4 - La apostasía de la cristiandad y el Anticristo
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Veremos ahora el curso de los acontecimientos en la cristiandad después de la partida de los santos hacia la gloria. La venida del Señor no purificará, por desgracia, la esfera de la profesión cristiana. Es de temer que él tenga que decir a miles: «De cierto os digo: No os conozco» (Mat. 25:12). Llevan las lámparas de la profesión, pero están sin aceite; temen su nombre, pero nunca han tenido contacto vivo con él; con sus labios cantan sus alabanzas, pero sus corazones nunca han conocido su amor y gracia. En el arrebato todos ellos serán dejados atrás, a pesar de sus súplicas. ¿Cuál será su futuro? Eso es lo que vamos a ver ahora.
Muchos piensan que la era del Evangelio es la última, y que la difusión de la verdad y la sumisión espiritual de todo el mundo a Cristo traerá el Milenio. Pero las Escrituras no dicen eso. El Milenio será introducido por juicios destructivos, no por la obra del Evangelio, y el actual período favorecido terminará en tinieblas y apostasía en vez de gloria universal.
Una triste constancia marca toda la historia del hombre. Todas las dispensaciones terminan miserablemente. El hombre ha fracasado en todas las circunstancias en que Dios lo ha colocado. La dispensación de la inocencia terminó con la caída y la expulsión del jardín; la de la conciencia terminó con el diluvio; la de la Ley terminó con el rechazo y muerte del Mesías; y se podrían añadir otras. El período de la Iglesia no será una excepción, como atestiguan todos los libros del Nuevo Testamento. Citemos algunas pruebas. En 2 Timoteo 3:1, dice: «Pero debes saber que en los últimos días vendrán tiempos difíciles» (a esto sigue una sombría descripción que nos recuerda la depravación pagana descrita en Romanos 1): «Teniendo apariencia de piedad, pero negando el poder de ella; de estos apártate». Esto es muy solemne. Es evidente que el apóstol no esperaba que la Iglesia profesa y el mundo mejoraran y se conformaran a Cristo. ¿Qué dice el versículo 13 de este capítulo? «Pero los hombres malos y los impostores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados». Consideremos también la breve Epístola de Judas. Se traza el curso del mal en la Iglesia profesa desde el momento en que fue introducido por el enemigo a través de ciertos hombres que se introdujeron disimuladamente, hasta la aparición del Señor en juicio. El mal no se erradica, sino que se intensifica hasta que el Señor mismo se levante para hacerle frente. Recuerden también la parábola del Señor sobre el trigo y la cizaña, en Mateo 13:24-30. El enemigo sembró la cizaña poco después de que se sembrara el trigo, y crecen juntos hasta la siega, que marca la gran y definitiva separación.
La advertencia de Romanos 11 puede relacionarse con todo esto. Aquí el apóstol muestra que la cristiandad ha sustituido a Israel en la tierra en lo que se refiere a privilegios y responsabilidades exteriores. Las ramas judías del olivo han sido cortadas por infidelidad, como todo el mundo sabe. Pero ¿qué hay de los gentiles, que les sucedieron como ramas silvestres injertadas? «No seas arrogante, sino teme, pues si Dios no perdonó a las ramas naturales, tampoco te perdonará a ti. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; severidad para con los que cayeron; la bondad de Dios contigo, si permaneces en esa bondad; de otra manera tú también serás desgajado» (Rom. 11:20-22). Esto no toca la cuestión de la salvación individual, que está eternamente asegurada en Cristo; es una responsabilidad de la dispensación. ¿Quién afirmará que la cristiandad ha seguido beneficiándose de la bondad de Dios? Así que el juicio debe caer, pero no antes de que la copa de la iniquidad esté llenada por la apostasía de los últimos días.
Esto lo veremos ahora. Observen cómo se introduce este solemne tema en 2 Tesalonicenses 2. En el momento de escribir la Epístola, los tesalonicenses estaban en profunda angustia, porque estaban pasando por una gran tribulación. Pablo habla de «todas las aflicciones y tribulaciones que soportáis» (2 Tes. 1 - 4). El enemigo se ensañaba contra ellos a causa de su fe en el Señor Jesús. También actuaba de otra forma mucho más grave. Había logrado inculcar en sus mentes la idea de que el día del Señor había llegado, y que la gran tribulación asociada con ese momento solemne estaba sobre ellos. Una carta, pretendiendo ser del apóstol Pablo, había sido enviada a ellos, reforzando esta idea. Todo esto les dolía mucho. La esperanza viva que el Espíritu tan calurosamente alabó en la Primera Epístola se oscureció, y una gran desesperación se apoderó de ellos.
Sin embargo, una simple consideración les habría sido de gran ayuda. Los escritos del Antiguo Testamento hablan del Día del Señor como un juicio sobre los impíos. En ese día, las funciones se invertirán. Los amados del Señor descansarán en su bendita presencia, mientras que sus enemigos experimentarán la adversidad. Esto habría sido un pensamiento tranquilizador para los tesalonicenses; pero, por desgracia, nuestros corazones son tales que, en un momento de dificultad, a menudo olvidamos lo que podría ser de verdadera ayuda y consuelo para nosotros.
Fíjense bien en lo que dice el apóstol: «Pero os rogamos, hermanos, respecto a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, que no os dejéis alterar fácilmente en vuestro modo de pensar, ni os alarméis por una supuesta revelación, ni por mensaje, ni por carta, como [si fuera] de nosotros, en el sentido de que el día del Señor ha llegado» (2 Tes. 2:1-2). El apóstol dijo a los romanos: «La noche está muy avanzada, y el día se acerca» (Rom. 13:12) –no estaba diciendo que el día ya había llegado.
Está pidiendo a los tesalonicenses que no se convenzan de que el día del Señor ya ha llegado. ¿Y en qué basa su exhortación? En la venida del Señor Jesús para reunir a los suyos. No podría haber presentado la distinción entre los 2 acontecimientos con mayor claridad. Una cosa es la venida del Señor a buscar a los suyos y otra cosa es su día (el día de su aparición gloriosa). Los santos deben ser arrebatados al cielo antes de la última gran crisis; pero en la medida en que toda la Iglesia estaba todavía en la tierra, ¿cómo podían suponer los tesalonicenses que el día estaba allí? Este es el razonamiento del apóstol, que es a la vez sencillo y tranquilizador.
A continuación, presenta otra consideración. Antes de que llegue el día del Señor, debe tener lugar la apostasía y el hombre de pecado debe ser manifestado. «Nadie os engañe de ninguna manera; porque [ese día no vendrá] sin que venga primero la apostasía y sea revelado el hombre de pecado, el hijo de perdición» (2 Tes. 2:3). Esto no debe confundirse con otras afirmaciones sobre la apostasía. Es importante exponer correctamente la palabra de verdad. El mismo apóstol escribe: «Pero el Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos algunos apartarán de la fe» (1 Tim. 4:1). Un examen de los versículos que siguen muestra que el objetivo la cristiandad (de la cual Laodicea es la imagen) con su hipocresía y sus enseñanzas demoníacas. 2 Timoteo 3:1 es otra etapa en el desarrollo del mal: «En los últimos días vendrán tiempos difíciles». Aquí no dice que algunos se apartan de la fe; el mal es mucho más general. Cuando leemos lo que dice el Espíritu Santo en 2 Timoteo 3:1-5, vemos descritos vivamente nuestros tiempos? Estamos en los «últimos días».
2 Tesalonicenses 2 habla de un período posterior y aún más solemne. Tan serio como es el carácter de los «últimos tiempos» y los «últimos días», la apostasía es mucho más grave. Es nada menos que una negación universal de toda profesión de cristianismo. Habiendo sido quitados los santos –la sal– y habiendo abandonado la escena el Espíritu Santo, ¿qué podría salvar a la masa de la ruina total? La profesión de cristianismo no se abandonará necesariamente tan pronto como sean retirados los santos; probablemente se mantendrá durante un tiempo. Más de un edificio de iglesia estará abierto como de costumbre, más de un sermón sin Cristo será pronunciado entonces, como, ¡ay, con demasiada frecuencia ahora! Pero esto no durará. El llamado espíritu liberal prevalecerá. Ya no será necesario defender tal o cual verdad; la unión del cristianismo (de la que tanto oímos hablar hoy o ecumenismo) será entonces más que posible, pero será seguida, bajo la dirección de Satanás, por el rechazo del nombre mismo y de la forma del cristianismo.
Muchas almas verdaderamente sinceras encuentran esto difícil de creer. Han acariciado durante tanto tiempo el pensamiento de que el Evangelio debe convertir mundo entero a Dios, que les parece inconcebible que la cristiandad llegue a ser más corrupta y perversa que el mundo pagano. Pero debemos ser honestos y aceptar el testimonio de las Escrituras. No ganamos nada engañándonos con falsas esperanzas y expectativas, al contrario. Hacerlo es dar ventaja al enemigo, pues el resultado inevitable es una cierta ceguera ante nuestro camino actual en medio de una oscuridad y maldad crecientes.
No se puede negar que las cosas avanzan rápidamente hacia la apostasía. Dios quiera que el panorama no sea más sombrío de lo que es, pero los hechos están a la vista de todos. La inspiración de las Escrituras está puesta en duda o negada por todas partes; muchos se entregan a las más graves especulaciones acerca de la persona de Cristo; la doctrina fundamental de la expiación es dejada de lado por multitudes; el castigo eterno de los impíos es ampliamente rechazado; y podrían añadirse muchos otros puntos angustiosos. Es un día de compromiso y capitulación. Las verdades por las que nuestros antepasados sufrieron voluntariamente se abandonan hoy a la ligera, como si fueran bagatelas; muchos miran a nuestros predecesores con una especie de compasión, considerándolos demasiado estrictos y estrechos.
Si este es el estado de cosas mientras los santos están todavía aquí, ¿cómo será cuando todos se hayan ido? La Escritura responde: apostasía –de ahí la revelación del Anticristo, el hombre de pecado. El hombre es por naturaleza un ser religioso, y debe tener algo que adorar. Si Dios es rechazado, un sustituto satánico lo reemplaza. Esto ha existido durante mucho tiempo en el paganismo, y pronto lo veremos en la cristiandad. Cuando llegue el momento, Satanás presentará su hombre a aquellos a quienes está engañando. El Anticristo es, por supuesto, una persona. Algunos han pensado que en 2 Tesalonicenses 2 el apóstol está hablando del Papado, pero esto es un gran error. No es un sistema, ni una sucesión de hombres, sino un individuo. Los papas, arrogantes y malvados como eran, nunca llegaron a los extremos descritos aquí. El hombre de pecado se exalta a sí mismo por encima de todo lo que se llama Dios o que es adorado. Deja de lado todo objeto de culto, verdadero o falso, y reclama únicamente el honor divino. Su sede estará en Jerusalén. «Se sienta en el templo de Dios, presentándose él mismo como Dios» (v. 4). Solo en el monte Moria poseía Dios un templo material. Durante el período de la Iglesia, el templo de Dios es espiritual. Los santos forman su templo y el Espíritu de Dios mora en él (1 Cor. 3:16-17; 1 Pe. 2:5). Cuando los santos sean arrebatados al cielo, esto necesariamente llegará a su fin. Entonces aparecerá de nuevo el templo material. Sucederá así: un buen número de judíos estará de vuelta en su propio país al final de esta dispensación (de hecho, muchos han vuelto y están volviendo ahora); se dispondrán a restablecer su antiguo sistema de culto, con su santuario, su sacerdocio y sus sacrificios; a su debido tiempo, el hombre de pecado se presentará ante ellos, afirmando ser el Mesías largamente esperado; sucederá entonces lo que el Señor anunció: «Yo he venido en el nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a este sí recibiréis» (Juan 5:43). Sus afirmaciones serán recibidas por las masas cegadas, a diferencia del remanente piadoso que se dirá a sí mismo: «Los dichos de su boca son más blandos que mantequilla, pero guerra hay en su corazón; suaviza sus palabras más que el aceite, mas ellas son espadas desnudas» (Sal. 55:21). Los elegidos no se engañan; no siguen a un extraño, porque no conocen su voz.
El Anticristo pronto mostrará sus verdaderos colores. Primero, como jefe de los judíos, se aliará con la gran potencia de Occidente para protegerse (Dan. 9:27). La masa impía se jactará, diciendo: «Pacto tenemos hecho con la muerte, e hicimos convenio con el Seol; cuando pase el turbión del azote, no llegará a nosotros, porque hemos puesto nuestro refugio en la mentira, y en la falsedad nos esconderemos» (Is. 28:15). Pero esto no durará. A mediados de la semana (los 7 años del pacto), el Anticristo, apoyado por la Bestia (la cabeza del Imperio romano), se volverá contra ellos, suprimirá su culto y tratará de imponerles la idolatría. Si se pregunta: “¿Puede esto afectar a toda la cristiandad?”, la respuesta es que la cabeza política de la cristiandad y el Inicuo en Jerusalén están aliados, de modo que donde uno tiene influencia, la tiene el otro. La cristiandad y los judíos apostatarán juntos en los últimos días, por extraño que pueda parecer a algunos ahora. ¿Qué dice 1 Juan 2:22?: «¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Este es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo». Aquí tenemos las 2 formas del mal claramente vinculadas; la primera parte del versículo es la incredulidad judía, la segunda parte es la apostasía cristiana, o más bien anticristiana. ¡Un pensamiento solemne! Donde la luz ha brillado más intensamente, las tinieblas pronto serán más densas.
Ahora hay una restricción, como muestra el apóstol: «Y ahora sabéis lo que lo retiene, para que sea revelado a su tiempo. Porque el misterio de la iniquidad ya está actuando; solo que el que ahora lo retiene, lo hará hasta que desaparezca de en medio» (2 Tes. 2:6-7). El mal entró en la esfera de la profesión cristiana en una fase muy temprana, pero, aunque actúa lenta pero firmemente, está retenido para que no llegue a su fin. El «lo que lo retiene» del versículo 6, que el apóstol no nombra, es probablemente el gobierno. Todavía es cierto que las autoridades existentes «han sido establecidas por Dios» (Rom. 13:1); y mientras esto sea así, la voluntad humana está refrenada hasta cierto punto. Pero pronto Romanos 13:1 dejará de ser verdad, porque el poder supremo de la cristiandad recibirá su trono y autoridad directamente de Satanás (Apoc. 13:1-4); entonces se abrirá el camino para que el mal se manifieste en extremo. El «que ahora lo retiene» del versículo 7 es el Espíritu Santo. Él mora en la Iglesia y en el cristiano, y está allí para guardar los intereses de Cristo. Él no permitirá que la espantosa impiedad de la que hablamos tenga lugar mientras él esté allí. Pero cuando la Iglesia sea retirada, él abandonará la escena, y el hombre será entregado al mal de su propio corazón y al diablo.
En esos días habrá un terrible engaño. Para lograrlo, tendrán lugar muchos milagros diferentes. Los milagros no son siempre pruebas de autoridad divina, diga lo que diga el papado; el diablo puede realizarlos, si Dios lo considera oportuno. La venida del hombre de pecado es «la obra de Satanás, con todo poder, y señales, y prodigios de mentira» (2 Tes. 2:9). Quizá la más seductora sea cuando hace descender fuego del cielo (Apoc. 13:13). Esta es la gran señal de Elías, que hizo que la gente cayera sobre sus rostros, diciendo: «¡Jehová es el Dios, Jehová es el Dios!» (1 Reyes 18:38-39).
En aquel día, la acción judicial de Dios será tan evidente como el poder de Satanás. Recompensará con justicia. Los hombres de la cristiandad no amaron la verdad; en vez de creerla, se complacieron en la injusticia. Dios se acordará de ellos en el día venidero; su mano caerá sobre ellos. Les enviará una energía de error para que crean la mentira del enemigo. No habiendo recibido la verdad (a sabiendas), la mentira causará su ruina eterna. Algunos encuentran difícil de creer que los “llamados” hombres iluminados de ese día se inclinarán rápidamente a los pies del hombre de pecado; pero es verdad, y solemne. Los hombres desprecian a sus ignorantes antepasados porque se inclinaban ante las piedras y los animales, pero pronto harán cosas infinitamente peores. A los estrictos judíos religiosos de los días del Señor probablemente no les importó que se les dijera que el espíritu inmundo de la idolatría volvería entre ellos con una fuerza 7 veces mayor (Mat. 12:43-45). El último estado del judaísmo será peor que el primero, y la cristiandad estará en el mismo estado. Los 2 sistemas, tan opuestos en principio, estarán juntos para mal en el oscuro día venidero.
Pasemos a 2 Tesalonicenses 2 y otras partes de la Escritura. En Daniel 11:36-45, alguien es presentado repentinamente como «el rey». ¿Quién es? Si examinamos detenidamente todo el capítulo, veremos que se ocupa de las disputas de los reyes del norte y del sur (Siria y Egipto) sobre la tierra de belleza. Lo dicho hasta el versículo 35 del capítulo se ha cumplido. Se mencionan las hazañas de la época de los macabeos, así como la intervención de los romanos, con las naves de Quitim, antes de la primera venida al mundo de nuestro Señor Jesús. Entonces tenemos una gran laguna en la profecía, que es común en la palabra profética. Se pasa por alto todo el período y se nos transporta a los últimos días. «El rey» del versículo 36 es claramente una persona que reina en la tierra, muy distinta de los reyes del norte y del sur, los cuales guerrean contra él (vean el v. 40). Este es el Anticristo, no como el líder de la apostasía de la cristiandad, como en 2 Tesalonicenses 2, sino como el líder impío del pueblo judío.
El lenguaje es demasiado parecido al de 2 Tesalonicenses 2 para ser malinterpretado. «Y el rey hará su voluntad, y se ensoberbecerá, y se engrandecerá sobre todo dios; y contra el Dios de los dioses hablará maravillas, y prosperará, hasta que sea consumada la ira; porque lo determinado se cumplirá. Del Dios de sus padres no hará caso, ni del amor de las mujeres; ni respetará a dios alguno, porque sobre todo se engrandecerá» (Dan. 11:36-37). Aquí encontramos los rasgos tristemente familiares del orgullo, la voluntad propia, la blasfemia y la usurpación del lugar y el título de Dios. El versículo 37 deja claro que se trata de un judío. Ningún gentil puede esperar ser reconocido por el pueblo judío como el Mesías, heredero del trono de David. Es extraño que todos los intérpretes de la profecía no vean este punto tan simple.
El hombre de pecado es presentado como «el rey» tan repentinamente en la profecía de Isaías: «Porque Tofet ya de tiempo está dispuesto y preparado para el rey, profundo y ancho, cuya pira es de fuego, y mucha leña; el soplo de Jehová, como torrente de azufre, lo enciende» (30:33). Y también: «Y fuiste al rey con ungüento, y multiplicaste tus perfumes, y enviaste tus embajadores lejos, y te abatiste hasta la profundidad del Seol» (57:9). Ambos pasajes se refieren a la misma figura solemne, el uno exponiendo su destino, el otro la extrema maldad del pueblo de Israel en relación con él.
Ahora unas palabras sobre Apocalipsis 13. La primera mitad del capítulo presenta al Imperio romano “resucitado”, y a su gobernante blasfemando y persiguiendo a los santos. En el versículo 11 dice: «Y vi otra bestia que subía de la tierra; tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, y hablaba como un dragón». Este lenguaje y el de los versículos siguientes lo identifica claramente con el Anticristo que hemos visto. Aquí se le llama bestia por su relación con el poder político. La primera surge «del mar», es decir, de la anarquía de las naciones; la segunda surge «de la tierra», una situación más estable en el momento de su aparición. Es la segunda bestia y no la primera la que engaña y hace milagros. Una se caracteriza por un gran poder político, la otra por la seducción satánica.
¡Qué terrible final para ambas! Han levantado la mano contra el Dios vivo y contra su Cristo, y sentirán el peso de la ira de Dios de un modo particularmente terrible cuando aparezca el Señor. 2 Tesalonicenses 2:8, habla muy solemnemente del Anticristo «a quien el Señor Jesús matará con el espíritu de su boca, y destruirá con la manifestación de su venida». Leyendo eso, ¡cuánto sentido tiene su título, «hijo de perdición»! El «espíritu de su boca» es su Palabra (vean Is. 11:4; 30:33). Con una palabra del Señor, la carrera de estos mensajeros de Satanás termina para siempre. Su poder queda paralizado por su aparición en gloria, por muy decididos que estuvieran sus corazones antes de que Él apareciera. Apocalipsis 19:20 completa el solemne relato: «Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho prodigios delante de ella, con los cuales engañó a los que recibieron la marca de la bestia, y los que adoraban su imagen. Los dos fueron lanzados vivos en el lago de fuego que arde con azufre». Preeminentes en maldad, lo serán en castigo. Todos los demás transgresores pasarán por la muerte y serán resucitados para comparecer ante el gran trono blanco, desde donde serán enviados al lago de fuego; son solemnes excepciones. Serán arrojados al menos 1.000 años antes que todos los impíos, sin pasar por la muerte.
Por último, unas palabras para la conciencia de los lectores. Hemos examinado un tema de gran solemnidad. Hemos visto cuál será el fin de la profesión de la cristiandad: la apostasía y la adoración del hombre de pecado. ¿Qué hay de ustedes, queridos lectores? ¿Es su cristianismo real, o solo de nombre? Si es esto último, no le contenten con una lámpara sin aceite, que será inútil en aquel gran día; busquen a Cristo mientras pueda. Él no rechazará al mayor pecador, ni al mayor maestro, si reconoce su verdadero estado ante Él. «El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida» (1 Juan 5:12).
“Vean al Salvador, tan esperado,
¡Apareciendo ahora con solemne pompa!
Y sus santos, por los hombres, rechazados
Compartir toda su celestial gloria: ¡Aleluya!
¡Vean aparecer al Hijo de Dios!”