Inédito Nuevo

No cansarse


person Autor: Ernst August BREMICKER 17

flag Tema: La perseverancia


Traducido de «Le Messager Évangélique», año 2010, página 297

0 - Introducción

En el Nuevo Testamento, varios pasajes nos exhortan a no cansarnos. Uno puede cansarse –es decir, desanimarse, aflojarse, dejar de hacer las cosas de buena gana– en diversas actividades que un día se realizaron con entusiasmo.

Dios nos llama a seguir nuestro camino con la energía de la fe. Sin embargo, puede que nos suceda como a Elías bajo el enebro (1 Reyes 19:4). El futuro parece sombrío. El valor nos abandona. Las fuerzas disminuyen. Nos cansamos y nos rendimos.

Un estado así puede ser pasajero, causado por circunstancias externas. Pero también puede establecerse y volverse duradero. Más de un cristiano ha comenzado bien, pero luego la energía espiritual ha disminuido y se ha instalado un estado de cansancio. Si este es nuestro caso, ¡que Dios nos despierte y reavive nuestro valor!

Queremos considerar los pasajes del Nuevo Testamento que nos exhortan a no cansarnos, en los que aparece en el texto original la palabra griega característica.

1 - No cansarse en la oración

«Les contó una parábola, para [mostrarles] la necesidad de orar siempre y no desanimarse» (Lucas 18:1).

El Señor Jesús insistió varias veces en la importancia de la oración. Aquí lo hace por medio de una parábola, para animar a sus discípulos a orar siempre, sin cansarse. «Siempre» no significa que no debamos hacer nada más que orar. Obviamente, eso no sería posible. Significa que debemos vivir continuamente en una actitud de dependencia de Dios y que debemos acudir a nuestro Dios con todos los problemas que podamos encontrar. La parábola que el Señor expone aquí, la de la mujer que importunaba continuamente a un juez injusto, muestra claramente su intención: exhorta a perseverar en la oración y a no desanimarse si la respuesta divina no llega de inmediato.

Encontramos enseñanzas similares en otros pasajes del Nuevo Testamento. Como hombre perfectamente dependiente, el Señor Jesús pasó toda una noche orando a Dios (Lucas 6:12). Los discípulos «unánimes se dedicaban asiduamente a la oración» (Hec. 1:14; comp. 6:4). Se exhorta a los creyentes de Roma a perseverar en la oración (Rom. 12:12), y Pablo escribe a los de Colosas: «Perseverad en la oración, velando en ella con acciones de gracias» (4:2).

A través de la oración, tenemos la oportunidad de hablar con nuestro Dios en el cielo. Lo hacemos personalmente, en familia y en asamblea. Existe un gran peligro de relajarse, de cansarse, en uno u otro de estos marcos, o incluso en todos. Quizás hemos ido abandonando poco a poco la buena costumbre de comenzar y terminar nuestros días con la oración. O bien, participar en las reuniones de oración de la asamblea local se ha convertido para nosotros en una tarea penosa, y tal vez incluso ya no asistimos. También puede ser que, en cuanto a un tema determinado por el que hemos orado mucho, nos cansemos porque nada cambia.

En cualquier caso, recibamos el estímulo que nos da el Señor para no cansarnos en la oración, y empecemos de nuevo. «La ferviente súplica del justo puede mucho» (Sant. 5:16).

2 - No cansarse en el servicio

«Por lo cual, teniendo nosotros este ministerio, según la misericordia que se nos otorgó, no desfallecemos» (2 Cor. 4:1).

El apóstol Pablo había recibido del Señor un ministerio bien definido y de carácter único. Era siervo del Evangelio y siervo de la Asamblea (comp. Col. 1:23, 25). En 2 Corintios 3, se presenta como ministro del nuevo pacto (v. 6). Llama a este ministerio el del Espíritu y el de la justicia (v. 8-9). El primer versículo del capítulo 4, citado anteriormente, se refiere a esto y muestra un aspecto particular de su servicio. Habiéndolo recibido por la misericordia de Dios, Pablo no quería relajarse ni cansarse, y de hecho no lo hizo.

Ninguno de nosotros querrá compararse con Pablo. Y, sin embargo, sin duda deseamos servir a Dios por el Espíritu y estar a su disposición donde Él quiera emplearnos. Cada uno de nosotros ha recibido un don de gracia, un servicio (1 Pe. 4:10; Efe. 4:7). Y la dádiva conlleva la responsabilidad de cumplir fielmente el servicio encomendado y no cansarse.

¡Por desgracia, ocurre que un creyente abandona por completo su servicio al Señor! Tenemos un ejemplo en la persona de Juan, apodado Marcos. Había ido con Pablo y Bernabé para ayudarles en su misión (Hec. 13:5). Pero muy pronto los abandonó y regresó a Jerusalén. Sin conocer con precisión las razones de su abandono, podemos decir que este siervo se cansó.

También puede ser que un servicio nos resulte una carga y no queramos seguir realizándolo. Quizá estemos buscando algo más fácil o que nos deje más tiempo libre. Recordemos la exhortación dada a Arquipo: «Mira por el ministerio que has recibido en el Señor, para que lo cumplas» (Col. 4:17). Timoteo también fue animado a perseverar en el servicio recibido: «Cumple tu ministerio» (2 Tim. 4:5).

3 - No cansarse en circunstancias difíciles

«Por eso no nos cansamos; porque cuando nuestro hombre exterior va decayendo, el hombre interior se va renovando de día en día. Ya que nuestra ligera aflicción momentánea produce en medida sobreabundante un peso eterno de gloria» (2 Cor. 4:16-17).

Pablo se encontraba en circunstancias muy difíciles, como escribe en los versículos anteriores: tribulación, situaciones sin salida, persecución. En el versículo 10, dice: «Llevando siempre en el cuerpo por todas partes la muerte de Jesús».

El cuerpo humano se caracteriza por la debilidad. Se le llama «nuestro cuerpo de humillación» (Fil. 3:21). En el creyente, se deteriora de la misma manera que en el incrédulo. Es «un vaso de barro» (2 Cor. 4:7) que, durante la vida del cristiano, atraviesa circunstancias difíciles y variadas.

Si solo tuviéramos eso ante nuestros ojos, podríamos desanimarnos y cansarnos fácilmente. Muchos creyentes experimentan que su ser exterior se deteriora a simple vista. Aunque hoy en día conocemos poco la persecución y la tribulación, todos experimentamos que el camino del cristiano conduce a la gloria a través del sufrimiento. Más de un creyente ha consumido sus fuerzas en el servicio por el Señor. Muchos de nosotros conocemos la enfermedad y experimentamos cada día que el hombre exterior se deteriora. Pero, sea como sea, no debemos cansarnos.

Pablo pone en contraste el hombre interior y el hombre exterior. El alma del creyente se renueva día a día por la comunión con el Señor glorificado. Además, el apóstol nos asegura que la tribulación, en comparación con la gloria que nos espera, es poca cosa momentánea. Esto nos anima a no cansarnos, incluso en las dificultades.

¿Hacia dónde están orientadas nuestras miradas? Si están dirigidas a las circunstancias, nos desanimamos fácilmente; si están dirigidas al Señor en el cielo, no nos cansamos.

4 - No cansarse a causa de las aflicciones de los demás

«Por lo cual ruego que no desmayéis a causa de mis aflicciones por vosotros, que son vuestra gloria» (Efe. 3:13).

También podemos cansarnos, o perder el ánimo, debido a las circunstancias difíciles de otras personas. Pablo estaba preso en Roma. Desde esa prisión, escribe a los efesios: «Por esta causa yo, Pablo, prisionero de Cristo Jesús por vosotros, los gentiles...» (3:1). No estaba encarcelado por culpa, sino porque había llevado el Evangelio a las naciones no judías. Era posible que los efesios, que eran en su mayoría de esas naciones, se desanimaran por las difíciles circunstancias de Pablo y se relajaran en la energía de su fe. El apóstol advierte de este peligro.

Aunque nuestra situación es diferente a la que encontramos aquí, podemos sacar una lección para nosotros. Pablo era un instrumento extraordinario en la mano del Señor, y su servicio activo había sido detenido. Algo similar también puede suceder hoy. Hay hermanos y hermanas que ocupan un lugar especial en el pueblo de Dios y que tienen un carácter ejemplar. Esto puede ser a nivel local o de manera más amplia.

Cuando estas personas cesan repentinamente su servicio activo, ya sea por enfermedad, muerte u otras circunstancias, existe el peligro de que otros se cansen y se desanimen.

Pero tenemos nuestro recurso en Jesús, Señor nuestro, en quien tenemos seguridad y acceso con confianza mediante la fe en él» (Efe. 3:12). Se trata para nosotros, como en 2 Corintios 4, de no mirar a las circunstancias o a las personas, sino al Señor Jesús. Esto es lo que nos preserva de cansarnos.

5 - No cansarse de hacer el bien

«No nos cansemos de hacer el bien; porque a su tiempo cosecharemos, si no desfallecemos» (Gál. 6:9).

Los gálatas fueron reprendidos seriamente por el apóstol Pablo. Al final de la Epístola, les muestra el vínculo obligatorio entre la siembra y la cosecha, y hace una aplicación espiritual. El que siembra para la carne, de la carne segará corrupción. Pero el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna (v. 8).

La cosecha siempre sigue a la siembra, pero está más o menos retrasada en el tiempo. Puede que sembremos el bien, pero que no veamos ningún resultado. Esto podría desanimarnos y llevarnos a cansarnos. Pero Pablo nos recuerda que la cosecha viene «a su tiempo», en el tiempo fijado por Dios. No sabemos cuándo llegará ese momento. La cosecha llegará a más tardar cuando seamos manifestados ante el tribunal de Cristo. Un día, Dios recompensará todo lo que se haya hecho en bien. Esto debe animarnos.

Encontramos en otro lugar una exhortación similar.

«Pero vosotros, hermanos, no os canséis de hacer el bien» (2 Tes. 3:13).

Aquí, Pablo acaba de advertir sobre aquellos que no quieren trabajar y se meten en cosas que no les conciernen. En contraste con tales comportamientos, Pablo exhorta a los creyentes a no cansarse de hacer el bien. Por lo tanto, no basta con evitar lo que no debemos hacer. También debemos saber lo que debemos hacer. Y esto se llama aquí «el bien».

Debemos entender la exhortación a «hacer el bien» en un sentido muy general. No se trata especialmente de limosnas u obras de caridad, sino de hacer lo que estamos convencidos ante Dios de que debe hacerse.

En Santiago 4:17 se dice: «El que sabe hacer el bien y no lo hace, para él es un pecado». Es una declaración que va muy lejos y nos hace reflexionar.

Hacer el bien es, por nuestra parte, la respuesta a lo que Dios ha hecho por nosotros. Ningún hombre puede hacer el bien para ganarse un lugar en el cielo. Pero aquellos a quienes el Señor ha abierto el cielo por su obra en la cruz, ahora no deberían cansarse de hacer el bien. Cada día hay abundantes oportunidades para hacerlo. Así que no nos cansemos.