Capítulo 1

El libro de Esdras


El comienzo del libro de Esdras nos sitúa en el primer año de Ciro, rey de Persia, el gran monarca al que el profeta Isaías nombró unos dos siglos antes de que llegara al trono (Is. 44:28). Este pasaje del profeta predice lo que Ciro haría un día, y Esdras informa aquí de su cumplimiento.

El primer versículo del capítulo hace una referencia explícita a la profecía de Jeremías 25:11-14. Fue esta predicción la que afectó tan profundamente a Daniel, como él mismo nos cuenta en el capítulo 9 de su libro. Comprendió que su cumplimiento iba a estar cerca, y esto le llevó a la notable oración relatada en este capítulo.

En el versículo 2 aprendemos que Ciro reconoció a Jehová como el «Dios de los cielos» y no solo de los reinos de la tierra. Nabucodonosor había sido llevado a hacer una confesión similar, como vemos en Daniel 4:37. Al leer el resumen de la proclamación de Ciro, tal como se da en los versículos 2 y 3, podemos suponer que este rey era consciente de la profecía registrada en los versículos iniciales de Isaías 45, así como en el último versículo del capítulo anterior. En cualquier caso, no es poca cosa que Ciro reconozca de forma tan sorprendente la gloria y el poder de Dios, y que realmente obedezca lo que Dios le ha ordenado. No es de extrañar que Dios se refiera a él como «su ungido» (Is. 45:1).

La proclamación no invitaba a nadie en particular, ni a ningún grupo de personas, a ir a Jerusalén para reconstruir la Casa de Dios. Abrió la puerta de par en par a cualquier judío cuyo corazón le impulsara a ir, y le dio la seguridad de que sería ayudado sustancialmente. Así redactada, esta proclamación implicaba que los que responderían a la llamada serían principalmente hombres piadosos que tenían en su corazón la gloria de Dios y el lugar donde estaba su nombre. Los más mundanos y egoístas, en cambio, se inclinarían por permanecer en los cómodos hogares que se habían construido durante los 70 años de la deportación, dejando la tarea a otros que estaban mejor preparados para afrontar las penurias y privaciones.

Obsérvese que Ciro tenía en mente la construcción de la «Casa de Jehová»; parece no importarle el estado ruinoso de la ciudad. Fue Nehemías quien, en una fecha posterior, se tomó a pecho la ruina y la desolación de Jerusalén y obtuvo el permiso de Artajerjes para restaurar y reconstruir la ciudad. El permiso concedido a Nehemías es el punto de partida de las «70 semanas» de Daniel (comp. Dan. 9:25-27). Aquí vemos la prioridad dada a la Casa de Dios; solo después se hablará de la ciudad donde habitan los hombres. Este es un principio inmutable.

Sin embargo, es muy probable que lo olvidemos. Los que respondieron al anuncio de Ciro pronto lo olvidaron, como podemos ver en la profecía de Hageo. Se apresuraron a construirse “casas decoradas”, mientras la Casa de Dios permanecía “desolada”. ¿No es la misma tendencia la que se observa hoy en día en el pueblo de Dios?

Por lo tanto, consideremos cuidadosamente las analogías entre lo que ocurrió en la historia de Israel y la del cristianismo.

En Israel, la ley dada por Moisés fue transgredida y olvidada, y la autoridad real, establecida en el reinado de David, fue totalmente corrompida; así el juicio de Dios cayó sobre el pueblo, que fue llevado al cautiverio en Babilonia. En el cristianismo, la pureza del evangelio se perdió pronto, y la autoridad del Espíritu a través de la Palabra fue sustituida por la del hombre. Se estableció el imponente sistema del papismo. La corrupción alcanzó su punto álgido en los siglos 14 y 15. Ahora bien, así como en el reinado de Ciro comenzó una especie de renacimiento exterior y geográfico –un renacimiento en el que participaron muchas personas de verdadera piedad–, en el siglo 16 Dios produjo en la cristiandad el comienzo de un renacimiento, pero de naturaleza más interior y espiritual. Algo comenzó a surgir de esta Babilonia espiritual, algo que continúa hasta hoy. Teniendo esto en cuenta, veamos qué lecciones podemos aprender del libro de Esdras.

El versículo 5 del primer capítulo muestra que hubo una verdadera obra de Dios en las almas de muchos y en particular en los líderes civiles y religiosos. Cuando se enteraron de la proclamación del edicto de Ciro, aprovecharon inmediatamente la oportunidad de regresar a la tierra de sus padres, para restablecer el culto a Dios y reconstruir su Casa. Gracias a la providencia divina, fueron fuertemente alentados a hacerlo por el gobernante. Además de los objetos de valor donados por los judíos que no formaban parte de la expedición, tuvieron que llevar todos los vasos sagrados de la Casa de Jehová que Nabucodonosor había colocado en la casa de su dios y que Ciro había devueltos. La obra espiritual de Dios en los corazones de su pueblo iba de la mano de la obra providencial que realizaba en el mundo que les rodeaba. Lo mismo ha ocurrido en tiempos más recientes.


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