Inédito Nuevo

4 - La misión de Saulo

Hechos 26:16-18


person Autor: The Christian's Friend 7 (1893)

library_books Serie: Saulo

flag Tema: Pablo


1 - Introducción

Se puede decir que no hay repeticiones innecesarias en las Escrituras. Hay 3 relatos, por ejemplo, de la conversión de Saulo, pero es evidente para los lectores, incluso superficiales, que el objeto de cada uno de ellos es completamente diferente. El de Hechos 9 es el relato real de lo que sucedió, escrito bajo la pluma inspirada, y por lo tanto da los hechos históricos. El de Hechos 22 es la descripción de Pablo mismo del cambio que se produjo en su alma, cuando se dirigió a los judíos de Jerusalén. Al darlo, el apóstol trató de ganarse a sus adversarios considerando su conversión desde un punto de vista judío en lugar de cristiano (v. 12, 14). El que tenemos en el capítulo 26 también lo da Pablo mismo, cuando se encontraba ante Agripa. Contiene menos detalles sobre su conversión, pero un relato muy completo y preciso de su misión. Ananías no aparece en él, porque la misión de Saulo venía del Señor mismo, como dice al escribir a los Gálatas: «Pablo, apóstol (no de parte de los hombres, ni mediante hombre, sino por Jesucristo y por Dios Padre, que lo resucitó de entre los muertos» (cap. 1:1).

2 - Pablo, siervo y testigo

En primer lugar, debía ser “siervo y testigo”. Para este propósito se le había aparecido el Señor. La palabra traducida aquí como «siervo» no es la que a menudo se traduce así en otros pasajes (vean 1 Cor. 3:5), y que significa alguien que actúa o espera en el servicio (Rom. 12:7, etc.), sino que realmente significa, según su uso en el Nuevo Testamento, un siervo designado oficialmente. El apóstol lo utiliza en 1 Corintios 4:1, aunque a menudo se traduce como «ministro». El Señor, que se le apareció, le dio a Pablo un lugar oficial como su siervo, en la medida en que la misión a la que iba a enviarlo era personal del apóstol y, por lo tanto, no podía ser realizada por nadie más. También debía ser un testigo. Todo creyente es un testigo, aunque no sea en el sentido particular de Pablo. Es parte de lo que somos y está relacionado con nuestra profesión de cristianos. Por lo tanto, en ningún lugar ni circunstancia podemos deshacernos de este carácter de testigos. Pablo debía ser un testigo de primer orden, de ahí las apariciones especiales del Señor y las revelaciones que le fueron hechas en diversas ocasiones.

Su servicio y su testimonio debían estar relacionados con «las cosas que has visto» y con «aquellas por las que te apareceré» (Hec. 26:16). Así como Moisés, en su misión de construir el tabernáculo, se había limitado al modelo que se le había mostrado en el monte, así Pablo se limitaba en su predicación a lo que había visto y oído, a las cosas que había recibido del Señor. El Señor mismo, como testigo en este mundo, se puso en las mismas condiciones: «En verdad, en verdad te digo, que hablamos de lo sabemos, y testificamos de lo que hemos visto» (Juan 3:11). Lo mismo ocurre con todo siervo y testigo (vean Hec. 4:20; 1 Juan 1:3); y así, Pablo nunca debía, en ninguna ocasión, apoyarse en su propio servicio, en sus propios pensamientos o en su propia sabiduría. En todo lugar y en todo momento, debía ser fiel a su misión y a su contenido, sin permitirse ni por un momento ir más allá. Si no tenía revelación del Señor sobre algún tema, debía permanecer en silencio, porque un mensajero divino debe poder garantizar la veracidad de su mensaje con la garantía «“Así habla el Señor”.* El principio permanece, porque si alguien habla, es como «oráculo de Dios» (vean Hec. 7:38; 1 Pe. 4:11). La más mínima mezcla de pensamiento o imaginación humana no puede sino corromper la Palabra divina.

*Pasajes como 1 Corintios 7:25 (por ejemplo) no contradicen esta afirmación; porque Pablo escribió sus Epístolas, como hombre inspirado, bajo la dirección del Espíritu Santo (vean 1 Cor. 2:12-13).

3 - La separación de Pablo por el Señor que lo envía a las naciones

Otra cualificación importante para la misión del apóstol se encuentra en Hechos. Se trata, como leemos, de librarlo «del pueblo y de los gentiles; a quienes yo te envío» (26:17). Es decir, que el apóstol, que era judío, ahora, para las necesidades de su servicio, estaba apartado, fuera de los judíos y de las naciones, porque estaba a punto de ser enviado también a unos y a otros. Su misión venía del cielo y, en su cumplimiento, debía recordarlo, sin hacer distinción entre pueblo y pueblo, o nación y nación. Más de una vez, Pablo olvidó el alcance de estas palabras, y fue su incumplimiento en este sentido, hacia el final de su actividad cuando era libre (aunque el Señor en su gracia lo dirigió para el cumplimiento de sus propios designios), lo que le llevó a conocer muchas dificultades y lo condujo a ser llevado a Roma como prisionero, en lugar de visitar la ciudad imperial como apóstol. Pero ¡ay! todos conocemos, en menor medida, la dificultad de recordar que hemos perdido nuestro origen nacional al asociarnos con Cristo en su muerte, y también de vivir en espíritu en esta esfera «No hay judío ni griego; no hay siervo ni libre; no hay varón ni hembra; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gál. 3:28).

4 - Abrir los ojos para pasar de la oscuridad a la luz, del poder de Satanás a Dios

El objeto de su misión, tal como se describe aquí, se enuncia plenamente en el versículo 18. Observemos en primer lugar que es enviado claramente. Este es un principio de suma importancia. ¡Cuántos corren sin ser enviados, y serían completamente incapaces de mostrar las credenciales de su misión! Todo siervo, sea cual sea el carácter de su servicio, debe ser llamado y enviado al mismo tiempo, y en esto Pablo es un modelo por excelencia. El objetivo principal de su misión era, por tanto, abrir los ojos de los judíos y de las naciones. ¡Qué revelación del estado de los hombres se hace así! Porque si había que abrirles los ojos, es porque hasta entonces estaban encerrados en las tinieblas; y como Pablo sabía bien, por su propia experiencia, que tal era la triste condición de todos.

Pero ¿cómo iba Pablo a abrir los ojos de los ciegos? Su papel era proclamar el Evangelio de la gloria de Cristo, siendo así, de hecho, el testigo de lo que había visto; y recibió el poder de continuar esta obra bendita (comp. Col. 1:28-29; 1 Tes. 1:5). Por su parte, Dios hacía brillar la luz que emanaba del mensaje de su siervo en el alma de aquellos que escuchaban el Evangelio. El apóstol pudo así escribir de sí mismo: «Porque el Dios que dijo que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que ha resplandecido en nuestros corazones» (2 Cor. 4:6). La parte del hombre, para la cual dependía completamente de Dios, era recibir, inclinarse, aceptar el mensaje proclamado; así, toda bendición debía venir, como en la última expresión del versículo, «por la fe en mí [en Cristo]».

El hecho de tener los ojos abiertos puede considerarse la base de todos los demás beneficios mencionados. Cuando los ojos se abren para discernir su verdadera condición en la presencia de Dios, cuando una verdadera obra divina ha comenzado de esta manera, las almas se vuelven, como el propio Saulo, de la oscuridad a la luz. Hacia Aquel de quien vino la luz, y por lo tanto del poder de Satanás (pues su reino se limita a las tinieblas) hacia Dios. Todos los que han recorrido este camino saben perfectamente que todo esto requiere el poder divino en cada etapa. Y en cada conversión, como se ha subrayado en el caso de Saulo, el objetivo de Dios es romper toda confianza en sí mismo y enseñar al alma que, tan culpable y perdida como está, no tiene absolutamente ningún derecho ante Él, excepto el de ser juzgada por sus numerosos pecados. La gracia no puede entenderse de otra manera, y solo por la gracia pura y soberana puede salvarse un pecador. Pero Aquel que envía a sus siervos a proclamar el Evangelio provee perfectamente a todas las necesidades del pecador, según la estimación y las exigencias de su propia gloria. Por eso Pablo pudo escribir, después de contarnos lo que había sido: «La gracia de nuestro Señor sobreabundó con fe y amor en Cristo Jesús» (1 Tim. 1:14).

5 - El perdón de los pecados

Nuestra concepción de la gracia se verá reforzada si observamos el carácter de las bendiciones concedidas a aquellos que se vuelven del poder de Satanás a Dios. La primera de ellas es el perdón de los pecados, y esto se debe a que el sentimiento del amor de Dios que perdona liberando de la culpa, es la primera necesidad del alma despierta. Nada aliviará su conciencia si no es la convicción del perdón, un perdón concedido al alma sobre la base de la eficacia de la muerte y resurrección de Cristo (comp. con los cap. 10:42-43; 13:38-39).

Además, observemos que las almas se vuelven a Dios para recibir el perdón de sus pecados. Se trata de una pura gracia, que muestra que el perdón espera a aquellos que se acercan en «arrepentimiento para con Dios y la fe en nuestro Señor Jesús» (Hec. 20:21).

6 - Una herencia con los que son santificados

Además, hay «una herencia entre los que son santificados, por la fe en mí» (Hec. 26:18). Los que son santificados son los que están separados del mundo y apartados para Dios por la aceptación de su testimonio con respecto a su Hijo amado; y la herencia entre ellos es una expresión que indica todas las bendiciones que cada creyente compartirá con Cristo y con sus redimidos. Se trata de una herencia, porque, como Pablo enseñó más adelante, «si [somos] hijos, también [somos] herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo» (Rom. 8:17).

7 - El alcance de la expresión «por la fe en mí»

Las palabras «por medios de la fe en mí» pueden considerarse como calificativas de todo el versículo; es decir, que es por la fe en Cristo que se abren los ojos de los ciegos, que se experimenta la liberación de las tinieblas y del poder de Satanás, así como se recibe el perdón de los pecados y la herencia entre los santificados.

Así pues, esa era la bendita misión de Saulo en este mundo de tinieblas. El que había sido el primero de los pecadores debía ir a cumplir su misión con el resplandor del rostro de Cristo glorificado en su alma. Él mismo perdonado y liberado, encargado por el Señor mismo de proclamar a todos, judíos o naciones, el Evangelio de la gloria de Cristo. Aquel que había enviado a su siervo lo había capacitado para su trabajo, le había dado su mensaje, lo había apoyado en su servicio y se había glorificado de la dedicación y la actividad de su siervo.