2 - La resurrección de vida y la resurrección de juicio


person Autor: William Wooldridge FEREDAY 31

library_books Serie: El Señor viene

flag Tema: La resurrección


Hemos visto el objeto de la esperanza que el Señor ha puesto ante los creyentes: su propia venida para llevarlos consigo. Ahora abordaremos el tema relacionado y fundamental de la resurrección. Todo el mundo, salvo los hombres particularmente incrédulos, cree «que habrá una resurrección tanto de justos como de injustos» (Hec. 24:15). Pero no todos tienen claro este punto. Durante mucho tiempo se ha pensado que todos, salvados o no, resucitarán juntos en una resurrección general en el último día. Esta idea, por muy antigua que sea, es un grave error. La Escritura no la respalda en absoluto, sino que habla claramente de 2 resurrecciones, separadas entre ellas por al menos 1.000 años.

2.1 - La primera resurrección, que es antes del Milenio

Veamos Apocalipsis 20. En él encontramos los preparativos para el Milenio. El capítulo 19 muestra la aparición pública del Señor Jesús, acompañado de sus santos celestiales, y la destrucción de aquellos que se oponen a su avance. Luego Satanás es atado y encerrado en el abismo durante 1.000 años. Solo queda señalar a aquellos que tendrán parte con Cristo en la gloria de este maravilloso período. Por eso tenemos «la primera resurrección». Se ven resucitadas a las diversas categorías de santos celestiales; leemos: «Y vivieron, y reinaron con Cristo 1.000 años. Los demás muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron los 1.000 años». Esta es la primera resurrección. «¡Dichoso y santo el que tiene parte en la primera resurrección! Sobre estos la segunda muerte no tiene autoridad, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él 1.000 años» (Apoc. 20:4-6). Nada más claro para el ojo sencillo. No se trata de una resurrección de buenos principios, como algunos han dicho extrañamente, sino de personas; y esto, antes del Milenio y mucho antes del último juicio final. La expresión «la primera resurrección» no tiene sentido si solo hay una; y ¿qué significaría «los demás muertos»?

Cuando el Señor Jesús venga a buscar a los suyos, cada creyente dormido resucitará en gloria. Está escrito: «Las primicias, Cristo; después los que son de Cristo, a su venida» (1 Cor. 15:23). En ese mismo instante, los vivos serán transformados y los que duermen serán resucitados. Oirán el grito de su Señor y el toque de la trompeta, y saldrán para reunirse con todos sus hermanos en Su presencia. Los cuerpos de los santos sembrados en corrupción resucitarán en incorrupción; sembrados en deshonra, resucitarán en gloria; sembrados en debilidad, resucitarán en poder; sembrados como cuerpos naturales, resucitarán como cuerpos espirituales, conformes a Cristo mismo (1 Cor. 15:42-44). Los demás no resucitarán en ese momento. «Conoce el Señor a los que son suyos» (2 Tim. 2:19). Todos los que le han despreciado, cualquiera que haya sido su moralidad y religiosidad en vida, serán dejados en las tumbas para el juicio del gran día.

Este acto grandioso incluirá a todos los que han muerto en la fe desde los tiempos más remotos. Los creyentes del Antiguo Testamento, aunque no formaban parte de la Iglesia y, por lo tanto, de la Esposa celestial, sin duda resucitarán al mismo tiempo que los de la Iglesia. Las expresiones «los que son de Cristo» (1 Cor. 15:23) y «los que durmieron con Jesús» (1 Tes. 4:14) los incluyen sin duda alguna. Abel fue el primer creyente en morir; desde entonces hasta el momento del arrebato, todos resucitarán simultáneamente para ir con Cristo a la Casa del Padre.

Los santos dormidos esperan la venida de Cristo tan verdaderamente como nosotros los que estamos vivos. Aún no han recibido todo lo que esperan. Descansan en el cielo con Cristo, lo cual es mucho mejor que padecer y sufrir aquí abajo. Disfrutan de su amor más plenamente que nosotros, que tenemos tanto que reprocharnos. Pero no están en sus cuerpos; su polvo aún está en la tumba. Este estado no puede satisfacerlos, ni satisfacer al Señor. El precio de la redención incluye tanto el cuerpo como el alma, y el Señor resucitará los cuerpos de todos los suyos en el momento oportuno. Sobre este punto, habría que estudiar cuidadosamente 1 Corintios 15, cuyo tema es la resurrección del cuerpo, que algunos en Corinto querían negar. El apóstol parte de la resurrección de Cristo y continúa con la de los santos, hasta que llevemos la imagen del celestial en la venida del Señor desde el cielo. La resurrección de los perdidos no se menciona en este capítulo; para el apóstol, era un tema completamente diferente que no debía confundirse con este.

Nuestra resurrección tendrá lugar «de los muertos». Esta expresión, muy utilizada en el Nuevo Testamento, pasa con demasiada frecuencia desapercibida para los lectores de la Biblia. Leamos Marcos 9:9-10. Al bajar del monte de la Transfiguración con sus discípulos, el Señor «les ordenó encarecidamente que a nadie dijesen lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de los muertos. Retuvieron este dicho para sí mismos, razonando entre ellos qué sería resucitar de los muertos». ¿De dónde venía su dificultad? No de la resurrección en sí, ya que eran judíos ortodoxos que creían plenamente en ella y no saduceos, sino de la resurrección «de los muertos» de la que hablaba el Señor y de la que nunca habían oído hablar antes. El Antiguo Testamento no dice nada sobre la resurrección especial de los santos, porque no entra en su ámbito; y los discípulos, en ese momento, no tenían otra luz que esta. Cristo ha resucitado de entre los muertos. Dios lo resucitó al tercer día. «Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción» (Sal. 16:10). No se trataba de una resurrección general. Las tumbas en general no fueron tocadas. Es cierto que algunos santos resucitaron, pero como señal precursora de lo que estaba por venir (Mat. 27:52-53). Al resucitarlo, Dios expresaba su favor y su amor por Cristo. Él había glorificado a Dios; Dios no podía hacer menos que glorificarlo a su derecha en el cielo. Esto nos da un derecho. Él resucitó como «primicias de los que durmieron» (1 Cor. 15:20). Lo que Dios hizo por Él, lo hará ahora por los que le pertenecen. Hará una clara distinción entre estos y los impíos, sin mezclarlos, como muchos suponen vagamente.

Se pueden examinar con provecho algunos pasajes del Evangelio según Lucas sobre este tema. En Lucas 14:14 se dice: «Serás recompensado en la resurrección de los justos». ¿Qué significa esto si todos resucitan juntos? ¿No se refiere el Señor a algo especial y bendito? Vean también Lucas 20:35-36. Respondiendo a la observación de los saduceos, el Señor dice: «Pero los que serán tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo venidero y la resurrección de entre los muertos no se casan, ni se dan en matrimonio; ni pueden ya morir; porque son como los ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección». Está claro que no se trata de la resurrección en general, para la cual no se trata de ser digno de alcanzarla, ya que nadie puede escapar de ella. El hombre más impío resucitará y se presentará ante el trono. Es evidente que el versículo se refiere a la parte especial de los salvados cuando el Señor reclame a los suyos. Estos resucitarán de entre los muertos y serán como los ángeles. Nuestro “llamado” es superior, porque somos hijos, mientras que los ángeles son solo siervos; nuestra condición hasta la venida del Señor es inferior, pero él la cambiará entonces con su poder.

Esto es lo que Pablo anhela tan ardientemente: «Si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos» (Fil. 3:11). Esto no significa que lo dude. Dice que la meta que se alcanzará en ese bendito momento es tan maravillosa, tan irresistible, que no le importa lo penoso que sea el camino que le separa de la resurrección. La idea de lo que sería el final le sostenía en el camino. Lo elevaba por encima de todos sus sufrimientos y le daba energía para el servicio y la lucha. ¿Es así para nosotros?

2.2 - Explicaciones de pasajes difíciles de las Escrituras

Llegados a este punto, algunos de nuestros lectores dirán tal vez: “Estos pasajes parecen indicar claramente que los creyentes tendrán una resurrección especial al regreso del Señor; pero otros pasajes parecen enseñar con la misma claridad una resurrección general” (Juan 5:28-29, Dan. 12:2 y Juan 6:39-40 son los pasajes que se suelen presentar como objeciones).

Los lectores cristianos saben que no puede haber contradicciones en la Palabra inspirada de Dios. Es importante, en estos días en que abundan los pensamientos y principios apóstatas, tener esto muy claro. Cuando pasajes de las Escrituras parecen contradictorios, el problema está en nosotros, no en el Espíritu Santo de Dios. Nunca abandonemos lo que es seguro por interpretaciones dudosas. Por el contrario, mantengamos firme lo que hemos aprendido de Dios y esperemos pacientemente a que Él nos ilumine en los puntos difíciles, aunque tengamos que esperar mucho tiempo.

2.3 - Explicación de Juan 5:28-29

Examinemos brevemente Juan 5:28-29. La principal dificultad radica en la palabra «hora»: «Viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán; los que hicieron lo bueno, para resurrección de vida, y los que hicieron lo malo, para resurrección de condenación». Algunos piensan que estos versículos muestran que todo sucederá al mismo tiempo. No es así. En las Escrituras, la palabra «hora» tiene a menudo un significado amplio. Por supuesto, siempre es el contexto el que decide cómo debemos interpretarla. Aquí, nada más sencillo. En este contexto se utiliza de esta manera. En el versículo 25, el Señor dice: «En verdad, en verdad os digo que viene la hora, y ahora es, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que oyen vivirán». Se trata indudablemente de muertos espirituales –«muertos… en delitos y pecados» (Efe. 2:1). Estos han oído la voz del Hijo de Dios que da vida, cuando él estaba presente en la tierra, y pasaron de la muerte a la vida; pero ¿ha terminado esta obra? ¡No, alabado sea Dios! Los pecadores aún oyen su voz; «la hora» sigue corriendo. Esto resuelve la dificultad con respecto al versículo 29. Si «la hora» del versículo 25 se extiende a lo largo de 2.000 años, no es difícil creer que la misma palabra pueda abarcar 1.000 años. Además, el Señor habla claramente de «la resurrección de vida» y de «la resurrección de condenación». Las distingue expresamente. Ciertamente no habría hablado así si todos resucitaran juntos. Por lo tanto, este pasaje, en el que tantos han tropezado, en lugar de ser una dificultad insuperable, es en realidad una de las pruebas más claras de que aquellos que tienen vida eterna en el Hijo de Dios tienen una parte especial.

2.4 - Explicación de Daniel 12:2

Tomemos ahora Daniel 12:2. «Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua». Estoy convencido de que esto no se refiere en absoluto a la resurrección del cuerpo. Las palabras «los que duermen en el polvo de la tierra» no se aplican normalmente a los muertos. Hay que examinar cuidadosamente todo el contexto para comprender el pensamiento de Dios en este pasaje. Daniel 11:36-45 habla del Anticristo y de sus acciones en la tierra de la belleza. Daniel 12:1 muestra que es el tiempo de la terrible tribulación de Israel, seguida de su liberación final. Luego tenemos el versículo 2 citado. Creo que se refiere a las 10 tribus de Israel. Solo 2 tribus sufrirán en el país durante la crisis de los últimos días, y esto se alude en el primer versículo. Entonces habrá un movimiento entre las 10 tribus, un levantamiento de su larga humillación nacional, con el fin de recuperar la tierra de sus padres. Pero solo una parte entrará en la bendición; los rebeldes serán eliminados, rechazados por Dios. Esto es lo que se presenta en Daniel 12:2. Este despertar nacional se describe como una resurrección en varios otros lugares de las Escrituras (vean, entre otros, los siguientes pasajes: Ez. 37:1-14; Is. 26:19; Rom. 11:15).

Si el pasaje enseñara realmente una resurrección general final, ¿cómo se explicarían las palabras «muchos de los que duermen»? ¿No resucitarían todos? Además, la época constituye un serio obstáculo. Se trata de la venida del Señor para aniquilar al hombre de pecado y liberar a Israel con vistas al establecimiento del reino milenario. Por lo tanto, si aquí fuese demuestra la resurrección de los muertos, salvos y perdidos, entonces todos resucitarán antes del milenio —al menos 1.000 años— antes del gran trono blanco. Esta conclusión, que yo sepa, no conviene a ninguna escuela de interpretación. Por el contrario, si el versículo presenta, en sentido figurado, el despertar nacional de las tribus de Israel, todo es sencillo y claro.

2.5 - Explicación de Juan 6:39-40

Veamos ahora Juan 6:39-40: «Y esta es la voluntad de aquel que me envió, que de todo lo que me ha dado, yo no pierda nada, sino que lo resucite en el día postrero. Porque esta es la voluntad de mi Padre, que todo aquel que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna; y yo lo resucitaré en el día postrero». Este pasaje se presenta a menudo de forma triunfal para refutar que los santos tengan una parte especial. Examinémoslo atentamente. Los judíos tenían en mente 2 «siglos» o dispensaciones: 1) la de la Ley, y 2) la del reino mesiánico. Creían que una daría paso a la otra a su debido tiempo. Esto es lo que el Señor tenía en mente cuando, hablando de la blasfemia contra el Espíritu Santo, dijo: «No le será perdonado, ni en este siglo, ni en el venidero» (Mat. 12:32). Es decir, ni en el siglo de la Ley ni en el del Mesías. Esto ayuda mucho a comprender Juan 6. La expresión «el día postrero» no significa el último día en sentido absoluto, cuando el tiempo dé paso a la eternidad, sino «el día postrero» del período que precede al reino del Mesías (siendo el cristianismo una especie de paréntesis en el siglo de la Ley).

2.6 - Otras explicaciones

Examinemos ahora otras cuestiones. Está claro que, cuando el Señor descienda de los cielos, todos los creyentes dormidos resucitarán en gloria y todos los santos vivos serán transformados por su poder. Esto forma parte de la primera resurrección. Esta tiene tres partes: 1) la de Cristo; 2) la de todos los santos dormidos, a su venida; y 3) la de aquellos que perderán la vida durante la gran tribulación. Estos últimos forman parte de la primera resurrección y serán resucitados a su debido tiempo para participar de las bendiciones del reino del Señor Jesús. Estas clases están bien diferenciadas en Apocalipsis 20:4. «Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos a quienes fue dado juzgar». Daniel vio los tronos, pero no a sus ocupantes (Dan. 7:9). «Quienes» se refiere a los que se manifiestan con el Señor Jesús en su aparición. Se presentan como sus ejércitos, siguiéndole en caballos blancos, vestidos de lino fino, blanco y limpio (Apoc. 19:14). Son los santos celestiales que han sido arrebatados (1 Tes. 4:14-18). Dios los trae ahora con Cristo, para que el mundo sepa que el Padre envió al Hijo, y que él nos ama como Él lo ama (1 Tes. 4:14; Juan 17:23). En aquel día, Cristo será glorificado en sus santos y admirado en todos los que han creído (2 Tes. 1:10). Todos ellos reinarán con él, y se les dará el juicio. Sus lugares en el reino serán ordenados según su fidelidad en la tierra. ¡Consideración solemne para todos nuestros corazones! Reflexionemos bien y consideremos cuidadosamente nuestra conducta y nuestros caminos.

Luego tenemos las 2 categorías de santos que se les añadirán. «Y vi las almas de los que habían sido decapitados a causa del testimonio de Jesús y por la Palabra de Dios, y a los que no adoraron a la bestia, ni a su imagen, y no recibieron la marca en sus frentes ni sobre su mano; y vivieron, y reinaron con Cristo 1.000 años» (Apoc. 20:4). Es evidente que estos resucitaron justo al comienzo del reino milenario, ya que Juan los describe como «almas» y añade «vivieron». Se unen a los que ya han resucitado y completan así la primera resurrección.

Algunas palabras sobre estos santos pueden ser útiles. No se trata, como algunos han enseñado, de cristianos que no velaron, que se quedaron atrás cuando vino el Señor y que, por lo tanto, deben sufrir y esperar un tiempo para recibir su parte celestial. La Palabra de Dios no conoce nada semejante. Nuestros lugares en el reino dependen de nuestra marcha y de nuestro servicio actuales, pero no nuestra elevación al cielo para estar para siempre con el Señor. Esto es fruto de la sola gracia divina. ¿Quiénes son, pues, estas 2 clases de santos? Una se encuentra en Apocalipsis 6, la otra en Apocalipsis 15. En Apocalipsis 6:9, Juan ve debajo del altar las almas de los que habían sido degollados por la Palabra de Dios y por el testimonio de su fe. Se trata exactamente de la primera clase de Apocalipsis 20:4. Los oye gritar con voz fuerte: «¿Hasta cuándo, Soberano, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que habitan en la tierra?». Evidentemente, no son cristianos. Los cristianos, como Esteban en Hechos 7, oran por sus asesinos y bendicen a sus perseguidores; al menos, eso es lo que nos enseña nuestro Señor Jesús. Pero las almas de Apocalipsis 6 claman venganza. ¿Están equivocadas al gritar así? No, sobre todo si tenemos en cuenta que esas almas (sin cuerpo) se ven en el cielo. Allí no hay lugar para sentimientos impropios. Estos mártires judíos son los primeros testigos del Evangelio del reino después del arrebato de la Iglesia al cielo. Su testimonio no fue aceptado, ya que fueron asesinados. Se encuentran en el terreno de la justicia terrenal, lo cual es totalmente justo para un judío, pero totalmente erróneo para un cristiano, que siempre debe manifestar un espíritu de gracia.

El grito de estas almas nos recuerda el de los Salmos. Pertenecen a una dispensación diferente a la del cristianismo. En respuesta a su grito, «les fue dado a cada uno un vestido blanco; y se les dijo que descansaran aún un poco de tiempo, hasta que también se completaran sus consiervos, y sus hermanos que iban a ser matados como ellos» (Apoc. 6:11). Aquí tenemos otra categoría de mártires que vemos más adelante: «Vi como un mar de vidrio mezclado con fuego, y a los que vencieron a la bestia, y a su imagen, y al número de su nombre, de pie sobre el mar de vidrio, teniendo arpas de Dios. Y cantaban el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero» (Apoc. 15:2-4). Son los compañeros de esclavitud de los mártires del capítulo 6, la segunda categoría de santos resucitados, como en Apocalipsis 20:4. No son necesariamente predicadores del Evangelio del reino, tal vez sean menos activos. Pierden la vida por negarse a recibir la marca de la bestia o a adorar su imagen. Como Sadrac, Mesac y Abed-nego en el pasado, permanecen fieles en un día malo, confiando en el Dios vivo; sea cual sea el precio, se niegan a participar en tal iniquidad y a pecar contra Dios. No habrá terreno para el compromiso en el día del Anticristo. Todos tendrán que declarar claramente a quién sirven. Si sirven al Dios verdadero, entonces todo el poder del mal se desatará sobre ellos, pero serán consolados por las palabras del Señor: «¡Alegraos y llenaos de júbilo; porque grande es vuestra recompensa en los cielos!» (Mat. 5:12). Si pierden el reino terrenal por su fidelidad, en el momento en que está a punto de establecerse, el Señor les dará una parte mejor en los cielos, aunque no formen parte de la Iglesia. Los que sufren por Él no son realmente perdedores. Su corazón se complacerá en conceder a todos ellos una recompensa completa.

La resurrección de los mártires de estos grupos de los últimos días completa la primera resurrección: la resurrección de vida. Todos ellos reinarán con Cristo. «¡Dichoso y santo es el que tiene parte en la primera resurrección! Sobre ellos la segunda muerte no tiene autoridad, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él 1.000 años» (Apoc. 20:6). ¡Bienaventuradas almas! ¡Maravillosa gracia la que nos introducirá en tal lugar!

2.7 - La resurrección para juicio

Pero ¿qué pasará con el resto de los muertos, los impíos? Sus tumbas permanecerán intactas hasta el juicio del gran trono blanco. Durante el bendito período del reinado de Cristo en la tierra, permanecerán en sus tumbas, para ser juzgados al final. «Los demás muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron los 1.000 años» (20:5). ¡Qué horror ser uno de ellos!

Cuando se termine el período de paz y de bendición universal, se dice: «Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado sobre él: la tierra y el cielo huyó de su presencia, y no fue hallado lugar para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, en pie delante del trono; y libros fueron abiertos; y otro libro fue abierto, que es el libro de la vida; y los muertos fueron juzgados por lo que había sido escrito en los libros conforme a sus obras» (Apoc. 20:11-12). Es la resurrección final, la resurrección de juicio. En esta multitud no hay ningún salvado; está formada por los perdidos, llamados por la voz poderosa del Hijo de Dios para escuchar su justa condena. Están «de pie delante del trono», es decir, han recuperado su cuerpo, para ser, ¡ay!, hallados «culpables» ante Él (2 Cor. 5:3).

El futuro del hombre es la felicidad o la desgracia. No perece ni puede perecer como los animales, aunque puede degradarse moralmente y llegar a ser como los animales que perecen (Sal. 49:12, 20). El hombre tiene vida inmortal; la recibió por el aliento directo de Dios. Los animales no la tienen. Ellas vivían desde su creación; en cuanto al hombre, se relatan 2 cosas. En primer lugar, «Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra» (Gén. 2:7). Se trata del cuerpo, que se volvió mortal con la entrada del pecado. En la Escritura nunca se dice que el alma sea mortal, no se dice de ella: «Polvo eres, y al polvo volverás» (Gén. 3:19); en segundo lugar, se dice que Dios «sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente». Tal es el lenguaje sencillo y majestuoso de la Escritura. Habiendo recibido tal vida, el hombre vive, ya sea en la felicidad o en la desgracia. Muchos confunden esta vida inmortal con la vida eterna, lo cual es absurdo. Esta última es el don de Dios en Cristo solo para los creyentes. Es la vida asociada con el Hijo de Dios en su propia esfera de bendición, allá arriba. La inmortalidad no es en modo alguno sinónimo de vida eterna. El hombre tiene una vida inmortal desde antes de la caída; la vida eterna es un don de Dios, por gracia. No se puede ganar por obras de la Ley ni por ningún esfuerzo carnal; solo se puede obtener por la fe en el Hijo (Juan 5:11-12).

Queridos lectores, ¿han recibido ustedes el don de la vida eterna? Si es así, Dios pronto aplicará su poder a vuestros pobres cuerpos, «para que lo mortal sea absorbido por la vida» (2 Cor. 5:4). Que las palabras del Señor Jesús permanezcan en tu corazón: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que vive y cree en mí, jamás morirá» (Juan 11:25-26). Tal es el poder que él posee; y que pronto lo desplegará sobre todos los suyos.

En vista de nuestra bendición, apresuremos nuestros pasos; en vista del terrible futuro que espera a los impíos, tengamos más celo por ganar almas para Cristo mientras podamos.


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