La bienaventurada esperanza
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La esperanza personal del regreso del Señor La esperanza de la Iglesia
Temas:El pueblo de Dios tiene la fuerte sensación de que el día de gracia está llegando a su fin. Con las palabras del profeta, podemos decir: «Va cayendo ya el día, que las sombras de la tarde se han extendido» (Jer. 6:4). El cristiano puede añadir, con el apóstol: «La noche está muy avanzada y el día se acerca» (Rom. 13:12).
Incluso los hombres del mundo sienten una vaga inquietud ante la proximidad de una gran crisis. No saben qué forma tomará ni cómo afrontarla. Pero los cristianos que tienen la Biblia en sus manos, a Cristo en sus corazones y al Espíritu Santo como guía no se quedan a oscuras. Saben que Cristo viene y que vendrá pronto. Nos damos cuenta de la profunda necesidad de este triste mundo, y sabemos que todos los esfuerzos humanos por satisfacerla son vanos. Reyes y dictadores, parlamentos y comités pueden, por un tiempo y hasta cierto punto, aliviar la angustia local, pero no pueden eliminar la miseria universal de un mundo sometido al pecado y a la muerte. Ninguna conferencia, liga o tratado pondrá fin a las penas de los judíos, al desgobierno de los gentiles o a la corrupción de la cristiandad.
Solo Uno puede curar todos los males, acabar con los dolores de la tierra, detener los suspiros de la creación, mantener la gloria de Dios y traer la bendición universal al hombre. Nos demos cuenta o no, la gran necesidad del judío, del gentil y de la Iglesia es la venida de Cristo; como a veces cantamos:
“Señor, Señor, tu hermosa creación suspira.
El aire, la tierra, el mar,
al unísono con todos nuestros corazones,
Te invocan en voz alta”.
El estado del pueblo profeso de Dios, en estos últimos tiempos, puede apagar nuestros corazones y humillarnos en el polvo. Está prefigurado por la situación del pueblo de Dios en los últimos días de la historia del Antiguo Testamento, pues la historia es extrañamente repetitiva. En aquel tiempo, Israel estaba completamente quebrantado: el remanente que había regresado del cautiverio había fracasado por completo. Pero en medio de toda esta corrupción, unas pocas almas piadosas temían al Señor, pensaban en su nombre y hablaban entre sí. Una cosa los caracterizaba por encima de todo: esperaban la venida de Cristo. No trataban de mejorar el mundo, no pensaban en arreglar las cosas en Israel, no pretendían ser nada por sí mismos, sino que esperaban que el Hijo de Dios, el Sol de Justicia saliera con la curación en sus alas. Su única esperanza era la venida de Cristo. Entre ellos todo era debilidad; detrás de ellos todo era bancarrota; alrededor de ellos todo era corrupción; pero ante ellos estaba la gloria que acompañaría la venida de Cristo.
En muchos sentidos, su posición ilustra la del pueblo de Dios hoy. El judío ha crucificado a su Mesías y ha sido dispersado por el mundo; el gentil ha fracasado tanto en su gobierno que la civilización parece a punto de perderse en un torbellino de corrupción y de violencia; la Iglesia ha fracasado por completo en su responsabilidad como testigo de Cristo; y aquellos que, en medio de la ruina, han intentado responder a la mente de Dios, se han derrumbado por completo. El fracaso del hombre es absoluto e irremediable. Pero nos queda la única esperanza. Cristo viene; y a pesar de todos los fracasos a nuestras espaldas y a nuestro alrededor, la gloria está ante nosotros.
Si, pues, la venida de Cristo es la gran esperanza que está puesta ante nosotros para alentarnos y consolarnos en este día de ruina, haríamos bien en examinar las Escrituras, no para tratar en vano de fijar una fecha para su venida, ni para gratificar el placer carnal de escudriñar el futuro, sino para despertar nuestros afectos por Aquel que viene.
Comencemos con los pasajes que establecen el hecho de que el Señor Jesús vendrá a reinar en gloria, y que sus santos vendrán con él. Luego veremos los pasajes que nos dicen cómo los santos serán llevados a Cristo, para venir con él.
En la última Epístola del Nuevo Testamento, Judas nos lleva de vuelta al primer libro de la Biblia y nos dice que el mundo se había convertido en apóstata menos de 700 años después de la creación del hombre. En tiempos de Enoc, el mundo se acercaba al diluvio. No había esperanza de recuperación para el mundo apóstata; en vista del juicio venidero, se da la primera gran profecía de la venida de Cristo. Enoc dijo: «He aquí, que vino el Señor con sus santas miríadas» (Judas 14). El mundo pasa al juicio, los santos son preservados para venir con Cristo en su gloria.
Pasemos al profeta Zacarías. Profetiza el día de la ruina de Israel, al final de la historia del Antiguo Testamento. No da ninguna esperanza de la restauración de la nación; pero, en vista de otra gran crisis, se vuelve a dar a los santos la esperanza de la venida de Cristo. Dice: «Y vendrá Jehová mi Dios, y con él todos los santos» (Zac. 14:5). Una vez más, el mundo pasa al juicio, pero los santos son preservados para venir con Cristo.
Ahora escuchemos el testimonio del apóstol Juan en Apocalipsis 19:11-16. Sus declaraciones proféticas ponen fin al testimonio del Nuevo Testamento. Juan habla en vista de otra gran crisis en la historia del mundo: el colapso total de las naciones y del cristianismo. Como en los días de Enoc antes del fin del Viejo Mundo, y como en los días de Zacarías antes del fin del Antiguo Testamento, así en los días que cerrarán el curso de este mundo presente, solo hay esperanza en la venida de Cristo; cuando «el cielo se abra» y el «Rey de reyes» salga (vean Apoc. 11:19; 17:14), los ejércitos del cielo le seguirán. Así pues, de nuevo se nos dice que el mundo actual corre hacia el juicio, pero que los santos son preservados para venir con Cristo.
Para quienes reciben la Palabra de Dios, estos pasajes, como muchos otros que podrían citarse, prueban sin lugar a duda que el Señor Jesús vendrá a la tierra por segunda vez, con poder y gloria, y que sus santos vendrán con él. Sin embargo, puesto que desde el principio de la historia hasta nuestros días han muerto generaciones de santos y sus cuerpos han sido depositados en la tumba, y en la actualidad millones de creyentes viven en la tierra mientras Cristo está en el cielo, surge naturalmente la pregunta de cómo se unirán los santos a Cristo para venir con él.
Esta importante cuestión se dejó plantear muy pronto en la historia de la Iglesia, para que tuviéramos una respuesta inspirada por el apóstol Pablo. La Primera Epístola a los Tesalonicenses fue escrita para darnos esa respuesta. En el capítulo 1 de esa Epístola se nos dice que los santos tesalonicenses se volvieron «de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y para esperar de los cielos a su Hijo, al que ha resucitado de entre los muertos, a Jesús, que nos libra de la ira venidera». Cuando Cristo aparezca por segunda vez, vendrá con ira para juzgar a las naciones que le han rechazado y liberar al remanente de su pueblo, que ha sufrido persecuciones por causa de su nombre. En sus persecuciones, estos tesalonicenses estaban sostenidos por la esperanza de la respuesta gloriosa a todos sus sufrimientos cuando Cristo aparezca: la de participar con él en las glorias del Reino.
Esta esperanza no se vería defraudada; pero a medida que pasaba el tiempo y se retrasaba la venida de Cristo, algunos de ellos se «durmieron». Les inquietaba la idea de que los santos muertos pudieran perderse todas las bendiciones y glorias del reino de Cristo, que disfrutarían los que estaban vivos en la tierra cuando Cristo apareciera. Probablemente no dudaban de su bendición eterna, ni de que disfrutarían de las bendiciones celestiales de la Casa del Padre, pero temían perderse las glorias del Reino. El apóstol responde a esta dificultad en el capítulo 4 de la Epístola. Comienza tranquilizándolos acerca de los que les habían sido arrebatados. No quiere que estemos en la ignorancia respecto a los que duermen (v. 13).
Estos santos estaban en la ignorancia, lo que les causaba dolor. El apóstol quiere disipar sus tinieblas y enjugar sus lágrimas. Por eso toma el único medio eficaz para disipar las nubes y poner fin a la tristeza: presenta a Cristo. Les recuerda que Jesús murió y resucitó: su muerte y resurrección es el gran modelo para los que duermen. La resurrección de Cristo fue un secreto; también lo será la resurrección de sus santos dormidos. Así como creemos en una, podemos creer en la otra. Sin que el mundo lo sepa, serán resucitados para que Dios pueda llevarlos con Jesús (1 Tes. 4:14).
Pero la pregunta sigue siendo: ¿Cómo estos santos resucitados y los que están vivos serán llevados a estar con el Señor, para que puedan venir con él? El apóstol responde a esta pregunta en el paréntesis de los versículos 15 al 18. El apóstol subraya la importancia de este pasaje especificando que habla «por Palabra del Señor…». Sabemos que todas sus Epístolas son inspiradas, pero algunas verdades son de tan especial importancia que las introduce recordándonos que habla por revelación especial. La verdad del Evangelio, la verdad del Misterio, la Cena y, aquí, la verdad del arrebato de los santos, son todas introducidas de esta manera (Gál. 1:12; 1 Cor. 11:23; Efe. 3:3; 1 Tes. 4:15).
Este es quizás el único pasaje que nos dice directamente cómo seremos llevados al Señor. Hay, sin embargo, otros 2 textos a los que podemos referirnos útilmente antes de examinar este pasaje.
El primero es 1 Corintios 15:51-53. En este capítulo, el gran tema es la resurrección. No se menciona la venida del Señor, pero sabemos por 1 Tesalonicenses 4 que los acontecimientos de los que se habla en estos versículos tendrán lugar en su venida. El apóstol dice: «Mirad, os digo un misterio», y luego revela el secreto: «No todos dormiremos, pero todos seremos cambiados». El hecho de que íbamos a venir con el Señor no era ningún secreto, pues, como hemos visto, Enoc y los profetas habían hablado de este gran acontecimiento. Pero ningún profeta había sugerido que los santos nunca morirían. Este era un secreto reservado para los tiempos del Nuevo Testamento. Pero si no todos morirán, todos serán cambiados. Los santos dormidos «resucitarán incorruptibles» y los cuerpos mortales de los vivos se «revista de inmortalidad». Pero hasta aquí llega el pasaje. Si solo tuviéramos este pasaje, no sabríamos en qué seremos transformados, ni qué nos sucederá cuando seamos transformados. Así que este es el primer paso en el gran evento que nos llevará a estar con Cristo. «Todos seremos cambiados».
El segundo pasaje es Filipenses 3:20-21. Dice así: «Esperamos al Salvador, el Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro cuerpo de humillación en la semejanza del su cuerpo glorioso». Este pasaje arroja más luz sobre este acontecimiento trascendental. 1 Corintios 15 dice que seremos transformados. Este pasaje dice que seremos transformados a la semejanza de Cristo. No solo seremos moralmente como él, sino que tendremos cuerpos gloriosos como el suyo. A la luz de esta revelación, podemos preguntarnos: ¿por qué esta maravillosa gracia? ¿Por qué nosotros, pobres pecadores, vamos a tener nuestros cuerpos humildes modelados como su cuerpo glorioso? Oh, conocemos la respuesta: seremos como él, para poder ser testigos eternos del valor de su Persona y de la eficacia de su obra. Pensemos en el pobre malhechor en la cruz, pensemos en el orgulloso fariseo Saulo de Tarso que odiaba a Cristo, pensemos en el día venidero cuando veamos a estos hombres en el cielo como santos glorificados, ¿no veremos la impresionante eficacia de la obra de Cristo que elimina todo rastro de pecado, y permite a estos hombres estar transformados a semejanza de Cristo? Y lo que es verdad para estos hombres será verdad para todos los santos en esa gran escena de gloria. Cuando salgamos a su semejanza, será según las riquezas de su gracia y para alabanza de la gloria de su gracia.
Así que en Filipenses aprendemos que seremos transformados a la semejanza de Cristo, pero no dice lo que sucederá cuando seamos transformados. Para conocer esta otra verdad, debemos volver a 1 Tesalonicenses 4, donde dice: «el Señor mismo… descenderá del cielo» (v. 16). Aquí tenemos la feliz indicación de que el Señor viene por nosotros. El lenguaje es muy explícito. No dice simplemente que el Señor descenderá, sino que el Señor mismo descenderá. Esto está en consonancia con las propias palabras del Señor a sus discípulos. «Vendré otra vez, y os tomaré conmigo» (Juan 14:3). No vendrá acompañado del gran ejército de sus santos ángeles, como cuando vino a la tierra. Vendrá solo al encuentro de sus santos, como, en el bello ejemplo de Isaac, sale solo al anochecer al encuentro de su esposa que acaba de regresar de su viaje por el desierto.
Notemos que no desciende a la tierra, como hará cuando aparezca para reinar, y que sus pies volverán a posarse sobre el monte de los Olivos. Sí, dice que descenderá, pero dice muy precisamente «del cielo» y no «a la tierra».
Es más, se nos dice que en el momento de su venida habrá una triple llamada: el grito de reunión, la voz del arcángel y la trompeta de Dios. Según 1 Corintios 15, la trompeta de Dios resucita a los santos dormidos. La voz del arcángel no significa que el arcángel esté presente o que hable. La verdadera traducción es «con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios» (1 Tes. 4:16), no hay artículo delante de arcángel y trompeta. Es simplemente una característica de la voz del Señor. Habla así, con voz de arcángel; puede ser que sea esta voz la que cambia a los santos vivos, como la trompeta de Dios resucita a los muertos. Luego, con el grito de reunión, reúne a las 2 categorías de santos y los llama hacia sí.
Con sus santos reunidos, somos arrebatados juntos. Qué bendición es saber que, en ese momento feliz, tan cercano, todo lo que ha dividido a los santos desaparecerá, y las humillantes divisiones que han desgarrado a la Iglesia y dispersado al pueblo de Dios desaparecerán para siempre. Por fin, por un breve instante, al parecer, en el escenario mismo de todos los fracasos, su pueblo se reunirá. Porque no será en pequeñas compañías o grupos de santos que seremos arrebatados. No será un arrebato parcial por desprendimientos, como algunos falsamente enseñan hoy; la Palabra dice: «Nosotros… seremos arrebatados con ellos».
También aprendemos que la reunión tendrá lugar en el aire. Qué feliz conclusión: «Estaremos siempre con el Señor». Es el Señor quien nos reunirá, y es el Señor quien nos mantendrá unidos; nunca más estaremos separados unos de otros ni del Señor. El apóstol dice: «Consolaos, pues, los unos a los otros con estas palabras».
Así pues, aquí tenemos el misterio de su venida, el arrebato secreto de los santos, que los arrebata de la tierra para que se encuentren con Cristo en el aire, para estar con él cuando venga.
Sin embargo, este gran pasaje no va más allá del encuentro en el aire. No dice nada de lo que ocurre después de ese maravilloso encuentro. Juan 14:1-3 habla de otra etapa en nuestro camino hacia la gloria del Reino. Aquí el Señor nos dice que ha ido a prepararnos un lugar en la Casa del Padre y que volverá para llevarnos consigo. Este encuentro tendrá lugar en el aire, según 1 Tesalonicenses 4. Después de recibirnos, nos conducirá a la Casa del Padre, como dice con tanta bendición: «para que donde yo estoy, vosotros también estéis» (Juan 14:3). Nos conduce por el camino de la vida que él mismo ha recorrido y que lleva a la plenitud del gozo y “a las delicias que hay a su derecha para siempre”, en la Casa del Padre.
La última etapa del camino hacia la gloria será cuando Cristo venga a reinar. En su primera venida, vino en humillación y debilidad. En su segunda venida, los cielos se abrirán y aparecerá como Rey de reyes y Señor de señores. Le acompañarán sus poderosos ángeles, le seguirán los ejércitos del cielo y se cumplirá la profecía de Enoc: «He aquí, que vino el Señor con sus santas miríadas» (Judas 14).
Estas son las etapas de nuestro camino hacia la gloria: primero, el encuentro con el Señor en el aire; después, el paso a los gozos de la Casa del Padre; finalmente, la salida con Cristo para compartir su reino y su trono.
Esta es la bendita esperanza que tenemos ante nosotros:
- el gozo de la presencia del Señor,
- la plenitud de la Casa del Padre,
- la gloria del reino eterno.
Podemos añadir que más allá, en la eternidad, está el estado eterno con el nuevo cielo y la nueva tierra donde Dios será todo en todos.
Puesto que esperamos estas glorias venideras, podemos decir: «¡Qué clase de personas es necesario que seáis en santa conducta y piedad, esperando y apresurando la venida del día de Dios!» (2 Pe. 3:11-12).