Inédito Nuevo

6 - La restauración de Israel


person Autor: William Wooldridge FEREDAY 23

library_books Serie: El Señor viene

flag Tema: Israel y el día de reposo


El futuro de Israel es muy diferente al de la cristiandad. Esta se sumergirá en la más oscura apostasía sin restauración posible, mientras que Israel, después del severo asedio de la crisis de los últimos días, será llevado a la bendición y gloria terrenales. Sobre este punto la Escritura abunda en claridad. Aquellos que tienen dificultades sobre la cuestión judía harían bien en comenzar meditando en oración sobre Romanos 9 al 11. Después de exponer la gracia universal de Dios proclamada en el Evangelio, en los capítulos precedentes, el apóstol retoma las promesas especiales hechas por Dios a Israel y explica su proceder para con ellos. En primer lugar, muestra que Dios es soberano y que actúa como quiere. Esto explica la historia de Israel en el pasado. Dios eligió a Isaac antes que Ismael, aunque ambos eran hijos de Abraham. Más tarde, eligió a Jacob de preferencia a Esaú. En este caso, ambos eran hijos de la misma madre (cosa que Isaac e Ismael no eran) y eran gemelos. Y de nuevo, en su soberanía perdonó a Israel cuando lo había perdido todo por adorar al becerro de oro, diciendo: «Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y tendré compasión del que yo tenga compasión» (Rom. 9:15). Así que el lugar de Israel en el pasado se debió a la soberanía de Dios. No fue una cuestión de méritos especiales: Él simplemente lo quiso, es todo. Según el mismo principio, en la época actual Dios los ha apartado a causa de sus pecados y de su rechazo del Mesías, y actúa con gracia soberana hacia los gentiles.

Pero, ¿ha terminado para siempre con la descendencia de Abraham? No. El apóstol plantea la pregunta: «Digo pues: ¿Rechazó Dios a su pueblo? ¡De ninguna manera! Porque yo también soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín. Dios no rechazó a su pueblo, al que conoció con antelación» (Rom. 11:1-2). Continúa mostrando que actualmente reina un espíritu de aturdimiento sobre el conjunto de la nación, pero que Dios tiene un remanente. Estos, por supuesto, se incorporan a la Iglesia, el Cuerpo de Cristo. Pero hay más por venir. Dios no se ha olvidado de ellos como pueblo; los reinstaurará en su favor divino y perdonará todos sus pecados. Fueron arrancados del olivo a causa de su incredulidad, pero volverán a ser injertados. El versículo 23 muestra que esto es posible: «Poderoso es Dios para injertarlos de nuevo»; el versículo 24, que es probable: «¡cuánto más estos, que son las ramas naturales, serán injertados en su propio olivo!» Luego el apóstol eleva su razonamiento algo más y dice que es seguro: «Endurecimiento parcial ha acontecido a Israel hasta que entre la plenitud de los gentiles; y así todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador; y apartará de Jacob la impiedad» (v. 25-26).

Dios restaurará al pueblo de Israel por 3 razones:

  1. Su Palabra,
  2. Su Nombre,
  3. La muerte de Cristo.

1. Su Palabra. Las promesas de Dios a Abraham, confirmadas más tarde a Isaac, eran incondicionales. En gracia soberana, se apareció a Abraham, diciendo: «Benditas en ti todas las familias de la tierra… Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre… A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates» (Gén. 12:3; 13:15; 15:18). Estas promesas nunca se cumplieron realmente. Israel nunca habitó la totalidad de la tierra tal como se describe aquí. Es cierto que en tiempos de Salomón todo estaba sujeto a tributo, pero esto no cumplía suficientemente la promesa de Dios. Él quería que heredaran y disfrutaran de la tierra, sin la presencia de extranjeros. Además, es obvio que todavía no han tenido posesión eterna de ella, pues lo que tenían, lo perdieron después de un tiempo a causa de su pecado, y fueron dispersados entre las naciones. Que nadie imagine que, porque esto es así, no hay gloria futura para ellos. Aunque fueron infieles a Dios, él no les será infiel, sino que cumplirá toda su Palabra. Esto lo explica sorprendentemente el Espíritu Santo en Gálatas 3:15-18: «Hermanos, hablo según normas humanas: Cuando un pacto, incluso [el de] un hombre, ha sido confirmado, nadie puede anularlo ni añadirle. Ahora bien, a Abraham fueron hechas las promesas, y a su descendencia. No dice: A las descendencias, como si [hablara] de muchos, sino [hablando] de uno solo: A tu descendencia, que es Cristo. Y esto digo: La ley que llegó cuatrocientos treinta años más tarde, no anula un pacto previamente ratificado por Dios, para invalidar la promesa. Porque si la herencia es por una ley, ya no es por la promesa; pero Dios la concedió a Abraham mediante la promesa». Es muy sencillo. El hecho de que transgredieran la Ley no anulaba la Palabra de Dios. Sus promesas eran incondicionales y anteriores a la Ley. Por lo tanto, deben cumplirse al final; porque es imposible que Dios mienta.

2. Su Nombre. Cuando Dios llamó a Moisés para liberar a Israel de Egipto, le dijo: «Así dirás a los hijos de Israel: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros. Éste es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos» (Éx. 3:15). Además, los vinculó a sí mismo bajo su nombre de Jehová: «Yo soy Jehová. Y aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios Omnipotente, mas en mi nombre Jehová no me di a conocer a ellos» (Éx. 6:2-3). Este nombre expresa que Él es inmutable (comp. Mal. 3:6); la restauración del pueblo, por culpable e indigno que fuera, está, pues, vinculada a este Nombre. Su actitud hacia Dios cambió, pero bendito sea su Nombre, él nunca cambió hacia ellos, aunque a causa de sus pecados e incredulidad tuvo que ocultarles su rostro durante un tiempo, por así decir. Que los que piensan que Dios ha terminado con Israel reflexionen sobre esta hermosa declaración: «Así ha dicho Jehová: Si los cielos arriba se pueden medir, y explorarse abajo los fundamentos de la tierra, también yo desecharé toda la descendencia de Israel por todo lo que hicieron, dice Jehová» (Jer. 31:37). Es magnífico y digno del Dios que lo pronunció.

3. La muerte de Cristo. He aquí otra razón fundamental por la que Dios aún mostrará misericordia al Israel culpable. En Juan 11:49-51, Caifás profetizó que Jesús debía morir por la nación. Sus pensamientos sobre el asunto y los del Espíritu Santo pueden haber sido muy diferentes, pero sus palabras expresan la verdad de todos modos. Los creyentes deben ver la cruz de Cristo como algo más que una expiación por nuestros pecados. Bendito sea Dios, llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero (1 Pe. 2:24), pero también hay una parte para Israel en esa cruz. Pronto lo descubrirán. Durante la larga y oscura noche de la incredulidad de Israel, el memorial de ese precioso sacrificio permanece ante Dios (Lev. 6:9). Cuando el Señor Jesús se manifieste en gloria, llorarán por él. Ese día aprenderán que Aquel a quien traspasaron sus padres fue herido por sus rebeliones y molido por sus iniquidades (Zac. 12:9-14; Is. 53:5). ¡Qué descubrimiento para Israel! ¡Qué lección aprenderán después de siglos de incredulidad! Dios los pondrá para siempre al abrigo de la preciosa obra de Cristo de una vez por todas.

Habiendo considerado las razones de su restauración, veamos algunas declaraciones bíblicas sobre el tema. Veamos Ezequiel 37. El profeta se encuentra en medio de un valle de huesos secos. Se le dice que estos huesos representan a toda la casa de Israel. «He aquí, ellos dicen: Nuestros huesos se secaron, y pereció nuestra esperanza, y somos del todo destruidos» (v. 11). Aquí, la muerte describe su condición nacional. La muerte se usa de varias maneras en la Palabra de Dios: describe (1) la condición espiritual de los inconversos (Efe. 2:1); (2) la separación del alma y el cuerpo; (3) el destino final de los impíos (Apoc. 20:14); y (4) la disolución nacional (Ez. 37; Is. 26:13-14, 19; Dan. 12:2).

La visión de Ezequiel no trata de la resurrección de los muertos, como tal, ni de la conversión de los pecadores, aunque el capítulo se ha utilizado a veces para ambos fines. Se trata del resurgimiento nacional del pueblo de Israel para poseer y disfrutar de su gloria perdida hace mucho tiempo. A esto se refiere el apóstol en Romanos 11:15: «Porque si su exclusión es la reconciliación del mundo, ¿qué será su readmisión, sino vida de entre los muertos?». Esto es obra solo de Dios; en el momento de la aparición de nuestro Señor Jesucristo. Solo entonces Dios los mirará con buenos ojos y los restaurará.

Cualquier intento de restaurarlos a su país y posición nacional antes de ese día, por bien intencionado que sea, solo puede ser desastroso. Sopesemos esto cuidadosamente. Si es grave maltratar u oprimir al judío, es igualmente solemne interferir con los caminos gubernamentales de Dios al desear restaurarlos en su posesión. Están dispersos y quebrantados bajo la mano de Dios. Es él quien los ha expulsado por razones muy serias. ¿Quién trataría de revocar su sentencia? No fueron derribados accidentalmente, sino por el justo juicio de Dios. Antes de que Israel pueda estar verdaderamente restaurado, debe recibir el doble de sus pecados de las manos de Jehová (Jer. 16:18; Is. 40:2). Él, y solo él, tiene el derecho de fijar el momento en que su espera se cumplirá y cesará la indignación (Dan. 11:36).

Isaías 18 es un capítulo muy interesante sobre Israel. Parece predecir un esfuerzo por parte de algún poder marítimo para reunirlos, justo antes de que el Señor intervenga. Este capítulo no es una acusación, sino una llamada. «¡Ay de la tierra que hace sombra con las alas, que está tras los ríos de Etiopía; que envía mensajeros por el mar, y en naves de junco sobre las aguas! Andad, mensajeros veloces, a la nación de elevada estatura y tez brillante, al pueblo temible desde su principio y después, gente fuerte y conquistadora, cuya tierra es surcada por ríos» (v. 1-2). No se nombra el país, pero se dan 3 pistas: (1) es un país lejano; (2) es una potencia marítima; y (3) es favorable a los judíos. No especulemos sobre su nombre; los acontecimientos lo demostrarán a su debido tiempo.

Pero Jehová no está implicado en ello, pues no ha llegado su hora. Pero sí llama la atención sobre ello: «Vosotros, todos los moradores del mundo y habitantes de la tierra, cuando se levante bandera en los montes, mirad; y cuando se toque trompeta, escuchad. Porque Jehová me dijo así: Me estaré quieto, y los miraré desde mi morada, como sol claro después de la lluvia, como nube de rocío en el calor de la siega» (v. 3-4). Este lenguaje puede parecer oscuro, pero muestra claramente que, cuando los hombres están ocupados haciendo el mal, Dios no se mueve, sino que, desde su morada celestial, observa lo que hacen. Considera sus acciones, pero permanece callado, pues no ha llegado el momento oportuno para la liberación.

¿Tendrá éxito la empresa? ¿Se revocará la sentencia divina que condena a Israel al exilio y al castigo? ¡No! «Porque antes de la siega, cuando el fruto sea perfecto, y pasada la flor se maduren los frutos, entonces podará con podaderas las ramitas, y cortará y quitará las ramas. Y serán dejados todos para las aves de los montes y para las bestias de la tierra; sobre ellos tendrán el verano las aves, e invernarán todas las bestias de la tierra» (v. 5-6). De este modo, los planes del hombre quedarán en nada. Cuando todo parece ir bien y el éxito parece asegurado, sobrevendrá el desastre. El pueblo así restaurado será mera presa de las potencias circundantes. Con un pasaje como este, no deben sorprendernos los intentos de reintegrar al Israel disperso en la tierra de sus padres. El último versículo del capítulo muestra que cuando el Señor interviene en favor de su pueblo, los resultados serán gloriosos y completos. El pueblo antes disperso y asolado será presentado a Él para que se establezca en paz, para siempre, en torno al centro que él ha elegido, el monte Sion.

Veamos ahora los detalles de este proceso. En el pasado, su expulsión de la buena tierra se produjo en 2 partes. Las 10 tribus fueron llevadas por los reyes de Asiria; las 2 tribus, que formaban el reino de Judá, por Nabucodonosor, rey de Babilonia. La Escritura guarda silencio sobre el regreso de las 2 tribus. Simplemente las considera en la tierra durante los acontecimientos de los últimos días. Volverán a la incredulidad, reconocerán al falso cristo y sufrirán por ello. Reconstruirán el templo o adaptarán para su uso otro edificio existente. En cualquier caso, se mencionan el «templo de Dios» y el «lugar santo» (2 Tes. 2:4; Apoc. 11:1-2; Mat. 24:15).

En general, estarán muy contentos con su jefe, pero los que sean piadosos tendrán dudas desde el principio. Vendrá a ellos en su propio nombre y será recibido, como predijo el Señor Jesús (Juan 5:43). Como su jefe, hará un pacto de 7 años con la bestia romana para su protección. El Señor define este pacto como un pacto con la muerte y un pacto con el Seol (Is. 28:14-22), denunciando el orgullo y la impiedad que conducen a él. La razón de este pacto es, al parecer, su temor al enemigo del norte, llamado «el turbión del azote». Pero su acuerdo resultará inútil, pues su formidable enemigo les castigará de todos modos; y lo que es peor, el propio jefe que han elegido se convertirá en un enemigo interior mucho peor: un auténtico lobo con piel de cordero. ¡Ay de la Judea culpable! Cuando vino Cristo, no lo conocieron. No discernieron las cosas que pertenecían a su paz, ni el tiempo de su visitación. De ahí el dolor y las tinieblas.

La aparición del Señor Jesús liberará al remanente piadoso de Judá de este terrible enemigo perseguidor (Mat. 24:29-31). Él responderá a su clamor de liberación apareciendo en las nubes del cielo con poder y gran gloria. Aparecerá para gozo de ellos, y los que los odian serán avergonzados (Is. 66:5).

Después vendrá la reunión de las 10 tribus. Sonará la gran trompeta, y los que estaban a punto de perecer se reunirán para adorar al Señor en el monte santo de Jerusalén (Is. 27:13). La trompeta de Mateo 24:31 se refiere indudablemente al mismo acontecimiento. Entonces se cumplirá la fiesta de las trompetas (Lev. 23:23-26). Las trompetas de plata, instituidas por primera vez en relación con el Tabernáculo, tenían por objeto reunir al pueblo (Núm. 10:1-3).

¡Qué regreso al país después de largos siglos de peregrinación y desolación! ¡Qué gozo para Dios y qué bendición para su pueblo elegido! ¡Y qué reunión será para las tribus después de siglos de separación y distanciamiento! Isaías 49:18-23 describe su encuentro. El Señor dice a las 2 tribus que ya están en la tierra: «Alza tus ojos alrededor, y mira: todos éstos se han reunido, han venido a ti». Se vestirán con ella como con un manto, y la tierra será demasiado estrecha para sus habitantes. El Espíritu describe todo esto de una manera muy conmovedora. «Y dirás en tu corazón: ¿Quién me engendró estos? Porque yo había sido privada de hijos y estaba sola, peregrina y desterrada; ¿quién, pues, cria estos? He aquí yo había sido dejada sola; ¿dónde estaban estos?», se preguntarán. Durante siglos, Sion estuvo privada de sus hijos. Durante mucho tiempo la tierra descansó en sus sábados. Pero llegará el tiempo de Jehová, y ¡qué cambio tan maravilloso y glorioso será!

Él se encargará de que su pueblo sea traído al país de una manera digna del pueblo de Jehová. Las naciones «y traerán en brazos a tus hijos, y tus hijas serán traídas en hombros. Reyes serán tus ayos, y sus reinas tus nodrizas» (Is. 49:22-23); «Y los redimidos de Jehová volverán, y vendrán a Sion con alegría; y gozo perpetuo será sobre sus cabezas; y tendrán gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gemido» (Is. 35:10).

Muchos se preguntarán dónde están ahora estas tribus; ¡cuánto tiempo y trabajo se ha invertido en intentar resolver esta cuestión! Pero, ¿por qué deberían preocuparse los cristianos? Donde la Escritura guarda silencio, no hay necesidad de ser curiosos. La fe tiene la seguridad de que Dios sabe dónde están, y que lo dará a conocer a su tiempo y a su manera. Antiguamente, en el santuario, la mesa de los panes de la proposición y sus 12 panes estaban siempre ante el Señor, y durante la noche, la luz del candelabro de oro extendía sus rayos sobre ellos (Lev. 24:1-9). Es de noche para Israel, sin duda; pero el ojo de Dios está sobre ellos, ninguna de las tribus está olvidada ante Él. Sabrá dónde están cuando quiera restaurarlas y bendecirlas.

No debe suponerse, sin embargo, que todos los descendientes de Israel son Israel (Rom. 9:6). Como hemos visto, las 2 tribus de la tierra serán severamente tamizadas por el Anticristo; solo un tercio será llevado a la bendición por medio del fuego (Zac. 13:8-9). La masa seguirá al Engañador a su ruina eterna. Las 10 tribus también serán tamizadas, pero no de la misma manera. No han sido culpables del grave pecado de rechazar al Mesías, como sus hermanos. Judá sufrirá más, siendo responsable ante Dios de este terrible crimen. Sin embargo, las otras tribus serán cribadas (comp. Ez. 20:34-38). El Señor las conducirá al desierto antes de devolverlas a Canaán, y allí les pleiteará con ellos cara a cara. Tendrán que pasar bajo su vara, para que los transgresores y rebeldes sean eliminados. Entonces, el remanente será traído de vuelta, para no ser desarraigado nunca más, pues el Señor los plantará en su propia tierra con todo su corazón y toda su alma, como nos asegura el profeta.

La nación volverá a estar unida. El pueblo ha estado dividido desde los días de Roboam. La grave negligencia de Salomón hacia el Señor hizo que la nación se desgarrara después de su muerte. Dios permitió que Jeroboam apartara a 10 tribus de su lealtad a la casa de David (1 Reyes 11 al 12). Desde entonces, nunca han estado unidas. A menudo han estado en conflicto abierto entre ellas, las 10 tribus invariablemente aliadas con los reyes de Siria. Luego vino una separación aún mayor, cuando las 10 tribus fueron deportadas por los reyes de Asiria. Desde entonces, nunca volvieron a recuperar sus posesiones.

Su futura reunificación le fue revelada al profeta Ezequiel de una manera muy sencilla. Se le dijo que tomara 2 palos y escribiera en uno: «Para Judá, y para los hijos de Israel sus compañeros», y en el otro: «Para José, palo de Efraín, y para toda la casa de Israel sus compañeros»; luego tuvo que unirlos para hacer un solo palo en su mano (Ez. 37:15-17). Así obrará Jehová para Israel en un futuro próximo. Sus divisiones serán sanadas; estas son siempre fruto del pecado y de la bancarrota, ya sea en Israel, en el mundo o en la Iglesia.

En el día de gloria venidero, Israel tendrá un solo rey y un solo centro. Cristo será su Cabeza, el verdadero David, el hombre según el corazón de Dios (Ez. 37:24-25; Zac. 14:9, 16-17; Os. 1:11; 3:5). Entonces cantarán en verdad: «¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» (Mat. 21:9). En el pasado, solo había sido la excitación de la naturaleza, el grito convirtiéndose en menos de una semana en «¡Quítalo, quítalo! ¡Crucifícalo!… No tenemos más rey que César» (Juan 19:15). En el futuro, será una verdadera obra del Espíritu de Dios, que producirá en sus corazones sentimientos de carácter divino y duradero. ¡Qué rey será Cristo para ellos! David y Salomón lo representaron, ¡pero solo débilmente! David, habiendo pecado, trajo la peste sobre las pobres ovejas; Salomón las deslumbró con gloria y esplendor, pero el yugo era pesado y la opresión severa, y el brillante período de gloria terminó en miseria y desastre. Pero el verdadero David traerá paz y bendición a su pueblo; el verdadero Salomón desplegará ante ellos una gloria más brillante, y su reinado será justo y equitativo, sin fracasar al final. Dios solo podía confiar el reinado universal a uno: a su Hijo amado, el Hijo del hombre.

Israel no solo tendrá entonces un solo Rey, sino que también tendrá un solo centro. Ya no existirá la antigua rivalidad entre Jerusalén y Samaría; Sion será exaltada al lugar que le corresponde como lugar de reposo elegido por Jehová, la ciudad del gran Rey. Será una excelencia eterna, un gozo para muchas generaciones (Sal. 132:13-14; 48:2; Is. 60:15). «Ama Jehová las puertas de Sion más que todas las moradas de Jacob. Cosas gloriosas se han dicho de ti, ciudad de Dios» (Sal. 87:2-3). Desde allí se administrará toda la tierra, y desde allí saldrán la ley y la palabra del Señor. Jerusalén ha sido pisoteada durante mucho tiempo por las naciones a causa de los pecados de sus hijos, pero Dios aún tendrá compasión de su polvo y se complacerá en sus palacios. Cuando el arrogante gentil haya sido humillado hasta el polvo, Sion, a quien Jehová siempre ha amado, será restaurada a su lugar divinamente designado en la tierra.

Cuando Sion sea restaurada, Israel volverá a tener el santuario de Dios. Fue su marca distintiva en el pasado, y será su marca distintiva en el día venidero. «Los estableceré y los multiplicaré, y pondré mi santuario entre ellos para siempre… Y sabrán las naciones que yo Jehová santifico a Israel, estando mi santuario en medio de ellos para siempre» (Ez. 37:26, 28). El plano del nuevo templo está presentado a partir de Ezequiel 40. La nube de gloria, que se fue como con pesar en el día de la transgresión de Israel, volverá para su gozo. El sacerdocio será restaurado, junto con los sacrificios y ciertas fiestas. En el futuro, los sacrificios serán conmemorativos, por supuesto, remontándose al único gran sacrificio, fundamento de toda bendición, tanto para el cielo como para la tierra. Todas las fiestas serán restauradas, excepto la de Pentecostés y el Día de la Expiación. La primera se cumple ahora con el llamamiento de la Iglesia; la segunda se cumplirá cuando el gran Sumo Sacerdote salga del santuario celestial y se muestre a su pueblo.

Israel volverá a tener el santuario de Dios, pero será, por así decirlo, solo su guardián. Dios quiere que los gentiles participen de las bendiciones y privilegios de este santuario. «Yo los llevaré a mi santo monte, y los recrearé en mi casa de oración; sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptos sobre mi altar; porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos» (Is. 56:7). Año tras año, los que sean salvos entre las naciones subirán a Jerusalén para celebrar la Fiesta de los Tabernáculos (Zac. 14:16). Esto no despertará enemistad ni celos entre los judíos. Ya no serán el pueblo fríamente conservador que habían sido. En los primeros días del cristianismo estaban furiosos de que los gentiles oyeran el Evangelio, mientras que ellos mismos no lo tenían en cuenta. ¡Qué cambio hace la gracia! En el día de su bendición, compartirán gustosamente con otros los favores que tan ricamente les han sido concedidos, y cumplirán así su alta y santa misión en la tierra.

Toda la nación será convertida. Cuando estén bajo el poder de la nueva alianza, Dios escribirá sus leyes en sus corazones y en sus mentes. No será necesario que se dirijan a la conciencia unos a otros en relación con el pecado, ni que se exhorten unos a otros, en relación con el Señor, porque todos lo conocerán, desde el más pequeño hasta el más grande (Jer. 31:31-34). ¡Qué gran cambio, considerando su actual distanciamiento!

En aquel tiempo tendrá lugar una nueva efusión del Espíritu. La primera lluvia cayó el día de Pentecostés con resultados maravillosos. La lluvia tardía caerá sobre Israel el día de su gloria milenaria. Dios pondrá su Espíritu en ellos, derramándolo desde lo alto (Ez. 37:14; Is. 32:15). La profecía de Joel, citada por Pedro en Hechos 2, se cumplirá entonces. No hay que esperar nuevas efusiones hasta entonces. Durante nuestro período de gracia, el Espíritu Santo está aquí como la parte de la primogenitura de cada cristiano y de la Iglesia. Tenemos que caminar por el Espíritu y estar llenos de él. Muchos son imprecisos acerca de esto. Ven que la condición espiritual de la Iglesia es baja en general, lo deploran, pero piensan que el único remedio es otra efusión (o bautismo) del Espíritu. Esto no es así, piensen lo que piensen las almas bien intencionadas. La verdadera necesidad es una fe más sencilla en el gran hecho de que el Espíritu Santo está presente en la tierra. Utilicemos el poder de que disponemos, y Dios honrará el esfuerzo.

Cuando Israel esté convertido y sea bendecido por el Espíritu, el vínculo entre Jehová y ellos será plenamente restaurado. Israel fue una esposa infiel Jehová, yendo con muchos amantes, de modo que Jehová tuvo que divorciarse de ella y despedirla. Pero el tiempo de su viudez está llegando a su fin, la sentencia de Lo-ammi pronto será revocada, y Dios volverá a complacerse en su pueblo. En el pasado, en su ceguera, no sabía quién era Aquel que la amaba de verdad, que le daba grano, vino y aceite, y que la adornaba con joyas; pero cuando la gracia actúe en su corazón, se volverá hacia él con contrición y arrepentimiento, para que pueda ser recibida de nuevo en su corazón. «Pero he aquí que yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón… En aquel tiempo, dice Jehová, me llamarás Ishi (Esposo), y nunca más me llamarás Baali (Amo). Porque quitaré de su boca los nombres de los baales, y nunca más se mencionarán sus nombres» (Oseas 2:14-17). El libro de los Salmos y el de los Cantares abren los caminos de Dios con Israel en aquel día; uno muestra su obra en sus conciencias y el otro su obra en sus corazones. Israel será verdaderamente suyo en ese glorioso día.

Serán días de bendición universal. No es por nuestros medios que Dios llenará la tierra con su gloria, sino por los medios del Israel restaurado y convertido. Las palabras del Salmo 67 son su lenguaje y no el de la Iglesia:

«Dios tenga misericordia de nosotros, y nos bendiga; haga resplandecer su rostro sobre nosotros; para que sea conocido en la tierra tu camino, en todas las naciones tu salvación.

Te alaben los pueblos, oh Dios; todos los pueblos te alaben.

Alégrense y gócense las naciones, porque juzgarás los pueblos con equidad, y pastorearás las naciones en la tierra.

Te alaben los pueblos, oh Dios; todos los pueblos te alaben.

La tierra dará su fruto; nos bendecirá Dios, el Dios nuestro.

Bendíganos Dios, y témanlo todos los términos de la tierra».

Bien pudo decir el salmista, pensando en la gloria venidera: «Bendito Jehová Dios, el Dios de Israel, el único que hace maravillas. Bendito su nombre glorioso para siempre, y toda la tierra sea llena de su gloria. Amén y Amén» (Sal. 72:18-19).


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