Las heridas que nos curan
Autor:
Sus sufrimientos: El Hombre de dolores La expiación, la propiciación, la reconciliación
Temas:«El castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados» (Is. 53:5).
«Por cuya herida fuisteis sanados» (1 Pe. 2:24).
Los sufrimientos de Cristo son para los santos de todas las épocas un tema selecto que se ofrece a su piadosa meditación. Desde el talón herido (calcañar) del Génesis hasta el Cordero inmolado del Apocalipsis, se exponen de diversas maneras a lo largo de la Escritura.
El profeta Isaías, mirando hacia el futuro en el poder del Espíritu que lo inspiró, vio al Siervo sufriente de Jehová, y escribió su visión (Is. 53), en un lenguaje querido por todos los que por este medio miran hacia el Calvario. «El castigo de nuestra paz recayó sobre él, y por su llaga fuimos curados».
Cuando leemos y recordamos estas pocas palabras, nos asalta el misterio de los sufrimientos divinos. El siervo de Jehová está ahí ante nosotros, soportando los golpes, las magulladuras; «por cuya herida fuisteis curados», como dice Pedro. ¡Heridas! Los golpes son para las espaldas de los tontos; así nos lo enseña el sabio (Prov. 19:29); y la ley de Moisés dispuso que un juez de Israel podía condenar a un culpable a recibir golpes, pero nunca más de cuarenta (Deut. 25:1-3).
Ahora, a los ojos de Dios y de los hombres, el Señor Jesús fue declarado inocente. «No encuentro ningún crimen en él», dijo el gobernador romano. El Padre declara desde el cielo que ha encontrado su placer en su amado Hijo. Jehová dice: «He aquí mi siervo, yo le sostendré: mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento» (Is. 42:1). Y es de Él, sin mancha y sin defecto, que leemos: «Por sus heridas hemos sido curados».
Pasemos algunas páginas más de esta gran profecía de Isaías, y aquí, en el capítulo 50:6, están las mismas palabras del siervo sufriente: «Di mi cuerpo a los heridores y mis mejillas a los que me mesaban la barba»; vemos el cumplimiento de esto en Mateo 26:67 y 27:26, cuando los judíos lo abofetearon y golpearon, y los gentiles lo azotaron.
Por muy terribles que nos parezcan estos tratamientos indignos a los que le adoramos, no son estas heridas las que nos curan. Si fue golpeado por los hombres, también fue golpeado por Dios. «Persiguieron al que tú heriste», dice el salmista (Sal. 69:26).
En la Escritura, «golpear» es un término que expresa un acto de juicio divino. Jehová hirió al rebelde e idólatra Egipto matando a sus primogénitos (Sal. 78:51; 105:36; 136:10). Golpeó al Pastor de las ovejas (Zac. 13:7; Mat. 26:31). ¡Qué cosa tan extraordinaria y maravillosa que la ira divina haya caído sobre el Señor Jesús, y que por sus heridas seamos curados!
Los caminos de Dios en la gracia no son nuestros caminos. Es justo que el esclavo que conocía la voluntad de su amo, pero no la cumplió, sea golpeado con muchos azotes (Lucas 12:47). Pero en la gracia, el Señor Jesús, que conocía la voluntad de Dios y la cumplió por completo, recibió en sí mismo el golpe de la ira de Dios y por sus heridas quedamos curados.
El apóstol Pedro, citando a Isaías, desarrolla este tema de los sufrimientos de Cristo por nosotros. Reúne varias fases de los sufrimientos durante las horas de oscuridad, para intensificar, por así decirlo, nuestra adoración cuando leemos lo que dice de Aquel que llevó nuestros pecados. «Cristo, el cual no hizo pecado, ni fue hallado engaño en su boca; quien, siendo insultado, no respondía con insultos; cuando sufría, no amenazaba, sino que encomendaba su causa a aquel que juzga justamente. Él mismo llevó en su cuerpo nuestros pecados sobre el madero… y por cuya herida fuisteis sanados» (1 Pe. 2:21-24). Estos golpes para nuestra curación cayeron sobre el Cristo manso y dependiente, en nombre de «Aquel que juzga con justicia», sobre Aquel «que no pecó».
Ese mediodía del Calvario, un mediodía de oscuridad, nos llena de asombro. El ojo de la fe penetra en la espesa oscuridad que cubrió todo el país desde la hora sexta hasta la novena, y puede discernir, aunque sea levemente, los golpes invisibles, innumerables e inconmensurables que cayeron con una fuerza espantosa sobre el Santo para nuestra curación.
Desgraciadamente, solo golpeando a otro la vara podría traernos la curación. Sin la cruz y sus magulladuras no podría haber bálsamo de Galaad para los hombres heridos. Solo cuando el madero del Gólgota fue cortado y arrojado a las aguas de Mara, aguas del juicio, pudieron volverse dulces y saciar la sed de los pecadores arrepentidos y refrescar los corazones cansados de los santos.
Entonces nos llega la voz de Aquel que tuvo que sufrir al ser golpeado: «Yo soy Jehová tu sanador» (Éx. 15:26). El que fue herido por nuestras transgresiones vendará «… la herida de su pueblo», y curará «la llaga que él causó» (Is. 30:26; 57:17, 18).
Todas nuestras bendiciones fluyen de Aquel que sufrió en el madero del Calvario. Por sus heridas somos curados, y el árbol de la muerte se convierte en el árbol de la vida en medio del paraíso de Dios. No volveremos a tener hambre si nos alimentamos de Él.
Traducido de «Le Messager Évangélique», año 1954, página 164