1 - Prefacio

Todo tipo de oraciones


«Los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones» (1 Pe. 3:12).

«Por esto orará a ti todo santo en el tiempo en que puedas ser hallado» (Sal. 32:6).

La oración es un recurso infinitamente precioso, concedido al creyente para el tiempo de su peregrinación en la tierra. Es parte del ejercicio de la piedad que se nos exhorta a practicar y solo por el cual podemos saborear la verdadera comunión con el Señor. Si, a través de su Palabra, Dios se complace en comunicarnos sus pensamientos y propósitos, declaraciones a las que debemos prestar oído y estar atentos (Is. 28:23), a través de la oración tenemos el privilegio de dirigirnos a él con total libertad, sabiendo que nos escucha. Debe ser una actividad espiritual que nuestros corazones busquen, el cultivo de la relación vital de nuestras almas con Dios, la atmósfera en la que el cristiano vive y sin la cual es imposible caminar para su gloria. Es sorprendente comprobar que es una consecuencia inmediata de la conversión. Cuando el Señor envió a Ananías a buscar a Saulo de Tarso en Damasco, le dijo: «Porque está orando» (Hec. 9:11).

La oración ocupa tal lugar en la Palabra, y las enseñanzas y exhortaciones relativas a ella son tan abundantes y variadas, que podemos subdividir este vasto tema según sus diferentes aspectos, lo que nos permitirá despejar algunos pensamientos con mayor claridad, dejando al lector la posibilidad de meditarlos más a fondo. No limitaremos estas consideraciones a la oración en el sentido propio de la palabra, es decir, a la petición o solicitud que presentamos para recibir de Dios, sino que mencionaremos también las diversas acciones por las que ofrecemos, como la alabanza, la adoración que se le debe, un servicio de carácter superior sin que ello signifique, sin embargo, una mayor cercanía.


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