de Dios con Israel - y éstas fueron en gracia y en promesa, no en ley - pero no sale de ellas.
2.17 - Piedad en secreto reconocida por Dios
María se queda tres meses con la mujer a quien Dios había bendecido, la madre de aquel que iba a ser la voz de Dios en el desierto; y regresa para seguir, humildemente, su propio camino, para que los propósitos de Dios pudieran cumplirse.
Nada más hermoso, en su estilo, que el retrato de la comunicación entre estas dos mujeres piadosas, desconocidas para el mundo, pero instrumentos de la gracia de Dios para el cumplimiento de Su propósito, glorioso e infinito en sus resultados. Ellas se ocultan, moviéndose en una escena en la que nada entra, sino la piedad y la gracia; pero Dios está allí, aun siendo tan poco conocidas para el mundo como lo eran estas mujeres, sin embargo, Dios está preparando y llevando a cabo aquello en lo cual los ángeles anhelan sondear en sus profundidades. Esto tiene lugar en la serranía, donde estas piadosas parientes moraban. Ellas se ocultaron, pero sus corazones, visitados por Dios y tocados por Su gracia, respondieron por su mutua piedad a estas maravillosas visitas de lo alto; y la gracia de Dios se reflejaba verdaderamente en la quietud de un corazón que reconocía Su mano y Su grandeza, confiando en Su bondad y sometiéndose a Su voluntad. Nosotros somos favorecidos al ser admitidos en una escena, de la cual el mundo fue excluido por su incredulidad y alejamiento de Dios, y en la que Dios actuó así.
2.18 - Nace Juan, el hijo de Zacarías y Elizabet; el anuncio público de Zacarías de Aquel que venía y la posición de Juan
Pero aquello que la piedad reconoció en secreto, a través de la fe en las visitaciones de Dios, debe finalmente hacerse público y cumplirse ante los ojos de los hombres. El hijo de Zacarías y Elisabet nace, y Zacarías (quien, obediente a la palabra del ángel, cesa de ser mudo), anuncia la venida del Renuevo de David (Jeremías 33:15), el cuerno de la salvación de Israel (versículo 69 - Versión Moderna), en la casa del Rey elegido por Dios, para cumplir todas las promesas hechas a los padres, y todas las profecías por las que Dios había proclamado las bendiciones futuras de Su pueblo. El hijo que Dios había dado a Zacarías y a Elisabet debería ir delante del rostro de Jehová para preparar Sus caminos; porque el Hijo de David era Jehová, quien vino conforme a las promesas, y conforme a la palabra por medio de la cual Dios había proclamado la manifestación de Su gloria.
2.19 - Israel bajo bendición presente y futura del Cristo entonces a la puerta - la esperanza de Israel
La visitación de Israel por Jehová, celebrada por boca de Zacarías, incluye toda la bendición del milenio. Esto está relacionado con la presencia de Jesús, quien introduce en Su propia Persona toda esta bendición. Todas las promesas son Sí y Amén en Él (2 Corintios 1:20). Todas las profecías le circundan con la gloria a ser realizada entonces, y le hacen la fuente de la que ella surge. Abraham se gozó de ver el glorioso día de Cristo.
El Espíritu Santo siempre hace esto, cuando Su asunto es el cumplimiento de la promesa en poder. Él continua hasta el pleno efecto que Dios llevará a cabo al final. La diferencia aquí es que no se trata ya del anuncio de gozos en un futuro distante, cuando un Cristo naciera, cuando se hubiera dado a luz un hijo, para introducir sus goces en días aún velados por la distancia desde la cual eran vistos. El Cristo está ahora a la puerta, y lo que se celebra es el efecto de Su presencia. Sabemos que, habiendo sido rechazado, y estando ahora ausente, el cumplimiento de estas cosas es necesariamente aplazado hasta que Él regrese; pero Su presencia traerá el cumplimiento de ellas, y ello se anuncia como estando relacionado con esa presencia.
Podemos observar aquí, que este capítulo se confina por su contenido, dentro de los estrictos límites de las promesas hechas a Israel, es decir, a los padres. Tenemos a los sacerdotes, al Mesías, a Su precursor, las promesas hechas a Abraham, el pacto de la promesa, el juramento de Dios. No se trata de la ley, sino de la esperanza de Israel - fundamentada en la promesa, el pacto, el juramento de Dios, y confirmada por los profetas - la cual tiene su realización en el nacimiento de Jesús, en el nacimiento del Hijo de David. No se trata, lo digo nuevamente, de la ley. Se trata de Israel bajo bendición, en realidad no cumplida aún, pero de Israel en la relación de fe con Dios, quien la va a cumplir. Sólo se trata de Dios e Israel, y lo que había sucedido en gracia entre Él y Su pueblo solo.
3 - Capítulo 2
3.1 - El emperador pagano del mundo en la tierra de Emanuel; la gloria y la autoridad imperial un instrumento en manos de Dios
En este capítulo la escena cambia. En lugar de las relaciones de Dios con Israel conforme a la gracia, vemos primero al emperador pagano del mundo - la cabeza del último imperio de Daniel - ejerciendo su poder en tierra de Emanuel, y sobre el pueblo de Dios, como si Dios no los conociera. No obstante, estamos todavía en presencia del nacimiento del Hijo de David, de Emanuel mismo; pero Él está, exteriormente, bajo el poder de la cabeza de la bestia, de un imperio pagano. ¡Qué extraño estado de cosas es introducido por el pecado! Sin embargo, pongan especial atención en que todavía tenemos la gracia aquí: es la intervención de Dios lo que hace que todo esto se manifieste. En relación con ello, existen otras circunstancias que haríamos bien en observar. Cuando los intereses y la gloria de Jesús están en juego, todo este poder (que gobierna sin el temor de Dios, que reina, buscando su propia gloria, en el lugar donde Cristo debería reinar), toda la gloria imperial, no es sino un instrumento en las manos de Dios para el cumplimiento de Sus consejos. En cuanto al hecho público, encontramos al emperador Romano ejerciendo autoridad despótica y pagana en el lugar donde el trono de Dios debería haber estado, si el pecado del pueblo no hubiera hecho que esto fuera imposible.
3.2 - El poder del mundo se pone en movimiento para que el Salvador-Rey pueda nacer en el lugar que Dios había decretado
El emperador quiere tener a todo el mundo empadronado, y cada uno se dirige a su propia ciudad. El poder mundano se pone en movimiento, y lo hace mediante un acto que demuestra su supremacía sobre aquellos que, como pueblo de Dios, deberían haberse visto libres de todo menos del inmediato gobierno de su Dios, el cual era la gloria de ellos - un hecho que prueba la degradación total y el servilismo del pueblo. Ellos son esclavos, en sus cuerpos y en sus posesiones, de los paganos a causa de los pecados (ver Nehemías 9:36, 37). Pero este hecho sólo cumple el maravilloso propósito de Dios, haciendo que el Salvador - rey que ha de nacer en el pueblo donde, según el testimonio de Dios, tenía que tener lugar este acontecimiento. Y, más que eso, la Persona divina que tenía que estimular el gozo y las alabanzas del cielo nace entre los hombres, Él mismo siendo un niño en este mundo.
El estado de cosas en Israel y en el mundo, es la supremacía de los Gentiles y la ausencia del trono de Dios. El Hijo del Hombre, el Salvador, Dios manifestado en carne, viene a tomar Su lugar - un lugar que la sola gracia podía hallar o tomar en un mundo que no Le conocía.
Este censo es tanto más notable, en que, tan pronto como el propósito de Dios fue cumplido, no se llevó más allá, es decir, no hasta después, bajo el gobierno de Cirenio. [4]
[4] No dudo que la única traducción correcta de este pasaje es: "este censo primero fue hecho cuando Cirenio fue gobernador de Siria." El Espíritu Santo anota esta circunstancia para mostrar que, una vez cumplido el propósito de Dios, el decreto no fue llevado a cabo históricamente sino hasta más tarde. Se ha invertido una gran cantidad de estudio en lo que creo que es simple y claro en el texto.
3.3 - El Hijo de Dios nacido en este mundo no encuentra lugar allí
El Hijo de Dios nace en este mundo, pero no encuentra lugar en él. El mundo vive a sus anchas, o al menos mediante sus recursos este mundo halla su lugar en el mesón; este lugar llega a ser un tipo de medida de la posición del hombre en el mundo y de la recepción que el mundo le brinda; el Hijo de Dios no halla ninguno, excepto en el pesebre. ¿Es en vano que el Espíritu Santo registre esta circunstancia? No. En este mundo no hay sitio para Dios, y para lo que es de Dios. Por consiguiente, tanto más perfecto es el amor que le hizo descender a la tierra. Pero Él comenzó en un pesebre y terminó en la cruz, y a lo largo del camino Él no tuvo dónde recostar Su cabeza.
El Hijo de Dios - un niño, participando de toda la debilidad y de todas las circunstancias de la vida humana así manifestadas - aparece en el mundo. [5]
[5] Es decir, como un infante. Él no apareció, como el primer Adán, saliendo, en Su perfección, de las manos de Dios. Él nace de una mujer, el Hijo del Hombre, lo cual no hizo Adán.
3.4 - El cumplimiento de los consejos de Dios anunciado por ángeles; su coro celestial de alabanza
Pero si Dios viene a este mundo, y si un pesebre Le recibe, en la naturaleza que Él ha tomado en gracia, los ángeles se ocupan del suceso del cual depende el destino de todo el universo, y el cumplimiento de todos los consejos de Dios; porque Él ha escogido las cosas débiles para confundir las que son fuertes. Este pobre infante es el objeto de todos los consejos de Dios, el sustentador y heredero de toda la creación, el Salvador de todos los que heredarán la gloria y la vida eterna.
Algunos hombres pobres que realizaban fielmente sus difíciles tareas lejos de la actividad inquieta de un mundo ambicioso y pecador, reciben las primeras noticias de la presencia del Señor en la tierra. El Dios de Israel no buscó a los grandes de entre Su pueblo, sino que mostró respeto a los pobres del rebaño. Dos cosas destacan aquí por sí solas. El ángel que viene a los pastores de Judea para anunciarles el cumplimiento de las promesas de Dios a Israel. El coro de ángeles que celebra en su coro de alabanza celestial toda la verdadera importancia de este suceso maravilloso.
"Os ha nacido hoy," dice el mensajero celestial que visita a los pobres pastores - "en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor." Ésta fue la proclamación a ellos y a todo el pueblo de las buenas nuevas. [6]
[6] "todo el pueblo" (y no como se lee en la Biblia Inglesa "Authorised Version", "toda persona").
3.5 - La plenitud, soberanía y perfección de la gracia de Dios magnificada por el pecado
Pero en el nacimiento del Hijo del Hombre, Dios manifestado en carne, el cumplimiento de la encarnación, tenía una importancia mucho más allá de esto. El hecho de que este pobre infante estuviera allí, no aceptado y abandonado (humanamente hablando) a su suerte por el mundo, era (como lo entendían las inteligencias celestiales, la multitud de las huestes celestes, cuyas alabanzas resonaban en el mensaje del ángel a los pastores) para "¡Gloria en lo más alto a Dios, y en la tierra paz entre los hombres de (su) buena voluntad!" (Lucas 2:14 - Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español de Francisco Lacueva, Editorial Clie). Estas pocas palabras incluyen pensamientos tan ampliamente extendidos, que es difícil hablar debidamente de ellos en una obra como ésta; pero algunas observaciones son necesarias. En primer lugar, es profundamente bendito ver que el pensamiento de Jesús excluye todo lo que pudiera oprimir el corazón en la escena que rodeaba Su presencia en la tierra. El pecado ¡lamentablemente! estaba allí. Fue manifestado por la posición en la cual este infante maravilloso fue hallado. Pero si el pecado le había situado allí, la gracia le había situado allí. La gracia sobreabunda; y al pensar en Él, la bendición, la gracia, los pensamientos de Dios respecto al pecado, aquello que Dios es, tal como lo manifiesta la presencia de Cristo, todas estas cosas absorben la mente y se apoderan del corazón, y son el verdadero alivio del corazón, en un mundo como éste. Vemos a la gracia sola; y el pecado no hace sino magnificar la plenitud, la soberanía, la perfección de esa gracia. Dios, en Sus tratos gloriosos, borra el pecado con respecto al cual Él actúa, y que Él exhibe en toda su deformidad; pero existe aquello que 'abunda mucho más'. Jesús, venido en gracia, llena el corazón. Es lo mismo en todos los detalles de la vida cristiana. Es la verdadera fuente del poder moral, de la santificación, y del gozo.
3.6 - "Gloria a Dios en las alturas" mostrada en el niño nacido en la tierra
A continuación vemos que hay tres cosas manifestadas por la presencia de Jesús nacido como un niño en la tierra. En primer lugar, la gloria a Dios en las alturas. El amor de Dios - Su sabiduría - Su poder (no al crear un universo de la nada, sino al elevarse por sobre el mal, y convertir el efecto de todo el poder del enemigo en una ocasión para demostrar que este poder era solamente impotencia y locura en presencia de aquello que puede llamarse "lo débil de Dios") - el cumplimiento de Sus consejos eternos - la perfección de Sus caminos donde el mal se había introducido - la manifestación de Sí mismo en medio del mal, de tal modo que se glorificaba Él mismo delante de los ángeles: en una palabra, Dios se ha manifestado de tal modo por el nacimiento de Jesús que las huestes celestiales, familiarizadas desde largo tiempo con Su poder, podían elevar su coro: "¡Gloria en lo más alto a Dios!" y toda voz se une expresando estas alabanzas. ¿Qué amor hay como este amor? y Dios es amor. ¡Qué pensamiento más puramente divino, que Dios se ha hecho hombre! ¡Qué supremacía del bien sobre el mal! ¡Qué sabiduría al acercarse al corazón del hombre y traer el corazón del hombre de vuelta a Él! ¡Qué propiedad al dirigirse al hombre! ¡Qué mantenimiento de la santidad de Dios! ¡Qué cercanía al corazón humano, qué interés en sus necesidades, qué forma de experimentar su condición! Pero más allá de todo, ¡Dios por sobre el mal en gracia, y visitando, en esa gracia, este mundo contaminado para darse a conocer como nunca antes Él se había dado a conocer!
3.7 - "En la tierra paz": Jesús la seguridad del cumplimiento final de la promesa
El segundo efecto de la presencia de Aquel que manifestó a Dios en la tierra, es que la paz debía estar allí. Rechazada - Su nombre iba a ser un motivo de disputa; pero el coro celestial se ocupa del hecho de Su presencia, y con el resultado, cuando fuese plenamente producido por las consecuencias, envuelto en la Persona de Aquel que estaba allí (contempladas en sus propios frutos), y ellos celebran estas consecuencias. El mal manifiesto debía desaparecer. Su norma santa debía desterrar toda enemistad y violencia. Jesús, poderoso en amor, debía reinar, e impartir el carácter en el cual Él había venido a toda la escena que había de rodearle en el mundo al que Él había venido, para que pudiese ser conforme a Su corazón, quien se deleitaba en ello (Proverbios 8:31) [7]. Véase, en menor escala, el Salmo 85:10-11.
[7] Esta cita nos conduce a aprender algo glorioso, tanto de lo que estaba haciendo entonces, como de nuestra bendición. El interés especial de Dios está en los hijos de los hombres; la sabiduría (Cristo es la sabiduría de Dios), el deleite diario de Jehová, regocijándose en la parte habitable de Su tierra, antes de la creación, de manera que era el consejo y Su delicia en los hijos de los hombres. Su encarnación es la prueba plena de esto. En Mateo tenemos a nuestro Señor, cuando Él toma Su lugar con el remanente como esto es, totalmente revelado, y es en el Hijo tomando este lugar como hombre y siendo ungido por el Espíritu Santo, que toda la Trinidad se revela plenamente. Ésta es una gloriosa manifestación de los modos de Dios.
El medio para esto - que incluye la redención, la destrucción del poder de Satanás, la reconciliación del hombre por la fe, y la reconciliación de todas las cosas en el cielo y en la tierra con Dios - no es señalado aquí. Todo dependía de la Persona y la presencia de Aquel que nació. Todo estaba envuelto en Él. El estado de bendición nació en el nacimiento de ese niño.
Presentado a la responsabilidad del hombre, éste es incapaz de beneficiarse de esta oportunidad, y todo fracasa. Su posición, a consecuencia de ello, llega a ser mucho peor.
Pero, estando la gracia y la bendición unidas a la persona de Aquel recién nacido, todas sus consecuencias fluyen necesariamente. Después de todo, fue la intervención de Dios cumpliendo el consejo de Su amor, el decidido propósito de Su buena voluntad. Y, una vez que Jesús estuvo allí, las consecuencias no podían fallar: cualquier interrupción que pudiera haber a su cumplimiento, Jesús era su seguridad. Él había venido al mundo. Él contenía en Su persona todas estas consecuencias, Él era la expresión de ellas. La presencia del Hijo de Dios en medio de pecadores decía a toda inteligencia espiritual: "en la tierra paz."
3.8 - "Buena voluntad (de Dios) para con los hombres": los consejos gloriosos de Dios cumplidos en Jesús
La tercera cosa era la buena voluntad [8] - el afecto de Dios - para con los hombres. Nada más sencillo, puesto que Jesús era un hombre, Él no ha venido en auxilio de los ángeles. (N. del T. ver Hebreos 2:16).
[8] Ésta es la misma palabra que es utilizada (N. del T.: en el texto griego) cuando se dice de Cristo: "en quien tengo complacencia." (Mateo 3:17; Marcos 1:11). Es hermoso ver la celebración, carente de celos, llevada a cabo por estos santos seres, del avance de otra raza a este exaltado lugar por la encarnación del Verbo. Era la gloria de Dios, y eso les bastaba. Esto es muy hermoso.
Fue un testimonio glorioso que el efecto, la buena voluntad, de Dios estaba centrado en esta pobre raza, ahora alejada de Él, pero en la cual Él se agradó cumplir todos Sus gloriosos consejos. Así en Juan 1, la vida era la luz de los hombres.
En una palabra, se trataba del poder de Dios presente en gracia en la Persona del Hijo de Dios participando de la naturaleza, e interesándose por la suerte de un ser que se había alejado de Él, y haciendo de él la esfera del cumplimiento de todos Sus consejos y de la manifestación de Su gracia y Su naturaleza a todas Sus criaturas. ¡Qué posición para el hombre! porque es precisamente en el hombre que todo esto se cumple. El universo entero tenía que aprender en el hombre, y en lo que Dios era allí para el hombre, aquello que Dios era en Sí mismo, y el fruto de todos Sus gloriosos consejos, así como su completo descanso en Su presencia, conforme a Su naturaleza de amor. Todo esto estaba implícito en el nacimiento de aquel niño, a quien el mundo no prestó atención. Maravilloso y original tema de alabanza para los santos habitantes del cielo, ¡a quienes Dios se los había dado a conocer! Era gloria en lo más alto a Dios.
3.9 - La fe y el gozo de los pastores
La fe estaba en ejercicio en aquellos sencillos israelitas a quienes fue enviado el ángel del Señor; y ellos se regocijaron en la bendición cumplida ante sus ojos, en la cual verificaban la gracia que Dios había mostrado anunciándola a ellos. La palabra, "como se les había dicho" (Lucas 2:20), añade su testimonio de gracia a todo lo que disfrutamos mediante la misericordia de Dios.
3.10 - El nombre del niño; Su circuncisión bajo la ley; la pobreza de María
El niño recibe el nombre de Jesús el día de Su circuncisión, de acuerdo a la costumbre hebrea (véase cap. 1:59), pero conforme a los consejos y revelaciones de Dios, comunicados por los ángeles de Su poder. Además, todo se realizaba conforme a la ley; porque, históricamente, en el relato hallamos que todo está aún en relación con Israel. Aquel que nacía de una mujer, nacía bajo la ley.
La condición de pobreza en la que Jesús nació también es mostrada mediante el sacrificio ofrecido para la purificación de Su madre.
3.11 - El niño reconocido por el remanente piadoso
Pero, otro punto es resaltado aquí por el Espíritu Santo, por muy insignificante que Él aparentemente pudiera ser, Aquel que dio ocasión para esto.
Jesús es reconocido por el remanente piadoso de Israel, hasta donde el Espíritu Santo actúa en ellos. Él llega a ser una piedra de toque para cada alma en Israel. La condición del remanente enseñada por el Espíritu Santo (es decir, de aquellos que habían tomado la posición del remanente) era ésta: Ellos estaban conscientes de la miseria y ruina de Israel, pero esperaban en el Dios de Israel, confiando a Su fidelidad inmutable la consolación de Su pueblo. Ellos decían aún: ¿Hasta cuándo? Y Dios estaba con este remanente. Él había dado a conocer, a aquellos que confiaban en Su misericordia, la venida del Prometido, quien había de ser el cumplimiento de esta misericordia para Israel.
Así, en presencia de la opresión de los Gentiles, y de la iniquidad de un pueblo que estaba madurando, o, más bien, ya había madurado en el mal, el remanente que confía en Dios no pierde aquello que, como vimos en el capítulo precedente, pertenecía a Israel. En medio de la miseria de Israel, ellos tenían para su consolación aquello que la promesa y la profecía habían declarado para la gloria de Israel.
3.12 - La revelación hecha a Simeón; el carácter triple de su alabanza
El Espíritu Santo había revelado a Simeón que no moriría hasta que no hubiera visto al Señor Jesucristo. Esa fue la consolación, y fue grande. Estaba contenida en la Persona de Jesús el Salvador, sin entrar mucho en detalles de la manera o del momento del cumplimiento de la liberación de Israel.
Simeón amaba a Israel; él podía partir en paz, puesto que Dios le había bendecido conforme a los deseos de la fe. El gozo de la fe habita siempre sobre el Señor y sobre Su pueblo, pero ve, en la relación que existe entre ellos, toda la magnitud de aquello que hace surgir este gozo. La salvación, la liberación de Dios, vino en Cristo. Fue para revelación a los Gentiles, hasta entonces ocultos en las tinieblas de la ignorancia sin ninguna revelación; y para la gloria de Israel, el pueblo de Dios. Éste es, verdaderamente, el fruto del gobierno de Dios en Cristo, es decir, el milenio. Pero si el Espíritu reveló a este piadoso y fiel siervo del Dios de Israel el futuro que dependía de la presencia del Hijo de Dios, Él le reveló que sostenía en sus brazos al Salvador mismo; dándole paz instantánea y un sentido tal del favor de Dios, que la muerte perdió sus terrores. No fue un conocimiento de la obra de Jesús actuando sobre una conciencia iluminada y convicta; pero fue el cumplimiento de las promesas a Israel, la posesión del Salvador, y la prueba del favor de Dios, de manera que la paz que fluyó de allí llenaba su alma. Hubo las tres cosas: la profecía que anunció la venida de Cristo, la posesión de Cristo, y el efecto de Su presencia en todo el mundo. Estamos aquí en relación con el remanente de Israel, y, consecuentemente, no encontramos nada de la Iglesia y de las cosas puramente celestiales. El rechazo viene después. Aquí se trata de todo lo que pertenece al remanente, a modo de bendición, a través de la presencia de Jesús. Su obra no es el tema aquí.
3.13 - El testimonio de Simeón del Mesías en Israel
¡Qué hermosa escena y qué testimonio rendido a este niño, por la manera en que, a través del poder del Espíritu Santo, Él llenó el corazón de este hombre santo al término de su carrera terrenal! Observen también qué comunicaciones son hechas a este débil remanente, desconocido en medio de las tinieblas que cubrían al pueblo. Pero el testimonio de este santo hombre de Dios (y cuán dulce es pensar cuántas de estas almas, llenas de gracia y de comunión con el Señor, han brotado a la sombra, desconocidas para los hombres, pero bien conocidas y amadas por Dios; unas almas que, cuando aparecen, saliendo de su retiro conforme a Su voluntad, en testimonio a Cristo, rinden un testimonio tan bendito a una obra de Dios que sigue realizándose a pesar de todo lo que el hombre está haciendo, y detrás de la escena dolorosa y amarga que se desarrolla en la tierra!), el testimonio de Simeón aquí, fue más que la expresión de los pensamientos profundamente interesantes que habían llenado su corazón en comunión entre él y Dios. Este conocimiento de Cristo y de los pensamientos de Dios respecto a Él, que se desarrolla en secreto entre Dios y el alma, da la comprensión del efecto producido por la manifestación al mundo de Aquel que es su objeto. El Espíritu habla de ello por boca de Simeón.
En sus palabras previas, recibimos la declaración del seguro cumplimiento de los consejos de Dios en el Mesías, el gozo de su propio corazón. Lo que se describe ahora es, el efecto de la presentación de Jesús, como Mesías, a Israel en la tierra. Cualquiera que pudiese haber sido el poder de Dios en Cristo para bendecir, Él sometió el corazón del hombre a prueba. Él debe ser así - al revelar los pensamientos de muchos corazones (pues Él era luz) y mucho más puesto que Él fue humillado en un mundo de orgullo, siendo una ocasión de caída para muchos, y el medio de levantar a muchos de su condición caída y degradada. Y el alma de la propia María, aunque era la madre del Mesías, iba a ser traspasada por una espada, pues su hijo iba a ser rechazado, la relación natural del Mesías con el pueblo iba a romperse y a ser refutada. Esta contradicción de pecadores contra el Señor dejó al descubierto todos los corazones en cuanto a sus deseos, sus esperanzas, y sus ambiciones, cualesquiera fuesen las formas de piedad que pudiesen ser asumidas.
Tal fue el testimonio rendido en Israel al Mesías, conforme a la acción del Espíritu de Dios sobre el remanente, y en medio de la esclavitud y de la miseria de ese pueblo: el pleno cumplimiento de los consejos de Dios hacia Israel, y hacia el mundo a través de Israel, para el gozo del corazón de los fieles que habían confiado en estas promesas, pero como una prueba en ese momento para cada corazón por medio de un Mesías que era una señal que era contradicha. Los consejos de Dios y el corazón del hombre fueron revelados en Él.
3.14 - La profecía de Malaquías del pueblo oculto de Dios; Ana en el trono de Dios
Malaquías había dicho que aquellos que temiesen al Señor en los días malos, cuando los soberbios fuesen llamados bienaventurados, cada uno debía hablar a su compañero. (Malaquías 3:16). Este tiempo había llegado en Israel. Desde Malaquías hasta el nacimiento de Jesús, sólo hubo la transición de Israel de su miseria a su orgullo - un orgullo, además, que estaba despuntando incluso en tiempos del profeta. Aquello que él dijo del remanente, también se estaba cumpliendo; ellos "hablan cada uno a su compañero." Vemos que se conocían el uno al otro, en este hermoso cuadro del pueblo oculto de Dios: (Ella) "hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Israel." (Lucas 2:38). Ana, una viuda santa, que no se apartaba del templo, y la cual sentía profundamente la miseria de Israel, había asediado el trono de Dios con un corazón viudo, para un pueblo del cual Dios no era ya más un esposo, sino que era realmente viudo como ella, y ella da a conocer ahora a todos los que sopesaban juntos estas cosas, que el Señor había visitado Su templo. Habían estado esperando la redención en Jerusalén; y ahora el Redentor - desconocido para los hombres - estaba allí. ¡Qué tema de gozo para este pobre remanente! ¡Qué respuesta para su fe!
3.15 - El regreso a Nazaret; la perfección de la obediencia del Señor como niño y como hombre
Pero, después de todo, Jerusalén no era el lugar donde Dios visitó al remanente de Su pueblo, sino el asiento del orgullo de aquellos que decían "el santuario del Señor." (Lucas 1:9). Y José y María, habiendo llevado a cabo todo lo que la ley requería, regresaron con el niño Jesús a tomar su lugar junto con Él en el despreciado lugar (Nazaret) que debía darle Su nombre, y en aquellas regiones donde el remanente despreciado, los pobres del rebaño, tenían su morada, y donde el testimonio de Dios había anunciado que aparecería la luz.
Allí transcurrieron Sus primeros años, creciendo física y mentalmente en la verdadera humanidad que Él había asumido. ¡Simple y precioso testimonio! Pero Él no era menos consciente de que llegaría el momento de hablar a los hombres, de Su verdadera relación con Su Padre. Las dos cosas están unidas en lo que se dice al final del capítulo. En el desarrollo de Su humanidad, se manifiesta el Hijo de Dios en la tierra. José y María, quienes (al tiempo que se maravillaban ante todo lo que le sucedía a Él) no acababan de conocer por la fe Su gloria, culpan al niño de acuerdo a la posición en la que formalmente estaba ante ellos. Pero esto brinda la ocasión para que se manifieste en Jesús otro carácter de perfección. Si Él era el Hijo de Dios y tenía plena conciencia de ello, Él era también era el hombre obediente, esencialmente y siempre perfecto y sin pecado - un niño obediente, cualquiera fuese el sentido que tuviera también de otra relación disociada en sí misma del sometimiento a padres humanos. La conciencia de lo uno, no dañaba Su perfección en lo otro. El hecho de ser Él el Hijo de Dios, afianzaba Su perfección como un hombre y como un niño en la tierra.
3.16 - La relación del Señor con Su Padre
Pero hay otra cosa importante a observar aquí: y es, que esta posición no tenía nada que ver con que Él fuese ungido con el Espíritu Santo. Él cumplió, no hay duda, el ministerio público en el que más tarde entró conforme al poder y a la perfección de esa unción; pero Su relación con Su Padre pertenecía a Su misma Persona. El vínculo existía entre Él y Su Padre. Él era plenamente consciente de ello, cualesquiera fueran los medios o las formas de su manifestación pública, y también era consciente del poder de Su ministerio. Él era todo lo que un niño debía ser; pero era el Hijo de Dios quien era de esta forma. Su relación con Su Padre le era tan bien conocida, así como Su obediencia a José y a Su madre era hermosa, adecuada y perfecta.
3.17 - El curso único e incomparable del divino Salvador, el Hijo del Hombre
Aquí concluimos esta emotiva y divina historia del nacimiento y de los tempranos días del Salvador divino, el Hijo del Hombre. Es imposible tener nada de más profundo interés. A partir de ahora, es en Su ministerio y en Su vida pública que le hallaremos, rechazado por los hombres, pero cumpliendo los consejos y la obra de Dios; separado de todo, a fin de hacer esto en el poder del Espíritu Santo, que le fue dado sin medida, para llevar a cabo ese curso que no puede ser comparado con nada, con respecto al cual sería rebajar la verdad, si lo llamáramos interesante. Es el centro y el medio, incluyendo Su muerte, Su ofrecimiento sin mancha a Dios - y los únicos medios posibles - de toda relación entre nuestras almas y Dios; la perfección de la manifestación de Su gracia, y el fundamento de toda relación entre cualquier criatura y Él.
4 - Capítulo 3
4.1 - Las circunstancias que rodean el ejercicio del ministerio de la Palabra y la presentación del Señor en el mundo
En este capítulo hallamos el ejercicio del ministerio de la Palabra hacia Israel, y eso para la presentación del Señor en este mundo. No se trata de las promesas a Israel y los privilegios asegurados a ellos por Dios, ni del nacimiento de ese niño quien era heredero de todas las promesas; el imperio, un testimonio mismo de la cautividad de Israel, era un instrumento para el cumplimiento de la Palabra con respecto al Señor. Los años se cuentan aquí conforme al reinado de los Gentiles. Judea es una provincia en manos del imperio Gentil, y las otras partes de Canaán están divididas bajo diferentes autoridades subordinadas al imperio.
No obstante, el sistema Judío continúa, y los sumos sacerdotes estaban allí para llevar la cuenta de los años de su sometimiento a los Gentiles mediante sus nombres y, al mismo tiempo, para preservar el orden, la doctrina, y las ceremonias de los Judíos, tanto como fuese posible hacerlo en sus circunstancias en ese período.
4.2 - El mensaje de Jehová a Su pueblo acerca de que Él mismo vendría
Ahora bien, la Palabra de Dios es siempre segura, y es cuando las relaciones de Dios con Su pueblo fracasan en el aspecto de la fidelidad de ellos, que Dios mantiene soberanamente Su relación por medio de comunicaciones a través de un profeta. Su Palabra soberana mantiene esta relación cuando no existen otros medios.
Pero en este caso, el mensaje de Jehová a Su pueblo tenía un carácter peculiar, pues Israel estaba ya arruinado, al haber abandonado al Señor. La bondad de Dios había dejado aún a Su pueblo exteriormente en su tierra, pero el trono del mundo fue transferido a los Gentiles. Israel era ahora llamado al arrepentimiento, a ser perdonado, y a tomar un nuevo lugar por medio de la venida del Mesías.
Por consiguiente, el testimonio de Dios no está relacionado con Sus ordenanzas en Jerusalén, aunque los justos se sometan a ellas. Ni tampoco el profeta los llama a que regresen a la antigua fidelidad en el terreno sobre el cual ellos estaban. Se trata de Su voz en el desierto, enderezando sus sendas, a fin de que Él pudiera venir, desde fuera, a aquellos que se arrepintieran y se preparasen para Su venida. Además, como era Jehová mismo quien venía, Su gloria no debía ser confinada a los estrechos límites de Israel. Toda carne vería la salvación obrada por Dios. La condición de la propia nación era aquella fuera de la cual Dios los llamaba a venir al arrepentimiento, proclamando la ira que estaba a punto de caer sobre un pueblo rebelde. Además, si Dios venía, Él desearía realidades, los verdaderos frutos de justicia, y no el mero nombre de un pueblo. Y Él vino en Su poder soberano, que es capaz de levantar de la nada aquello que Él desearía tener ante Sí. Dios viene, y Él desearía justicia en cuanto a la responsabilidad del hombre, porque Él es justo. Podía levantar simiente a Abraham por Su divino poder, y hacerlo de las mismas piedras, si así lo creía conveniente. Es la presencia, la venida de Dios mismo, lo que caracteriza aquí todo.
4.3 - La conciencia de todos es advertida de que el juicio es inminente
Ahora bien, el hacha ya estaba puesta a la raíz de los árboles, y cada cual iba a ser juzgado según sus frutos. Era en vano alegar que ellos eran Judíos; si gozaban de este privilegio, ¿dónde estaban los frutos de este privilegio? Pero Dios no aceptaba ningún fruto que fuese conforme a la valoración hecha por el hombre acerca de la justicia y el privilegio, ni del orgulloso juicio que los justos ante sus propios ojos podían formarse sobre los demás. Él se dirigió a la conciencia de todos.
Conforme a esto, los publicanos, objetos del odio de los Judíos, como instrumentos de la opresión fiscal de los Gentiles, y los soldados, los cuales ejecutaban las órdenes arbitrarias de los reyes, impuestas sobre el pueblo por voluntad de Roma, o la de los gobernantes paganos, eran exhortados a actuar de acuerdo con aquello que el verdadero temor de Dios produciría, en contraste con la iniquidad practicada habitualmente de acuerdo a la voluntad del hombre; la multitud era exhortada a que practicase la caridad, mientras las personas, consideradas como un pueblo, eran tratadas como una generación de víboras, sobre quienes venía la ira de Dios. La gracia trató con ellos avisándolos del juicio, pero el juicio era inminente.
4.4 - Resumen de los versículos 3 al 17 del capítulo 3
De este modo, desde el versículo 3 al 14, tenemos estas dos cosas:
- en los versículos 3-6, la posición de Juan hacia el pueblo como tal, en el pensamiento de que Dios mismo pronto aparecería;
- en los versículos 6-14, su apelación a la conciencia de los individuos; en los versículos 7-9, les enseña que los privilegios formales del pueblo no proveerían ningún refugio en presencia del Dios santo y justo, y que el ampararse en el privilegio nacional solamente era traer ira sobre ellos - pues la nación estaba bajo el juicio y expuesta a la ira de Dios. En el versículo 10 él entra a los detalles.
- En los versículos 15-17 la pregunta acerca del Mesías es resuelta.
4.5 - Dios mismo estaba viniendo
Sin embargo, el gran asunto de este pasaje - la gran verdad que el testimonio de Juan manifestó ante los ojos del pueblo - era que Dios mismo estaba viniendo. El hombre tenía que arrepentirse. Los privilegios, concedidos entretanto como medios de bendición, no podían alegarse contra la naturaleza y justicia de Aquel que venía, ni podían destruir el poder mediante el cual Él podía crear un pueblo según Su propio corazón. No obstante, la puerta del arrepentimiento estaba abierta conforme a Su fidelidad hacia un pueblo que Él amaba.
4.6 - La obra especial del Mesías
Pero había una obra especial para el Mesías según los consejos, la sabiduría y la gracia de Dios. Él bautizaba con el Espíritu Santo y con fuego. Es decir, Él introdujo el poder y el juicio que disipaba el mal, sea en santidad y en bendición, o en destrucción.
Él bautiza con el Espíritu Santo. Esto no significa meramente una renovación de deseos, sino poder, en gracia, en medio del mal.
Él bautiza con fuego. Esto es juicio que consume el mal.
Este juicio se aplica así a Israel, Su era. Él recogería Su trigo y lo aseguraría en otro lugar; la paja debía ser quemada en el juicio.
4.7 - El fin del testimonio de Juan; el principio de la identificación del Señor con Su pueblo
Pero al fin, Juan es encerrado en la cárcel por la cabeza regia del pueblo. No significa que este suceso ocurriera históricamente en ese momento; pero el Espíritu de Dios presentaba moralmente el fin de su testimonio, para que comenzara la vida de Jesús, el Hijo del Hombre, pero nacido Hijo de Dios en este mundo.
Es en el versículo 21 donde esta historia comienza, y de una manera a la vez maravillosa y llena de gracia. Dios, por medio de Juan el Bautista, había llamado a Su pueblo al arrepentimiento; y aquellos en quienes Su Palabra produjo su efecto, acudieron para ser bautizados por Juan. Era la primera señal de vida y de obediencia. Jesús, perfecto en vida y en obediencia, descendido en gracia para el remanente de Su pueblo, va allá, tomando Su lugar con ellos, y es bautizado con el bautismo de Juan, al igual que ellos. ¡Emocionante y maravilloso testimonio! Él no ama a distancia, ni ama meramente concediendo el perdón; Él viene por gracia al lugar mismo donde el pecado de Su pueblo los había llevado, conforme al sentido de ese pecado al que el poder conversivo y vivificante de su Dios les había llevado. Él conduce allí a Su pueblo por gracia, pero los acompaña cuando ellos se van. Toma Su lugar con ellos en todas las dificultades del camino, y va a enfrentar con ellos todos los obstáculos que se presentan; identificándose verdaderamente con el pobre remanente, aquellos íntegros de la tierra, para quienes es toda Su complacencia, llama a Jehová Su Señor; y despojándose a Sí mismo, sin decir que Su bondad se extendía a Dios, sin tomar Su eterno lugar con Dios, sino el lugar de la humillación; y, por esta misma razón, de perfección en la posición a la cual Él se había humillado a Sí mismo, pero una perfección que reconocía la existencia del pecado, debido a que, de hecho, había pecado, y esto hizo que el remanente necesitara ser consciente de ello al regresar a Dios. Ser conscientes de ello era el comienzo del bien. A partir de aquí, Él podía ir con ellos. Pero en Cristo, no obstante lo humilde que la gracia pudiese ser, al tomar esta senda con ellos, se trataba de la gracia que obraba en justicia; pues en Él era amor y obediencia, y el camino en el cual glorificaba a Su Padre. Él entró por la puerta.
4.8 - Con el remanente; el cielo se abre sobre la gracia y la perfección de Jesús
Jesús, por lo tanto, al tomar este lugar de humillación que el estado del pueblo amado requería, y al cual le llevó la gracia, se encontró en el lugar del cumplimiento de la justicia, y de toda la buena voluntad del Padre, de la cual Él se convirtió así en su objeto, en este lugar.
El Padre podía reconocerle como Aquel que satisfacía Su corazón en el lugar donde se encontraban el pecado y, al mismo tiempo, los objetos de Su gracia, para poder dar libre curso a Su gracia. La cruz fue el total cumplimiento de esto. Diremos una palabra sobre la diferencia cuando hablemos de la tentación del Señor; pero es el mismo principio en cuanto a la amorosa voluntad y a la obediencia del Señor. Cristo estaba aquí con el remanente, en vez de ser sustituido por ellos, y Él situado en el lugar de ellos para expiar el pecado; pero el objeto del deleite del Padre había tomado, en gracia, Su lugar con el pueblo, contemplados como confesando sus pecados [9] delante de Dios, y presentándose ellos a Dios tan interesado en ellos, mientras realmente esto salía moralmente de ellos, y con corazón renovado para confesarlos, sin lo cual el Señor no podría haber estado en medio de ellos, excepto como testigo para predicarles proféticamente la gracia.
[9] Él tomó este lugar en el remanente fiel y con el remanente fiel, en el acto que los distinguía de aquellos que no se arrepentían, pero que era el lugar correcto del pueblo, el primer acto de la vida espiritual. El remanente con Juan es el Judío verdadero que toma su verdadero lugar con Dios. Cristo entra con ellos en esto.
Jesús, habiendo tomado esta posición y habiendo orado - apareciendo como el hombre piadoso, dependiente de Dios y alzando Su corazón a Dios, así, también, la expresión de la perfección en esa posición - el cielo es abierto a Él. Por el bautismo Él tomó Su lugar con el remanente; al orar - estando allí - exhibió la perfección en Su propia relación con Dios. La dependencia, y el corazón que sube a Dios, como la primera cosa y como la expresión, por decirlo así, de la existencia de esta dependencia, es la perfección del hombre aquí abajo; y, en este caso, del hombre en circunstancias tales como éstas. Aquí, entonces, los cielos pueden abrirse. Y observen, no son los cielos abriéndose para buscar a alguien alejado de Dios, ni es la gracia abriendo el corazón ante un sentimiento determinado; sino que fueron la gracia y la perfección de Jesús las que causaron que los cielos se abrieran. Como está escrito: "Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida." (Juan 10:17). Así también es la perfección positiva de Jesús [10] que es la razón de que los cielos se abriesen. Observemos también aquí que, una vez presentado este principio de reconciliación, los cielos y la tierra no están tan distantes el uno del otro. Es cierto que, hasta después de la muerte de Cristo, esta intimidad debe centrarse en la Persona de Jesús y realizada por Él solo, pero eso incluía todo el resto. La proximidad se estableció, aunque el grano de trigo tenía que quedar solo, hasta que 'cayese en tierra y fructificara.' No obstante, los ángeles, como hemos visto, podían decir: "en la tierra paz, buena voluntad [de Dios] para con los hombres." Y vemos a los ángeles con los pastores, y a las huestes celestiales, mirando y oyendo acerca de la tierra, alabando a Dios por lo que había tenido lugar; y aquí, los cielos se abren sobre el hombre, y vemos el Espíritu Santo descendiendo visiblemente sobre Él.
[10] Observen aquí que Cristo no tiene ningún objeto en el cielo donde fijar Su atención, como Esteban; Él es el objeto del cielo. Así lo fue para Esteban por el Espíritu Santo, cuando los cielos fueron abiertos al santo. Su Persona siempre es claramente evidente, incluso cuando Él sitúa a Su pueblo en el mismo lugar con Él, o cuando se relaciona con ellos. Vean acerca de esto en el comentario sobre el Evangelio de Mateo.
Examinemos la importancia de este último caso. Cristo ha tomado Su lugar con el remanente en su condición débil y humilde, pero cumpliendo toda justicia en ello. Todo el favor del Padre reposa sobre Él, y el Espíritu Santo desciende para sellarle y ungirle con Su presencia y Su poder. Hijo de Dios, hombre en la tierra, el cielo se abre a Él, y todo el afecto del cielo se centra sobre Él, y sobre Él asociado con los Suyos. [11] El primer paso que hacen estas almas humilladas en la senda de la gracia y de la vida, es hallar a Jesús con ellos, y al estar Él allí, encuentran el favor y el deleite del Padre, y la presencia del Espíritu Santo. Y recordemos siempre que es sobre Él como hombre, al tiempo que Hijo de Dios.
[11] Yo no hablo aquí de la unión de la Iglesia con Cristo en el cielo, sino que hablo de Él tomando Su lugar con el remanente, el cual acude a Dios por medio de la gracia, conducido por la eficacia de Su Palabra, y por el poder del Espíritu. Ésta es la razón por la que entiendo que hallamos a toda la gente bautizada, y entonces Jesús viene y se asocia con ellos.
4.9 - Jesús como la medida de la posición del hombre acepto ante Dios
Tal es la posición del hombre aceptado delante de Dios. Jesús es la medida, la expresión. Tiene estas dos cosas - el deleite del Padre, y el poder y el sello del Espíritu Santo; y ello en este mundo, y conocido por aquel que lo disfruta. Existe ahora esta diferencia, ya hecha notar, y es que nosotros miramos por el Espíritu Santo dentro del cielo donde Jesús está, pero tomamos Su lugar aquí abajo.
Contemplemos así al hombre en Cristo - los cielos abiertos - el poder del Espíritu Santo sobre Él y en Él - el testimonio del Padre y la relación del Hijo con el Padre.
4.10 - La genealogía de Cristo en Lucas; el postrer Adán
Se observará que aquí se retrocede en el curso de la genealogía de Cristo, no hasta Abraham y David, para que Él fuera el heredero de las promesas según la carne, sino hasta Adán, a fin de mostrar al verdadero Hijo de Dios como hombre en la tierra, donde el primer Adán perdió su título, tal como sucedió. El postrer Adán, el Hijo de Dios, estaba allí, aceptado por el Padre, y preparándose para hacer suyas las dificultades a las cuales la caída del primer Adán había llevado a los de su raza que se acercaban a Dios bajo la influencia de Su gracia.
El enemigo, a través del pecado, estaba en posesión del primer Adán; y Jesús debía obtener la victoria sobre Satanás si iba a liberar a los que estaban bajo su poder. Debía atar al hombre fuerte. Conquistarle en forma práctica es la segunda parte de la vida Cristiana. El gozo en Dios, el conflicto con el enemigo, forman la vida del redimido sellado con el Espíritu Santo y caminando mediante Su poder. En ambas de estas cosas el creyente está con Jesús, y Jesús con él.
5 - Capítulo 4
5.1 - Probado por el enemigo
El desconocido Hijo de Dios en la tierra, Jesús, es llevado al desierto por el Espíritu Santo, con quien Él había sido sellado, para padecer la tentación del enemigo, bajo la cual Adán cayó. Pero Jesús soportó esta tentación en las circunstancias en que nosotros estamos, no en aquellas en las que Adán estuvo, es decir, que Él la sintió en todas las dificultades de la vida de fe, tentado en todos los puntos como lo somos nosotros, sin excepción. Tengan en cuenta aquí que no se trata de la esclavitud del pecado, sino de conflicto. Cuando se trata de esclavitud, es un asunto de liberación, no de conflicto. Fue en Canaán donde Israel luchó. Ellos fueron liberados de Egipto; no lucharon allí.
5.2 - El orden moral de las tentaciones; sencilla obediencia a la Palabra de Dios
En Lucas, las tentaciones están ordenadas según su orden moral: primero, aquellas que necesitaban las necesidades corporales; segundo, el mundo; tercero, la sutileza espiritual. En cada una el Señor mantiene la posición de obediencia y de dependencia, dando a Dios y a Sus comunicaciones con el hombre - es decir, Su Palabra - su verdadero lugar. Principio simple, que nos ampara en cada ataque, pero el cual también, pero su misma simplicidad, ¡es perfección! No obstante, recordemos que el caso es éste, porque elevarnos a nosotros mismos a alturas maravillosas no es lo que se requiere de nosotros, sino que sigamos aquello que se aplica a nuestra condición humana como la regla normal para su conducción. Es obediencia, dependencia - no haciendo nada excepto lo que Dios quiere, y teniendo confianza en Él. Este andar incluye a la Palabra. Pero la Palabra es la expresión de la voluntad, la bondad y la autoridad de Dios, aplicables a todas las circunstancias del hombre tal como es. Demuestra que Dios se interesa en todo lo que le concierne: entonces, ¿por qué debería actuar el hombre por sí mismo sin mirar a Dios ni a Su Palabra? ¡Lamentablemente! hablando de los hombres en general, ¡ellos son voluntariosos! Someterse y ser dependientes es precisamente aquello que no harán. Tienen demasiada enemistad con Dios como para confiar en Él. Fue esto, por lo tanto, lo que distinguió al Señor. Dios podía otorgar el poder para efectuar un milagro sobre quien Él quisiera. Pero un hombre obediente, que no tenía voluntad para hacer nada con respecto a lo cual la voluntad de Dios no fuera expresada, un hombre que vivía por la Palabra, un hombre que vivía en completa dependencia de Dios y tenía una confianza perfecta, que no requería ninguna otra prueba de la fidelidad de Dios aparte de Su Palabra, ningún otro medio de certeza de que Él intervendría aparte de Su promesa de hacerlo, y que esperaba esa intervención en el camino de Su voluntad - aquí había algo más que poder. Ésta era la perfección del hombre, en el lugar donde el hombre estaba (no simplemente inocencia, porque la inocencia no necesita confiar en Dios en medio de dificultades, y dolores, e interrogantes originados por el pecado, y por el conocimiento del bien y del mal), y una perfección que refugiaba a uno que la poseyera de cada ataque que Satanás pudiera lanzarle; porque, ¿qué podía hacer él contra uno que no traspasaba nunca la voluntad de Dios, y para quien esa voluntad era el único el motivo para la acción? Además, el poder del Espíritu de Dios estaba allí. Conforme a esto, vemos que la obediencia sencilla dirigida por la Palabra es la única arma empleada por Jesús. Esta obediencia requiere dependencia de Dios, y confianza en Dios, para llevarla a cabo.
Él vive por la Palabra: esto es dependencia. No tentará (o sea, no pondrá a Dios a prueba) ver si Él es fiel: esto es confianza.
Él actúa cuando Dios quiere, y porque Él quiere, y hace aquello que Dios quiere. Deja todo lo demás en manos de Dios. Esto es obediencia; y, observen, la obediencia no como sumisión a la voluntad de Dios donde hubiese un adversario, sino donde la voluntad de Dios fuese el único motivo para la acción. Somos santificados para la obediencia de Cristo.
5.3 - Satanás vencido
Satanás es vencido y carece de poder ante este postrer Adán, el cual actúa conforme al poder del Espíritu, en la posición en la que se halla el hombre, por los medios que Dios le ha dado al hombre, y en las circunstancias en que Satanás ejercita su poder. Pecado no había ninguno, o esto hubiera sido rendirse, no conquistar. El pecado fue aislado por la obediencia. Pero Satanás es vencido en las circunstancias de tentación en las que se halla el hombre. La necesidad corporal, que se habría convertido en codicia si el yo hubiera entrado en ello, en lugar de la dependencia de la voluntad de Dios; el mundo y toda su gloria, el cual, siendo el objeto de la codicia del hombre, es, de hecho, el reino de Satanás (y es a ese terreno al que Satanás intentó llevar a Jesús, y mostró que era Satanás mismo al hacerlo así); y, por último, la propia exaltación de manera religiosa a través de las cosas que Dios nos ha dado - estos fueron los puntos del ataque del enemigo. Pero Jesús nunca buscó nada para Sí mismo.
5.4 - Con el remanente, y solo
Hemos encontrado, entonces, en estas cosas que hemos estado contemplando, a un hombre lleno del Espíritu Santo, y nacido del Espíritu Santo en la tierra, perfectamente agradable a Dios y el objeto de Su afecto, Su Hijo amado, en la posición de dependencia; y un hombre, el conquistador de Satanás en medio de aquellas tentaciones por las cuales él usualmente gana ventaja sobre el hombre - conquistador en el poder del Espíritu, y haciendo uso de la Palabra, como dependiente, obediente, y confiando en Dios en las circunstancias ordinarias del hombre. En la primera posición, Jesús permaneció con el remanente; en la segunda, estuvo solo - como en Getsemaní y en la cruz. No obstante, fue por nosotros; y, aceptados como Jesús, tenemos, en cierto sentido, un enemigo al cual vencer. Pero es un enemigo conquistado al que resistimos en la fuerza del Espíritu Santo, quien nos es dado en virtud de la redención. Si le resistimos, él huye; porque se ha enfrentado con su conquistador. La carne no le resiste. Él encuentra a Cristo en nosotros. La resistencia en la carne no conduce a la victoria.
5.5 - El primer Adán, fracaso; el postrer Adán, el Conquistador de Satanás
Jesús conquistó al hombre fuerte y entonces saqueó sus bienes; pero fue en tentación, obediencia, careciendo de voluntad excepto de la de Dios, dependencia, fue el uso de la Palabra, fue permaneciendo en sujeción a Dios, la forma en que Jesús obtuvo la victoria sobre él. En todo esto fracasó el primer Adán. Después de la victoria de Cristo, nosotros también obtenemos victorias reales como siervos de Cristo, o más bien los frutos de la victoria ya ganados en la presencia de Dios.
El Señor ha tomado ahora Su lugar, por así decirlo, para la obra del postrer Adán - el Hombre en quien está el Espíritu sin medida, el Hijo de Dios en este mundo por Su nacimiento. Él ha tomado este lugar como la simiente de la mujer (no obstante, concebido por el Espíritu Santo); Él ha tomado este lugar como el Hijo de Dios perfectamente agradable a Dios en Su Persona como hombre aquí abajo; y lo ha tomado también como el conquistador de Satanás. Reconocido como Hijo de Dios, y sellado con el Espíritu Santo por Su Padre, habiéndose abierto los cielos a Él como hombre, se recorre el curso de Su genealogía hasta Adán; y, el descendiente de Adán, sin pecado, lleno del Espíritu Santo, Él conquista a Satanás (como el hombre obediente, no teniendo otro motivo sino la voluntad de Dios), y se propone cumplir, como hombre, la obra que Dios Su Padre le encomendó en este mundo, por el poder del Espíritu Santo.
5.6 - El regreso a Galilea en el poder del Espíritu
Él regresa, en el poder del Espíritu, a Galilea [12], y Su fama se difunde por toda la región de alrededor.
[12] Y noten aquí que, como ungido con el Espíritu Santo y conducido por Él, va para ser tentado, y regresa en su poder. Nada se perdió, y este poder se mostró, tanto en el aparente resultado negativo de vencer, como en la manifestación milagrosa de poder más tarde sobre los hombres.
5.7 - El anuncio del cumplimiento de las promesas de Dios en gracia y bendición
Él se presenta en este carácter: "El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, ... a predicar el año agradable del Señor." Aquí, Él se detiene. Lo que sigue en lo expresado por el profeta, respecto a la liberación de Israel por el juicio que los venga de sus enemigos, es omitido por el Señor. Ahora, Jesús no anuncia promesas, sino Su cumplimiento en gracia mediante Su propia presencia. El Espíritu está sobre este hombre, lleno de gracia; y el Dios de gracia manifiesta Su bondad en Él. El tiempo de la liberación ha llegado; el instrumento de Su favor a Israel está allí en medio de ellos.
El examen de la profecía hace que este testimonio sea mucho más notable, en que el Espíritu, habiendo declarado el pecado del pueblo y su juicio, en los capítulos que preceden estas palabras, habla (al presentar al Cristo, al Ungido) solamente de gracia y bendición a Israel: si hay venganza, debe ser ejecutada sobre sus enemigos para la liberación de Israel.
5.8 - La manifestación perfecta de la gracia es rechazada; el resultado
Pero aquí se trata de la gracia en Su Persona, este hombre, lleno del Espíritu Santo, para proclamar la misericordia de un Dios que es fiel a Sus promesas, y para consolar y levantar a los oprimidos y a los pobres en espíritu. La bendición estaba allí, presentándose delante de ellos. Podían no entenderla, pero no reconocen al Hijo de Dios. "¿No es éste el hijo de José?" Tenemos aquí toda la historia de Cristo - la manifestación perfecta de la gracia en medio de Israel, Su tierra, y Su pueblo; y ellos no le conocieron. "Ningún profeta es acepto en su propia tierra."
Pero este rechazo abrió el camino a una gracia que traspasaba los límites que un pueblo rebelde le establecería. La mujer de Sarepta, y Naamán, fueron testimonios de esta gracia.
La ira llena los corazones de aquellos que rechazan la gracia. Incrédulos, e incapaces de discernir la bendición que los había visitado, no aceptarán que ésta vaya a lugares vecinos. El orgullo que los hacía incapaces de apreciar la gracia no escucharía sus comunicaciones para los demás.
Ellos buscan destruir a Jesús, pero Él sigue Su camino. Aquí es trazada toda la historia de Jesús entre el pueblo.
5.9 - Los hechos y curaciones que caracterizan el ministerio de gracia del Señor
Él siguió Su camino; y el Espíritu nos preserva los hechos y las curaciones que caracterizan a Su ministerio en el aspecto de la eficacia de la gracia, y la extensión de ella a otros además de Israel.
Había poder en Aquel cuya gracia fue rechazada. Reconocido por los demonios, aunque no por Israel, Él los expulsa con una palabra. Él sana al enfermo. Todo el poder del enemigo, todos los tristes efectos exteriores del pecado, desaparecen ante Él. Él sana, Él se retira; y cuando le ruegan que se quede (el efecto de Sus obras que le procuraron ese honor del pueblo que Él no buscaba), se marcha para trabajar en otra parte en el testimonio que le fue encomendado. Él busca cumplir Su obra, y no que le honren.
Él predica en todas partes entre el pueblo. Echa fuera al enemigo, quita el sufrimiento y anuncia la bondad de Dios a los pobres.
6 - Capítulo 5
6.1 - Otros son llamados a asociarse con Él en su obra gloriosa
Siendo hombre, Él vino para los hombres. Asociará a con otros con Él en esta obra gloriosa, en este capítulo. Tiene derecho a hacerlo. Si, en gracia, Él es un Siervo, lo es conforme al pleno poder del Espíritu Santo. Él obra un milagro bien adaptado para impresionar a aquellos que llamaría, y que les hizo sentir que todo estaba a Su disposición, que todo dependía de Él, que donde el hombre no podía hacer nada, Él podía hacerlo todo. Pedro, impresionado en la conciencia por la presencia del Señor, confiesa su indignidad, pero atraído por la gracia va a Cristo. La gracia le levanta, y lo designa para hablar de ello a los demás - pescar hombres. Ya no se trataba de un predicador de justicia entre el pueblo de Dios, sino de uno que capturó en Su red a los que estaban lejos. Él atraía hacia Sí mismo, como la manifestación en la tierra del poder y del carácter de Dios. Era la gracia la que estaba allí.
6.2 - La obra de gracia del Omnipotente que no puede contaminarse
Él estaba allí con la voluntad y el poder para sanar aquello que era una figura del pecado, e incurable a menos que Dios interviniera. Pero Dios había intervenido; y en gracia Él puede decir, y dice, a uno que reconoció Su poder pero dudaba de Su voluntad: "Quiero, sé limpio." [13] Con todo, Él se sometió a las ordenanzas Judías como uno que obedece a la ley. Jesús oró, como un hombre dependiente de Dios. Ésta era Su perfección como hombre nacido bajo la ley. Además, le era necesario reconocer las ordenanzas de Dios, todavía no abrogadas por Su rechazo. Esta obediencia como hombre llegó a ser un testimonio, pues el poder de Jehová solo podía sanar la lepra, y Él la había sanado, y los sacerdotes tuvieron que reconocer aquello que se había hecho.
[13] Si un hombre tocaba a un leproso, él era impuro. Pero aquí la gracia obra, y Jesús, quien no podía contaminarse, toca al leproso (Dios en gracia, que no se puede contaminar, pero un hombre tocando lo contaminado para limpiarlo).
6.3 - El Hijo del Hombre ejercitando Su poder y derechos como Jehová para perdonar pecados
Pero Él trae perdón así como purificación. Él da prueba de esto quitando toda enfermedad e impartiendo fortaleza a uno que no tenía ninguna. No se trataba de la doctrina de que Dios podía perdonar. Ellos creyeron eso. Pero Dios había intervenido, y el perdón estaba presente. Ya no tendrían que esperar que llegase el día postrero, ni esperar el día del juicio, para conocer su condición. No se necesitaría un Natán que viniese y publicase este perdón de parte de un Dios que estaba en el cielo, mientras Su pueblo estaba en la tierra. El perdón había venido, en la Persona del Hijo del Hombre que descendió a la tierra. En todo esto, Jesús da pruebas del poder y de los derechos de Jehová. En este ejemplo fue el cumplimiento del Salmo 103:3; pero, al mismo tiempo, Él da por cumplidas estas pruebas mediante el poder del Espíritu Santo, sin medida en el hombre, en Su propia Persona, el verdadero Hijo de Dios. El Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados: de hecho, Jehová había venido, como un hombre en la tierra. El Hijo del Hombre estaba allí ante sus ojos, en gracia, para ejercer ese poder - una prueba de que Dios los había visitado.
6.4 - El poder de la gracia exhibido en medio de Israel
En ambos de estos ejemplos [14], el Señor, mientras manifiesta un poder apto para extenderse, y que se iba a extender, más allá de esta esfera, exhibe este poder en relación con Israel.
[14] El llamamiento de Pedro es más general en este aspecto, en que está relacionado con la Persona de Cristo. No obstante, aunque era un pescador de hombres (una palabra utilizada, evidentemente, en contraste con los peces con los que él estaba ocupado), él ejerció su ministerio más particularmente con respecto a Israel. Pero era el poder en la Persona de Cristo que gobernaba su corazón; de manera que era fundamentalmente la cosa nueva, pero hasta ahora en su relación con Israel, al tiempo que se extendía más allá de ellos. Es al final del capítulo 7 y en el capítulo 8 donde entramos en el terreno fuera de los estrechos límites de Israel.
La purificación era una prueba del poder de Jehová en medio de Israel, y el perdón estaba relacionado con Su gobierno en Israel, y, por lo tanto, demostrado a través de la sanación perfecta del hombre enfermo, conforme al Salmo 103:3, ya citado [15], Sin duda, estos derechos no se limitaban a Israel, pero en ese momento eran ejercidos en relación con esta nación. Él limpió, en gracia, aquello que Jehová solo podía limpiar. Perdonó lo que Jehová solo podía perdonar, llevándose toda la consecuencia de su pecado. Era, en este sentido, un perdón gubernamental; el poder de Jehová presente, para restaurar y restablecer plenamente a Israel, dondequiera, por lo menos, que la fe obtuviera beneficio de ello. Más tarde, veremos el perdón para la paz en el alma.
[15] Comparen con Job 33, Job 36 y Santiago 5:14-15: el primero, fuera de las dispensaciones, y Santiago, bajo el Cristianismo. En Israel, es el Señor mismo en gracia soberana.
6.5 - Gracia extendida más allá de Israel
El llamamiento de Leví, y lo que sigue, demuestra que este poder no sólo había de extenderse fuera de Israel, sino que el vaso viejo no era capaz de contenerlo. Debía formar un vaso nuevo para sí.
6.6 - La perseverancia de la fe y el poder de Dios
Podemos observar aquí también, por otro lado, que la fe está caracterizada por la perseverancia. Consciente del mal, un mal sin remedio, y en la convicción de que hay Uno allí que puede sanarlo, la fe no se deja desanimar - no retarda el alivio de su necesidad. Ahora bien, el poder de Dios estaba allí para satisfacer esta necesidad.
Esto finaliza esa parte de la narración que revela, de manera positiva, el poder divino, visitando la tierra en gracia, en la Persona del Hijo de Dios, y ejercido en Israel, en la condición en que este poder los halló.
6.7 - El carácter distintivo de la primera parte del ministerio del Señor en poder y gracia
Lo que viene a continuación caracteriza el ejercicio de esto en contraste con el Judaísmo. Pero aquello que ya hemos examinado se divide en dos partes, teniendo distintos caracteres dignos de mención. En primer lugar, desde el capítulo 4:31-41, se trata del poder del Señor manifestándose de Su parte, triunfando (sin ninguna relación particular con la mente del individuo) sobre todo el poder del enemigo, ya sea en enfermedad o en posesión. El poder del enemigo está allí. Jesús le echa fuera y sana a aquellos que lo padecen. Pero, en segundo lugar, Su ocupación es predicar. Y el reino no era solamente la manifestación de un poder que echa fuera todo aquel del enemigo, sino un poder que traía también a las almas a la relación con Dios. Vemos esto en el capítulo 5:1-26. Aquí, su condición delante de Dios - el pecado, y la fe, están en consideración - en una palabra, todo lo que pertenecía a la relación de ellos con Dios.
Aquí, por consiguiente, vemos la autoridad de la Palabra de Cristo sobre el corazón, la manifestación de Su gloria (es reconocido como Señor), la convicción de pecado, el justo celo por Su gloria, en el sentido de Su santidad que debía mantenerse intacta; el alma que se pone del lado de Dios contra sí misma, porque ama la santidad y respeta la gloria de Dios, aun mientras siente la atracción de Su gracia; de modo que, debido a esto, todo es olvidado - peces, red, bote, peligro: "una cosa" ya posee el alma. Entonces, la respuesta del Señor disipa todo temor, y Él asocia el alma liberada consigo mismo en la gracia que había ejercido hacia ella, y en la obra que Él llevó a cabo a favor de los hombres. Ya estaba moralmente liberada de todo lo que le rodeaba; ahora, en el gozo pleno de la gracia, el alma es puesta en libertad por el poder de la gracia, y entregada totalmente a Jesús. El Señor - la manifestación perfecta de Dios - al crear nuevos afectos mediante esta revelación de Dios, separa el corazón de todo lo que le ata a este mundo, al orden del viejo hombre, a fin de ponerlo aparte para Sí mismo - para Dios. Él se rodea de todo lo que es liberado, convirtiéndose en su centro; y, verdaderamente, Él libera por ser este centro.
Él, entonces, limpia al leproso, algo que nadie excepto Jehová podía hacer. Pero, no obstante, Él no se sale de Su posición bajo la ley; y por muy grande que sea Su fama, mantiene Su lugar de perfecta dependencia como hombre ante Dios. El leproso, el inmundo, puede volver a Dios.
Seguidamente, Él perdona. El culpable ya no lo es más en presencia de Dios: él es perdonado. A la vez, recibe fortaleza. En ambos casos, la fe busca al Señor, trayendo su necesidad ante Él.
6.8 - El carácter de la gracia
El Señor exhibe ahora el carácter de esta gracia en relación con sus objetos. Siendo suprema, siendo de Dios, esta gracia actúa en virtud de sus derechos. Las circunstancias humanas no la obstaculizan. Se adapta, por su misma naturaleza, a la necesidad humana, y no a los privilegios humanos. No está sujeta a ordenanzas [16] y no entra a través de ellas. El poder de Dios por el Espíritu estaba allí, y actuaba por sí mismo, y producía sus propios efectos, abrogando lo que era antiguo - aquello a lo que el hombre estaba atado [17], y en lo que el poder del Espíritu no podía quedar confinado.
[16] Cristo, nacido bajo la ley, estaba sujeto a ellas; pero eso es algo diferente. Aquí se trata de un poder divino que actúa en gracia.
[17] Pero aquí también el Señor, al presentar las razones por las que los discípulos no seguían las ordenanzas y lo instituido por Juan y de los Fariseos, los relaciona a ellos con los dos principios ya señalados - Su posición en medio de Israel, y el poder de la gracia que traspasaba sus límites. El Mesías, Jehová mismo, estaba entre ellos, en esta gracia (a pesar de su fracaso bajo la ley, a pesar de su sometimiento a los Gentiles), conforme a aquello que Jehová se denominó a Sí mismo: "Yo soy Jehová, tu sanador." (Éxodo 15:26). Cuando menos, Él estaba allí para la fe, en la supremacía de la gracia. Por consiguiente, aquellos que entonces le reconocían como el Mesías, el esposo de Israel, ¿podían ayunar mientras Él estuviese con ellos? Él los dejaría: sin duda que ese sería el tiempo para que ellos ayunasen. Además, en segundo lugar, es siempre imposible. Él no podía adaptar la tela nueva del Cristianismo al viejo vestido del Judaísmo, incapaz en su naturaleza de recibir su energía, o de adaptarse a la gracia, inutilizado, además, como dispensación por el pecado, y bajo el cual, Israel estaba, en juicio, hecho súbdito de los Gentiles. Además, el poder del Espíritu de Dios en gracia no podía ser restringido a las ordenanzas de la ley. Su misma fuerza los destruiría. El llamamiento de Leví violó, y muy abiertamente, todos los prejuicios de los Judíos. Sus propios compatriotas eran los instrumentos de la extorsión de sus amos, y les recordaba de la manera más dolorosa su sometimiento a los Gentiles. Pero el Señor estaba allí en gracia buscando a los pecadores.
Lo que el Espíritu Santo pone ante nosotros es la presencia del Señor y los derechos que están necesariamente unidos a Su Persona y a Su gracia soberana, que había venido a Israel, pero que necesariamente traspasaba sus límites (derogando, por consiguiente, el sistema legal que no podía recibir la cosa nueva). Ésta es la llave para todas estas narraciones. Así, también, en lo que sigue a continuación (capítulo 6) acerca del día de reposo, un caso muestra la supremacía que Su gloriosa Persona le daba sobre aquello que era la señal del pacto; y, el segundo, muestra que la bondad de Dios no puede abdicar a sus derechos y a su naturaleza. Él haría el bien incluso en el día de reposo.
6.9 - Oposición a la gracia; el viejo orden de cosas y el nuevo
Los escribas y los Fariseos no permitirían que el Señor se asociara con los inicuos y los de mala reputación. Dios busca a aquellos que le necesitan - a los pecadores - en gracia. Cuando le preguntan por qué Sus discípulos no observan las costumbres y las ordenanzas de Juan y de los Fariseos, mediante las cuales ellos cuidaban la piedad legal de sus discípulos, se trata de que la cosa nueva no podía someterse a las formas que pertenecían a aquello que era viejo, y que no podían sostener la fuerza y la energía de aquello que venía de Dios. Lo viejo eran las formas del hombre según la carne; lo nuevo, la energía de Dios, según el Espíritu Santo. Además, no era el tiempo para una piedad que tomaba la forma de auto-mortificación. ¿Qué más podía hacer el hombre? Pero el Esposo estaba allí.
Sin embargo, el hombre prefería lo antiguo, porque era del hombre, y no el poder de Dios.
7 - Capítulo 6
7.1 - El Hijo del Hombre manifestado como Señor del día de reposo
Las circunstancias relatadas en el capítulo 6: 1-10 se refieren a la misma verdad, y en un aspecto importante. El día de reposo era la señal del pacto entre Israel y Dios - el descanso después de las obras acabadas. Los Fariseos culpan a los discípulos de Cristo porque arrancaban las espigas con las manos. Ahora bien, un David rechazado saltó por encima de la barrera de la ley cuando su necesidad lo requirió. Porque cuando el Ungido de Dios fue rechazado y expulsado, todo llegó a ser de una común manera. El Hijo del Hombre (Hijo de David, rechazado al igual que el hijo de Isaí, el rey escogido y ungido) era Señor del día de reposo; Dios, quien estableció las ordenanzas, estaba sobre las ordenanzas que Él había establecido, y presenta en gracia la obligación del hombre rendido a la soberanía de Dios; y el Hijo del Hombre estaba allí con los derechos y el poder de Dios. ¡Maravilloso hecho! Además, el poder de Dios presente en gracia no permitió que existiera miseria, porque era el día de gracia. Esto fue la abrogación del Judaísmo. Ésa era la obligación del hombre para con Dios, Cristo era la manifestación de Dios en gracia para con los hombres [18].
[18] Éste es un punto importante. Una parte en el reposo de Dios es el privilegio único de los santos - del pueblo de Dios. El hombre no lo obtuvo en la caída. Aun así, el reposo de Dios siguió siendo la porción especial de Su pueblo. El hombre no lo obtuvo bajo la ley. Pero cada diferente institución bajo la ley, es acompañada de una aplicación del día de reposo, la expresión formal del reposo del primer Adán, y esto Israel lo disfrutará al final de esta historia del mundo. Hasta entonces, como el Señor dijo de manera tan bendita: "Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo." (Juan 5:17). Para nosotros, el día de reposo no es el séptimo día, el final de la semana de este mundo; sino el primer día, el día después del día de reposo, el principio de una nueva semana, una nueva creación, el día de la resurrección de Cristo, el comienzo de un nuevo estado para el hombre, para el cumplimiento de aquello que toda la creación que nos rodea espera, sólo que nosotros estamos ante Dios en Espíritu como Cristo lo está. De ahí que el día de reposo, el séptimo día, el reposo de la primera creación sobre el terreno humano y legal, es siempre tratado con rechazo en el Nuevo Testamento, aunque no abrogado hasta que viniera el juicio, pero como una ordenanza, esta murió con Cristo en la tumba, en donde Él pasó este día - sólo fue hecho para el hombre como una misericordia. El día del Señor es nuestro día, y las benditas arras exteriores del reposo celestial.
Valiéndose de los derechos de bondad suprema, y exhibiendo un poder que autorizaba Su pretensión de defender esos derechos, Él sana, en una sinagoga repleta, al hombre de la mano seca. Ellos se llenan de furor ante esta manifestación de poder, la cual desborda y se lleva los diques de su orgullo y justicia propia. Podemos observar que todas estas circunstancias están reunidas bajo un orden y relación mutuos que son perfectos [19].
[19] Podría señalar aquí que, en el lugar donde se sigue un orden cronológico en Lucas, es del mismo modo que en Marcos, y, en el de los sucesos, no es como en Mateo, quien reúne estos sucesos para presentar el objeto del Evangelio; sólo que él introduce ocasionalmente una circunstancia que puede haber sucedido en otro tiempo como una manera de ilustrar el asunto históricamente relatado. Pero en el capítulo 9, Lucas llega al último viaje a Jerusalén (vers. 51), y de allí en adelante, una serie de enseñanzas morales continúan hasta el capítulo 18:31, principalmente, si acaso no todas, durante el período de este viaje, pero que en la mayoría de sus partes tiene poco que decir respecto a las fechas.
7.2 - Dios manifestado en una forma nueva; el Enviado envía a Sus mensajeros
El Señor había mostrado que esta gracia - que había visitado Israel, según todo lo que podía esperarse del Señor Todopoderoso, fiel a Sus promesas - no podía, sin embargo, quedar confinada a los estrechos límites de ese pueblo, ni adaptarse a las ordenanzas de la ley; había mostrado que los hombres deseaban las cosas viejas, pero que el poder de Dios actuaba de acuerdo a su propia naturaleza. Él había mostrado que la señal más sagrada, la más obligatoria, del antiguo pacto, debía inclinarse ante Su título que era superior a todas las ordenanzas, y dar lugar a los derechos de Su amor divino, el cual estaba actuando. Pero la cosa vieja fue juzgada de este modo, y al pasar. Él se había mostrado en todo - especialmente en el llamamiento de Pedro - como el nuevo centro en torno al cual deben reunirse todos aquellos que buscaban a Dios y buscaban bendiciones; porque Él era la manifestación viva de Dios y de la bendición en los hombres. Dios fue manifestado así, el viejo orden de cosas ya no era útil y era incapaz de contener esta gracia, y el remanente fue separado - alrededor del Señor - de un mundo que no vio ninguna belleza en Él para que pudiera desearle. Él actuaba ahora sobre esta base; y si la fe le buscaba en Israel, este poder de la gracia manifestaba a Dios de un modo nuevo. Dios se rodea de hombres, como el centro de bendición en Cristo como hombre. Pero Él es amor, y en la actividad de ese amor Él busca al perdido. Nadie excepto uno, y uno que era Dios y que le reveló, podía rodearse de Sus seguidores. Ningún profeta lo hizo jamás (véase Juan 1). Ninguno podía enviar con la autoridad y el poder de un mensaje divino, sino Dios. Cristo había sido enviado; y ahora Él es quien envía. El nombre de 'apóstol' (enviado), pues así los llama Él, contiene esta profunda y maravillosa verdad - Dios está actuando en gracia. Él se rodea de bienaventurados. Él busca a miserables pecadores. Si Cristo, el verdadero centro de la gracia y la felicidad, se rodea de seguidores, con todo, Él envía también a Sus escogidos para dar testimonio del amor que Él vino a manifestar. Dios se ha manifestado en el hombre. En el hombre, Él busca pecadores. El hombre participa de la manifestación más inmediata de la naturaleza divina en ambas maneras. Él está con Cristo como hombre; y es enviado por Cristo. Cristo mismo hace esto como hombre. Es el hombre lleno del Espíritu Santo. De este modo, le vemos nuevamente manifestado en dependencia de Su Padre antes de escoger a los discípulos: Él se retiró a orar, Él pasa la noche en oración.
7.3 - El nuevo centro; el remanente separado para recibir bendición
Y ahora Él va más allá de Su manifestación, personalmente lleno del Espíritu Santo, para introducir el conocimiento de Dios entre los hombres. Él llega a ser el centro, alrededor del cual deben venir todos los que buscaban a Dios, y una fuente de misión para la consumación de Su amor - el centro de la manifestación del poder divino en gracia. Y, por consiguiente, llamó en torno a Él al remanente que iba a ser salvo. Su posición, en cada aspecto, se resume en aquello que se dice después de que Él desciende del monte. Él desciende con los apóstoles, desde Su comunión con Dios. En el lugar llano [20] Él es rodeado por la compañía de Sus discípulos, y después por una gran multitud, atraída por Su Palabra y obras. Allí estaba la atracción de la Palabra de Dios, y Él sanó las enfermedades de los hombres y expulsó el poder de Satanás. Este poder habitaba en Su Persona; la virtud que salía de Él daba estos testimonios exteriores al poder de Dios presente en gracia. La atención del pueblo fue atraída hacia Él por este medio. No obstante, hemos visto que las cosas viejas, a las que la multitud estaba atada, estaban pasando. Él se rodeaba de corazones fieles a Dios, de los llamados por Su gracia. Aquí, por consiguiente, Él no anuncia estrictamente, como en Mateo, el carácter del reino para mostrar aquello de la dispensación que estaba cerca, diciendo: "Bienaventurados los pobres en espíritu", etc., sino que, distinguiendo al remanente, por su apego a Él, declara a los discípulos que le seguían que ellos eran estos bienaventurados. Ellos eran pobres y despreciados, pero eran bienaventurados. Ellos iban a poseer el reino. Esto es importante porque separa el remanente, y los pone en relación con Él para recibir la bendición. Él describe, de una manera notable, el carácter de aquellos que fueron bendecidos de este modo por Dios.
[20] En realidad 'un lugar plano, a nivel' sobre el monte (gr.: topou pedinou).
7.4 - Las divisiones y asuntos del discurso del Señor
El discurso del Señor se divide en diversas ramas:
Versículos 20-26: El contraste entre el remanente, manifestado como Sus discípulos, y la multitud que estaba satisfecha con el mundo, añadiendo una advertencia a los que permanecían en el lugar de discípulos, y, al estar en este lugar, se ganaban el favor del mundo. ¡Ay de los tales! Observen también aquí, que no es un asunto de persecución por causa de la justicia, como en Mateo, sino solamente por causa de Su nombre. Todo era señalado por el apego a Su Persona.
Versículos 27-36: El carácter de Dios el Padre de ellos en la manifestación de gracia en Cristo, el cual ellos debían imitar. Él revela, noten esto, el nombre del Padre y los coloca en el lugar de hijos.
Versículos 37-38: Este carácter desarrollado particularmente en la posición de Cristo, como Él estaba en la tierra en ese tiempo, Cristo cumpliendo este servicio en la tierra. Esto implicaba gobierno y recompensa de parte de Dios, como fue el caso con respecto a Cristo mismo.
Versículo 39: La condición de los líderes en Israel, y la relación entre ellos y la multitud.
Versículo 40: La condición de los discípulos en relación con Cristo.
Versículos 41-42: El modo de lograrlo, y de ver claramente en medio del mal, es quitando el mal de uno mismo.
Después, en general, su propio fruto caracterizaba a cada árbol. Viniendo alrededor de Cristo para escucharle no era la cuestión, sino que Él debía ser tan precioso para sus corazones como para que ellos apartaran todo obstáculo y le obedecieran en forma práctica.
7.5 - Resumen de los capítulos 4 al 6
Resumamos estas cosas que hemos estado considerando. Él actúa en un poder que dispersa el mal, porque lo halla allí, y Él es bueno; y Dios solo es bueno. Él alcanza la conciencia y llama a las almas a Sí mismo. Él actúa en relación con la esperanza de Israel y el poder de Dios para limpiar, perdonar y darles fortaleza. Pero es una gracia que todos necesitamos; y la bondad de Dios, la energía de Su amor, no se confinaba a ese pueblo. Su ejercicio no estaba de acuerdo con las formas en que vivían los Judíos (o, más bien, en las que no podían vivir); y el vino nuevo debía ser echado en odres nuevos. El asunto del día de reposo zanjó la cuestión acerca de la introducción de este poder, la señal del pacto que dio paso a ello: Aquel que lo ejercía era Señor del día de reposo. La misericordia del Dios del día de reposo no era estática, como si tuviera Sus manos atadas por aquello que Él había establecido en relación con el pacto. Jesús, entonces, congrega los vasos de Su gracia y poder, de acuerdo a la voluntad de Dios, alrededor de Él. Ellos eran los bienaventurados, los herederos del reino. El Señor describe el carácter de ellos. No eran la indiferencia ni el orgullo que surgieron a partir de la ignorancia de Dios, justamente alejados de Israel, quienes habían pecado contra Él, y habían despreciado la manifestación gloriosa de Su gracia en Cristo. Ellos comparten la angustia y el dolor que una condición tal del pueblo de Dios debía causar en aquellos que poseían la mente de Dios. Odiados, proscritos, avergonzados por causa del Hijo del Hombre, que había venido para llevar sus sufrimientos, ésta fue su gloria. Debían compartir Su gloria cuando la naturaleza de Dios fuese glorificada al hacerse todas las cosas según Su propia voluntad. Ellos no serían avergonzados en el cielo; iban a recibir allí su galardón, no en Israel. "Así hacían sus padres con los profetas." (Lucas 6:23). ¡Ay de aquellos que vivían tranquilos en Sión durante la condición pecaminosa de Israel, y su rechazo y maltrato del Mesías! Es el contraste entre el carácter del verdadero remanente y el de los orgullosos de entre el pueblo.
Hallamos, entonces, la conducta que es apropiada a la conducta anterior, la cual, para expresarlo en una palabra, comprende en sus elementos esenciales, el carácter de Dios en gracia, manifestado en Jesús en la tierra. Pero Jesús tenía Su propio carácter de servicio como Hijo del Hombre; la aplicación de esto a sus circunstancias particulares es añadida en los versículos 37-38. En el 39, nos son presentados los líderes de Israel, y en el versículo 40 la parte de los discípulos. Rechazados como Él, ellos deberían tener Su parte; pero, asumiendo que le siguiesen perfectamente, ellos la obtendrían en bendición, en gracia, en carácter y también en posición. ¡Qué favor! [21] Además, el juicio del yo, y no el de mi hermano, era el medio de obtener una visión moral clara. Si el árbol era bueno, el fruto sería bueno. El juicio propio se aplica a los árboles. Esto es siempre cierto. En el juicio de uno mismo, no es solamente el fruto lo que es corregido; es uno mismo. Y el árbol se conoce por su fruto - no sólo por el buen fruto, sino por el suyo propio. El Cristiano lleva el fruto de la naturaleza de Cristo. También están considerados el corazón mismo y la verdadera obediencia práctica.
Aquí, entonces, los grandes principios de la nueva vida, en su pleno desarrollo práctico en Cristo, nos son presentados. Es la cosa moralmente nueva, el sabor y el carácter del vino nuevo - el remanente hecho semejante a Cristo, a quien seguían, a Cristo el nuevo centro del movimiento del Espíritu de Dios, y del llamamiento de Su gracia. Cristo ha salido del patio amurallado del Judaísmo en el poder de una vida nueva, y por la autoridad del Altísimo, quien había traído la bendición a este ámbito, ámbito que era incapaz de reconocer. Él había salido de este patio, conforme a los principios de la vida que Él anunciaba; históricamente, Él estaba todavía en él.
[21] Esto, no obstante, no se refiere intrínsecamente a la naturaleza, pues en Cristo no había pecado. Tampoco la palabra que se emplea para 'perfecto' tiene ese sentido. Se trata de uno completamente instruido a fondo, formado por la enseñanza de su maestro. Una persona tal será como su maestro, en todo lo que fue formado por él. Cristo era la perfección; nosotros crecemos en todo en Él a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (ver Colosenses 1:28).
8 - Capítulo 7
8.1 - Fuera del patio amurallado del Judaísmo; fe en el corazón de un Gentil
Por eso, después de esto, hallamos al Espíritu Santo actuando en el corazón de un Gentil. Ese corazón manifestó más fe que cualquiera entre los hijos de Israel. De corazón humilde, y amando al pueblo de Dios, como tal, a causa de Dios, cuyo pueblo ellos eran, y elevado así él en sus afectos sobre el miserable estado en que ellos estaban en la práctica, este Gentil puede ver en Jesús a Uno que tenía autoridad sobre todas las cosas, incluso como la que él tenía sobre sus soldados y siervos. No sabía nada acerca del Mesías, pero reconoció en Jesús [22] el poder de Dios. Esto no era una mera idea: era fe. No había una fe como ésta en Israel.
[22] Hemos visto que éste es precisamente el asunto del Espíritu Santo en nuestro Evangelio.
8.2 - Poder ejercido para levantar a los muertos; todas las cosas nuevas
El Señor, entonces, actúa con un poder que iba a ser la fuente de aquello que es nuevo para el hombre. Él resucita a los muertos. Esto era, de hecho, ir más allá del límite la conducta apropiada a las ordenanzas de la ley. Él tiene compasión en la aflicción y la miseria del hombre. La muerte era para el hombre una carga: Jesús le libra de ella. No se trata solamente de limpiar a un Israelita leproso, ni de perdonar y sanar a los creyentes de entre Su pueblo; Él restaura la vida a uno que la había perdido. Israel, no hay duda, se beneficiará de ello; pero el poder necesario para el cumplimiento de esta obra es aquel que hace todas las cosas nuevas, dondequiera que sea.
8.3 - Las posiciones familiares de Juan el Bautista y Cristo; el testimonio del Señor acerca de Juan
El cambio del cual estamos hablando, y que estos dos ejemplos ilustran tan notablemente, es presentado al tratar acerca de la conexión entre Cristo y Juan el Bautista, quien envía a averiguar de propios labios del Señor, quién es él. Juan había oído de Sus milagros, y envía a sus discípulos a averiguar quién era el que los hacía. Naturalmente el Mesías, en el ejercicio de Su poder, le habría librado de la prisión. ¿Era Él el Mesías? ¿o tenía Juan que esperar a otro? Él tenía fe suficiente para depender de la respuesta de Uno que obraba estos milagros; pero, encerrado en prisión, su mente deseaba algo más positivo. Esta circunstancia, ocasionada por Dios, da lugar a una explicación respetando la posición familiar de Juan y Jesús. El Señor no recibe aquí testimonio de Juan. Juan tenía que recibir a Cristo sobre el testimonio que Él daba de Sí mismo; y ello, habiendo tomado una posición que haría tropezar a los que juzgaban según ideas Judías y carnales - una posición que requería fe en un testimonio divino, y, consecuentemente, se rodeaba de aquellos en los cuales un cambio moral les capacitaba para apreciar este testimonio. El Señor, en respuesta a los mensajeros de Juan, realiza milagros que demuestran el poder de Dios presente en gracia, y el servicio rendido a los pobres; y declara que bienaventurado es aquel que no halla tropiezo en la humilde posición que Él había tomado a fin de llevarlos a cabo. Pero Él da testimonio de Juan, aunque no vaya a recibir ninguno de él. Juan había atraído la atención del pueblo, y con razón; él era más que un profeta - había preparado el camino al Señor mismo. No obstante, si él preparó el camino, el completo e inmenso cambio que iba a ser llevado a cabo aún no se había cumplido. El ministerio de Juan, por su misma naturaleza, le situó fuera del efecto de este cambio. Él fue delante de este cambio para anunciar a Aquel que iba a cumplirlo, cuya presencia introduciría su poder en la tierra. Por consiguiente, el más pequeño en el reino era mayor que él.
8.4 - La recepción del pueblo para con Juan y para con el Señor
El pueblo, que había recibido con humildad la palabra enviada por Juan el Bautista, dio testimonio en sus corazones a los caminos y a la sabiduría de Dios. Aquellos que confiaron en sí mismos, rechazaron los consejos de Dios cumplidos en Cristo. El Señor, ante esto, manifiesta claramente cuál era su condición. Rechazaron por igual las advertencias y la gracia de Dios. Los hijos de la sabiduría (aquellos en los que obraba la sabiduría de Dios) la reconocieron y le dieron gloria en sus caminos. Ésta es la historia del recibimiento, tanto de Juan como de Jesús. La sabiduría del hombre condenaba los caminos de Dios. La justa severidad de Su testimonio contra el mal, contra la condición de Su pueblo, mostró a la mirada del hombre la influencia de un demonio. La perfección de Su gracia, condescendiendo con los pobres pecadores, y presentándose a ellos allí donde estuvieran, fue tomada como un acto de revolcarse en el pecado y como si uno se diera a conocer por sus propios asociados. La orgullosa justicia propia no podía soportar ninguna de las dos cosas. La sabiduría de Dios sería reconocida por aquellos que eran enseñados por ella, y por aquellos solos.
8.5 - Los modos de Dios hacia los pecadores en contraste con el espíritu farisaico
Luego, estos modos de Dios hacia los pecadores más miserables, y el efecto de ellos, en contraste con este espíritu farisaico, son mostrados en la historia de la mujer que era una pecadora en casa del Fariseo; y un perdón es revelado, no en referencia al gobierno de Dios en la tierra a favor de Su pueblo (un gobierno con el cual la sanación de un Israelita bajo la disciplina de Dios estaba relacionada), sino que un perdón absoluto, involucrando paz para el alma, es otorgado al más miserable de los pecadores. No se trata aquí meramente de si era profeta. La justicia propia del Fariseo no podía discernir ni siquiera eso.
8.6 - La hija de la sabiduría
Tenemos un alma que ama a Dios, y mucho, porque Dios es amor - un alma que ha aprendido esto con respecto a, y por medio de, sus propios pecados, aunque no conociendo aún el perdón, al ver a Jesús. Esto es gracia. Nada más emotivo que la manera en que Jesús muestra la presencia de aquellas cualidades que hicieron a esta mujer verdaderamente honorable - cualidades relacionadas con el discernimiento de Su Persona por la fe. En ella se halló un entendimiento divino de la Persona de Cristo no razonado mediante doctrina sino sentido en su efecto en su corazón, una profunda conciencia de su propio pecado, humildad, amor por aquello que era bueno, fidelidad a Aquel que era bueno. Todo esto mostraba un corazón en el cual reinaban sentimientos apropiados a la relación con Dios - sentimientos que fluían de Su presencia revelada en el corazón, porque Él se había dado a conocer. Éste, sin embargo, no es lugar para considerarlos; pero es importante observar aquello que tiene un gran valor moral, cuando se trata de explicar lo que es en realidad el perdón gratuito, y que el ejercicio de la gracia de parte de Dios crea (cuando es recibida en el corazón) sentimientos que corresponden a sí misma, y que no pueden ser producidos por nada más; y que estos sentimientos están en relación con esa gracia, y con la conciencia de pecado que ésta produce. La gracia da una profunda conciencia de pecado, pero es en relación con el sentido de la bondad de Dios; y los dos sentimientos aumentan en proporción mutua. La cosa nueva, la gracia soberana sola, puede producir estas cualidades que responden a la naturaleza de Dios mismo, cuyo verdadero carácter el corazón ha aprehendido, y con quien está en comunión; y eso, mientras juzga el pecado como lo merece en la presencia de un Dios tal.
8.7 - Los corazones de los Fariseos, el del pecador y el de Dios manifestado en gracia
Se observará que esto se relaciona con el conocimiento de Cristo mismo, quien es la manifestación de este carácter; la verdadera fuente por gracia del sentimiento de este corazón quebrantado; y también que el conocimiento de su perdón viene después [23].
[23] Para explicar la expresión "sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho", debemos distinguir entre la gracia revelada en la Persona de Jesús, y el perdón que anunció a aquellos a los cuales la gracia había alcanzado. El Señor es capaz de dar a conocer este perdón. Él lo revela a la pobre mujer. Pero se trataba de aquello que ella vio en Jesús mismo, lo cual, por gracia, derritió su corazón y produjo el amor que ella tenía para Él - el hecho de ver lo que Él era para los pecadores como ella. Ella sólo piensa en Él: Él se ha apoderado de su corazón como para aislarlo de otras influencias. Al oír que Él está allí, entra en la casa de este hombre orgulloso sin pensar en otra cosa sino en el hecho de que Jesús está allí. Su presencia respondía a, o evitaba, toda pregunta. Ella vio lo que Él era para un pecador, y que el más miserable y desgraciado hallaba un recurso en Él; ella sintió sus pecados de la manera en que esta gracia perfecta, que abre el corazón y gana confianza, hace que sean sentidos; y ella amó mucho. La gracia en Cristo había producido su efecto. Ella amó debido a Su amor. Ésta es la razón por la que el Señor dice: "sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho." No fue que su amor tenía méritos para esto, sino que el Señor reveló el glorioso hecho de que los pecados - fueran éstos numerosos y abominables - de alguien cuyo corazón volvió a Dios, quedaron totalmente perdonados. Existen muchos cuyos corazones vuelven a Dios, y que aman a Jesús, que no saben esto. Jesús se pronuncia con autoridad sobre el caso de ellos - los despide en paz. Es una revelación - y una respuesta - a las necesidades y afectos producidos en el corazón hecho penitente mediante la gracia revelada en la Persona de Cristo.
Si Dios se manifiesta en este mundo, y con un amor tal, Él debe necesariamente apartar del corazón cualquier otra consideración. Y así, sin ser consciente de ello, esta pobre mujer fue la única que actuó apropiadamente ante tales circunstancias, pues apreció toda la importancia de Aquel que estaba allí. Estando presente un Dios Salvador, ¿qué importancia tenían Simón y su casa? Jesús hizo que todo lo demás fuese olvidado. Recordemos esto.
El comienzo de la caída del hombre fue la pérdida de confianza en Dios, mediante la seductora sugerencia de Satanás de que Dios no les había dicho aquello que haría que el hombre fuese como Dios. Perdida esta confianza, el hombre intenta, ejercitando su propia voluntad, hacerse él mismo feliz: lo que vino a continuación es la codicia, el pecado, la transgresión. Cristo es Dios en amor infinito, recobrando la confianza del corazón del hombre en Dios. La remoción de la culpa, y el poder de vivir para Dios, son otra cosa, y se encuentran en su propio lugar a través de Cristo, así como el perdón entra en su lugar aquí. Pero la pobre mujer, por gracia, había sentido que había un corazón en el que podía confiar, aparte de cualquier otro; pero ese era el de Dios.
"Dios es luz" y "Dios es amor." Éstos son los dos nombres esenciales de Dios, y ambos se hallan en cada caso real de conversión. En la cruz ellos se encuentran; el pecado es sacado plenamente a la luz, pero en aquello mediante lo cual el amor es plenamente conocido. Así que en el corazón la luz revela el pecado, es decir, Dios como la luz lo hace, pero la luz está allí por el perfecto amor. El Dios que muestra los pecados está allí en amor perfecto para hacerlo. Cristo era esto en este mundo. Al revelarse a Sí mismo, Él debe ser ambas cosas: así que Cristo era amor en el mundo, pero luz de él. Lo mismo sucede con el corazón. El amor a través de la gracia da confianza, y así la luz es dejada entrar con gozo, y en la confianza en el amor, y viendo al yo en la luz, el corazón ha encontrado plenamente el corazón de Dios: así fue con esta pobre mujer. Aquí es donde el corazón del hombre y Dios siempre y únicamente se encuentran. El Fariseo no tenía ninguna de las dos cosas. Ni el amor, ni la luz, estaban allí, sólo densa oscuridad. Él tenía a Dios manifestado en carne en su casa y no vio nada - sólo afirmó que Él no era un profeta. Es una escena maravillosa ver estos tres corazones. El del hombre, como tal, descansando en la falsa justicia humana, el de Dios, y el de la pobre pecadora - satisfaciendo plenamente al de Dios, así como el Suyo satisfizo el de ella. ¿Quién era la hija de la sabiduría? Pues esto es un comentario sobre esa expresión.
Y noten, aunque Cristo no había dicho nada al respecto, sino que pasó por alto el desaire, con todo, Él no fue insensible al descuido de no haber sido recibido con las comunes cortesías de la vida. Para Simón, Él era un pobre predicador, de cuyas pretensiones él podía juzgar y deducir que ciertamente no era un profeta; para la pobre mujer, era Dios en amor, y llevando su corazón a estar al unísono con el Suyo en cuanto a los pecados de ella y respecto a sí misma, porque se tuvo confianza en el amor. Noten, también, que en esta actitud de asirse de Jesús es donde se halla la verdadera luz: aquí, la revelación fructífera del Evangelio; para María Magdalena, en cuanto al privilegio más alto de los santos.
Es la gracia - es Jesús mismo - Su Persona - que atrae a esta mujer y produce el efecto moral. Ella se marcha en paz al comprender la extensión de la gracia en el perdón que Él pronuncia. Y el perdón mismo tiene su eficacia en su mente, en que Jesús era todo para ella. Si Él perdonó, ella estaba satisfecha. Sin atribuirse esto a ella misma, fue Dios revelado a su corazón; no fue la propia aprobación, ni el juicio que otros podrían formarse del cambio obrado en ella. La gracia había tomado posesión de su corazón de tal manera - gracia personificada en Jesús - Dios se manifestó a ella de tal forma, que Su aprobación en gracia, Su perdón, se llevó todo lo demás con ello. Si Él estaba satisfecho, ella también. Ella lo tuvo todo al conceder esta importancia a Cristo. La gracia se deleita en bendecir, y el alma que concede la suficiente importancia a Cristo se satisface con la bendición que es otorgada. ¡Cuán sorprendente es la firmeza con la que la gracia se afirma, y no teme soportar el juicio del hombre que la desprecia! Toma sin vacilar la parte del pobre pecador a quien ella ha tocado. El juicio del hombre sólo demuestra que ni conoce ni aprecia a Dios en la más perfecta manifestación de Su naturaleza. Para el hombre, con toda su sabiduría, no es más que un pobre predicador, quien se engaña a sí mismo al hacerse pasar por un profeta, y a quien no valía la pena darle un poco de agua para sus pies. Para el creyente es amor perfecto y divino, es paz perfecta si él tiene fe en Cristo. Sus frutos no están todavía ante el hombre; ellos están ante Dios, si Cristo es apreciado. Y aquel que le aprecia no piensa en sí mismo ni en sus frutos (a excepción de los frutos malos), sino en Aquel que fue el testimonio de la gracia para su corazón cuando no era nada más que un pecador.
Ésta es la cosa nueva - la gracia, e incluso sus frutos en la perfección de ellos: el corazón de Dios manifestado en gracia, y el corazón del hombre - un pecador -respondiendo a ello por gracia, habiendo asido, o mejor dicho, habiendo sido asido por la perfecta manifestación de aquella gracia en Cristo.
9 - Capítulo 8
9.1 - El significado y el efecto del ministerio del Señor a pesar de la incredulidad
En el capítulo 8 el Señor explica el significado y el efecto de Su ministerio, y especialmente, no lo dudo, su efecto entre los Judíos. Por grande que fuese la incredulidad, Jesús continúa con Su obra hasta el final, y los frutos de Su obra aparecen. Él va a predicar las buenas nuevas del reino. Sus discípulos (el fruto, y los testigos por gracia, en la medida de ellos, de la misma manera que Él, de Su poderosa Palabra) le acompañaban; y otros frutos de esta misma Palabra, testigos también por su propia liberación del poder del enemigo, y del afecto y fidelidad fluyendo desde allí por gracia - una gracia que actuó también en ellos conforme al amor y a la fidelidad que une a Jesús. Aquí las mujeres ocupan un buen lugar [24]. La obra se fortaleció y se consolidó, y se caracterizó por sus resultados.
[24] Es sumamente interesante ver el lugar distinto que ocupan los discípulos y las mujeres. Tampoco, como dije arriba, tienen las mujeres un lugar malo. Nosotros las encontramos nuevamente en la cruz y en el sepulcro cuando - en cualquier caso, excepto Juan - los discípulos habían huido, o, aun cuando son llamados por las mujeres al sepulcro, cuando ellos vieron que Él había resucitado, ¡se fueron a casa!
9.2 - El Sembrador; la semilla sembrada para producir fruto; los discípulos diferenciados de la multitud
El Señor explica la verdadera naturaleza de esta obra. Él no tomó posesión del reino, Él no buscó fruto; Él sembró el testimonio de Dios a fin de producir fruto. Esto, de manera sorprendente, es la cosa totalmente nueva. La Palabra era su semilla. Además, fue solamente a los discípulos - quienes habían seguido y se habían adherido a Su Persona, por gracia y en virtud de la manifestación del poder y de la gracia de Dios en Su persona - a quienes les fue dado comprender los misterios, los pensamientos de Dios, revelados en Cristo, de este reino que no se estaba estableciendo abiertamente mediante poder. Aquí el remanente es claramente diferenciado de la nación. "A los otros" fue por parábolas, para que no pudieran entender. Porque para entender, el Señor debía ser recibido moralmente. Aquí esta parábola no va acompañada de otras. Sola señala la posición. Se añade la advertencia que consideramos en Marcos. Finalmente, la luz de Dios no fue manifestada para ser escondida. Además, todo iba a ser manifestado. Por consiguiente, ellos debían tener cuidado de cómo oían (Lucas 8:18), porque, si retenían lo que escuchaban, recibirían más: de otro modo, incluso lo que tenían les sería quitado.
9.3 - El lugar y el efecto de la Palabra
El Señor pone un sello sobre este testimonio, a saber, que la cosa en cuestión era la Palabra, la cual atraía hacia Él y hacia Dios a aquellos que tenían que disfrutar de la bendición; y que la Palabra era la base de toda relación con Él mismo, declarando, cuando ellos le hablaron de Su madre y hermanos, mediante los cuales estaba emparentado en Israel según la carne, que Él no reconocía como tales a nadie más que los que oían y obedecían la Palabra de Dios.
9.4 - Cristo en poder en la tempestad con Sus discípulos
Además del evidente poder manifestado en Sus milagros, los relatos que vienen a continuación - hasta el final del capítulo 8 - presentan diferentes aspectos de la obra de Cristo, y de Su recibimiento, y de sus consecuencias.
Primero, el Señor - aunque, aparentemente, Él no pone atención - se asocia con los discípulos en las dificultades y tempestades que les rodean, pues ellos se habían embarcado a Su servicio. Hemos visto que Él reunió a los discípulos a Su alrededor: ellos están consagrados a Su servicio. Con respecto a la pregunta de hasta dónde llegaba el poder humano para evitarlo, ellos estaban en peligro inminente. Las olas están listas para tragarlos. Jesús, a ojos de ellos, no se preocupa en lo más mínimo por esto; pero Dios ha permitido este ejercicio de la fe. Ellos están allí a causa de Cristo, y con Él. Cristo está con ellos; y el poder de Cristo, a causa del cual se encuentran en medio de la tempestad, está allí para protegerlos. Ellos están juntos con Él en la misma barca. Si, por lo que a ellos respecta podrían perecer, ellos están asociados en los consejos de Dios con Jesús, y Su presencia era su salvaguarda. Él permite la tempestad, pero Él mismo está en la barca. Cuando Él se despierte y se manifieste a ellos, todo será bonanza.
9.5 - El endemoniado sanado como un testigo de la gracia y el poder del Señor
En la sanación del endemoniado, en la región de los Gadarenos, tenemos un vivo retrato de lo que estaba sucediendo.
En cuanto a Israel, el remanente - no obstante el gran poder del enemigo - es liberado. El mundo ruega a Jesús que se marche, deseando su propia tranquilidad, que es más perturbada por la presencia y el poder de Dios que por una legión de demonios. Él se va. El hombre que fue sanado - el remanente - le agradaría estar con Él; pero el Señor le envía de regreso (al mundo al que Él mismo había renunciado), para ser un testigo de la gracia y del poder de los que él había sido el sujeto. El hato de cerdos, no dudo, nos presenta la carrera de Israel hacia su destrucción, después del rechazo del Señor. El mundo se acostumbra al poder de Satanás - por doloroso que sea verlo actuar en ciertos casos - nunca al poder de Dios.
9.6 - El efecto de la fe; poder sanador en la Persona de Cristo
Las dos historias siguientes presentan el efecto de la fe, y la necesidad real con la que tiene que ver la gracia que la satisface. La fe del remanente busca a Jesús para conservar la vida de aquello que estaba listo para perecer. El Señor le responde presentándose Él mismo para tal fin. En el camino (es allí donde Él estaba, y, en cuanto a la liberación final, Él todavía está allí), en medio de la multitud que le rodeaba, la fe le toca. La pobre mujer tenía una enfermedad que ningún medio a disposición del hombre podía sanar. Pero se encuentra poder en el Hombre, Cristo, y sale de Él para la sanación del hombre, dondequiera que exista fe, mientras espera el cumplimiento final de Su misión en la tierra. Ella es sanada, y confiesa ante Cristo su condición y todo lo que le había sucedido: y de esta manera, mediante el efecto de la fe, se rinde un testimonio a Cristo. El remanente es manifestado, la fe los diferencia de la multitud; siendo su condición el fruto del poder divino en Cristo.
Este principio se aplica a la sanación de cada creyente, y, consecuentemente, a la de los Gentiles, como arguye el apóstol. El poder sanador está en la Persona de Cristo; la fe - por gracia y por la atracción de Cristo - se beneficia de este poder. No depende de la relación del Judío, aunque, en cuanto a su posición, él era el primero en beneficiarse de él. Se trataba de lo que hay en la Persona de Cristo, y de la fe en el individuo. Si hay fe en el individuo, este poder actúa; él se marcha en paz, sanado por el poder de Dios mismo.
9.7 - La hija de Jairo: poder divino para resucitar de los muertos ejercido en gracia
Pero, de hecho, si consideramos la condición del hombre en pleno, no era meramente la enfermedad lo que estaba en cuestión, sino la muerte. Cristo, antes de la plena manifestación del estado del hombre, se enfrentó con ella, por decirlo así, en el camino; pero, como en el caso de Lázaro, la manifestación fue permitida; y para la fe esta manifestación tuvo lugar en la muerte de Jesús. Así, aquí, se permite que la hija de Jairo muera antes de la llegada de Cristo; pero la gracia vino para levantarla de los muertos con el poder divino que solo podía llevar a cabo esto; y Jesús, al consolar al pobre padre, le ruega que no tema, sino que crea solamente, y su hija se restablecería. La fe que obtiene gozo y libertad es la fe en Su Persona, en el poder divino en Él, en la gracia que viene a ejercerlo. Jesús no busca aquí a la multitud; la manifestación de este poder es sólo para el consuelo de aquellos que sienten la necesidad del mismo, y para la fe de los que están verdaderamente unidos a Él. La multitud sabe, en realidad, que la niña está muerta; hacen lamentación por ella, y no comprenden el poder de Dios que puede resucitarla. Jesús devuelve a sus padres a la niña cuya vida Él había restaurado. Así será con los Judíos al final, en medio de la incredulidad de muchos. Mientras tanto, por la fe nos anticipamos a este gozo, convencidos de que es nuestro estado por medio de la gracia; nosotros vivimos: solamente que para nosotros es en relación con Cristo en el cielo, las primicias de una nueva creación.
Con respecto a Su ministerio, Jesús tendrá esto oculto. Debía ser recibido conforme al testimonio que Él daba a la conciencia y al corazón. Este testimonio no fue completamente terminado en el camino. Veremos Sus últimos esfuerzos con el corazón incrédulo del hombre en los capítulos sucesivos.
10 - Capítulo 9
10.1 - Enviando a los doce discípulos; un testimonio categórico contra el pueblo
En el capítulo 9 el Señor encomienda a los discípulos la misma misión en Israel que Él mismo cumplió. Ellos predican el reino, sanan a los enfermos y echan fuera demonios. Pero se añade esto: que su obra tome el carácter de una misión final. No que el Señor hubiera cesado de obrar, pues Él también envió a los setenta, sino que final en este sentido, en que esta obra se convertía en un testimonio categórico contra el pueblo si éste la rechazaba. Los doce tenían que sacudirse el polvo de sus pies al dejar las ciudades que los rechazaran. Esto es entendible en el punto donde hemos llegado en el Evangelio. Se repite, con un énfasis todavía mayor, en el caso de los setenta. Hablaremos de ello en el capítulo que se relaciona con su envío. La misión de ellos viene después de la manifestación de Su gloria a los tres discípulos. Pero mientras el Señor estuviera allí, continuó Su ejercicio de poder en misericordia, pues esto fue lo que Él era aquí en persona, y la bondad soberana en Él estaba por encima de todo el mal con el cual Él se encontraba.
10.2 - La fama de las obras maravillosas del Señor
Siguiendo con nuestro capítulo, lo que viene a continuación del versículo 7 muestra que la fama de Sus maravillosas obras había llegado a oídos del rey. Israel se quedaba sin excusa. Por muy pequeña que fuese la conciencia, ésta sintió el efecto de Su poder. El pueblo también le siguió. Apartado con los discípulos, quienes habían regresado de su misión, Él pronto es rodeado por la multitud; nuevamente, el siervo de ellos en gracia, sin importar cuán grande fuese la incredulidad de ellos, Él les predica y sana a todo el que lo necesitaba.
10.3 - Aquel que satisface a Su pueblo con pan: una prueba especial de su divino poder y presencia
Pero Él les daría una prueba nueva y muy especial del poder divino y de la presencia que se hallaba entre ellos. Se había dicho que en el tiempo de la bendición de Israel de parte del Señor, cuando Él haría retoñar el poder de David, Él saciaría a los pobres con pan (Salmo 132:15, 17). Jesús lo hace ahora. Pero hay más que esto aquí. Hemos visto a través de este Evangelio que Él ejercita este poder, en Su humanidad, mediante la inconmensurable energía del Espíritu Santo. De ello se desprende una bendición maravillosa para nosotros, otorgada conforme a los consejos soberanos de Dios, a través de la perfecta sabiduría de Jesús al seleccionar Sus instrumentos. Él hará que los discípulos lo hagan. No obstante, el poder que lo lleva a cabo es todo de Él. Los discípulos no ven nada más allá de lo que sus ojos pueden estimar. Pero, si Aquel que los alimenta es Jehová, Él siempre toma Su lugar en la dependencia de la naturaleza que ha asumido. Él se retira con Sus discípulos, y allí, lejos del mundo, Él ora. Y, al igual que en los dos notables casos [25] del descenso del Espíritu Santo, y la selección de los Doce, aquí también Su oración es la ocasión de la manifestación de Su gloria - una gloria que era propiamente de Él, pero que el Padre le dio como Hombre, y en relación con los sufrimientos y la humillación, bajo los cuales, en Su amor, padeció voluntariamente.
[25] Observen también aquí, que no es solamente en los casos de actos de poder, o en el del testimonio a la gloria de Su Persona en respuesta a Sus oraciones. Su conversación con los discípulos con referencia a los cambios en las dispensaciones de Dios (en la que Él habla de Sus sufrimientos, y les prohíbe que le den a conocer como el Cristo), es introducida por medio de Su oración cuando estaba en un lugar desierto con ellos. Que Su pueblo iba a ser abandonado por un tiempo, era lo que ocupaba Su corazón, tanto como lo ocupaba la gloria. Además, derrama Su corazón ante Dios, cualquiera que fuese el asunto que le ocupa conforme a los caminos de Dios.
10.4 - El sufriente Hijo del Hombre
La atención del pueblo fue estimulada, pero ellos no fueron más allá de las especulaciones de la mente humana con respecto al Salvador. La fe de los discípulos reconoció sin vacilación al Cristo en Jesús. Pero Él ya no iba a ser más proclamado como tal - el Hijo del Hombre tenía que sufrir. Consejos más importantes, una gloria más excelente que la del Mesías, debían ser comprendidos; pero tenía que ser a través del sufrimiento - sufrimiento que, en cuanto a las pruebas humanas, los discípulos iban a compartir al seguirle a Él. Pero, al perder su vida por Él, la ganarían; pues al seguir a Jesús, el asunto era la vida eterna del alma, y no meramente el reino. Además, Aquel que era ahora rechazado volvería en Su propia gloria, a saber, como Hijo del Hombre (el carácter que Él toma en este Evangelio), en la gloria del Padre, pues Él era el Hijo de Dios, y en la de los ángeles como Jehová el Salvador, tomando lugar sobre ellos, aunque era (sí, como) hombre: Él era digno de esto, porque Él los creó. La salvación del alma, la gloria de Jesús reconocida conforme a Sus derechos, todo les advertía de que le confesaran mientras era rechazado y menospreciado. Ahora bien, para fortalecer la fe de aquellos a quienes Él haría columnas, y a través de ellos la fe de todos, Él anuncia que algunos de ellos, antes de que gustasen la muerte (no debían esperar ni la muerte, en la que sentirían el valor de la vida eterna, ni el regreso de Cristo), verían el reino de Dios.
10.5 - La transfiguración; la nueva gloria y bendición dependientes de la muerte de Cristo
Como consecuencia de esta declaración, ocho días después Él tomó a los tres que más tarde fueron columnas, y subió a un monte a orar. Allí Él es transfigurado. Él aparece en gloria, y los discípulos la ven. Pero Moisés y Elías la comparten con Él. Los santos del Antiguo Testamento tienen parte con Él en la gloria del reino fundamentado sobre Su muerte. Hablan con Él de Su muerte. Ellos habían hablado hasta ahora de otras cosas. Habían visto establecerse la ley, o habían intentado hacer volver al pueblo a ella, para la introducción de la bendición; pero ahora que esta nueva gloria es el tema, todo depende de la muerte de Cristo, y sólo de eso. Todo lo demás desaparece. La gloria celestial del reino y la muerte están en relación inmediata. Pedro ve solamente la entrada de Cristo en una gloria igual a la de ellos; relacionando mentalmente esta última con lo que ellos dos eran para un Judío, y asociando a Jesús con ella. Es entonces cuando los dos desaparecen completamente, y Jesús queda solo. Era a Él solo a quien tenían que oír. La conexión de Moisés y Elías con Jesús en la gloria dependía del rechazo de su testimonio por parte del pueblo, al cual ellos se dirigieron.
10.6 - Los discípulos asociados en la tierra con la morada de la gloria
Pero esto no es todo. La Iglesia, propiamente dicha, no es contemplada aquí. Pero, la señal de la gloria excelente, de la presencia de Dios, se muestra - la nube en la que Jehová habitaba en Israel. Jesús trae a los discípulos a ella como testigos. Moisés y Elías desaparecen, y, habiendo Jesús acercado a los discípulos a la gloria, el Dios de Israel se manifiesta como el Padre, y reconoce a Jesús como el Hijo en quien tenía complacencia. Todo es cambiado en las relaciones de Dios con el hombre. El Hijo del Hombre, a quien se le dio muerte en la tierra, es reconocido como el Hijo del Padre en la gloria excelente. Los discípulos le conocen así por el testimonio del Padre, y son asociados a Él, y, por decirlo así, son introducidos a la relación con la gloria en la cual el Padre reconoció así a Jesús - gloria en la que se encuentran el Padre y el Hijo. Jehová se da a conocer como Padre revelando al Hijo. Y los discípulos se hallan asociados en la tierra con la morada de gloria, desde donde, en todo tiempo, Jehová mismo había protegido a Israel. Jesús estaba allí con ellos, y Él era el Hijo de Dios. ¡Qué posición! ¡Qué cambio para ellos! Es, de hecho, el cambio de todo lo que era muy excelente en el Judaísmo a la relación con la gloria celestial, que fue obrado en aquel momento, para hacer nuevas todas las cosas. [26]
[26] Se trata de la manifestación del reino, no de la iglesia en lugares celestiales. Supongo que las palabras "al entrar" deben referirse a Moisés y Elías. Pero la nube cubrió a los discípulos. Aun así, esto nos lleva más allá de esa manifestación. La palabra "cubrió" es la misma que la utilizada en la LXX (Septuaginta) para la nube que venía y llenaba el tabernáculo. Leemos en Mateo que era una nube de luz. Era la Shekinah de gloria que había estado con Israel en el desierto - me permito decir la casa del Padre. Su voz salió desde ella. Ellos entraron en ella. En Lucas, es esto lo que hace que los discípulos tengan temor. Dios había hablado con Moisés estando este último fuera de ella; pero aquí ellos entran en ella. Así, además del reino, está el lugar de habitación apropiado de los santos. Esto se encuentra solamente en Lucas. Tenemos el reino, Moisés y Elías en la misma gloria con el Hijo, y otros en la carne en la tierra, pero también la habitación celestial de los santos.
10.7 - La gloria celestial; la intimidad de los tres discípulos con el Señor
El provecho personal de este pasaje es grande, en cuanto nos revela, de manera muy sorprendente, el estado celestial y glorioso. Los santos están en la misma gloria que Jesús, están con Él, conversan familiarmente con Él, ellos conversan de lo que está más cercano a Su corazón - de Sus sufrimientos y muerte. Ellos hablan con los sentimientos que fluyen de las circunstancias que afectan al corazón. Él iba a morir en la Jerusalén amada, en vez de recibir ellos el reino. Ellos hablan como si entendieran los consejos de Dios, pues eso no había sucedido aún. Tales son las relaciones de los santos con Jesús en el reino. Porque, hasta este momento, se trata de la manifestación de la gloria tal como el mundo la verá, con el añadido de la comunicación entre los glorificados y Jesús. Los tres estuvieron en el monte. Pero, los tres discípulos, de esta manera, van más allá. Ellos son enseñados por el Padre. Les son dados a conocer Sus propios afectos por Su Hijo. Moisés y Elías han dado testimonio a Cristo, y serán glorificados con Él; pero Jesús permanece ahora solo para la iglesia. Esto es más que el reino, es la comunión con el Padre y con Su Hijo Jesús (no comprendida, seguramente, en ese tiempo, pero lo es ahora por el poder del Espíritu Santo). Es maravilloso, esta entrada de los santos en la gloria excelente, en la Shekinah, la morada de Dios, y estas revelaciones de parte de Dios de Su propio afecto por Su Hijo. Esto es más que la gloria. Jesús, sin embargo, es siempre el objeto que llena la escena para nosotros. Observen asimismo que, para nuestra posición aquí abajo, el Señor habla tan íntimamente de Su muerte a Sus discípulos en la tierra, como a Moisés y Elías. Éstos no tienen más intimidad con Él de la que tienen Pedro, Santiago y Juan. ¡Dulce y precioso pensamiento! Y noten qué delgado velo hay entre nosotros y lo que es celestial. [27]
[27] Noten también que si Jesús lleva a los discípulos a ver la gloria del reino, y la entrada de los santos en la gloria excelente donde el Padre estaba, Él descendió también y se encontró con la muchedumbre de este mundo y con el poder de Satanás, allí donde nosotros tenemos que andar.
10.8 - La falta de poder de los discípulos; la gracia de Cristo no impedida
Lo que viene a continuación es la aplicación de esta revelación al estado de cosas aquí abajo. Los discípulos son incapaces de beneficiarse del poder de Jesús, ya manifestado, para echar fuera el poder del enemigo. Esto justifica a Dios en aquello que fue revelado de Sus consejos en el monte, y conduce a que el sistema Judío sea desechado, para presentar el cumplimiento de estos consejos. Pero esto no impide la acción de la gracia de Cristo al liberar a los hombres mientras Él estaba aún con ellos, hasta que el hombre le hubiese rechazado finalmente. Pero, sin fijarse en el infructuoso asombro del pueblo, Él insiste con Sus discípulos sobre Su rechazo y sobre Su crucifixión; haciendo avanzar este principio hasta la renunciación del yo, y a la humildad que recibiría aquello que fuese más pequeño.
10.9 - Diferentes rasgos de egoísmo y de la carne contrastados con la gracia y devoción de Cristo
En lo que resta del capítulo, desde el versículo 46, el Evangelio nos presenta las distintas características del egoísmo y de la carne que están en contraste con la gracia y la consagración manifestadas en Cristo, y que tienden a evitar que el creyente camine en Sus pisadas. Los versículos 46-48; 49 y 50; 51-56, respectivamente, presentan ejemplos [28] de esto; y, desde el 57 al 62, tenemos el contraste entre la voluntad engañosa del hombre y el llamamiento eficaz de la gracia; el descubrimiento de la repugnancia de la carne, cuando hay un llamamiento verdadero; y la renunciación absoluta a todas las cosas, a fin de obedecerlo, nos es presentada por el Espíritu de Dios. [29]
[28] Estos tres pasajes señalan, cada uno en sucesión, primero, un egoísmo más sutil que cada vez es menos fácil de detectar por el hombre: egoísmo personal total; en segundo lugar, el egoísmo de grupo; y en tercer lugar, el egoísmo que se viste de la apariencia de celo por el Señor, pero que no se conforma a Él.
[29] Observen que, cuando la voluntad del hombre actúa, él no siente las dificultades, pero está cualificado para la obra. Cuando hay un verdadero llamamiento, los impedimentos se sienten.
El Señor (en respuesta al espíritu que procuraba el engrandecimiento de la propia compañía de ellos, olvidándose de la cruz), expresa a los discípulos lo que no ocultaba de Sí mismo, la verdad de Dios, de que todos estaban de tal manera contra ellos que, si alguno no tenía esta actitud, es que estaba definitivamente por ellos. Así de minuciosa era la prueba a la cual la presencia de Cristo sometía al corazón. La otra razón, presentada en otro lugar, no se repite aquí. El Espíritu, en relación con esto, se limita al punto de vista que estamos considerando. Así rechazado, el Señor no juzga a nadie. No toma venganza por Sí mismo: Él vino a salvar las vidas de los hombres. El que un Samaritano rechazara al Mesías era, para los discípulos, digno de destrucción. Cristo vino a salvar las vidas de los hombres. Él se somete al insulto, y se va a otro lugar. Había quienes deseaban servirle aquí abajo. Él no tenía ningún hogar al que llevarlos. Entre tanto, por esta misma razón, la predicación del reino era la cosa única para Su amor inagotable; los muertos (para Dios) podían enterrar a sus muertos. Aquel que había sido llamado, que estaba vivo, tiene que ocuparse de una cosa, del reino, para dar testimonio de él; y hacerlo sin mirar atrás, la urgencia del asunto elevándole por sobre todos los otros pensamientos. Aquel que había puesto su mano en el arado, no debía mirar atrás. El reino, en presencia de la enemistad - la ruina - del hombre, de todo lo que se le oponía, requería que el alma fuese absorbida plenamente en sus intereses por el poder de Dios. La obra de Dios, en presencia del rechazo de Cristo, demandaba una completa consagración.
11 - Capítulo 10:1-37
11.1 - La misión de los setenta; su carácter; testimonio entregado en poder
La misión de los setenta viene a continuación en el capítulo 10, una misión importante en su carácter para el desarrollo de los caminos de Dios.
Este carácter es, de hecho, diferente en algunos aspectos de aquel del principio del capítulo 9. La misión se fundamenta en la gloria de Cristo manifestada en el capítulo 9. Esto, necesariamente, zanja más decisivamente la cuestión de las relaciones de Dios con los Judíos: porque Su gloria venía después, y, en cuanto a Su posición humana, fue el resultado de Su rechazo por la nación.
Este rechazo no se cumplía aún: esta gloria fue revelada solamente a tres de Sus discípulos; de modo que el Señor ejercía todavía Su ministerio entre el pueblo. Pero vemos estas alteraciones en él. Él insiste sobre lo que es moral y eterno, la posición a la cual traería a Sus discípulos, el verdadero efecto de Su testimonio en el mundo, y el juicio que estaba a punto de caer sobre los Judíos. Sin embargo, la mies era mucha. Porque el amor, no desalentado por el pecado, veía la necesidad a través de la oposición exterior; pero hubo unos pocos movidos por este amor. El Señor de la mies solo podía enviar a los verdaderos obreros.
Ya el Señor anuncia que ellos son como corderos en medio de lobos. ¡Qué cambio desde la presentación del reino al pueblo de Dios! Tenían que confiar (como los doce) en el cuidado del Mesías presente en la tierra, y quien influenciaba el corazón con poder divino. Tenían que ir como los obreros del Señor, manifestando abiertamente su objetivo, no esforzándose por su comida, sino como teniendo derechos de parte de Él. Completamente consagrados a su obra, no debían saludar a nadie. El tiempo apremiaba. El juicio venía. Existían en Israel aquellos que no eran hijos de paz. El remanente se distinguiría por el efecto de su misión en el corazón, aún no judicialmente. Pero la paz reposaría con los hijos de paz. Estos mensajeros ejercían el poder obtenido por Jesús sobre el enemigo, y que Él podía así conferir (y esto era mucho más que un milagro); y tenían que declarar a quienes visitaban que el reino de Dios se había acercado a ellos. ¡Importante testimonio! Cuando no se ejecutaba juicio, se precisaba fe para reconocer el reino en un testimonio. Si no eran recibidos, debían imprecar a la ciudad, asegurándoles que, recibido o no, el reino de Dios se había acercado. ¡Qué solemne testimonio, ahora que Jesús iba a ser rechazado - un rechazo que llenaba la medida de la iniquidad del hombre! Sería más tolerable para la infame Sodoma, el día en que el juicio se iba a ejecutar, que para esa ciudad.
Esto señala claramente el carácter del testimonio. El Señor impreca [30] a las ciudades en las que había obrado, y asegura a Sus discípulos que rechazarlos en su misión era lo mismo que rechazarle a Él, y que, al rechazarle a Él, Aquel que le había enviado era rechazado - el Dios de Israel - el Padre. A su regreso, ellos anuncian el poder que había acompañado su misión; los demonios se sujetaron a su palabra. El Señor les contesta que, efectivamente, esas señales de poder habían presentado a Su mente el pleno establecimiento del reino. Satanás echado completamente fuera del cielo (un establecimiento del cual estos milagros eran sólo una muestra); pero que había algo más excelente que esto, y en lo que podían regocijarse - sus nombres estaban escritos en el cielo. El poder manifestado era verdadero, sus resultados seguros, en el establecimiento del reino; pero algo más comenzaba a aparecer - un pueblo celestial estaba comenzando a existir, un pueblo que tendría su parte con Él, a quien la incredulidad de los Judíos y del mundo estaban enviando de regreso al cielo.
[30] En el versículo 25 de este capítulo, así como en el capítulo 13:34, tenemos ejemplos del orden moral en Lucas, del que hemos hablado. Los testimonios del Señor están perfectamente en orden. Son de una ayuda infinita al comprender toda la relación del pasaje, y su posición aquí arroja gran luz sobre su significado. No se trata aquí del orden histórico. La posición tomada por Israel - por los discípulos - por todos, a través del rechazo de Cristo, es el tema del que trata el Espíritu Santo. Estos pasajes se relacionan con este rechazo, y muestran muy claramente la condición del pueblo que había sido visitado por Jesús, su verdadero carácter, los consejos de Dios al introducir las cosas celestiales mediante la caída de Israel, y la relación entre el rechazo de Cristo y la introducción de las cosas celestiales, y de la vida eterna, y del alma.
No obstante, la ley no fue quebrantada. De hecho, su lugar fue ocupado por la gracia, la cual, fuera de la ley, hizo aquello que no podía haber sido hecho a través de la ley. Veremos esto a medida que avancemos en nuestro capítulo.
11.2 - La posición celestial de un pueblo celestial
Esto expone muy claramente la posición tomada ahora. Habiéndose dado el testimonio del reino en poder, dejando a Israel sin excusa, Jesús pasó a otra posición - a la celestial. Éste fue el verdadero asunto de gozo. Los discípulos, no obstante, todavía no lo comprendían, pero la Persona y el poder de Aquel que iba a introducirlos en la gloria celestial del reino, Su derecho al reino glorioso de Dios, les habían sido revelados por el Padre. La ceguera del orgullo humano, y la gracia del Padre hacia los niños, fueron apropiadas a Él, quien cumplió los consejos de Su gracia soberana a través de la humillación de Jesús, y que estaban en conformidad con el corazón de quien vino a cumplirlos. Además, todas las cosas fueron dadas a Jesús. El Hijo era demasiado glorioso para ser conocido, salvo por el Padre, quien era Él mismo conocido sólo por la revelación del Hijo. A Él debían ir los hombres. La raíz de la dificultad en recibirle yacía en la gloria de Su Persona, la cual era conocida sólo por el Padre, y en esta acción y gloria del Padre, que necesitaba que el Hijo la revelara. Todo esto se hallaba en Jesús allí en la tierra. Pero Él podía decir a Sus discípulos en privado que, habiendo visto en Él al Mesías y Su gloria, habían visto aquello que reyes y profetas desearon ver en vano. El Padre había sido proclamado a ellos, sin embargo no entendieron casi nada. En la mente de Dios esta era la porción de ellos, comprendida más tarde por la presencia del Espíritu Santo, el Espíritu de adopción.
11.3 - El poder del reino; el llamamiento del Señor a regocijarse por tener un lugar y un nombre en el cielo
Podemos observar aquí, el poder del reino otorgado a los discípulos; su gozo en ese momento (por la presencia del Mesías, trayendo consigo el poder del reino que vencía el del enemigo) a la vista de aquellas cosas de las cuales los profetas habían hablado; y, al mismo tiempo, el rechazo de su testimonio, y el juicio de Israel entre quienes éste era rendido; y, finalmente, el llamamiento del Señor, (mientras se reconocía en la obra del remanente todo el poder que establecerá el reino), no para regocijarse en el reino establecido así en la tierra, sino en la gracia soberana de Dios quien, en Sus consejos eternos, les había otorgado un lugar y un nombre en el cielo, en relación con el rechazo de ellos en la tierra. La importancia de este capítulo es evidente bajo este punto de vista. Lucas introduce constantemente la parte mejor e inadvertida en un mundo celestial.
11.4 - La relación y la gloria del Padre y el Hijo; la pregunta del intérprete de la ley en cuanto a la vida eterna
El alcance del dominio de Jesús en relación con este cambio, y la revelación de los consejos de Dios que lo acompañaban, nos son dados en el versículo 22, así como el descubrimiento de las relaciones y la gloria del Padre y del Hijo; al mismo tiempo, también la gracia mostrada a los humildes conforme al carácter y a los derechos de Dios el Padre. Más tarde encontramos el desarrollo del cambio en cuanto al carácter moral. El maestro de la ley deseaba saber las condiciones de la vida eterna. Esto no es el reino, ni el cielo, sino una parte de la manera Judía de comprender la relación del hombre con Dios. La posesión de la vida fue propuesta a los Judíos mediante la ley. Se había descubierto, mediante desarrollos escriturarios subsiguientes a la ley, que se trataba de la vida eterna, la cual ellos entonces, al menos los Fariseos, vinculaban, como tal, a la observancia de la ley - algo poseído por los glorificados en el cielo, por los bienaventurados en la tierra, durante el milenio, lo cual nosotros poseemos ahora en vasos de barro; aquello que la ley, interpretada por conclusiones extraídas de los libros proféticos, proponía como el resultado de la obediencia [31]. "El hombre que haga estas cosas, vivirá por ellas."
[31] Se debe hacer notar, que el Señor nunca utilizó la expresión vida eterna al hablar del efecto de la obediencia. "La dádiva de Dios es vida eterna." Si ellos hubiesen sido obedientes, esa vida no habría tenido final; pero, de hecho, ahora que el pecado había entrado, la obediencia no era la manera de tener vida eterna, y el Señor no lo declara así.
11.5 - La respuesta del Señor; la ley quebrantada
Por consiguiente, el intérprete de la ley pregunta qué es lo que debía hacer. La respuesta fue clara: la ley (con todas sus ordenanzas, sus ceremonias, todas las condiciones del gobierno de Dios, las cuales el pueblo había quebrantado, y cuya violación condujo al juicio anunciado por los profetas - juicio que debía ser seguido por el establecimiento, de parte de Dios, del reino en gracia), la ley, como digo, contenía la semilla de la verdad en este aspecto, y expresaba claramente las condiciones de vida, si el hombre iba a gozarla conforme a la justicia humana - justicia obrada por él mismo, por la cual viviría. Estas condiciones se resumían en muy pocas palabras - amar a Dios perfectamente y al prójimo como a uno mismo. Habiendo dado el intérprete de la ley este resumen, el Señor lo acepta y repite las palabras del Legislador: "Haz esto, y vivirás." Pero el hombre no lo ha hecho y es consciente de que no lo ha hecho. En cuanto a Dios, él está alejado; el hombre se aparta de Él con facilidad; le rendirá algunos servicios exteriores, y se jactará de ellos. Pero el hombre está cerca; su egoísmo le hace comportarse conforme a la interpretación de este precepto, el cual, si se observara, sería su felicidad - hacer de este mundo en una clase de paraíso. La desobediencia a este precepto se repite a cada momento, en las circunstancias de cada día, lo cual hace que este egoísmo actúe. Todo lo que le rodea (sus vínculos sociales) hacen al hombre consciente de estas violaciones de estos preceptos, aunque el alma misma no se sienta turbada por ello. Aquí el corazón del intérprete de la ley se traiciona a sí mismo. ¿Quién, pregunta, es mi prójimo?
11.6 - La gracia manifestada e introducida por el Hombre Cristo Jesús; el amor del Buen Samaritano
La respuesta del Señor exhibe el cambio moral que ha tenido lugar por la introducción de la gracia - mediante la manifestación de esta gracia en el hombre, en Su propia Persona. Nuestras relaciones los unos con los otros son medidas ahora por la naturaleza divina en nosotros, y esta naturaleza es amor. El hombre bajo la ley se medía por la importancia que él se daba a sí mismo, lo que es siempre opuesto al amor. La carne se gloriaba de una cercanía a Dios que no era real, que no pertenecía a la participación de Su naturaleza. Por otra parte, el sacerdote y el levita pasan de largo. El Samaritano, despreciado como tal, no preguntó quién era su prójimo. El amor que estaba en su corazón hacía de él un prójimo para cualquiera que estuviese en necesidad. Esto es lo que Dios mismo hizo en Cristo; pero entonces, las diferencias legales y carnales desaparecieron ante este principio. El amor que actuaba según sus propios impulsos halló la ocasión de ejercerse en la necesidad que vino ante él.
Aquí termina esta parte de los discursos del Señor. Un nuevo asunto comienza en el versículo 38.
12 - Capítulos 10:38 - 11:13
12.1 - Los dos grandes medios de bendición: la Palabra y la oración
Desde ese versículo hasta el final del versículo 13 en el capítulo 11, el Señor da a conocer a Sus discípulos los dos grandes medios de bendición - la Palabra y la oración. En relación con la Palabra, hallamos la energía que se une al Señor, a fin de recibirla de Él mismo, y que deja todo para escuchar Su Palabra, porque el alma es asida por las comunicaciones de Dios en gracia. Podemos observar que estas circunstancias están relacionadas con el cambio que había sido obrado en aquel momento solemne. El recibimiento de la Palabra ocupa el lugar de las atenciones debidas al Mesías. Estas atenciones eran requeridas por la presencia de un Mesías en la tierra; pero, viendo la condición en que estaba el hombre (pues él rechazó al Salvador), él necesitaba la Palabra; y Jesús, en Su amor perfecto, no permitirá nada más. Para el hombre, para la gloria de Dios, sólo era necesaria una cosa, y es esta cosa lo que Jesús desea. En cuanto a Él, hubiera dejado todo por tener esa cosa. Pero Marta, aunque preparaba para el Señor, lo que seguramente estaba correcto, con todo, ella muestra qué gran cantidad del yo es inherente a esta clase de cuidados; pues no le gustaba tener que ocuparse de todo.
12.2 - La oración enseñada a los discípulos
La oración que Él enseñó a Sus discípulos (cap. 11) se refiere también a la posición en la que entraron antes de ser dado el Espíritu Santo [32]. Jesús mismo oró, como el hombre dependiente en la tierra. Él no había recibido aún la promesa del Padre, a fin de derramarla sobre Sus discípulos, y no pudo hacerlo hasta Su ascensión al cielo. Éstos, sin embargo, están en relación con Dios como Padre de ellos. La gloria de Su nombre, la venida de Su reino, tenían que mantener ocupados sus primeros pensamientos. Dependían de Él para su pan diario. Necesitaban perdón, y ser guardados de la tentación. La oración contenía el deseo de un corazón sincero delante de Dios; la necesidad corporal confiada al cuidado del Padre de ellos; la gracia requerida para su andar cuando hubiesen pecado, y para que no se manifestase su carne, que fueran salvados del poder del enemigo.
[32] El deseo de tener una forma de oración dada por el Señor ha llevado a una corrupción del texto aquí, reconocida por todos los que lo han investigado seriamente (con el objetivo de conformar la oración dada aquí a aquella presentada en Mateo). Reza así: 'Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, el pan nuestro de cada día dánoslo hoy, y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos metas en tentación.
12.3 - Perseverancia en oración al Padre
El Señor insiste luego sobre la perseverancia, que las peticiones no debían ser las de un corazón indiferente al resultado. Les asegura que sus oraciones no serían en vano; también, que su Padre celestial daría el Espíritu Santo a aquellos que lo pidieran. Los pone en Su propia relación en la tierra con Dios. Escuchando a Dios, demandando de Él como Padre - se trata del todo de la vida práctica cristiana.
13 - Capítulo 11:14-54
13.1 - Echando fuera demonios
Después, las dos grandes armas de Su testimonio son mostradas, a saber, la expulsión de demonios, y la autoridad de Su Palabra. Él había manifestado el poder que echaba fuera demonios; ellos lo atribuyeron al príncipe de los demonios. Sin embargo, Él había atado al hombre fuerte; Él había saqueado sus bienes, y esto probó que verdaderamente el reino de Dios había llegado. En un caso tal como éste, habiendo venido Dios para liberar al hombre, todo tomaba su verdadero lugar; o bien todo era del diablo, o todo era del Señor. Además, si el espíritu inmundo había salido y Dios no estaba allí, el espíritu malo volvería con otros más malos que él; y el postrer estado sería peor que el primero.
13.2 - La autoridad de la Palabra proclamada; los motivos de los que la oían
Estas cosas estaban sucediendo en aquel momento. Pero los milagros no eran todo. Él había proclamado la Palabra. Una mujer, sensible al gozo de tener un hijo como Jesús, declara en voz alta el valor de una relación tal con Él según la carne; el Señor pone esta bendición, como lo hizo en el caso de María, sobre aquellos que oían y guardaban Su Palabra. Los Ninivitas habían oído a Jonás, la reina de Saba a Salomón, sin siquiera haberse obrado un milagro, y uno mayor que Jonás estaba ahora entre ellos. Había dos cosas allí - el testimonio claramente exhibido (vers. 33), y los motivos que gobernaban a aquellos que le oían. Si la luz verdadera resplandecía plenamente en el corazón, no quedaba ninguna tiniebla en él. Si la verdad perfecta era presentada conforme a la sabiduría propia de Dios, era el corazón el que la rechazaba. El ojo era maligno. Los conceptos y motivos de un corazón alejado de Dios solamente lo oscurecían: un corazón que no tuviera más que un objeto, Dios y Su gloria, estaría lleno de luz. Además, la luz no sólo se manifiesta, sino que ilumina todo a su alrededor. Si la luz de Dios estuviera en el alma, estaría llena de ella y no teniendo parte alguna de tinieblas.
13.3 - En casa del Fariseo; juicio que sigue al rechazo
Versículos 37-52. Invitado a la casa del Fariseo, Él juzga la condición de la nación, y la hipocresía de su pretendida justicia, poniendo Su dedo sobre la blanqueada ostentación y la codicia interior y el egoísmo, al hacer que la ley de Dios fuese una carga para otros, mientras ellos descuidaban su cumplimiento, anunciando la misión de los apóstoles y profetas del Nuevo Testamento, el rechazo de quienes llenarían la medida de la iniquidad de Israel, y trae ante una prueba final a aquellos que hipócritamente construyeron las tumbas de los profetas cuyos padres habían dado muerte. Y entonces toda la sangre, con respecto a la cual Dios había ejercido su paciencia, enviando testimonios para iluminar al pueblo, y que había sido derramada a causa de esos testimonios, sería demandada finalmente de manos de los rebeldes. Las palabras del Señor no hicieron más que despertar la malicia de los Fariseos, quienes procuraban sorprenderle en Sus dichos. En una palabra, tenemos, por una parte, la palabra del testimonio establecida en pleno relieve, en lugar del Mesías cumpliendo las promesas; y, por otra, el juicio de una nación que había rechazado ambas cosas, y que rechazaría también incluso aquello que les sería enviado después para hacerles regresar.
14 - Capítulo 12
14.1 - Los discípulos estimulados en el lugar de testimonio en el mundo
El capítulo 12 sitúa a los discípulos en este lugar de testimonio por el poder del Espíritu Santo, y con el mundo en oposición a ellos, después de la partida del Señor. Se trata de la Palabra y del Espíritu Santo, en vez del Mesías en la tierra. No debían temer la oposición, ni confiar en ellos mismos, sino que debían temer a Dios y confiar en Su ayuda; y el Espíritu Santo les enseñaría qué decir. Todas las cosas serían reveladas. Dios alcanza al alma: el hombre sólo puede tocar el cuerpo. Aquí, aquello que va más allá de las promesas presentes, la relación del alma con Dios, es puesta en consideración. Se trata de salir del Judaísmo para estar ante Dios. El llamamiento de ellos era a manifestar a Dios en el mundo a toda costa - manifestar a Él a la fe antes de que todas las cosas fuesen manifestadas. Esto podría resultar en una gran cantidad de sufrimientos y problemas delante de los hombres: Jesús los confesaría delante de los ángeles. Se trata de traer a los discípulos a la luz como Dios está en ella, y al temor de Dios mediante la Palabra, y a la fe, cuando el poder del mal estuviese presente; todo ese mal, por muy secreto que fuese, sería traído a la luz.
No sólo esto. La blasfemia contra el testimonio dado sería, en el caso de ellos, peor que blasfemar a Cristo. Esto podría ser perdonado (en realidad ha sido, y les será perdonado a los Judíos al final como nación); pero todo aquel que hablase blasfemando contra el testimonio de los discípulos, blasfemaba contra el Espíritu Santo. Esto no sería perdonado. Pero el Señor trata con el corazón de ellos así como con su conciencia. Él les anima mediante tres cosas: la primera, la protección de Aquel que contaba los cabellos de su cabeza, cualesquiera que pudiesen ser las pruebas de su fe; en segundo lugar, el hecho de que, en el cielo y ante los ángeles, su fidelidad a Cristo en esta dolorosa misión sería reconocida por Él; y en tercer lugar, la importancia de su misión, siendo el rechazo de ella mucho más condenatorio que el rechazo de Cristo mismo. Dios había dado un paso, y un paso final, en Su gracia y en Su testimonio. El hecho de traer a la luz todas las cosas, el cuidado divino, el hecho de ser ellos confesados por Cristo en el cielo, el poder del Espíritu Santo con ellos - éstos son los motivos y los estímulos dados aquí a los discípulos para su misión después de la partida del Señor.
14.2 - La importancia del alma y la vida futura
Lo que sigue a continuación expone aún más intensamente la posición en la que los discípulos fueron situados, conforme a los consejos de Dios, por el rechazo de Cristo (vers. 13). El Señor se niega formalmente a ejecutar justicia en Israel. Éste no era Su lugar. Él trata con almas, y dirige su atención a otra vida que dura más que la vida presente; y, en lugar de dividir la herencia entre los hermanos, Él advierte a la multitud que se guarde de la codicia, enseñándoles mediante la parábola del hombre rico, el cual fue repentinamente llamado desde allí en medio de sus proyectos. ¿Qué pasó con su alma?
14.3 - Los grandes principios prácticos que guían el andar de los discípulos
Pero, habiendo establecido esta base general, Él se vuelve a Sus discípulos y les enseña los grandes principios prácticos que tenían que dirigir su andar. No debían pensar en el mañana, sino confiar en Dios. Además, no tenían poder sobre el mañana. Que ellos busquen el reino de Dios, y todo lo que necesitasen les sería añadido. Ésta era su posición en el mundo que le rechazó a Él. Pero, además, el corazón del Padre se interesaba en ellos: no tenían nada que temer. Extranjeros y peregrinos aquí, el tesoro de ellos tenía que estar en el cielo; y, de este modo, su corazón estaría también allí [33].
[33] Observen aquí que el corazón persigue su tesoro. No es, como dicen los hombres, que donde está tu corazón está tu tesoro - mi corazón no está en él; sino, "donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón."
Además de esto, ellos tenían que esperar al Señor. Tres cosas debían influenciar sus almas: el Padre les daría el reino, el tesoro del corazón de ellos en el cielo, y la expectación del regreso del Señor. Hasta que el Señor viniera, se les pedía que velaran - que tuvieran sus lámparas encendidas; toda su posición debería manifestar el efecto de la continua espera del Señor - debería expresar esta expectación. Ellos debían ser como hombres que le esperaban a Él, con sus lomos ceñidos; y en ese caso, cuando todo esté conforme al propio corazón del Señor, cuando todo sea restablecido mediante Su poder, y ellos traídos a la casa de Su Padre, Él los sentaría, y, a Su turno, se ceñiría para servirles.
14.4 - Esperando a Cristo, la actitud del corazón
Es muy importante fijar la atención del lector sobre el punto, que lo que el Señor busca aquí no es el tener en mente, por muy claro que esto sea, la venida del Señor al fin del siglo, sino que el Cristiano debería estar esperándole, en una profesión plena de Cristo, y teniendo su corazón espiritualmente en orden. A éstos, el Señor hará que se sienten como convidados, pero estos para siempre, en la casa de Su Padre, donde Él los ha traído, y en amor Él mismo les servirá la bendición. Este amor hará que las bendiciones sean diez mil veces más preciosas, recibidas todas ellas de Su mano. Al amor le agrada servir, al egoísmo ser servido. Pero Él no vino para ser servido. A este amor Él nunca renunciará. Nada puede ser más exquisito que la gracia expresada en estos versículos 35 y 37. [34]
[34] Tenemos aquí la porción celestial de aquellos que esperan al Señor durante Su ausencia. Es el carácter del verdadero discípulo en su aspecto celestial, así como el servicio es en la tierra.
Observen también que el Señor fue un siervo aquí abajo. Según Juan 13, Él llega a ser un siervo cuando asciende al cielo, un Abogado, para lavar nuestros pies. En ese lugar, Él se hace a Sí mismo siervo para nuestra bendición en el cielo. En Éxodo 21, si el siervo que había cumplido su servicio no deseaba salir libre, él era llevado a los jueces, y reclinado sobre la puerta una lesna le horadaba la oreja como señal de perpetua servidumbre. Jesús había cumplido Su servicio perfectamente para Su Padre al final de Su vida en la tierra. En el Salmo 40, 'oídos fueron abiertos' (es decir, un cuerpo preparado, lo cual es la posición de obediencia: comparar con Filipenses 2). Esto es la encarnación. Ahora bien, Su servicio había concluido en Su vida en la tierra como hombre, pero Él nos amó demasiado - Él amó a Su Padre demasiado en el carácter de siervo - como para abandonar este carácter; y en Su muerte, Su oreja, según Éxodo 21, fue horadada, y Él se hizo siervo para siempre - un hombre para siempre - para lavarnos los pies ahora: en un futuro en el cielo, cuando nos tomará a Sí mismo según el pasaje que estamos considerando. ¡Qué glorioso retrato del amor de Cristo!
14.5 - La expectativa del regreso del Señor con fidelidad en el servicio
En la pregunta de Pedro, deseoso de saber a quiénes Jesús dirigía estas enseñanzas, el Señor le remite a la responsabilidad de aquellos a los que Él encomendó deberes durante Su ausencia. De este modo, tenemos las dos cosas que caracterizan a los discípulos tras el rechazo de Cristo - la expectación de Su regreso, y el servicio. La expectación, la vigilancia que vela con los lomos ceñidos para recibirle, halla su recompensa en el reposo, y en la fiesta (la felicidad ministrada por Él) en la que Jesús se ciñe para servirles; fidelidad en el servicio, al tener mando sobre todo lo que pertenece al Señor de gloria. Hemos visto, aparte de estas relaciones especiales entre el andar de los discípulos y su posición en el mundo venidero, la verdad general de la renunciación al mundo en el cual el Salvador había sido rechazado, y la posesión del reino mediante el don del Padre.
14.6 - Siervos infieles y su Maestro
En lo que Él dice después acerca del servicio de aquellos que llevan Su nombre durante Su ausencia, el Señor también señala a los que estarán en esta posición, pero que serán infieles; caracterizando así a aquellos que, mientras ejercían públicamente el ministerio en la Iglesia, tendrían su parte con los incrédulos. El secreto del mal que caracteriza su incredulidad se encontraría en esto, en que sus corazones desecharían el retorno de Jesús, en lugar de desearlo y apresurarlo mediante sus aspiraciones, y servirle con humildad en el deseo de ser hallados fieles. Ellos dirán, Él no viene inmediatamente, y, en consecuencia, harán su propia voluntad, se acomodarán al espíritu del mundo, y asumirán autoridad sobre sus consiervos. ¡Qué retrato de lo que ha ocurrido! Pero su Maestro (porque Él lo era, aunque ellos no le hayan servido de veras), vendría en el momento en que no le esperaban, y como un ladrón en la noche; y, aunque profesando ser Sus siervos, ellos deben tener su parte con los incrédulos. No obstante, habría una diferencia entre los dos; pues el siervo que conocía la voluntad de su propio Maestro, y no se preparó para Él, como fruto de sus esperanzas, y no llevó a cabo la voluntad de su Maestro, sería severamente castigado; mientras que aquel que no poseía el conocimiento de Su voluntad, sería castigado con menor severidad. He añadido la palabra 'propio' a la palabra 'Maestro' según el original, lo cual da a entender una relación reconocida con el Señor, y sus consiguientes obligaciones. El otro ignoraba la voluntad explícita del Señor, pero cometió el mal que de ningún modo debería haber cometido. Se trata de la historia de los siervos verdaderos y falsos de Cristo, de la Iglesia profesante, y del mundo en general. Pero no puede haber un testimonio más solemne en cuanto a lo que trajo la infidelidad dentro de la iglesia, y la condujo a su ruina y al juicio venidero, a saber, el abandono de la expectación presente de la venida del Señor.
Si van a ser pedidas cuentas a las personas que hayan actuado según sus ventajas, ¿quién de ellas será tan culpable como aquellas que se llaman a sí mismas ministros del Señor, si no le sirven como esperando Su retorno?
14.7 - El Señor rechazado viene a traer conflicto y fuego a la tierra
No obstante, el Señor rechazado de este modo, había venido a traer conflicto y fuego en la tierra. Su presencia encendía este fuego incluso antes de que se cumpliera Su rechazo, en el bautismo de muerte por el cual Él tenía que pasar. Sin embargo, no fue sino hasta después de esto que Su amor tendría plena libertad para mostrarse en poder. Así, Su corazón, el cual era amor conforme a la infinidad de la Deidad, fue constreñido hasta que la expiación le dio libre curso, y al cumplimiento de todos los propósitos de Dios, en los cuales Su poder había de ser manifestado conforme a ese amor, y para los que esta expiación era absolutamente necesaria como la base de la reconciliación de todas las cosas en el cielo y en la tierra. [35]
[35] Es de bendición ver aquí, sea cual fuere el mal en el hombre, como esto conduce, después de todo, al cumplimiento de los consejos de Su gracia. La incredulidad del hombre hizo retroceder el amor divino dentro del corazón de Cristo, sin debilitarse, por cierto, pero incapaz de fluir y expresarse; pero su efecto pleno en la cruz hizo que fluyera sin ser obstaculizado, en la gracia que reina por la justicia, hacia los más viles. Es un pasaje singularmente interesante y bendito.
14.8 - La maldad del corazón humano hecha salir por la presencia del Salvador
Versículos 51-53. Él muestra detalladamente las divisiones que resultarían de Su misión. El mundo no soportaría más la fe en el Salvador de lo que soportó al Salvador mismo, quien era su objeto y a quien la fe confesaba. Es bueno notar de qué manera la presencia del Salvador hace salir el mal del corazón humano. El estado descrito aquí lo encontramos en Miqueas, la descripción del más terrible estado concebible del mal (Miqueas 7:1-7).
14.9 - Advertencia de las señales existentes de los tiempos
Él, entonces, se dirige al pueblo, para prevenirlos sobre las señales que existían en los tiempos en que vivían. Él pone este testimonio sobre un terreno doble: las señales evidentes que Dios daba; y las pruebas morales que, incluso sin las señales, la conciencia debía reconocer, y que los obliga así a recibir este testimonio.
Pero siempre ciegos, se hallaban de camino hacia el juez. Una vez entregados, no iban a salir hasta que el castigo de Dios fuese ejecutado plenamente sobre ellos [36] (comparar con Isaías 40:2).
[36] Resumamos aquí, en una nota, el contenido de estos dos capítulos para que podamos entender mejor la enseñanza contenida en ellos. En el primero (12) el Señor habla, para apartar de este mundo los pensamientos de todos - a los discípulos, dirigiéndolos hacia Aquel que tenía poder sobre el alma así como sobre el cuerpo, y les anima con el conocimiento del fiel cuidado de su Padre, y de Sus propósitos de darles el reino; mientras tanto, debían ser extranjeros y peregrinos, sin mostrarse ansiosos ante lo que sucedía alrededor - a la multitud, les habla mostrándoles que el hombre más próspero no podía asegurarse ni un día de vida. Pero Él añade algo positivo. Sus discípulos debían esperarle día a día, constantemente. No sólo el cielo sería su porción, sino que allí poseerían todas las cosas. Ellos se sentarán a la mesa, y Él mismo les servirá. Ésta es la porción celestial de la Iglesia al regreso del Señor. Ella ha de mantenerse en servicio hasta que Él venga - un servicio que precisa una vigilancia incesante; entonces será Su turno para servirles. Seguidamente tenemos la herencia de ellos, y el juicio de la Iglesia profesante y del mundo. Su enseñanza produjo división, en lugar de establecer el reino en poder. Pero Él debía morir. Esto nos conduce a otro asunto - el juicio presente de los Judíos. Ellos estaban en el camino, con Dios, hacia el juicio (cap. 13). El gobierno de Dios no se manifestaría poniendo en evidencia a los impíos en Israel mediante juicios parciales. Todos perecerían, a menos que se arrepintieran. El Señor estaba cultivando la higuera para el año final; si el pueblo de Dios no producía fruto, ella echaba a perder Su jardín. Hacer de la ley un pretexto en oposición a la presencia de un Dios con ellos (que incluso era Aquel que les había dado la ley), era hipocresía. El reino no iba a ser establecido mediante la manifestación del poder del Rey en la tierra. Este reino crecería a partir de una minúscula semilla hasta llegar a ser un inmenso sistema de poder en la tierra, y una doctrina que, como sistema, penetraría toda la masa.
Sobre la pregunta que se hizo acerca de si el remanente era numeroso, Él insiste en que hay que entrar por la puerta angosta de la conversión, y de la fe en Él mismo, pues muchos buscarían entrar en el reino y no podrían: una vez que el Padre de familia se hubiera levantado y cerrado la puerta (es decir, Cristo siendo rechazado por Israel), en vano dirían que Él había estado en sus ciudades. Los hacedores de maldad no entrarían en el reino. El Señor está hablando aquí enteramente acerca de los Judíos. Ellos verán a los patriarcas, a los profetas - incluso a Gentiles de todas partes - en el reino, y ellos estarían fuera. No obstante, el cumplimiento del rechazo de Cristo no dependió de la voluntad del hombre, del falso rey que buscaba, por la información de los Fariseos, librarse de Él. Los propósitos de Dios y ¡ay! la maldad del hombre, se cumplieron juntamente. Jerusalén tenía que llenar la medida de su iniquidad. No podía ser que un profeta muriese si no era en Jerusalén. Pero más tarde, el someter a prueba al hombre en su responsabilidad concluye en el rechazo de Jesús. Él habla, en un lenguaje conmovedor y magnífico, como Jehová mismo. ¡Cuántas veces este Dios de bondad habría juntado a los hijos de Sión bajo Sus alas, y no quisieron! Hasta donde dependió de la voluntad del hombre, fue una completa separación y desolación. Y de hecho así fue. Todo había terminado ahora para Israel con Jehová, pero no para Jehová con Israel. Era la parte del profeta contar con la fidelidad de su Dios y - seguro de que esta no podía fallar, y que, si los juicios venían, sólo sería por un tiempo - podía decir: "¿Hasta cuándo?" (Isaías 6:11; Salmo 79:5). La angustia es completa cuando no hay fe, no hay nadie que diga: "¿Hasta cuándo?" (Salmo 74:9). Pero aquí, el mismo gran Profeta es rechazado. No obstante, afirmando Sus derechos de gracia, como Jehová, Él les declara, sin ser preguntado, el fin de su desolación: "no me veréis, hasta que llegue el tiempo en que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor." Esta repentina manifestación de los derechos de Su divinidad, y de Su divinidad misma, en gracia, cuando en cuanto a su responsabilidad todo estaba perdido, a pesar de Su cultivo lleno de gracia, es de una belleza insuperable. Es Dios mismo el que aparece al fin de todos Sus tratos. Vemos a partir de esta recapitulación que el capítulo 12 nos entrega la porción celestial de la iglesia, el cielo, y la vida venidera: el capítulo 13 añade a ello (con los versículos 54-59 del capítulo 12), el gobierno de Israel y el de la tierra, con la forma exterior de aquello que los sustituiría aquí abajo.
15 - Capítulo 13
15.1 - La higuera en la viña de Dios; la falta de fruto seguida por el juicio justo
Ahora, en este momento, ellos le recordaron al Señor un juicio terrible que había caído sobre alguno de entre ellos. Él les declara que ni este caso, ni otro que Él recuerda a sus mentes, es excepcional: que a menos que se arrepintieran, lo mismo les sucedería a todos ellos. Y Él añade una parábola a fin de hacerles comprender su posición. Israel era la higuera en la viña de Dios. Por tres años Él había estado amenazando con cortarla; ella no hacía más que estropear Su viña - no hacía más que estorbar y cubrir inútilmente el terreno. Pero Jesús estaba intentando, por última vez, todo lo que se podía hacer para que diese fruto; si esto no tenía éxito, la gracia no podía más que dejar paso al justo juicio del Dueño de la viña. ¿Por qué cultivar lo que sólo perjudicaba?
15.2 - Gracia y poder mostrados al individuo
Sin embargo, Él actúa en gracia y en poder para con la hija de Abraham, conforme a las promesas hechas a aquel pueblo, y demuestra que su resistencia, con la que pretendían enfrentar la ley y la gracia, era solamente hipocresía.
15.3 - Profesión y doctrina exteriores en el reino de Dios
Sin embargo, el reino de Dios iba a asumir una forma inesperada a consecuencia de Su rechazo. Sembrado mediante la Palabra, y al no ser introducido el poder, crecería en la tierra hasta que llegaría a ser un poder mundano; y, como una profesión y una doctrina exteriores, penetraría toda la esfera preparada para ella en los consejos soberanos de Dios. Ahora bien, no se trataba del reino establecido en poder actuando en justicia, sino de algo dejado a la responsabilidad del hombre, aunque los consejos de Dios se estuvieran cumpliendo.
15.4 - La puerta angosta del reino
Finalmente, el Señor trata, de manera directa, la cuestión de la posición del remanente y de la suerte de Jerusalén (versículos 22-35).
Mientras pasaba por las ciudades y aldeas, cumpliendo la obra de gracia, a pesar del desprecio del pueblo, alguien le preguntó si el remanente, aquellos que escaparían del juicio de Israel, iban a ser muchos. Él no contesta en cuanto a la cantidad; pero se dirige a la conciencia de aquel que pregunta instándole a que usara toda su energía para que pudiera entrar por la puerta angosta. No sólo la multitud no entraría, sino que muchos, despreciando esa puerta, desearían entrar en el reino y no podrían hacerlo. Y además, una vez que el padre de familia se hubiera levantado y cerrado la puerta, sería demasiado tarde. Él les diría: "No sé de dónde sois." Ellos alegarían que Él había estado en su ciudad. Él declararía que no los conocía, que eran hacedores de maldad: no había paz para los impíos (Isaías 57:21). La puerta del reino era moral, real ante Dios - la conversión. La multitud de Israel no entraría por esta puerta; y fuera, llorando y angustiados, verían a los Gentiles sentándose con los depositarios de las promesas, mientras ellos, los hijos del reino según la carne, eran excluidos, y tanto más miserables por haber estado cerca. Y aquellos que parecían ser los primeros serían postreros, y los postreros serían primeros.
15.5 - La última visitación; la suerte de Jerusalén predicha
Los Fariseos, fingiendo consideración para con el Señor, le aconsejan que se vaya. Acto seguido, Él se refiere finalmente a la voluntad de Dios en cuanto al cumplimiento de Su obra. No se trataba del poder del hombre sobre Él. Él cumpliría Su obra, y se marcharía; porque Jerusalén no conoció el tiempo de su visitación. Él mismo, el verdadero Señor, Jehová, ¡cuántas veces quiso juntar a los hijos de esta ciudad rebelde bajo Sus alas, y ellos no quisieron! Ahora este último intento en gracia se cumplió, y su casa dejada desierta, hasta que se arrepintiesen, y, volviéndose al Señor, dijesen según el Salmo 118: "Bendito el que viene en el nombre de Jehová." Entonces Él aparecerá, y ellos le verán.
Nada puede ser más evidente que la relación y la fuerza de estas conversaciones. Para Israel fue el último mensaje, la última visitación de Dios. Ellos la rechazaron. Fueron abandonados por Dios (aunque amados aún) hasta que invoquen a Aquel que habían rechazado. Entonces, ese mismo Jesús aparecería otra vez, e Israel le vería. Éste sería el día que el Señor había hecho.
Su rechazo - admitiendo el establecimiento del reino como un árbol y como levadura, durante su ausencia - produjo su fruto entre los Judíos hasta el fin; y el avivamiento que se producirá entre esa nación en los últimos días, y el retorno de Jesús ante el arrepentimiento de ellos, se referirán a aquel gran hecho de pecado y rebelión. Pero esto hace surgir más enseñanzas importantes con respecto al reino.
16 - Capítulo 14
16.1 - Los derechos de la gracia; la hipocresía juzgada; el lugar del Cristiano en este mundo
Algunos detalles morales son explicados en este capítulo [37].
[37] Los capítulos 15-16 presentan la energía soberana de la gracia, sus frutos, y sus consecuencias, en contraste con toda la aparente bendición terrenal, y el gobierno de Dios en la tierra en Israel, y el antiguo pacto. El capítulo 14, antes de entrar en esta completa revelación, nos muestra el lugar que debemos ocupar en un mundo como éste, en vista de la justicia distributiva de Dios, y del juicio que Él ejecutará cuando regrese. La exaltación propia en este mundo conduce a la humillación. Humillarse a uno mismo - ocupando el lugar más bajo conforme a lo que somos, por una parte, y por otra, actuar en amor - conduce a la exaltación de parte de Aquel que juzga moralmente. Después de esto, tenemos presentada ante nosotros, la responsabilidad que fluye de la presentación de la gracia; y lo que cuesta esto en mundo como este. En una palabra, existiendo allí el pecado, la exaltación de uno mismo, la exaltación propia, ministra a favor de éste; es egoísmo, y amor al mundo en el que se desenvuelve. Uno se hunde moralmente. Es estar moralmente lejos de Dios. Cuando el amor actúa, lo hace representando a Dios a los hombres de este mundo. Sin embargo, es a costa de todas las cosas que nos convertimos en Sus discípulos.
El Señor, siendo invitado a comer con un Fariseo, vindica los derechos de la gracia sobre aquello que era el sello del antiguo pacto, juzgando la hipocresía que de todas formas quebrantaba el día de reposo cuando el propio interés de ellos estaba en consideración. Él muestra, entonces, el espíritu de humildad y mansedumbre que convenía al hombre en presencia de Dios, y la unión de este espíritu con el amor, cuando existía la posesión de ventajas mundanas. Mediante esa forma de andar, que en realidad era la Suya propia, en oposición al espíritu del mundo, el lugar de uno allí se perdería; las reciprocidades de la sociedad no existirían: pero otra hora comenzaba a amanecer a través de Su rechazo, y que, de hecho, fue su necesaria consecuencia - la resurrección de los justos. Echados por el mundo fuera de su seno, ellos tendrían su lugar aparte en aquello que el poder de Dios efectuaría. Habría una resurrección de los justos. Entonces ellos tendrían la recompensa por todo lo que hubiesen hecho por amor al Señor y a causa de Su nombre. Vemos la fuerza con la que esta alusión se aplica a la posición del Señor en aquel momento, preparado para ser muerto en este mundo.
16.2 - La gran cena de gracia; las responsabilidades de aquellos que entran en la casa de Dios
Y el reino, ¿qué sería, entonces, de él? Con referencia a él en ese momento, el Señor da su imagen en la parábola de la gran cena de la gracia (versículos 16-24). Despreciado por la mayor parte de los Judíos, cuando Dios los invitó a entrar, Él buscó a los pobres del rebaño. Pero había lugar en Su casa, y manda a buscar a los Gentiles, y manda introducirlos en ella por Su llamamiento, el cual salió en poder eficaz cuando ellos no le buscaban a Él. Se trataba de la actividad de Su gracia. Los Judíos, como tales, no tendrían parte en ella. Pero aquellos que entraban tenían que calcular el costo (vers. 25-33). Todo lo hay en este mundo debe ser abandonado; todo vínculo con este mundo debe ser roto. Cuanto más querida fuese cualquier cosa al corazón, tanto más peligrosa era, tanto más debía ser aborrecida. No significa que los afectos sean algo malo; pero, al ser rechazado Cristo por este mundo, todo lo que nos ata a la tierra ha de ser sacrificado por Él. Cueste lo que cueste, hay que seguirle a Él; y uno tiene que aprender a aborrecer su propia vida, e incluso a perderla, antes que desmayar siguiendo al Señor. Todo se perdía en esta vida natural. La salvación, el Salvador, la vida eterna, estaban en juego. Por consiguiente, tomar uno mismo la cruz, y seguirle a Él, era la única manera de ser Su discípulo. Sin esta fe, sería mejor no empezar a edificar; y, estando conscientes de que el enemigo es exteriormente más fuerte que nosotros, deberá comprobarse si, pase lo que pase, nos atrevemos, con un firme propósito, salirle al encuentro mediante la fe en Cristo. Se debe romper con todo lo relacionado con la carne como tal.
16.3 - Llamados a testificar del carácter de Dios como rechazado en Cristo
Además, (vers. 34-35), ellos fueron llamados a dar un testimonio peculiar, a testificar del carácter de Dios, cuando Él era rechazado en Cristo, de lo cual la cruz fue la verdadera medida. Si los discípulos no eran también rechazados, carecían de toda dignidad. Ellos eran discípulos en este mundo para ningún otro propósito. ¿Ha mantenido la iglesia este carácter? ¡Solemne pregunta para todos nosotros!
17 - Capítulo 15
17.1 - La energía soberana de la gracia; la gracia de Dios contrastada con la justicia propia del hombre
Habiendo puesto de manifiesto de este modo la diferencia de carácter entre las dos dispensaciones, y las circunstancias de la transición de la una a la otra, el Señor se vuelve a principios más elevados - a las fuentes de lo que fue introducido por gracia.
Es, de hecho, un contraste entre las dos, así como un contraste entre los capítulos por los que hemos estado discurriendo. Pero este contraste se eleva hasta su gloriosa fuente en la propia gracia de Dios, contrastada con la miserable justicia propia del hombre.
Los publicanos y pecadores se acercan para oír a Jesús. La gracia tenía su verdadera dignidad para aquellos que la necesitaban. La justicia propia rechazaba todo lo que no fuese tan despreciable como lo era ella, y, al mismo tiempo, rechazaba a Dios en Su naturaleza de amor. Los Fariseos y los escribas murmuraban contra Aquel que fue en Sí mismo un testimonio de esta gracia al cumplirla.
No puedo meditar sobre este capítulo, que ha sido el gozo de tantas almas, y tema de tantos testimonios a la gracia, desde el momento en que el Señor lo pronunció, sin explayarme sobre la gracia, perfecta en su aplicación al corazón. Sin embargo, debo limitarme aquí a los grandes principios, dejando su aplicación a aquellos que predican la Palabra. Esta es una dificultad que se presenta constantemente en esta porción de la Palabra.
17.2 - El gozo de Dios al mostrar gracia
En primer lugar, el gran principio que exhibe el Señor, y sobre el cual Él fundamenta la justificación de los tratos de Dios (¡triste es el estado del corazón que lo requiere! ¡Maravillosas la gracia y la paciencia que lo da!), el gran principio, repito, es que Dios halla Su propio gozo mostrando gracia. ¡Qué respuesta al horrendo espíritu de los Fariseos que la objetaban!
Es el Pastor quien se regocija cuando la oveja es hallada, es la mujer la que se regocija cuando la moneda está en su mano, es el Padre que se regocija cuando Su hijo está en Sus brazos. ¡Qué expresión de aquello que Dios es! ¡Cuán verdaderamente es Jesús Aquel que la da a conocer! Es en esto solo sobre lo que puede estar fundamentada toda la bendición del hombre. Es en esto que Dios es glorificado en Su gracia.
17.3 - El amor que busca; la oveja perdida y la moneda perdida: la obra de Cristo y la del Espíritu Santo
Pero hay dos partes distintas en esta gracia - el amor que busca, y el amor con el cual uno es recibido. Las dos primeras parábolas describen el primer carácter de esta gracia. El pastor busca su oveja, la mujer su moneda: la oveja y la moneda son pasivas. El pastor busca (y la mujer también) hasta que encuentra, porque él tiene interés en el asunto. La oveja, agotada en su vagar, no tiene que dar ni un paso para volver. El pastor la pone sobre sus hombros y la lleva a casa. Él se encarga de todo, feliz por recuperar su oveja. Ésta es la mentalidad del cielo, cualquiera que sea el corazón del hombre en la tierra. Es la obra de Cristo, el Buen Pastor. La mujer pone ante nosotros los dolores que Dios acepta en Su amor; de modo que se trata más de la obra del Espíritu, que es representada mediante la de la mujer. La lámpara es traída - ella barre la casa hasta encontrar la moneda que había perdido. Así actúa Dios en el mundo, buscando pecadores. El aborrecible y odioso celo de la justicia propia no encuentra ningún lugar en los pensamientos del cielo, donde Dios habita, y produce, en la felicidad que le rodea, el reflejo de Sus propias perfecciones.
17.4 - El amor que recibe; el hijo pródigo y el padre
Pero aunque ni la oveja ni la moneda hacen nada por ser recuperadas, existe una obra real en el corazón de uno que es traído de regreso; pero esta obra, necesaria como ella es, para el hallazgo o incluso para la búsqueda de paz, no es aquella en la que la paz se fundamenta. Por lo tanto, el retorno y el recibimiento del pecador son descritos en la tercera parábola. La obra de gracia, llevada a cabo solamente por el poder de Dios, y completa en sus efectos, nos es presentada en las dos primeras. Aquí el pecador regresa, con sentimientos que examinaremos ahora - sentimientos producidos por la gracia, pero que nunca se elevan a la altura de la gracia manifestada en su recibimiento hasta que él no ha regresado.
17.5 - El corazón del padre: la única medida de los modos de Dios
En primer lugar, se describe su alejamiento voluntario de Dios. Aun cuando es culpable en el momento en que cruza el umbral paterno, volviendo su espalda a su padre, como cuando comía algarrobas con los cerdos, el hombre, engañado por el pecado, es presentado aquí en el último estado de degradación al que le había llevado el pecado. Habiendo malgastado todo lo que cayó en sus manos según la naturaleza, la indigencia en que se encuentra (y muchas almas sienten la gran hambre en la que se han introducido, la vaciedad de todo alrededor sin un deseo de Dios ni de santidad, y a menudo introducidas en lo que es degradante en el pecado) no le inclina hacia Dios, sino que le conduce a buscar un recurso en aquello que el país de Satanás (donde nada es gratis) puede suplir; y él se encuentra entre los cerdos. Pero la gracia opera; y se despierta en su corazón el pensamiento acerca de la felicidad de la casa de su padre, y de la bondad que bendecía todo lo que la rodeaba. Donde obra el Espíritu de Dios, siempre se encuentran dos cosas, la convicción en la conciencia y la atracción del corazón. Es realmente la revelación de Dios al alma, y Dios es luz y Él es amor; como luz, se produce convicción en el alma, pero como amor existe la atracción de la bondad, y se produce una confesión verdadera. No se trata meramente de que hemos pecado, sino que tenemos que ver con Dios, y lo deseamos, pero tememos por causa de lo que Él es, con todo, somos conducidos a ir. Así ocurre con la mujer del capítulo 7. Así con Pedro en la barca. Esto produce la convicción de que estamos pereciendo, y una conciencia, que puede ser débil, sin embargo verdadera, de la bondad de Dios y de la felicidad a ser encontrada en Su presencia, aunque no podemos sentirnos seguros de ser recibidos; y nosotros no permanecemos en el lugar donde estamos pereciendo. Hay la conciencia del pecado, hay humillación; la conciencia de que hay bondad en Dios; pero no la conciencia de lo que la gracia de Dios es verdaderamente. La gracia atrae - uno va hacia Dios, pero uno quedaría satisfecho en ser recibido como un siervo - una prueba de que, aunque el corazón es trabajado por la gracia, éste no ha encontrado aún a Dios. Además, el progreso, aunque sea real, nunca da paz. Hay un cierto reposo de corazón al ir; pero uno no sabe qué recibimiento esperar, después de haber sido culpable de dejar a Dios. Cuanto más se acercaba el hijo pródigo a la casa, tanto más palpitaría su corazón al pensar en encontrarse con su padre. Pero el padre se adelanta a su llegada, no según el abandono de su hijo, sino conforme a su propio corazón como un padre - la única medida de los modos de Dios para con nosotros. Él estaba echado sobre el cuello de su hijo mientras este último llevaba aún sus andrajos, y antes de que éste hubiese tenido tiempo de decir, "hazme como a uno de tus jornaleros." Ya no era tiempo de decirlo. Esto pertenecía a un corazón que se anticipaba a la manera en que iba a ser recibido, no a uno que había encontrado a Dios. Un corazón tal sabe cómo ha sido recibido. El hijo pródigo se las arregla para decirlo (así como la gente habla de un humilde anhelo, y de un humilde lugar); pero aunque la confesión se completa cuando él llega, no dice entonces 'hazme un jornalero.' ¿Cómo podía él hacerlo? El corazón del padre había decidido su posición mediante sus propios sentimientos, mediante su amor hacia él. La posición del padre decidió la del hijo. Esto fue entre él y su hijo; pero esto no fue todo. Él amaba a su hijo, aún como era, pero no lo introdujo en la casa en aquella condición. El mismo amor que le recibió como un hijo le haría entrar en la casa como un hijo, y del modo que debía entrar un hijo de un padre tal. Los sirvientes reciben órdenes de traerle el mejor vestido y de vestirle. Amados de este modo, recibidos por amor, en nuestra miseria, nosotros somos vestidos de Cristo para entrar en la casa. Nosotros no traemos el vestido: Dios nos lo proporciona. Se trata de algo enteramente nuevo, y somos hechos justicia de Dios en Él. Este es el mejor vestido del cielo. Todos los demás participan en el gozo, excepto el hombre justo ante sus propios ojos, el verdadero Judío. El gozo es el gozo del padre, pero toda la casa lo comparte. El hijo mayor no está en la casa. Él se acerca, pero no va a entrar. Él no tendrá nada que ver con la gracia que hace del hijo pródigo el sujeto del gozo del amor. Sin embargo, la gracia actúa; el padre sale y le ruega que entre. Es así como Dios actuó, en el Evangelio, para con el Judío. Sin embargo, la justicia del hombre, la cual no es otra cosa que egoísmo y pecado, rechaza la gracia. Pero Dios no abandonará Su gracia. Es apropiada a Él. Dios será Dios; y Dios es amor.
Es esto lo que ocupa el lugar de las pretensiones de los Judíos, quienes rechazaron al Señor, y el cumplimiento de las promesas en Él.
Aquello que da paz, y que caracteriza nuestra posición, no son los sentimientos obrados en nuestros corazones, aunque ciertamente ellos existen, sino aquellos de Dios.
18 - Capítulo 16
18.1 - El efecto de la gracia en la conducta Cristiana; el mayordomo infiel
En el capítulo 16, se presenta el efecto de la gracia sobre la conducta, y el contraste que existe (al ser cambiada la dispensación) entre la conducta que el Cristianismo requiere con respecto a las cosas del mundo, y la posición de los Judíos en este aspecto. Ahora bien, esta posición era solamente la expresión de aquello que la ley ponía en evidencia en el hombre. De este modo, la doctrina personificada por la parábola es confirmada por la historia parabólica en la historia del hombre rico y Lázaro, alzando el velo que oculta el otro mundo en el que se manifiesta el resultado de la conducta del hombre.
El hombre es el mayordomo de Dios (es decir, Dios ha encomendado Sus bienes al hombre). Israel está, sobre todo, en esta posición.
Pero el hombre ha sido infiel; en verdad, Israel también lo ha sido. Dios le ha retirado su mayordomía; pero el hombre está aún en posesión de los bienes para administrarlos, por lo menos, de hecho (como Israel lo estaba en aquel momento). Estos bienes son las cosas de la tierra - aquello que el hombre puede poseer según la carne. Habiendo perdido su mayordomía a causa de su infidelidad, y estando aún en posesión de los bienes, él los utiliza para hacer amigos de entre los deudores de su amo haciéndoles bien. Esto es lo que los Cristianos deberían hacer con las posesiones terrenales, emplearlas para los demás, poniendo sus ojos en el futuro. El mayordomo podría haberse apropiado del dinero que se le debía a su amo; él prefirió hacer amigos mediante éste dinero (es decir, sacrifica el presente por las ventajas del futuro). Podemos convertir las riquezas miserables de este mundo en medios para el cumplimiento del amor. El espíritu de la gracia que llena nuestros corazones (siendo nosotros mismos los objetos de gracia), se ejercita con respecto a las cosas temporales, las cuales utilizamos para otros. Para nosotros es en vista a las moradas eternas. "Para que ..., os reciban" (Lucas 16:9) equivale a decir 'para que seas recibido' - una forma común de expresión en Lucas, para designar el hecho sin hablar de los individuos que lo realizan, aunque usando la palabra "os".
18.2 - Riquezas terrenales y celestiales
Observen que las riquezas terrenales no son cosas nuestras; las riquezas celestiales, en el caso de un verdadero Cristiano, son las suyas propias. Estas riquezas son injustas, en el sentido de que pertenecen al hombre caído, y no al hombre celestial, ni tenían ningún lugar cuando Adán era inocente.
18.3 - El contraste entre la dispensación Judía y la Cristiana
Ahora bien, cuando el velo es alzado dejando ver el otro mundo, la verdad es sacada a la luz plenamente. Y el contraste entre la dispensación Judía y la Cristiana, es develada claramente; pues el Cristianismo revela aquel mundo, y, en cuanto a su principio, pertenece al cielo.
El Judaísmo, conforme al gobierno de Dios en la tierra, prometía a los justos una bendición temporal; pero todo estaba en desorden: incluso el Mesías, la cabeza del sistema, fue rechazado. En una palabra, Israel, contemplado como puesto bajo responsabilidad, y para gozar de la bendición terrenal sobre la base de la obediencia, ha fracasado completamente. El hombre, en este mundo, ya no podía, sobre esa base, de ninguna manera, ser el medio de dar testimonio a los modos de Dios en gobierno. Habrá un tiempo de juicio terrenal, pero todavía no había llegado. Mientras tanto, la posesión de las riquezas era cualquier cosa, en lugar de ser una demostración del favor de Dios. El egoísmo personal y ¡cuán lamentable! la indiferencia hacia un hermano necesitado a su puerta, era, en cambio, la característica del hecho de poseerlas entre los Judíos. La revelación abre el otro mundo a nuestra vista. El hombre, en este mundo, está caído, es impío. Si ha recibido sus cosas buenas aquí, él tiene la porción del hombre pecador; será atormentado, mientras que el otro al cual había despreciado encontrará la felicidad en el otro mundo.
18.4 - La historia en forma de parábola del hombre rico y Lázaro: este mundo y el otro
No se trata aquí de aquello que da derecho a entrar al cielo, sino del carácter y el contraste entre los principios de este mundo y los del mundo invisible. El Judío escogió este mundo; él ha perdido este, y también el otro. El pobre de quien había pensado en forma tan despreciativa, se encuentra en el seno de Abraham. El tenor completo de esta parábola muestra su conexión con el asunto de las esperanzas de Israel, y la idea de que las riquezas eran una prueba del favor de Dios (una idea que, aunque es falsa en cada caso, es bastante comprensible si este mundo es la escena de bendición bajo el gobierno de Dios). El asunto de la parábola es mostrado también por lo que se encuentra al final de ella. El miserable hombre rico, desea que sus hermanos puedan ser advertidos por alguien que se hubiera levantado de entre los muertos. Abraham le declara la inutilidad de este procedimiento. Todo había terminado con Israel. Dios no ha presentado nuevamente a Su Hijo a la nación que le rechazó, despreciando a la ley y a los profetas. El testimonio de Su resurrección se enfrentó con la misma incredulidad que le había rechazado cuando vivía, así como con los profetas antes de Él. No hay consuelo en el otro mundo si el testimonio de la Palabra a la conciencia es rechazado en este mundo. La gran sima (abismo) no puede ser cruzada. Un Señor que regresase no convencería a aquellos que habían despreciado la Palabra. Todo está relacionado con el juicio de los Judíos, el cual daría fin a la dispensación; así como la parábola anterior muestra cual debería ser la conducta de los Cristianos con respecto a las cosas temporales. Todo fluye de la gracia la cual, en amor de parte de Dios, llevó a cabo la salvación del hombre, y desechó la dispensación legal y sus principios, introduciendo las cosas celestiales.
19 - Capítulo 17
19.1 - Instrucciones para el andar Cristiano; los diez leprosos
La gracia es la fuente del andar del Cristiano, y proporciona instrucciones para este andar. El Cristiano no puede menospreciar al débil y quedar impune. No debe cansarse de perdonar a su hermano. Si tuviera fe como un grano de mostaza, el poder de Dios está, por decirlo así, a su disposición. No obstante, cuando haya hecho todo esto, no habrá hecho más que cumplir con su deber (vers. 5-10). El Señor muestra luego (vers. 11-37) la liberación del Judaísmo, el cual Él aún reconocía; y, después de eso, el juicio de éste. Él estaba pasando a través de Samaria y Galilea: diez leprosos vienen hacia Él rogándole, desde lejos, que los sanase. Él los envía a los sacerdotes. Esto fue, de hecho, tanto como decir, Ustedes están limpios. Habría sido inútil haberles declarado inmundos; y ellos lo sabían. Ellos aceptan la Palabra del Señor, y se marchan con esta convicción, y son sanados inmediatamente en el camino. Nueve de ellos, satisfechos con cosechar el beneficio de Su poder, prosiguen su camino hacia los sacerdotes, y continúan siendo Judíos, sin salir del antiguo redil. Jesús, en realidad, todavía reconocía este redil; pero ellos solamente le reconocían a Él mientras podían beneficiarse de Su presencia y quedarse donde estaban. No vieron nada en Su Persona, ni en el poder de Dios en Él, que les atrajese. Ellos siguen siendo Judíos. Sin embargo, este pobre desconocido - el décimo - reconoce la buena mano de Dios. Él cae a los pies de Jesús, dándole gloria. El Señor le dice que se vaya en la libertad de la fe: "Levántate, vete; tu fe te ha salvado." Ya no necesita ir al sacerdote. Él había encontrado a Dios y la fuente de la bendición en Cristo, y se va liberado del yugo que pronto iba a ser roto judicialmente para todos.
19.2 - El reino de Dios entre ellos con el Rey en medio de ellos
Porque el reino de Dios estaba entre ellos. Para aquellos que lo podían discernir, el Rey estaba allí en medio de ellos. El reino no vino de forma tal como para atraer la atención del mundo. Estaba allí, para que los discípulos deseasen pronto ver uno de aquellos días que habían disfrutado durante el tiempo de la presencia del Señor en la tierra, pero no lo verían. Él anuncia, entonces, las pretensiones de los falsos Cristos, habiendo sido rechazado el verdadero, de modo que el pueblo sería presa de las asechanzas del enemigo. Los discípulos no tenían que seguirlos. En relación con Jerusalén, ellos estarían expuestos a estas tentaciones, pero tenían las instrucciones del Señor como guía para pasar a través de ellas.
19.3 - Los postreros días; el regreso del Hijo del Hombre a la tierra en juicio discernidor, diferenciador, en la tierra
Luego el Hijo del Hombre, en Su día, sería como el relámpago: pero, antes de eso, Él debe sufrir muchas cosas de parte de los Judíos incrédulos. El día sería como aquel de Lot y de Noé: los hombres estarían confiados, continuando con sus ocupaciones carnales, como el mundo sorprendido por el diluvio, y como Sodoma por el fuego del cielo. Será la revelación del Hijo del Hombre - Su revelación pública - súbita y vívida. Esto se refería a Jerusalén. Siendo advertidos así, la preocupación de ellos era escapar del juicio del Hijo del Hombre el cual, en el tiempo de Su venida, caería sobre la ciudad que le había rechazado; porque este Hijo del Hombre, a quien ellos habían desconocido, vendría de nuevo en Su gloria. No se debía mirar atrás; eso sería tener el corazón en el lugar de juicio. Mejor perderlo todo, aún la vida misma, que estar asociado con aquello que iba a ser juzgado. Si lograban escapar y salvar sus vidas mediante la infidelidad, el juicio era el juicio de Dios; Él sabría cómo alcanzarlos en su cama, y distinguir entre dos que estuvieran en una cama, y entre dos mujeres que molieran el grano de la familia en el mismo molino.
Este carácter del juicio muestra que no es la destrucción de Jerusalén por mano de Tito lo que se da a entender. Era el juicio de Dios que podía discernir, quitar, y salvar. Ni es el juicio de los muertos, sino un juicio en la tierra: ellos están en cama, están en el molino, están en las azoteas y en los campos. Advertidos por el Señor, debían abandonar todo, y ocuparse solamente de Aquel que venía a juzgar. Si preguntaban dónde sucedería todo esto - dondequiera que yaciera el cuerpo, allí sería el juicio que vendría como un águila, la cual ellos no podían ver, pero de la cual la presa no escaparía.
20 - Capítulo 18
20.1 - La perseverancia en oración es el recurso del fiel en el tiempo del juicio
Pero, en presencia de todo el poder de sus enemigos y opresores (porque existirían los tales, como hemos visto, de modo que ellos podrían incluso perder sus vidas), había un recurso para el remanente afligido. Ellos tenían que perseverar en oración, el recurso, además, en todo momento, del fiel - el recurso del hombre, si él lo comprendiera. Dios vengaría a Sus escogidos, aunque, en cuanto al ejercicio de su fe, Él, de hecho, la probaría. Pero cuando Él venga, ¿hallará el Hijo del Hombre esta fe que esperaba Su intervención? Esa era la solemne pregunta, cuya respuesta es dejada a la responsabilidad del hombre - una pregunta que implica que apenas se podía esperar hallar esta fe, pese a que tenía que existir. No obstante, si había algo de fe que fuera aceptable a Aquel que la buscaba, esta no sería defraudada o confundida.
20.2 - La doble presentación del reino en los postreros días; el día del juicio de los malos
Se observará que el reino (y éste es el tema) es presentado de dos maneras entre los Judíos en aquel momento - en la Persona de Jesús a la sazón presente (cap. 17:21), y en la ejecución del juicio, en el cual los escogidos serían preservados, y la venganza de Dios ejecutada en nombre de ellos. Por este motivo, ellos sólo tenían que pensar en agradarle, por muy cruel y confiado que el mundo pudiera ser. Se trata del día del juicio de los impíos, y no del día en que los justos serán arrebatados al cielo. Enoc y Abraham tipifican más este segundo día; Noé y Lot tipifican aquellos que serán preservados para vivir en la tierra; sólo que hay opresores de quienes el remanente será vengado. El versículo 31 (del capítulo 17) muestra que ellos deben pensar sólo en el juicio, y que, como hombres, no deben relacionarse con nada. Desligados de todo, su única esperanza estaría en Dios en esos momentos.
20.3 - Caracteres adecuados al reino de Dios; el espíritu de un niño muy pequeño
El Señor reanuda entonces, en el versículo 9 del capítulo 18, la descripción de esos caracteres que eran los adecuados al reino, para entrar ahora en este reino siguiéndole a Él. A partir del versículo 35 [38], se aproxima, históricamente, la gran transición.
Entonces, el versículo 8 del capítulo 18, pone fin a la advertencia profética con respecto a los postreros días. Después, el Señor reanuda la consideración de los caracteres que convienen al estado de cosas introducido por la gracia. La justicia propia está lejos de ser una recomendación para entrar en el reino. El pecador más miserable, confesando su pecado, es justificado delante de Dios, más bien que aquel que exhibe su justicia propia. El que se enaltece, será humillado, y el que se humilla será enaltecido. ¡Qué modelo y testimonio de esta verdad fue el mismo Señor Jesucristo!
El espíritu de un niño muy pequeño - simple, creyendo todo lo que le dicen, confiando, de poca importancia ante sus propios ojos, que tiene que ceder ante todo - este era el espíritu correcto para el reino de Dios. ¿Qué otra cosa admitiría Él?
[38] El caso del ciego en Jericó es, como ya observamos, el comienzo (en todos los Evangelios sinópticos) de los últimos sucesos de la vida de Cristo.
20.4 - El hombre principal rico, joven, y sus bendiciones temporales en contraste con el rechazo de Cristo
Nuevamente, los principios del reino, establecido por el rechazo de Cristo, estaban en pleno contraste con las bendiciones temporales unidas a la obediencia a la ley, excelente como era esa ley en su lugar. No había bondad alguna en el hombre: solamente Dios es bueno. El joven que había cumplido la ley en su andar exterior, es llamado a dejar todo para que pudiese seguir al Señor. Jesús conocía sus circunstancias y su corazón, y puso Su dedo en la codicia que lo gobernaba y que era alimentada por las riquezas que él poseía. Tenía que vender todo lo que poseía y seguir a Jesús; él debía tener un tesoro en el cielo. El joven se marchó triste. Las riquezas que, ante los ojos de los hombres, parecían ser una señal del favor de Dios, no fueron más que un obstáculo cuando el corazón y el cielo fueron considerados. El Señor anuncia, al mismo tiempo, que cualquiera que abandonase cualquier cosa apreciada a causa del reino de los cielos, recibiría mucho más en este mundo, y, en el venidero, la vida eterna. Podemos reparar que es solamente el principio el que es presentado aquí en referencia al reino.
20.5 - El camino a la cruz
Finalmente el Señor, en Su camino a Jerusalén, dice claramente a Sus discípulos, en privado, que Él iba a ser entregado, que iba a ser maltratado y muerto, para resucitar después. Era el cumplimiento de todo lo que los profetas habían escrito. Pero los discípulos no entendieron ninguna de estas cosas.
Si el Señor iba a hacer que aquellos que le siguieran tomaran la cruz, no podía hacerlo si no la llevaba Él mismo. Él fue delante de Sus ovejas, en esta senda de negación propia y consagración, para preparar el camino. Él fue solo. Fue un sendero que Su pueblo no había pisado aún, ni en realidad podían pisarlo hasta que Él no lo hubiera hecho.
20.6 - El último acercamiento del Señor a Jerusalén
La historia de Su último acercamiento a Jerusalén y de Su relación con ella, comienza ahora (vers. 35).
Aquí, entonces, Él se presenta nuevamente como el Hijo de David, y por última vez; poniendo sobre la conciencia de la nación Sus derechos a ese título, al tiempo que manifiesta las consecuencias de Su rechazo.
20.7 - Gracia para el ciego cerca de Jericó, la ciudad de la maldición
Cerca de Jericó [39], el lugar de maldición, Él da la vista a un ciego que cree en Su título de Hijo de David. De la misma manera, de hecho, aquellos que poseían esa fe recibieron su vista para seguirle a Él, y vieron cosas aún mayores que estas.
[39] En Lucas, la llegada a Jericó es expresada como un hecho general, en contraste con Su viaje general, que está en consideración desde el capítulo 9:51. En realidad, fue saliendo de Jericó que Él vio al ciego. El hecho general es todo lo que tenemos aquí, para dar a toda la historia, Zaqueo y todos, su lugar moral.
21 - Capítulos 19-20
21.1 - Gracia trayendo salvación en Jericó para los perdidos
En Jericó, Él presenta la gracia a pesar del espíritu farisaico. No obstante, es como hijo de Abraham que Él señala a Zaqueo, el cual - en realidad, en una falsa posición como tal - poseía una conciencia tierna y un corazón generoso [40].
[40] No dudo que Zaqueo pone ante Jesús aquello que él hacía habitualmente, antes de que Jesús viniera a él. No obstante, la salvación vino ese día a su casa.
Su posición, a los ojos de Jesús, no le quitó el carácter de hijo de Abraham (si tuviera ese efecto, ¿quién podría haber sido bendecido?), y no obstruyó el camino a esa salvación que había venido para salvar a los perdidos. Esta salvación entró con Jesús en la casa de este hijo de Abraham. Él trajo salvación, quienquiera que fuese heredero de ella.
21.2 - La partida del Señor anunciada con anticipación; la responsabilidad de Sus siervos en Su ausencia
No obstante, Él no les oculta Su partida, y el carácter que el reino asumiría, debido a Su ausencia. En cuanto a ellos, Jerusalén y la expectativa del reino venidero, llenaban sus mentes. El Señor, por consiguiente, les explica lo que habría de suceder. Él se va a recibir un reino y volver. Entretanto, Él encomienda algunos de Sus bienes (los dones del Espíritu) a Sus siervos para que comercien con ellos durante Su ausencia. La diferencia entre esta parábola y aquella en el Evangelio de Mateo es esta: Mateo presenta la soberanía y la sabiduría del dador, quien varía Sus dones según la aptitud de Sus siervos (Mateo 25:14-30); en Lucas se trata más particularmente de la responsabilidad de los siervos, quienes reciben cada uno la misma suma, y uno gana con ella, en interés de su maestro, más que el otro. Conforme a esto, no se dice, como en Mateo, "entra en el gozo de tu Señor", la misma cosa a todos, y la cosa más excelente; pero a uno le es dada autoridad sobre diez ciudades; al otro, sobre cinco (es decir, una participación en el reino conforme a la labor de ellos). El siervo no pierde lo que ha ganado, aunque fuera para su maestro. Él disfruta de ello. No sucede lo mismo con el siervo que no hizo uso de su talento; aquello que le había sido confiado a él le es dado al otro que había ganado diez.
Aquello que ganamos espiritualmente aquí, en inteligencia espiritual, y en el conocimiento de Dios en poder, no se pierde en el otro mundo. Por el contrario, recibimos más, y la gloria de la herencia nos es dada en proporción a nuestra obra. Todo es gracia.
21.3 - Rechazo persistente de los Judíos predicho
Pero, había aún otro elemento en la historia del reino. Los ciudadanos (los Judíos) no sólo rechazan al rey, sino que, cuando él se ha ido para recibir el reino, envían un mensajero tras Él para decirle que ellos no aceptarán que reine sobre ellos. De este modo los Judíos, cuando Pedro les presenta el pecado de ellos, y les declara que si se arrepentían Jesús volvería, y con Él los tiempos de refrigerio, ellos rechazan este testimonio y, por así decirlo, envían a Esteban tras Jesús para testificar que ellos no quieren tener nada que ver con Él. Cuando Él regrese en gloria, la nación perversa es juzgada ante Sus ojos. Los enemigos declarados de Cristo, ellos reciben la recompensa de su rebelión.
21.4 - La última y personal presentación del Señor del reino, al pueblo de Jerusalén
Él había declarado lo que era el reino - aquello que iba a ser. Él viene ahora para presentarlo por última vez en Su Persona a los habitantes de Jerusalén, conforme a la profecía de Zacarías. Esta notable escena ha sido considerada en su aspecto general al estudiar Mateo y Marcos; pero algunas circunstancias particulares requieren ser notadas aquí. Todo es reunido alrededor de Su entrada. Los discípulos y los Fariseos están en contraste. Jerusalén está en el día de su visitación, y ella no lo sabe.
Algunas notables expresiones son pronunciadas, en esta ocasión, por Sus discípulos, movidos por el Espíritu de Dios. Si hubieran guardado silencio, las piedras habrían prorrumpido proclamando la gloria del Rechazado. El reino, en sus aclamaciones de triunfo, no es simplemente el reino en su aspecto terrenal. En Mateo fue: "¡Hosanna al Hijo de David!", y "Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!" Esto era, de hecho, cierto; pero aquí tenemos algo más. El Hijo de David desaparece. Él es realmente el Rey, que viene en el nombre del Señor; pero ya no se trata del remanente de Israel que busca salvación en el nombre del Hijo de David, reconociendo Su título. Aquí es "¡...paz en el cielo, y gloria en las alturas!" El reino depende de que la paz sea establecida en los lugares celestiales. El Hijo de David, exaltado en las alturas y victorioso sobre Satanás, ha reconciliado los cielos. La gloria de la gracia en Su Persona es establecida para la eterna y suprema gloria del Dios de amor. El reino en la tierra no es sino una consecuencia de esta gloria que la gracia ha establecido. El poder que echó fuera a Satanás ha establecido la paz en el cielo. Al principio, en Lucas 2:14, tenemos, en la gracia manifestada, "¡Gloria en (lo) más alto a Dios y sobre (la) tierra paz entre (los) hombres de (su) buena voluntad [*]!" (Lucas 2:14 - Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español de Francisco Lacueva, Editorial CLIE). Para establecer el reino, la paz es hecha en el cielo; la gloria de Dios se establece plenamente en lo más alto.
[*] De buena voluntad. Esto es, de la benevolencia de Dios (no de los hombres)
21.5 - El llanto del Señor sobre Jerusalén; su destrucción venidera; la viña entregada a otros
Se observará aquí que, mientras se acerca a Jerusalén, el Señor llora sobre la ciudad. No es ahora como en Mateo, donde, mientras discutía con los Judíos, Él la señala como aquella que habiendo rechazado y matado a los profetas - y también a Emanuel, el Señor, quien tan a menudo había querido reunir a sus hijos bajo Sus alas, siendo ignominiosamente rechazado - quedaba ahora abandonada a la desolación hasta Su regreso. Es la hora de su visitación, y ella no la ha conocido. ¡Si solamente hubiera oído, incluso ahora, el llamamiento del testimonio de su Dios! Es entregada, entonces, en manos de los Gentiles, sus enemigos, los cuales no dejarán en ella una piedra sobre otra. Es decir, no habiendo conocido esta visitación de Dios en gracia en la Persona de Jesús, ella es desechada - el testimonio no continúa - ella cede el lugar a un nuevo orden de cosas. Así, la destrucción de Jerusalén por Tito es aquí prominente. Es, también, del carácter moral del templo de lo que habla aquí el Señor. El Espíritu no pone en claro aquí que éste ha de ser el templo de Dios para todas las naciones. Se trata simplemente (cap. 20:16) de la viña dada a otros. Ellos cayeron sobre la piedra de tropiezo entonces: cuando caiga sobre ellos - cuando Jesús venga en juicio - ésta los desmenuzará.
21.6 - Los Saduceos reciben respuesta; la certeza de la resurrección; vida futura
En Su respuesta a los saduceos, se añaden tres cosas importantes a lo que se dice en Mateo. En primer lugar, no se trata solamente de la condición de aquellos que resucitan y de la certidumbre de la resurrección; se trata de una época, la cual sólo una cierta clase, considerada digna de ella, obtendrá una resurrección separada de los justos (vers. 35). En segundo lugar, esta clase está compuesta por los hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección (vers. 36). En tercer lugar, mientras esperan esta resurrección, sus almas sobreviven a la muerte; todos viven para Dios, aunque ellos puedan estar ahora ocultos a los ojos de los hombres (vers. 38).
21.7 - Características y diferencias de los relatos de Mateo y Lucas, de los discursos proféticos del Señor
La parábola de la fiesta de bodas es omitida aquí. En el capítulo 14 de este Evangelio la hallamos con elementos característicos, una misión en las calles de la ciudad, y a los despreciados de las naciones, elementos que no están en Mateo, quien nos presenta, en cambio, el juicio de Jerusalén, antes de anunciar la evangelización de los Gentiles. Todo esto es característico. En Lucas se trata de la gracia, una condición moral del hombre ante Dios, y el orden nuevo de cosas fundamentado sobre el rechazo de Cristo. No me detendré sobre esos puntos que Lucas relata en común con Mateo. Ellos coinciden naturalmente en los grandes hechos concernientes al rechazo del Señor por los Judíos, y sus consecuencias.
Si comparamos Mateo 23 y Lucas 20:45-47, veremos enseguida la diferencia. En Lucas, el Espíritu nos entrega en tres versículos aquello que aparta moralmente a los escribas. En Mateo se desarrolla toda la posición de ellos con respecto a la dispensación; ya sea como teniendo un lugar, en tanto Moisés continuase, o con referencia a su culpabilidad ante Dios en dicho lugar.
22 - Capítulo 21
22.1 - El carácter del Evangelio de Lucas es mostrado; el período presente y su final es indicado
El discurso del Señor en el capítulo 21 muestra el carácter del Evangelio de una manera peculiar. El espíritu de gracia, en contraste con el espíritu Judaico, es contemplado en el relato de la ofrenda de la viuda pobre. Pero la profecía del Señor requiere una atención más detallada. El versículo 6, como vimos al final del capítulo 19, habla sólo de la destrucción de la Jerusalén de aquel entonces. Esto también se aplica a la pregunta de los discípulos. Ellos no dicen nada del final del siglo. El Señor plantea, después, las obligaciones y las circunstancias de Sus discípulos antes de esa hora. En el versículo 8 se dice: "El tiempo está cerca", lo cual no hallamos en Mateo (Mateo 24:4). Él entra mucho más en el detalle con respecto al ministerio de ellos durante ese período, Él les anima, les promete la ayuda necesaria. La persecución se convertiría en un testimonio para ellos. Desde la mitad del versículo 11 hasta el final del 19, tenemos detalles relativos a Sus discípulos, que no se encuentran en el correspondiente pasaje de Mateo. Estos versículos presentan el estado general de cosas en el mismo sentido, añadiendo la condición de los Judíos, especialmente de aquellos que, en mayor o menor medida, profesaban haber recibido la Palabra. Toda la corriente del testimonio, dado en relación con Israel, pero extensivo a las naciones, se encuentra en Mateo al final del versículo 14 (Mateo 24:14). En Lucas, se trata del servicio venidero de los discípulos, hasta el momento en que el juicio de Dios ponga fin a aquello que prácticamente terminó con el rechazo de Cristo. Consecuentemente, el Señor no dice nada en el versículo 20 sobre la abominación desoladora mencionada por Daniel, pero presenta el hecho del sitio de Jerusalén y su desolación cercana - no del final del siglo, como en Mateo. Éstos eran los días de venganza sobre los Judíos, quienes habían llegado al cenit de su rebelión al rechazar al Señor. Por lo tanto, Jerusalén sería hollada por los Gentiles, hasta que los tiempos de los Gentiles se cumplieran, es decir, los tiempos destinados a la soberanía de los imperios Gentiles conforme al consejo de Dios revelado en las profecías de Daniel. Éste es el período en el cual nosotros vivimos ahora. Hay una interrupción aquí en este discurso. Su tema principal está concluido; pero hay aún algunos acontecimientos de la última escena que han de ser revelados, los cuales cierran la historia de esta supremacía Gentil.
22.2 - El fin de la edad; la venida del Hijo del Hombre
Veremos también que, aunque sea el comienzo del juicio, del cual Jerusalén no se levantará hasta que todo se cumpla y el cántico de Isaías 40 sea dirigido a ella, no obstante, la gran tribulación no es mencionada aquí. Hay gran angustia, e ira sobre el pueblo, como fue realmente el caso en el sitio de Jerusalén por Tito; y los Judíos fueron conducidos cautivos también. No se dice tampoco: "Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días." (Mateo 24:29). Sin embargo, sin ser designada la época, pero después de haber hablado de los tiempos de los Gentiles, el fin del siglo viene. Hay señales en el cielo, angustia en la tierra, un poderoso movimiento en las olas de la población humana. El corazón del hombre, alarmado por la profecía, vislumbra las calamidades que, desconocidas aún, le están amenazando; pues todas las influencias que gobiernan a los hombres son conmovidas. Entonces ellos verán al Hijo del Hombre, una vez rechazado de la tierra, viniendo del cielo con los estandartes de Jehová, con poder y gran gloria - el Hijo del Hombre, de quien este Evangelio ha hablado continuamente. Allí acaba la profecía. No tenemos aquí la reunión de los Israelitas escogidos, los cuales fueron dispersados, y de los que habla Mateo.
22.3 - Exhortaciones a velar; el día de angustia, una señal de liberación para la fe
Lo que viene a continuación consiste en exhortaciones, a fin de que ese día de angustia pueda ser como una señal de liberación para la fe de aquellos que, confiando en el Señor, obedecen la voz de Su siervo. La "generación" (una palabra ya explicada cuando consideramos Mateo) no pasaría hasta que todo se cumpliera. La extensión de tiempo que ha transcurrido desde entonces, y que debe transcurrir hasta el fin, es mantenido en la oscuridad. Las cosas celestiales no se miden con fechas. Además, ese momento está escondido en el conocimiento de Su Padre (Mateo 24:36). Con todo, el cielo y la tierra pasarían, pero no las palabras de Jesús. Luego, Él les dice que, mientras morasen en la tierra, deben ser vigilantes, para que sus corazones no se abrumaran por cosas que los hundirían en este mundo, en medio del cual iban a ser testigos. Porque ese día vendría como lazo sobre todos los que tuviesen su morada aquí, los que estuviesen arraigados aquí. Ellos tenían que orar y velar, a fin de escapar de todas esas cosas, y tenían que permanecer en la presencia del Hijo del Hombre. Éste es todavía el gran asunto de nuestro Evangelio. Estar con Él, como aquellos que han escapado de la tierra, estar entre los 144.000 sobre el Monte Sión, será un cumplimiento de esta bendición, pero el lugar no se menciona; así que, suponiendo que aquellos a quienes se dirigía personalmente fueran fieles a Él, la esperanza despertada por Sus palabras se cumpliría de manera más excelente ante Su presencia celestial en el día de gloria.
23 - Capítulo 22
23.1 - Acercándose al final de la vida del Señor; los principales sacerdotes y Judas; la Pascua
En el capítulo 22 comienzan los detalles del final de la vida de nuestro Señor. Los principales sacerdotes, temerosos del pueblo, buscan la forma de matarle. Judas, bajo la influencia de Satanás, se ofrece como instrumento, para que ellos puedan prenderle en ausencia de la multitud. El día de la Pascua se acerca, y el Señor prosigue con lo que pertenecía a Su obra de amor en estas inmediatas circunstancias. Pondré atención en los puntos que pertenecen al carácter de este Evangelio, en el cambio que se produjo en relación inmediata y directa con la muerte del Señor. De este modo, Él deseó comer esta última Pascua con sus discípulos, porque no la iba a comer más hasta que se cumpliese en el reino de Dios, es decir, mediante Su muerte. No bebe más vino hasta que el reino de Dios venga. Él no dice, hasta que Él lo beba nuevo en el reino de Su Padre (como en Mateo 26:29), sino solamente que Él no lo bebería hasta que el reino viniese: precisamente como los tiempos de los Gentiles son considerados como algo presente, así también el Cristianismo aquí, el reino como es ahora, no el milenio. Observemos también qué expresión tan conmovedora de amor tenemos aquí: Su corazón necesitaba este último testimonio de afecto antes de dejarlos.
23.2 - El fundamento del nuevo pacto
El nuevo pacto está fundamentado en la sangre bebida aquí en figura. El antiguo se había acabado. Se requería sangre para establecer el nuevo. Al mismo tiempo, hay que decir que el pacto mismo no fue establecido; pero todo fue hecho de parte de Dios. La sangre no fue derramada para consolidar un pacto de juicio como fue el primero; ella fue derramada para aquellos que recibieran a Jesús, mientras esperan el momento en que el pacto mismo sería establecido con Israel en gracia.
23.3 - La ignorancia e inocencia de los discípulos
Los discípulos, creyendo las palabras de Cristo, ignoran, y se preguntan unos a otros, cuál de ellos sería el que le traicionaría, una sorprendente expresión de fe en todo aquel que la pronunciaba - pues ninguno, excepto Judas, tenía una mala conciencia - una expresión que señalaba la inocencia de ellos. Y al mismo tiempo, pensando en el reino de una forma carnal, ellos disputan por el primer lugar en él; y esto, en presencia de la cruz, a la mesa donde el Señor les estaba dando las últimas muestras de Su amor. Había sinceridad de corazón, pero ¡qué corazón el que tiene esta verdad! En cuanto a Él, había tomado el lugar más bajo, y ese lugar - como el más excelente para el amor - era de Él solo. Ellos tenían que seguirle lo más cercanamente que pudieran. Su gracia reconoce que así lo habían hecho, como si Él fuese el deudor de ellos al cuidarlos durante Su tiempo de dolor en la tierra. Él lo recordaba. En el día de Su reino, y de entre aquellos que le hubieran seguido, ellos tendrían doce tronos, como cabezas de Israel.
23.4 - Zarandeados por Satanás, el Señor ruega por ellos
Pero ahora era un asunto de pasar por la muerte; y, habiéndole seguido hasta aquí, ¡qué oportunidad del enemigo para zarandearlos puesto que ellos ya no podían seguir al Señor, como hombres vivos en la tierra! Todo lo que pertenecía a un Mesías vivo había sido subvertido, y la muerte estaba allí. ¿Quién podía pasar por ella? Satanás iba a aprovecharse de ello, y deseaba tenerlos para zarandearlos. Jesús no busca evitarles a Sus discípulos este zarandeo. No era posible, pues Él debía pasar por la muerte, y la esperanza de ellos estaba en Él. No pueden escapar de esto: la carne debía ser sometida a la prueba de la muerte. Pero Él ruega por ellos, para que la fe de uno, a quien Él menciona especialmente, no faltase. Simón, vehemente en la carne, se expuso más que ninguno al peligro al que una falsa confianza en la carne podía conducirle, pero en el cual ésta no podía sostenerle. Siendo, no obstante, el objeto de esta gracia de parte del Señor, su caída proveería el medio de su fortaleza, al conocer lo que la carne era, y también al conocer la perfección de la gracia; él estaría capacitado para fortalecer a sus hermanos. Pedro afirmó que podía hacer cualquier cosa - las cosas mismas en las que fracasaría totalmente. El Señor le advierte brevemente acerca de lo que él haría realmente.
23.5 - La advertencia anticipada de cambio en la ausencia del Señor; el poder del enemigo
Luego, Jesús toma ocasión para prevenirlos de que todo estaba a punto de cambiar. Durante Su presencia aquí abajo, el verdadero Mesías, Emanuel, los había resguardado de todas las dificultades; cuando los envió a través de todo Israel, no les faltó de nada. Pero ahora (pues el reino no venía aún en poder) ellos estarían expuestos, al igual que Él, al desprecio y la violencia. Humanamente hablando, ellos tendrían que cuidar de sí mismos. A Pedro, siempre atrevido, tomando las palabras del Señor literalmente, se le permitió poner al desnudo sus pensamientos exhibiendo dos espadas. El Señor le detiene con una palabra que le mostró que era inútil ir más lejos. Ellos no estaban capacitados para eso en aquel momento. En cuanto a Él, prosigue con perfecta tranquilidad Sus hábitos diarios.
Abrumado en espíritu por lo que se acercaba, Él exhorta a Sus discípulos a orar, para que no entren en tentación; es decir, para que cuando llegara el momento de ser puestos a prueba, caminando con Dios, esto fuera para ellos ocasión de mostrar obediencia a Dios, y no un medio para alejarse de Él. Existen tales momentos, si Dios permite que vengan, en los que todo es puesto a prueba mediante el poder del enemigo.
23.6 - El Hombre perfecto, dependiente, en Getsemaní
La dependencia del Señor como hombre es entonces exhibida de la manera más sorprendente. La escena entera de Getsemaní y de la cruz, en Lucas, es el hombre dependiente perfecto. Él ora: Él se somete a la voluntad de Su Padre. Un ángel le fortalece: este era el servicio de ellos para con el Hijo del Hombre [41].
[41] Hay elementos del más profundo interés que aparecen al comparar este Evangelio con otros en este lugar; y son elementos que sacan a la luz el carácter de este Evangelio de un modo de lo más sorprendente. En Getsemaní, tenemos el conflicto del Señor presentado más plenamente en Lucas que en cualquier otro lugar; pero en la cruz tenemos Su superioridad en los sufrimientos en los que Él estaba. No hay ninguna expresión de ellos: Él pues está por encima de ellos. No se trata, como en Juan, del lado divino de esta escena. Allí (Juan cap. 18), en Getsemaní, no tenemos la agonía, pero cuando Él dice Su nombre ellos retroceden y caen a tierra (Juan 18:5, 6). Sobre la cruz, no es "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46), sino que entrega Su propio espíritu a Dios. Esto no es así en Lucas. En Getsemaní tenemos al Hombre de dolores, a un hombre sintiendo en todas sus profundidades lo que estaba ante Él, y contemplando a Su Padre. "Y estando en agonía, oraba con mayor fervor." (Lucas 22:44 - Versión Moderna). En la cruz, tenemos a Uno que como hombre se ha inclinado a la voluntad de Su Padre, y es en la serenidad de Uno que, en cualquier dolor y sufrimiento, está por sobre todo eso. Les dice a las mujeres que lloraban que llorasen por ellas (Lucas 23:27, 28), no por Él, el árbol verde, ya que el juicio se acercaba. Él ora por aquellos que le estaban crucificando; habla paz y gozo celestial al pobre ladrón que se convirtió; Él iba a entrar al Paraíso antes de que el reino viniera. Lo mismo se ve especialmente sobre el hecho de Su muerte. No es, como en Juan, que Él entregó Su espíritu, sino: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu." (Lucas 23:46). Él encomienda Su espíritu en la muerte a Él, como un hombre que conoce y cree en Dios Su Padre, a quien así conocía. En Mateo tenemos el abandono de Dios y la conciencia que Jesús tiene de ello. Este carácter del Evangelio, que revela a Cristo distinguiéndole como perfecto Hombre, como el Hombre perfecto, está lleno del más profundo interés. Él pasó a través de sus dolores con Dios, y después, en perfecta paz, se sobrepuso a ellos; Su confianza en Su Padre fue perfecta, incluso en la muerte - una senda no pisada por el hombre hasta ahora, y que nunca será pisada por parte de los santos. Si el Jordán se desbordaba por todas sus riberas en el tiempo de la siega, el arca en las profundidades de su lecho lo convertía en un pasaje a pié en seco que conducía a la heredad del pueblo de Dios.
Más tarde, en profundo combate, Él ora con más fervor: como hombre dependiente, Él es perfecto en toda Su dependencia. La intensidad del conflicto hace más profunda Su relación con el Padre. Los discípulos estaban angustiados al sólo ver la sombra de lo que llevó a Jesús a orar. Ellos se refugian en el olvidadizo sueño. El Señor, con la paciencia de la gracia, repite Su advertencia, y la multitud llega. Pedro, sintiéndose confiado al ser advertido, durmiendo ante la cercanía de la tentación cuando el Señor oraba, golpea cuando Jesús se entrega para ser llevado como oveja al matadero, y entonces, ¡cuán lamentable! él niega al tiempo que Jesús confiesa la verdad. Pero, sumiso como el Señor era a la voluntad de Su Padre, muestra claramente que Su poder no se había apartado de Él. Sana la herida que Pedro infligió al siervo del sumo sacerdote, y luego permite que se lo lleven, con la observación de que esa era la hora de ellos y la potestad de las tinieblas. ¡Triste y terrible asociación!
23.7 - El juicio inicuo; la defección de Pedro; el Hijo del Hombre es el Hijo de Dios
En toda esta escena contemplamos la completa dependencia del hombre, el poder de la muerte sentido, como una prueba, en toda su fuerza; pero aparte de todo aquello que estaba sucediendo en Su alma y delante de Su Padre, en lo cual vemos la realidad de estas dos cosas, había la más perfecta tranquilidad, la calma más gentil para con los hombres [42], - gracia que nunca se contradice.
[42] Es muy sorprendente ver cómo Cristo afrontó, conforme a la perfección divina, cada circunstancia en la que estuvo. Éstas sólo extraen la perfección. Él las sintió todas, no fue gobernado por ninguna, pero Él las afrontó siempre. Esto que siempre fue verdad fue mostrado brillantemente en esta escena. Él ora con el más pleno sentido de lo que se le aproximaba - la copa que tenía que beber - se vuelve y les advierte, y reprende y excusa suavemente a Pedro, como si estuvieran caminando por Galilea, la carne era débil (Mateo 26:40, 41); y luego vuelve a sumirse en una agonía más profunda con Su Padre. La gracia le predispuso para con Pedro; la agonía, para la presencia de Dios; y Él fue todo gracia con Pedro - en la agonía al pensar en la copa.
Así, cuando Pedro le niega como Él había predicho, Él le mira en el momento apropiado. Toda la puesta en escena de ese juicio mentiroso no distrae Sus pensamientos, y Pedro es quebrantado mediante esa mirada. Cuando es interrogado, Él tiene poco que decir. Su hora había llegado. Sometido a la voluntad del Padre, aceptó la copa de Su mano. Sus jueces no hicieron más que cumplir esa voluntad, y le traen la copa. No da ninguna respuesta a la pregunta de si Él es el Cristo. Ya no era el tiempo de hacerlo. Ellos no lo habrían creído - y tampoco le hubieran respondido si Él les hubiera hecho preguntas que hubieran sacado la verdad a la luz; tampoco le hubiesen dejado marchar. Pero Él ofrece el más claro testimonio del lugar que, desde esa hora, tomó el Hijo del Hombre. Esto lo hemos visto repetidamente al leer este Evangelio. Él se iba a sentar a la diestra del poder de Dios. Vemos también que es el lugar que ocupa en el presente [43].
[43] La expresión "desde ahora" (Lucas 22:69 - RVR60) debería ser "de ahora en adelante" (Lucas 22:69 - Versión Moderna). Es decir, a partir de esa hora ellos no le verían más en humillación, sino como el Hijo del Hombre en poder.
Ellos sacan inmediatamente la conclusión correcta: "¿Luego eres tú el Hijo de Dios?" (Lucas 23:70). Él da testimonio de esta verdad, y todo termina; es decir, queda pendiente la pregunta de si Él era el Mesías - eso había pasado para Israel - Él iba a sufrir; Él es el Hijo del Hombre, pero de ahora en adelante solamente como entrando en la gloria; y Él es el Hijo de Dios. Todo había terminado con Israel en cuanto a su responsabilidad; la gloria celestial del Hijo del Hombre, la gloria personal del Hijo de Dios pronto iba a resplandecer; y Jesús (cap. 23) es conducido a los Gentiles, para que todo se cumpla.
24 - Capítulo 23
24.1 - La culpabilidad de los Gentiles; injusticia flagrante
Los Gentiles, no obstante, no son presentados en este Evangelio como siendo voluntariamente culpables. Vemos, sin dudas, una indiferencia que llega a ser una injusticia flagrante en un caso como éste, y una insolencia que nada puede excusar; pero Pilato hace lo que puede para liberar a Cristo, y Herodes, decepcionado, lo envía de vuelta sin haberle juzgado. La voluntad está totalmente en el lado de los Judíos. Ésta es la característica de esta parte de la historia en el Evangelio de Lucas. Pilato hubiera preferido no haberse cargado con este crimen inútil, y despreciaba a los Judíos; pero ellos estaban resueltos a crucificar a Jesús y pidieron que Barrabás fuera soltado - un hombre sedicioso y un homicida (véase vers. 20-25). [44]
[44] Esta culpa voluntariosa de los Judíos es mostrada con rigor también en el Evangelio de Juan, es decir, su culpa nacional. Pilato los trata con desprecio; y allí es cuando dicen, "No tenemos más rey que César." (Juan 19:15).
24.2 - El Rey de los Judíos en la cruz para la salvación eterna de almas
Jesús, por consiguiente, mientras era conducido al Calvario, anunció a las mujeres, quienes hacían lamentación por Él con sentimientos naturales, que todo había terminado para Jerusalén, que ellas tenían que lamentarse por su propia suerte y no por la de Él; pues vendrían días sobre Jerusalén que las harían llamar felices a aquellas que nunca habían sido madres - días en los cuales buscarían refugiarse en vano del terror y del juicio. Porque si en Él, el verdadero árbol verde, habían sido hechas estas cosas, ¿qué llegaría a ser del árbol seco del Judaísmo sin Dios? Sin embargo, en el momento de Su crucifixión, el Señor intercede a favor del desdichado pueblo: ellos no sabían lo que hacían; intercesión para la cual el discurso de Pedro a los Judíos (Hechos 3) es la notable respuesta por el Espíritu Santo descendido del cielo. Los gobernantes de entre los Judíos, completamente ciegos, al igual que el pueblo, se burlan de Él diciendo que era incapaz de salvarse a Sí mismo de la cruz - ignorando que era imposible que lo hiciera si Él era un Salvador, y que todo les había sido quitado, y que Dios estaba estableciendo otro orden de cosas, fundamentado en la expiación, en el poder de la vida eterna por la resurrección. ¡Temible ceguera, de la que los soldados no eran sino simples imitadores, conforme a la malignidad de la naturaleza humana! Pero el juicio de Israel estaba en boca de ellos, y (de parte de Dios) sobre la cruz. Era el Rey de los Judíos quien colgaba allí - humillado ciertamente, pues un ladrón colgado a Su lado pudo injuriarle - pero en el lugar al que el amor le había llevado para la salvación presente y eterna de las almas. Esto se manifestó en aquel mismo momento. Los insultos que le reprocharon por no haber querido salvarse Él mismo de la cruz, tuvieron su respuesta en la suerte del ladrón convertido, el cual se reunió con Él en aquel mismo día en el Paraíso.
24.3 - Un tosco pecador convertido por gracia en el lugar de ejecución; la maldad del otro ladrón
Esta historia es una asombrosa demostración del cambio al que nos conduce este Evangelio. El Rey de los Judíos, por la propia confesión de ellos, no es liberado - Él es crucificado. ¡Qué final para las esperanzas de este pueblo! Pero al mismo tiempo, un vulgar ladrón, convertido por gracia estando a punto de morir, entra directamente en el Paraíso. Un alma es salvada eternamente. No se trata del reino, sino de un alma - fuera del cuerpo - en la felicidad con Cristo. Y observen aquí cómo la manera en que Cristo es presentado descubre la maldad del corazón humano. Ningún ladrón se burlaría o injuriaría a otro ladrón estando a punto de morir. Pero en el momento en que es Cristo quien está allí, esto ocurre.
24.4 - Señales de conversión y de fe notable; la respuesta del Señor; las primicias del amor que los situó lado a lado
Pero yo añadiría unas pocas palabras más sobre la condición del otro ladrón, y sobre lo que le respondió Cristo. Vemos toda señal de conversión, y de la fe más notable. El temor de Dios, el principio de la sabiduría, está aquí; la conciencia es recta y valiente. No le dice a su compañero 'y justamente', sino "Nosotros, a la verdad, justamente . . ."(Lucas 23:41); el conocimiento de la perfecta e inmaculada justicia de Cristo como hombre; el reconocimiento de Él como Señor, cuando Sus propios discípulos le habían abandonado y le habían negado, y cuando no quedaba rastro de Su gloria o de la dignidad de Su Persona. Él fue considerado por el hombre como uno igual a él mismo. Su reino no era más que un tema de escarnio para todos. Pero el pobre ladrón es enseñado por Dios; y todo es claro. Él está tan seguro de que Cristo recibirá el reino como si estuviera Él reinando en gloria. Todo su deseo es que Cristo le recordara entonces, y qué confianza en Cristo es mostrada aquí a través del conocimiento de Él, ¡a pesar de su reconocida culpa! Ello muestra de qué manera Cristo llenó su corazón, y cómo su confiar en la gracia por su resplandor, excluyó la vergüenza humana, pues ¡quién querría ser recordado en la vergüenza de ser ajusticiado! La enseñanza divina es mostrada singularmente aquí. ¿No sabemos nosotros, mediante la enseñanza divina, que Cristo era sin pecado, y que para estar seguros de Su reino había una fe por sobre todas las circunstancias? El ladrón solo es un consuelo para Jesús en la cruz, y Le hace pensar (al responder a su fe) en el Paraíso que le aguardaba cuando hubiese acabado la obra que Su Padre le había dado que hiciese. Observen el estado de santificación en que se hallaba este pobre hombre por la fe. En todas las agonías de la cruz, y creyendo que Jesús es el Señor, no busca ningún alivio que provenga de Sus manos, sino que le pide que le recuerde en Su reino. Un pensamiento llena su mente - tener su porción con Jesús. Cree que el Señor volverá; cree en el reino, mientras el Rey es rechazado y crucificado, y cuando, en cuanto al hombre, no había ya ninguna esperanza. Pero la respuesta de Jesús va más lejos en la revelación de lo que es adecuado a este Evangelio, y añade aquello que introduce, no el reino, sino la vida eterna, la felicidad del alma. El ladrón le había pedido a Jesús que le recordase cuando volviese en Su reino. El Señor responde que Él no esperaría ese día de gloria manifiesta que sería visible para el mundo, sino que aquel mismo día estaría con Él en el Paraíso. ¡Precioso testimonio y perfecta gracia! Jesús crucificado era más que Rey - Él era Salvador. El pobre malhechor fue un testimonio a esto, y al gozo y al consuelo del corazón del Señor - las primicias del amor que los había puesto lado a lado en el lugar donde, si el pobre ladrón soportaba el fruto de sus pecados de parte del hombre, el Señor de gloria estaba a su lado soportando el fruto de esos pecados de parte de Dios, tratado Él mismo como un malhechor en la misma condenación. A través de una obra desconocida para el hombre, excepto por medio de la fe, los pecados de Su compañero fueron quitados para siempre, dejaron de existir, siendo sólo su recuerdo aquel de la gracia que se los había llevado, y la cual había limpiado para siempre su alma de ellos, haciéndole en ese momento tan apto para entrar en el Paraíso como compañero de Cristo allí.
24.5 - La muerte; el último hecho de la vida del Señor; Dios se revela
El Señor, entonces, habiendo cumplido todas las cosas, y lleno aún de vigor, encomienda Su espíritu al Padre. Lo encomienda a Él, el último hecho de aquello de lo que se compuso Su vida entera - la perfecta energía del Espíritu Santo actuando en una perfecta confianza en Su Padre, y en una perfecta dependencia de Él. Encomienda Su espíritu a Su Padre y expira. Pues era la muerte lo que tenía delante de Sí - pero una muerte en una fe absoluta que confiaba en Su Padre - muerte con Dios por la fe; y no la muerte que separaba de Dios. Entretanto, la naturaleza se ocultó a sí misma - reconoció la partida desde este mundo de Aquel que la había creado. Todo es tinieblas. Pero, por otro lado, Dios se revela - el velo del templo se rasga en dos, de arriba abajo. Dios se había ocultado en densas tinieblas - el camino al lugar santísimo no había sido aún manifestado. Pero ahora ya no hay más un velo; aquello que ha quitado el pecado mediante el amor perfecto resplandece ahora, mientras que la santidad de la presencia de Dios es un gozo para el corazón, y no un tormento. Lo que nos introduce en la presencia de la santidad perfecta sin un velo, fue lo que quitó el pecado que nos prohibía estar allí. Nuestra comunión es con Él a través de Cristo, santos y sin culpa delante de Él en amor.
24.6 - La confesión del centurión
El pobre centurión, estremecido por todo lo que había sucedido, confiesa - tal es el poder de la cruz sobre la conciencia - que este Jesús a quien él había crucificado era ciertamente el hombre justo. Digo la conciencia, porque no pretendo decir que fue más allá de eso en el caso del centurión. Vemos el mismo efecto en los espectadores: se marchan golpeándose el pecho. Ellos percibieron que algo solemne había sucedido - que ellos mismos se habían comprometido fatalmente con Dios.
24.7 - La sepultura del Señor; todo preparado
Pero el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, había preparado todo para la sepultura de Su Hijo, quien le había glorificado entregándose a la muerte. Con los ricos fue en Su muerte. José, un hombre justo que no había consentido el pecado de su pueblo, pone el cuerpo del Señor en una tumba que nunca se había usado aún. Era la preparación antes del día de reposo; pero el día de reposo se acercaba. En el momento de Su muerte, las mujeres - fieles (aunque ignorantes) a su aflicción por Él mientras aún vivía - ven dónde es puesto el cuerpo, y van a preparar todo lo necesario para ungir el cuerpo. Lucas habla de estas mujeres solamente en términos generales: por lo tanto, entraremos en detalles en otra parte, siguiendo nuestro Evangelio como se nos presenta.
25 - Capítulo 24
25.1 - La resurrección y sus muchas pruebas
Vienen las mujeres, hallan removida la piedra, y hallan que el sepulcro ya no contiene el cuerpo de Aquel a quien habían amado. Estando ellas perplejas por esto, ven a dos ángeles cerca de ellas, quienes preguntan por qué vinieron a buscar entre los muertos al que vive, y les recuerdan las claras palabras que Jesús les había hablado en Galilea. Se van y cuentan todas estas cosas a todos los discípulos, los cuales no pueden creer lo que ellas dicen; pero Pedro corre al sepulcro, ve todo en orden, y se marcha, maravillándose de lo que había sucedido allí. En todo esto no había fe en las palabras de Jesús, ni en lo que las Escrituras habían dicho. En el camino a Emaús, el Señor relaciona las escrituras con todo lo que le había sucedido, mostrando a sus mentes donde rondaba aún el pensamiento de un reino terrenal, que según estas escrituras, los consejos revelados de Dios, el Cristo tenía que sufrir y entrar en Su gloria, un Cristo rechazado y celestial. Él despierta esa ardiente atención que siente el corazón cada vez que es tocado. Luego se revela a Sí mismo al partir el pan - la señal de Su muerte: no que esto fuera la eucaristía, sino que este acto particular estaba relacionado con ese acontecimiento. Entonces sus ojos fueron abiertos, y Él desaparece. Era el verdadero Jesús; pero en resurrección. Aquí, Él explicó todo lo que las escrituras habían hablado, y se presentó en vida con el símbolo de Su muerte. Los dos discípulos vuelven a Jerusalén.
El Señor ya se había mostrado a Simón - una aparición de la que no tenemos detalles. Pablo también la menciona como siendo esta aparición la primera, con respecto a los apóstoles. Mientras los dos discípulos hablaban de lo que les había sucedido, Jesús se puso en medio de ellos. Pero sus mentes no se habían adecuado aún a esta verdad, y Su presencia les alarma. No pueden comprender la idea de la resurrección del cuerpo. El Señor usa la confusión de ellos (muy natural, humanamente hablando), para nuestra bendición, dándoles las pruebas más razonables de que era Él resucitado; pero Él, cuerpo y alma, lo mismo que antes de Su muerte. Los invita a tocarle, y come delante de ellos [45]. Era realmente Él mismo.
[45] Nada puede ser más conmovedor que la manera en que Él cultivó la confianza de ellos como Aquel a quien habían conocido, el hombre, aún un verdadero hombre (aunque con un cuerpo espiritual) ¡como lo había sido antes! "Yo mismo soy; palpad, y ved." (Lucas 24:39). Bendito sea Dios, para siempre hombre, el mismo que ha sido conocido en amor viviente en medio de nuestra debilidad.
25.2 - La base de la fe verdadera
Quedaba una cosa importante - la base de la fe verdadera: las palabras de Cristo y el testimonio de las escrituras. Esto es lo que Él pone ante ellos. Pero aún eran necesarias dos cosas. Primero, necesitaban capacidad para entender la Palabra. Por consiguiente, Él les abre el entendimiento para que puedan comprender las escrituras, y los establece como testigos que no sólo pueden decir: 'Es así, porque lo hemos visto', sino 'Así fue necesario que haya sido, porque así lo ha dicho Dios en Su Palabra'; y el testimonio de Cristo mismo fue cumplido en Su resurrección.
25.3 - La gracia debía ser predicada a todas las naciones
Pero ahora la gracia debía ser predicada - Jesús rechazado por los Judíos, inmolado y resucitado para la salvación de las almas, habiendo hecho la paz, y habiendo otorgado vida conforme al poder de la resurrección, habiendo sido cumplida la obra que limpiaba del pecado y garantizaba el perdón con este otorgamiento. La gracia debía ser predicada en todas las naciones, es decir, arrepentimiento y perdón a los pecadores; empezando en ese lugar (Jerusalén), con el cual, verdaderamente, la paciente gracia de Dios todavía reconocía un vínculo, a través de la intercesión de Jesús, pero que solamente podía ser alcanzado por la gracia soberana, y en donde el pecado más gravoso hacía más necesario el perdón, mediante un testimonio el cual, viniendo del cielo, tuvo que tratar con Jerusalén de la forma que trató con todos. Comenzando en Jerusalén, ellos tenían que predicar el arrepentimiento y la remisión de pecados en todas las naciones. El Judío, un hijo de ira, como los demás, tiene que entrar en el mismo terreno. El testimonio poseía una fuente más alta, aunque fuera dicho "al Judío primeramente."
25.4 - Los discípulos iban a ser investidos de poder para su misión
Pero, en segundo lugar, se necesitaba algo más, por consiguiente, para el cumplimiento de esta misión, es decir, se necesitaba poder. Tenían que esperar en Jerusalén hasta que fueran investidos de poder desde lo alto. Jesús enviaría el Espíritu Santo que había prometido, de quien los profetas también habían hablado.
25.5 - La ascensión del Señor al cielo caracterizada por bendición y gran gozo
Mientras bendecía a Sus discípulos - el cielo y la gracia celestial caracterizando Su relación con ellos - Jesús se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo, y ellos volvieron a Jerusalén con gran gozo.
25.6 - Los grandes principios fundamentales de las doctrinas y las pruebas de la resurrección
Se habrá observado que la narrativa de Lucas es muy general aquí, y contiene los grandes principios sobre los que se fundamentan las doctrinas y las pruebas de la resurrección; la incredulidad del corazón natural se describe detalladamente en los relatos más simples y conmovedores; el apego de los discípulos a sus propias esperanzas del reino, y la dificultad con que la doctrina de la Palabra tomó posesión de sus corazones, aunque, en proporción a la comprensión de ellos, sus corazones se abrieron a ella con gozo; la Persona de Jesús resucitado, aún un hombre, Aquel lleno de gracia que ellos conocieron; la doctrina de la Palabra; el otorgamiento de la comprensión de la Palabra; el poder del Espíritu Santo dado - todo lo que pertenecía a la verdad y al orden eterno de las cosas manifestadas.
25.7 - LUCAS (Resumen) Betania como el punto de contacto y conexión entre Jesús y los discípulos
No obstante, Jerusalén todavía era reconocida como el primer objeto de la gracia en la tierra, conforme a las dispensaciones de Dios para con ella; sin embargo, ella no fue, aún como lugar, el punto de contacto y conexión entre Jesús y Sus discípulos. Él no los bendice desde Jerusalén, aunque, en los tratos de Dios con la tierra, tenían que esperar allí el don del Espíritu Santo; para ellos mismos y sus relaciones con Él, los saca fuera hasta Betania. Desde allí había salido para presentarse como Rey a Jerusalén. Fue allí donde la resurrección de Lázaro tuvo lugar; fue allí que la familia, la cual representa el carácter del remanente - unida a Su Persona, ahora rechazada, con mejores esperanzas - recibió a Jesús de la manera más asombrosa. Fue allí a donde se retiró cuando Su testimonio a los Judíos finalizó, para que Su corazón pudiese reposar por unos pocos momentos entre aquellos que Él había amado, y quienes, por gracia, le amaban a Él. Fue allí donde estableció el vínculo (en lo que a las circunstancias se refiere) entre el remanente unido a Su Persona y el cielo. Y desde allí, Él asciende.
Jerusalén no es más que el punto de partida público del ministerio de ellos, así como había sido la última escena de Su testimonio. Para ellos, eran Betania y el cielo los que se conectaban en la Persona de Jesús. Desde allí habría de salir el testimonio para alcanzar a la misma Jerusalén. Esto es tanto más sorprendente cuando lo comparamos con Mateo. Allí Él va a Galilea, el lugar de asociación con el remanente Judío, y no hay ninguna ascensión, y la misión es exclusivamente a las naciones. Se trataba de llevar a las naciones, aquello que en ese entonces estaba limitado a los Judíos, y que estaba prohibido llevar más allá de ese límite.
26 - Nota sobre los sufrimientos y la muerte de Cristo
Nota del autor: En el texto yo he seguido estrictamente el pasaje; añado algunos sucesos aquí, relacionando este Evangelio con los otros.
26.1 - Las dos partes distintas en los sufrimientos de Cristo
Hay dos partes distintas en los sufrimientos de Cristo:
- en primer lugar [(Lucas 22:41-44)], aquello que Él sufrió por los intentos de Satanás - como hombre en conflicto con el poder del enemigo que tiene dominio sobre la muerte, pero con el sentido de qué era lo de Dios en perspectiva - y esto, en comunión con Su Padre, presentando Sus peticiones a Él;
- y en segundo lugar, aquello que Él padeció para cumplir la expiación por el pecado, cuando verdaderamente llevó nuestros pecados, y cuando fue hecho pecado por nosotros [(2 Cor. 5:21)], y al beber la copa que la voluntad de Su Padre le había dado a beber [(Juan 18:11)].
26.2 - Las tentaciones del Señor en el desierto; Sus sufrimientos en Getsemaní y en la cruz
Cuando hablaremos sobre el Evangelio de Juan, entraré más en el carácter de las tentaciones; pero ahora quisiera hacer notar aquí que, [(Lucas 4:2)] al comienzo de Su vida pública, el tentador trató de desviar a Jesús poniendo ante Él lo atractivo de todo aquello que, como privilegio, le pertenecía a Él, todo lo que podía ser agradable a Cristo como hombre, cosas ante las cuales Su voluntad propia podría obrar [(Lucas 4:3, 6, 9)]. El enemigo fue derrotado mediante la perfecta obediencia de Cristo. Él hubiera querido que Cristo, siendo Hijo, hubiese salido de la posición que Él había tomado como siervo. Pero bendito sea Dios, él fracasó. Cristo, mediante la simple obediencia, ató al hombre fuerte en lo que a esta vida se refiere, y luego, al regresar en el poder del Espíritu a Galilea [(Lucas 4:14)], saqueó sus bienes [(Marcos 3:27)].
Quitar el pecado y llevar nuestros pecados, era otra cuestión. Satanás, entonces, se apartó de Él por un tiempo [(Lucas 4:13)]. En Getsemaní, él regresa, valiéndose del temor que produce la muerte para angustiar el corazón del Señor. Y era necesario que Él gustase la muerte; y la muerte no sólo era el poder de Satanás, sino el juicio de Dios sobre el hombre, si es que el hombre tenía que ser librado de este juicio, ya que ésta era la porción del hombre; y Él solo, por haber descendido a la muerte, pudo romper sus cadenas. Él se había hecho hombre para que el hombre pudiera ser liberado e, incluso, glorificado. La angustia de Su alma fue completa. "Tristísima está mi alma, hasta la muerte." (Mateo 26:38 - Versión Moderna). Así estaba Su alma, estaba de la manera en que el alma de un hombre debería estar en presencia de la muerte, cuando Satanás extiende todo su poder en ella, con la copa del juicio de Dios todavía sin ser vaciada en ella: sólo Él fue perfecto en ella; esto era una parte de Su perfección sometida a prueba en todo lo que era posible para el hombre. Pero con lágrimas y súplicas, Él hace Su petición a Aquel que tenía poder para salvarle de la muerte [Heb. 5:7]. Por el momento, Su agonía aumenta: al presentársela a Dios, se volvía más aguda. Este es el caso en nuestros pequeños conflictos. Pero así, la cosa está zanjada ante Dios, conforme a la perfección. Su alma entra en ella con Dios; Él ora más fervientemente [(Lucas 22:44)]. Es ahora evidente que esta copa - que Él pone ante los ojos de Su Padre cuando Satanás se la presenta como siendo el poder de la muerte en Su alma - debe ser bebida. Como obediencia a Su Padre, Él la toma en paz. Beberla no es otra cosa que perfecta obediencia, en vez de ser el poder de Satanás. Pero deber ser bebida en realidad; y Jesús sobre la cruz, el Salvador de nuestras almas, entra en la segunda fase de Sus sufrimientos. Él se somete a morir a través del juicio de Dios, lo cual es la separación del alma de la luz de Su rostro. Todo aquello que un alma que no gozaba de nada más que de la comunión con Dios podía sufrir al verse privada de ella, El Señor lo sufrió conforme a la perfecta medida de la comunión que fue interrumpida. No obstante, Él dio gloria a Dios: "Pero tú eres santo, tú que habitas entre las alabanzas de Israel." (Salmo 22:3). La copa - pues yo paso por alto los ultrajes e insultos de los hombres: los podemos perdonar - la copa fue bebida. ¿Quién puede contar los horrores de ese sufrimiento? Los verdaderos dolores de la muerte, entendida como Dios la entendía, sentidos - conforme al valor de Su presencia - divinamente, como por un hombre que dependía de esa presencia como hombre. Pero todo es cumplido; y lo que Dios requería con respecto al pecado está hecho - agotado, y Él es glorificado en cuanto a ello: de modo que Él sólo le queda bendecir a quienquiera que viene a Él por medio de Cristo, quien está vivo y estuvo muerto, y que vive para siempre como hombre, para siempre ante Dios [(Apoc. 1:17-18)].
26.3 - Cristo hecho pecado; abandonado por Dios
Los sufrimientos de Cristo en Su cuerpo (reales como lo fueron), los insultos y las imprecaciones de los hombres, no fueron más que el prólogo de Sus aflicciones, las cuales, privándole como hombre de toda consolación, le dejaron, a Él mismo hecho pecado, completamente en el lugar de juicio, a Sus sufrimientos [46] en relación con el juicio del pecado, cuando el Dios que hubiera sido Su pleno consuelo fue, al abandonarle, la fuente de dolor que dejó todo lo demás sin ser sentido y olvidado.
[46] El Salmo 22 es Su apelación a Dios desde la violencia y la impiedad del hombre, hallándose Él abandonado y hecho pecado ante Sus ojos, pero perfecto. Cristo sufrió todo de parte del hombre - hostilidad, injusticia, deserción, negación, traición, y después, confiándose a Dios, padeció el abandono. ¡Pero qué espectáculo, ver al Único Hombre justo que puso Su confianza en Él, teniendo que declarar, al final de Su vida, y abiertamente ante todos, que Él fue abandonado por Dios!
Traducido del inglés por: B.R.C.O. - 2006.