Un cristiano ejemplar


person Autor: Wm. GILMORE 1

flag Tema: Pablo


Merece la pena examinar detenidamente la vida de Pablo tal como se describe en este capítulo. Él relata su propia experiencia como un ejemplo para nosotros.

1 - La renuncia de Pablo

«Las cosas que para mí eran ganancia, las he considerado como pérdida a causa de Cristo» (v. 7)

Pablo describe una a una sus diversas ventajas naturales. Si cualquier otro tenía motivos para confiar en la carne, él tenía aún más:

  • Había sido «circuncidado al octavo día», lo que le daba acceso a la alianza de Dios con Abraham. Había recibido este derecho en el momento prescrito por la Ley, y no más tarde en su vida como los prosélitos.
  • Era «del linaje de Israel», descendiente directo del hombre llamado Israel que había sido un príncipe de Dios.
  • También era «de la tribu de Benjamín», la tribu del hombre a quien Moisés llamó «el amado de Jehová» (Deut. 33:12); la tribu de la que había sido elegido el primer rey de Israel.
  • Era «hebreo de hebreos», es decir, descendiente de israelitas por línea paterna y materna.
  • «En cuanto a la ley», era «fariseo». Pertenecía a esa secta que daba valor a los más pequeños detalles de la Ley.
  • «En cuanto a celo», se había distinguido como «perseguidor de la Iglesia». Y esto lo había hecho como consecuencia de su propia justicia, con toda sinceridad de corazón.
  • Finalmente, «en cuanto a la justicia que hay en la ley», era «irreprensible».

Todas estas razones de auto satisfacción eran como una armadura alrededor del corazón del joven fariseo. Pero de repente, esa armadura había sido traspasada, su orgulloso corazón había sido tocado y derrotado.

¿Qué pudo haber producido un cambio tan repentino y profundo en este hombre? Fue la visión celestial vista en el camino de Damasco: la revelación de Cristo en la gloria. A la luz de esta maravillosa revelación, desprecia desde entonces todas sus ventajas naturales y religiosas. En lugar de gloriarse de ellas, las considera como basura, algo de lo que hay que deshacerse. Para «ganar» a Cristo, renuncia a todo aquello de lo que antes se enorgullecía.

En primer lugar, reconoce a Cristo como el único que merece toda su confianza; y el resultado inmediato es que renuncia a todas las cosas. Ha acabado definitivamente con su propia justicia que era de la Ley, ha encontrado algo mejor.

2 - La ganancia de Pablo

2.1 - «Ser hallado en él» (v. 9)

Pablo nunca se arrepintió de su elección. Después de muchos años de vida cristiana, seguía teniendo la misma estimación que en su conversión: «Y aún todo lo tengo por pérdida, por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, Señor mío, por causa de quien lo he perdido todo y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo» (v. 8). Había experimentado la pérdida de todas las cosas en más de un sentido. No tenía posesiones terrenales; no había hecho provisión alguna para sus necesidades futuras, pero tenía a Cristo, y para él Cristo lo era todo.

Habla de Él como «Señor mío». ¡Qué hermosa expresión! Cuando Cristo ocupa el primer lugar en el corazón del creyente, perderlo todo por él no es un problema. Cristo se convierte inmediatamente en el objeto de nuestro amor, la fuente de nuestra felicidad, el tema de nuestra alabanza, nuestro único tesoro.

¡Qué efecto tan estimulante para nosotros ver a este cristiano de pie, después de muchos años, donde estaba al principio de su carrera cristiana! Estaba plenamente satisfecho de «ser hallado en él», feliz de tener en él seguridad y protección como un fugitivo encuentra refugio en una torre fuerte.

Sin embargo, la expresión «ser hallado en él» va más allá de los límites del tiempo presente. Contiene una alusión evidente al día venidero. Podemos pensar en otros pasajes en los que la expresión «ser hallados» se refiere a ese día, por ejemplo: «Siendo vestidos, no seremos hallados desnudos» (2 Cor. 5:3), o: «Sed diligentes para ser encontrados por él sin mancha, irreprensibles, en paz» (2 Pe. 3:14). Tenemos una justicia en Cristo que es plenamente suficiente para ahora y como para la eternidad.

3 - Lo que Pablo busca a conocer

«Para conocerle a él, y el poder de su resurrección, y la comunión de sus padecimientos, siendo hecho semejante a él en su muerte; si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos» (v. 10-11)

Esta era la meta del apóstol Pablo, la meta de su vida, que perseguía con dedicación. Ya sabía mucho sobre Cristo, sin embargo, quería conocer más.

A lo que aspiraba no era un conocimiento meramente intelectual, sino un conocimiento íntimo de Cristo. Este tipo de conocimiento no se adquiere en la escuela ni a través de los libros. Podemos aprender mucho sobre él por esos medios; pero para conocerlo personalmente, debemos vivir en su comunión. Profundizar así en el conocimiento de Cristo –ese debe ser el objetivo de toda nuestra vida. Hay un conocimiento que nos envanece; pero este nos humilla.

La mayoría de las cosas que nos ocupan en esta tierra serán olvidadas en el mundo venidero. Pero lo que hemos conocido de Cristo permanecerá con nosotros para siempre. Nos ocupará en la gloria eterna, pues Cristo mismo será el objeto de nuestra contemplación para siempre.

A continuación, el apóstol quiso conocer el poder de su resurrección. Esta expresión se refiere al poder que fluye de la resurrección de Cristo. Aquí hay que hacer varias puntualizaciones. La resurrección de Cristo tiene un poder de demostración en relación con la persona y la obra de nuestro Señor: por ella fue «designado Hijo de Dios con poder» (Rom. 1:4). También tiene un poder justificador: Nuestro Señor «fue resucitado para nuestra justificación» (Rom. 4:25). Y tiene un poder consolador, en relación con todos los santos que duermen. Tan cierto como que él ha resucitado, todos los suyos resucitarán. Cuando la trompeta despierte a los «muertos en Cristo» (1 Tes. 4:16), los sepulcros tendrán que devolver su presa. La tumba vacía de Jesús es una garantía de ello. Pero incluso ahora, su resurrección tiene un poder vivificador. Nos llama a buscar «las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col. 3:1). Hemos resucitado en él para caminar en novedad de vida. En este sentido, todos necesitamos, en nuestra vida práctica, conocer mejor el poder de su resurrección.

Sin embargo, la experiencia del poder de su resurrección está indisolublemente unida a «la comunión de sus padecimientos». Encontramos sufrimientos porque pertenecemos a él. Sin embargo, si sufrimos por o con Cristo, encontraremos en su comunión la fuerza para soportar todos estos sufrimientos y la paciencia para perseverar en ellos. Esta era la esperanza segura de Pablo de participar en la primera resurrección. Lo animaba a soportar cualquier dolor que encontrara en su camino.

3.1 - «Si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos»

La forma de expresarse aquí no significa que Pablo dudara de la meta que tenía ante sí; sino que muestra la seriedad con que consideraba los esfuerzos que tenía que hacer en su carrera. Como la gloria de la resurrección estaba ante él con plena certeza, no prestó atención a los sufrimientos que aún pudieran acaecerle. Con gozosa perspectiva esperaba el resultado final del poder de la resurrección de Cristo: el cambio completo de espíritu, alma y cuerpo en perfecta conformidad con su Señor.

4 - La carrera de Pablo

4.1 - «Prosigo hacia la meta, al premio del celestial llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (v. 14)

Pablo había sido «alcanzado por Cristo», que es como describe lo que había constituido su vida desde su conversión. Cristo se había apoderado de él y lo había atraído hacia sí con una intención concreta. Desde entonces, el propósito de su vida era conocer y alcanzar todo aquello para lo que Cristo lo había salvado. Sin embargo, aquí habla de algo que todavía no ha alcanzado. Dice: «No que ya lo haya alcanzado, o que ya sea perfecto; pero sigo adelante, esperando alcanzar aquello para lo cual también me alcanzó Cristo». Este es el lenguaje de un creyente que supera con creces a cualquiera de nosotros en vida y experiencia cristianas. ¿Dónde podríamos encontrar a un hombre tan plenamente entregado al Señor? Y, sin embargo, dice: Todavía no lo he alcanzado, no he llegado a la perfección (comp. v. 12).

La Epístola a los Filipenses fue escrita muchos años después del día en que el Señor lo había llamado en el camino de Damasco. Sin embargo, después de todos esos años de experiencia y crecimiento, sigue diciendo: «Sigo adelante, esperando alcanzar». Este era el rasgo dominante en su corazón: proseguir la gran meta de su esperanza. Como sus ojos estaban dirigidos hacia esa meta, no tenía tiempo para mirar hacia atrás, a los pasos que había dejado. Dice: «Olvidando las cosas de atrás, me dirijo hacia las que están delante, prosigo hacia la meta, al premio del celestial llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (v. 14).

Notemos la expresión: «Prosigo hacia la meta». Evoca la imagen de un corredor que se precipita de todo su cuerpo y cuya mano ya está preparada para recibir el premio concedido al vencedor. Ningún esfuerzo es demasiado grande, cada nervio está estirado para ganar el premio.

4.2 - «Una sola cosa hago»

Que todos tengamos más de este fervor, seriedad y determinación de corazón, para vivir de una manera que agrade a Dios. El deseo apremiante del apóstol era que todos pensaran y actuaran según el mismo modelo: «Por lo cual, pensemos así todos los que hemos alcanzado la madurez espiritual» (v. 15). Estos hombres que habían alcanzado «la madurez espiritual» no carecían de defectos. La misma palabra se traduce como «la perfección» en Hebreos 6:1. Se refiere a los adultos en contraste con los niños pequeños, sin expresar el pensamiento de perfección absoluta.

De hecho, existía la posibilidad de que pensaran «otra cosa», es decir, distinta del que se describe en este capítulo. No se trata de diferencias fundamentales, sino de meras diferencias de grado. Sin embargo, el apóstol expresa su confianza en que Dios les mostraría toda desviación del modelo que se les había dado, y los pondría de acuerdo con su voluntad. Cuando la orientación de nuestra vida es correcta, cuando deseamos sinceramente hacer la voluntad de Dios, él nos instruirá sobre las cosas que aún necesitan ser corregidas. Por su Palabra y su Espíritu, nos guiará por las sendas antiguas, por el camino correcto.

5 - Las lágrimas de Pablo

5.1 - «Incluso llorando lo digo» (v. 18)

Pablo no era proclive al sentimentalismo; incluso en circunstancias entristecedoras rara vez derramaba lágrimas. ¿Lloró alguna vez cuando fue perseguido? Cuando lo metieron en la cárcel, cantaba himnos con Silas. ¿Por qué llora aquí este hombre valiente?

Pensaba en los hombres que una vez habían afirmado ser seguidores de Cristo y se habían extraviado por completo. A menudo había advertido a los filipenses contra ellos. El pensamiento de su comportamiento carnal y de su terrible destino le hizo llorar, incluso en medio del gozo que llenaba su corazón.

No sabemos exactamente quiénes eran estos indignos profesos. Se caracterizaban por ser enemigos de la cruz de Cristo. Solo vivían para satisfacer sus propios deseos. Eran enteramente de este mundo, pues pensaban «en lo terrenal». Es comprensible que el apóstol llorara al pensar en ellos. Si nosotros tuviéramos más de su delicada sensibilidad, también lloraríamos. Porque aún hoy hay muchos que llevan el nombre de Cristo y, sin embargo, demuestran con su conducta que no hay en ellos ni un soplo de vida divina.

Aunque pretenden conocer a Dios, lo niegan en sus obras. En estos últimos días, la simple profesión es fácil; no hay dificultad en tener una comunión puramente formal con el pueblo de Dios. Pero no nos dejemos engañar. Donde la vida está alineada con la mundanidad y el pecado, solo puede haber una salida: la perdición.

6 - La expectativa de Pablo

6.1 - «De donde también esperamos al Salvador, el Señor Jesucristo» (v. 20)

De este sombrío cuadro, el apóstol pasa ahora a la brillante esperanza del verdadero cristiano. «Porque nuestra ciudadanía está en los cielos; de donde también esperamos al Salvador, el Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro cuerpo de humillación en la semejanza de su cuerpo glorioso, conforme a la eficacia de su poder, con el que también puede someter todas las cosas a sí mismo» (v. 20-21). Estas palabras estimulantes dirigen nuestros pensamientos y afectos hacia adelante, hacia nuestro hogar y esperanza celestiales. El cielo es nuestra patria porque allí está Aquel a quien esperamos.

Que Dios nos conceda esperar vigilantes a nuestro Salvador que viene. Ha prometido venir y cumplirá su promesa. Puede que sigamos atravesando pruebas y dificultades, pero Jesús vendrá para librarnos de ellas. Nuestra salvación se cumplirá plenamente cuando él venga.

Viene a resucitar a los santos que duermen y a tomar consigo a todos los santos que aún estén vivos en la tierra cuando él venga. Esta era la esperanza del apóstol, como también es la nuestra. Nuestros cuerpos actuales, los cuerpos de nuestra humillación, son mortales; pero en su venida serán transformados «en la semejanza de su cuerpo glorioso». No podemos explicar cómo tendrá lugar este cambio. Pero sí sabemos con qué poder se llevará a cabo: «conforme a la eficacia de su poder, con el que también puede someter todas las cosas a sí mismo».

Con la mirada puesta en esa esperanza, Pablo exhorta a los filipenses, y también a nosotros, a permanecer firmes en la fe: «Estad así firmes en el Señor, amados». Esa es la consigna para el pueblo de Dios hoy. Muchos están siendo arrastrados por la marea, y expuestos a todos los vientos. No escuchemos otra enseñanza que la de la Palabra de Dios. No nos desviemos del camino estrecho. Que todo nuestro deseo sea ser hallados fieles al Señor, en su venida. ¡Se acerca!

«Estad así firmes en el Señor, amados».

Traducido de «Le Messager Évangélique», año 2002, página 257