Índice general
Fuera del campamento
Autor:
La decadencia, la ruina, el declive, los remanentes
Tema:Introducción
En esta sección, se exponen punto por punto las diferencias bíblicas entre el judaísmo y el cristianismo, incluyendo lo que significa: «Salgamos a él (Cristo), fuera del campamento, llevando su oprobio» (Hebr. 13:13). Se dan las razones bíblicas para que los creyentes dejen los sistemas religiosos y las sectas de los hombres y se reúnan en el Nombre y la Persona de nuestro Señor Jesucristo de manera sencilla y en la posición gloriosa que la Palabra de Dios establece para todos los creyentes. La Escritura deja muy claro que todos los creyentes de nuestra presente dispensación son miembros, desde el momento de su salvación, de la única Iglesia reconocida en la Escritura, el Cuerpo de Cristo (Efe. 1:22-23; Col. 1:18). Por lo tanto, no necesitan unirse a ninguna otra “iglesia”, sino que simplemente caminan por el sendero de las Escrituras que responde a su maravillosa posición como miembros de esa única Iglesia verdadera.
Fuera del campamento
«Esto lo dijo respecto del Espíritu, que los que creían en él recibirían; pues el Espíritu Santo no había sido dado todavía por cuanto Jesús no había sido aún glorificado» (Juan 7:39).
«Así que salgamos a él, fuera del campamento, llevando su oprobio» (Hebr. 13:13).
En el Evangelio según Juan, tenemos en Cristo la presentación de lo que es completamente nuevo sobre la tierra. El sistema religioso que existía antes de la venida de Cristo –antes de que “el Verbo se hiciera carne y habitara entre nosotros” (Juan 1:14)– se deja de lado ante la introducción del cristianismo. En el primer capítulo la ley de Moisés da paso a «la gracia y la verdad» que «vinieron por Jesucristo» (1:17). En el segundo capítulo el templo judío es dejado de lado por «el templo de su cuerpo» (2:21). En el tercer capítulo las «cosas de la tierra» dan lugar a las «cosas del cielo» (3:12). En el cuarto capítulo, las aguas menguantes de esta vida pasajera dan paso a «la fuente de agua que salta para vida eterna» (4:14), y el culto a Jerusalén se aparta por el culto al Padre en espíritu y verdad. En el quinto capítulo, todo el sistema legal con el estanque, el ángel y el día de reposo es dejado de lado por la voz todopoderosa del Hijo de Dios. En el sexto capítulo, el pan natural, que sostenía la vida natural, es arrojado a la sombra por «el pan que descendió del cielo» (6:33) para dar y sostener una vida nueva y celestial. El séptimo capítulo trae ríos de agua viva a este mundo seco y estéril. Los capítulos octavo y noveno traen la luz de la vida a un mundo de oscuridad y muerte. En el décimo capítulo, el rebaño cristiano ocupa el lugar del rebaño judío y, finalmente, en el undécimo capítulo, el Hijo de Dios, actuando con el poderoso poder de la vida de resurrección, anula el poder de la muerte y del sepulcro. En lo que sigue examinaremos estos dos sistemas –el antiguo y el nuevo– en once puntos.
1 - Primero
Las cosas viejas pasan y en Cristo se introducen todas las cosas nuevas. Pero, además, hemos traído ante nosotros los dos grandes hechos sobresalientes del período cristiano sobre la base de los cuales se establecen las cosas nuevas del cristianismo, y por los cuales se mantiene la verdad del cristianismo. Estos dos hechos distintivos se anuncian proféticamente en Juan 7:39. En el último y gran día de la fiesta –el día que mira hacia un nuevo mundo de deseos satisfechos– el Señor invita a todo el mundo a venir a él y a beber. También habla del resultado presente para el que viene. Este se convertirá en un canal de refresco en este mundo necesitado. Luego se nos dice definitivamente que el Señor está hablando del Espíritu Santo que deben recibir los que creen en él. Los verdaderos creyentes acompañaron al Señor en su camino terrenal, pero no habían recibido el Espíritu Santo. Luego se nos dice que el don del Espíritu Santo en la tierra esperaba la presencia de Cristo en la gloria, como leemos «El Espíritu Santo no había sido dado todavía por cuanto Jesús no había sido aún glorificado» (v. 39). Aquí tenemos entonces los dos grandes rasgos distintivos del cristianismo.
- Hay un Hombre en la gloria.
- Hay una Persona Divina en la tierra.
Cristo como Hijo del hombre está sentado en la gloria, el Espíritu Santo –una Persona divina– está presente en la tierra.
2 - Segundo
Hay cuatro grandes hechos sobresalientes que todo cristiano debe valorar. Primero, la cruz; segundo, la sesión de Cristo en la gloria; tercero, la presencia del Espíritu Santo en la tierra, y cuarto, la segunda venida de Cristo. Todos los verdaderos cristianos hacen mucho hincapié en la cruz; generalmente, también, esperan la segunda venida de Cristo. Pero tristemente, los dos hechos centrales son casi ignorados y su significado se pierde, y sin embargo esos dos hechos centrales son las marcas distintivas de la presente dispensación. Las bendiciones de la cruz no se limitan a este período presente. Todos los santos de todas las épocas, ya sean pasadas, presentes o futuras, encuentran en la cruz la base justa de toda bendición. La venida de Cristo tampoco puede limitarse a los santos del período actual. Este gran acontecimiento, de una u otra forma, afectará a todos los santos de todas las dispensaciones. Pero los dos grandes hechos intermedios dan al cristianismo su carácter único y distinguen el período cristiano de todo lo que fue antes y de todo lo que está por venir. Nunca antes en la historia de este mundo pudo decirse que hay un Hombre en la gloria y una Persona divina en la tierra, y nunca más se repetirá. Estos hechos pertenecen exclusivamente al período cristiano, y sobre ellos se establece la Iglesia y por ellos se mantiene la Iglesia. Solo cuando Cristo fue glorificado como Cabeza resucitada y exaltada, y el Espíritu Santo vino a bautizar a los creyentes en un solo Cuerpo, pudo formarse la Iglesia, y en su paso por este mundo es mantenida por Cristo en la gloria y el Espíritu Santo en la tierra. Incluso su último paso del viaje terrenal al hogar celestial será tomado en respuesta a la voz del Hombre en la gloria y el poder vivificador del Espíritu Santo en la tierra (1 Tes. 4:16; Rom. 8:11).
Si estas son las marcas distintivas del período cristiano, no debería sorprendernos que se conviertan en el objeto incesante del ataque del enemigo. El diablo sabe muy bien que, si logra oscurecer estas dos verdades, logrará robarnos todo pensamiento verdadero de “Cristo y la Iglesia”. No le importa si somos santos legales según el modelo de una dispensación anterior o si buscamos ser santos milenarios según el modelo del mundo venidero, si solo puede impedir que seamos santos celestiales según el propósito de Dios para el momento presente. La incesante hostilidad del enemigo se muestra siempre al tratar de robarle a Cristo su gloria y a los santos sus bendiciones. Sin embargo, si por la gracia de Dios estos dos grandes hechos son recibidos y mantenidos en poder en nuestras almas, tendremos la clave del período cristiano y el camino de recuperación de la verdad de ese gran misterio: Cristo y la Iglesia.
3 - Tercero
En los primeros capítulos de los Hechos tenemos el registro del cumplimiento histórico de estos dos hechos sobresalientes. En el primer capítulo, Cristo es recibido en la gloria. Mientras estaba de pie, como resucitado, en medio de sus discípulos, habiendo pronunciado sus últimas palabras, «fue elevado viéndolo ellos; y una nube lo recibió y lo ocultó a su vista» (1:9). En el segundo capítulo el Espíritu Santo es recibido en la tierra. Los discípulos «estaban todos juntos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un estruendo, como de un viento fuerte e impetuoso, y llenó toda la casa donde estaban sentados. Aparecieron lenguas como de fuego, y se repartieron posándose sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo» (2:2-4).
El resultado inmediato es que los discípulos son bautizados en un solo Cuerpo, unidos a Cristo la Cabeza en el cielo. Se forma la Iglesia, se predica el Evangelio, se exponen las espantosas obras de los hombres, se declaran las maravillosas obras de Dios, se convierten 3.000 almas y se hacen adiciones a la Iglesia diariamente.
Así se encuentra en la tierra una Asamblea de personas apartadas de este mundo, pertenecientes a otro mundo, sacando todos sus recursos de Cristo en la gloria y controlados por el Espíritu Santo en la tierra.
4 - Cuarto
El efecto de estos dos grandes hechos sobre el santo individual se expone de manera sorprendente en la historia de Esteban. En este devoto siervo vemos un santo característico del período cristiano, según el pensamiento de Dios, y por lo tanto el despliegue de los rasgos morales que deberían haber marcado a toda la Iglesia durante la ausencia de Cristo.
Los versículos finales de Hechos 7 presentan a un hombre en la tierra habitado por una Persona divina –el Espíritu Santo– y que obtiene todos sus recursos de un Hombre en la gloria. Como leemos, «lleno del Espíritu Santo, miraba fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios» (v. 55). Siguen los benditos efectos:
1. Él «miraba… al cielo». Un hombre en la tierra, lleno del Espíritu Santo, mira hacia arriba. Tal hombre no es indiferente a lo que está dentro o a lo que está alrededor, pero característicamente no está marcado por mirar dentro o por mirar alrededor. Mirar hacia adentro es deprimirse, mirar alrededor es confundirse, pero mirar hacia arriba es no ver a ningún hombre más que a Jesús solamente.
2. Miró hacia arriba «fijamente». Como dice una mejor traducción: «Fijó sus ojos» en otra escena y se negó a ser distraído por la maldad de este mundo, por un lado, o detenido por sus atracciones por el otro.
3. «Miraba fijamente al cielo». El hombre lleno del Espíritu Santo está unido al cielo mientras pasa por la tierra. Tal persona se da cuenta de que es partícipe del llamado celestial. En la medida en que nos sometamos al control del Espíritu Santo, seremos conducidos al llamamiento celestial, así como Rebeca de antaño, consintiendo en ir con el siervo, fue conducida desde la tierra de sus padres para tener parte con Isaac en una nueva tierra (Gén. 24). Ignorando la presencia del Espíritu Santo la Iglesia se ha instalado en la tierra, acallando su conciencia con mucho celo por el bien del hombre.
4. Esteban, mirando al cielo, ve «la gloria de Dios». Todo en este mundo habla de la gloria del hombre. Pero el hombre lleno del Espíritu Santo ya no se ocupa de la gloria desvanecida de los hombres moribundos, sino que mira a una escena en la que todo y todos hablan de la gloria de Dios. «En su templo todo proclama su gloria» (Sal. 29:9).
5. No solo ve la gloria, sino que ve la gloria de Dios «y a Jesús». Ve a un Hombre en la gloria. En el punto más brillante del universo, donde Dios se muestra plenamente en todas sus infinitas perfecciones, ve a un Hombre. Todos los demás hombres pueden estar lejos de la gloria de Dios, pero por fin se encuentra un hombre –el Hombre Cristo Jesús– que ha respondido a la gloria, ha mantenido la gloria y ha pasado a la gloria. El capítulo se abre con la aparición del Dios de la gloria a un hombre en la tierra y termina con la aparición de un Hombre en la gloria de Dios en el cielo.
6. Además, el Hombre que ve en el cielo –Jesús– está de pie «a la derecha de Dios». No solo hay un Hombre en la gloria, sino que ese Hombre está colocado en el lugar de poder y honor supremo. Aquel que vino al mundo en circunstancias de debilidad, que lo atravesó como un pobre hombre, que al salir de él fue crucificado en debilidad, en el cielo ocupa ahora el lugar de mayor poder y gloria.
Toda marca de oscura deshonra,
Se amontonan en la frente coronada de espinas,
Toda la profundidad del dolor de su corazón
Se encuentra ahora en la gloria de la respuesta.
7. Por último, Esteban puede decir: «Mirad, veo los cielos abiertos». Se ha desplegado ante su visión una escena celestial en la que ve la gloria de Dios. En la gloria ve a un Hombre, el Hombre Cristo Jesús, y ve a ese Hombre en el lugar del poder supremo. Pero ve más; ve que los cielos se abren para que toda la gloria y el poder del Hombre en el cielo estén a disposición de un hombre en la tierra. Si el Señor Jesús ha vuelto al cielo para ocupar un lugar de poder supremo, ha dejado los cielos abiertos detrás de él para que todo el amor y el poder y la gracia del Hombre en el cielo puedan fluir sobre un hombre en la tierra.
El resultado de esta séptima visión, si se puede decir así, se expone de manera muy bendita en la escena final de la vida terrenal de Esteban. Es un hombre en la tierra controlado por el Espíritu Santo y, por consiguiente, sacando todos sus recursos de Cristo en la gloria. En consecuencia, vemos en Esteban un bello ejemplo de un hombre en la tierra en medio de las más terribles circunstancias, apoyado por el Hombre en el cielo. Vemos además que, así como el hombre en la tierra es sostenido por el Hombre en la gloria, el Hombre en la gloria está representado en el hombre en la tierra. Esteban, elevado por encima de todo pensamiento de sí mismo, se convierte en un brillante testigo del carácter de Cristo en el cielo. Como su Maestro, ora por sus enemigos, entrega su espíritu al Señor y encabeza la larga fila de mártires sellando su testimonio con su sangre.
En Esteban, pues, se nos permite ver los resultados prácticos que se derivan de que un creyente individual sea controlado por el Espíritu Santo en la tierra y obtenga sus recursos de Cristo en el cielo. Lo que se expuso tan benditamente en Esteban sigue siendo el pensamiento de Dios para los suyos hoy, y viendo que Cristo está en la gloria y el Espíritu Santo está todavía en la tierra, todavía es posible responder al pensamiento de Dios.
5 - Quinto
Además, la Palabra de Dios no solo presenta el cumplimiento de estos dos grandes hechos en el caso de un creyente individual, sino que se nos permite ver compañías de santos gobernadas y caracterizadas por estos hechos. En Hechos 9:31 leemos: «Entonces la Iglesia tenía paz por toda Judea, Galilea y Samaria, siendo edificada; y andando en el temor del Señor y con la asistencia del Espíritu Santo, se multiplicaba». Aquí tenemos asambleas cristianas marcadas por dos cosas: caminaban en el temor del Señor y en la consolación del Espíritu Santo. Oponiéndose y siendo perseguidos por el mundo religioso de la época, eran dirigidos y apoyados por el Señor en la gloria y guiados por el Espíritu Santo en la tierra.
En estas asambleas no se encontraban muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos o nobles. En su mayor parte, los que formaban estas compañías procedían de los insensatos, los débiles y los bajos de este mundo, que como Pedro y Juan eran hombres indoctos e ignorantes. Y, sin embargo, a los ojos del Señor eran los excelentes de la tierra en los que él encuentra su deleite y con los que el Espíritu Santo se complace en habitar. Sin riquezas mundanas, sin credos ni artículos religiosos concebidos humanamente, sin cabeza ni guía visibles, sin nada en verdad que atrajera la vista o que la naturaleza pudiera apreciar o en lo que la carne pudiera jactarse, siguieron su camino peregrino como los rescatados del Señor, con cánticos y gozo eterno, pues estaban en camino a la ciudad que tiene fundamentos en compañía del Señor en la gloria y del Espíritu Santo en la tierra.
Sin Cristo y el Espíritu Santo no tenían nada, pues la tierra estaba cerrada detrás de ellos, pero con Cristo y el Espíritu lo tenían todo, pues el cielo estaba abierto ante ellos. No es de extrañar que disfrutaran de descanso y edificación, de consuelo y multiplicación. Cuán lejos, por desgracia, se ha alejado la cristiandad de este sencillo y hermoso cuadro. Las asambleas no han sostenido la Cabeza en el cielo y han ignorado al Espíritu Santo en la tierra. El resultado es que en el pueblo de Dios hay malestar y hambre, angustia y desintegración. Sin embargo, Cristo en la gloria sigue siendo el mismo ayer, hoy y siempre, y el Espíritu Santo permanece con nosotros para siempre. No hay cambio en las Personas divinas. Si entonces, en la separación de las corrupciones de la cristiandad, incluso unos pocos todavía miraran a Cristo en el cielo, como su único recurso, y se sometieran al control del Espíritu Santo en la tierra, ¿no encontrarán al final de la historia de la Iglesia, como al principio, alguna medida de descanso, edificación, consuelo y multiplicación?
6 - Sexto
El estudio de la historia de Esteban y de las primeras asambleas nos hace descubrir otro gran hecho: el cristianismo nos pone en un camino que exige, a cada paso, el ejercicio de la fe. En este sentido, el cristianismo contrasta directamente con el judaísmo. El sistema judío estaba diseñado como un orden nacional y terrenal. Todo en ese sistema –el templo con las piedras costosas, los sacerdotes con sus hermosas vestimentas, los cantantes con sus instrumentos, los altares con sus sacrificios– apelaba a la vista y a los sentidos. Sus leyes y preceptos regulaban todos los detalles de la vida natural presente, pero guardaba silencio sobre el cielo, la vida futura y las cosas invisibles. Que haya habido grandes hombres de fe en relación con ese sistema es incuestionable, pero el sistema mismo exigía la obediencia del hombre natural más que la fe de aquel que había nacido de nuevo. En el cristianismo, aunque necesariamente influirá mucho en la vida de aquí, somos puestos de inmediato en relación con el cielo y lo invisible y, sobre todo, con las Personas divinas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Aquí, la fe es una necesidad, ya que solo por la fe podemos conocer al Padre, ver Jesús coronado de gloria y honor, o realizar la presencia del Espíritu Santo en la tierra.
Sin embargo, si miramos a la cristiandad de hoy, nos encontramos de inmediato con el hecho solemne de que ha vuelto a un orden de cosas judío, marcado por todo lo que apela a la vista y a los sentidos, con muy poco que llame al ejercicio de la fe. En consecuencia, las grandes verdades distintivas del cristianismo se han perdido por completo. Cristo en la gloria, como Cabeza resucitada y exaltada de la Iglesia, es dejado de lado por los jefes designados por los hombres, y la presencia del Espíritu Santo en la tierra es ignorada casi por completo.
Sin embargo, si se ignora a Cristo en la gloria y al Espíritu Santo en la tierra, esto debe conducir inevitablemente a la pérdida de toda la verdadera comprensión de ese gran misterio –Cristo y la Iglesia– y de la vocación celestial y del propósito de Dios, con el resultado de que los verdaderos cristianos no se elevarán más allá de la predicación del Evangelio para satisfacer la necesidad del hombre, mientras la gran masa de meros profesos prepara el camino para la gran apostasía.
7 - Séptimo
Sin embargo, si por la misericordia de Dios los ojos de algunos han sido abiertos para ver las verdades distintivas del cristianismo y la gran brecha de estas grandes verdades en la cristiandad, ¿qué deben hacer los tales? ¿Deben permanecer en sistemas eclesiásticos que, por su constitución o práctica, dejan de lado la dirección de Cristo y la presencia del Espíritu? ¿Nos iluminan las Escrituras sobre la conducta de aquellos cuyos ojos han sido abiertos a estas grandes verdades y que desean responder a ellas?
Es imposible pensar que Dios haya dejado a su pueblo sin ninguna guía para un día malo. Leemos en 2 Timoteo 3:16-17: «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y es útil para enseñar, para convencer, para corregir, para instruir en justicia; a fin de que el hombre de Dios sea apto y equipado para toda buena obra». Así que podemos estar seguros de que hay una luz para mostrar el camino de los piadosos en un día malo. Por ignorancia o por una mala enseñanza, podemos no discernirlo. Podemos estar tan apegados a los sistemas nacionales y hereditarios de los hombres que incluso nos oponemos a él. Podemos, por indiferencia y falta de ejercicio, dejar de caminar en él. Sin embargo, Dios ha previsto un camino a través de este mundo desierto para los rescatados del Señor, y ha dado luz para que podamos discernir este camino en un día de ruina.
Esta luz no se limita a una sola escritura. La Segunda Epístola a Timoteo, la Segunda Epístola a los Tesalonicenses, la Segunda Epístola de Pedro, las Epístolas de Juan y de Judas, los discursos a las siete iglesias de Apocalipsis 2 y 3, todas tienen en vista la ruina de la Iglesia en responsabilidad y de una manera especial dan luz para el camino cristiano en los últimos días. Además, tenemos en la Epístola a los Hebreos una luz muy especial para los que se encuentran vinculados a sistemas religiosos formados según el modelo del judaísmo.
Esa Epístola fue escrita a los creyentes judíos que corrían el peligro de apartarse del cristianismo para volver al judaísmo. Para hacer frente a este peligro, Cristo es presentado a sus corazones. La gloria de su persona, la gloria del lugar que ocupa a la diestra de Dios, la gracia y la simpatía de su corazón como nuestro gran Sumo Sacerdote, la eficacia de su obra, todo ello pasa ante nosotros para atraer nuestros corazones y así sacarnos de todo sistema religioso en la tierra y unir nuestros corazones a él mismo en el cielo. De ahí la gran exhortación final de la epístola: «Así que salgamos a él, fuera del campamento, llevando su oprobio» (Hebr. 13:13). Un gran objetivo de la Epístola es mostrar que, si Cristo se presenta ante el rostro de Dios en el cielo, ocupa un lugar fuera de los sistemas religiosos de los hombres en la tierra. Si ha pasado a través del velo, también ha ido fuera del campamento. Por lo tanto, la exhortación al creyente es ir fuera del campamento para alcanzar la compañía de Cristo en el lugar exterior.
Aquí está la razón bíblica y la justificación bíblica para abandonar los sistemas religiosos de los hombres. Hacemos esto, no solo porque hay mucho mal en estos sistemas, sino porque Cristo está fuera de estos sistemas y deseamos alcanzarlo y darle su lugar. Nosotros salimos… «a él».
8 - Octavo
Sin embargo, puede surgir la pregunta: ¿Qué significa «el campamento» y cómo puede este término abarcar en su significado los sistemas religiosos de la cristiandad de manera que nos justifique de abandonarlos?
En primer lugar, observemos que, sea cual sea el significado del campamento, es algo de lo que se dice que Cristo está fuera. Tres veces en los tres versículos de Hebreos 13:11-13, tenemos la palabra «fuera». En el versículo 11 se usa en conexión con el tipo, en el versículo 12 en conexión con el gran antitipo y en el versículo 13 en su aplicación a los creyentes.
Bajo la ley, el cuerpo del sacrificio (por el pecado) era quemado fuera del campamento. En el Antitipo, Jesús, para poder apartar a su pueblo de todo lo incompatible con la santidad de Dios, sufrió el juicio de los pecados en el lugar del abandono. Pero para llevar a cabo esta gran obra, salió del sistema religioso del mundo (el judaísmo) que, al principio, había sido sancionado por Dios, pero que, en el curso de su historia, había sido corrompido por el hombre. Este sistema nos es presentado bajo la figura de un campamento o de una ciudad; ambas figuras presentan la misma idea de un sistema religioso ordenado y adaptado al hombre natural, pero en circunstancias diferentes –en movimiento en una época e instalado en otra.
¿Pero qué es, más precisamente, el campamento? El campamento representa un sistema religioso terrestre, establecido originalmente por Dios, que llama al hombre natural y compuesto por personas externamente en relación con Dios. En Hebreos 9:1-10 encontramos una descripción del campamento.
1. Estaba marcado por un santuario terrestre con magníficos vasos y muebles (1-2).
2. Había un santuario interior a este santuario terrestre, velado del exterior y conocido como el «Lugar Santísimo» (3-4).
3. En relación con este santuario terrestre existía una orden de sacerdotes, distinta del pueblo, que se dedicaba al servicio del santuario y sobre la que había un Sumo Sacerdote (6-7).
4. Había el pueblo (v. 7) distinto de los sacerdotes y que no tenía parte directa en el servicio del santuario.
5. El sistema, como tal, significaba (mientras duró) que no había acceso directo a Dios (8).
6. Este santuario terrestre, con sus sacerdotes y sacrificios, no podía dar una conciencia purificada.
7. Hay una omisión significativa. No hay ningún pensamiento de cualquier reproche relacionado con este sistema religioso terrestre.
Tal es la descripción del campamento en sus rasgos significativos como es presentado en la Palabra de Dios. Pero la Palabra también presenta al cristianismo en toda su belleza como el contraste exacto con el campamento. La compañía cristiana está compuesta por un pueblo, no en mera relación externa con Dios por nacimiento natural, sino en relación vital por el nuevo nacimiento. En lugar de una adoración externa en magníficos edificios, introduce la adoración viva en «espíritu y en verdad» (Juan 4:23). En lugar de una clase especial de sacerdotes distintos de los laicos, todos los creyentes son sacerdotes con Cristo, su gran Sacerdote. Además, el cristianismo lleva consigo la bendición de una conciencia purificada y el acceso directo a Dios. Asimismo, puesto que abre el cielo al creyente más sencillo, conlleva en la tierra el oprobio de Cristo.
Teniendo ante nosotros las diferencias características entre el «campamento» judío y la compañía cristiana, podemos probar fácilmente los grandes sistemas religiosos de los hombres. ¿Llevan estos grandes sistemas universales, nacionales o inconformistas de los hombres las características del campamento o las del cristianismo? Tristemente, más allá de cualquier duda, la verdad nos obliga a admitir que están diseñados según el modelo del campamento. Han adoptado un santuario terrestre con su cerca interior; han ordenado una clase especial de sacerdotes bajo la dirección de un sacerdote supremo que se interpone entre Dios y el pueblo, con el resultado de que estos sistemas, como tales, no dan acceso directo a Dios ni a una conciencia purificada. Estos sistemas reconocen al hombre en la carne, apelan al hombre en la carne y están constituidos de tal manera que abarcan al hombre en la carne. Por lo tanto, con ellos no hay reproche.
¿Son entonces tales sistemas el campamento? Estrictamente hablando, no lo son. En un sentido, son peores que el campamento en la medida en que no son más que imitaciones enmarcadas según el modelo del campamento, con ciertos aditamentos cristianos. El campamento fue establecido por Dios en sus inicios, pero estos grandes sistemas han sido originados por hombres, por muy sinceros y piadosos que hayan sido. Por lo tanto, si la exhortación a los creyentes judíos era que salieran del campamento, cuánto más le corresponde al creyente de hoy salir de lo que es meramente una imitación del campamento.
9 - Noveno
Aquí tenemos, pues, nuestra justificación para salir de los grandes sistemas religiosos de los hombres, pero recordemos que lo hacemos para estar bajo la dirección de Cristo en la gloria y el control del Espíritu Santo en la tierra. Nuestros ojos han sido abiertos para ver que es imposible permanecer en estos sistemas y dar a Cristo su lugar o al Espíritu Santo el suyo. En cuanto a nuestras historias actuales, una variedad de razones puede habernos llevado a dejar estos sistemas. Pero es de primera importancia ver que el verdadero motivo bíblico para dejar estos sistemas es ir «a él». Alejarse de lo que hemos aprendido que es malo es meramente negativo. Nadie puede vivir de negaciones. Ir adelante hacia Cristo es positivo. Ciertamente implicará separarse de muchas cosas malas, pero es sobre todo una separación hacia Cristo –una separación que nos da un Objeto positivo para el corazón. Si somos llevados por cualquier motivo menor, estaremos en peligro de volver atrás y reconstruir de nuevo lo hemos destruido. Los que salen con ligereza pueden volver con ligereza, pero el alma animada por verdaderos motivos sale del campamento de la religión para ponerse bajo la influencia de Cristo y del Espíritu.
Este lugar exterior con Cristo es un gran privilegio y una la correspondiente responsabilidad. De privilegio, pues ¿qué puede ser más bendito que entrar en la compañía de Cristo resucitado y bajo el control del Espíritu? De responsabilidad, pues la compañía de Cristo y del Espíritu exigirá la exclusión de todo mal –moral, doctrinal, eclesiástico– incompatible con la presencia de las Personas Divinas.
Entrar en este lugar es muy diferente de simplemente dejar una secta porque tiene mala doctrina o mala práctica o mal procedimiento eclesiástico, como el ministerio de un solo hombre. Podemos, en efecto, separarnos de algún sistema y reunirnos de una manera algo más conforme a la Escritura, reuniéndonos simplemente como creyentes y rechazando el ministerio de un solo hombre, pero sin venir a Cristo y darle al Espíritu su lugar; y como resultado, solo hacer una secta más que abre la puerta a una gran cantidad de voluntad propia a través, en sí mismo, del ministerio de un solo hombre.
Además, este lugar exterior con Cristo no es solo un lugar de privilegio y responsabilidad, sino un lugar de reproche. En los versículos que hemos considerado (Hebr. 13:2-13) el lugar exterior es considerado de dos maneras; primero, como el lugar del juicio y segundo, como el lugar de oprobio. En maravillosa gracia, Cristo salió por la puerta soportando tanto el juicio de Dios contra los hombres como el reproche de los hombres contra Dios. Pudo decir: «Los vituperios de los que te vituperaban cayeron sobre mí» (Sal. 69:9, VM). Nadie, excepto Cristo, podía soportar el juicio de Dios, pero otros pueden participar en los oprobios de los hombres. Así, mientras que Cristo franqueó la puerta llevando nuestros pecados, nosotros estamos llamados a franquear la puerta llevando su oprobio. Si la gracia de Dios nos ha asociado a la gloria de Cristo en el cielo, nos da también el alto privilegio de compartir el oprobio de Cristo en la tierra. Las riquezas de Cristo en el cielo conllevan el oprobio de Cristo en la tierra. El sistema judío daba al hombre un gran lugar en la tierra, pero ningún lugar en el cielo. El cristianismo le da al creyente un lugar bendito en el cielo, pero ningún lugar en la tierra, excepto uno de oprobio.
Sin embargo, una vez que hayamos comprendido que estamos en compañía de Cristo y del Espíritu Santo, estimaremos «por mayor riqueza el vituperio de Cristo que los tesoros de Egipto» (Hebr. 11:26). ¿Qué hay de más bendito o más maravilloso que una compañía de personas en camino a la gloria acompañados del Señor Jesucristo y del Espíritu Santo? Tales personas pueden ser pobres y débiles en sí mismas, sin credo humano para mantener la sana doctrina, sin artículos de religión para mantener el orden, sin ritos o rituales ceremoniales para conducir sus reuniones de asamblea o su servicio para el Señor. Sin embargo, teniendo a Cristo en la gloria como su Cabeza y al Espíritu Santo en la tierra para controlarlos, tendrán más que todos los sistemas que los hombres piadosos hayan ideado jamás, porque tendrán todos los vastos recursos de la Divinidad a su disposición, porque en Cristo se complace en morar toda la plenitud de la Divinidad. Qué gran estímulo para que nuestra débil fe de actuar según la exhortación: Vayamos «a él».
10 - Décimo
Puede ser que solo unos pocos tengan la fe necesaria para obedecer a esta exhortación. Aquellos que lo hagan se encontrarán no solo en un lugar de gran bendición, sino en un lugar donde muchas cosas que están de acuerdo con la Palabra de Dios, pueden ser llevadas a cabo de manera muy simple –cosas que solo serían posibles de manera limitada para aquellos que permanecen en el campamento. Es lo que indica de manera sorprendente el autor de la Epístola a los Hebreos, en los versículos que siguen en el capítulo 13:
1. Para los que se encuentran en el lugar exterior, es relativamente sencillo llevar el carácter de peregrino, como dice el escritor: «Porque no tenemos aquí ciudad permanente, pero buscamos la que está por venir» (v. 14).
2. Los que son liberados de las obligaciones de los sistemas humanos, pueden adorar en espíritu y en verdad. Por eso se nos exhorta: «Ofrezcamos, pues, por medio de él, un continuo sacrificio de alabanza a Dios, es decir, el fruto de labios que confiesa su nombre» (v. 15).
3. Los que están en este lugar exterior no serán indiferentes a las necesidades de los cuerpos de los hombres (v. 16).
4. También cuidarán de las almas, como leemos: «Velan por vuestras almas» (v. 17).
5. Liberados del ritual obstaculizador de los hombres, podrán acercarse a Dios en la oración (v. 18).
6. Estarán en un lugar donde es posible hacer la voluntad de Dios (v. 21).
7. Estarán en un lugar donde es posible ser agradable a los ojos de Dios (v. 21).
11 - Undécimo
Viendo, pues, el camino que nos abre la Escritura, y viendo algo de la bendición de este camino, que podamos tener la gracia y la fe para dejar todo lo que es del hombre y entrar en el camino que ha sido trazado para los rescatados del Señor. Por muy grande que sea nuestro fracaso individual, por muy grande que sea la ruina de la Iglesia en su responsabilidad, estos dos formidables hechos permanecen. Cristo es todavía un Hombre en la gloria, a la derecha de Dios, y el Espíritu Santo está todavía en la tierra; y por lo tanto es todavía posible responder a la exhortación: «Salgamos a él».
Es con estos dos hechos asombrosos que la Iglesia fue formada y comenzó su camino peregrino: es con estos dos hechos que se ha mantenido a lo largo de las largas edades, y es con estos dos hechos también que cerrará por fin su camino terrenal, pues antes de que Dios cierre su Libro, tenemos una última visión de la Iglesia en la tierra como la Esposa que espera, guiada por el Espíritu en la tierra y escuchando a Jesús en la gloria (Apoc. 22:16-17).
En el curso de su viaje a través de esta escena, ¡cuánto han sido oscurecidos estos hechos! Pero al final, la Iglesia, despojada de todo recurso humano, de todo dispositivo religioso y de todas las ayudas mundanas, pasará a la gloria por el poder de los dos grandes hechos: Jesús está en la gloria, y el Espíritu Santo presente con la Iglesia en la tierra.
Grande ha sido el fracaso, y pequeña la apreciación de los vastos recursos involucrados en estas verdades. Sin embargo, porque Jesús permanece en la gloria, el mismo ayer, hoy y siempre, porque el Espíritu Santo permanece con la Iglesia para siempre, los rescatados del Señor llegarán por fin a la ciudad celestial con cánticos y un gozo eterno sobre sus cabezas. Allí, obtendrán gozo y alegría, y la tristeza y los suspiros huirán.