Direcciones en el servicio


person Autor: John Nelson DARBY 85

flag Temas: El servicio Dios da las direcciones, la dependencia


El autor respondía a la siguiente pregunta formulada por un lector del periódico “Bible Treasury” en 1875: “¿Podemos nosotros, como Pablo en Hechos 19:21, en el mismo espíritu que él, y después de orar, proponernos ir aquí o allá, hacer esto o aquello”?

En primer lugar, creo que confiar espiritualmente en la voluntad de Dios o buscarla con dependencia es un privilegio, sobre todo en el estado de ruina en que se encuentra la Iglesia. Él no puede dejar de guiarnos, si no ¿dónde estaríamos? Pero no puede manifestar su acción en una Iglesia en ruinas de la misma manera que en una Iglesia todavía en su frescor. Nunca lo hace así. «No vemos ya nuestras señales; no hay más profeta, ni entre nosotros hay quien sepa hasta cuándo» (Sal. 74:9). Sin embargo, en Hageo se dice: «Mi Espíritu estará en medio de vosotros», al igual que «Según el pacto que hice con vosotros cuando salisteis de Egipto» (2:5). Creo que la fidelidad es el privilegio especial de ese tiempo. «No has negado mi nombre» (Apoc. 3:8) no dice mucho, pero cuando ese nombre es despreciado por todos lados, es una gran cosa no negarlo, y una gran gracia ser guardado.

A Timoteo el apóstol le recordaba las profecías que se habían hecho anteriormente acerca de él «para que por ellas», dijo, «que pelees… la buena lucha» (1 Tim. 1:18). Usted no puede esperar esto en lo que le concierne. Ha venido con un corazón verdadero a Aquel que le amó, y busca almas para Él. Esto está muy bien; una gracia preciosa nos ha sido dada de esta manera. Sin embargo, no hubo a propósito de usted ningún: «Separadme a Bernabé y a Saulo» (Hec. 13:2), fuente especial de fortaleza, como lo fueron las profecías para Timoteo. Es cierto que la gracia presente es suficiente para sostener a un siervo, y no creo que haya la menor pérdida por este lado, pero el caso es diferente. El que está en el secreto de Cristo podrá sentir y comprender esta diferencia, sin limitar el poder divino. «Tienes poca fuerza» (Apoc. 3:8), pero aquellos a quienes se dice esto son pilares cuando Dios construye su templo. Vemos a Pablo y a sus compañeros, que habían llegado a Misia, que se les impidió llegar hasta Bitinia, porque «el Espíritu de Jesús no se lo permitió» (Hec. 16:7). Se les había impedido proclamar la Palabra en Asia, y fueron guiados, por una visión nocturna, a pasar a Macedonia. Ahora bien, no quiero negar que Dios siempre puede, por medio de su Espíritu Santo, sugerirnos un lugar especial para el servicio; pero no sería en forma de una manifestación manifiesta como la que tenemos aquí.

Repito que considero un privilegio estar echados así sobre el corazón del Señor, si confiamos exclusivamente en él. Pero es un poco diferente cuando, al estar echados sobre él, nuestra debilidad altera nuestra confianza. Incluso un apóstol tuvo que aprender esto. «Cuando llegué a Troas para predicar el evangelio de Cristo, y una puerta me fue abierta en el Señor, no tuve sosiego en mi espíritu, por no haber hallado a Tito, mi hermano» (2 Cor. 2:12-13). Abandonó Troas: «Al llegar a Macedonia, nuestra carne no tuvo reposo, sino que de todas maneras estábamos afligidos; por fuera luchas, por dentro temores» (7:5). Incluso lamentó haber escrito una Epístola que, sin embargo, era inspirada, que operaba como tal con poder, produciendo su efecto inmediato al tiempo que incluía una bendición que aún hoy perdura. Pero, a pesar de todo, tenía confianza. El buen olor de Cristo, para la vida o para la muerte, se manifestaba a través de él, en Macedonia como en Troas. Confiaba en Aquel que lo conducía a donde quería, y que lo llevaba en triunfo cualesquiera que fuesen sus preocupaciones o su estado de ánimo. No podía decir si había hecho bien en dejar Troas, y no encontró más que aflicciones en Macedonia, adonde había ido por amor a los corintios. Pero Dios consuela a los abatidos; es su forma de proceder. Este es el cuadro que nos ofrece este corazón grande y noble. Fue, sin duda, enviado por el Señor mismo y por el Espíritu Santo; pero era un hombre, y tenía que aprender eso, como también que el poder es de Dios.

Y usted, querido amigo, debe aprenderlo también, tal vez en la derrota, pero de todas formas como llevado en triunfo, porque se aplica también a usted. Dios es tan fiel con usted como lo fue con Pablo.

Pero hay otro punto. Somos seres tan pequeños e ignorantes que, aun poseyendo un espíritu no de esclavitud y temor, sino de poder, amor y consejo, necesitamos, como he dicho, que las cosas sean dirigidas para nosotros desde arriba, así como nosotros mismos necesitamos ser guiados. Tomemos el caso que usted supone. Después de orar, estamos guiados a proponernos una visita a una o varias personas. En el camino, nos cruzamos con un alma inquieta, y nos encontramos muy perplejos, preguntándonos si debemos quedarnos con esa persona o continuar con nuestro proyecto de visita. Volvemos a ponernos en camino y nos encontramos con que la persona a la que queríamos ver no aparece está ausente. ¿Debemos pensar que no estábamos guiados? Quizás fue precisamente porque no encontramos al señor en casa en ese momento, a pesar de que habíamos expresado nuestra intención y deseo de verle; no era el momento adecuado, a pesar de que era el momento oportuno para intentar verlo. Admitimos que, si fuéramos perfectos, las cosas no serían así. Pero, por otra parte, puede que el Señor nos haya enviado a este trayecto para que conozcamos a la otra persona, a la que otro día no habríamos podido encontrar quedándonos en casa. Una vez más, todo esto muestra imperfección, lo admito, pero no podemos concluir de ello que no hemos sido dirigidos. Siempre nos gustaría ir con el mejor viento posible, pero eso no es lo que hace a un buen marinero. Las circunstancias que nos muestran nuestra debilidad e imperfección tienen algo que enseñarnos, y nos enseñan la dependencia. No podemos hacer una visita oportuna sin Su mano.

Pero tomemos ahora el ejemplo de un caso en el que hubo incuestionablemente poder. Pablo, apóstol como era, no pudo persuadir a la asamblea de Antioquía de que dejara libres a los cristianos de las naciones (Hec. 15). ¿Dónde estaba su autoridad apostólica? ¡Qué derrota, qué fracaso! Se podría decir. Tuvo que subir a Jerusalén. Supongamos ahora que hubiera logrado convencer a la asamblea de Antioquía: desde un punto de vista humano, se habrían formado 2 iglesias distintas, una en Antioquía, libre, la otra en Jerusalén, judía y practicante de la circuncisión de los gentiles. Pero Jerusalén se vio obligada, por Dios mismo, a decidirse a favor de la libertad de los gentiles, y todo fue bien entonces. Sin duda, el obstáculo era la imperfección, una miserable ignorancia del corazón y los prejuicios; pero la gracia y la sabiduría divinas estaban actuando, Dios obró a través de esta imperfección y prejuicios, y dominó la situación con soberanía. Pablo, como los demás, tuvo que ocupar su lugar bajo esta alta dirección. No nos damos cuenta de lo insignificantes que somos, ni comprendemos la maravillosa gracia que vela por nosotros, nos cuida y se sirve de nosotros tal como somos; «Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros» (2 Cor. 4:7).

Así pues, el servicio que hemos de prestar da lugar a un trabajo que se realiza en nuestro interior, a través del cual hemos de aprender tanto lo que somos como que todo es de Dios, de quien dependemos. Esto no impide que crezcamos en entendimiento espiritual, para ser llenos del conocimiento de su voluntad (Col. 1:9). Tampoco afecta a la verdad de que el Espíritu puede guiarnos en todos los detalles de lo que tenemos que hacer, y conducirnos adonde tenemos que ir, actuando él mismo enteramente en gracia, como le place, pues es soberano.

Como hecho general, la dirección recibida para nuestro servicio no está separada de nuestro estado espiritual, ni de la sencillez de nuestro ojo, ni de ese trabajo interior en el que aprendemos a conocer nuestro corazón, a destetarnos del yo y del espíritu de este mundo. Sí, aprender más plenamente que dependemos de Dios, de su fidelidad tierna y llena de gracia, cuando, después de todo, solo somos hombres, criaturas débiles, mientras que él es soberano, para ser enseñados por él; ¡qué lección! Pero ciertamente, amado hermano, tenemos que velar siempre para ser guiados por su ojo, conducidos por su Espíritu que nos sugerirá la cosa a hacer y el lugar a donde ir. Solo que nuestro estado afecta grandemente nuestra seguridad a este respecto. «El hombre espiritual lo juzga todo» (1 Cor. 2:15). Dios es misericordioso. Aunque Pablo no tuvo éxito en Antioquía, tiene una revelación para ir a Jerusalén.

No sé si tengo más que decir en este punto, excepto que Pablo en Hechos 20:22 no estaba, creo, atado en el Espíritu, sino en su mente (comp. 19:21). Estaba gobernado por la mano de Dios desde arriba, no por la dirección expresa del Espíritu de Dios. Dios lo ordenaba todo para llevar a cabo sus propios consejos. Tampoco debemos olvidar que Pablo no fue a Jerusalén para dar testimonio, sino para llevar las colectas de los santos.


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