La ofrenda de Isaac

Génesis 22


person Autor: Hamilton SMITH 88

flag Temas: Isaac Jesucristo (El Hijo de Dios) La expiación, la propiciación, la reconciliación


Hemos visto que la primera parte de la vida de Abraham presenta su testimonio público como hombre de fe que camina separado del mundo, en respuesta al llamado de Dios (Gén. 12 al 14). En la segunda parte de su historia, que comienza con las palabras: «Después de estas cosas», aprendemos los ejercicios internos de su alma en sus relaciones personales con Dios (Gén. 15 al 21).

1 - La última fase de la vida de Abraham

Con el capítulo 22 del Génesis entramos en la última fase de su vida. También comienza con las palabras: «Después de estas cosas». En este capítulo, y en los siguientes, pasan ante nosotros ciertos incidentes que, de manera muy clara, exponen en tipo los caminos de Dios en la realización de sus propósitos para la gloria de Cristo y la bendición del hombre.

En Génesis 21 hemos visto, en el nacimiento de Isaac en «el tiempo que Dios le había dicho», una prefiguración de ese gran momento del que leemos: «Cuando llegó la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer» (Gál. 4:4). En Génesis 22 veremos un tipo de la muerte y resurrección de Cristo, el Cordero de la provisión de Dios. En Génesis 23, la muerte y la sepultura de Sara son un tipo de la separación de Israel, la esposa del Génesis, como consecuencia del rechazo de Cristo. En Génesis 24, mientras se aparta a Israel, tenemos el llamado de la Iglesia, la esposa celestial, presentada en Rebeca.

Si bien buscamos beneficiarnos de los aspectos típicos de estos sorprendentes incidentes, no debemos pasar por alto su importancia moral. Si este capítulo 22 es una maravillosa presentación del amor de Dios al dar al Hijo, moralmente expone de manera sorprendente la fe de Abraham.

2 - La prueba suprema

La enseñanza moral nos es presentada en las primeras palabras: «Después de estas cosas… probó Dios a Abraham». En ese gran capítulo de la Epístola a los Hebreos que presenta ante nosotros a los que han recorrido el camino de la fe, encontramos que Abraham ocupa un lugar destacado. No solo se le presenta como alguien que por fe respondió al llamado de Dios, sino que se le privilegia enormemente por haber puesto su fe a prueba más que la de cualquier otro hombre antes o después. En la historia leemos que Dios le dijo: «Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto». El comentario inspirado en Hebreos es: «Por la fe Abraham, siendo probado, ofreció a Isaac» (11:17), el mismo en quien se centraban todas las promesas, y de quien se dijo: «En Isaac te será llamada descendencia» (11:18). Se le dijo que hiciera lo que para la vista y la razón natural haría imposible el cumplimiento de las promesas de Dios. Pero, aprendemos, que él actuó, no de acuerdo con la mera razón, sino, «estimando que Dios podía resucitarle aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también lo volvió a recibir» (11:20).

3 - El acto de obediencia

Cuando le fueron arrebatados los hijos a Job, se sometió muy benditamente a lo que Dios había permitido, pues dijo: «Jehová dio, y Jehová quitó» (1:21). Pero la fe de Abraham es probada con una prueba mucho más severa, y se eleva a un nivel mucho más alto. No se le pide simplemente que se someta pasivamente a la voluntad de Dios, sino que se le llama a participar activamente en lo que era contrario a la naturaleza, angustia para el corazón de un padre y, si no fuera por la dirección de Dios, en un ultraje a las leyes de Dios y del hombre. Pero, Abraham, con la fe que Dios le dio, responde a la prueba. Con serena deliberación, se levanta temprano por la mañana, ensilla su asno y, tomando a dos jóvenes y a su hijo Isaac, «y fue al lugar que Dios le dijo».

Durante tres días recorre su camino. Se le dio así tiempo y oportunidad para entrar a fondo en lo que había sido llamado a hacer. Durante tres días esta terrible prueba estuvo ante su alma. Durante estos días tuvo que afrontar la agonía de ofrecer a su hijo. No fue un acto apresurado por un impulso momentáneo. Fue un acto deliberado, después de haber entrado en todo lo que le costó. Su amor por su hijo, los sentimientos de Isaac y su amor por su padre, la promesa de Dios de que «en Isaac te será llamada descendencia», todo fue afrontado plenamente, pero la fe triunfó.

Si la incredulidad hubiera actuado, habría tenido tiempo para volver atrás. Pero la fe perseveró, y al tercer día, habiendo llegado al lugar indicado: «Entonces dijo Abraham a sus siervos: Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros». La fe, dando cuenta de que Dios puede resucitar de entre los muertos, puede decir con la mayor confianza que «volveremos».

No somos probados de la misma manera que Abraham, pero bueno para nosotros, cuando nuestros seres queridos son tomados, si podemos decir: «Si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios los traerá con él a los que durmieron en Jesús» (1 Tes. 4:14). La fe sabe que, aunque por un tiempo nos sean arrebatados –y hayan ido allá a adorar– “volverán”.

4 - Padre e hijo

Isaac pregunta: «¿Dónde está el cordero para el holocausto?» Con fe, Abraham responde: «Dios se proveerá de cordero»; y sin más palabras, continúan su camino «iban juntos». Sin resistencia ni queja, Isaac se somete a ser atado al altar, y «extendió Abraham su mano… para degollar a su hijo».

Entonces interviene el ángel de Jehová. La mano de Abraham fue retenida para no clavar el cuchillo en su hijo. La fe de Abraham ha respondido a la prueba y Dios dice: «Porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único». Actuando en el temor de Dios, superó el temor del hombre al hacer lo que el hombre habría condenado totalmente.

5 - Otro Padre – Otro Hijo

Al contemplar esta notable escena en su aspecto típico, surge ante nosotros la grandeza del amor de Dios al dar a su Hijo para morir por nosotros. La palabra dirigida a Abraham es: «Toma ahora tu hijo», diciéndonos que Dios «no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros» (Rom. 8:32). Luego se le dice a Abraham que debe tomar a su «único hijo». Tres veces en el capítulo se enfatiza que Isaac es su «único» hijo (v. 2, 12, 16). Una vez más, esto habla del amor de Dios por el que «dio a su Hijo único» (Juan 3:16). Además, se le recuerda a Abrahán que el hijo que ha de ofrecer es uno «a quien amas», lo que nos habla del hecho de que Cristo es aquel de quien se dice: «El Padre ama al Hijo» (Juan 3:35). Es significativo que esta mención, la primera del amor en la Biblia, esté relacionada con una escena que habla del amor de Dios, el Padre, por el Hijo.

6 - Obediencia perfecta

Además, si la escena nos presenta el amor de Dios al dar al Hijo, también nos presenta la perfecta sumisión y la obediencia inflexible a la voluntad de su padre. En todo esto se encuentra la brillante prefiguración de la perfecta obediencia de Cristo al Padre, que le llevó a decir en vista de la muerte: «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:42).

Además, durante los tres días de viaje, la madera del holocausto es llevada por Isaac, mientras que el fuego y el cuchillo están en la mano de Abraham. A lo largo de los años de su ministerio, el Señor llevó el conocimiento de su próxima muerte. Sobre cada paso de su camino estaba la sombra de la Cruz. Las multitudes pueden asombrarse de «todas las cosas que hizo Jesús», pero él sabía que el Hijo del hombre sería entregado en manos de los hombres (Lucas 9:44). Los apóstoles pueden seguirlo a Jerusalén con visiones del Reino que se establecerá con poder, y Cristo reinando en un trono de gloria, pero él sabía que se movía hacia la vergonzosa Cruz.

Sin embargo, si se permite a los hombres crucificar al Señor, el fuego y el cuchillo, que hablan de juicio y muerte, estaban en manos de Dios. Los hombres pueden pensar que pueden crucificar o liberar al Señor según su voluntad, pero el Señor puede decir a Pilato: «No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te hubiera sido dada de arriba» (Juan 19:11). Ningún ojo podía atravesar la oscuridad de aquella gran escena cuando el fuego y el cuchillo cayeron sobre Cristo. Pero todo lo que ocurrió entonces fue tomado de la mano de Dios, pues Cristo pudo decir: «Me has puesto en el hoyo profundo, en tinieblas, en lugares profundos. Sobre mí reposa tu ira, y me has afligido con todas tus ondas» (Sal. 88:6-7).

7 - La comunión perfecta

Luego llega un momento en que los «siervos» se quedan atrás y Abraham y su único hijo suben solos al monte. Esto nos habla seguramente de ese gran momento del que el Señor tiene que decir: «A donde yo voy, tú no puedes seguirme ahora» (Juan 13:36). Y, sin embargo, el Señor puede decir: «No estoy solo, porque el Padre está conmigo» (Juan 16:32). Así, de Abraham e Isaac leemos dos veces: «Iban juntos» (v. 6, 8), hablándonos de la perfecta comunión del Padre y el Hijo presentada tan benditamente en el Evangelio según Juan cuando el Señor Jesús avanzó hacia la Cruz para convertirse en el gran holocausto por el que Dios es perfectamente glorificado. El Señor pudo decir: «Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo trabajo»; también pudo decir: «No procuro mi propia voluntad, sino la voluntad del que me envió». Más adelante puede decir: «Hago siempre las cosas que le agradan»; y de nuevo: «Yo y el Padre somos uno» (Juan 5:17, 30; Juan 8:29; Juan 10:30).

8 - La sumisión perfecta

Al llegar al lugar, Isaac se somete perfectamente al que actúa. Abraham erige el altar; Abraham puso la madera en orden: Abraham ató a Isaac, su hijo; Abraham lo puso sobre el altar, y Abraham extendió su mano y tomó el cuchillo para matar a su hijo. Así leemos de Cristo: «No abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca… Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento» (Is. 53:7-10).

9 - Similitud y contraste

Es significativo que en todas las ofrendas la víctima era primero sacrificada y luego puesta sobre el altar. Aquí la ofrenda se convierte en un tipo más llamativo de Cristo, ya que primero es atado al altar antes de que se tome el cuchillo para matarlo.

Pero todo tipo debe ser inferior a la realidad. En el tipo, el ángel del Señor detiene la mano que sostenía el cuchillo, e Isaac fue salvado. En la Cruz ninguna mano fue puesta para detener el poder de la muerte. El amor del Padre no perdonó al Hijo, y el amor del Hijo se sometió a la voluntad del Padre al ir a la muerte. Un ángel pudo fortalecer al Señor en el huerto, pero no hubo ningún ángel que lo protegiera del juicio en la cruz.

En figura, Abraham recibe a Isaac de entre los muertos (Hebr. 11:19). Pero si Isaac ha de quedar libre, la muerte ha de sobrevenir al carnero trabado en un zarzal –un tipo más del Cordero de la provisión de Dios. En el curso de esta maravillosa escena Abraham pronuncia las dos declaraciones proféticas; primero, «Dios se proveerá de cordero para el holocausto»; segundo, «En el monte de Jehová será provisto». Como pudo decir el Señor: «Abraham se regocijó por ver mi día; y lo vio y se alegró» (Juan 8:56).

Dios renueva sus promesas a Abraham sobre la base del sacrificio, y confirma su promesa de bendición a todas las naciones de la tierra por medio de la simiente resucitada. Aquí sabemos, por la Epístola a los Gálatas, que la simiente es Cristo, pues, dice el apóstol: «A Abraham fueron hechas las promesas, y a su descendencia. No dice: A las descendencias, como si hablara de muchos; sino hablando de uno solo: A tu descendencia, que es Cristo» (Gál. 3:16).

La genealogía de los versículos finales parece dada a propósito en este punto para presentar a Rebeca, la que tan benditamente presenta a la esposa celestial de Cristo.

¡Oh, bendito Señor, qué has hecho!
    ¡Cuán grande es el rescate pagado!
El único Hijo amado de Dios
    ¡Sobre el altar puesto!

El Padre en su amor voluntario
    Pudo prescindir de Ti de su lado;
Y tú pudiste inclinarte para soportar,
    Az tal precio, a tu esposa.

Mientras nuestros corazones llenos de fe descansan
    Sobre tu preciosa sangre,
La paz fluye en una corriente constante,
    Llena del torrente de tu misericordia.

Qué alegría ilimitada llenará cada corazón,
    y se disiparán todas nuestras penas,
cuando te contemplemos tal como eres,
    y todo tu amor se remonte.

Te amamos sin verte, querido nombre tuyo.
    Pero cuando nuestros ojos te contemplen
con alegre asombro proclamaremos,
    “¡La mitad no ha sido contada!”

Porque Tú superas toda la fama
    Que nuestros oídos han escuchado;
Qué felices somos los que conocemos Tu nombre
    Y confiamos en tu fiel palabra.

El Cordero de Dios llevado al matadero,
    ¡Al Rey de Gloria ver!
La corona de espinas sobre Su cabeza,
    Lo clavan en el madero.

El Padre entrega a Su único Hijo;
    El Señor de la gloria muere
por nosotros, los culpables y deshechos,
    Un sacrificio sin mancha.

Tu nombre es santo, oh Dios nuestro.
    Ante Tu trono nos inclinamos;
Tu seno es la morada de tus santos,
    Te llamamos ahora Padre.

Entronizado contigo ahora se sienta el Señor,
    Y en Tu seno habita;
La justicia, que lo hirió con la espada,
    Nuestro perfecto perdón sella.

La muerte eterna fue una vez nuestra condena;
    Ahora la muerte ha perdido su aguijón;
Resucitamos con Jesús del sepulcro,
    para cantar el amor de Jehová.

– Robert Cleaver Chapman

Soy un peregrino y un extranjero,
    Mi camino es áspero y tormentoso,
A menudo en medio del peligro;
    Pero conduce a Dios.

Las nubes y la oscuridad a menudo me angustian:
    Grandes y numerosos son mis enemigos;
Las preocupaciones y los pensamientos ansiosos me oprimen:
    Pero mi Padre lo sabe.

Oh, qué dulce es esta seguridad,
    En medio del conflicto y la lucha.
Aunque las penas no puedan resistirse
    Me sigan por la vida.

El hogar en perspectiva aún puede alegrarme;
    Sí, y me da un dulce descanso,
Mientras siento su presencia cerca de mí:
    Porque mi Padre lo sabe.

Sí, Él me ve y me conoce a diario,
    Me cuida con amor;
Me envía ayuda cuando los enemigos me asaltan,
    Me pide que mire hacia arriba.

Pronto mi viaje terminará,
    La vida se acerca a su fin;
Entonces seré bien atendido:
    Esto lo sabe mi Padre.

Entonces lo contemplaré con alegría,
    Veré cara a cara a mi Salvador;
Caeré en éxtasis y le adoraré
    Por su amor hacia mí.

Nada más me afligirá entonces
    En la tierra del dulce reposo;
Jesús está comprometido a bendecirme:
    Esto lo sabe mi Padre.