3 - ¿Qué debería caracterizar a la oración?

Todo tipo de oraciones


3.1 - La conciencia de nuestra debilidad, de nuestras necesidades y la falta de recursos dentro de nosotros mismos

Es en efecto la comprensión de nuestra incapacidad y de la necesidad de ayuda divina que nos llevará a confiarnos en el Señor a través de la oración. No podemos dirigirnos a él con alguna pretensión. En Lucas 18:9-14, su apreciación de las oraciones del fariseo y del publicano es muy instructiva. Es en la medida en que nos demos cuenta de nuestra impotencia que seremos capaces de apreciar el poder de Dios. «Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque estoy enfermo» (Sal. 6:2). «Invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás» (Sal. 50:15).

3.2 - El sentimiento de nuestra dependencia

Si vivimos en la dependencia del Señor, la cual lo glorifica, nos veremos conducidos a entregarle todo lo que nos concierne. En las circunstancias importantes de nuestra existencia, en la elección de un camino, nuestro recurso es depender de Él, interrogar su boca en la oración para tener el discernimiento de su pensamiento. En el caso de los gabaonitas, Israel que no cuestionó a Jehová sufrió dolorosas consecuencias. Esdras proclama un ayuno… para pedir al Señor el verdadero camino para el pueblo y para los niños (Esd. 8:21). «Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas» (Prov. 3:6). La dependencia también se manifiesta en las pequeñas cosas de la vida diaria, abandonándose al cuidado y a la fidelidad del Señor, lo que no debe ser, sin embargo, de la indiferencia.

3.3 - Una confianza real, una fe viva

Sabiendo que nuestras necesidades son perfectamente conocidas, que la intención de Dios es siempre bendecirnos y que es poderoso para hacer infinitamente más que cualquier cosa que pidamos o pensemos, tenemos motivos para estar sin inquietud, confiados. «Acerquémonos, pues, con confianza al trono de la gracia» (Hebr. 4:16). «Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará» (Sal. 37:5). «Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré» (Sal. 91:2). ¡Cuán fácilmente dudamos, faltos de fe en su poder y sabiduría! Y sin embargo, la Palabra nos dice de aquel que duda: «No piense… que recibirá cosa alguna del Señor» (Sant. 1:7). «Todo por lo que oráis o pedís, creed que lo habéis recibido, y lo tendréis» (Marcos 11:24).

3.4 - Una disposición constante, fruto de nuestra comunión con el Señor

Así, no doblaremos las rodillas ocasionalmente, solo cuando ejercicios particulares preocupen a nuestro corazón, sino que también lo haremos para exponer lo que constituye nuestra vida cotidiana, dándonos cuenta de que nuestra vida cristiana y el testimonio que surge de ella están tejidos de detalles. Si nada es demasiado grande para que el poder de Dios pueda hacerlo, nada es demasiado pequeño para que su amor se ocupe. El Señor mismo enseña a los suyos que siempre debe orar y no cansarse (Lucas 18:1). El apóstol Pablo escribe a los tesalonicenses: «Orad sin cesar» (1 Tes. 5:17). Esta exhortación, sin llamar necesariamente a una pausa en nuestras ocupaciones, significa una continua disposición de nuestros corazones, siendo la oración como la respiración espiritual de nuestras almas.

3.5 - Una práctica diaria

Todos los días, y varias veces al día, debemos sentir la necesidad de acercarnos a Dios en oración para presentarle, a través del Señor Jesús, nuestras peticiones con acción de gracias. Qué favor y qué seguridad poder confiarle desde la mañana el día que comienza. Ciertamente, sentimos más la necesidad de ello cuando estamos pasando por la prueba, pero la oración debe ser un ejercicio diario, en el disfrute de nuestra cercanía al Señor, del libre acceso que tenemos a él. Daniel, arrodillado en su habitación y arriesgando su vida, oraba tres veces al día, dando gracias (Dan. 6:10). No esperó la prueba para hacerlo, porque se dice que «como lo solía hacer antes». «Yo a ti he clamado, oh Jehová, y de mañana mi oración se presentará delante de ti» (Sal. 88:13). El Señor, el modelo divino, oraba en un lugar desierto mucho antes de que amaneciera (Marcos 1:35).

3.6 - Una actividad perseverante

Cuanto más nos demos cuenta de nuestras debilidades y de los peligros que nos amenazan, cuanto más estemos motivados por la gloria del Señor, el bien de los suyos y de todos los hombres; entonces nos inclinaremos a perseverar en la oración. En cuanto a nosotros, será nuestra salvaguarda segura; en cuanto a los demás, esta perseverancia será la traducción del amor que les tenemos. Como ya hemos mencionado, los primeros cristianos perseveraban en la oración con las mujeres y con María, la madre de Jesús (Hec. 1:14). «Perseverad en la oración, velando en ella con acciones de gracias» (Col. 4:2). «Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra» (Hec. 6:4).

3.7 - Una paciente espera

El Señor, en su perfecto conocimiento, sabe lo que necesitamos, pero también sabe el momento adecuado para responder a nuestras peticiones. Nos caracterizamos fácilmente por la impaciencia, pero la confianza en su sabiduría nos dará paciencia para esperar, y en silencio, la salvación de Jehová (Lam. 3:26). Saúl, en Gilgal, no supo esperar la llegada de Samuel. No «obedeció» y ofreció el holocausto. Sabemos las consecuencias que resultaron de esta locura (1 Sam. 13:6-14). La paciencia no es un fruto de la naturaleza humana, sino de la naturaleza divina en la que participamos (2 Pe. 1:3-7). También es el producto de la prueba de nuestra fe (Sant. 1:3). «De mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré» (Sal. 5:3).

3.8 - Un verdadero ejercicio, la expresión de necesidades específicas

Sin embargo, si la oración debe ser habitual para nosotros, debemos desterrar toda rutina, todo formalismo, toda vana repetición (Mat. 6:7). Expresemos a través de ella las cosas que realmente deseamos, las cosas que buscamos ardientemente. Si nuestras peticiones son la presentación de lo que motiva nuestro corazón, serán fervientes, y tales peticiones pueden mucho (Sant. 5:16). Qué fácilmente nos quedamos en las generalidades, exponiendo incluso verdades muy preciosas en su lugar, pero que no son ni una petición ni una acción de gracias. Cuidémonos, sobre todo en las reuniones de oración, de las largas oraciones que a veces las transforman en meditaciones dirigidas al Señor. ¡Qué refrescante es cuando una oración da testimonio de necesidades precisas, reales y sentidas! «Amigo, préstame tres panes» (Lucas 11:5). El salmista podía decir: «Una cosa he demandado a Jehová, esta buscaré» (Sal. 27:4). «Oró Isaac a Jehová por su mujer… y lo aceptó Jehová» (Gén. 25:21).

3.9 - Debe ser prudente en cuanto a su duración

En lo particular, nunca cansaremos al Señor orando con frecuencia, larga y abundantemente, presentándole todo lo que tenemos en nuestros corazones. La Palabra nos exhorta a orar sin cesar (1 Tes. 5:17), en todo momento (Lucas 21:36), siempre (Lucas 18:1). Qué santificación práctica fluye para nuestras vidas de este ejercicio, que ciertamente nos lleva al juicio de nosotros mismos. Qué bendición puede resultar para la familia y para la Iglesia, de las horas pasadas de rodillas por los padres, por un hermano o hermana. Este servicio, particularmente precioso a los ojos de Dios, es a menudo ignorado por aquellos que se benefician de él. Los colosenses eran un tema constante de oraciones para el apóstol Pablo (Col. 1:3, 9). Escribiendo a los corintios, el mismo siervo les dijo que lo que lo mantenía bajo asedio todos los días era la preocupación por todas las asambleas (2 Cor. 11:28). Tenemos ejemplos destacados de apego al pueblo de Dios y de identificación con su condición en las oraciones de Esdras (9:5-15) y Daniel (9:3-19). Moisés, el elegido de Dios, se puso en la brecha y a través de sus oraciones la furia divina se apartó de Israel (Sal. 106:23).

No es el caso de la oración en público, en la iglesia. En nuestras reuniones de esta naturaleza, estamos expuestos a presentar oraciones demasiado largas, lo que las hace menos objetivas e incluso confusas. Los que las escuchan sienten lasitud y se distraen fácilmente. El hermano que ora, siendo la boca de la iglesia, debe estar ejercitado para hacerlo de tal manera que cada uno pueda decir amén sabiendo lo que se ha pedido, mostrando así su acuerdo con lo que se ha dicho. Ciertamente será preferible que un hermano ore dos veces, en lugar de presentar una abundancia de necesidades en una sola acción. Nuestras oraciones públicas ganarán en fervor y frescor por su brevedad, simplicidad y precisión (Lucas 20:47).