2 - ¿Cuáles son las condiciones esenciales de la oración?

Todo tipo de oraciones


Si comprendemos la grandeza, la majestad y la santidad de la Persona a la que nos dirigimos, seremos conscientes de la humildad que nos conviene, del profundo respeto y de la reverencia que deben caracterizar nuestras actitudes y palabras.

2.1 - En el nombre del Señor Jesús

Es en el nombre del Señor Jesús que nuestras oraciones se dirigen a Dios. «Si algo pedís en mi nombre, yo lo haré» (Juan 14:14). «Todo cuanto hagáis, de palabra o en obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él» (Col. 3:17). A través del Señor, nuestro sumo sacerdote que puede simpatizar con nuestras debilidades, podemos acercarnos al trono de la gracia con confianza (Hebr. 4:14-16). En virtud de los oficios celestiales que ejerce en favor nuestro, nuestras oraciones presentadas en su nombre llegan a Dios envueltas de su justicia y de su santidad.

2.2 - De acuerdo con su voluntad

Deben estar de acuerdo con su voluntad. «Si pedimos algo conforme a su voluntad, él nos escucha» (1 Juan 5:14). Al sondear las Escrituras, obtendremos el discernimiento de esa voluntad. Pablo dice: «No seáis insensatos, sino entended cuál es la voluntad del Señor» (Efe. 5:17 y Rom. 12:2). Además, que nuestras peticiones sean presentadas con toda sumisión, aceptando de antemano la respuesta que se nos dará. ¡Qué difícil es esto! Tenemos el ejemplo perfecto del Señor que terminó su oración en Getsemaní con estas palabras: «No sea como yo quiero, sino como tú» (Mat. 26:39, 42).

2.3 - Con rectitud de corazón e integridad

Es con rectitud de corazón e integridad que debemos expresar nuestras oraciones, siendo conscientes de que quien las escucha conoce nuestros pensamientos ocultos y discierne los motivos de nuestras peticiones. «La oración de los rectos es su gozo» (Prov. 15:8). David podía decir: «Yo sé, Dios mío, que tú escudriñas los corazones, y que la rectitud te agrada» (1 Crón. 29:17), y los hijos de Coré: «No quitará el bien a los que andan en integridad» (Sal. 84:11). El capítulo 22 de los Números nos muestra en la persona de Balaam un corazón que carece de rectitud. Su búsqueda simulada de la voluntad de Dios se mezclaba con el deseo de la paga de iniquidad por la que dejó el camino correcto (2 Pe. 2:15). Cuán fácilmente nos exponemos a pedir lo que podría satisfacer nuestros corazones naturales, expresando incluso deseos legítimos, pero que no cuentan con la aprobación divina. Tenemos un ejemplo sorprendente de esto en la oración dirigida al Señor por la madre de los hijos de Zebedeo, sobre sus hijos. Le debe ser contestado: «No sabéis lo que pedís» (Mat. 20:20-22).

2.4 - Con el Espíritu y con la inteligencia

1 Corintios 14:15 nos dice: «Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento». Para orar con el espíritu, es necesario que el Espíritu Santo tenga una acción libre en nosotros, sin estar entristecido. Este divino Consolador que nos conduce a toda la verdad (Juan 16:13) dirigirá nuestras peticiones para que estén de acuerdo con su mente y para la gloria del Señor. Él nos ayudará en nuestra debilidad, permitiéndonos pedir correctamente (Rom. 8:26). La inteligencia, don de Dios (Dan. 1:17), no debe ser un obstáculo, en lo que ella se convierte produciendo razonamientos y despertando orgullo, sino una ayuda puesta al servicio de la piedad y sujeta a la acción del Espíritu. Oraré «también» con la inteligencia. Si las cosas de Dios están ocultas a la inteligencia natural (Mat. 11:25), esta facultad, renovada en el creyente, mantenida en la humildad, debe ayudarnos a discernir la mente de Dios. Pablo pudo decir: «Como a sensatos os hablo como; juzguad lo que digo» (1 Cor. 10:15). El espíritu y la inteligencia son necesarios para la oración, así como para el canto.

2.5 - Acuerdo para la oración en común

En cuanto a la oración en común, una condición de cumplimiento de mucha importancia es el acuerdo de los que oran, con respecto a las cosas solicitadas. «Si dos de vosotros estáis de acuerdo…». (Mat. 18:19). Los primeros cristianos «se dedicaban asiduamente a la oración» (Hec. 1:14). Se nos exhorta a pensar «lo mismo, teniendo un mismo amor, unánimes, teniendo los mismos sentimientos» (Fil. 2:2). ¡Qué consuelo cuando en las reuniones de oración, los muchos «amén» que se escuchan dan testimonio de este acuerdo común!

2.6 - El vestido

La Palabra de Dios también hace hincapié en el vestido requerido para la oración. El hombre, siendo la imagen de la gloria de Dios, debe tener la cabeza descubierta. «Todo hombre que ora o profetiza con la cabeza cubierta, deshonra su cabeza». Por el contrario, la mujer que ora debe tener la cabeza cubierta, teniendo así, a causa de los ángeles, una marca de la autoridad a la que está sujeta. La Palabra nos dice: «Si la mujer no se cubre, que también se rape», lo cual es deshonroso, porque el pelo largo le es dado como gloria, como un velo (1 Cor. 11:1-16).