Índice general
Las 3 resurrecciones de muertos
Marcos 5:22-43; Lucas 7:11-16; Juan 11
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1 - Los 3 casos. 3 grados en la muerte
Por lo que sabemos, el Señor Jesús solo resucitó a 3 personas muertas cuando estuvo en la tierra: la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naín y Lázaro. Cada uno de estos casos tiene sus características y lecciones particulares. La hija de Jairo acababa de morir cuando el Señor entró en la habitación y cambió el llanto de la noche en alegría de la mañana. El hijo de la viuda de Naín estaba siendo llevado a la tumba cuando el Príncipe de la vida detuvo la comitiva de la muerte; y Lázaro estuvo en su tumba, muerto durante 4 días, antes de que, por orden de Aquel que era la Resurrección y la Vida, volviera a la luz del día. Así es como Cristo justifica su poder de Hijo para dar vida a quien él quiere, pues «viene la hora, y ahora es, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que oyen vivirán» (Juan 5:25).
2 - El vencedor de la muerte
Había también una razón divina para la elección de estos casos. Si el Señor hubiera resucitado solo a la hija del jefe judío de la sinagoga, la incredulidad, en su desvergonzada presunción, podría haber cuestionado la realidad de la muerte; lo mismo en el caso del hijo de la viuda. El caso de Lázaro era de otra naturaleza: la muerte lo había reclamado y retenido durante 4 días, hasta el punto de que incluso su hermana exclamó: «Señor, ya huele». Pero Aquel que estaba junto al sepulcro tenía «vida en sí mismo» (Juan 5:26), y él mismo estaba en vísperas de morir y resucitar, para ser Aquel que gobierna sobre muertos y vivos (Rom. 14:9). La muerte, por lo tanto, no tenía ningún poder, incluso no podía existir, en su presencia; y en su condescendencia y gracia lo demostró para nosotros al encontrar y derrotar a la muerte en cada etapa de decadencia y corrupción. Lo probará de nuevo, de una manera aún más maravillosa y victoriosa, en el futuro, cuando «todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán; los que hicieron bien, para resurrección de vida, y los que hicieron mal, para resurrección de condenación» (Juan 5:29).
3 - Los diferentes motivos para la acción del Señor
También se puede notar que los motivos de la acción del Señor en estos respectivos casos fueron diferentes, es decir, sus motivos como se revelan en los diferentes pasajes de la Escritura.
3.1 - La hija de Jairo
Fue a casa de Jairo a petición urgente del afligido padre. «Cayó a sus pies, y le suplicó, diciendo: Mi hija está agonizando. ¡Ven y pon tus manos sobre ella para que sane y viva!» (Marcos 5:22-23). Es la fe, por así decirlo, la que se apodera del corazón de Cristo y le obliga a responder a su llamada. Es el corazón de Cristo el que se complace en responder a las necesidades de quienes, con toda confianza, descargan en él su carga de dolor. ¡Qué consuelo! En verdad, qué estímulo es para cualquier pobre alma agobiada –cargada por algún dolor o angustia– acudir a Cristo e invocar la simpatía y la ayuda de su gracia y amor infalibles e inagotables. Verdaderamente todos encontrarán que él tiene un corazón para cada aflicción.
3.2 - El hijo de la viuda de Naín
La viuda de Naín no hizo ningún llamamiento. Cualesquiera que sean sus dolores, sus ejercicios y su desolación, no se revelan; solo se revelan sus circunstancias. Están condensadas en esta palabra patética: «Hijo único de su madre, y ella era viuda». Pero esta sola palabra basta. Es la imagen viva de un dolor sin igual y de una pena desgarradora. Puede haber tenido apoyos divinos, pero si hablamos en términos humanos, es un cuadro de desolación negra y sin esperanza. Por eso, conociendo algo del corazón de Cristo, no nos extraña que se diga: «Viéndola el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: ¡No llores!» (Lucas 7:13).
Hemos dicho que esta pobre viuda no apeló a Cristo. No, su tristeza desesperada, su dolor absoluto, constituían su apelación. El Señor la vio, estimó la profundidad de su necesidad como nadie más podía hacerlo, y así, movido por su propio corazón, fue a socorrerla. No entendemos esto lo suficiente. Todos podemos entender que el Señor escucha los clamores de su pueblo, pero ¿cuántos de nosotros vivimos con la fuerza del bendito recuerdo del hecho de que nuestras propias penas y dolores encuentran una respuesta adecuada en Su corazón? «En toda angustia de ellos él fue angustiado» (Is. 63:9). «No tenemos un sumo sacerdote que sea incapaz compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo conforma a nuestra semejanza, excepto en el pecado» (Hebr. 4:15). Si un padre se inclina sobre su hijo que sufre con ardiente piedad: «Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen» (Sal. 103:13). Algunos de los que leen estas líneas pueden estar tendidos en lechos de dolor y aflicción; otros, en el duelo, pueden estar llorando a sus muertos; otros pueden estar llorando a los que murieron en sus pecados. Ciertamente será un consuelo para ellos recordar que Aquel que vio a la viuda de Naín siguiendo el féretro de su único hijo se compadeció de ella, y que él tiene el mismo corazón para sus penas; que él está junto a ellos con infinita ternura, esperando tanto para ayudarlos como para consolarlos.
«Su corazón está lleno de ternura,
Su mismo nombre es Amor».
3.3 - Lázaro
El caso de Lázaro difiere de los 2 anteriores. No había en el corazón de Marta, ni siquiera en el de María, la fe que caracterizaba a Jairo. Ellas tenían fe, pero ella solo abrazaba el poder de Cristo para resucitar a un enfermo. Ambas dijeron: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano» (Juan 11:21, 32). El Señor tampoco actuó de propria voluntad ni de corazón, como en el caso de la viuda de Naín. Por el contrario, rechazó la apelación a sus afectos. El mensaje de las hermanas fue: «Señor, el que amas está enfermo» (Juan 11:3). Sin duda llegaron a la conclusión de que esta era la súplica más eficaz que podían hacer, creyendo que estaban agarrando las fuertes cuerdas del amor que le unían a Lázaro. No se equivocaban acerca del hecho de su afecto, pues el Espíritu de Dios se cuida de añadir: «Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro» (11:5). Pero el Señor todavía rechazó la razón presentada. Dice: «Cuando oyó que estaba enfermo, se quedó dos días todavía en el mismo lugar donde estaba». ¿Por qué este retraso? No era, como hemos visto, que no tuviera corazón para Lázaro, ni que su corazón no le urgiera a acudir en ayuda de aquel a quien había honrado con su amor, sino que la enfermedad de Lázaro «no era para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por medio de ella» (11:4).
Cada palabra que pronunciaba y cada obra que realizaba, eran para la gloria de Dios; porque su alimento era hacer la voluntad de su Padre y hacer su obra. Pero plugo a Dios mostrarnos las diferentes maneras en que el Señor actuó para esta gloria, y así exhibir las múltiples perfecciones y varias glorias morales de su amado Hijo. Aquí le vemos, por decirlo así, perder de vista a las mismas personas que amaba, para dejar claro que, en esta maravillosa demostración del poder de la resurrección, solo le movía la gloria de Dios. Por eso permaneció 2 días más en el lugar donde estaba, después de que le llegara el clamor de aquellos corazones afligidos; porque, aunque era el Hijo eterno, el Verbo que estaba con Dios y que era Dios, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Al descender a este escenario, no había venido a hacer su propia voluntad, sino la voluntad de Aquel que lo había enviado (Juan 6:38). Por eso no quería actuar según el impulso de su propio corazón, sino que adoptó un lugar de obediencia y esperó la palabra del Padre antes de responder al llamado. Hace falta un corazón frío para no conmoverse ante este resplandor de su gloria moral, ante esta combinación de grandeza infinita con la gracia y la humildad más humildes. Es, de hecho, la revelación de quién era él.
¡Qué lecciones tan necesarias se comunican de este modo! El afecto humano habría urgido ayuda inmediata; pero permitir que la muerte interviniera primero permitió que Lázaro resucitara, y esto tuvo el efecto, como ninguna otra cosa podría, de dar gloria no solo a Dios, sino también al propio Cristo; porque si esta enfermedad fue para la gloria de Dios, fue también «para que el Hijo de Dios sea glorificado por medio de ella». ¡Cuánto debería tranquilizar esto a nuestros corazones en presencia de Dios, cuando parece que tarda en responder a nuestras llamadas! Una necesidad urgente o un peligro apremiante suelen despertar la importunidad y la impaciencia. “¿No dijo Dios”, repetimos en tales ocasiones, “que oiría nuestras oraciones?”. ¿Cómo es entonces que hemos clamado en vano? ¡Oh, no! Nunca clamamos a él en vano; «porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos sus oraciones» (1 Pe. 3:12). Si el Señor espera, espera solo para su propia gloria y para nuestra mayor bendición.
Marta y María habrían llegado naturalmente a la conclusión de que, si Lázaro moría, el caso no tenía remedio, pues no habían contado con el poder de la resurrección. Así es como a menudo limitamos a Dios, y así es como nos deja, como a Pablo, teniendo «dentro de nosotros mismos la sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos» (2 Cor. 1:9). Deberíamos escudriñar nuestros corazones para ver hasta qué punto hemos aprendido que Dios es el Dios de la resurrección. Marta y María necesitaban y aprendieron esta lección. Al atardecer del día en que su hermano fue resucitado de entre los muertos, dieron gracias a Dios por haber permitido que muriera antes de que el Señor entrara en escena. Lo que fue así para gloria de Dios, y glorificaba al Hijo de Dios, aseguraba al mismo tiempo a su pueblo bendiciones inefables.
4 - Otros aspectos de los motivos de acción del Señor
Estos 3 motivos diferentes de la acción del Señor pueden estar relacionados de otra manera.
4.1 - El lado del hombre: la fe
Si comenzamos por el lado del hombre, tal como se presenta en el caso de Jairo, vemos que es la fe la que capta y asegura la intervención de Su poder en nuestro favor.
4.2 - Las súplicas tocan su corazón
Si miramos a su lado en relación con nosotros, aprendemos que es su corazón el que pone en movimiento su brazo de poder en respuesta a nuestros gritos.
4.3 - El objetivo: la gloria de Dios
Y si nos preguntamos cuál es el objetivo que él tiene ante sí en todo el ejercicio de su gracia y poder, descubrimos que es únicamente la gloria de Dios. Así, antes de venir a la tierra, en la eternidad, previendo la condición del hombre y el fracaso de todo para satisfacer las exigencias de Dios, se presentó diciendo: «He aquí que vengo para hacer tu voluntad»; y antes de volver al Padre, pero ocupando su lugar, en espíritu, más allá de la cruz, dijo: «Yo te glorifiqué en la tierra, acabando la obra que me diste que hiciera» (Juan 17:4).
5 - Desde el punto de vista de las dispensaciones
Se pueden añadir algunas palabras sobre la enseñanza de estos 3 casos en relación con las dispensaciones, dejando por el momento la instrucción más general. Todos simbolizan a Israel de diferentes maneras. Pero debe recordarse, como ha dicho otro escritor que, si desde el punto de vista de las dispensaciones, Israel tiene gran importancia como centro del gobierno de Dios en este mundo, desde el punto de vista moral Israel era solo el hombre en quien todos los caminos y hechos de Dios se desplegaban de tal manera que sacaban a la luz lo que él era. El no judío (gentil) era el hombre abandonado a sí mismo en lo que se refería a los caminos especiales de Dios, y por tanto no revelado. Cristo era una luz «para revelación a los gentiles» (Lucas 2:32).
5.1 - La hija de Jairo
La hija de Jairo presenta la condición de Israel al regreso del Señor. Cristo iba de camino para sanar a la nación; pero en el camino la pobre mujer, que llevaba 12 años afligida por la pérdida de sangre (Marcos 5:25), y que había agotado todos sus recursos, ya en sí misma, ya en otros, buscaba la curación en vano; cuando acude a Cristo con la energía de la fe, obtiene inmediatamente el alivio. Esto es lo que sucedió. La nación de Israel rechazó a su Mesías, pero la fe, incluso mientras él estaba en la tierra, probó su capacidad de salvar, y lo prueba incluso ahora que está en lo alto. La dispensación actual, entonces, como la mujer con la pérdida de sangre, se interpone entre su misión a Israel y su restauración real de la nación a la vida.
5.2 - El hijo de la viuda de Naín
El hijo de la viuda de Naín también habla de la condición moral de Israel. También es notable que este incidente se produce después de una sorprendente demostración de fe, una fe en Cristo como poseedor del poder de Dios, y una fe como la que el Señor no había encontrado en Israel (Lucas 7:9). Pero en este caso se trataba de un no judío (gentil), y no del pueblo elegido. Era un centurión romano. Sin embargo, Lucas presenta a Cristo como el Hijo del hombre, revelando a Dios en gracia fuera de cualquier dispensación, aunque en realidad se encuentre en medio de Israel. De ahí el énfasis especial en la fe del centurión, que era un extraño a la comunidad de Israel y a la alianza de la promesa. Es por contraste que el hijo de la viuda de Naín está introducido. Moralmente, Israel estaba muerto y, como tal, sin esperanza, salvo por la intervención en la gracia del poder de resurrección –un poder desconocido para las ordenanzas de la Ley. Por tanto, Israel debía ser objeto de gracia y misericordia soberanas, al mismo nivel que las naciones (gentiles) (comp. Rom. 11:30-32).
5.3 - Lázaro
Lázaro representa del mismo modo el estado de Israel, y también el estado del hombre manifestado en Israel. En Juan 8, los judíos rechazan la palabra de Cristo; en Juan 9, su obra; y en Juan 10, él mismo, el Buen Pastor, llama a sus ovejas fuera del redil judío. Esto despierta la enemistad de los judíos, que vuelven a tomar piedras para apedrearlo (Juan 10:31). Ya lo habían hecho antes (Juan 8:59). No solo lo habían rechazado, sino que también habían mostrado la enemistad asesina de sus corazones hacia él como Hijo de Dios (Juan 10:33-36). Así que estaban acabados como nación, y en el capítulo siguiente su estado de muerte, como fruto de su pecado, es ilustrado por Lázaro. Habían tratado de apedrear a Cristo como Hijo de Dios; Dios le da testimonio de ese carácter mediante la resurrección de Lázaro. «Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por medio de ella» (Juan 11:4). Además, si Israel está muerto, la cuestión es si estos huesos secos pueden vivir. Si es así, solo puede ser por el ejercicio soberano del poder de la resurrección en la gracia. Y eso es lo que sucederá, porque: «Así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo abro vuestros sepulcros, pueblo mío, y os haré subir de vuestras sepulturas, y os traeré a la tierra de Israel» (Ez. 37:12). «¡Oh profundidad de las riquezas, de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque, ¿quién conoció la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, y será recompensado? Porque de él, y por medio de él, y para él son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén» (Rom. 11:33-36).
«Christian Friend», vol. 7, 1880, p. 260