La Iglesia, decadencia y desorden

Agradar al Señor aún es posible — Mateo 13:24-43; Hechos 20:28-32; 2 Timoteo 2:19-22


person Autor: William John HOCKING 35

flag Tema: La decadencia, la ruina, el declive, los remanentes


Todos los pasajes anteriores de esta epístola tienen una relación con el tema propuesto en el título, que es la decadencia y el desorden en la Iglesia de Dios. Hay decadencia en la doctrina y desorden en las prácticas morales y espirituales.

1 - Breve reseña de la fundación de la Iglesia en Pentecostés

Ya vimos anterior y brevemente la fundación de la Iglesia de Dios con el descenso del Espíritu Santo en Pentecostés, y luego vimos el hermoso y sorprendente cuadro de la nueva formación en Jerusalén constituida en el nombre del Señor. También vimos que el pequeño núcleo de discípulos del Señor, bautizados en un solo Cuerpo por el Espíritu Santo en Pentecostés, muy pronto comenzó a crecer en número desde el primer día. Tal era el poder del Espíritu Santo que había descendido, que obraba poderosamente a través de ellos para bendición de otras personas en la ciudad. Hombres que habían sido traidores y asesinos del Señor Jesús, nacieron de nuevo a través de la palabra predicada. Confesaron su fe en Su nombre, y fueron añadidos a los que ya estaban reunidos en Jerusalén.

2 - La expansión desde Jerusalén

2.1 - El crecimiento

La Palabra de Dios se extendió y se multiplicó más lejos, no solo en Jerusalén, sino por toda Judea, Samaria y Galilea, y luego hasta los confines del mundo entonces conocido. En los primeros años de la historia de la Iglesia, la propagación del evangelio fue indudablemente fenomenal, pero aunque las compañías de creyentes se hayan multiplicado muy rápidamente, aunque el número de santos individuales haya aumentado muy rápidamente, sin embargo estaban todos juntos con el mismo propósito, aunque no en el mismo lugar; había una unidad entre ellos; eran uno en las cosas del Señor. Caminaban juntos en la verdad, y obraban juntos en la fe y el amor; y en vastas regiones, aunque había muchas asambleas, era una sola Iglesia.

2.2 - El declive

Al ver este maravilloso desarrollo, cabe preguntarse: ¿Porqué, esta gloriosa obra no siguió propagándose y extendiéndose? Si la Iglesia se extendió tan rápidamente en los primeros 30 o 40 años de su existencia, y ahora existe más de 20 siglos después, ¿cómo es que, con el tiempo, el mundo entero no confiesa el nombre del Señor Jesucristo? Si la Iglesia era una y crecía rápidamente en aquellos primeros tiempos, ¿cómo es que las cosas son tan diferentes ahora? En lugar de ver a los que invocan el nombre del Señor Jesús caminando juntos en el temor del Señor y el consuelo del Espíritu Santo, vemos que están tristemente divididos y dispersos, y que cosas que sabemos que son de Satanás y no de Dios, son permitidas entre los santos de Dios y promovidas en el nombre del Señor. Muchas doctrinas y prácticas populares son totalmente ajenas al carácter de nuestro Señor y Maestro y, sin embargo, todas están permitidas oficialmente en su Nombre.

2.3 - El declive, como el de Israel en el pasado

Si cerramos nuestras Biblias, quedaremos desconcertados ante este gran misterio, pues aparte de la Palabra de Dios, no se puede explicar el declive. Ninguna hipótesis explica el contraste entre los días actuales y los primeros días de la Iglesia, excepto lo que encontramos cuando acudimos a las Escrituras. Allí encontramos que toda la historia de esta degradación era conocida por Dios de antemano y anunciada por el Espíritu Santo.

Además, aprendemos que la razón de esta ruina en la Iglesia es la misma razón de la ruina registrada en el Antiguo Testamento. En aquel tiempo, el pueblo de Israel, una vez conducido fuera de Egipto a Canaán, fue llamado a dar testimonio de la unidad del Dios verdadero contra la idolatría imperante, pero inmediatamente comenzó a adorar ídolos como las demás naciones. Se les consideró responsables ante Dios por este pecado contra la luz, y fueron castigados en consecuencia. La Iglesia, como la nación de Israel, falló en su responsabilidad, como el hombre siempre falla y deshonra a Dios en las cosas que se le confían. ¿Considera usted que esta violación de la confianza por parte de Israel y de la Iglesia es algo extraño? Si es así, usted tal vez no ha considerado bien su propia historia, porque me atrevo a decir que no hay nadie que esté leyendo este artículo que esté absolutamente libre de culpa en su vida privada. ¿Hay alguien que se levantaría y declare sin vergüenza en la presencia de Dios que ha sido absolutamente fiel y verdadero en todo lo que se le ha confiado, y que cuando sea llamado a dar cuenta al Señor de su administración, no necesitará disculparse, y que no tendrá que admitir ningún fracaso, nada que deplorar?

2.4 - La decadencia de todo lo confiado al hombre; excepto a Cristo, segundo hombre y último Adán

Desde el principio, todo lo que ha sido confiado a las manos del hombre ha sido manifiestamente un fracaso, y a menudo ha dado lugar a graves abusos. Por eso leemos a lo largo de la Escritura indicaciones sobre el propósito de Dios de introducir un segundo hombre (1 Cor. 15:47, 45), el Señor del cielo, su amado Hijo. El último Adán nunca fallará en lo que le ha sido confiado. Lo que nuestro Señor Jesucristo hace, permanece para siempre, nunca se deteriora, nunca decae, nunca está sujeto al desorden, nunca deshonra a Dios Padre. La obra del Señor Jesús es absolutamente perfecta y gloriosa para Dios, y esa verdad es un gran consuelo para cada uno de nosotros. El hombre ha fallado, ha fallado miserablemente y malvadamente fallado, y es responsable ante Dios por su infidelidad; pero podemos mirar con confianza a nuestro Señor Jesucristo y gloriarnos en él, que nunca ha fallado hacia Dios como Siervo perfecto en la obra que le fue encomendada. Todo lo hizo bien, y para gloria de Dios.

3 - La obra perfecta del Señor

3.1 - La construcción perfecta

Así, mientras nos miramos a nosotros mismos con recelo e insatisfacción, miramos a nuestro Señor Jesucristo con satisfacción y placer. Nos gloriamos en su cruz, en sus perfecciones y en su plenitud. Nos regocijamos en Cristo Jesús, y no tenemos ninguna confianza en la carne. En relación con este tema de la Iglesia, la Escritura deja claro que todo lo que nuestro Señor Jesucristo hace en conexión con su Iglesia es perfecto y siempre lo será. Cuando hablamos de la Iglesia como la obra de Cristo, no hay ningún fracaso o imperfección asociada a ella. El Señor Jesucristo dijo al principio: «Sobre esta Roca edificaré mi Iglesia (Asamblea)» (Mat. 16:18). Él prosigue esta construcción, y cada piedra viva que añade a este edificio espiritual es perfecta. El edificio crece, piedra a piedra, y toda la estructura se eleva en una morada para Dios, que será sin mancha, y de la que se verá que es absolutamente perfecta.

3.2 - El amor y el cuidado perfectos

Cristo amó a la Iglesia, ese es el verdadero motivo; toda la Iglesia está en sus pensamientos y en su corazón. El Señor conoce a cada individuo que es suyo y que forma parte de su Iglesia. Pero también amó a la Iglesia en su unidad y completo carácter, y se entregó por ella; él vive para su Iglesia; la sirve en lo alto; la limpia por el lavamiento de agua mediante la Palabra. Entonces, uno por uno, cuando todo esté completo, él mismo se presentará a su Iglesia, sin mancha ni arruga ni cosa semejante. Se acerca el día en que el último miembro del Cuerpo de Cristo será añadido, y toda la Iglesia será completada. Entonces Cristo tomará esa Iglesia para que esté con él para siempre.

3.3 - La gloria del futuro perfecto

Más tarde aún, cuando el Señor venga en gloria a este mundo, la Iglesia en gloria lo acompañará, por la gracia y fidelidad de su Salvador. El mundo se asombrará de aquellos a quienes Dios traerá con él. Dirán: “Estos son pecadores salvados por gracia, y aquí están ahora en la gloria de Dios, absolutamente perfectos, sin ninguna falta”. ¿Podría encontrarse algo en este mundo que se acerque a esta obra triunfante de la gracia? El mundo no puede discernir la perfección y la gloria en la Iglesia hoy. Usted puede buscar en todo el mundo, pero nunca encontrará una compañía en la tierra que se compare con esa Iglesia perfecta, ideal, descrita en las Escrituras, la Iglesia que es su Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todos.

4 - La historia desfigurada (manchada) de la Iglesia

He dicho que podemos mirar en el mundo entero y no encontraremos esta compañía ideal, perfecta e intachable. Si acudimos a las Escrituras, encontramos un registro de fracasos, incluso en los primeros tiempos. ¿Quiénes fueron los autores de las epístolas del Nuevo Testamento? ¿No eran apóstoles y profetas, el fundamento de la Iglesia? Y escribieron epístolas a diferentes iglesias. Escribieron a Roma, a Éfeso y a otras. ¿Qué encontramos en cada epístola? Usted encuentra que los apóstoles tuvieron que ponerse a la obra para corregir los desórdenes existentes en ese momento en la Iglesia de Dios. Pablo escribió a los santos de Roma, un lugar que aún no había visitado; les expuso el Evangelio de forma muy completa, pero tuvo que corregir el comportamiento de ellos. El espíritu de unidad en la verdad, el espíritu de unidad del Cuerpo en Cristo, el espíritu de amor recíproco porque pertenecemos a Cristo, se había alejado de ellos. Los que con razón se creían libres de las prescripciones de la Ley, despreciaban a los que no eran capaces de alcanzar el mismo grado de libertad en Cristo Jesús.

Y también, cuando leemos las Epístolas a los Corintios, encontramos una avalancha de errores en esta iglesia. Los que invocaban el nombre del Señor Jesús, sufrían toda clase de males en la santa asamblea; se toleraba la inmoralidad en medio de la Iglesia de Dios; la operación del Espíritu Santo del Señor en medio de ellos era ocasión para manifestar el orgullo del corazón y la autocomplacencia; los ricos se oponían a los pobres en la Cena del Señor; algunos negaban la resurrección del cuerpo. El apóstol tuvo que corregir todas estas cosas, y muchas otras, en la iglesia en Corinto; y no fue sino hasta 3 o 4 años después de haber fundado esa asamblea, que Satanás entró en ella, y se introdujeron estas cosas de la carne y del mundo.

5 - Las semejanzas (parábolas) del Reino

Si usted examina detenidamente las epístolas en su conjunto, verá que la labor de los apóstoles no consistió solo en fundar la Iglesia y asentarla sobre una base estable de doctrina y práctica, sino también en corregir lo malo y erróneo que ya había surgido entre ellos en aquel tiempo. El mal se había introducido en la Asamblea de Dios cuando aún vivían los apóstoles.

5.1 - ¿Por qué las parábolas del reino de los cielos en Mateo 13?

¿Qué podía sentir nuestro Señor Jesucristo al ver esta hermosa Casa de Dios tan rápidamente profanada? Pero el Señor Jesucristo lo sabía de antemano, y les invito a leer esas parábolas en Mateo 13, donde él habla muy claramente de este desorden. Usted puede decir que la Iglesia no está mencionada allí, y que el Señor Jesús habla del reino de los cielos.

Es cierto que la Iglesia está mencionada por primera vez en Mateo 16. Y antes de que el Señor diga nada al respecto, habla del reino de los cielos. El Señor Jesús vino de Dios para establecer ese reino, que debía ser como el de David, su padre, pero mejor y más estable; pero el pueblo no quiso recibirlo. Él estaba en medio de los judíos, uno más grande que Salomón, y él les habría dado un dominio más grande que el de Salomón, una sabiduría más grande que la de Salomón, un poder y riquezas más grandes que las de Salomón, –pero ellos no quisieron recibirlo. ¿Ha oído usted hablar alguna vez de un reino que existe sin rey? Si un rey no es reconocido por sus súbditos, ¿dónde está su reino? Debe permanecer vacante.

En los gobiernos terrenales, el reino se asocia a una persona que gobierna. La verdad es que el pueblo de Israel no quería que «este» gobernara sobre ellos. «No tenemos más rey que César» (Juan 19:15), dijeron a Pilato, y en cuanto a este Jesús de Nazaret: «¡Sea crucificado!». «No queremos que este reine sobre nosotros» (véase Mat. 27: Lucas 19:14). El Señor sabía de antemano que este rechazo tendría lugar, y enseñaba a sus discípulos en consecuencia. Dijo en efecto que el reino de los cielos, como resultado de este rechazo, adoptaría una forma peculiarmente extraña. Dijo, por así decirlo: “Me voy al cielo, y en mi ausencia el reino de los cielos se formará con los que me rindan pleitesía en todo el mundo. No estaré presente para gobernarlos, no seré visto por ellos. Los que me invoquen, los que reconozcan mi nombre, constituirán ese reino. Pero no será como el futuro reino de Israel, cuando yo me siente en el trono de mi padre David y gobierne sobre Jerusalén”. Como reino será único en la historia del mundo. Así que el Señor dio estas similitudes en Mateo 13, todas ellas relacionadas con el reino de los cielos. La primera es introductoria. Describen las características nuevas y especiales de este reino en relación con la enseñanza del Antiguo Testamento.

5.2 - La cizaña entre el trigo

En la parábola del campo de trigo, un hombre sembró buena semilla en su campo, pero vino un enemigo y sembró cizaña en el mismo campo. Y cuando las plantas crecieron, apareció también la cizaña. El criado dijo al dueño de la casa: «¿Quieres que vayamos y la quitemos? «¡No!», dijo el dueño, «dejadlos crecer juntos hasta la siega» (Mat. 13:27-30).

Así que usted ve aquí el reino de los cielos retratado en esta forma compuesta. Hay el bien y el mal uno al lado del otro; hay un tallo de trigo y una brizna de cizaña; ambos crecen uno al lado del otro. Son similares en apariencia, se parecen exteriormente, pero nunca se podrá obtener buenos frutos de la cizaña. El trigo bueno produce lo que sustenta la vida, pero la cizaña no; sin embargo, hay un gran parecido entre ambos, excepto en la fructificación.

El Señor explicó que la cizaña son los hijos del malvado, y la buena semilla son los hijos del reino. El Señor Jesucristo vino para destruir las obras del diablo, y Satanás es, por tanto, el gran enemigo de Cristo; y para dañar a los que llevan su nombre, el maligno coloca a sus propios hijos en las asambleas del pueblo de Dios. Aunque de naturaleza tan diferente, se les permite reunirse. Durante el período en que están creciendo en compañía, el Señor Jesucristo no expulsa de su reino a todos los que se oponen a él, como lo hará en la cosecha, al final de la era. Ahora, el Señor Jesús no está en el trono de David. Él está en el trono de gloria, pero no en su propio trono para gobernar en justicia sobre la tierra, por lo tanto, él no interfiere exteriormente con lo que constituye su reino. Los que invocan el nombre del Señor en verdad están codo con codo con los que están bajo el dominio del maligno. Y esta situación mixta persistirá hasta el tiempo del juicio separativo, cuando la cizaña sea recogida y quemada, y el trigo sea recogido y almacenado.

En los Hechos y las epístolas, encontramos que la condición mixta descrita en esta parábola se había convertido en un hecho, y personas malvadas se colaron en la Iglesia de Dios. Estaban codo con codo con los verdaderos creyentes. Se sentaban juntos en las asambleas; escuchaban juntos la enseñanza del Espíritu Santo; pero actuaban con maldad, en detrimento de lo que era santo y verdadero, pues los hijos de los impíos solo pueden ejercer una influencia maligna.

Intentaré dejar clara esta distinción. Esta parábola no fue pronunciada como una imagen de la condición y las relaciones de la Iglesia. Es una similitud del reino de los cielos, que consiste en aquellos que dicen reconocer a nuestro Señor Jesucristo. Algunos de ellos forman parte sin que realmente piensen en sus corazones lo que dicen y confiesan, pero estas personas que no son verdaderas, están mezcladas con los hijos de Dios cuando se reúnen. Y esta aparición de la cizaña entre el trigo está descrita en la historia de la Iglesia primitiva, como se relata en los Hechos y las epístolas. Los lobos ya habían entrado en el rebaño de las ovejas (Hec. 20:29).

5.3 - Las aves del cielo en el gran árbol

Debemos considerar ahora otra semejanza del reino de los cielos. La segunda es la de la semilla de mostaza, que es la más pequeña de todas las semillas, pero que, cuando ha crecido, es un árbol muy grande, de modo que las aves del cielo vienen a posarse en sus ramas. En Hechos 2 vemos el grano de mostaza, la más pequeña de todas las semillas. Había unos 120 discípulos del Señor reunidos en Jerusalén, pescadores, gente sencilla; ¿qué podía lograr en el mundo una compañía tan pequeña? Pero, aunque a los ojos de los hombres eran «la más pequeña de todas las semillas» (Mat. 13:32), enseguida empezaron a crecer en fuerza y número, y siguieron multiplicándose hasta que pronto se convirtieron en un gran árbol.

El apóstol, escribiendo a los colosenses, habla del Evangelio que ha sido predicado por todo el mundo en aquel tiempo; un progreso tan rápido era un fenómeno grande e inesperado, y algo bueno para los que recibían el Evangelio. Este asombroso crecimiento del cristianismo fue visto rápidamente por el mundo como algo digno de mención y, por tanto, de ser aprovechado. Recordará que, en la primera parábola de nuestro Señor, la semilla que cayó junto al camino era robada por las aves del cielo. Estos podían llevarse fácilmente la semilla de mostaza, la más pequeña de todas las semillas, pero cuando la semilla se convertía en árbol, no podían llevarse el árbol, pero podían posarse en sus ramas. Así que la gente del mundo, cuando la compañía de los creyentes llegó a ser demasiado numerosa y fuerte para ser ignorada y despreciada, trató de utilizar la nueva fe en la medida de lo posible para su propio beneficio y comodidad. Sabemos que, en la historia de la Iglesia, ha sido así. A principios del siglo 4, el emperador de Roma descubrió que muchos de sus soldados eran cristianos y que había cristianos en todas partes de su imperio. Como parte de su política mundial, se dijo a sí mismo: “Yo mismo me haré cristiano, para poder contar con su apoyo”. Fue entonces cuando el mundo y la Iglesia se confundieron. El mundo dejó de perseguir y asumió un papel protagonista en la gestión de los intereses externos de la Iglesia de Cristo. Las aves del cielo encontraron un hogar entre los que confesaban el nombre del Señor Jesucristo.

Esta amalgama marcó una época en la historia de eclesiástica, y sabemos que, hasta hoy, el mundo ha guardado su pie en la Iglesia. El mundo no solo tiene en su mano el cetro del control directo, sino que su influencia indirecta impregna todo el cristianismo. Se apodera de las cosas de Cristo para utilizarlas para sus propios fines. Los hombres de mundo no tienen ningún reparo en utilizar el nombre de Cristo en un anuncio de espectáculos teatrales, o de cualquier otra cosa por el estilo. Estiman que algunos se sentirán atraídos porque el nombre de Cristo está asociado a su entretenimiento. Este es solo un ejemplo de cómo el mundo utiliza el nombre del Señor Jesucristo para popularizar sus placeres. El Señor advirtió contra este artificio de Satanás en los primeros días antes de la formación de la Asamblea.

5.4 - La harina con levadura

La siguiente parábola es muy breve, pero muy significativa. Primero, un hombre sembró semilla en un campo, luego un hombre sembró semilla de mostaza; y ahora leemos que una mujer tomó levadura y la escondió en la harina. La palabra del Señor sugiere una operación secreta de la mujer; el poquito de levadura estaba escondido en las tres medidas de harina. Y usted sabe que el efecto de la levadura es extenderse por toda la masa en la que está presente. Las tres medidas de harina fueron penetradas por la levadura. La mujer no tuvo que hacer ningún esfuerzo adicional; el efecto de la levadura se produjo por sí solo. La mujer solo tuvo que poner la levadura y el resultado era seguro: toda la cantidad de harina fermentó.

La levadura es un tipo de mal. El Señor dijo entonces a sus discípulos: «Guardaos de la levadura de los fariseos» (Lucas 12:1). La enseñanza de ellos era corrupta y corruptiva. Nada se propaga tan rápidamente entre los hijos de Dios como la levadura. Si se introduce en un grupo, se extiende por todo el grupo: «Un poco de levadura hace fermentar toda la masa», dijo el apóstol a los corintios (1 Cor. 5:6), y también a los gálatas (Gál. 5:9). No solo quería decir que la levadura seguiría fermentando la masa, si no la quitaban. Pero la frase también implica que el efecto de la presencia de levadura es contaminar toda la masa, y este resultado es inherente a la naturaleza corruptora de la levadura misma. El mal incontrolado tiene un efecto insidioso, penetrante y destructivo sobre lo que es bueno.

¿No deberíamos saber, por experiencia, que el pecado tiene este carácter corruptor? ¿Nunca hemos tenido la triste y humillante conciencia del efecto tóxico de un mal pensamiento o una mala idea? Aunque al principio es solo un germen, tiende a crecer y multiplicarse en nosotros. Puede que no deseemos su presencia, pero estando ahí, opera, envenenando los manantiales o fuentes de acción, extendiéndose por toda la vida.

Si esto es cierto en el caso de un individuo, también lo es en el caso de una asamblea del pueblo de Dios. Ninguna asamblea está absolutamente libre de la presencia y la influencia corruptora del mal, que puede surgir tanto en la enseñanza, como en la acción. En la asamblea de los gálatas, era una enseñanza perversa (Gál. 5:9), porque la ley fue añadida a la gracia, y los que se dejaron arrastrar cayeron de la gracia. Cristo había dejado de tener efecto para ellos. En Corinto, la levadura de las prácticas corruptas estaba actuando; la inmoralidad burda estaba permitida; y su presencia tenía su efecto contaminante en toda la asamblea.

¿No deberíamos aceptar estas imágenes del mundo, que nuestro Señor da, como advertencias de lo que el poder contagioso del mal está haciendo entre los santos de Dios? Deberíamos vigilar día tras día el peligro de la mancilla. Si no le hacemos caso, corremos el peligro de quedar atrapados y dejarnos llevar por ella. Usted sabe lo rápido que se propagan las enfermedades de una persona a otra; la infección crece fácil y rápidamente y se extiende por las comunidades. La epidemia coge desprevenidos a los hombres; lo mismo ocurre con el mal entre los santos.

6 - La advertencia personal de Pablo

Desde el principio, la Iglesia ha estado sometida a influencias malignas desde dentro y desde fuera, y no debemos cerrar los ojos ante estos hechos. Los encontramos en la Escritura. Sin detenernos más en estas parábolas, tenemos el discurso del apóstol Pablo a los ancianos de Éfeso (Hec. 20). Pablo fue el gran instrumento que Cristo utilizó para difundir entre los santos el conocimiento de la Iglesia, conocimiento que le fue comunicado desde el cielo a él en particular. El Señor resucitado y glorificado reveló a Pablo el misterio relativo a Él y a la Iglesia; fue el último llamado de los apóstoles. Los demás apóstoles conocían la verdad, pero el Señor se la confió especialmente a Pablo, de quien la recibieron.

Aquí, Pablo se despide de estos ancianos; sube a Jerusalén, y tiene especial interés en hablar con estos dirigentes de la asamblea en Éfeso. Había puesto toda su alma en su obra cuando estaba allí; noche y día trabajaba entre ellos, con lágrimas. No era un hombre que soliera hablar de su propio servicio, pero cuando lo hacía, había una razón especial, y debemos seguir atentamente lo que decía.

Pablo sentía en su mente que nunca volvería a ver sus rostros, y le pesaba el pensamiento de que, en su ausencia, se instaurarían en la iglesia un desorden y una decadencia terribles. Lo que el Señor había predicho en sus parábolas iba a producirse; el mal entraría y corrompería la belleza y pureza de la Iglesia de Dios. Por lo tanto, advirtió a los ancianos, los que estaban especialmente encargados de vigilar y cuidar a los santos de Éfeso. Viendo lo que se cernía sobre sus cabezas, habla de su amor por ellos y por la asamblea. Dice: «Cuidad por vosotros y por todo el rebaño sobre el que el Espíritu Santo os ha puesto por supervisores, para pastorear la iglesia de Dios, la que adquirió con su propia sangre» (Hec. 20:28).

6.1 - Los lobos que asolan el rebaño

¿Qué debían hacer los supervisores ante esta calamidad inminente? Debían alimentar a la Iglesia de Dios. ¿Cuál es la mejor manera de evitar la propagación del mal? Es alimentar con la Palabra de Dios. Si nuestros corazones y nuestras mentes están fortalecidos por la Palabra de Dios, estaremos protegidos contra el mal que nos rodea y trata de entrar. Si conocemos la verdad, también sabemos que, lo que no es verdad, es mentira. Si tenemos la verdad, no necesitamos nada más. No necesitamos estudiar las peculiaridades de las 500 o más sectas diferentes de la cristiandad para descubrir lo que es real y verdadero. Si tenemos la verdad, si conocemos la voz del Buen Pastor, estamos a salvo de las voces engañosas de los extraños.

¡Alimentad a la Iglesia de Dios! He aquí su razón: «Yo sé que después de mi partida entrarán entre vosotros lobos voraces, que no perdonarán el rebaño» (Hec. 20:29). ¿Qué dijo el Señor en la parábola sobre lo que entraría en el gran árbol? Dijo que las aves del cielo vendrían a alojarse en las ramas del árbol. Su apóstol dijo que vendrían lobos temibles, que no perdonarían al rebaño. ¿Para qué los lobos vienen entre el rebaño? Vienen a matar, a dispersar, a destruir, a dañar al rebaño todo lo posible.

Así que está claramente predicho por el apóstol que agentes de Satanás entrarían en la Iglesia de Dios. Ahora están allí con malas intenciones. La protección contra este peligro es dar a las ovejas buen alimento, alimentarlas bien, para que estén fortalecidas en el Señor y en el poder de su fuerza. Hacerles conocer la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad; y serán preservadas de esos terribles enemigos que han entrado en la Iglesia desde el dominio de Satanás. Por supuesto, los lobos pueden aparecer con piel de cordero para engañar antes de destruir. Su presencia es un peligro constante, y la única salvaguardia es ejercer el cuidado del pastor y alimentar la Iglesia de Dios.

6.2 - El auge del espíritu de partido

Pero este no es todo el peligro que Pablo preveía. No solo era necesario vigilar las puertas y procurar que no entrasen los temidos lobos, sino que también dijo que «de entre vosotros mismos se levantarán hombres hablando cosas perversas, con el fin de arrastrar a los discípulos tras sí» (Hec. 20:30). Los problemas vendrían de una fuente interna. Algunos de entre los mismos santos se levantarían y proclamarían cosas que no estaban de acuerdo con la verdad de Dios, siendo su propósito atraer a la gente tras ellos y formar un partido. Un hombre que puede hablar con fluidez, que puede decir cosas agradables, que conoce su poder para agradar a los hombres, es a menudo muy diligente con la esperanza de que sus oyentes se reúnan a su alrededor como una compañía. En Corinto, había un partido de los que decían: «Yo soy de Pablo»; otros decían: «Yo de Cefas». Pedro es el hombre adecuado para mí. Un tercer grupo decía: «Yo de Apolos» (1 Cor. 1:12). Hacían estos pequeños círculos en la asamblea, llamando a cada uno por el nombre de su líder favorito, no siempre con la aprobación del propio “líder”.

Los santos que se descarriaron estaban equivocados, y también los que los descarriaron. Pero Pablo habla de los que, en vez de defender a Cristo, su Maestro, se defendían a sí mismos. No decían: “Mirad a Cristo”; decían: “Miradme a mí y seguid mis enseñanzas”, en lugar de seguir a Cristo. Cuando hoy oímos a alguien decir eso, más vale que no le sigamos, porque es uno de los que corrompen la Iglesia de Dios.

Sé que estas cosas sobre la corrupción y los defectos de la Iglesia no son agradables de oír, pero no he traído ante usted ni una décima parte de lo que se encuentra en las Escrituras sobre este tema. Espero haber dicho lo suficiente como para obligarle a profundizar en las Escrituras en busca de orientación sobre esta importante cuestión. La Iglesia ideal de Cristo permanece pura y santa y se compone de creyentes hechos así por su preciosa sangre, y ninguno de ellos se perderá, sino que todos formarán parte de su Iglesia en la gloria –todo esto es muy cierto, pero también es cierto que en la iglesia profesa hay un estado de ruina general y alejamiento de la verdad primitiva. La cristiandad incluye todo lo que exteriormente lleva el nombre del Señor Jesús, y en ella encontramos doctrinas y maneras de hacer las cosas que son contrarias al santo Nombre de Cristo y que están totalmente condenadas por su santa Palabra. En vista de esta confusa situación, cualquiera que ame al Señor Jesucristo se sentirá inclinado a desesperarse y a decir: “¿Qué haré? ¿Cuál es mi responsabilidad? Si hay malas doctrinas y malas prácticas a diestro y siniestro, ¿cuál es mi responsabilidad ante mi Maestro?”.

7 - Los consejos para las personas perplejas

7.1 - Agradar al Señor sigue siendo posible hoy en día

No hay que desesperar. Podemos estar seguros de que nuestro Señor Jesucristo, que antes del día de Pentecostés pronunció estas parábolas describiendo este estado de degeneración, también dio consejos a los que quieren hacer su voluntad y servirlo. Seguramente no estoy hablando con alguien que no tiene un verdadero deseo de agradar a nuestro Señor Jesucristo. Es posible que hayamos tenido la triste experiencia de intentar complacer a varias personas a la vez, para descubrir que no podemos; por eso, algunos vuelven a caer en el egoísmo y dicen: “En el futuro, solo me complaceré a mí mismo”. Este es un estado mental muy pobre. Estamos aquí solo para agradar a nuestro Señor Jesucristo; y al agradarle a él agradaremos a nuestro prójimo “para su bien y edificación”. Él nos es fiel; ¿le serás tú fiel ahora en los asuntos de la Asamblea?

Usted dice: ¿Qué debo hacer para agradarle? ¿Debería seguir con las cosas tal y como las encuentro? ¿Debo aceptarlas tal como son, porque no puedo hacer nada al respecto? No soy responsable de la ruina actual. Haré todo lo que pueda donde esté. No, nosotros somos responsables ante el Señor Jesucristo de actuar conforme a su Palabra, la cual tenemos. Sabemos que él ama a su Iglesia. Sabemos que por gracia somos miembros de su Cuerpo, y que pertenecemos a él, la Cabeza viviente. Por lo tanto, ciertamente deberíamos preocuparnos por conocer sus pensamientos para nosotros hoy.

Creo que la Segunda Epístola a Timoteo nos orienta ampliamente sobre estas cuestiones. Es la epístola que trata especialmente de los últimos días, de la condición final de la Iglesia en la que se encontrará hasta que venga el Señor. ¿No es bueno para nosotros que la decadencia y el desorden en la Iglesia comenzaran a producirse en tiempos apostólicos? Porque tenemos la luz de Dios sobre la confusión. Tenemos la Palabra escrita para brillar en el día de la creciente oscuridad y penumbra. Y tenemos esa dirección aquí en el pasaje del capítulo 2.

7.2 - El fundamento sólido, 2 Timoteo 2:19

Lo primero que observamos en el versículo 19 es una palabra de gran aliento. «Pero», dice el apóstol, «el sólido fundamento de Dios está firme». Había hablado de algunas cosas terribles que sucederían en los últimos días. Las malas acciones y las falsas enseñanzas abundaban entonces, y aumentarían después. Pero Pablo es feliz en recordar para sí mismo, como a Timoteo y a nosotros que, mientras lo que se confía al hombre falla, el fundamento de Dios permanece seguro. Lo que es de Dios permanece intacto, y nada puede tocarlo.

Y si este carácter de permanencia es cierto para las cosas de la Iglesia, creo que es un principio muy saludable para tener siempre presente, incluso como creyente individual. Lo que el Espíritu de Dios le revela de la verdad nunca cambia. Asegúrese de que lo que tiene viene de Dios. Asegúrese de que ha captado en su alma ante Dios lo que cree, y que aquello con lo que está asociado, es de Él. No obtenga sus convicciones espirituales de otros, ni siquiera de su padre y de su madre (es bueno escucharlos, pero la fuente de la convicción no está en ellos); sino que obténgalas de Dios, y apóyelas en las Escrituras, y entonces podrá ir a su descanso diario con una buena conciencia y una mente tranquila. El fundamento de Dios sigue siendo seguro; y lo que era seguro hace 50 años lo es ahora; lo que era seguro en los días apostólicos sigue siendo firme e inconmovible.

En nuestros días, los fundamentos de la fe están siendo socavados y destruidos. Los hombres dedican toda su vida y todas sus fuerzas a destruir esta santa Palabra; y pretenden, en nombre del Señor, destruir la confianza de los hijos de Dios en la Biblia. Enseñan que solo pequeñas partes del Libro son verdaderas. Pero ¿de qué sirve el Libro a las almas sencillas, si solo es fiable en parte?

El apóstol dice: «El sólido fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos». El Señor lo sabe, y podemos confiar en su conocimiento. Sus ojos, esos ojos de llama ardiente, escudriñan el corazón y la conciencia. Busca una relación real con él. Solo él conoce a los que son suyos en cualquiera congregación. Yo no lo sé, y usted tampoco. Pero nuestra gran seguridad en este día de profesión superficial es nuestra conexión personal con el Señor que nos conoce, y que finalmente nos reconocerá públicamente como suyos.

Además, hay otra inscripción en el fundamento: «Apártese de la iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor». Aparte de nuestra voluntad y deseo, podemos estar infectados físicamente con una enfermedad contagiosa y destructiva si entramos en contacto con ella. Se adhiere a nosotros y nos tumba en un lecho de enfermos. Del mismo modo, estamos en peligro por el mal que nos rodea. Debemos cuidarnos de su efecto pernicioso. «Apártese de la iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor».

7.3 - La casa del desorden, 2 Timoteo 2:20

El apóstol toma entonces la figura de la gran casa. Si tuviéramos tiempo, podríamos echar un vistazo a la Primera Epístola a Timoteo, donde Pablo escribe al mismo destinatario y le dice cómo debe comportarse en la Casa de Dios, la Iglesia del Dios vivo (1 Tim. 3:15). Allí, habla de la verdadera Casa, pero aquí se trata de otra cosa, no de la casa de Dios. La llama la «casa grande», porque no puede asociar el nombre de Dios a una cosa compuesta en la que se permite que el mal subsista junto al bien.

Cuando el Señor Jesucristo entró en el templo de Jerusalén, oyó el mugido del ganado, el balido de las ovejas, el arrullo de las palomas, el tintineo de las monedas en la mesa de los cambistas. Los expulsó a todos y dijo: «Mi casa será llamada casa de oración… Pero vosotros la habéis hecho una cueva de ladrones» (véase Mat. 21:13; Marcos 11:17; Lucas 19:46), porque se engañaban unos a otros en los mismos atrios de la casa de Dios, convirtiéndola en una comodidad para su propio uso. Esto era malo a los ojos del Señor; y aquí encontramos que la Iglesia, la Casa de Dios, se había convertido en una «casa grande», habiendo perdido su carácter de santidad.

En la casa grande hay vasijas de oro, plata, madera y tierra. Los vasos de oro y plata son los vasos apropiados para el servicio de la Casa de Dios. Nabucodonosor los había sacado del templo de Jerusalén y los había llevado a Babilonia, y Belsasar los sacó para su gran banquete, cuando él y sus señores alababan a sus dioses con los santísimos vasos de Dios, que estaban consagrados para el uso del tabernáculo y del templo. Esa misma noche Dios juzgó su profanación. Belsasar fue matado, y Babilonia fue tomada. Aquí no solo hay vasijas de oro y plata para uso exclusivo del Maestro, sino también vasijas de madera y barro que no deberían estar allí.

Se puede tomar un vaso de oro y usarlo para deshonrar. Cuando Belsasar usó los vasos sagrados en su fiesta idólatra, los usó deshonrosamente. Del mismo modo, en la casa grande, donde los vasos representan a las personas, un verdadero creyente en el Señor Jesucristo puede hacer algo voluntariamente, pero por error deshonrar al Señor Jesucristo. El Señor no puede aprobar este servicio, pues está asociado con el mal, como una vasija de oro que contiene una ofrenda de bebida para los dioses. El buen siervo comprometido en un servicio profano es un recipiente para la deshonra, no para el honor.

7.4 - Purificarse para ser útil, 2 Timoteo 2:21-22

El apóstol dice que hay vasos de oro y plata, pero también de madera y tierra, unos para honor y otros para deshonor. Por lo tanto, si un hombre se purifica de estos, será un vaso para honor, santificado, apto para el uso del Maestro y preparado para toda buena obra. ¿Es necesario insistir en este versículo? ¿Acaso no habla por sí mismo a cada uno de nosotros? Mi Señor es bueno, y misericordioso, lleno de gracia y de amor, y murió por mí; y ahora deseo servirlo; pero si quiero servirlo, debo ser un vaso santificado y apto. ¿Cómo puedo estar preparado para toda buena obra? Si me purifico de aquellos vasos que son para deshonor, entonces seré un vaso para honor, santificado y listo para el uso del Maestro.

No puedo acudir a él en su servicio como si nada importara en cuanto a mi conducta personal. No puedo ir a él, asociado con algo o alguien que sé que está mal a sus ojos. A menudo utilizamos este texto como si solo se aplicara a nosotros mismos, personal e individualmente, instándonos a purificar nuestro servicio de todo lo que es egoísta e impuro. Esto es necesario, pero el pasaje va mucho más allá. Se trata de apartar no solo lo que está contaminado en mí, sino también lo que proviene de mezclarme con los demás. «Si, pues, alguien se purifica de estos, será un vaso para honra, santificado, útil al dueño, preparado para toda obra buena».

En el versículo 22, usted tiene las características morales propias del servicio al Señor. «Huye de las pasiones juveniles y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz con los que de corazón puro invocan al Señor». Aquí se ordena la asociación con corazones puros. Recuerde el texto de Romanos 10: «El mismo es Señor de todos, rico para con todos los que le invocan» (v. 12), y así es. Que seamos puros de corazón o no, él es rico para nosotros. Si le invocamos en el día de la angustia, él nos oye. ¿No ha sentido a veces, cuando ha sido liberado de un problema, que, aunque usted se había olvidado de él, recibió su respuesta muy rápidamente cuando lo invocó? ¡Qué bondad de su parte! Pero cuando se trata de servicio, de asociación, de testificar por su nombre en la «casa grande», debe buscar a aquellos que invocan al Señor con un corazón puro, que se han santificado, y debe perseguir con ellos la justicia, la fe, el amor y la paz.

Obrando de esta manera, usted se purificará de estos vasos a deshonor, los dejará atrás y no tendrá nada más que ver con ellos. Ha habido momentos en la historia de la Iglesia en que esta limpieza se ha hecho a gran escala. Pero hoy, el Señor nos llama a escuchar su Palabra, a aferrarnos a su verdad, a mantenernos puros nosotros mismos y nuestras asociaciones. Y su llamado es tanto más urgente cuanto que el Señor viene muy pronto. Seguramente vendrá él mismo, y sacará a su Iglesia de esta masa de corrupción –la tomará a sí mismo. ¡Cuánto tiempo ha esperado el Señor a su Iglesia! Cristo ha amado a la Iglesia y se ha entregado por ella; a lo largo de tantos siglos ha reunido pacientemente a las almas, una por una, para su Asamblea. Él quiere completar esta Iglesia y presentársela a sí mismo en gloria.

Si el Señor viniera esta noche y le encontrara en asociación pública con algo contrario a su santo nombre, aunque la Palabra de Dios le ha mostrado que es contrario a su verdad, ¿qué excusa podría usted darle? Renuncie a tales lazos con el mal por amor a Él, pues él le pide este sacrificio. Créalo bien, el Señor aprobará y recompensará su fidelidad. A veces, la gente se abstiene de dar ese paso porque, dicen: “Tengo mucha más influencia y poder sobre los demás tal como soy y donde estoy; creo que perdería ese poder para siempre si renunciara a mi conexión actual”. Este engañoso alegato no excusará su desobediencia a la Palabra del Señor. Su servicio debe pasar a un segundo plano. Entonces el Señor le usará de la manera que crea conveniente. Para lograrlo, debe procurar ser un vaso para honra, «útil al amo».

Recuerde que nadie ha renunciado todavía a nada por el Señor Jesucristo que luego se haya arrepentido de su sacrificio. El Señor, como se ha dicho a menudo, no es deudor de ningún hombre. Cuando se abandona algo en obediencia a su Palabra, él compensa ampliamente. Y ¡cuán agradables son para él son tales actos! Recuerde que el Señor estaba en el patio del templo el día que una pobre mujer echó sus dos piezas en el baúl del tesoro. ¡Oh, cómo amaba él ver ese acto de abnegación, y ver a la mujer dar todo lo que tenía! Fue un refrigerio para nuestro Señor Jesucristo ver esta obra de gracia en su alma. Pronto iría a la cruz, vendería todo lo que tenía para comprar la perla preciosa, su Iglesia. Esta mujer también había dado todo lo que tenía, aunque solo fueran dos pequeñas piezas.

Querido amigo, el Señor nos observa, buscando que hagamos prueba de algún abandono por amor a su nombre. En medio de todo el declive y el desorden de la Iglesia, que estemos dispuestos a responder a su amor; y si hay algo contrario a su Palabra y que le desagrade en nuestros hábitos personales o en nuestra asociación, ¡abandonémoslo por amor de su nombre!