La codicia

El ejemplo de Giezi, el siervo del profeta Eliseo (2 Reyes 5:20-27)


person Autor: Hamilton SMITH 84

flag Tema: Las codicias


Una y otra vez la Escritura pone ante nosotros a personas que mienten y engañan; pero no hay mentiroso más descarado que Giezi. Al igual que con Ananías y Safira, la codicia fue la raíz de la mentira para Giezi.

La riqueza de Naamán –los 10 talentos de plata, las 6.000 piezas de oro, las 10 mudas de ropa– había despertado la codicia desmedida del corazón de Giezi. La necesidad de Naamán había hecho actuar la gracia de Dios; la riqueza de Naamán despertó la codicia del siervo de Eliseo. La gracia había traído la bendición a Naamán; la codicia de Giezi quisiera desmentir esa gracia. Un hombre rico, felizmente dispuesto a hacer un don generoso, era una oportunidad demasiado buena para que un hombre codicioso la dejara pasar.

Para satisfacer esta codicia, Giezi no duda en utilizar cualquier artimaña. Corre detrás de Naamán y dice: «Mi señor me envía a decirte» (v. 22). La primera mentira. Luego inventa la historia de los dos jóvenes de Efraín, –segunda mentira. Después de recibir dos talentos de plata y dos mudas de ropa, regresa con dos siervos de Naamán para que le ayuden a llevar el don hasta la colina. Ir más lejos, habría sido llegar a la vista de la casa de Eliseo; así que se detiene en la colina y despide a los hombres. Después de esconder los bienes en la casa, «entró y se puso delante de su señor» (v. 25), hipócritamente como si nada hubiera pasado. Cuando Eliseo le pregunta dónde ha ido, intenta cubrir su primera mentira con otra: «Tu siervo no ha ido a ninguna parte» (v. 25). Una mentira lleva a otras.

Su engaño es solemnemente desenmascarado. El profeta no solo conocía el terrible pecado en todos sus detalles, sino también el motivo que lo había inspirado. En el fondo del corazón de Giezi se escondía el deseo de adquirir una posición social como propietario de olivos, viñedos, ganado pequeño y grande, sirvientes y criadas.

Finalmente, la máscara cayó, el castigo siguió al juicio. Si Giezi había tomado la riqueza de Naamán, también debía tomar su enfermedad. Había adquirido dos mudas de ropa mediante la mentira y el engaño; ahora su piel está cambiada por el juicio de Dios. Y la lepra que recibe se adhiere a él durante todos los días de su vida. La riqueza que ha obtenido se gastará rápidamente; la lepra permanecerá. Las aguas del Jordán no limpiarán a Giezi.

Se presentó ante su amo como un engañador; salió de su presencia leproso, blanco como la nieve. Al tomar la riqueza de Naamán, hereda su enfermedad y pierde su posición como siervo del profeta. Aparece de nuevo en la corte del rey, pero ya no como siervo de Eliseo.

Al ocuparse del pecado de Giezi, el profeta lo considera primero en relación con Dios y su gracia. ¿Qué efecto tendrá su acción en el testimonio de Dios? Ve que el pecado de Giezi da una visión totalmente falsa de la gracia de Dios. Eliseo había tenido cuidado de rechazar los regalos de Naamán, para que este gentil no pensara que las bendiciones de Dios se pueden comprar con regalos. El pecado de Giezi tendía a anular este testimonio de la verdadera gracia de Dios. No era el «tiempo» (v. 26) de recibir regalos.

¿No hay una advertencia para nosotros en esta solemne escena? Si admitimos en nuestro corazón un deseo o una codicia sin juzgar, estaremos dispuestos a caer en la tentación cuando se presente en nuestro camino. Además, un pecado lleva a otro. No podemos detenernos a voluntad en el camino del pecado. Como alguien dijo una vez: “Un hombre no puede detener su barco a voluntad en los rápidos de las cataratas del Niágara, pero podría haberlos evitado por completo”.

Entonces es obvio que una posición religiosa privilegiada no protege por sí misma de un pecado grave. ¿Quién podría tener mayores ventajas que Giezi? Vivía en compañía de uno de los más grandes profetas que el mundo ha conocido –uno que es llamado repetidamente hombre de Dios– y, sin embargo, Giezi cayó. «El que piensa estar firme, mire que no caiga» (1 Cor. 10:12).

Finalmente aprendemos que la práctica del pecado destruye cualquier sentido de la presencia y del poder de Dios. Giezi debió ser testigo a menudo del poder que el hombre de Dios tenía para leer los corazones y discernir el motivo de las acciones. Nadie conocía mejor que Giezi esta capacidad que Dios daba al profeta. Sin embargo, mientras Giezi busca satisfacer su codicia, se ve tan superado por su codicia que, en el momento, pierde todo sentimiento de la presencia del Dios omnisciente.

Así, Giezi abandona la presencia del profeta bajo el juicio de Dios; del mismo modo, más adelante, un pecador aún mayor abandonaría la presencia del Señor en la noche (Juan 13:30) y Ananías y Safira caerían muertos bajo el juicio del Espíritu Santo.

 


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