Nuestras inquietudes

«Mirad por vosotros, que vuestros corazones no se entorpezcan con… las preocupaciones de la vida» (Lucas 21:34)


person Autor: Maurice KOECHLIN 22

flag Tema: La confianza en Dios y en sus promesas


!Cuán verdad es, amados hermanos, que los cuidados y las preocupaciones de la vida acaparan muchas veces nuestros pensamien­tos, invaden nuestros corazones y nos impiden ocuparnos debidamente de la bendita persona del Señor! Sin embargo, bien sabemos que estas inquietudes no producen ni cambian nada en las cosas; no nos procuran tranquilidad ni descanso alguno, y más bien son causa de tormento y turbación para nuestros corazones. «¿Quién de vosotros, por más que se preocupe, puede añadir un codo a su estatura?» (Mat. 6:27). Las inquietudes con que nos cargamos son, en realidad, una falta de fe; nos arrastran a buscar la ayuda de los recursos humanos, ponen en actividad nuestra voluntad propia, y así nos van apartando de la senda estrecha de la dependencia del Padre, único fundamento de la bendición. «¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios» (Sal. 42: 5). Esperar en Dios, contar con él… es lo único que puede darnos la paz y la tranquilidad, «Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado» (Is. 26:3). «En quietud y en confianza será vuestra fortaleza» (Isaías 30:15). «Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová» (Jer. 17:7).

¡Las inquietudes! ¿Sabemos acaso abandonarlas cuando acudimos a las reuniones? La menor, la más leve preocupación basta para turbar el culto y la adoración, e impedir que gocemos plena­mente de la santa presencia del Señor. ¿No pueden ser, acaso, las inquietudes de la vida, un estorbo en el servicio que tenemos el privile­gio de cumplir por el Señor? «¡Marta, Marta!, estás ansiosa e inquieta por muchas cosas; pero una sola cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, que no le será quitada» (Lucas 10:41). ¡Qué momentos más pre­ciosos para nosotros, cuando, teniendo los corazones libres de toda inquietud, podemos estar a los pies del Señor, pensando únicamente en él! ¡Qué gozosa tranquilidad en nuestra vida, y aún más en los días sombríos, si podemos exclamar con el salmista, al empezar el día: «Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré» (Sal. 5:3)! Esperaremos entonces confiadamente sus respuestas de amor a nuestras oraciones. Él es nuestro amparo y for­taleza, «nuestro pronto auxilio en las tribulaciones» (Sal. 46:1).

La ausencia de toda preocupación, de inquietudes, nos proporciona ciertamente la paz y el gozo. Al exhortar a los filipenses a que se gocen en el Señor, el apóstol les recomendaba que no se inquietaran por nada. ¿Cómo hubieran podido gozarse, hallándose poseídos de inquietudes y congojas? Si alguna cosa les podía inquietar, o algún peso oprimir su corazón, debían librarse de tales cargas, presentándolas a Dios en sus peticiones. «¡Alegraos en el Señor siempre! De nuevo os lo diré: ¡Alegraos! Que vuestra amabilidad sea conocida de todos los hombres. ¡El Señor está cerca! No os preocupéis por nada, sino que en todo, con oración y ruego, con acciones de gracias, dad a conocer vuestras demandas a Dios; y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros sentimientos en Cristo Jesús» (Fil. 4: 4-7).

¿No hemos, acaso, experimentado el profundo y consolador alivio de nuestras inquietudes y pruebas cuando, arrodillándonos en la pre­sencia de Dios, hemos hecho entrega de todas nuestras preocupaciones, inquietudes y necesidades en su mano? Y, después de haberlo hecho, ¿no hemos experimentado el gozo de esa paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento, y guarda los corazones y los pensamientos en Cristo Jesús, único manantial de paz y de verdadero gozo?

Si volvemos sobre nuestro pasado, y recordamos las experiencias vividas, ¡cuánto tiempo perdido advertiremos, disipado en preocupaciones e inquietudes para el día de mañana! «No estéis preocupados por el mañana, porque el mañana se preocupará de sus propias obras. Basta a cada día su propio mal» (Mat. 6:34).

Lo que nos falta es la fe, aquella fe que tuvo Abraham. ¡Qué her­moso modelo de confianza es para nosotros, cuando Dios le pide que sacrifique su hijo, objeto de su amor, en el cual se fundamentaban todas las promesas! Sin agitación ni inquietud alguna, obedece y ofrece a su hijo: «Dios se proveerá» (Gén. 22:14). La Palabra de Dios nos muestra la gran nube de testigos que dieron testimonio por la fe, para que, de­jando las inquietudes y las cargas que nos oprimen, estemos libres para correr con paciencia la carrera que nos es propuesta, puestos los ojos en Jesús. Nos exhorta el apóstol Pedro a echar sobre Dios todas nuestras ansiedades, pues Él tiene cuidado de nosotros; y al mismo tiempo nos muestra en qué disposición de espíritu debemos hacerlo: revesti­dos de humildad los unos para con los otros (1 Pe. 5:5, 7).

Quiera Dios que realicemos lo que decía David en el Salmo 62: «En Dios solamente está acallada mi alma; de él viene mi salvación. Él solamente es mi roca y mi salvación, es mi refugio, no resbalaré mucho» (Salmo 62).

Sí, en Dios solamente, Dios nuestro Padre, quien nos salvó, nos ama y sabe mejor que nosotros lo que necesitamos; él hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman, y nos declara que aun los cabellos de nuestra cabeza están todos contados. El gozo y la paz será nuestra porción, y podremos seguir caminando serena y tranquilamente, rebozando de gozo nuestros corazones en el Señor.

Traducido de «Le Messager Évangélique», año 1928, página 309


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