Evangelio y evangelización


person Autor: Ernst August BREMICKER 15

flag Tema: Su propagación


1 - Una gran misión

1.1 - Evangelización: forma y contenido – Marcos 16:15

ME. 2006 p. 289-294

«Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura» (Marcos 16:15).

Esta misión tiene casi 2.000 años de existencia, pero no ha perdido nada de su actualidad. Con estas palabras, el Señor resucitado pone en el corazón de sus discípulos llevar el mensaje del Evangelio a todo el mundo. ¿Podría haber una misión más importante?

Los discípulos habían vivido 3 años con el Señor Jesús. Habían oído cómo él, el profeta perfecto de Dios, hablaba a las multitudes. Habían visto cómo curaba y salvaba a la gente. Habían presenciado su crucifixión, y luego lo habían visto en medio de ellos, resucitado de entre los muertos. Su Señor era el vencedor de la muerte. Al principio, no habían querido creer en su resurrección, y el Señor había tenido incluso que reprocharles su incredulidad y su dureza de corazón (16:14). Sin embargo, ahora recibieron esta gran misión: ir por todo el mundo a proclamar el mensaje de la cruz.

Ninguno de nosotros ha visto al Señor Jesús con sus propios ojos. Sin embargo, todos los que lo han aceptado por la fe han tenido un encuentro personal con él. Lo conocemos como el que murió, fue sepultado y resucitó victorioso. Todo esto lo hemos captado por la fe y con el corazón. Y con los ojos de nuestro corazón, podemos verlo ahora en el cielo, a la derecha de Dios.

Quien tiene el corazón lleno de la persona de su Salvador, también habla de él. Si, por una parte, nuestro privilegio es abrir la boca ante él para decirle lo agradecidos que estamos por lo que ha hecho por nosotros, por otra, no olvidemos que nos ha encomendado la misión de ir por el mundo para llevar a los hombres la buena nueva. Este es el tema que ahora nos ocupa.

1.1.1 - ¿Quién nos da esta misión?

Es el mismo Señor Jesús. Él es quien, en esta tierra, habló a los hombres en nombre de Dios. Él es quien, como prueba de su amor por cada uno de nosotros, dio su vida en la cruz, entró en la muerte, fue sepultado, resucitó victorioso y fue elevado al cielo. ¿Acaso no tiene derecho a dar tal misión? ¿Y no deberían cumplirla aquellos a quienes redimió? ¿Podemos rechazarlo?

1.1.2 - ¿A quién está dada?

Cuando pronunció estas palabras, el Señor se dirigía ante todo a los 11 discípulos. ¿Qué clase de hombres eran? Todos habían abandonado a su Señor ante el peligro. Pedro incluso lo había negado. A la hora de poner al Señor en el sepulcro, ninguno de ellos había tenido el valor de pedir su cuerpo. Y cuando se les anunció su resurrección, no creyeron (v. 11-13). El Señor debió reprocharles su incredulidad. ¿Era posible encomendar una misión tan importante a mensajeros tan imperfectos? El Señor lo hizo a pesar de todo. Nosotros no somos mejores que los discípulos, desde luego que no. Y, sin embargo, Jesús también quiere servirse hoy de personas débiles e indignas como nosotros. Nosotros mismos no tenemos ninguna cualificación para el servicio y el testimonio. Pero el Señor quiere capacitarnos para ello.

1.1.3 - Id

El Señor Jesús dice expresamente: «Id». Esto significa que debemos levantarnos e ir. No debemos esperar a que la gente venga a nosotros, ni contentarnos con hacerlos venir. Nos corresponde a nosotros tomar la iniciativa de ir. Hay un campo de actividad cristiana fuera, sobre el terreno. Este servicio comienza allí donde el Señor nos coloca. Ir significa ser activo. A este respecto, debemos tener cuidado de no confundir actividad con activismo. Cuando la actividad se convierte en un objetivo en sí misma, solo estamos corriendo en vacío o dando palos de ciego. Si queremos ser activos, debe ser por amor y obediencia a nuestro Señor, que lo ha hecho todo por nosotros, y no para satisfacer el deseo carnal de ser algo.

1.1.4 - Por todo el mundo

El Señor dijo: «Id por todo el mundo». Para los discípulos, se trataba de una dimensión completamente nueva. Estaban acostumbrados a pensar dentro de los límites de Israel, y el propio servicio de Jesús no había ido, hasta entonces, más allá de esos límites. Pero la gran misión que ahora les encomendaba rompía esos límites. Pero recordemos que «todo el mundo» empieza en casa. Es en primer lugar donde vivimos donde debemos dar testimonio del Señor Jesús. Ahí comienza nuestro “campo misionero”. El Señor solo puede servirse de los que son fieles en las cosas pequeñas, y guiará a cada uno como mejor le parezca, según su sabiduría.

1.1.5 - Predicar

El “medio” por el que se difunde el Evangelio es la predicación. El Señor dice: «Id… y predicad». Pablo nos dice más adelante que «la fe viene del oír; y el oír, por la palabra de Dios» (Rom. 10:17). De ahí la exhortación a Timoteo: «Predica su palabra» (2 Tim. 4:2). No tenemos que llevar a la gente un Evangelio adaptado a la época en que vivimos, sino la Palabra de Dios. Y para ello no es necesario en absoluto ser un predicador profesional. A veces tenemos la oportunidad de llevar el Evangelio a alguien en una conversación personal. Esta es siempre una muy buena manera. También existen esos “predicadores silenciosos” en forma de tratado o folleto evangélico. Por último, no olvidemos que toda nuestra actitud, todo lo que hacemos, debe ser predicación visible (comp. Fil. 2:15).

1.1.6 - El Evangelio

La «buena nueva» es el «Evangelio de salvación», porque trae la liberación a los perdidos. Es el «Evangelio de la gracia de Dios», porque revela que Dios es misericordioso con el pecador. A través de él, el hombre aprende que, si el Dios justo y santo puede ofrecerle salvación y vida, es porque dio a su propio Hijo como propiciación por sus pecados. El nombre «Evangelio de Dios» nos muestra que Dios es la fuente; y es el «Evangelio de Jesucristo» porque él es el centro del mismo. Y puesto que el Señor Jesús está glorificado en el cielo, el Evangelio no solo incluye el mensaje a los perdidos, sino que también proclama todas las riquezas que Dios ha dado a los que creen en Cristo (comp. Rom. 1:15). ¡Qué rica es esta «buena nueva» de Dios que se nos anuncia! Y es precisamente este mensaje el que tenemos que transmitir.

1.1.7 - A toda la creación

El mensaje de Dios se dirige a todo el mundo, a todos los seres humanos. No hay persona en la tierra a la que no se dirija este mensaje. Todos pueden y deben venir. Todos están invitados. «La gracia de Dios que trae salvación ha sido manifestada a todos los hombres» (Tito 2:11). No importa su raza, nacionalidad o posición social, la buena nueva de Dios es para todos. Él quiere salvarlos a todos. La única condición es que reconozcan que están perdidos. El Señor Jesús dijo: «No vine a llamar a justos, sino a pecadores» (Marcos 2:17).

¿Nos tomamos en serio, cada uno por su lado, la misión confiada por el Señor a sus discípulos? No se trata de lo que hace mi hermano o mi hermana, sino de lo que yo mismo tengo que hacer. Después de confiar esta misión a sus discípulos, el Señor «fue recibido arriba en el cielo, y se sentó a la derecha de Dios» (v. 19). El Evangelio según Marcos termina mostrándonos a los discípulos obedeciendo el mandato que habían recibido: «Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, con la colaboración del Señor, confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban» (v. 20).

Para terminar, recordemos las palabras de los 4 leprosos de Israel que, habiendo entrado en el campamento de los sirios y visto la gran liberación que Dios había obrado en favor de todo el pueblo, al principio se lo habían callado: «Se dijeron el uno al otro: No estamos haciendo bien. Hoy es día de buena nueva, y nosotros callamos; y si esperamos hasta el amanecer, nos alcanzará nuestra maldad» (2 Reyes 7:9). Pocos días después de la ascensión del Señor, 2 de los discípulos dijeron: «No podemos dejar de hablar de las cosas que hemos visto y oído» (Hec. 4:20). Que estas palabras nos animen a cumplir fielmente la antigua misión que el Señor nos encomendó.

1.2 - Enviados por el Señor

M.E. 2006 p. 275-280

El mensaje de la cruz se predica en este mundo desde hace casi 2.000 años, y por ello podemos dar gracias al Señor de todo corazón. Dios es un «Dios nuestro salvador» y «quiere que todos los hombres sean salvos» (1 Tim. 2:4). Para ello, tiene mensajeros en todo el mundo que proclaman el Evangelio de la salvación.

El mismo Señor resucitado confió esta misión a sus discípulos. Fue una orden clara y urgente.

Esta orden no era solo para los discípulos de entonces; sigue siendo actual. No es solo para los misioneros y evangelizadores; es para cada uno de nosotros. Todos estamos obligados a proclamar la palabra de la cruz; debemos brillar como luces en el mundo, «manteniendo en alto la palabra de vida» (Fil. 2:16).

No todos tienen el don de evangelista. No todo el mundo está llamado a ser misionero. Sin embargo, allí donde Dios nos coloque, debemos ser testigos del Señor, con nuestro comportamiento y con nuestras palabras.

La misión que el Señor ha confiado a su pueblo es de suma importancia. En los relatos del Nuevo Testamento, vemos cómo la confía a sus discípulos en 3 ocasiones:

  1. La tarde de su resurrección,
  2. en el monte de Galilea,
  3. justo antes de su ascensión.

Los 4 Evangelios mencionan este hecho, al igual que el libro de los Hechos. Estos 5 pasajes muestran la importancia que el Señor da a esta orden y la responsabilidad que le atribuye. Cada uno de ellos, considerado en sus propios detalles, tiene una lección particular para nosotros. Comparándolos, descubrimos los puntos en los que el Señor hace especial hincapié.

1.2.1 - Mateo 28:18-19

«Acercándose entonces Jesús, les habló, diciendo: Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y sobre la tierra. Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones».

Este Evangelio hace especial hincapié en la misión encomendada por el Señor. Hay que hacer «discípulos» de todas las naciones. Esto significa aceptar la autoridad del Señor y seguirlo. La mención de las «naciones» corresponde al carácter particular del Evangelio según Mateo. Así pues, tenemos la tarea de guiar a las personas para que sean discípulos del Señor Jesús. Ser discípulo significa dejarse enseñar por el Maestro y seguirlo.

No se trata de anunciar a la gente el mensaje de salvación y luego abandonarla a su suerte. El testimonio de los cristianos debe llevar a quienes aceptan el Evangelio a convertirse en verdaderos discípulos del Señor Jesús, a aprender de su Maestro y a seguirlo. Solo así puede multiplicarse el número de testigos. A menudo se ha descuidado este aspecto de las cosas. Por ejemplo, cuando se han enviado misioneros, a veces se ha olvidado que Jesús no es solo el Salvador, sino también el Señor al que hay que seguir y del que hay que aprender.

1.2.2 - Marcos 16:15

Y les dijo: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura».

El relato de Marcos subraya la amplitud del anuncio del Evangelio. La misión no se limita al pueblo judío. El Señor habla de «todo el mundo» y de «toda criatura». Para los discípulos, esto era nuevo. Hasta entonces, Dios se había revelado a su pueblo Israel, pero no a las demás naciones. El Antiguo Testamento ya había anunciado que Cristo llevaría la salvación hasta los confines de la tierra (comp. Is. 45:22; 49:6). Sin embargo, el hecho de que tanto, judíos como gentiles se beneficiarían de la misma salvación, era completamente nuevo.

Los discípulos debían ir y predicar el Evangelio a todos. «Porque la gracia de Dios que trae salvación ha sido manifestada a todos los hombres» (Tito 2:11). Nadie queda excluido. Dios ofrece su salvación a todos, sin excepción. No todos la reciben, pero eso es otra cuestión. Hablando de la justicia de Dios, Pablo escribe que es «mediante la fe en Jesucristo, para todos los que creen» (Rom. 3:22). «Para todos» significa que se ofrece a todos los hombres. «Los que creen» indica que su efecto es solo para los que aceptan la salvación de Dios mediante la fe en Jesucristo.

1.2.3 - Lucas 24:46-48

«Y les dijo: Está escrito, y así era necesario, que el Cristo padeciese y resucitase de entre los muertos al tercer día; y que en su nombre se predicase el arrepentimiento para perdón de pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas».

El relato de Lucas hace mención especial del mensaje que había que transmitir. Los discípulos habían sido testigos de lo sucedido en Jerusalén. Habían sido testigos de los sufrimientos de su Señor y Maestro y de cómo había dado su vida en la cruz. Tuvieron el gran gozo de verlo resucitado. Eso era lo que debían transmitir. Pero más que eso: debían predicar «el arrepentimiento para perdón de pecados» en el nombre del Señor Jesús.

Nótese que no se les dijo expresamente que proclamaran el amor de Dios o que invitaran a la gente a traer a Jesús a sus vidas –cosas que a veces oímos y que pueden tener su lugar en la proclamación del Evangelio. El punto central del mensaje era, y sigue siendo para siempre, «el arrepentimiento para perdón de pecados». El hombre es un pecador. Necesita el perdón. Para ello, es esencial el arrepentimiento: un profundo dolor por todo el mal que hemos hecho. Es necesaria una verdadera conversión. Si no dejamos esto claro a la gente, estamos incumpliendo el mandato del Señor. Este mensaje no siempre es agradable de oír, pero es necesario.

1.2.4 - Juan 20:21

Jesús les dijo: «Paz a vosotros. Así como el Padre me envió a mí, yo también os envío».

El Evangelio según Juan subraya otro pensamiento: el hecho de que somos enviados. El mismo Señor Jesús fue enviado por el Padre. Y del mismo modo que fue enviado, ahora envía a sus discípulos. Habiendo salido de él, ahora tenían que ir por el mundo a anunciar el Evangelio a la gente.

Cuando se presenta en medio de los suyos, el Señor expresa primero las palabras tranquilizadoras: «¡Paz a vosotros!» Es porque poseemos la paz con Dios y gozamos de esta paz por lo que podemos ir como enviados del Señor. Esto significa que no vamos por iniciativa propia, sino bajo la autoridad de Aquel que nos ha comisionado. Significa también que no llevamos nuestro propio mensaje, sino el mensaje de Aquel que nos lo ha confiado. No pertenecemos a este mundo, pero tenemos una misión importante que cumplir en relación con él, y tenemos que hacerlo mientras Aquel que nos ha enviado lo considere oportuno.

1.2.5 - Hechos 1:8

«Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo; y seréis mis testigos, no solo en Jerusalén, sino también en toda Judea, Samaría y hasta los últimos confines de la tierra».

Aquí Lucas, el autor inspirado, pone de relieve el poder del que debían revestirse los testigos. Los discípulos tenían gran necesidad de él para cumplir su misión. En cuanto a ellos, no tenían fuerzas para afrontarla, pero el poder necesario les sería dado desde lo alto. El Señor les explicó cómo les vendría. El Espíritu Santo, que pronto habitaría en ellos, sería la fuente de ese poder, para que su testimonio fuera vivo y eficaz.

Las cosas no han cambiado hasta el día de hoy. No es en nosotros mismos donde encontramos el poder que necesitamos para dar testimonio. Pero el mismo Espíritu que los discípulos recibieron el día de Pentecostés habita también en nosotros, dispuesto a darnos la fuerza que necesitamos. Hoy deploramos, con razón, nuestra gran debilidad y nuestra falta de valor. Pero esto no se debe a que el Espíritu Santo haya cambiado. Hoy es tan poderoso como entonces. Busquemos en nuestro ser interior las causas de esta debilidad. Si no permitimos que el Espíritu Santo despliegue su poder en nuestras vidas, si obstáculos como pecados no juzgados o una vida mundana impiden su acción, entonces nuestro testimonio seguirá siendo débil. Juzguémonos a nosotros mismos y dejemos actuar al Espíritu Santo. Incluso hoy, puede producir un testimonio poderoso y enérgico.

La forma en que cada creyente lleva a cabo el mandato dado por el Señor puede ser diferente. Uno lo hace públicamente, el otro de forma oculta. El que no habla con fluidez también puede proclamar el Evangelio repartiendo folletos. Pero sea cual sea el caso, es esencial que todos seamos testigos por la forma en que vivimos. Es importante que salgamos, que aceptemos ser enviados y que demos testimonio. Todas estas expresiones utilizadas por el Señor hablan de movimiento. La vida cristiana no es un salón tranquilo. No estamos llamados a esperar a que la gente venga a nosotros. Debemos ir hacia ellos con un mensaje. Animémonos unos a otros a hacerlo.

2 - Nuestro Dios Salvador

M.E. 2005 p. 233-237

Los verdaderos cristianos, los que han encontrado la salvación y la vida en el Señor Jesús, no solo están ligados a su Señor y Salvador; también han sido colocados en una relación consciente con el gran Dios del cielo, una relación de la que pueden disfrutar. Dios se ha convertido, en Cristo, en nuestro Padre. Esta es la verdad trascendental que deleita el corazón de todo creyente, de todo hijo de Dios. Esta relación es el privilegio de los creyentes que viven en la época de la gracia. Después de su resurrección, el Señor dijo a sus discípulos: «Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios» (Juan 20:17).

Sin embargo, aunque Dios nos ha sido revelado como Padre y lo conocemos como tal, también nos está presentado de otras maneras, en más de un pasaje del Nuevo Testamento. Uno de los títulos que se le dan es «Dios… Salvador» (Tito 1:3; 2:10, 13; 3:4). El apóstol Pablo utiliza esta expresión 4 veces en sus Cartas a Timoteo y Tito.

2.1 - Dios desea salvar a toda la humanidad

Ya en el Antiguo Testamento, Dios se había presentado como Salvador. Por boca del profeta Isaías, había dicho: «No hay más Dios que yo; Dios justo y Salvador; ningún otro fuera de mí» (45:21). Pablo –guiado por el Espíritu Santo– amplía este pensamiento hablando de «Dios nuestro salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y lleguen al pleno conocimiento de la verdad» (1 Tim. 2:3-4). Así pues, nuestro Dios es un Dios que salva y que quiere que toda la humanidad sea salva. Su gracia apareció en la persona del Señor Jesús, y «trae salvación… a todos los hombres» (Tito 2:11); los llama. Su salvación es lo suficientemente amplia como para incluir a todos los que acuden a él y lo aceptan.

Pero Dios es también un Dios justo. La Epístola a los Romanos nos revela la «justicia de Dios mediante la fe en Jesucristo, para con todos los que creen» (3:22). El Dios salvador ofrece su salvación a todos los hombres, pero esta salvación solo se hace realidad para los que la aceptan por la fe. Dios extiende su mano salvadora a todos los hombres. Y para escapar de la perdición eterna, necesitamos la fe que agarra esa mano.

2.2 - El plan de salvación de Dios

Este plan divino para salvar a los hombres de la perdición eterna, es decir, del alejamiento eterno de Dios, se remonta a la eternidad y extiende sus consecuencias hasta la eternidad. Pablo alude a ello al comienzo de su carta a Tito. Habla de «la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió antes de los tiempos de los siglos (pero, en su debido tiempo, manifestó su palabra por la predicación que me fue confiada, según el mandamiento de Dios nuestro Salvador)» (Tito 1:2-3). Dios no solo quiere salvar a las personas, es decir, ayudarlas a escapar del inmenso peligro en que viven, sino que quiere hacer mucho más; les promete la vida eterna. Los que un día fueron pecadores perdidos, enemigos de Dios, un día estarán en la gloria y podrán disfrutar de esta vida eterna –que ya es nuestra posesión actual por la fe– de forma perfecta y sin ningún obstáculo. Dios hizo esta promesa a su Hijo antes del tiempo de los siglos, en la eternidad, y se realizará plenamente en la eternidad. «En su debido tiempo», es decir, en el período en que vivimos, Dios la ha hecho manifiesta.

El apóstol Pablo fue el instrumento especial elegido por el Dios salvador y utilizado para llegar a los hombres con la predicación del Evangelio. Él puede testificar que predicó «todo el consejo de Dios» (Hec. 20:27). Esta predicación continúa hoy y ha sido preservada para nosotros. Poseemos la Palabra escrita de Dios y a través de ella tenemos conocimiento de todo el plan divino de salvación.

2.3 - Por pura gracia

El centro del plan divino de salvación es el Señor Jesús. Los beneficiarios son los creyentes. Nadie que haya aceptado esta salvación la ha recibido en virtud de mérito alguno. Es por la bondad y el amor de nuestro Salvador Dios que hemos recibido la salvación y la vida. El apóstol escribe: «Pero cuando la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor hacia los hombres aparecieron, nos salvó, no a causa de obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino según su misericordia, mediante el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo» (Tito 3:4-5). Cuando meditamos estas palabras, nuestros corazones deberían conmovernos. No teníamos nada que presentar a Dios, salvo nuestra culpa y nuestro pecado. Y, sin embargo, nos hemos convertido en objeto de la bondad y del amor de nuestro Dios salvador. Nuestro Dios es un Dios de bondad, da gracia. La gracia es siempre inmerecida. Y es su gracia la que hemos recibido. Nuestro Dios es un Dios de amor. Y nosotros somos objeto de ese amor incomprensible. ¡Qué razones tenemos para agradecérselo cada día!

Dios no solo ha mostrado bondad y amor, sino también misericordia. Esta palabra evoca la miseria y la angustia de la persona que es objeto de ella. Estábamos en un estado de perdición total y Dios tuvo compasión de nosotros. Zacarías, el padre de Juan el Bautista, habla de ello cuando dice: «…Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, con la que nos visitará un amanecer desde lo alto» (Lucas 1:78). Sí, nuestro Dios es «rico en misericordia» (Efe. 2:4).

2.4 - Embellecer la enseñanza

Nos hemos convertido en objetos de la gracia inmerecida, del amor y de la misericordia de nuestro Dios salvador. Esto debería inspirarnos cada día la alabanza, la acción de gracias y la adoración, de forma siempre renovada. Pero hay otra consecuencia práctica. Dios quiere que nuestra vida cotidiana sea coherente con lo que hemos recibido. El apóstol invita a Tito a exhortar a los esclavos a mostrar «toda buena fidelidad», «para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador» (2:10). Por supuesto, esto no se aplica solo a los siervos o esclavos. Hay aquí un principio general. Dios quiere que, en todas las circunstancias de nuestra vida, dondequiera que vayamos, nos comportemos de tal manera que no empañemos el testimonio de nuestro Dios salvador. Por nuestra conducta, podemos ser un obstáculo para que otros hombres reciban esta salvación. Pero también podemos ayudarles con nuestra actitud. A través de nuestra vida cotidiana, ya sea en el trabajo, en la escuela, en casa o en nuestro tiempo libre, podemos adornar la enseñanza de nuestro Dios salvador.

¿Somos siempre conscientes de ello? Cada día nos encontramos con muchos seres humanos. A algunos los conocemos, a otros solo los vemos una vez. A nuestro Dios le gustaría salvarlos a todos. Ya sean nuestros colegas de trabajo, nuestros compañeros de estudios, nuestros vecinos o todos los que se agolpan a nuestro alrededor en el bullicio de la ciudad: Dios los ve a todos. Cada uno de ellos es una criatura de Dios a la que él quiere salvar. Ayudémosles, no les pongamos trabas.

2.5 - Dios nuestro Salvador

Por último, en los 4 pasajes en los que Pablo habla del Dios Salvador, dice: «Dios nuestro salvador». El Dios que salva y trae la salvación no es un Dios anónimo. Ha puesto a quienes han aceptado su gracia en una relación íntima con él. Si hemos recibido la salvación, podemos hablar con profunda convicción de Dios nuestro Salvador. Tenemos una salvación común (Judas 3), una fe común (Tito 1:4) y un Dios Salvador común. ¡Qué motivo constante de gozo y gratitud!