Inédito Nuevo

Solamente

Salmo 62


person Autor: The Christian's Friend 10

flag Tema: La confianza en Dios y en sus promesas


La palabra «solamente» es característica de este Salmo. El primer versículo declara: «En Dios solamente está acallada mi alma»; la palabra «solamente» se repite en los versículos 1, 2, 5, 6. Pide ser meditado en presencia de Dios, porque el alma nunca puede estar en paz hasta que se comprenda su bendita significación. El comienzo del Salmo muestra un alma en dificultades, rodeada de enemigos, pero que ha aprendido que la salvación (la liberación) solo puede venir de Dios. Por eso el salmista solo espera en Él. Pocos son los que, en la prueba de las luchas o de las tentaciones, no han recurrido a la ayuda humana, perdiendo así la bendición de esperar solo en Dios. Mientras no hayamos llegado al límite de nosotros mismos y del hombre, mientras no hayamos descubierto por experiencia la vanidad de toda ayuda humana y no hayamos confiados en Dios solo, nunca alcanzaremos ese lugar bendito de la dependencia total. Una vez alcanzado, aunque sea en muy pequeña medida, pasamos a un nuevo círculo, fuera del hombre, y donde nuestro hogar es la presencia de Dios.

Una vez que esta actitud se toma en el versículo 1, el alma se llena de confianza, y continúa así: «Él solamente es mi roca y mi salvación; es mi refugio, no resbalaré mucho» (v. 2). Al examinar todos los peligros que nos rodean, así como la enemistad del hombre y la actividad de Satanás, hay descanso en Dios y, por lo tanto, ausencia de miedo o aprensión al atravesar el desierto. Sin duda, aquí tenemos el camino y la experiencia del propio Señor; esto lo hace aún más valioso e instructivo para los suyos, en la medida en que él fue el primero en recorrer el camino de la fe en toda su plenitud y perfección (Hebr. 12:2). De hecho, tuvo que enfrentarse especialmente a 3 cosas al soportar la cruz y despreciar la vergüenza; se especifican en los versículos 3 y 4: el odio, la envidia y la hipocresía. Al examinar los relatos de la detención, el juicio y la condena de nuestro Señor, estas 3 cosas se encuentran claramente. El creyente que corre la misma carrera, «fijos los ojos» en Jesús, debe esperar las mismas formas de oposición.

A primera vista, se podría pensar que los versículos 5 al 7 son solo una repetición de los versículos 1 y 2, pero un examen más profundo mostrará que no es así. En el versículo 1, el alma espera solo en Dios, y en el versículo 5, se exhorta a perseverar y declara que solo puede esperar en Dios. En una palabra, es la expresión de una dependencia absoluta, combinada con la actividad de la fe, en la seguridad de que aquellos que esperan en Jehová nunca serán confundidos. ¿No podemos también escuchar este llamado a esperar solo en Dios? ¿No nos está dirigido por el mismo Espíritu? Si estas líneas son leídas por almas probadas, cargadas, afligidas o perplejas, que extraigan el consuelo indescriptible que el Señor querría traerles a través de Sus propias experiencias; porque sabemos que él simpatiza con nuestras debilidades, ya que fue tentado en todo como nosotros, excepto en el pecado.

El versículo 6 parece dar la razón o el fundamento de la llamada o exhortación del versículo 5; es idéntico al versículo 2, sin la palabra «mucho». Esta omisión es significativa, porque muestra una progresión –si se atreve a usar tal palabra, donde todo es perfecto– en relación con el versículo 2. Ahora, después de repetir: «Él solamente es mi roca y mi salvación, es mi refugio», el salmista (porque se trata ante todo de las experiencias de David, aunque se refiera al camino del Señor mismo) puede decir con absoluta confianza y sin reservas: «No resbalaré». Por eso consideramos el versículo 7 como una experiencia más que como el lenguaje de la fe; es decir, David se había dado cuenta ahora de que Dios era su salvación y su gloria, que la roca de su fuerza y su refugio estaba en Dios. Antes lo sabía, pero ahora se lo ha apropiado, y así disfrutaba en el presente de lo que se había forjado en su alma a través de sus pruebas.

La experiencia personal del salmista termina en el versículo 7. Ahora que ha aprendido la lección, el salmista puede pensar en los demás. ¿Y qué es lo único que desea comunicar al pueblo de Dios? Es simplemente: «Esperad en él en todo tiempo». Por muy simple que parezca, esta frase tiene un alcance considerable. En todo momento –estando enfermo o sano, en la alegría o en el dolor, en la abundancia o en la pobreza, en la oscuridad o en la luz, sí, siempre– en todo momento, confíen en el Señor. Nuestro Señor en la cruz es un ejemplo perfecto de ello, cuando soportó que su Dios le ocultara su rostro. «Dios mío, clamo de día, y no respondes; y de noche, y no hay para mí reposo. Pero tú eres santo, tú que habitas entre las alabanzas de Israel» (Sal. 22:2-3). En un momento así, justificaba a su Dios. Saquemos, pues, la valiosa lección de que podemos confiar en Dios, de manera absoluta, en todas las circunstancias y en todas las ocasiones, y entonces seremos guardados en una perfecta paz, con nuestros espíritus fijos en él.

Pero, se pensará, es fácil escribir y leer estas palabras; la prueba está en nuestra experiencia diaria. Es cierto; y el Señor, sabiéndolo, añadió: «Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos; Derramad delante de él vuestro corazón» (v. 8); porque sabía bien que así es como se llega a confiar en Dios. El apóstol da la misma instrucción en Filipenses 4: «Por nada os preocupéis, sino que, en todo, con oración y ruego, con acciones de gracias, dad a conocer vuestras demandas a Dios» (v. 6). De hecho, vaciar nuestros corazones ante Dios, y hacerlo continuamente, tanto durante el día como en nuestros momentos de oración, es el antídoto eficaz contra el temor y la desmoralización. Se ha dicho que los impulsos de oración en nuestra vida diaria son las “flechas de la liberación de Dios”. Es eso lo que son; por eso prestemos la máxima atención a la exhortación de derramar nuestro corazón ante Dios.

Para animarnos, el salmista dice que Dios es nuestro refugio. Él mismo lo había experimentado; y lo que había sido para David, lo sería para todo su pueblo. Notemos 2 cosas en relación con la adición de la palabra «nuestro». En primer lugar, el creyente que está en comunión con el corazón de Dios en cuanto a su pueblo es uno con él. Todo lo que aprende o recibe es para el conjunto, porque se identifica plenamente con él. Como leemos acerca de nuestro Señor: «El que santifica como los que son santificados, son todos de uno» (Hebr. 2:11). En segundo lugar, ninguno de nosotros puede enseñar a los demás lo que no ha aprendido para sí mismo. El salmista, por ejemplo, no podría haber dicho que Dios es nuestro refugio si no lo hubiera experimentado por sí mismo. Puede que así esté escrito en la Palabra de Dios, pero antes de poder transmitir esta bendita verdad a las almas atribuladas, debemos haberle “puesto nuestro sello” para atestiguar su veracidad. Entonces, podremos hablar con poder por el Espíritu Santo, porque habremos verificado por nosotros mismos la segura Palabra de Dios.

En la proclamación «Dios… es mi refugio» (v. 7), se alcanza el objetivo; por lo tanto, el hombre y su poder desaparecen. Habiéndose confiado el alma a Dios y puesto bajo Su protección, la gente común, ya sea de alta o baja condición, es una mentira y, pesada en la balanza, es más ligera que la vanidad. Además, el alma que descansa en Dios puede advertir al opresor y al rico de la inseguridad de la confianza de ellos, y luego grita para que todos la escuchen que, como se ha demostrado suficientemente, el poder pertenece a Dios. Para el cristiano, la resurrección de Cristo y la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés son el doble testimonio, y no quiere otro. El Salmo concluye: «Y tuya, oh Señor, es la misericordia; Porque tú pagas a cada uno conforme a su obra» (v. 12). Aquí se observa que la bondad es del Señor; no de Jehová, sino del Señor; y esto, porque el momento considerado es aquel en el que el Señor se manifestará en su bondad hacia su pueblo pobre y oprimido, y lo liberará de las manos de quienes lo oprimen, devolviendo a sus enemigos según sus obras (vean Lucas 1:68-75).


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