Capítulo 8
El libro de Esdras
Primero, en este capítulo, encontramos los nombres de los que subieron con Esdras, según sus genealogías, el número de hombres de cada familia. Dios se ha encargado de que los nombres de los que se tomaron la molestia de responder a su llamado para regresar a la tierra queden registrados para siempre, mientras que los nombres de los que no respondieron a ese llamado han sido olvidados casi por completo.
En el versículo 15 se retoma la historia de esta emigración. «Según la buena mano de nuestro Dios sobre nosotros», se les trae «un varón entendido» que necesitaban (v. 18), de modo que todos se reúnen junto al río Ahava, listos para partir. Sin embargo, Esdras está consciente de que haber recibido claramente la ayuda de Dios en el pasado no les exime de la obligación de depender de él en el presente. Y por eso siguen buscando su rostro antes de ponerse en marcha. Según las costumbres de la ley, se publica un ayuno para suplicar al Señor y «solicitar camino derecho» para su viaje.
Viajar en aquellos días no era ni seguro ni fácil. La prudencia según el mundo habría hecho que Esdras pidiera al rey una escolta armada. Pero no lo hizo, y en el versículo 22 leemos su conmovedora confesión sobre este punto. Había hablado muy abiertamente al rey del cuidado de su Dios por su pueblo, así como de su ira contra los que lo abandonan; así que se habría avergonzado de apartarse en la práctica de lo que había profesado. Esta franca confesión por parte de Esdras es un ejemplo para nosotros. Era un asunto de Dios, y no había necesidad de depender de los recursos mundanos.
Es fácil para nosotros profesar una gran confianza en Dios en nuestra obra para él y, sin embargo, fracasar cuando se nos pone a prueba a nivel práctico. ¡Qué pena cuando un adversario tiene que reprendernos y recordarnos que debemos practicar lo que predicamos! El ejemplo del apóstol Pablo, como el de Esdras, nos muestra que no necesitamos el apoyo y la protección del mundo para hacer la obra de Dios.
Seguro de que Dios había escuchado su súplica, Esdras puso los tesoros de oro y plata que llevaban consigo en manos de compañeros de confianza. Partieron del río Ahava y llegaron a salvo a Jerusalén con todos sus tesoros. Aquellos a los que se les había confiado habían actuado fielmente. Todos agradecieron a Dios ofreciendo holocaustos.