format_list_numbered Índice general

8 - Actitudes de oración

Todo tipo de oraciones


Si podemos presentar nuestras oraciones en las variadas circunstancias de nuestra vida aquí, se deduce necesariamente que pueden ser expresadas en las más diversas posiciones según el estado y las necesidades del momento, pero solo mientras no sean deliberadamente irrespetuosas. ¡Cuántas peticiones se han hecho desde los lechos de sufrimiento, desde los campos de batalla, desde los lugares de persecución! Además de esto, la Palabra menciona tres posiciones o actitudes específicas:

8.1 - De rodillas

La oración de rodillas es probablemente la más frecuente en las Escrituras. Esta actitud es una expresión de dependencia, de sumisión, incluso de inferioridad, porque siempre es el más pequeño el que dobla sus rodillas ante el más grande. ¿No es en el nombre de Jesús, que fue exaltado, que los seres celestiales, terrenales y de debajo de la tierra doblan sus rodillas? (Fil. 2:9-10). Véase el significado típico de «Abrec» pronunciado delante de José (Gén. 41:43). Es, por lo tanto, una posición particularmente adecuada para la oración y que debemos buscar en la medida de lo posible. Es deseable que en las reuniones de oración todos aquellos cuya condición física lo permita se arrodillen. De la misma manera, adoptemos también esta posición para nuestras oraciones individuales y las de la familia. En la dedicación del templo, Salomón dobló sus rodillas para pronunciar su notable oración frente a toda la congregación de Israel (2 Crón. 6:13). Esteban se arrodilla e intercede por sus perseguidores (Hec. 7:60). Podríamos multiplicar las citas hablando de Esdras, Daniel, Pedro, Pablo y otros, de los que la Palabra nos dice que se arrodillaron a orar.

El Señor mismo, arrodillado en el jardín de Getsemaní, sostuvo en oración una lucha que solo podemos considerar a un tiro de piedra y en adoración. Allí, su humanidad, dependencia y sumisión brillan con un esplendor sin igual. Sintiendo en su alma santa la horrible realidad de la separación de Dios y el abandono de Aquel cuyos designios estaba cumpliendo, se pregunta si era posible que esta copa pudiera pasar de él. Sin embargo, en su perfecta devoción añade: «No sea como yo quiero, sino como tú» (Mat. 26:39). ¿No tenemos motivos para arrodillarnos ante él todos los días en acción de gracias? El apóstol Pablo, deseando que los efesios pudieran tener una mejor comprensión de los consejos divinos, el propósito de las edades establecidas en Cristo Jesús, pudo escribirles: «Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre… para que os dé, según la riqueza de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior, por su Espíritu… para que mediante la fe, Cristo habite en vuestros corazones, a fin de que arraigados y cimentados en amor» (3:14-19).

8.2 - De pie

La Palabra también menciona oraciones de pie, reconociendo esta actitud como aceptada. Es apropiado estar ante una persona a la que se le debe el honor, y más aún si nos dirigimos a ella. Los ancianos se levantaron ante Job (29:8), mientras Mardoqueo se negó a hacerlo por Amán (Ester 5:9). ¿No es hermoso ver, en Nehemías 8:5, al pueblo de pie cuando se abre el libro de la Ley? Esta posición atestigua así, en la oración, el respeto, la deferencia, el homenaje que pertenece a Dios, como al Señor. Por lo tanto, no sin razón es costumbre levantarse en oración, especialmente en la asamblea y en la comunidad. Leemos: «Volviendo el rey (Salomón) su rostro, bendijo a toda la congregación de Israel; y toda la congregación de Israel estaba de pie. Y dijo: Bendito sea Jehová, Dios de Israel», etc. (1 Reyes 8:14-15 –véase también el v. 55). De la misma manera, los levitas «Se levantaron sobre la grada… y clamaron en voz alta a Jehová su Dios» (Neh. 9:4). En Mateo 6:5, el Señor menciona a los hipócritas a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles para ser vistos por los hombres. Entendemos que lo que es reprobable aquí no es la posición en sí misma, sino el orgullo que hay en el corazón de quien ora y le hace tomar esta actitud para hacerse notar. Ahora bien, si nos ponemos de pie para orar, es en la conciencia del honor que se debe a la Persona a la que nos dirigimos y no para traducir una disposición presuntuosa.

8.3 - Sentados

Solo una vez se registra en las Escrituras la oración presentada mientras se está sentado. En 2 Samuel 7:18 y también en 1 Crónicas 17:16 leemos: «Entró el rey David y estuvo delante de Jehová, y dijo: Jehová Dios, ¿quién soy yo, y cuál es mi casa, para que me hayas traído hasta este lugar?» La posición tomada por este siervo de Dios es la expresión de la comunión, y debemos ver en este acto su significado moral y espiritual, así como su significado profético. Fue al escuchar las declaraciones divinas comunicadas por el profeta Natán, que anunciaban un largo futuro para su casa y el pueblo de Israel, pero sobre todo proféticamente con respecto a Cristo, que David se sentó ante el Señor para bendecir y dar gracias. Esta posición, que atestigua la confianza del rey, es también una manifestación de estabilidad que se ajusta bien a la naturaleza de los pensamientos de Dios que le son dados a conocer: «Lo plantaré, para que habite en su lugar y nunca más sea removido» (2 Sam. 7:10). Bajo el reinado de uno mayor que Salomón, Israel se regocijará en su herencia y Jehová descansará en su amor, regocijándose en su pueblo con un cántico de triunfo (Sof. 3:17).

8.4 - Otras formas

Además, encontramos mención de varias actitudes hacia la oración o la adoración, tales como: inclinarse, postrarse (2 Crón. 7:3; Neh. 8:6; Mat. 8:2), caer de bruces (Núm. 16:22), extender o levantar las manos (Esd. 9:5; Sal. 28:2). Estas manifestaciones externas ciertamente atestiguan el estado mental del que ora, es decir, el homenaje que se le rinde, la humildad que se siente, la expectativa de ayuda, etc. Son peculiares de las economías que precedieron a la de la gracia. Sin embargo, el apóstol Pablo, en su Primera Epístola a Timoteo (2:8), escribe: «Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, alzando manos santas, sin ira ni hesitación». El énfasis no está ciertamente en el levantamiento de las manos, sino en la santidad de esas manos, sin las cuales nuestras oraciones no podrían ser aceptadas por un Dios santo. La ira, a la que el creyente debe renunciar (Col. 3:8) porque no cumple con la justicia de Dios (Sant. 1:20), así como el razonamiento que produce duda e incluso se levanta contra el conocimiento de Dios (2 Cor. 10:5), son incompatibles con la oración, además de estar en contradicción con la pureza, la paz y la fe que deben caracterizarla. Aunque tales formas ya no se utilizan hoy en día, conservan su significado moral. En cuanto a nosotros, y de acuerdo con las exhortaciones de la Palabra, cuidémonos de las disposiciones del hombre interior, el hombre escondido del corazón, cuyo adorno es un espíritu apacible y pacífico que es de gran valor ante Dios (1 Pe. 3:4).