Índice general
Sinopsis — Introducción al Nuevo Testamento
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(Fuente autorizada: graciayverdad.net)
1 - La concentración y expansión de la luz divina y la inmensa importancia de las verdades en el Nuevo Testamento
Al proseguir estos estudios de la Escritura, es con una cierta clase de temor que yo me acerco al Nuevo Testamento, no obstante, lo grande que pueda ser la bendición que acompañe al hecho de hacerlo. La concentración y, a la vez, la expansión de la luz divina en esta preciosa dádiva de Dios, la inmensa riqueza de las verdades contenidas en él; la variedad infinita de los aspectos y aplicaciones verdaderas de un mismo pasaje, y de sus relaciones con todo el círculo de verdades divinas; la inmensa importancia de estas verdades, sean éstas consideradas en sí mismas o con referencia a la gloria de Dios o con relación a la necesidad del hombre; la manera en que ellas revelan a Dios y satisfacen esa necesidad - todas estas consideraciones, las cuales yo no puedo más que expresar imperfectamente, llevarían a cualquier persona consciente de su humildad a retirarse de la pretensión de entregar una idea verdadera y adecuada (incluso en principio) del propósito del Espíritu Santo en los libros del Nuevo Testamento. Y conforme más verdad es revelada, más luz verdadera resplandece, más debe ser sentida la incapacidad de uno mismo para hablar de ello, y uno debe tener más temor de oscurecer aquello que es perfecto. Cuanto más pura es la verdad con la que tenemos que ver (y aquí es la verdad misma), más difícil es el empeño de exponerla ante los demás sin dañar, en algunos aspectos, su pureza; y, también, este daño es más fatal. Al meditar en tal o cual pasaje, nosotros podemos comunicar, para el provecho de los demás, la medida de luz que se nos ha otorgado. Pero al intentar dar una idea del libro como un todo, toda la perfección de la verdad misma, y la universalidad del propósito de Dios en la revelación que Él ha hecho de él, todas estas cosas se presentan a la mente; y uno mismo tiembla ante el pensamiento de emprender la tarea de dar una idea verdadera y general, si no es de una forma completa, lo cual ninguna persona realmente cristiana pretendería hacer.
2 - En el Antiguo Testamento Dios ha hablado, pero en el Nuevo Testamento Dios se manifiesta
El Antiguo Testamento quizás puede parecer más difícil que el Nuevo para algunas personas; y esto puede ser así con respecto a la interpretación de ciertos pasajes aislados; pero, aunque los escritores inspirados de esa parte de la Escritura revelan la mente de Dios tal como Él se la comunicó a ellos (y podemos admirar la sabiduría que se descubre allí), no obstante Dios mismo estaba escondido detrás del velo. Nosotros podemos errar o pasar por alto el significado de una expresión, y sufrimos pérdida, pues fue Dios quien habló; pero en el Nuevo Testamento es Dios mismo - humilde, apacible, humano, en la tierra, en los Evangelios; enseñando con luz divina en las comunicaciones subsiguientes del Espíritu Santo; sin embargo, es siempre Dios - quien se manifiesta. Pero si la luz es más resplandeciente, tanto para nuestra guía personal como para el conocimiento de Él, llega a ser una cosa aún más seria malinterpretar estas comunicaciones vivientes, o disfrazar con nuestros propios pensamientos aquello que es la verdad. Pues debemos recordar que Cristo es la verdad. Él es la Palabra. Es Dios quien habla en la Persona del Hijo, quien, siendo verdaderamente hombre, manifiesta también al Padre.
3 - El Nuevo Testamento cumpliendo y eclipsando el Antiguo Testamento e introduciendo lo que es eterno y celestial
Incluso en cuanto a la interpretación misma, a la verdad misma, la luz, la vida eterna, estando en aquello que se nos revela en el Nuevo Testamento, esto se puede contemplar en tantos aspectos, que la dificultad práctica es mucho mayor. Pues esta verdad puede ser contemplada en su valor intrínseco y esencial: Nosotros podemos verla como la manifestación de la naturaleza eterna de Dios, o en su manifestación con respecto a la gloria del Hijo; podemos examinar sus conexiones y sus contrastes con las comunicaciones parciales del Antiguo Testamento, las cuales el Nuevo Testamento cumple y eclipsa mediante su propio resplandor, con la economía del gobierno terrenal de Dios, la cual es puesta aparte a fin de introducir aquello que es eterno y celestial. Puede ser contemplada en sus relaciones con el hombre, pues la vida era la luz de los hombres, habiéndose complacido Dios en manifestarse y glorificarse Él mismo en el hombre, en darse a conocer el hombre, y en constituirle como el medio de revelarse Él a sus demás criaturas inteligentes. En cada pasaje habría algo que decir con respecto a cada uno de estos aspectos; porque la verdad es una, pues es de Dios, pero resplandece sobre todas las cosas, y muestra el verdadero carácter de ellos.
4 - Los conductos del agua pura y viva
No obstante, hay dos cosas que me estimulan; en primer lugar, el hecho de que nosotros tenemos que ver con un Dios de bondad perfecta, quien nos ha dado estas admirables revelaciones para que nos beneficiemos por medio de ellas; y que, en segundo lugar, aunque el manantial de la verdad es infinito y perfecto, aunque estas revelaciones fluyen desde la plenitud de la verdad en Dios, y la comunicación de ellas a nosotros es perfecta, según la perfección de Aquel que hizo esto, no obstante, esto es llevado a cabo por medio de diversos instrumentos, de capacidad limitada en sí mismos, de los cuales Dios hace uso al comunicarnos esta o aquella porción de la verdad. Esta agua pura y viva no ha sido corrompida de ningún modo, pero en cada comunicación ha sido limitada por el propósito de Dios, en el instrumento usado por Él para dispensarla, aunque está aún en conexión con el todo, conforme a la sabiduría perfecta de Aquel que ha comunicado toda la verdad. El conducto no es infinito. El agua que fluye a través de él es infinita, pero no infinita en su comunicación. Ellos en parte profetizaron, y nosotros en parte conocemos. El aspecto y la aplicación de la verdad tienen incluso un carácter especial, conforme al instrumento a través del cual es comunicada. El agua viva está allí en su pureza perfecta. Tal como existe en su manantial, así brota: La forma de la fuente a través de la cual fluye ante los hombres es conforme a Su sabiduría, conforme a quien a la ha formado para que sea Su instrumento para ese propósito. El Espíritu Santo actúa en el hombre, en el instrumento preparado para eso. Dios ha creado, formado, adecuado y adaptado el instrumento, moral e intelectualmente, para tal o cual servicio con respecto a la verdad. Él actúa en el instrumento conforme al objetivo para el cual Él lo ha preparado. Cristo era y es la verdad. Otros lo han comunicado, cada uno conforme a lo que se le dio, y en conexión con aquellos elementos con que Dios había llevado a su mente y a su corazón a estar al unísono, y con ese objetivo para el cual el Espíritu Santo lo había preparado de este modo.
Por lo tanto, dejando atrás mis temores, me dispongo confiadamente al cumplimiento de este servicio, con mi corazón reposando en la bondad perfecta de Dios quien se deleita en bendecirnos. ¡Qué el cabal sentido de mi responsabilidad pueda evitar que me arriesgue en algo que no es conforme a Dios!; y ¡que el Señor pueda, en su gracia, dignarse dirigirme y proporcionarme aquello que será una bendición para el lector!
5 - El carácter del Nuevo Testamento: la presencia de Dios mismo como un Hombre entre los hombres
El Nuevo Testamento tiene, evidentemente, un carácter muy diferente del Antiguo. Aquello que ya he hecho notar constituye la esencia de esta diferencia. El Nuevo Testamento trata de la revelación de Dios mismo, y nos muestra al hombre introducido en justicia a la gloria en la presencia de Dios. Anteriormente Dios había hecho promesas, y él había ejecutado juicios. Él había gobernado un pueblo en la tierra, y había actuado hacia las demás naciones, teniendo en consideración este pueblo como el centro de sus consejos en cuanto a la tierra. Él les había dado su ley, y les había concedido, por medio de los profetas, una luz creciente, la cual anunciaba, como estando cada vez más cercana, su venida, quien les haría saber todas las cosas de Dios. Pero la presencia de Dios mismo, un Hombre entre los hombres, cambió la posición de todas las cosas. O bien el hombre tendría que recibir, como una corona de bendición y de gloria, a Aquel cuya presencia iba a desterrar todo mal, y desarrollar y perfeccionar todo elemento del bien, proporcionando a la vez un objeto que debería ser el centro de todos los afectos, hechos perfectamente felices por el disfrute de este objeto; o bien, rechazándole a él, nuestra pobre naturaleza tendría que manifestarse como siendo enemistad contra Dios, y debería demostrar la necesidad de un orden completamente nuevo de cosas, en el cual la felicidad del hombre y la gloria de Dios debían estar basadas sobre una nueva creación.
6 - Dios rechazado por el hombre, el medio de cumplimiento de los propósitos eternos de Dios para un nuevo orden de cosas
Nosotros conocemos lo que sucedió. Él, quien era la imagen del Dios invisible tuvo que decir, después del ejercicio de una paciencia perfecta, «Padre justo, el mundo no te ha conocido» (Juan 17:25). Es lamentable, aún más que eso: él tuvo que decir, «han visto, y me han aborrecido a mí y también a mi Padre» (Juan 15:24, RVR77).
No obstante, esta condición del hombre no ha impedido de ninguna manera que Dios cumpla sus consejos; al contrario, este estado se convirtió en el medio mediante el cual él lo hizo. Él no rechazaría al hombre hasta que el hombre le hubiese rechazado a él (como en el huerto del Edén, el hombre consciente de pecado, siendo incapaz de soportar la presencia de Dios, se alejó de él antes de que Dios le hubiese expulsado del huerto). Pero ahora que el hombre por su parte ha rechazado completamente a Dios venido en misericordia en medio de su miseria, Dios estaba libre –si uno puede aventurarse a hablar así, y la expresión es moralmente correcta– para llevar a cabo sus propósitos eternos. Pero no es juicio lo que se lleva a efecto, como fue en el caso en Edén, cuando el hombre ya se había alejado de Dios. Es gracia soberana que, cuando el hombre está evidentemente perdido y él mismo ha declarado ser enemigo de Dios, lleva adelante su obra para magnificar su gloria, ante todo el universo, ¡en la salvación de pobres pecadores que le habían rechazado! [1]
[1] Ver Tito 1:2; 2 Timoteo 1:9-10, y comparar con Proverbios 8:22-31, especialmente los versículos 30-31, y Romanos 16:25-26 (leyendo «escrituras proféticas» en vez de «Escrituras de los profetas» - RVR60), Efesios 3:5, 10 y Colosenses 1:26. Bajo la ley Dios nunca salió, y el hombre no pudo entrar. En el cristianismo, Dios salió, y el hombre entró; y estas cosas son de la esencia de ambos. Antes había promesa. Estas son relaciones características.
Pero, a fin de que la sabiduría perfecta de Dios fuese manifestada, incluso en los detalles, esta obra de gracia soberana, en la cual Dios se reveló, debía ser vista como teniendo su debida conexión con todos sus tratos previos revelados en el Antiguo Testamento, y también como dejando su lugar pleno a su gobierno del mundo.
7 - Los cuatro asuntos principales del Nuevo Testamento
Todo esto es la causa de que (aparte de la única gran idea que reina a través de todo el Nuevo Testamento) hay cuatro asuntos en este libro maravilloso que se descubren al ojo de la fe.
Primero, el gran asunto, el hecho dominante, es que la luz perfecta es manifestada: Dios se revela. Pero esta luz es revelada en amor, el otro nombre esencial de Dios.
Cristo, quien es la manifestación de esta luz y amor, y quien, si hubiese sido recibido, habría sido el cumplimiento de todas las promesas, es presentado entonces al hombre, y especialmente a Israel (contemplado en la responsabilidad de ellos), con toda prueba, personal, moral, y de poder –pruebas que los dejó sin excusa.
Segundo, siendo rechazado (un rechazo por medio del cual se consumó la salvación), el nuevo orden de cosas –la nueva creación, el hombre glorificado, la Iglesia participando con Cristo en la gloria celestial– es puesto ante nosotros.
Tercero, la conexión entre el viejo orden de cosas en la tierra y el nuevo, con respecto a la ley, las promesas, los profetas, o las instituciones divinas en la tierra, es mostrada; ya sea exhibiendo el nuevo como el cumplimiento y la puesta aparte de aquello que había envejecido, o al enunciar el contraste entre los dos, y la sabiduría perfecta de Dios, la cual es demostrada en cada detalle de sus caminos.
Cuarto, finalmente, el gobierno del mundo, por parte de Dios, es exhibido proféticamente; y la renovación de las relaciones de Dios con Israel, ya sea en juicio o en bendición, es brevemente pero claramente declarada, en la ocasión de la ruptura de esas relaciones por el rechazo del Mesías.
Se podría agregar que todo lo necesario para el hombre, como peregrino en la tierra hasta que Dios cumpla en poder los propósitos de su gracia, es suministrado abundantemente. Habiendo salido, al llamamiento de Dios, de aquello que es rechazado y condenado, y no aún en posesión de la porción que Dios ha preparado para él, el hombre que ha obedecido este llamamiento necesita algo que le dirija, y que le revele el origen de la fortaleza que él necesita al caminar hacia el objeto de su vocación, y el medio por el cual él puede apropiarse de esta fortaleza. Dios, al llamarle a seguir un Maestro a quien el mundo ha rechazado, no dejó de proporcionarle toda la luz y todas las instrucciones necesarias para guiarle y estimularle en su camino, así como de indicarle las fuentes de fortaleza y como obtener la provisión de ella.
Todo lector de la Biblia entenderá que estos asuntos no son tratados metódicamente y separadamente en el Nuevo Testamento. Si fuese así, habría una dificultad mucho mayor para que ellos fuesen entendidos. Es en vida y en poder, sean de Cristo o del Espíritu Santo en los escritores inspirados, que ellos se descubren a nuestros corazones.
8 - Sus divisiones y sus asuntos
Los Evangelios, en general, nos presentan a Cristo como luz y gracia –con todo, aunque no doctrinalmente–, como Dios mismo, primero es presentado a los hombres en este mundo; también como Aquel en quien las promesas hechas a Israel serían cumplidas; luego abiertamente como una Persona divina en quien los propósitos del Padre serían consumados, siendo contemplados los judíos como réprobos en su posición de entonces. El Apocalipsis, la introducción del gobierno de Dios sobre este mundo en conexión con la responsabilidad bajo la cual sus relaciones con un Dios revelado lo ha colocado. Los escritos de Pablo –la aceptación del hombre y la posición del hombre ante Dios por la redención, la nueva creación, y la Iglesia conforme a los consejos de Dios, el misterio de Dios. Varios asuntos conectados con estos son, no obstante, hallados en todas partes en las Epístolas, y cada desarrollo separado de uno de estos asuntos arroja luz sobre todo el resto. Los escritos de Juan, podemos añadir, tratan particularmente de la manifestación de Dios, y de la vida divina en Cristo, y luego en el hombre vivificado, correspondiéndose como deben, la una a la otra; los escritos de Pedro, nos hablan de la peregrinación cristiana, fundamentada en la resurrección de Cristo, y del gobierno moral del mundo.
9 - La verdad resplandeciendo en la manifestación viva de Dios y en la aplicación viviente a los hombres
Pero, repito, sea en la Persona de Cristo o en las comunicaciones del Espíritu Santo (siendo la vida de Cristo, de un modo u otro, la luz de los hombres), la verdad resplandece en la manifestación viva de Dios, y en su aplicación viviente a los hombres; y también, conforme a la sabiduría de Dios, está conectada con el desarrollo progresivo[2] inherente a la verdad cuando es comunicada al hombre, y adaptada a las necesidades especiales y a las capacidades espirituales de los hombres a los cuales fue dirigida.
[2] Debe entenderse claramente que yo hablo aquí de la verdad revelada en el Nuevo Testamento. Su comunicación, en esta revelación, se volvió gradualmente más clara, al haber sido dado el Espíritu Santo después que el Señor fue glorificado. El apóstol pudo decir, cuando hablaba de la naturaleza de Dios, «cosa que es verdadera en él [Cristo] y en vosotros; porque las tinieblas se van pasando, y la luz verdadera ya resplandece» (1 Juan 2:8, VM). Se trata de un Cristo que es la sabiduría de Dios. En él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad. Toda la plenitud se complació en habitar en él. Él se santificó a sí mismo para que nosotros fuésemos santificados por medio de la verdad. El Espíritu Santo, habiendo tomado las cosas de Cristo y habiéndolas revelado a los apóstoles, los condujo a toda verdad. Ahora bien, todo lo que tiene el Padre es de Cristo: Por eso es que él ha dicho que el Espíritu Santo tomaría de lo suyo, y se los haría saber.
Siendo este el caso, la cuestión de un desarrollo subsiguiente es juzgada. ¿Hay algo más que «la plenitud de la Deidad»? ¿Algo más que «todo lo que tiene el Padre»? ¿Algo más claro que la «luz verdadera»? Pero es esto lo que es revelado. Si uno piensa en el hombre cuyas ideas se originan en él mismo, así como la araña teje su tela de su propia sustancia, sin duda que se podría hablar de desarrollo; pero si el asunto es la revelación de Cristo, mediante la luz verdadera que ya vino, Cristo no aumenta. Y, ciertamente, nosotros no encontraremos nada bueno fuera de «todo lo que el Padre le ha dado». Esto es lo que nosotros poseemos por la revelación. El desarrollo inherente en la comunicación de la verdad al hombre pertenece a su capacidad de recepción (en esto hay progreso para cada uno de nosotros), y a la manifestación de Cristo, desde la época de Juan el Bautista hasta su revelación plena por el Espíritu Santo –una revelación que poseemos en el Nuevo Testamento. Ninguna tradición puede añadir a la revelación de lo que Cristo es. Ningún desarrollo nos puede dar una verdad nueva con respecto a su plenitud. Pero esto es todo. Es de esta forma que las exaltadas pretensiones del hombre son reducidas a nada.
Sin duda las revelaciones del Nuevo Testamento son para los santos en todas las edades; pero ellas fueron dirigidas, hablando históricamente, a hombres vivientes, y adaptadas a su condición. Pero esta circunstancia no debilita de ningún modo la verdad comunicada: Es de Dios, como el apóstol lo expresa, «no somos como muchos, que comercian con la palabra de Dios, sino que, con sinceridad, como de parte de Dios y delante de Dios hablamos en Cristo» (2 Cor. 2:17, LBLA). Y de nuevo, «ni adulterando la palabra de Dios, sino que, mediante la manifestación de la verdad, nos recomendamos a la conciencia de todo hombre en la presencia de Dios» (2 Cor. 2:4, LBLA). Él no añade nada a este vino puro; no lo adultera. Aquello que recibió fluye de él tan puro como lo recibió. [3]
[3] Las declaraciones de 1 Corintios 2 son muy sorprendentes en cuanto a esto, y en estos días son de toda importancia. «Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, y que jamás entraron en pensamiento humano –las cosas grandes que ha preparado Dios para los que le aman [ese era el estado del Antiguo Testamento]. Pero a nosotros nos las ha revelado Dios por medio de su Espíritu» (2 Cor. 2:9, 10, VM); eso es revelación. «Las cuales cosas también hablamos, no con palabras que enseña la sabiduría humana, sino que enseña el Espíritu Santo» (2 Cor. 2:13, VM); eso es la comunicación de ellas, la inspiración. Tercero, «se disciernen espiritualmente» (2 Cor. 2:14, VM); esto es la recepción de ellas. La revelación, el testimonio inspirado, el recibimiento de ellas solamente por medio de la gracia y el poder del Espíritu, todo esto es claramente afirmado.
10 - La Palabra de Dios: su efecto y autoridad
Pero la Palabra de Dios dirigida a los hombres tiene incluso mayor realidad que cualquier mera verdad abstracta; es más directamente de Dios. Nosotros no tenemos ideas de hombres con respecto a Dios, ni los razonamientos de las mentes de los hombres incluso con la verdad como su asunto; ni siquiera la verdad, tal como está en Dios, es sometida abstractamente a la capacidad de los hombres para que ellos la juzguen. Es Dios mismo quien se dirige al hombre, es Él quien le habla, quien comunica sus pensamientos como siendo suyos. «Recibisteis la palabra de Dios», dice el apóstol, «no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios» (1 Tes. 2:13).
El efecto producido en el hombre, al cual le hace reconocer la verdad y la autoridad de la Palabra, ha sido confundido a menudo con un juicio formado por el hombre acerca de la Palabra como acerca de algo que le ha sido sometido. La Palabra nunca puede presentarse así a sí misma. Ello sería negar su propia naturaleza; sería decir: No es mi Dios quien habla. ¿Puede Dios decir que él no es Dios? Si no puede, él no podría hablar y decir que su Palabra no tiene autoridad en sí misma.
La Palabra está adaptada a la naturaleza del hombre: La vida es la luz de los hombres. Hay muchas cosas que producen un efecto de acuerdo a la naturaleza de la cosa a la cual ellas son aplicadas, sin que sean juzgadas por esa cosa. Es el caso en toda acción química. Se me suministra una medicina; yo experimento su efecto. Tiene este efecto de acuerdo a mi naturaleza. De este modo yo me convenzo de este efecto y del poder de la medicina. No es un asunto de que yo forme un juicio acerca de la medicina tal como ha sido sometida a mi capacidad. Se trata de lo mismo, a través de la gracia, con la revelación de Cristo, excepto que la voluntad impía del hombre también se opone y la rechaza, de modo que se convierte en olor de muerte para muerte. La Palabra de Dios nunca es juzgada cuando produce su efecto; ella juzga «los pensamientos y las intenciones del corazón» (Heb. 4:12). El hombre está sujeto a ella; no la juzga.
11 - Las circunstancias históricas dadas son de gran ayuda para comprender lo que se dice
Cuando el hombre, a través de la gracia, ha recibido la Palabra de verdad, la cual se dirige a él como tal, él está en condiciones de comprender todas sus implicaciones por medio de la ayuda del Espíritu Santo; y, en este caso, las circunstancias de las personas, a quienes iba dirigida históricamente, llegan a ser un medio para comprender la intención de la mente de Dios en esa parte de la Palabra que está bajo consideración. Estas circunstancias, como hemos visto, no afectan de ningún modo la pureza divina de la Palabra; pero, puesto que Dios habla a los hombres de acuerdo con la condición de ellos, esta condición, presentada a nosotros en la Palabra misma, es una ayuda muy grande para comprender aquello que se dice. Esta condición es entendida solamente por medio de la Palabra, y mediante la ayuda del Espíritu Santo. Algunas veces se trata del efecto de la impiedad del corazón humano; algunas veces depende en parte de las dispensaciones de Dios.
12 - La luz de la Palabra dentro del alcance de los hombres y aplicable a la condición de ellos
Independientemente de cómo es esto, la gracia se dirige a los hombres de acuerdo a su condición,[4] conforme a la fidelidad de Dios a sus promesas, y en conexión con sus caminos, los cuales él ya les ha enseñado. No se trata de que (habiendo venido la luz verdadera) esta luz sea oscurecida o disminuida para acomodarla a las tinieblas. Si se hiciera esto, ya no sería más lo que es, ni sería capaz de levantar al hombre liberándole de la condición en la que se encuentra; pero es comunicada de tal modo que esté dentro del alcance de los hombres y aplicable a la condición de ellos. Esto era lo que ellos necesitaban; era esto lo que era digno de Dios.
[4] Se trata de Dios que ha venido en gracia en medio del mal –gracia adaptada al hombre que está en este mal. Ella revela a Dios como nada más lo hace, pero se adapta al hombre no obstante lo malo que este pueda ser, sí, malo como él es. Así que mientras da lo que es puramente celestial y divino, esto lo hace, y mucho más por cuanto se adapta de este modo, enfrentando el mal aquí. Esto, aunque revela a Dios tal como él será conocido en el cielo, es, en cuanto al hecho de su operación, desconocido en un paraíso terrenal o celestial –el bien en medio del mal. Los ángeles desean mirar en ello. Además, se trata de soberanía, gracia y sabiduría, lo que el simple bien no puede ser, aunque conduce a ello en su forma más elevada.
Él solo pudo hacerlo. Y esto es igualmente verdad por cuanto es aplicable a los asuntos de los que el Señor habla, y a aquellos de los que el Espíritu Santo habla a través de los apóstoles. Él puede dirigirse a judíos, convertidos pero ligados aún al sistema judío, a fin de sacar a la luz las intenciones de Dios (siempre fiel a sus promesas) con respecto a su pueblo; así como él también, cuando es elevado a lo alto, comunica por su Espíritu todas las consecuencias de la unión de la Iglesia con él mismo en los lugares celestiales, fuera de todos los tratos de Dios en la tierra. Y a aquellas almas que se estaban alimentando de elementos terrenales, contrarios a esta elevación celestial, y que no se asían de ella, de lo que los liberaría de esta tendencia mundana y carnal –a los tales él podría mostrar las pruebas del mal en el cual estaban cayendo; y esto él lo podría hacer con medios que los traería a estar al unísono con las verdades eternas de Dios, de un modo que, aunque elemental, juzgaría esta disposición carnal que se halla en todo tiempo en aquellos que no se elevan a la altura de los propósitos de Dios. O el Espíritu podría revelar la verdad más sencillamente en la elevación apropiada a ella. Él podría detenerse en las características esenciales de la naturaleza de Dios, a fin de juzgar todo lo que pretendiera, bajo las formas más plausibles, ser una luz cristiana, pero que pecase contra esa naturaleza en las cosas más simples; y vincular de este modo las almas más simples y más inmaduras con las cualidades más exaltadas de Dios, en la esencia de su naturaleza.
13 - Comprensión de la verdad divina y de la verdad práctica realizada en el alma
La comprensión (derivada de las mismas Escrituras, en las que se hallan estas cosas) de la posición de aquellos a quienes ellas se dirigen es de gran utilidad, bajo la guía del Espíritu Santo, a fin de entender la verdad divina contenida en ellas; verdad que es absoluta, pero, por la gracia de Dios, verdad aplicada, verdad práctica, realizada en el alma por el poder de Dios obrando en ella, y guardándola por medio de esta verdad de la tendencia carnal del corazón a caer en esos males que daban la oportunidad a las Escrituras de hablar de ellos; la verdad que desciende a nosotros, en cualquier condición que nos encontremos, no por medio de alterar su carácter para acomodarse a nosotros, no por medio de tomar una forma conforme a nuestra condición, sino que desciende a nosotros a fin de elevarnos hasta la fuente desde la cual ella descendió, y de la cual nunca se separa (ya que la verdad comunicada a nosotros es siempre la verdad en Dios y en Cristo, con el objeto de elevarnos moralmente a toda la altura de la naturaleza divina); «cosa que es verdadera en él y en vosotros; porque las tinieblas se van pasando, y la luz verdadera ya resplandece» (1 Juan 2:8, VM). Es el efecto de la intervención de Cristo, a quien estamos unidos por el Espíritu Santo, y quien es uno con Dios el Padre.
14 - Cristo, el centro de los consejos de Dios
Esta verdad de que las comunicaciones de Dios están adaptadas a la posición de aquellos quienes las han recibido históricamente, nos lleva a la comprensión de todos los consejos de Dios; pues, en estos consejos, él se revela en su autoridad, su sabiduría y su soberanía, así como él se da a conocer en su naturaleza por la revelación de sí mismo en Cristo. Cristo es el centro de estos consejos, pero toda familia en los cielos y en la tierra están dispuestas bajo el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Ángeles, principados, potestades, judíos, gentiles, todo lo que se nombra será colocado bajo su autoridad (la iglesia estando unida a él en su gloria). Ahora bien, los consejos de Dios con respecto a nosotros están revelados en su Palabra; y, aunque Dios no nos habla a fin de satisfacer nuestra curiosidad, muchos asuntos, fuera de la salvación estrictamente hablando, los cuales están conectados con esta supremacía de Cristo, están relacionados también con aquello que Dios nos presenta para nuestra enseñanza, como el progreso de esta en su modo de obrar aquí abajo.
15 - El Nuevo Testamento demuestra la armonía en los modos de Dios
De esta manera, aunque Sus intenciones con respecto a los judíos puedan estar, naturalmente, mucho más desarrolladas en el Antiguo Testamento, aun así la conexión de la historia de ellos con los asuntos del Nuevo Testamento, la transición histórica de la economía antigua a la nueva, la reconciliación de las promesas hechas a los judíos con la universalidad de la economía evangélica: todos estos asuntos deben tener necesariamente un lugar en el Nuevo Testamento, si los modos de Dios han de ser conocidos por nosotros. Yo digo, los modos de Dios, pues no tenemos que pensar solamente en los judíos; es Dios quien actúa y quien se da a conocer en su modo de obrar. De esta forma, aunque la luz plena se muestra en el Nuevo Testamento, nosotros encontramos estas cosas dirigidas a los judíos, y a los discípulos quienes habían formado parte de ese pueblo, lo cual revela el modo de obrar de Dios hacia ellos. Y sin estas revelaciones, y si ellas no se refiriesen a la posición de ese pueblo, no habría armonía en los modos de Dios; al menos esta estaría oculta para nosotros y no existiría moralmente. Esto se refiere a la doctrina, a la historia (es decir, a la presentación del Mesías), a la profecía, la cual muestra la fidelidad de Dios, y al juicio sobre ese pueblo.
16 - Dios es conocido, disfrutado y glorificado
A fin de que nosotros podamos conocer a Dios –el Dios que ha condescendido a intervenir en los asuntos de este mundo– una simple luz no es suficiente. Él debe ser conocido, no solamente como él es en su naturaleza, aunque eso es algo esencial y principal, sino como él se ha revelado en la totalidad de sus modos; en esos detalles en los cuales nuestros corazones pequeños, estrechos, pueden conocer su amor fiel, paciente, condescendiente; en esos modos de obrar que desarrollan la idea abstracta de su sabiduría, de modo de hacerla accesible a nuestra inteligencia limitada, la cual puede descubrir en ella cosas que han sido realizadas entre los hombres –aunque completamente sobre y más allá de toda la previsión de ellos, pero que han sido anunciadas por Dios, de modo que nosotros sabemos que son de él. Sobre todo, Dios se ha complacido en relacionarse de un modo especial con el hombre en todas estas cosas; ¡maravilloso privilegio de su débil criatura! La filosofía –insensible, intolerante, e incluso esencialmente insensata en sus argumentos– sostendría que el mundo es demasiado pequeño para Dios como para que él emplee su tiempo en un ser impotente como es el ser humano, en aquello que es apenas un mero punto en un universo inmenso.
¡Despreciable disparate! Como si la extensión material del teatro del universo fuese la medida de las manifestaciones morales obradas en él, y de la guerra de principios que llegan allí a su punto culminante. Aquello que sucede en este mundo es el espectáculo que descubre ante todas las inteligencias del universo los modos y el carácter y la voluntad de Dios. Nos toca a nosotros recibir por esa razón, por medio de la gracia, comprensión y poder, para que podamos gozar esto, y que Dios pueda ser glorificado en nosotros –y no solo por nosotros, lo que será verdad de todas las cosas, sino en nosotros. Este es nuestro privilegio, por medio de la gracia que es en Cristo, y por nuestra unión con él quien es sabiduría de Dios y poder de Dios. Mientras más seamos como niños, obedientes y humildes, más comprenderemos esta gloriosa posición. En el futuro conoceremos como somos conocidos. Entre tanto, mientras más Cristo sea objetivamente nuestra porción y nuestra ocupación, más nos pareceremos subjetivamente a él. ¡Gracias sean dadas a Dios! Él ha escondido estas cosas de los sabios y entendidos, y las ha revelado a los niños. «Mas en verdad», dice el apóstol, «hablamos sabiduría entre los perfectos; bien que no la sabiduría de este siglo, ni de los jefes de este siglo, los cuales van llegando a su fin: mas hablamos la sabiduría de Dios en misterio; es decir, la sabiduría que ha estado encubierta, la cual predestinó Dios, antes de los siglos, para gloria nuestra» (1 Cor. 2:6, 7, VM).
17 - El orden de las verdades reveladas en el Nuevo Testamento
Presentemos ahora una idea general de los contenidos del Nuevo Testamento, o más bien del orden en que las verdades contenidas en él son reveladas.
No necesitamos apartarnos del orden en que estos libros están colocados usualmente, sin atribuirle, no obstante, ninguna importancia a esto. [5]
[5] En algunas biblias alemanas, así como en varias ediciones católico-romanas, y en muchos manuscritos, el orden es diferente. Para el propósito propuesto aquí esta diferencia no tiene importancia. Todos saben que el arreglo de los libros no tiene nada que ver con la revelación misma.
El primer asunto que se presenta es la historia y la Persona del Señor Jesús, contenido en los cuatro Evangelios.
La segunda es el establecimiento de la Iglesia y la propagación del evangelio en el mundo después de su ascensión. La historia de esto es presentada en los Hechos de los Apóstoles.
Después, el desarrollo de la doctrina verdadera de Cristo, el cuidado otorgado por los apóstoles a las iglesias y a las almas individuales, con las instrucciones necesarias para un caminar que glorificaría al Señor mientras se espera su regreso, la refutación de los errores por los cuales el enemigo buscó corromper la fe, y las instrucciones necesarias para preservar a los fieles de las seducciones de la malignidad de sus instrumentos. Todos estos asuntos, especialmente el primero, atañen la gloria personal del Señor. Nos referimos evidentemente a los contenidos de las Epístolas.
En último lugar, encontramos las profecías que anuncian el mal que empañaría y corrompería el testimonio rendido de Cristo en el mundo, y el cual, cuando estará plenamente desarrollado, conducirá al juicio. Estas profecías revelan también el progreso de los juicios de Dios, que finalizarán con la destrucción de aquellos enemigos que se atreverán a rebelarse abiertamente contra el Cordero, el Rey de Reyes y Señor de Señores; y, asimismo, la gloria y bendición que sucederán a esos juicios. Este último asunto vincula las enseñanzas cristianas con las revelaciones de los caminos de Dios en cuanto al gobierno del mundo. Esto es ampliamente desarrollado en el Apocalipsis; pero en diversas epístolas su conexión con la decadencia de la Iglesia es mostrada.
18 - Los cuatro Evangelios presentan los varios caracteres de Cristo en un modo vívido
Comenzaremos, naturalmente, con los Evangelios, los cuales nos entregan la historia de la vida del Señor y lo presentan a él a nuestro corazón, ya sea por sus acciones o por sus discursos, en los varios caracteres que le hacen precioso en todos los aspectos para las almas de los redimidos, conforme a la medida de la inteligencia otorgada a ellos, y conforme a su necesidad –caracteres que, aunque él es visto aquí en humillación,[6] juntos forman la plenitud de su gloria personal, hasta donde seamos capaces de comprenderlo aquí abajo en estos nuestros vasos terrenales.[7]
[6] Comparar con 1 Corintios 2:8
[7] Con el propósito de ser entendido claramente, quizás yo debería excluir Su relación con la Iglesia –un asunto que nosotros encontramos en las Epístolas; pero no incluyo, en la expresión «su gloria personal», esta parte muy preciosa de la doctrina de Cristo. Con la excepción del hecho de que él construiría una Iglesia en la tierra, es solamente por el Espíritu Santo enviado después de su ascensión que él dio a conocer a los apóstoles y profetas este misterio demasiado precioso para admitir precio.
Es evidente que, conforme a los consejos de Dios, y de acuerdo a las revelaciones de su Palabra, el Señor debe unir en sí mismo más de un carácter en la tierra para la consumación de su gloria y para el mantenimiento y manifestación de la gloria de su Padre. Pero, para que esto pudiese suceder, él también debe ser algo, para que pudiera ser visto a la luz de su verdadera naturaleza, caminando aquí abajo. Él indispensablemente tenía que cumplir el servicio que le era necesario rendir a Dios, como siendo él mismo el siervo verdadero; y esto, sirviendo a Dios por la Palabra, en medio de su pueblo, conforme al Salmo 40 (por ejemplo, los v. 8-10), Isaías 49:4, 5, y muchos otros pasajes.
Una multitud de testimonios habían anunciado que el Hijo de David se sentaría, por parte de Dios, en el trono de su Padre; y la consumación de los consejos de Dios con respecto a su pueblo terrenal está ligada en el Antiguo Testamento con Aquel que vendría de este modo y quien en la tierra estaría en la relación de Hijo de Dios para con Dios el Señor.
El Cristo, el Mesías, o, la que no es sino la misma palabra traducida, el Ungido, vendría y se presentaría a Israel, conforme a la revelación y a los consejos de Dios. Y esta simiente prometida iba a ser Emanuel (Dios con nosotros), o sea Dios con el pueblo.
Pero este carácter de Mesías, aunque la expectativa de los judíos escasamente iba más allá –y ellos incluso esperaban eso a su propia manera, meramente como la exaltación de su propia nación, no teniendo ningún sentido de sus pecados o de las consecuencias de sus pecados– este carácter de Mesías no era todo lo que la palabra profética, la cual declaraba los consejos de Dios, había anunciado con respecto a Aquel a quien incluso el mundo estaba esperando (Mat.2:1, 2).
Él iba a ser el Hijo del hombre –un título que el Señor Jesús ama llamarse a sí mismo– un título de gran importancia para nosotros. Me parece que el Hijo del hombre es, de acuerdo con la Palabra, el Heredero de todo aquello que los consejos de Dios destinaron para al hombre como su porción en la gloria, todo aquello que Dios otorgaría al hombre conforme a esos consejos (Dan. 7:13, 14; Sal. 8:5, 6; 80:17; Prov. 8:30, 31). Pero para ser el Heredero de todo aquello que Dios destinó para el hombre, él tenía que ser un hombre. El Hijo del hombre era verdaderamente de la raza del hombre –¡verdad preciosa y consoladora! nacido de mujer, real y verdaderamente un hombre, y, participando de carne y sangre, hecho semejante a sus hermanos.
En este carácter él iba a sufrir y a ser rechazado, para que pudiese heredar todas las cosas en un estado totalmente nuevo, resucitado y glorificado. Él iba a morir y a resucitar, la herencia (la humanidad) estaba corrompida, y el hombre en rebelión –siendo sus coherederos tan culpables como el resto.
Pero él iba entonces a ser el Siervo, el gran Profeta, aunque Hijo de David e Hijo del hombre, y por lo tanto verdaderamente un hombre en la tierra, nacido bajo la ley, nacido de mujer, del linaje de David, heredero de los derechos de la familia de David, heredero de los destinos del hombre conforme al propósito y los consejos de Dios. Pero para ser esto él tenía que glorificar a Dios de acuerdo a la posición en que estaba el hombre como fallido en su responsabilidad, asumir esa responsabilidad de modo de glorificar a Dios allí, pero mientras estuviera aquí, dando el testimonio de un profeta, el Testigo fiel.
Pero, ¿quién iba a ser todo esto? ¿Era solamente una gloria oficial que el Antiguo Testamento había dicho que un hombre iba a heredar? La condición de los hombres, manifestada bajo la ley, y sin la ley, demostró la imposibilidad de hacerlos partícipes de la bendición de Dios tal como eran. Y, de hecho, el hombre necesitaba, sobre todo, ser reconciliado con Dios, aparte de toda dispensación y gobierno especial de un pueblo terrenal. El hombre había pecado, y la redención era necesaria, para la gloria de Dios y la salvación del hombre. ¿Quién la cumpliría? El hombre la necesitaba. Un ángel tenía que mantener y ocupar su propio lugar y no podía hacer nada más; él no podía ser un salvador. Y, ¿quién entre los hombres podía ser el heredero de todas las cosas y tener todas las obras de Dios puestas bajo su dominio, conforme a la Palabra? Era el Hijo de Dios quien las heredaría; era el Creador de ellas quien las poseería. Él entonces, quien iba a ser el Siervo, el Hijo de David, el Hijo del hombre, el Redentor, era el Hijo de Dios, Dios el Creador.[8]
[8] El acto de creación, generalmente cuando no se menciona como siendo de Dios, sino distinguiendo las personas de la Deidad, es siempre atribuido al Hijo o al Espíritu.
Los Evangelios, en general, descubren estos caracteres de Cristo, no de una forma dogmática (solamente el de Juan tiene, hasta un cierto punto, esa forma), sino relatando de un modo tal la historia del Señor como para presentarla en estos diferentes caracteres, de una forma mucho más vívida que si solamente nos hubiesen sido presentados en forma de doctrina. El Señor habla de acuerdo a tal o cual carácter; él actúa en uno o en el otro; así que le vemos a él mismo llevando a cabo aquello que pertenecía a las diferentes posiciones que nosotros sabemos son de él conforme a la Escritura.
19 - Cristo revelado como una Persona a quien conocemos; la plenitud de la gracia de Dios
De este modo, no solamente el carácter es mucho mejor conocido en sus detalles morales, de acuerdo con su verdadera importancia escrituraria, así como el significado y el propósito de Dios revelado en ello, sino que Cristo mismo llega a ser en estos caracteres, más personalmente, el objeto de la fe y de los afectos del corazón. Se trata de una Persona que conocemos, y no meramente de una doctrina. Por este precioso medio que Dios se ha dignado utilizar, las verdades con respecto a Jesús están mucho más conectadas con lo que sucedió antes, con la historia del Antiguo Testamento. El cambio en los tratos de Dios está unido a la gloria de la Persona de Cristo, en conexión con lo cual esta transición desde las relaciones de Dios con Israel y el mundo al orden celestial y cristiano tuvo lugar.
Este sistema celestial, aunque posee un carácter más enteramente distinto del judaísmo, lo que hubiese sido el caso si el Señor no hubiese venido, no es una doctrina que anula, contradiciendo, aquel que lo precedió. Cuando Cristo vino, él se presentó a los judíos, por un lado, como sujeto a la ley, y por el otro, como la Simiente en la cual las promesas se iban a cumplir. Él fue rechazado; así que este pueblo, no solamente había quebrantado la ley, algo que ellos habían hecho desde el Sinaí,[9] sino que perdieron todo derecho a las promesas, y las promesas sin condición siempre destacaron la plenitud (véase Rom. 10). Dios pudo entonces introducir la plenitud de Su gracia.
[9] Es solemne pero instructivo señalar que en todo lo que Dios ha establecido, la primera cosa que ha hecho el hombre ha sido arruinarlo. El hombre mismo en primer lugar, con Adán. Luego Noé, la nueva cabeza del mundo, se embriagó. Después el becerro de oro cuando la ley era dada. El sacerdocio ofreciendo fuego extraño (Lev. 10:1). Salomón volviéndose a la idolatría y arruinando el reino. Nabucodonosor haciendo la estatua de oro y persiguiendo a los siervos del Dios verdadero. Dios continuó en gracia, pero el sistema había fallado Del mismo modo, yo no dudo, es con respecto a la Iglesia. Todo será cumplido más gloriosamente en el segundo Adán.
Al mismo tiempo los tipos, las figuras, tuvieron su cumplimiento; la maldición de la ley se ejecutó; las profecías relacionadas con la humillación de Cristo se cumplieron; y las relaciones de todas las almas con Dios –siempre necesariamente unidas a su Persona, una vez que él hubiese aparecido– fueron relacionadas con la posición tomada por el Redentor en el cielo. Por eso la puerta fue abierta a los gentiles, y el propósito de Dios con respecto a la Iglesia, el cuerpo del Cristo ascendido, fue plenamente revelado. Hijo de David conforme a la carne y declarado ser Hijo de Dios con poder por la resurrección de entre los muertos, él «se puso al servicio de los de la circuncisión para mostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres, y para que los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia» (Rom. 15:8, 9, RVR77). Él fue el primogénito de entre los muertos, la cabeza de su cuerpo la Iglesia, para que en todo pudiera tener la preeminencia.
20 - El nuevo orden de cosas ligado a la Persona de Cristo glorificado, pone su sello en todo lo que lo precedió
La gloria del nuevo orden de cosas fue de tal manera más excelente, de tal modo más exaltado sobre todo el orden terrenal que lo había precedido, que fue ligado a la Persona del Señor, y a él como hombre glorificado en la presencia de Dios su Padre. Y al mismo tiempo, aquello que sucedió pone su sello sobre todo aquello que lo había precedido, como habiendo tenido su verdadero lugar y habiendo sido ordenado por Dios; porque el Señor se presentó en la tierra en conexión con el sistema que existía antes de que él viniese.
21 - Cristo como es presentado en los tres primeros Evangelios y en Juan
Los tres primeros Evangelios nos brindan la presentación de Cristo al hombre responsable, y especialmente a Israel. Juan nos presenta el carácter divino y eterno del Señor, siendo contemplado Israel desde el capítulo 1 como habiéndole rechazado, y ellos mismos endurecidos y rechazados, y el mundo igualmente insensible a la presencia de su Creador; por esto la gracia eficaz y soberana, el hecho de nacer de nuevo, y la cruz como el fundamento de las cosas celestiales, salen plenamente a la luz en este Evangelio.
Traducido del inglés por: B.R.C.O. - Marzo 2006.