Inédito Nuevo

1 - La conversión de Saulo de Tarso

Hechos 9


person Autor: The Christian's Friend 5

library_books Serie: Saulo

flag Tema: Pablo


En cierto modo, Saulo de Tarso es el primer converso que nos presentan las Escrituras. Las almas se salvaron el día de Pentecostés y se añadieron a la comunidad de creyentes que, por el descenso del Espíritu Santo, formaban ahora la Casa de Dios. Pero más allá de este hecho, no se dan detalles, ni de los ejercicios de sus almas ni de la manera en que se llevó a cabo su gran cambio, excepto que fue a través del testimonio dado por los apóstoles de la resurrección y elevación a la diestra de Dios de Jesús que había sido crucificado en medio de ellos. Hasta la muerte de Esteban, este testimonio se dirigía al pueblo judío, a la nación, más que a los individuos. Como declaró Pedro ante el Sanedrín [1], cuando fue acusado, con Juan, de llenar Jerusalén con la doctrina relativa a Cristo: «A este, Dios exaltó con su diestra para ser Príncipe y Salvador, para arrepentimiento de Israel, y perdón de pecados» (Hec. 5:31, vean también cap. 3:19, 21).

[1] Sanedrín (sunedrion; lit.: asamblea reunida).

Consejo supremo judicial de la nación judía, reunido en Jerusalén. Estaba compuesto por 70 miembros, elegidos entre los sumos sacerdotes, escribas y ancianos de los judíos; lo presidía el sumo sacerdote (Mat. 5:22; 10:17; 26:59; Juan 11:47; Hec. 5:21-41; 6:12-15; 23:1-20). El Sanedrín no tenía derecho a pronunciar la pena de muerte: eso era prerrogativa del gobernador romano (Juan 18:31). Originalmente, 70 hombres de entre los ancianos habían sido elegidos por Moisés para ayudarle en asuntos judiciales (Núm. 11:16).

Desde Pentecostés hasta la muerte de Esteban, la longanimidad de Dios se mostró a su antiguo pueblo en respuesta a la oración del Señor en la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34). Cuando rechazaron el testimonio del Espíritu Santo dado por los apóstoles, como habían rechazado el testimonio de Cristo, y apedrearon a muerte a Esteban, Dios rompió su relación de gracia con la nación judía. Entonces comenzó a revelar el secreto de su eterno propósito, «que en otras generaciones no fue dado a conocer a los hijos de los hombres, como ahora ha sido revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu» (Efe. 3:5). El día de Pentecostés se formó la Iglesia, presentada en la narración como la Casa de Dios. La verdad del Cuerpo de Cristo aún no había sido revelada, aunque todo creyente que recibió el Espíritu Santo el día de Pentecostés se unió a Cristo y se convirtió así en miembro de su Cuerpo, del que él es la Cabeza glorificada. El conocimiento de esto aún no había sido comunicado. Sin embargo, tan pronto como Esteban murió apedreado, Dios comenzó a revelar sus eternos designios sobre la Iglesia, y el medio elegido para proclamarlos fue Saulo de Tarso. Por eso apareció por primera vez en relación con el martirio de Esteban. «Los testigos dejaron sus ropas a los pies de un joven llamado Saulo» (Hec. 7:58).

Para comprender la gracia manifestada en la conversión de Saulo, es necesario considerar su carácter natural. Hay muchas pruebas para instruirnos sobre este punto. Según Filipenses 3, tenía todo lo necesario para ascender como hombre en este mundo, ya fuera por nacimiento, educación, religión o carácter moral. Según sus propias palabras, era: «Circuncidado al octavo día; del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que hay en [la] ley, irreprensible» (Fil. 3:5-6; vean también Hec. 22:3; 26:4-5). Era, en efecto, un hombre modelo a juicio de su nación, alguien que gozaba del respeto y la estima de aquellos entre los que vivía. Alguien, al mismo tiempo, sobre quien todos los que no sabían que la mente carnal era enemistad contra Dios, podían pensar que el favor del cielo descansaba sobre él en un grado excepcional. ¡Los pensamientos de los hombres son tan contrarios a los pensamientos de Dios!

Fue precisamente este hombre, Saulo de Tarso, el campeón del judaísmo, de hecho, de Satanás, contra Cristo. Miembro muy celoso de la religión judía, fue el primero en mostrar una amarga hostilidad contra Cristo y sus discípulos. Siendo un «joven» en el momento de la lapidación de Esteban, permaneció cerca, pero en segundo plano, y «consentía en su muerte» (Hec. 8:1), aprobando en su cruel celo este arrebato de frenesí religioso que, dejando de lado la Ley judía, sació su sed en la sangre del mártir. Parece que era miembro del concilio judío ante el cual se juzgaba y condenaba a todos los herejes de esta clase, pues dijo ante Agripa: «Y cuando los mataban, yo daba mi voto contra ellos» (26:10). Encomendándose así a las autoridades judías por su energía y celo, recibió autoridad de los sumos sacerdotes para actuar contra los santos de Jerusalén, y encerró a muchos de ellos en prisión; y según sus propias palabras: «Muchas veces, castigándolos por todas las sinagogas, los forzaba a blasfemar; y lleno de furor contra ellos, los perseguía hasta en las ciudades extranjeras» (Hec. 26:10-11). Esto explica la afirmación del capítulo 8:3 de que Saulo «asolaba a la iglesia, yendo de casa en casa; y arrastrando a hombres y mujeres, los metía en la cárcel»; y también que respiraba «todavía amenazas y muerte contra los discípulos del Señor» (9:1).

Así era Saulo, un hombre cuya alma entera estaba en su obra asesina; un hombre de voluntad resuelta e inflexible, cuya energía natural le impulsaba a proseguir su misión de persecución implacable de los seguidores de Jesús de Nazaret, decidido como estaba a borrar su nombre y el de su Maestro de la faz de la tierra. Su propia evaluación moral de sus acciones en aquellos días se encuentra en 1 Timoteo. Dice: «Doy gracias a aquel que me dio poder, Cristo Jesús nuestro Señor, porque me consideró fiel poniéndome en el ministerio, habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador» (v. 12-13); y también nos dice que fue «el primero» de los pecadores. En 1 Corintios 15, escribe: «Soy el menor de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la Iglesia de Dios» (v. 9). Podemos, pues, formarnos una idea aproximada del estado moral de Saulo antes de su conversión; porque, aunque no debemos olvidar que en todos los corazones se encuentran las mismas posibilidades de maldad y que la carne de todos está totalmente corrompida, no es menos cierto que hay grados en la manifestación de la hostilidad a Cristo, y que nadie superó jamás a Saulo de Tarso en este aspecto.

Veamos ahora su conversión. La atmósfera en la que vivía era, como ya hemos visto, de implacable hostilidad hacia Cristo y su pueblo. Intachable en su conducta y atento a los ritos de la Ley, albergaba en su corazón los más oscuros sentimientos de venganza contra los que habían aceptado a Jesús de Nazaret como Señor y Cristo. Por eso obtuvo del sumo sacerdote «cartas dirigidas a las sinagogas de Damasco», «para que si encontraba a alguien del Camino, hombres o mujeres, los pudiera llevar atados a Jerusalén» (Hec. 9:2). Así que fue en medio de su carrera de decidida oposición a Cristo cuando fue a Damasco. Por lo que sabemos, no había habido ni una sola duda sobre su conducta; o si suponemos que su conciencia se había turbado por lo que se dice en el versículo 5 [2], había intentado acallar esa voz interior mediante una persecución aún más decidida de su objetivo. En todo caso, es seguro que nunca buscó a Cristo.

[2] Estas palabras, si se omiten aquí, son indiscutibles en 26:14.

Esto pone de manifiesto el carácter distintivo de la conversión de Saulo. La luz del cielo, que él no había pedido ni buscado, brilló de repente a su alrededor y «caído a tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (v. 4). Así como se dice que, cuando el Señor estaba en la tierra, el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido, también es verdad que, según el Evangelio, Dios busca a los pecadores. El Padre los busca, como ha revelado el Señor, para que le adoren (Juan 4:23). Por eso, Saulo puede considerarse un ejemplo notable de conversión en tiempo de gracia, como escribió más tarde: «Pero por esto me fue otorgada misericordia, para que, en mí, el primero, Jesucristo mostrara toda paciencia, como modelo de los que van a creer en él para vida eterna» (1 Tim. 1:16). Es decir, si entendemos este lenguaje, que nuestro bendito Señor mostró a Saulo de Tarso, el primero de los pecadores, toda Su paciencia, para que Su corazón bondadoso pudiera ser conocido en todas las edades futuras, y para que el primero (el peor) de los pecadores, como se dice, pudiera estar animado a poner su confianza en Él. Saulo se muestra así ante los ojos de los hombres como una ilustración de los caminos de la gracia del Señor hacia los pobres pecadores. El Señor buscó a Saulo hasta encontrarlo, y cuando lo encontró, lo puso «sobre sus hombros, gozoso» (Lucas 15:5).

Antes de seguir adelante, es interesante observar el orden divino que se despliega en los versículos 3 al 5.

Lo primero que hay que observar es que la luz del cielo brillaba alrededor de Saulo. Así ocurre siempre en el momento de la conversión. Hasta que la luz del cielo no ha entrado interiormente, el alma está en completa oscuridad; y el propio Pablo escribió más tarde: «Porque el Dios que dijo que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que ha resplandecido en nuestros corazones» (2 Cor. 4:6). Esta luz, como se menciona aquí, es la luz del Evangelio de la gloria de Cristo (v. 4). En el caso de Saulo, la luz brillaba a su alrededor, procedente de la misma gloria de Cristo que vino a buscar al primero de los pecadores. Hoy llega a las almas a través del mensaje del Evangelio. Si se recibe, muestra a los pecadores su verdadera condición (es la luz que revela los consejos del corazón), y la consecuencia es que están convencidos de pecado. Aquí, después del estallido de luz que derribó a Saulo al suelo, se oyó una voz: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» Saulo había pensado que persiguiendo y matando a los santos estaba haciendo un servicio a Dios (vean Juan 16:2); ahora se daba cuenta de que había perseguido a Aquel que se había revelado como el Señor de gloria [3].

[3] El significado completo de estas palabras, que contienen la verdad de que los creyentes están unidos a Cristo en el cielo por el Espíritu Santo, se desarrollará en otra ocasión.

En segundo lugar, tenemos la presentación de Cristo al alma convicta. «¿Quién eres, Señor?», gritó Saulo en su asombro y estupefacción. «¡Yo soy Jesús, a quien tú persigues»! fue la respuesta serena, solemne y sorprendente.

La primera etapa de la obra de gracia en el alma de Saulo fue su convicción de pecado. La segunda etapa fue la presentación de Jesús en gloria a su alma, como aquel contra quien se había atrevido a levantar las manos en su celo fanático. El efecto fue someter su corazón orgulloso y rebelde, arrojarse a los pies de Jesús y obligarle a gritar: «¿Qué debo hacer, Señor?» (Hec. 22:10).

Saulo se había convertido, aunque todavía no conociera la libertad de la gracia. De enemigo perseverante y decidido, se había convertido en cautivo sumiso. Jesús de Nazaret, a quien había odiado con toda la energía de su naturaleza fuerte y religiosa, era ahora aceptado como su Señor. Había sido atraído a los pies de Jesús y allí encontraría el lugar de toda bendición. Todavía tenía mucho que aprender, y Aquel que lo había tomado en sus manos le daría todas sus instrucciones. De momento, el Señor dijo a Saulo que se levantara y entrara en la ciudad, añadiendo: «Te será dicho lo que debes hacer».

En la conversión de Saulo de Tarso tenemos un cuadro completo y bendito de la obra de gracia divina, que merece ser meditado tanto por los evangelistas como por las almas ansiosas.


arrow_upward Arriba