1 - Prólogo

Los hijos de Dios


El autor de estas páginas ha intentado exponer la verdad sobre la familia de Dios. Comienza hablando de Cristo, que nos ha revelado al Padre, y luego pasa revista a los diversos aspectos de la familia de Dios que nos presenta la Escritura. Insiste en este tema a sus lectores, porque en medio de las muchas cuestiones eclesiásticas que a menudo preocupan a los hijos de Dios, el corazón puede calentarse y ensancharse contemplando todos los afectos de Dios. En tiempos de discusión como los nuestros, el corazón fácilmente se enfría y se encoge, si no tiene siempre ante sí los derechos de todos los hijos de Dios. Qué indecible sufrimiento es verse obligado, por amor del Señor y en obediencia a su Palabra, a apartarse de los santos que andan desordenadamente (2 Tes. 3:6); pero por eso es tanto más necesario recordarnos que nunca podremos estar liberados de nuestra deuda de amor para con ellos. La obligación que nos impone la Palabra del Señor sigue en pie: «Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado» (Juan 15:12).

El deseo del autor es exponer la relación de todos los creyentes con Dios como Padre, recordar que, todos juntos, son objeto del amor del Padre y que, en consecuencia, existe necesariamente un vínculo común entre ellos y Dios. Su oración es que, con la energía del Espíritu Santo, el Señor se sirva de este medio para imprimir de nuevo su Palabra en los corazones de sus amados.


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