2 - La resurrección de vida y la resurrección de juicio
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Hemos visto el objeto de la esperanza que el Señor ha puesto ante los creyentes: Su propia venida para llevarlos consigo. Ahora pasamos al tema relacionado y crucial de la resurrección. Todo el mundo, salvo los hombres particularmente incrédulos, cree «que habrá una resurrección de justos como de injustos» (Hec. 24:15). Pero todo el mundo dista mucho de tener claro este punto. Durante mucho tiempo se ha pensado que todos, salvados o no, resucitarán juntos en una resurrección general en el último día. Esta idea, por antigua que sea, es un grave error. La Escritura no la apoya en absoluto, sino que habla claramente de 2 resurrecciones, separadas entre sí por al menos 1.000 años.
Veamos Apocalipsis 20, donde encontramos los preparativos para el Milenio. El capítulo 19 muestra la aparición pública del Señor Jesús, acompañado de sus santos celestiales, y la destrucción de los que se oponen a su avance. Luego Satanás es atado y encerrado en el abismo durante 1.000 años. Solo queda señalar a los que participarán con Cristo en la gloria de este maravilloso período. Por eso tenemos «la primera resurrección». Las diversas categorías de santos celestiales son vistas resucitadas; leemos: «Y vivieron, y reinaron con Cristo mil años. Los demás muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron los mil años. Esta es la primera resurrección. ¡Dichoso y santo es el que tiene parte en la primera resurrección! Sobre estos la segunda muerte no tiene autoridad, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años» (Apoc. 20:4-6). Nada puede ser más claro para el ojo sencillo. No se trata de una resurrección de buenos principios, como algunos extrañamente han dicho, sino de personas; y esto es antes del Milenio y mucho antes del último gran juicio. La expresión «la primera resurrección» no tiene sentido si solo hay una; ¿y qué significaría «los demás muertos»?
Cuando el Señor Jesús venga a reunir a los suyos, todo creyente dormido será resucitado a la gloria. Se dice: «las primicias, Cristo; luego los que son de Cristo, a su venida» (1 Cor. 15:23). En el mismo momento, los que estén vivos serán transformados y los que estén dormidos serán resucitados. Oirán el grito de su Señor y el toque de trompeta, y saldrán para reunirse con todos sus hermanos en su presencia. Los cuerpos de los santos sembrados en corrupción resucitarán en incorrupción; sembrados en deshonra, resucitarán en gloria; sembrados en debilidad, resucitarán en poder; sembrados como cuerpos naturales, resucitarán como cuerpos espirituales, conformados a Cristo mismo (1 Cor. 15:42-44). Los demás no resucitarán en aquel tiempo. «Conoce el Señor a los que son suyos» (2 Tim. 2:19). Todos los que le han despreciado, cualquiera que haya sido su moralidad y religiosidad en vida, quedarán en los sepulcros para el juicio del gran día.
Este acto grandioso incluirá a todos los que han muerto en la fe desde los primeros tiempos. Los creyentes del Antiguo Testamento, aunque no formen parte de la Iglesia y, por tanto, de la Esposa celestial, serán sin duda resucitados al mismo tiempo que los de la Iglesia. Las expresiones «los que son de Cristo» (1 Cor. 15), y «los muertos en Cristo» (1 Tes. 4), sin duda los incluyen. Abel fue el primer creyente que murió; desde entonces hasta el arrebato, todos resucitarán simultáneamente para ir con Cristo a la Casa del Padre.
Los santos dormidos esperan la venida de Cristo tan verdaderamente como nosotros que estamos vivos. Todavía no han recibido todas sus expectativas. Descansan en el cielo con Cristo, lo cual es mucho mejor que trabajar y sufrir en la tierra. Gozan de su amor más plenamente que nosotros, que tenemos tanto que reprocharnos. Pero no están en sus cuerpos; su polvo está todavía en la tumba. Este estado no puede satisfacerlos ni a ellos ni al Señor. El precio de la redención incluye tanto el cuerpo como el alma, y el Señor resucitará los cuerpos de todo su pueblo a su debido tiempo. Sobre este punto, debemos estudiar detenidamente 1 Corintios 15, cuyo tema es la resurrección del cuerpo, que algunos en Corinto querían negar. El apóstol comienza por la resurrección de Cristo, y continúa con la de los santos, hasta que llevemos la imagen de lo celestial en la venida del Señor del cielo. La resurrección de los perdidos no se menciona en este capítulo; para el apóstol, era un tema completamente distinto que no debía confundirse con este.
Nuestra resurrección será de «entre los muertos». Esta expresión, utilizada a menudo en el Nuevo Testamento, escapa con demasiada frecuencia a la atención de los lectores de la Biblia. Leamos Marcos 9:9-10. Bajando del monte de la transfiguración con sus discípulos, el Señor «les ordenó encarecidamente que a nadie dijesen lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de los muertos. Retuvieron este dicho para sí mismos, razonando entre ellos qué sería lo de resucitar de los muertos». ¿De dónde procedía su dificultad? No de la resurrección en sí, pues eran judíos ortodoxos que creían plenamente en ella y no saduceos, sino de la resurrección «de entre los muertos» de la que hablaba el Señor y de la que nunca habían oído hablar. El Antiguo Testamento no dice nada sobre la resurrección especial de los santos, porque no entra dentro de su dominio; y los discípulos, en aquel tiempo, no tenían más luz que esta. Cristo resucitó de entre los muertos. Dios lo resucitó al tercer día. «Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción» (Sal. 16:10). No fue una resurrección general. Las tumbas en general no fueron tocadas. Los santos resucitaron, es cierto, pero como precursores de lo que estaba por venir (Mat. 27:52-53). Al resucitarlo de entre los muertos, Dios expresaba su favor y su amor por Cristo. Él había glorificado a Dios; Dios no podía hacer menos que glorificarlo a su diestra en el cielo. Eso nos da un derecho. Resucitó como «primicias de los que durmieron» (1 Cor. 15:20). Lo que Dios hizo por él, lo hará ahora por los que le pertenecen. Hará una clara distinción entre estos y los impíos, no mezclándolos, como muchos suponen vagamente.
Pasajes del Evangelio según Lucas pueden examinarse provechosamente a este respecto. En Lucas 14:14 dice: «Y serás recompensado en la resurrección de los justos». ¿Qué significa esto si todos resucitan juntos? ¿No está hablando el Señor de algo especial y bendito? (vean también Lucas 20:35-36). Respondiendo al comentario de los saduceos, el Señor dice: «Pero los que serán tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo venidero y la resurrección de entre los muertos no se casan, ni se dan en matrimonio, ni pueden ya morir; porque son como los ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección». Está claro que no se trata de la resurrección en general, para la que no hay que ser digno de alcanzarla, pues nadie puede escapar a ella. El hombre más impío será resucitado y estará ante el trono. Está claro que el versículo se refiere a la parte especial de los salvados cuando el Señor reclame a los suyos. Resucitarán de entre los muertos y serán como los ángeles. Nuestra “vocación” es superior, pues somos hijos e hijas, mientras que los ángeles solo son siervos; nuestra condición hasta la venida del Señor es inferior, pero entonces la cambiará con su poder.
Esto es lo que anhela Pablo: «Si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos» (Fil. 3:11). Esto no significa que lo dude. Está diciendo que la meta que se alcanzará en ese bendito momento es tan maravillosa, tan irresistible, que no le importa lo duro que sea el camino hacia la resurrección. El pensamiento de cuál sería el final le sostuvo a lo largo del camino. Le elevaba por encima de todos sus sufrimientos y le daba energía para el servicio y el combate. ¿Es lo mismo para nosotros?
En este punto, algunos de nuestros lectores pueden decir: “Estos pasajes parecen dejar claro que los creyentes tendrán una resurrección especial al regreso del Señor; pero otros pasajes parecen enseñar con igual claridad una resurrección general” –Juan 5:28-29, Dan. 12:2, y Juan 6:39-40, son los pasajes que suelen presentarse como objeciones.
Los lectores cristianos saben que no puede haber contradicciones en la Palabra inspirada de Dios. Es importante, en este día de pensamiento y principios apóstatas, tener claro este punto. Cuando los pasajes de la Escritura parecen contradictorios, el problema está en nosotros, no en el Espíritu Santo de Dios. Nunca abandonemos lo que es cierto por interpretaciones dudosas. Al contrario, aferrémonos a lo que hemos aprendido de Dios, y esperemos pacientemente a que él nos ilumine en los puntos difíciles, aunque tengamos que esperar mucho tiempo.
Examinemos brevemente Juan 5:28-29. La principal dificultad radica en la palabra «hora»: «Viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y saldrán; los que hicieron bien, para resurrección de vida; y los que hicieron mal, para resurrección de condenación». Algunas personas piensan que estos versículos muestran que todo sucederá al mismo tiempo. Pero no es así. En las Escrituras, la palabra «hora» a menudo tiene un significado extendido. Por supuesto, siempre es el contexto el que indica cómo debemos tomarlo. Aquí, nada podría ser más sencillo. En este contexto se utiliza de esta manera. En el versículo 25, el Señor dice: «En verdad, en verdad os digo, que viene la hora, y ahora es, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que oyen vivirán». Se trata, sin duda, de los muertos espirituales, «muertos en vuestros delitos y pecados» (Efe. 2:1). Estos oyeron la voz del Hijo de Dios que da vida cuando estuvo presente en la tierra, y pasaron de muerte a vida; pero ¿ha terminado esta obra? Alabado sea Dios, ¡No! Los pecadores todavía oyen su voz; «la hora» todavía está corriendo. Esto elimina la dificultad con el versículo 29. Si la «hora» del versículo 25 abarca casi 2.000 años, no es difícil creer que la misma palabra pueda abarcar 1.000. Además, el Señor habla claramente de «la resurrección de vida» y «la resurrección de condenación». Distingue expresamente entre ambas. Ciertamente no habría hablado así si todos hubieran de resucitar juntos. Por lo tanto, este pasaje, en el que tantos han tropezado, en lugar de ser una dificultad insuperable, es realmente una de las pruebas más claras de que los que tienen vida eterna en el Hijo de Dios tienen una parte especial.
Consideremos ahora Daniel 12:2: «Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua». Estoy convencido de que esto no se refiere en absoluto a la resurrección del cuerpo. Las palabras «que duermen en el polvo de la tierra» no suelen aplicarse a los muertos. Hay que mirar cuidadosamente todo el contexto para entender lo que Dios está pensando en este pasaje. Daniel 11:36-45 habla del Anticristo y sus acciones en la tierra de la hermosura. Daniel 12:1 muestra que este es el tiempo de la terrible tribulación de Israel, seguida de su liberación final. Luego tenemos el versículo 2 citado. Creo que se refiere a las 10 tribus de Israel. Solo las 2 tribus sufrirán en la tierra en la crisis de los últimos días, y a esto se alude en el primer versículo. Habrá entonces un movimiento entre las 10 tribus –un renacimiento de su larga humillación nacional– para recuperar la posesión de la tierra de sus padres. Pero solo algunos entrarán en la bendición; los rebeldes serán eliminados, rechazados por Dios. Esto es lo que se presenta en Daniel 12:2. Este renacimiento nacional se describe como una resurrección en varios otros lugares de las Escrituras (vean, entre otros, los siguientes pasajes: Ez. 37:1-14; Is. 26:19; Rom. 11:15).
Si el pasaje realmente enseñara una resurrección general final, ¿cómo explicamos las palabras «muchos de los que duermen»? ¿No resucitarían todos? Además, el tiempo es un serio obstáculo. Estamos hablando de la venida del Señor para destruir al hombre de pecado y liberar a Israel para el establecimiento del reino milenario. Por lo tanto, si aquí se demuestra la resurrección de los muertos, salvados y perdidos, entonces todos resucitarán antes del Milenio –por lo menos 1.000 años– ante el gran trono blanco. Esta conclusión, que yo sepa, no se ajusta a ninguna escuela de interpretación. Si, por el contrario, el versículo presenta, en sentido figurado, el resurgimiento nacional de las tribus de Israel, todo está claro y sencillo.
Juan 6:39-40 dice: «Y esta es la voluntad de aquel que me envió, que de todo lo que me ha dado, yo no pierda nada, sino que lo resucite en el día postrero. Porque esta es la voluntad de mi Padre, que todo aquel que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna; y yo lo resucitaré en el día postrero». Este pasaje suele presentarse triunfalmente para refutar la idea de que los santos tienen una parte especial. Examinémoslo detenidamente. Los judíos tenían en mente 2 «siglos» o dispensaciones –(1) el de la Ley, y (2) el del reino mesiánico. Creían que una daría paso a la otra a su debido tiempo. Esto es lo que el Señor tenía en mente cuando, hablando de la blasfemia contra el Espíritu Santo, dijo: «No le será perdonado, ni en este siglo, ni en el venidero» (Mat. 12:32). Es decir, ni en la era de la Ley ni en la era del Mesías. Esto es muy útil para entender Juan 6. La expresión «el último día» no significa el último día en sentido absoluto, cuando el tiempo dará paso a la eternidad, sino «el último día» del período que precede al reino del Mesías (siendo el cristianismo una especie de paréntesis en la era de la Ley).
Veamos ahora otras cuestiones. Está claro que cuando el Señor descienda, todos los creyentes dormidos serán resucitados a la gloria, y todos los santos vivos serán transmutados por su poder. Esto es parte de la primera resurrección. Esta tiene 3 partes –(1) la de Cristo; (2) la de todos los santos dormidos en su venida; y (3) la de aquellos que pierdan la vida durante la gran tribulación. Estos últimos son parte de la primera resurrección y serán levantados en su propio tiempo para compartir las bendiciones del reino del Señor Jesús. Estas clases se distinguen claramente en Apocalipsis 20:4. «Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos». Daniel vio los tronos, pero no a sus ocupantes (Dan. 7:9). «Ellos» se refiere a los manifestados con el Señor Jesús en su aparición. Aparecen como sus ejércitos, siguiéndole en caballos blancos, vestidos de lino fino, blanco y puro (Apoc. 19:14). Estos son los santos celestiales que han sido arrebatados (1 Tes. 4:14-18). Dios los está trayendo ahora con Cristo, para que el mundo sepa que el Padre envió al Hijo, y que él nos ama como lo ama a él (1 Tes. 4:14; Juan 17:23). En aquel día Cristo será glorificado en sus santos y admirado en todos los que creen (2 Tes. 1:10). Todos ellos reinarán con él, y se les hará juicio. Sus lugares en el reino se ordenarán según su fidelidad en la tierra. ¡Una solemne consideración para todos nuestros corazones! Meditémoslo bien, y consideremos bien nuestro andar y nuestros caminos.
Luego tenemos las 2 categorías de santos que les serán añadidos. «Y vi las almas de los que habían sido decapitados a causa del testimonio de Jesús y a causa de la Palabra de Dios, y a los que no adoraron a la bestia, ni a su imagen, y no recibieron la marca en sus frentes ni sobre su mano; y vivieron, y reinaron con Cristo mil años» (Apoc. 20:4). Estos son claramente resucitados justo al comienzo del reino milenario, pues Juan los describe como «almas», y añade «vivieron». Se unen a los ya resucitados y completan así la primera resurrección.
Algunas palabras sobre estos santos pueden ser útiles. No son, como algunos han enseñado, cristianos que no han velado, que son dejados atrás en la venida del Señor, y que por lo tanto deben sufrir y esperar durante cierto tiempo su porción celestial. La Palabra de Dios no conoce tal cosa. Nuestros lugares en el reino dependen de nuestro caminar y servicios presentes, pero no de nuestro arrebato al cielo para estar para siempre con el Señor. Ese es el fruto de la gracia divina solamente. Entonces, ¿quiénes son estas 2 clases de santos? Una se encuentra en Apocalipsis 6, la otra en
Apocalipsis 15. En Apocalipsis 6:9 Juan ve bajo el altar las almas de aquellos que fueron muertos por la Palabra de Dios y por su testimonio. Esta es exactamente la primera clase de Apocalipsis 20:4. Los oye clamar a gran voz: «¿Hasta cuándo, Soberano, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que habitan en la tierra?». Obviamente, estos no son cristianos. Los cristianos, como Esteban en Hechos 7, oran por sus asesinos y bendicen a sus perseguidores; al menos, eso es lo que nos enseña nuestro Señor Jesús. Pero las almas de Apocalipsis 6 claman venganza. ¿Se equivocan al clamar así? No, especialmente si consideramos que estas almas (sin cuerpo) son vistas en el cielo. Allí, los sentimientos indecorosos no tienen cabida. Estos mártires judíos fueron los primeros testigos del Evangelio del reino después del arrebato de la Iglesia al cielo. Su testimonio no fue recibido, porque fueron asesinados. Ellos están en el terreno de la justicia terrenal –lo cual es muy correcto para un judío, pero muy equivocado para un cristiano que siempre debe mostrar un espíritu de gracia. El clamor de estas almas nos recuerda los Salmos. Pertenecen a una dispensación diferente a la del cristianismo. En respuesta a su clamor, «y le fue dado a cada uno un vestido blanco; y se les dijo que descansaran aún un poco de tiempo, hasta que también se completaran sus consiervos, y sus hermanos que iban a ser matados como ellos» (Apoc. 6:11).
Ahora tenemos otra categoría de mártires que vemos más adelante: «Y vi como un mar de vidrio mezclado con fuego, y a los que vencieron a la bestia, y a su imagen, y al número de su nombre, de pie sobre el mar de vidrio, teniendo arpas de Dios. Y cantaban el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero, etc.» (Apoc. 15:2-4). Son los consiervos de los mártires del capítulo 6, la segunda categoría de santos resucitados, como en Apocalipsis 20:4. No son necesariamente predicadores del Evangelio del reino, son quizás menos activos. Pierden la vida porque se niegan a recibir la marca de la bestia o a adorar su imagen. Como Sadrac, Mesac y Abednego de antaño, permanecen fieles en un día malo, confiando en el Dios vivo; cueste lo que cueste, se niegan a tomar parte en tal iniquidad y pecado contra Dios. No habrá lugar para el compromiso en el día del Anticristo. Todos tendrán que declarar claramente a quién sirven. Si sirven al Dios verdadero, entonces todo el poder del Maligno se desatará sobre ellos, pero serán consolados por las palabras del Señor: «Alegraos y llenaos de júbilo; porque grande es vuestra recompensa en los cielos» (Mat. 5:12). Si pierden el reino terrenal por fidelidad justo cuando está a punto de establecerse, el Señor les dará una mejor parte en el cielo, aunque no formen parte de la Iglesia. Los que sufren por él no son verdaderamente perdedores. Su corazón se complacerá en darles a todos una recompensa plena.
La resurrección de los mártires de estos grupos de los últimos días completa la primera resurrección –la resurrección de vida. Todos ellos reinarán con Cristo. «¡Dichoso y santo es el que tiene parte en la primera resurrección! Sobre estos la segunda muerte no tiene autoridad, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años» (Apoc. 20:6). ¡Benditas almas! ¡Maravillosa gracia la que nos llevará a tal lugar!
Pero ¿qué hay del resto de los muertos, los impíos? Sus tumbas quedarán intactas hasta el juicio del gran trono blanco. Durante el bendito período del reinado de Cristo en la tierra, permanecerán en sus tumbas, para ser juzgados al final. «Los demás muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron los mil años». ¡Qué horrible es estar entre ellos!
Cuando el período de paz y de bendición universales llegue a su fin, dice: «Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado sobre él: la tierra y el cielo huyó de su presencia, y no fue hallado lugar para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, en pie delante del trono; y libros fueron abiertos; y otro libro fue abierto, que es el libro de la vida; y los muertos fueron juzgados por lo que había sido escrito en los libros conforme a sus obras» (Apoc. 20:11-12). Esta es la resurrección final –la resurrección del juicio. No hay salvados en esta muchedumbre; son los perdidos, llamados por la poderosa voz del Hijo de Dios para oír su justa condenación. Están «vestidos», es decir, han tomado sus cuerpos, solo para ser hallados «desnudos» ante él (2 Cor. 5:3).
El futuro del hombre es la felicidad o la infelicidad. No perece ni puede perecer como las bestias, aunque puede degradarse moralmente y llegar a ser como las bestias que perecen (Sal. 49:12, 20). El hombre tiene una vida inmortal; la tiene por el soplo directo de Dios. Las bestias no. Vivieron desde el momento de su creación; en cuanto al hombre, se relatan 2 cosas. Primero: «Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra» (Gén. 2:7). Esto se refiere al cuerpo, hecho mortal por la entrada del pecado. En la Escritura nunca se dice que el alma sea mortal, no se dice de ella: “Polvo eres y en polvo te convertirás”; en segundo lugar, se dice que Dios «sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente». Este es el lenguaje sencillo y majestuoso de la Escritura. Habiendo recibido tal vida, el hombre vive, feliz o infelizmente. Muchas personas confunden tontamente esta vida inmortal con la vida eterna. La vida eterna es el don de Dios en Cristo solo para los creyentes. Es la vida asociada con el Hijo de Dios en su propia esfera de bendición en lo alto. Inmortalidad no es sinónimo de vida eterna. El hombre ha tenido vida inmortal desde antes de la caída; la vida eterna es el don de Dios, por gracia. No puede ganarse por las obras de la Ley ni por ningún esfuerzo carnal; solo puede obtenerse por la fe en el Hijo (Juan 5:11-12).
Queridos lectores, ¿han recibido ustedes el don de la vida eterna? Si es así, Dios pronto aplicará su poder a sus pobres cuerpos, y «lo mortal será absorbido por la vida» (2 Cor. 5:4). Que las palabras del Señor Jesús permanezcan en sus corazones: «Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que vive y cree en mí, jamás morirá» (Juan 11:25-26). Este es el poder que él posee; pronto lo mostrará a todos los suyos.
En vista de nuestra bendita porción, apresuremos nuestros pasos; en vista del terrible futuro que espera a los impíos, seamos más celosos para ganar almas para Cristo mientras podamos.