Índice general
La paciencia
Autor:
La paciencia y la perseverancia
Tema:Traducido de «Le Messager Évangélique», año 1929, página 199
1 - ¿Qué es la paciencia para el cristiano?
¿Qué es la paciencia? Es la perseverancia en el camino de la dependencia de Dios, a pesar de los esfuerzos del enemigo que busca desviarnos de él. ¿Qué puede haber más precioso a los ojos de Dios que caminar en dependencia y sumisión a su Palabra? Es fruto de un corazón puro que se olvida de sí mismo para ofrecerse a Dios, es también un caminar en el poder y el gozo del Espíritu Santo. El estado del corazón de un creyente así se distingue por un equilibrio interior que no se deja perturbar por las circunstancias. Ya sean favorables o desfavorables, ya sean alegrías o penas, siempre lo veremos seguir su camino tranquilamente, esperando constantemente la dirección de Dios. No se deja llevar por las circunstancias favorables ni se desanima por las adversas. Dios espera de todos sus hijos esta paciencia en el camino de la dependencia. Nuestro lenguaje debería parecerse al del Señor Jesús, que dijo: «Porque descendí del cielo no para hacer mi propia voluntad, sino la voluntad de aquel que me envió» (Juan 6:38). Estamos llamados a discernir en todo momento «cuál es la buena, agradable y perfecta voluntad de Dios» (Rom. 12:2).
2 - El peligro de hacer nuestra propia voluntad
Pero ¡ay!, con qué facilidad seguimos nuestro propio camino. A menudo, sobre todo en las cosas pequeñas, descuidamos buscar la voluntad de Dios. Quizás lo hacemos cuando se trata de cuestiones importantes, como el matrimonio, la fundación de un negocio o un cambio de situación, pero las cosas pequeñas las decidimos según nuestro propio pensamiento, dirigido, por desgracia, por nuestros deseos e intereses. ¿No actuamos como el mundo, con el objetivo de mejorar nuestra posición terrenal? Esto no es caminar en dependencia del Señor; fallamos en lo que se nos pide: no querer hacer otra cosa que la voluntad de Dios; no comprendemos el propósito por el que él nos deja en este mundo.
3 - Tener una conciencia delicada en las cosas pequeñas y en las grandes
La piedra de toque de la verdadera piedad es tener la misma delicadeza de conciencia en las cosas pequeñas como en las grandes. «El que es fiel en lo muy poco, también en lo mucho es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo mucho es injusto» (Lucas 16:10).
4 - Depender de Dios
¿No es esto lo que falta entre los cristianos de hoy en día? Muchos de ellos no tienen ni idea de lo que es la verdadera dependencia de Dios. Evitan en lo posible los pecados aparentes, pero carecen de la delicadeza de conciencia que vigila y juzga todos los movimientos de la carne. Incluso las personas no convertidas pueden tener una conducta exterior honorable y ser motivo de confusión para muchos creyentes; pero hay que tener conciencia de que no somos nada y reconocer que todos los recursos están en Dios para poder caminar por el sendero de la dependencia constante. Para ello necesitamos paciencia, como está escrito: «Porque tenéis necesidad de paciencia para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, recibáis la promesa» (Hebr. 10:36).
5 - Dios desea, para nuestro bien, quebrantar nuestra voluntad y producir paciencia
Por eso Dios, en su sabiduría y amor, nos conduce por un camino destinado a quebrantar nuestra propia voluntad y producir paciencia. Esto explica sin duda muchas pruebas tan amargas para la carne por las que el Señor hace pasar a los suyos, especialmente en nuestros días. Vemos dificultades entre los creyentes por todas partes: pruebas, enfermedades, sufrimientos, asuntos que van de mal en peor, a pesar de todos los esfuerzos que se hacen, mientras que a otros todo les sale bien. ¿Por qué hay tantas familias en las que hay tantos motivos de tristeza? Padres afligidos porque ven a sus hijos volverse hacia el mundo, después de haber seguido fielmente a sus padres durante años. Las exhortaciones afectuosas y serias no surten efecto; las oraciones fervientes parecen no recibir respuesta; los hijos se alejan cada vez más. Vemos maridos que sufren la oposición de sus esposas incrédulas, o mujeres afligidas por el trato que deben soportar de sus maridos. Vemos también a cabezas de familia a quienes la enfermedad les impide mantener a los suyos; otros que desearían abandonar su morada terrenal y arrastran una vida de sufrimiento para ellos y para los que les rodean.
6 - Circunstancias difíciles de atravesar, pero necesarias
¿Por qué todas estas cosas? ¿No debemos reconocer en ellas los caminos bien ordenados de Dios? ¡Cuán fácil le sería mejorar todas estas condiciones y transformarlas! No le falta ni el poder, ni el conocimiento, ni el amor; pero en su sabiduría divina ha sopesado y ordenado con exactitud todas estas circunstancias tan graves para alcanzar lo que era necesario a sus ojos. El que cuenta todos los cabellos de nuestra cabeza y no olvida ningún ave, sigue cada paso de sus hijos. Conoce sus aflicciones, sus dolores, ni uno solo de sus suspiros se le escapa. Todo es exactamente conforme a su voluntad, no para afligir a los suyos, sino para producir en ellos la paciencia para que «tenga su obra completa» (Sant. 1:4). Nuestros débiles corazones a menudo no comprenden que Dios no nos abandona, sino que, en su inestimable gracia, actúa según sus propios pensamientos y no según los nuestros. Cuánto nos cuesta decir como el apóstol: «Nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia» (Rom. 5:3).
7 - Las quejas de los creyentes
Las continuas quejas de muchos creyentes demuestran con toda claridad que el objetivo que Dios tiene para ellos aún no se ha alcanzado, que la voluntad propia aún no se ha quebrantado y que la paciencia aún no se ha producido, porque si así fuera, se soportaría el dolor ante Dios sin murmurar. Al derramar sobre él lo que pesa en el corazón, nos sentimos aliviados por su cercanía y disfrutamos de su misericordia y consuelo. Este es el primer fruto de la paciencia. El corazón se encuentra entonces en la presencia de Dios y experimenta la paz y el descanso del santuario; disfruta del consuelo de un Padre que nos ama con un amor inexpresable, que simpatiza con nosotros y seca nuestras lágrimas. Nunca debemos abandonar nuestro lugar en el santuario, ni siquiera en las pruebas más duras.
8 - El ejemplo de Asaf en el Salmo 73
Asaf no se liberó de su mal humor hasta que entró en «el santuario de Dios» (Sal. 73:17). Allí pudo considerar todo a la luz divina, tal y como era en realidad, y su lenguaje, a partir de ese momento, cambió por completo. En lugar de murmurar sobre la prosperidad del malvado, juzga su propia estupidez y encuentra todo su placer en Dios. «Fuera de ti nada deseo en la tierra» (v. 25).
9 - El ejemplo de David
David también conocía este santuario y en él encontraba su fuerza en los momentos más difíciles, cuando su pueblo quería apedrearlo. «Y David se angustió mucho, porque el pueblo hablaba de apedrearlo… mas David se fortaleció en Jehová su Dios» (1 Sam. 30:6). Presionado por fuera y lleno de temor por dentro, se refugió en Aquel «que consuela a los que lloran» (vean Job 29:25) y encontró en Él consuelo, fuerza y dirección (comp. con 2 Cor. 7:5-6). Así también, el remanente fiel de Israel, en los terribles sufrimientos de los últimos tiempos, conocerá el santuario como su único refugio. Cuán reconfortantes son las palabras que se ponen en su boca en el Salmo 42: «Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche, mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios?… ¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios… Salvación mía y Dios mío» (v. 3, 5, 11). En todo este sufrimiento no hay aquí ninguna queja, ninguna búsqueda de ayuda por parte de los hombres, sino una continua espera en Dios.
10 - El ejemplo de Aarón
¡Qué terrible golpe para Aarón la muerte repentina de sus 2 hijos bajo un terrible juicio! Y a pesar de todo, no debía abandonar el santuario, ni descubrir su cabeza, ni rasgar sus vestiduras, porque se le había dicho a él y a sus hijos: «El aceite de la unción de Jehová está sobre vosotros» (Lev. 10:7). De qué manera tan preciosa expresa el Espíritu Santo la resignación de Aarón con las significativas palabras «y Aarón calló» (v. 3). Nada podía ser más adecuado a su posición en aquellas circunstancias.
11 - El ejemplo del apóstol Pablo con su espina
Con qué resignación acepta también el apóstol Pablo «la espina en la carne», el azote del ángel de Satanás; puede decir: «Por lo cual me complazco en las debilidades, insultos, necesidades, persecuciones y aflicciones por Cristo» (2 Cor. 12:7-10).
12 - El ejemplo perfecto de Jesucristo
Y por encima de todo tenemos ante nuestros ojos el modelo perfecto, nuestro Salvador, «varón de dolores, experimentado en quebranto». El Espíritu Santo nos dice por boca del profeta cuál fue su actitud en todos sus sufrimientos: «Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca» (Is. 53:3, 7). Pedro también nos exhorta a soportar las aflicciones, dándonos el ejemplo de Cristo, «quien, siendo insultado, no respondía con insultos; cuando sufría, no amenazaba, sino que encomendaba su causa a aquel que juzga justamente» (1 Pe. 2:20-23).
13 - No olvidemos nuestra vocación celestial y la esperanza que la acompaña
Muchos creyentes carecen de fuerza para la paciencia porque olvidan su vocación celestial y la esperanza viva que la acompaña. El amor de Dios nos ha unido a Cristo de una manera tan estrecha que nos asocia a sus sufrimientos y a su gloria. La Palabra se dirige a nosotros como a «hermanos santos, participantes del llamamiento celestial» (Hebr. 3:1), de modo que el camino que debemos seguir está trazado con precisión: es el de Cristo. Es un camino de paciencia hasta la gloria (Sal. 40:1). Él mismo espera con paciencia el momento en que podrá buscar a su Esposa. Así es como encontramos en la paciencia de Cristo el carácter y la dirección de nuestra paciencia. Él quiere, en su misericordiosa condescendencia, que seamos pacientes con él, como dice a sus discípulos: «Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas» (Lucas 22:28).
Puede que nuestra paciencia esté producida por pruebas graves, pero tan pronto como se producen, seguimos realmente las huellas de Cristo y somos sus compañeros. Entonces disfrutamos de su comunión y de sus consuelos en medio de las pruebas, y nuestras miradas se dirigen por él hacia el momento feliz de su próxima venida, que él mismo espera. Esta comunión con los sufrimientos y la gloria de Cristo da a nuestra paciencia su verdadero carácter y su verdadera fuerza; le da el sello divino de la fidelidad y de la separación del mundo. Desde el momento en que comenzamos a considerar como un privilegio la paciencia con Cristo, vemos los sufrimientos y las pruebas bajo una luz completamente diferente y nos gloriamos en ellos. Liberados de las cosas de este mundo, nuestros corazones tienen como objetivo a Cristo, su glorificación y su espera.
14 - El ejemplo de Filadelfia y de los creyentes de Tesalónica
Tal era la situación de los creyentes de Filadelfia. El Señor les dijo: «Porque has guardado y perseverado en mi palabra, yo también te guardaré de la hora de la prueba… Vengo pronto; retén firme lo que tienes, para que nadie tome tu corona» (Apoc. 3:10-11); y a los tesalonicenses, el apóstol puede escribir: «Recordando sin cesar vuestra obra de fe, vuestro trabajo de amor y la paciencia de vuestra esperanza» (1 Tes. 1:3). Retirada del mundo, la joven comunidad creyente de Tesalónica daba con toda su conducta un testimonio positivo y soportaba las persecuciones con fortaleza y con el gozo del Espíritu Santo, en la espera constante de la venida del Señor Jesús desde el cielo. Esto era lo que alegraba el corazón del Señor. ¿Acaso tendría menos valor para él hoy, después de que la Iglesia profesada haya perdido desde hace siglos su carácter celestial y haya abandonado la espera del Señor?
15 - La paciencia del apóstol Pablo y del apóstol Juan
La paciencia también caracterizó la conducta y la marcha del apóstol Pablo: «Pero tú has seguido de cerca mi enseñanza, conducta, propósito, fe, longanimidad, amor, paciencia, persecuciones, padecimientos» (2 Tim. 3:10; vean también 2 Cor. 6:4; 12:12). Lo mismo ocurre con el apóstol Juan: «Yo Juan, vuestro hermano y copartícipe en la tribulación y reino y paciencia en Jesús» (Apoc. 1:9).
16 - La paciencia para las cosas grandes y pequeñas
En relación con lo anterior, llamo la atención sobre un peligro al que estamos expuestos. Podemos estar dispuestos a soportar grandes cosas con la tendencia a despreciar «el día de las pequeñeces se alegrarán» (Zac. 4:10). Tal creyente, en su celo por el Señor, puede tener la idea de seguir los pasos de un mártir, mientras que en pruebas relativamente insignificantes le falta la paciencia. Un enfermo que soporta sus sufrimientos con paciencia y fidelidad, a pesar de las dificultades, y que manifiesta su amor por Cristo, puede contar con la plena aprobación del Señor.
17 - La paciencia con la perseverancia
Una paciencia constante en las cosas pequeñas es, como ya hemos dicho, señal de verdadera fidelidad y podemos llamarla paciencia con Cristo y perseverancia en sus tentaciones, porque él pasó por todas nuestras tentaciones; fue «tentado en todo conforme nuestra semejanza, excepto en el pecado» (Hebr. 4:15). No es que él mismo estuviera enfermo, sino que en su perfecta simpatía tomó sobre sí nuestra languidez y llevó nuestras enfermedades (Mat. 8: 17). Experimentó lo que es la vida del hombre en todas sus múltiples condiciones. Sin embargo, lo poco que nos dice la Escritura sobre la mayor parte de la vida del Señor nos revela que se encontró en las condiciones más modestas y sencillas. «Porque conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico se hizo pobre por vosotros, para que por medio de su pobreza vosotros llegaseis a ser ricos» (2 Cor. 8:9). Se le llamaba carpintero (Marcos 6:3). Esa parte de su vida fue un día de pequeñas cosas en comparación con lo que le esperaba en el futuro, pero, desde el principio hasta el final, cumplió la voluntad de Dios y glorificó a su Padre.
18 - La fidelidad es necesaria cual sea el servicio o cargo
Que nuestra vida sea corta o larga, lo que le da importancia no es saber por qué circunstancias hemos pasado, sino cómo las hemos atravesado. No importa si hemos sido amo o siervo, príncipe o súbdito, apóstol o simple obrero; lo que importa es cómo hemos cumplido con nuestro cargo. Sin duda, una posición elevada conlleva una mayor responsabilidad; pero un simple siervo que sirve a su amo con paciente fidelidad será recompensado más que un creyente que, en su alta posición, haya sido menos fiel: «A Cristo el Señor servís» (Col. 3:24). Es una locura que un cristiano aspire a un cambio de situación cuando el Señor le pide que le sirva en la que le ha colocado.
19 - Correr con paciencia la carrera que tenemos por delante
La condición en la que se encontraba Pablo en su prisión en Roma era ciertamente penosa, pero él estaba feliz y satisfecho porque servía para el avance del Evangelio y para dar a conocer el nombre de Cristo. Solo tenía un deseo: que Cristo fuera glorificado en su cuerpo, ya fuera por su vida o por su muerte (Fil. 1:12-20). En lugar de buscar su propio camino, estaba dispuesto a seguir el que el Señor le había trazado, es decir, correr «con paciencia la carrera que tenemos por delante» (Hebr. 12:1). El creyente que depende de Dios nunca elige, sino que recibe todo de la mano de Dios. Sabe «que todas las cosas cooperan juntas para el bien de los que aman a Dios» (Rom. 8:28), por lo que sigue con confianza infantil el camino por el que Dios le conduce.