Inédito Nuevo

Cristo, portador de nuestros pecados

1 Pedro 2:24


person Autor: Ernst August BREMICKER 19

flag Temas: Sus sufrimientos: El Hombre de dolores La certidumbre de la salvación


Truth and Testimony 2025-1 p.2

1 - Lo que padeció el Señor Jesús (1 Pedro 2:24)

Siempre nos conmueve profundamente detenernos en lo que nuestro Señor y Salvador padeció y sufrió en la cruz del Calvario. No podemos medir la profundidad de lo que él vivió allí, pero adoramos a Aquel que perseveró hasta que, habiendo cumplido la obra que su Padre le había encomendado (Juan 17:4), pudo gritar: «Consumado está» (Juan 19:30).

Nuestro aprecio y admiración por la obra del Señor en la cruz aumentan aún más cuando pensamos en la razón por la que estaba allí. Fueron nuestras necesidades las que lo llevaron allí, y fue por nosotros por quienes se entregó. Entre las muchas glorias de la cruz (Juan 13:31), nunca olvidaremos que fueron nuestros pecados los que él llevó allí durante las 3 horas de tinieblas, y por los cuales sufrió el juicio de un Dios santo y justo. Él estuvo allí por nosotros, y el castigo que nos hubiera correspondido fue puesto sobre él en ese momento.

El apóstol Pedro habla de este aspecto de la obra de nuestro Salvador en estos términos: «Él mismo llevó en su cuerpo nuestros pecados sobre el madero, para que nosotros, muriendo a los pecados, vivamos a la justicia» (1 Pe. 2:24). Son solo unas pocas palabras, pero cuán ricas en sustancia para meditar y en contenido para dar gracias y adorar.

2 - La expiación hecha por Él mismo

En primer lugar, se nos dice que el Señor Jesús emprendió esta obra de expiación (o propiciación) por sí mismo. Nadie más que él podría haberla hecho. Ni un ángel ni un simple ser humano, por muy virtuoso que fuera, podría haber llevado los pecados de otros. Además, ni siquiera la palabra poderosa del Creador podía quitar nuestros pecados. Una vez más, solo el Señor Jesús podía hacerlo. Por eso vino a la tierra para morir por nosotros. Nos maravillamos al leer las palabras de Pablo: «El Hijo de Dios, el cual me amó y sí mismo se entregó por mí» (Gál. 2:20).

3 - Él llevó los pecados

En segundo lugar, Pedro nos recuerda que fueron nuestros pecados los que el Señor Jesús llevó sobre sí. El Señor Jesús no murió solo como mártir. No, él dio su vida por nuestros pecados. Cada mala acción, cada mal pensamiento, cada mentira, cada palabra malvada... todo eso fue depositado sobre él. ¡Qué montaña de pecados! ¡Cuántos miles de millones de pecados llevó! Y qué profundo sufrimiento le causaron esos pecados, nuestros pecados. Para el Señor Jesús, el pecado era algo completamente ajeno a su naturaleza. Era algo que no podía sino odiar. Él no cometió pecado, no había pecado en él, y no conoció el pecado. Sin embargo, se hizo portador del pecado por nosotros. Cuán terrible debió ser para él, primero tomar estos pecados por misericordia hacia nosotros, y luego sufrir por ellos el torrente del juicio divino que se abatió sobre él durante esas 3 horas de tinieblas. Que reciba nuestra alabanza y nuestro eterno agradecimiento.

4 - Llevó los pecados en su cuerpo

En tercer lugar, el Espíritu Santo nos informa que el Señor llevó los pecados de los creyentes en su cuerpo. Dios no puede morir. Por lo tanto, el Señor Jesús solo podía cumplir la obra de la cruz haciéndose hombre, para poder entregar su alma a la muerte (Is. 53:12). Pero siguió siendo Dios. Esto nos lleva al hecho incomprensible de que Dios se hizo hombre. «Grande es el misterio de la piedad: El que fue [Dios] manifestado en carne» (1 Tim. 3:16). Fue como hombre que el Señor Jesús sufrió por nuestros pecados. Fue como hombre que se convirtió en el único mediador entre Dios y los hombres (1 Tim. 2:5). Pero, una vez más, aunque el pecado era y es una abominación para él, hizo suya nuestra culpa en el juicio, porque no había otra manera de que fuéramos salvos. ¡Aleluya, qué Salvador!

5 - Llevó los pecados en la cruz

En cuarto lugar, se nos dice expresamente que el Señor Jesús llevó nuestros pecados en la cruz. El hecho de que el Señor Jesús fuera clavado en una cruz demuestra el estado de corrupción total del corazón humano y de la raza humana (vean Juan 12:31; Gál. 6:14). Hemos considerado al Señor Jesús entregado a la muerte, pero fue la muerte vergonzosa de la cruz. No podía haber mayor prueba de la enemistad del hombre hacia Dios y de la maldad de nuestros corazones naturales. Sin embargo, al mismo tiempo, era parte del consejo de Dios que el Señor muriera en una cruz. La cruz es el símbolo de la maldición del pecado. Por eso Pablo escribe: «Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, hecho maldición por nosotros –porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero» (Gál. 3:13). Cuánto le agradecemos por haber llevado la maldición que, de otro modo, habría recaído justamente sobre nosotros.

6 - Los pecados fueron llevados

Por último, nuestro versículo afirma que el Señor Jesús llevó nuestros pecados. Además de la expiación, ¿no nos hace esto pensar en todo el peso de la carga que el Señor tuvo que llevar? Lo vemos en Getsemaní, con la cara contra el suelo, en medio del conflicto. A medida que se acercaba la hora en que tendría que llevar nuestros pecados y esto pesaba sobre su alma, oró a su Padre para que, si era posible, la copa se alejara de él (Mat. 26:36-39). Cuánto más pesada debió de ser para todo su ser la carga durante las 3 horas de tinieblas en la cruz, abandonado por su Dios y sufriendo como portador de nuestros pecados.

7 - Para que vivamos para la justicia

Con su muerte, el Señor Jesús estableció una redención eterna (Hebr. 9:12). Hemos sido lavados de nuestros pecados por su sangre, y somos hechos perfectos para siempre por su sacrificio (Apoc. 1:5; Hebr. 10:14). Sin embargo, Pedro continúa relacionando el hecho de que Cristo llevó nuestros pecados con una consecuencia muy práctica para nuestra vida cotidiana (tal como lo hace Pablo en 1 Cor. 6:20). Él aclara: «Para que nosotros, muriendo a los pecados, vivamos a la justicia» (2 Pe. 2:24).

A primera vista, esta declaración podría parecer seguir la enseñanza de Pablo en la Epístola a los Romanos, donde escribe que hemos muerto al pecado (6:2) y que se manifiesta la justicia de Dios (3:21 y ss.). Sin embargo, el pensamiento de Pedro es diferente. Romanos trata de nuestra posición, es decir, desde el punto de vista de Dios. Tal como Dios nos ve en el Señor Jesús, somos –según nuestra posición– muertos al pecado y justificados por Dios (estos son 2 grandes hechos de nuestra salvación). Dios nos ve de esta manera, aunque todavía pecamos en nuestra vida, aunque podemos y debemos comprender la perspectiva de Dios por la fe, y regocijarnos en ella. Pero al mismo tiempo, nuestra vida en la tierra debe reflejar lo que ya somos ante Dios según nuestra posición. En términos prácticos, debemos haber acabado con el pecado, estar muertos al pecado (es decir, no pecar más) y llevar una vida de justicia práctica. Este es el argumento de Pedro en nuestro versículo. Debemos seguir al Señor Jesús y ser más como él. Él es nuestro modelo, y se nos exhorta a seguir sus pasos, los pasos de aquel que no cometió pecado (1 Pe. 2:22).

8 - Muertos al pecado y vivos para la justicia en la vida cotidiana

Considerarnos muertos al pecado y vivos para la justicia es algo que se aplica a nuestra vida cotidiana. Es una responsabilidad diaria. Puede parecer una responsabilidad enorme, porque todos sabemos cuán tentados estamos, una y otra vez, de pecar y comportarnos de manera contraria a la voluntad de Dios. Pero aquí tenemos una ayuda real: mirar al Salvador sufriente. Cuanto más nos fijemos en el Señor Jesús y en sus sufrimientos por nuestros pecados en la cruz, más sensibles seremos al pecado. Cuando nos sentimos tentados a pecar, debemos pensar en la cruz. Cada pecado que cometemos, incluso como creyentes, fue soportado por Aquel que fue colgado en ella.

Una profunda conciencia de este hecho extraordinario nos hará más cuidadosos con respecto al pecado.

Pero además de este aspecto negativo (ser sensibles al pecado), mirar a la cruz nos ayuda a vivir en la justicia práctica, es decir, a practicar la justicia y a vivir de acuerdo con lo que hay en Dios. Esto es lo que Dios busca en nuestras vidas. Nos presentamos ante él como justificados, pero él quiere que vivamos esa justicia cada día, tal como lo hizo nuestro Salvador sufriente en su vida.