format_list_numbered Índice general

Inédito Nuevo

La confianza que Dios da


person Autor: An Outline of Sound Words 2

flag Tema: La confianza en Dios y en sus promesas


Revista 16 diciembre 1969

A lo largo de los siglos, los santos se han caracterizado por la confianza en Dios, una confianza producida por el conocimiento de Dios, y este conocimiento según la revelación que Dios ha querido dar de sí mismo. Normalmente, el hombre tiene una gran confianza natural en sí mismo, y los hombres la valoran al máximo, pero el creyente debe aprender a no tener «confianza en la carne» (Fil. 3:3) y comprender que en sí mismo no es nada. Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, enseñaba a sus discípulos: «Separados de mí, nada podéis hacer» (Juan 15:5), porque todos sus recursos y su fuerza estaban en Dios. Como Pablo, debemos aprender del Señor: «Mi gracia te basta; porque mi poder se perfecciona en la debilidad» (2 Cor. 12:9), y cuando lo hayamos aprendido, tal vez podamos decir con Pablo: «Todo lo puedo en aquel que me fortalece» (Fil. 4:13).

1 - Job

El patriarca Job vivió claramente en la época de los padres de Israel, probablemente la de Abraham, Isaac o Jacob, y por lo que dice, sabemos que tenía un conocimiento real de los caminos de Dios, ya que era capaz de hablar de Jehová; de hecho, cuando perdió todo lo que poseía, dijo: «Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito» (Job 1:21). Era una dulce y tranquila sumisión a la voluntad de Dios, inspirada por la fe en Dios y por el conocimiento de la perfección de la bondad de Dios.

A medida que avanzamos en el debate que Job tenía con sus amigos, nos damos cuenta de que Job era incapaz de entender la razón por la que Dios actuaba con severidad hacia él; pero sus amigos no entendían bien cómo Dios actuaba con su piadoso siervo, además atribuían a Job todo tipo de males de los que no era culpable. Todo esto hizo que Job tuviera una actitud moralizante de la que probablemente no era consciente, pero, aunque dijo muchas cosas incorrectas sobre cómo Dios había actuado con él, creía en la bondad de Dios y manifestaba su confianza en Él, diciendo: «He aquí, aunque él me matare, en él esperaré» (Job 13:15). Tenía una confianza ilimitada en Dios, aunque no entendía cómo actuaba con él.

Job no tenía miedo de la muerte, de hecho, la habría aceptado bien en sus aflicciones y pruebas, porque tenía la mayor confianza en su «Redentor», y en el hecho de que Él, «al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo» (Job 19:25-27). A pesar de la gravedad de su estado corporal y de las críticas de sus amigos, Job confiaba profundamente en que al final vería a Dios en la resurrección.

2 - David

En el Salmo 17, David ora para que Jehová libere su alma del malvado, de los hombres del mundo «cuya porción la tienen en esta vida», y cuyo vientre está lleno de sus bienes ocultos (v. 13-14). El hombre mundano de aquella época era como el hombre mundano de hoy, sus pensamientos solo se referían al presente, y aparentemente prosperaba, teniendo todo lo que el corazón natural podía desear. Del mismo modo, se oponía a los que eran piadosos, pero estos tenían su recurso en Dios, como está escrito: «Muestra tus maravillosas misericordias, tú que salvas a los que se refugian a tu diestra» (v. 7).

Al final del Salmo, el salmista habla de sus propias convicciones y de su confianza en Dios, diciendo: «Veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza» (v. 15). La confianza del hombre del mundo estaba en sus posesiones, pero la confianza del hombre de Dios estaba en Jehová. El Espíritu Santo le dio esta confianza a David y se sirvió de David como instrumento para revelar la verdad de Dios, como dijo el rey moribundo: «El Espíritu de Jehová ha hablado por mí, y su palabra ha estado en mi lengua» (2 Sam. 23:2). Al igual que el patriarca Job, la luz del salmista iba claramente más allá de su dispensación.

El hombre del mundo tenía su parte «en esta vida», pero David buscaba su parte en la que está por venir, diciendo: «Veré tu rostro en justicia». Esta es sin duda la expresión del santo que mira más allá de esta vida, en lo que hay más allá de la muerte. La expresión es muy clara, sin ambigüedades, pero es aún más clara a la luz del Nuevo Testamento. Para el malhechor moribundo, la muerte era la entrada al paraíso de Dios para estar con Cristo, porque el Señor le había dicho: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23:43). Su entrada al paraíso se basaba en la obra de Cristo en la cruz, en la obra de redención que permitía a Dios, en perfecta justicia, tener ante él a quien antes era pecador. El lenguaje del apóstol Pablo (2 Cor. 5:8 y Fil. 1:23) se hace eco de las palabras del salmista, pero con la luz más grande de las revelaciones que vienen del cielo después de que el Hijo de Dios regresó allí.

David también confiaba en la resurrección, diciendo: «Estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza» (Sal. 17:15). Que el salmista haya captado plenamente el significado de esta afirmación o no, ciertamente era una luz que iba más allá de lo que se conocía en la época de David, porque ¿quién podía decir que el santo sería a imagen del Hijo de Dios en su cuerpo glorioso resucitado de entre los muertos? El Espíritu de Dios utilizó a David para anticipar la revelación del cristianismo: «Seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es» (1 Juan 3:2).

3 - Salmo 49

Este Salmo fue escrito por «los hijos de Coré», aquellos que fueron salvados de la muerte por la soberana misericordia de Dios. Según Números 16:32, podríamos haber pensado que los hijos de Coré habían perecido en el juicio divino, pero en Números 26, donde se recuerda el juicio, hay un versículo sorprendente: «Mas los hijos de Coré no murieron» (v. 11). Este Salmo, escrito por aquellos que fueron salvados del juicio divino por la soberanía de Dios, se aplica a todos los que son salvados del juicio de Dios.

Todos los habitantes del mundo están llamados a prestar oído a lo que dice el salmista cuando habla de los hombres ricos que confían y se jactan de sus bienes, pero que no pueden redimirse a sí mismos ni redimir a su hermano del dominio de la muerte. Los ricos miran al futuro para su descendencia, pensando en vano, al dar sus nombres a sus tierras, que sus nombres perdurarán, pero el salmista considera que todo esto es vanidad, al verlos acostados en la tumba donde su belleza se consume.

Luego, su propia confianza se expresa así: «Pero Dios redimirá mi vida del poder del Seol, porque él me tomará consigo. Selah» (v. 15). Aquí vemos la diferencia fundamental entre la vana confianza del hombre del mundo, la confianza en sí mismo que se reduce a la nada frente a la muerte, en contraste con la confianza en Dios mismo que Dios da al creyente. Es Dios quien redimirá su alma del poder del Seol; es Dios quien lo tomará. Con relativamente poca luz, los hombres piadosos de generaciones pasadas se enfrentaban a la muerte confiando en Dios, y consideraban que la gloria del mundo presente era efímera y desaparecía con la muerte: «El hombre que está en honra y no entiende, semejante es a las bestias que perecen» (v. 20).

4 - La confianza del cristiano

Después de revelar lo que le fue mostrado sobre la morada celestial que espera al creyente en la venida del Señor, el apóstol Pablo escribe: «Por eso siempre estamos confiamos y sabemos que, estando presente en el cuerpo, estamos ausentes del Señor» (2 Cor. 5:6). La confianza del apóstol, y de aquellos que recibieron su ministerio como proveniente del Señor, se basaba en el conocimiento dado por Dios de la revelación que había recibido. El hombre natural no tiene ninguna certeza sobre el futuro, porque no tiene ningún conocimiento de Dios o de las revelaciones que Dios ha dado a aquellos que confían en él. La Palabra de Dios ha revelado al cristiano lo que está por delante, y él se apoya en lo que Dios ha dicho.

Luego el apóstol añade: «Pero estamos confiados y preferimos mejor ausentarnos del cuerpo y estar presentes con el Señor» (v. 8). Qué bendición es atravesar este mundo teniendo siempre confianza en lo que está delante de nosotros; esta confianza que Dios da caracteriza la vida cristiana. Estar ausente de este cuerpo significa estar presente junto al Señor, y Pablo sabía que era «mucho mejor», porque había sido arrebatado al tercer cielo, al paraíso de Dios donde está Cristo, y conocía el gozo indescriptible de esta escena celestial donde los amados en Cristo que han dejado este mundo están presentes con el Señor.

Si el cristiano tiene la seguridad divina de lo que hay más allá de la muerte y de la Casa celestial que será suya cuando el Señor venga a resucitar a los muertos y transformar a los vivos, también tiene «seguridad y acceso con confianza mediante la fe en» Jesucristo nuestro Señor (Efe. 3:12). Dios nos ha abierto su presencia desde ahora, porque «por él [Cristo] tenemos [...] acceso por un solo Espíritu al Padre» (Efe. 2:18). No venimos temblando ante la presencia de Dios, sino como hijos; conociendo al Padre y su «propósito eterno que realizó en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Efe. 3:11), nos presentamos ante él, sabiendo que se regocija de tenernos en su presencia para aprender sus pensamientos, estar en comunión con él y adorarlo. Es este conocimiento el que nos da esta santa audacia y confianza para entrar en su misma presencia.

Habiendo aprendido algo de los pensamientos de Dios, podemos comprender los sentimientos del corazón de Pablo cuando escribe: «Estando convencido de esto, que el que comenzó en vosotros una buena obra, la llevará a cabo hasta el día de Cristo Jesús» (Fil. 1:6). Sabemos que Dios completará la obra que ha comenzado en el corazón de los suyos; y estamos dejados en este mundo sabiendo esto. Cada santo es la obra de Dios, «creados en Cristo Jesús» (Efe. 2:10), y Dios obra en cada uno de ellos, utilizando todo tipo de circunstancias de la vida para este fin, y con miras al día en que Jesucristo, su Hijo amado, será revelado al universo.

Dios hará aparecer a su propio Hijo en su gloria de Hijo del hombre, pero también en la gloria del Padre (Lucas 9:26), y también hará aparecer la gran compañía de sus hijos con su Hijo amado; cada uno será semejante a él, llevando su imagen. Para que Su Hijo sea glorificado, los santos serán vistos con él, como fruto de su obra en la cruz, pero también como fruto de la obra del Padre en ellos durante su estancia en este mundo. De hecho, esperamos con confianza el día de nuestra aparición con Cristo, no por lo que somos en nosotros mismos, sino por la obra de la gracia del Padre en nosotros para su propio placer y para el honor de su Hijo.

Vemos, pues, que el cristiano tiene confianza en cuanto a estar con Cristo en el paraíso de Dios si está llamado a pasar por la muerte, y en cuanto a tener un cuerpo glorificado, una casa que no está hecha de mano, eterna, en los cielos. También confiamos en entrar ahora en la presencia del Padre como sus hijos, habiendo llegado a conocer sus pensamientos en relación con él, según su propósito eterno; y confiamos en la manifestación venidera de la gloria de Jesucristo, sabiendo que Dios obra en nosotros con este fin, y que él completará la obra que ha comenzado.