Índice general
La Esposa del Cordero
Autor: Tema:
0 - Introducción
Todo creyente instruido es consciente de que la Iglesia –o Asamblea de Dios– está compuesta por todos los creyentes unidos a Cristo en la gloria, por el Espíritu Santo en la tierra. Además, que la Iglesia surgió con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, y se completará con la venida del Señor, en el arrebato.
Sabemos también que la Iglesia es vista bajo diferentes aspectos, y presentada mediante varias figuras, en el Nuevo Testamento. Se la considera como un solo rebaño (Juan 10:16); como la Casa de Dios (1 Tim. 3:15); como un solo Cuerpo (1 Cor. 12:12-13); y, por último, como la Esposa del Cordero (2 Cor. 11:2; Apoc. 21:9).
En cada caso se trata de la misma compañía de personas, pero vista de diferentes maneras para presentar diferentes verdades. Como rebaño, la Asamblea es vista como compuesta por todos los creyentes unidos por el atractivo poder de Cristo como el único Pastor, que guía a su pueblo a través de este mundo desierto, salvándolos del enemigo, protegiéndolos de todo peligro y conduciéndolos a verdes pastos. Como Casa de Dios, la Asamblea es vista como la morada de Dios (el Espíritu Santo) en la tierra, donde se mantiene la verdad y se da testimonio al mundo de la gracia de Dios. Como Cuerpo, del cual Cristo es la Cabeza, la Asamblea es vista como una compañía de personas sustentadas por la Cabeza, y en el cual se manifiesta toda la plenitud de Cristo.
Como Esposa del Cordero, la Iglesia es vista como totalmente para Cristo, el objeto de su amor, cuidado y deleite. Este es el aspecto de la Iglesia que deseamos considerar brevemente. Es un aspecto de la Iglesia que, de un modo especial, pone de manifiesto el amor de Cristo, y por esta razón apela muy directamente a nuestros corazones.
No hay relación más íntima que la del esposo y la esposa. De ahí la perfecta idoneidad de estas figuras para exponer el amor de Cristo por su Iglesia. Brevemente podemos decir que el Espíritu de Dios se ha servido de esta relación, la más íntima de todas, para exponer:
- Primero, la Iglesia como objeto del amor, cuidado y deleite de Cristo.
- Segundo, que la Iglesia es un objeto adecuado para que Cristo ame.
- Tercero, que la Iglesia será una compañera adecuada para compartir con Cristo las glorias venideras de su reino. Todo lo que herede el Esposo lo heredará la Esposa. La compañera de sus sufrimientos en el día de su rechazo será la compañera de su trono en el día de su gloria. Cuando Cristo reine sobre toda la tierra, ella reinará con él.
1 - Cristo y su Esposa (Efesios 5:22-32)
En esta porción muy práctica de la Epístola a los Efesios, el apóstol nos exhorta en cuanto a la conducta propia de los creyentes en la relación matrimonial. Al hacerlo, muestra el carácter íntimo de la relación. Hay otras relaciones en la vida, como padres e hijos, hermanos y hermanas, pero en ninguna relación el vínculo es tan estrecho como en la de marido y mujer. El apóstol dice: «los dos serán una sola carne» (v. 31); y vuelve a decir: «así deben los maridos amar a sus propias mujeres, como a sus mismos cuerpos» (v. 28). Son considerados como una sola cosa; de ahí que el apóstol argumente que para un hombre odiar a su mujer, sería odiar a su propia carne, algo inaudito. En cambio, amar a su mujer es amarse a sí mismo.
Para reforzar estas exhortaciones y mostrar el verdadero carácter de esta relación temporal entre marido y mujer, el apóstol se refiere a la relación eterna entre Cristo y su Iglesia. Esto conduce a un desarrollo muy hermoso del amor de Cristo por su Iglesia, visto bajo la figura de una novia, de la cual Eva, en el jardín del Edén, es usada como un tipo sorprendente. El apóstol nos presenta el amor de Cristo que asegura a la Esposa para sí; luego, poseyéndola, el amor que la moldea a su medida; y finalmente, habiéndola preparado, el amor que la presentará para sí.
En primer lugar, leemos: «también Cristo amó a la iglesia y sí mismo se entregó por ella» (v. 25). La fuente de toda bendición para la Iglesia es el amor voluntario e inmerecido de Cristo. Él amó a la Iglesia con un amor perfecto, divino e infinito antes de que existiera. No murió primero por ella, la purificó y luego la amó, sino que primero la amó y murió por ella y luego la purificó. Y amándola se entregó por ella. No solo hizo algo por ella, no solo renunció a algo por ella. Su amor fue mucho más allá de hacer algo o renunciar a algo por la Iglesia. Su amor llegó hasta el extremo: se entregó él mismo. Todo lo que él es en sus infinitas perfecciones; nada se contuvo. Sí mismo se dio; no podía dar más. Y al darse sí mismo por la Asamblea, la asegura para sí y la posee por un título perfecto. La Iglesia existe realmente como resultado de la obra de Cristo. Él ha comprado la Iglesia para sí. Por lo tanto, aunque el matrimonio aún no ha tenido lugar, la relación entre Cristo y la Iglesia ya existe. La Iglesia no es una compañía de personas que están siendo puestas a prueba por mandamientos que tienen que obedecer para ganar la relación. Cristo nos ha traído a la relación consigo mismo, totalmente por su propia obra, el fruto de su propio amor. Las responsabilidades y privilegios de la Iglesia fluyen de la relación que ya se ha formado. Pertenecemos a Cristo, y es nuestro privilegio, así como nuestra obligación, ser enteramente suyos, y totalmente para él. Cristo, no necesitamos decirlo, ha sido siempre fiel en su amor inmutable, aunque, ¡ay!, ¡Cuánto ha fallado la Novia en su devoción al Señor!
En segundo lugar, habiendo presentado tan conmovedoramente el amor de Cristo al entregarse por la Iglesia en el pasado, el apóstol procede a hablar de las actividades del amor de Cristo por su Esposa en el presente. Nos dice que Cristo la ha asegurado «para santificarla, purificándola con el lavamiento de agua por la Palabra» (v. 26). El amor que mediante la muerte aseguró a la Esposa está ahora ocupado en prepararla para la suprema felicidad de tenerla consigo en la gloria. El Señor quiere hacer de ella un objeto adecuado para su amor y capaz de responder al mismo. Con este fin, el amor se ocupa de santificar y purificar a la Novia. La purificación no es para que le pertenezcamos a él, sino porque somos suyos; y siendo suyos, quiere que seamos apropiados para él. Él nos quiere en afecto devotos, apartados enteramente para él y limpios de todo lo que le es contrario.
El medio usado para lograr esto es «el lavamiento de agua por la Palabra». El Señor expresa esto en su oración al Padre cuando pide: «Santifícalos en la verdad; tu palabra es [la] verdad… por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad» (Juan 17:17 y 19). El Señor se pone aparte en el cielo, para que, como Esteban, podamos mirar a través de los cielos abiertos y encontrar en Cristo en la gloria, un objeto santificador. Contemplándole en la gloria vemos lo que él quiere que seamos, y mirando la gloria del Señor somos transformados en la misma imagen de gloria en gloria, y así nos percatamos del poder transformador de un objeto perfecto. También la «Palabra», al dirigir nuestra mirada a Cristo, nos da una verdadera revelación de las perfecciones de aquel a quien contemplamos, de modo que no se nos deja a ninguna imaginación sentimental de nuestro propio corazón. Por otra parte, la Palabra detecta y condena en nosotros, y a nuestro alrededor, todo lo que es contrario a Cristo y al lugar donde él está.
¡Qué valor da esto a la «Palabra»! Porque es la «Palabra» de la que él se sirve para la purificación de su Iglesia. Qué confianza debería dar esto al aplicarla a nuestras propias almas, o al ministrarla unos a otros –la confianza de que estamos usando lo que en gracia él usa.
A la luz de esta Escritura que nos descubre en qué está ocupado Cristo desde su lugar en el cielo, bien podemos examinar nuestros corazones respecto a en qué estamos ocupados aquí abajo. Al presentarse en la parte práctica de la Epístola, este despliegue del amor de Cristo por su Esposa está destinado a tener un efecto muy práctico en nuestras vidas. La pregunta para todos nosotros es: ¿Tenemos ante nuestros corazones lo que Cristo tiene ante el suyo? ¿Deseamos ser adecuados para él y capaces de disfrutar y responder a su amor incluso ahora, para que, en el tiempo de su ausencia, podamos ser fieles a Cristo como una novia que espera a su prometido ausente?
En tercer lugar, las actividades presentes del amor de Cristo por su Novia son en vista de lo que aún está por venir –«las bodas del Cordero» (Apoc. 19:7)– cuando él se presentará la Iglesia a sí mismo, una Iglesia gloriosa, «que no tenga mancha, ni arruga, ni nada semejante, sino santa e inmaculada» (Efe. 5:27). No es solo que la Iglesia estará en gloria, sino que será «gloriosa». Será como Cristo, apta para su gloriosa presencia. Así, él aseguró a su Novia por sí mismo; él la está preparando para sí mismo; y se la presentará a sí mismo. Su amor es la fuente de todo, y lo que el amor comenzó en la cruz, el amor lo completará en la gloria.
Sin embargo, hay otra verdad importante sobre Cristo y la Iglesia en este instructivo pasaje. El apóstol procede a decirnos que Cristo la nutre y cuida, tratándonos como «miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos» (Efe. 5:30). Esto nos presenta otra preciosa verdad, distinta de la que hemos estado considerando. Hemos visto que Cristo está preparando a su Novia para el cielo; ahora aprendemos que también está cuidando de ella en la tierra. La santificación y la purificación son en miras a la presentación en la gloria; la nutrición y el cuidado se refieren a nuestro peregrinaje en la tierra. Su amor no solo mira hacia la gloria, sino que vela por nosotros mientras atravesamos este mundo oscuro del que él está ausente, en nuestro camino hacia la gloria. Él conoce las circunstancias en que nos encontramos, las pruebas que tenemos que superar, nuestras debilidades y flaquezas, y en todas ellas cuida de nosotros y satisface nuestras necesidades; y así es como nos sustenta. Pero también nos estima; es decir, no solo satisface nuestras necesidades, sino que lo hace como si fuésemos muy preciados a sus ojos.
Para darnos una idea de lo preciosos que somos a sus ojos –del valor que él da a su Asamblea– habla de nosotros como miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Es decir, nos considera como a sí mismo, pues la carne del hombre es él mismo. De modo que al cuidar de su Asamblea está cuidando de sí mismo. Por eso puede decirle a Saulo: «¿Por qué me persigues?» (Hec. 9:4). En efecto, Saulo perseguía a la Iglesia, pero al hacerlo perseguía a Cristo.
Qué precioso es, como ha dicho otro, que “las carencias, las debilidades, las dificultades, las angustias de la Asamblea no son más que oportunidades para Cristo de ejercer su amor. La Asamblea necesita ser alimentada, como nuestros cuerpos; y él la alimenta. Ella es el objeto de sus tiernos afectos; él la cuida. Si el fin es el cielo, la Asamblea no queda desolada aquí. Ella descubre Su amor donde su corazón lo necesita. Ella lo disfrutará plenamente cuando la necesidad haya pasado para siempre”.
2 - La Esposa en los consejos de Dios (Génesis 2)
El pasaje que hemos estado considerando en Efesios 5, se cierra con una cita del final de Génesis 2, donde leemos, después de que Eva ha sido formada y presentada a Adán: «Por esto, el hombre dejará a padre y a madre, y se unirá a su mujer; y los dos serán una sola carne» (Efe. 5:31). Después de citar este pasaje, el apóstol, en Efesios 5, añade inmediatamente: «Este misterio es grande; pero yo lo digo con respecto a Cristo y a la Iglesia» (Efe. 5:32). Esto ciertamente nos autoriza a decir que en Adán y Eva tenemos un hermoso tipo de Cristo y su Iglesia.
En el jardín del Edén, con todas sus disposiciones divinamente ordenadas, no solo aprendemos lo que hay en el corazón de Dios para el hombre, sino también lo que hay en el corazón de Dios para Cristo. Adán no era el hombre del propósito de Dios; era solo una figura de aquel que había de venir. Podríamos preguntarnos ¿por qué se creó esta tierra con todas sus maravillas? Ahora que el misterio de Cristo y su Iglesia ha sido revelado, tenemos la respuesta de Dios; y en la imagen, su respuesta se da directamente cuando la creación se ha completado, y antes de que llegara el pecado. La respuesta de Dios es Cristo y la satisfacción de su corazón. Es cierto que la Iglesia fue premeditada antes de la fundación del mundo, porque el pensamiento sobre la Iglesia nos remonta al propósito eterno de Dios y nos lleva a la eternidad. Pertenece a la eternidad, aunque el tiempo y la creación se utilicen para traer la Iglesia a la existencia. La Iglesia no fue una idea tardía de Dios. La creación fue lo primero en el tiempo, pero la Iglesia fue lo primero en los designios de Dios, como podemos deducir con seguridad de Efesios 3, donde leemos que Dios «creador de todas las cosas, para que ahora sea dada a conocer a los principados y a las potestades, en los lugares celestiales, la multiforme sabiduría de Dios por medio de la iglesia, conforme al propósito eterno que realizó en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Efe. 3:9-11). Formada la Iglesia, «los cielos y la tierra de ahora» (2 Pe. 3:7) pasarán, a su debido tiempo, y la Iglesia permanecerá para gloria de Dios y satisfacción del amor de Cristo hasta los siglos de los siglos.
Aunque veamos a Cristo y a la Iglesia presentados en un cuadro, debemos recordar que Eva simboliza a la Iglesia como la Esposa de Cristo. Como hemos visto, hay otros aspectos de la Iglesia, pero juzgamos que este es el concepto más elevado, el más cercano al corazón de Dios y el más querido para el corazón de Cristo, pues en él aprendemos que Dios se ha propuesto encontrar un objeto que es enteramente adecuado para el amor de Cristo. En la Iglesia como Esposa vemos, no solo una compañía de personas que encuentran en Cristo un objeto satisfactorio para sus corazones, sino, una compañía de personas que se convierten en un objeto adecuado para el amor de Cristo. Esta es la maravilla y la bendición de la Iglesia vista como la Esposa de Cristo. No es de extrañar que la Iglesia encuentre en Cristo un objeto de amor, pero que en la Iglesia se encuentre un objeto enteramente adecuado para que Cristo lo ame, es en verdad una gran maravilla.
Con este gran pensamiento abre Dios su libro y con ese mismo pensamiento lo cierra. Dios nunca abandona lo que comienza. El Génesis se abre con un cuadro que revela este pensamiento de su corazón; y aunque el pecado y la muerte estropean la creación de Dios, y, en la larga y triste historia del fracaso del hombre y la ruina de la Iglesia en responsabilidad, el cuadro se desdibuja e incluso se pierde de vista; al final, este gran pensamiento de Dios emerge a la luz, y en el Apocalipsis se nos permite una vez más ver a Jesús deleitándose en su Esposa y a la Esposa esperando a Jesús.
Mirando brevemente el cuadro de Génesis 2, tenemos en la primera parte del capítulo una descripción del huerto de las delicias que Dios proporcionó al hombre. Edén significa “placer”. Es el deleite de Dios proveer para el placer de su criatura. Así, encontramos en el huerto «todo árbol delicioso a la vista», para proporcionar todas las cosas bellas; hay todo árbol «bueno para comer» (Gén. 2:9), para satisfacer todas las necesidades del hombre; está el árbol de la vida para dar la capacidad de disfrutar de la escena; y está el árbol de la ciencia del bien y del mal con su prohibición, para que todo este jardín de delicias pudiera disfrutarse en relación con Dios expresada por la obediencia a él.
Una vez formado este escenario de belleza, el hombre es colocado en el huerto para cuidarlo y conservarlo. Sin embargo, por hermosa que sea la escena, no alcanza la perfección; y por esta razón, el hombre está solo. Su entorno era perfecto, su posición era suprema, estaba muy por encima de la creación inferior, pero estaba solo, y no es bueno que el hombre esté solo. Había de todo allí para el deleite de sus ojos; había de todo allí para sostener la vida; tenía la capacidad para disfrutar de su entorno: pero en toda aquella escena de belleza y abundancia, no había un objeto que pudiera satisfacer su corazón, pues no había nada allí, desde lo más grande a lo más pequeño, que pudiera responder al amor de su corazón. El hombre estaba solo.
Pero otra escena se levanta ante nuestras almas. Una escena que no es más que un hermoso presagio: una escena en la que el pecado nunca puede entrar. Por perfecto que fuera el huerto en sí mismo, estaba expuesto a la intrusión de un enemigo, y sabemos ciertamente cuán pronto entró y trajo el pecado, la muerte y la ruina a este jardín de delicias. Pero el hogar que presagia no es solo un lugar de perfección infinita y deleite eterno, sino que allí “engaño nunca puede entrar, pies manchados de pecado nunca han pisado”, una escena donde no habrá más muerte, tristeza, llanto, ni dolor alguno. Estas cosas no están allí, y nunca pueden entrar allí, porque han pasado. Pero Jesús está allí, el Hijo del hombre será supremo en ese reino de gloria, y no podemos decir que estará allí para cuidarlo y guardarlo; porque todo el adorno de esa escena, así como su seguridad eterna, serán el resultado de su propia obra.
Ningún rastro del mal de la naturaleza,
Ningún toque de la ruda mano del hombre
Jamás perturbará en derredor
Esa radiante y dichosa tierra.
Los encantos que atraen los sentidos
Serán tan brillantes como hermosos,
Porque todos, mientras respiran a nuestro alrededor
Hablarán de Jesús allí.
Pero, aun si él estuviera allí solo, ¿estaría satisfecho su corazón? ¿Estaríamos satisfechos de encontrarnos en una escena de infinita perfección y santidad, si Jesús no estuviera allí? ¿Y estaría él satisfecho si nosotros no estuviéramos allí? Una escena de perfección infinita no satisfaría el corazón: debemos tener un objeto para el corazón, y ¿no debe él tener un objeto para su corazón? Pero ¿cómo conseguir ese objeto? Esto lo aprendemos al ver la forma en que Dios proveyó una ayuda para Adán.
Inicialmente, aprendemos que la que ha de ser su ayudante debe ser su “equivalente” o “su semejante”, pues así debemos leer las 2 últimas palabras del versículo 18 [1]. La que puede satisfacer el corazón de Adán debe ser “su semejante”, y por lo tanto tener los mismos pensamientos y afectos, y ser capaz de responder a su amor. Pues el amor solo puede satisfacerse con un objeto que responda al amor.
[1] Nota del traductor: Las 2 últimas palabras a las que se refiere el texto en Génesis 2:18 (versión Darby en inglés) son “his like”, que significan “su semejante”.
El resto de la creación pasa ante Adán. Él le da a cada cosa un nombre, no un nombre de fantasía, porque en la Escritura el nombre denota la característica distintiva de lo que se nombra. Por eso, al nombrar a los animales, vemos que Adán tenía un conocimiento perfecto de ellos. Pero con este pleno conocimiento no logra encontrar ni uno que sea “su semejante”. En toda la creación no había ninguno que pudiera compartir sus pensamientos, sentir como él sentía y responder a su amor. Él estaba en un plano inconmensurablemente más elevado que la creación animal.
Por eso, para que “su semejante” existiera, tuvo que haber una nueva intervención de Dios, y en esta nueva obra se ven claramente 3 cosas:
- Primero, Eva fue tomada de Adán.
- Segundo, Eva fue formada para Adán.
- Tercero, Eva fue presentada a Adán.
Aquí entonces tenemos en cuadro las 3 grandes verdades que han estado ante nosotros en Efesios 5. Primero, si Eva iba a ser su semejante, debía ser tomada de Adán. De ahí el sueño profundo y la costilla tomada de Adán, a partir de la cual se creó la mujer. Así también, si Cristo ha de tener a su Esposa –una que sea semejante a él, que pueda responder a su amor–, ella debe surgir de él mismo. Debe entrar en el sueño profundo de la muerte o permanecer para siempre solo; «si el grano de trigo cayendo en tierra no muere, queda solo» (Juan 12:24). «Cuando él se entregue a sí mismo como ofrenda de expiación, verá a su descendencia» (Is. 53:10 RVA2015). Su «descendencia» o simiente, que debe ser su semejante, es el resultado de su muerte, y el amor estaba detrás de su muerte, pues leemos: «También Cristo amó a la iglesia y sí mismo se entregó por ella» (Efe. 5:25).
Más adelante leemos que, «de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer» (Gén. 2:22). Y en relación con la Iglesia, ¿no es esta la obra que está llevando a cabo en la actualidad el Espíritu? Si por la muerte de Cristo, la Esposa –una semejante a él– ha sido asegurada, en el tiempo presente, por la obra del Espíritu, nuestros afectos están siendo comprometidos con Cristo, con el resultado de que Cristo nos santifica y limpia con el lavamiento del agua por la Palabra. Nuestros corazones se ven poderosamente afectados por el amor de Cristo; se forman afectos nupciales resultando en que somos guardados en amor para él y limpiados de todo lo que es impropio de una verdadera y casta esposa.
Por último, está la presentación de la Novia. Eva es traída al hombre. Y Adán dijo: «Esto es ahora [en contraste con el tiempo en que los animales pasaron ante él] hueso de mis huesos y carne de mi carne; esta será llamada Varona, porque del varón fue tomada» (Gén. 2:23). Por fin Adán encuentra una “semejante a él”. Así también se acerca el día en que la Iglesia será presentada a Cristo «la Iglesia gloriosa, que no tenga mancha, ni arruga, ni nada semejante, sino que sea santa e inmaculada» (Efe. 5:27). Habrá surgido de él mismo y, por tanto, será semejante a él. Ella será formada en los afectos de él por el efecto santificador y limpiador de la Palabra y por lo tanto capaz de responder a su amor. Por toda la eternidad Cristo va a tener a su Esposa, semejante a él, una que pueda pensar como él piensa, sentir como él siente, amar como él ama, y por lo tanto una que sea perfectamente adecuada para ser el objeto de su amor. Entonces, ciertamente Cristo estará satisfecho. Verá el fruto de la aflicción de su alma y quedará satisfecho.
¡Oh día de maravillosa promesa!
El Esposo y la Esposa
Se ven en la gloria eterna;
Y el amor está satisfecho.
3 - El llamado de la Esposa (Génesis 24)
El capítulo 24 del Génesis es del más profundo interés para el cristiano, porque en él tenemos un cuadro divinamente dado de lo que está ocupando a cada Persona de la Deidad en el momento presente.
La ocupación con el servicio, la vigilancia constante contra el enemigo y el conflicto por la verdad –implicados por la necesidad del mundo, la creciente corrupción de la cristiandad y el fracaso del pueblo de Dios– pueden absorber tan exhaustivamente nuestros pensamientos que a veces podemos pasar por alto lo que Dios está haciendo a pesar de todo el poder del enemigo, la corrupción y el fracaso. Por eso, no es poca misericordia que Dios nos haya dado este hermoso cuadro que presenta una visión completa de los objetivos y actividades de las Personas Divinas. Así, perdiendo de vista al hombre y su fracaso, nuestras almas pueden deleitarse en Dios y en su propósito, y estar tranquilizadas al darnos cuenta de que, lo que Dios se ha propuesto lo llevará a cabo con toda seguridad, a pesar del fracaso y la oposición.
Para entrar inteligentemente en la enseñanza típica del capítulo, debemos captar la conexión del pasaje con los capítulos que preceden y siguen. Génesis 24 forma parte de la última sección de la historia de Abrahán, que comienza en Génesis 22 y termina en Génesis 25:10. La primera parte de su historia ilustra la vida individual de fe, pero en esta última sección tenemos una visión global de los caminos que Dios dispensa. En Génesis 22 Isaac es ofrecido y recibido de entre los muertos en una figura, un tipo sorprendente de la muerte y resurrección de Cristo. Siguiendo a la ofrenda de Isaac, tenemos en Génesis 23 la muerte de Sara, y Abraham, «extranjero y forastero» (v. 4) en la tierra prometida: todo ello es imagen de la separación, por el momento, de Israel como nación sobre la base de la promesa, como consecuencia de la muerte de Cristo. En el llamamiento de Rebeca, Génesis 24, tenemos figurativamente el llamado de la Iglesia como Novia de Cristo durante el tiempo en que Israel está apartado. Génesis 25 completa el cuadro presentando el matrimonio de Abraham, y los hijos de esta segunda esposa, como representación de la restauración de Israel y la bendición milenaria de las naciones.
Limitando nuestros pensamientos a Génesis 24 tenemos el desarrollo, en un cuadro, del gran misterio de Cristo y la Iglesia. Vemos en él, el propósito de Dios y el camino que toma para cumplirlo.
Tengamos presente, sin embargo, que se trata del propósito de Dios en relación con la Iglesia vista como la Esposa de Cristo. Como hemos visto, este aspecto de la Iglesia presenta el propósito de Dios de tener un objeto totalmente adecuado para que Cristo lo ame. Aquí, pues, en el cuadro tenemos el llamado, adorno y presentación de la Esposa al Esposo en idoneidad para él. La idoneidad moral para el corazón de Cristo, y la respuesta a su amor, son los pensamientos sobresalientes en relación con la Iglesia como Esposa.
Hemos visto que Eva, en la creación, es una imagen de la Esposa de Cristo. Isaac y Rebeca, 18 siglos más tarde, retoman la historia de Cristo y su Esposa. Sin embargo, hay una diferencia, porque en la Escritura no hay meras repeticiones: en Eva vemos a la esposa enteramente como el resultado de una obra divina que la formó y la trajo a Adán; en Rebeca vemos el ejercicio del afecto en la novia – las expresiones de amor que son reclamadas por el siervo. Si Eva nos habla de una obra divina para la Esposa, Rebeca nos habla de una obra divina en la Esposa.
El capítulo comienza con Abraham dando instrucciones a su siervo (v. 1-9). A continuación, la parte principal del capítulo se ocupa del siervo y su misión (v. 10-61). Por último, se cierra con Isaac y su amor por Rebeca (v. 62-67). Así, en tipo, tenemos en la primera sección al Padre y su propósito; en la segunda, al Espíritu Santo y su obra; y en la última, a Cristo y su afecto. Por lo tanto, en la imagen tenemos a cada Persona divina comprometida en encontrar a la Esposa.
3.1 - Primera sección
Primero aprendemos que el pensamiento de una esposa para Isaac se origina en Abraham. Él es quien comienza la historia de Génesis 24. Revela su pensamiento respecto a la esposa para Isaac; instruye a su siervo, y lo envía en su camino. Así aprendemos que el pensamiento de una Esposa para Cristo se origina en el propósito del corazón del Padre. También es el Padre quien envía el Espíritu para traer la Esposa a Cristo (Juan 14:26).
El segundo versículo nos presenta a aquel cuyas actividades forman la parte prominente de la historia: «un criado suyo, el más viejo» de la casa de Abraham. Es muy apropiado que no se mencione su nombre, porque ¿no es un tipo del Espíritu Santo que ha venido, no para hablar de sí mismo, sino para tomar las cosas de Cristo y mostrárnoslas?
Las actividades del Espíritu Santo en este mundo son muchas y variadas, pero en este capítulo el Espíritu Santo está representado como poniendo de manifiesto a la Novia, despertando afectos en ella al desplegar las glorias de Cristo, y luego satisfaciendo esos afectos llevándola a Cristo.
Muy significativas son las indicaciones que el siervo recibe de Abraham y llenas de instrucción para nuestras almas:
1. La esposa de Isaac debe ser apropiada para él y, por lo tanto, no debe ser tomada de entre las hijas de los cananeos (v. 3). Ellas estaban destinadas al juicio y, por consiguiente, eran totalmente inadecuadas para Isaac. Esto demostraría que los tratos con Rebeca no son exactamente una imagen de la gracia de Dios que trae la salvación a los pecadores, sino más bien del amor de Cristo que atrae a los santos. Si se tratara de mostrar la gracia de Dios que alcanza a los más viles pecadores, entonces seguramente las hijas de los cananeos habrían sido las personas a las que el siervo habría sido enviado como en el relato evangélico, en el que Dios toma a una mujer sirofenicia –una hija de Canaán– para mostrar su gracia.
2. De ello se deduce que, para que la esposa sea apropiada para Isaac, debe ser de la familia de Isaac. Así que la dirección al siervo es: «Irás a mi tierra y a mi parentela, y tomarás mujer para mi hijo Isaac» (v. 4). Ya hemos notado que la que debía ser la esposa de Adán tenía que ser “su semejante”, y para obtenerla Adán tuvo que pasar por el «sueño profundo». También Isaac, figurativamente, debe pasar por la muerte –debe ser ofrecido en el monte Moriah– antes de poder conseguir una novia de Mesopotamia. Así Cristo, el gran anti-tipo, el precioso grano de trigo, debe caer en la tierra y morir o permanecer para siempre solo. Cuando su vida sea hecha ofrenda por el pecado, entonces leemos: «Verá linaje» (Is. 53:10). La muerte, que priva al hombre de toda esperanza de descendencia, se convierte en el medio por el cual Cristo asegura su linaje, el cual es su semejante, su parentela, como lo es el celestial, así también lo son los celestiales. Así vemos que la Esposa de Cristo se compone de aquellos que son idóneos en origen mediante una obra divina para ellos, y están en relación con Cristo como su parentela mediante una obra divina en ellos, que produce la fe en Cristo. En la tierra el Señor pudo decir: «Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios, y la cumplen» (Lucas 8:21).
3. Abraham advierte solemnemente 2 veces al siervo que no lleve de vuelta a Isaac a Mesopotamia (v. 6 y 8). En este capítulo, Isaac representa al Cristo celestial y, por eso, después de la ofrenda de Isaac en Génesis 22, su nombre no se menciona hasta el final de Génesis 24. Así como Isaac no debía estar vinculado de nuevo con Mesopotamia, tampoco habrá vínculo con Cristo y el mundo mientras Cristo esté en las alturas y el Espíritu Santo esté aquí llamando a la Esposa para el Cristo celestial. Cuán triste es que la cristiandad haya perdido tan completamente toda idea verdadera del cristianismo, que su mayor esfuerzo sea vincular a Cristo con el mundo que lo ha rechazado. Ignorando el hecho de que Cristo es la piedra rechazada por los constructores de este mundo, tratan de hacer de Cristo la piedra angular, por así decirlo, de sus grandes sistemas religiosos terrenales. El nombre del Señor está unido a sus grandes edificios religiosos, a sus planes de reforma, a sus obras de filantropía y a sus formas de gobierno. En una palabra, el gran esfuerzo es traer a Cristo de vuelta al mundo y unir su nombre a los hombres no salvos e inconversos del mundo con la esperanza de reformar a los hombres y hacer del mundo en el que viven un lugar mejor y más brillante. Difícilmente es posible concebir algo más característico del ingenio del diablo que el hecho de que el mundo intente cubrir su maldad con un barniz de respetabilidad, uniendo a sí mismo el nombre de aquel a quien ha rechazado y clavado en la cruz.
Sin embargo, el creyente instruido sabe por la enseñanza del Nuevo Testamento, así como por el tipo del Antiguo Testamento, que el Espíritu Santo está aquí, no para traer a Cristo de vuelta al mundo, sino para llevar a la Novia fuera del mundo hacia Cristo. Así leemos: «Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de entre ellos un pueblo para su nombre» (Hec. 15:14).
4. Finalmente, Abrahán dice: «Jehová, Dios de los cielos… enviará su ángel delante de ti» (v. 7). El ángel despejaría providencialmente el camino ante el siervo, pero el siervo debía ocuparse personalmente de la novia: «Tú traerás de allá mujer para mi hijo». Tanto el siervo como el ángel estaban totalmente ocupados en encontrar una novia para Isaac. En un día venidero sabemos qué gran papel tendrán los ángeles en la ejecución del juicio en el mundo, pero hoy son «enviados para ayudar a los que van a heredar salvación» (Hebr. 1:14). Como en el cuadro, así de hecho, vemos la diferencia mantenida entre la obra providencial de los ángeles y la obra personal del Espíritu. El ángel del Señor guía a Felipe en su camino hacia el desierto de Gaza, pero el Espíritu guía a Felipe en su trato personal con el eunuco (Hec. 8:26, 29).
Claramente entonces en las instrucciones dadas por Abraham a su siervo, aprendemos la gran misión del Espíritu Santo en este mundo. Él no está aquí para hacer prosperar al cristiano en los negocios, o para hacernos hombres ricos en este mundo, o para hacer del mundo un lugar cómodo para nosotros. No está aquí para eliminar la maldición, ni para acallar el gemido de la creación. No está aquí para hacer que el desierto se regocije y florezca como una rosa. No está aquí para eliminar el dolor, la muerte, la tristeza y las lágrimas. Todo esto Cristo lo hará en un día aún por venir. Tampoco está aquí para convertir al mundo, como algunos piensan. Él está aquí para traer a la luz un pueblo que se adapte a Cristo para el gozo y la satisfacción de Su corazón.
Así, de acuerdo con estas instrucciones, encontramos que en el curso de la historia el siervo no interfiere con las condiciones que prevalecían en Mesopotamia. No intentó alterar su religión, ni mejorar sus condiciones sociales, ni interferir en su gobierno. Su único asunto era encontrar la novia para Isaac. Cuántas desilusiones evitaría el pueblo de Dios si de una vez comprendiera el gran propósito de Dios en el tiempo presente, y la misión especial del Espíritu Santo en este mundo.
Los creyentes a menudo se desilusionan de sí mismos. Deseando hacer alguna gran obra para el Señor, descubren que se les deja hacer algún trabajo silencioso en un rincón escondido, y se desilusionan. También pueden desilusionarse tristemente con la compañía local de santos con quienes caminan. Habían esperado que Dios convirtiera a multitud de personas y llevara a su pequeña congregación a la prominencia como un centro de bendición con la aprobación pública del Señor, y en cambio encuentran debilidad y fracaso, y están desilusionados. Una vez más podemos estar decepcionados con el pueblo de Dios en general. Tal vez tuvimos visiones de reunir los fragmentos dispersos del pueblo de Dios para caminar en unidad y amor, y he aquí que solo encontramos discordia y mayor desintegración, y nos desilusionamos.
Una vez más, el pueblo de Dios puede albergar grandes esperanzas en el campo misionero. Con miles de misioneros trabajando en todas partes del mundo, esperaban que los baluartes del paganismo, el budismo y el mahometismo serían derribados ante la luz del cristianismo y, sin embargo, encuentran que estos falsos sistemas apenas están tocados, y se desilusionan.
Otros han pensado que después de 19 siglos de la luz del cristianismo, el mundo sería moralmente mejor, y en cambio tienen que admitir que nunca hubo una sociedad más corrupta, la anarquía ha prevalecido tanto y el malestar ha sido tan general, por lo tanto, están decepcionados.
Sin embargo, si abandonamos nuestros propios pensamientos y nos elevamos a los pensamientos de Dios, no nos sentiremos decepcionados. Nuestras expectativas son a menudo demasiado limitadas, nuestra perspectiva demasiado circunscrita. Pensamos en el momento presente y nos fijamos solo en lo que vemos. Sin embargo, “miremos más allá de la larga noche oscura y aclamemos el día venidero”. Veamos con qué gran fin está obrando Dios, para que, de entre los escombros y ruinas de este mundo, consiga una Esposa adecuada para el amor de Cristo. ¡Qué pensamiento, que el Espíritu de Dios está aquí para formar afectos nupciales en los corazones de los creyentes en vista del día –el gran día– el día de las bodas del Cordero!
Con este fin el Padre envió al Espíritu. Con ese propósito, el Espíritu actúa en la tierra y Cristo espera en el cielo. ¿Fallarán el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en este gran fin? ¿Estarán defraudadas las Personas Divinas? ¡Imposible! Todo propósito de Dios tendrá su glorioso cumplimiento. Tampoco nosotros quedaremos defraudados si meditamos en los pensamientos de Dios, en comunión con él, y tenemos presente el gran propósito de Dios: las bodas del Cordero.
3.2 - Segunda sección
Pasando a la segunda sección del capítulo (v. 10-61), tenemos el relato profundamente instructivo de la forma en que el siervo lleva a cabo su misión. Llega a Mesopotamia bien equipado para su servicio, «toda clase de regalos escogidos de su señor» (v. 10), recordándonos que el Espíritu Santo ha venido a enseñarnos «todas las cosas» (Juan 14:26), a guiarnos a «toda la verdad» y a mostrarnos «todo lo que tiene el Padre» (Juan 16:13-15).
Llegado a Mesopotamia, el siervo lleva a cabo su misión en dependencia de Dios, y de ahí que se le encuentre en oración. Su oración muestra hasta qué punto está absorto en un objetivo. No ora por sí mismo; y aunque menciona a «las hijas de los hombres de la ciudad» (v. 13), no ora por ellas. Ruega que se le conduzca a la que está destinada para Isaac. Es bueno notar que el siervo no está allí para seleccionar una novia entre las hijas de los hombres de la ciudad, y luego hacerla apropiada para Isaac. Él está allí para encontrar a la que está destinada para Isaac. Y la señal de que ella es la elegida será que está marcada por la gracia. Esta es sin duda la fuerza de la oración: «Sea, pues, que la doncella a quien yo dijere: Baja tu cántaro, te ruego, para que yo beba, y ella respondiere: Bebe, y también daré de beber a tus camellos; que sea esta la que tú has destinado para tu siervo Isaac» (v. 14). Él pedirá que se le permita beber de su cántaro, y si ella no solo concede su petición, sino que se ofrece a hacer más de lo que él pide, será la señal de que ella se caracteriza por la gracia de Dios –que hay una obra de Dios en ella, y que ella es, por consiguiente, de la parentela de Isaac. Porque la gracia va más allá de nuestras peticiones (Mat. 5:38-42).
Así sucedió. Rebeca, de la familia de Isaac, sale a la luz. Habiendo encontrado a la novia designada, el siervo la distingue inmediatamente de todas las demás adornándola con los pendientes de oro y los brazaletes. La mano y el rostro dan testimonio de la obra de la gracia (v. 22).
3.3 - Tercera sección
Esto, sin embargo, es solo el comienzo de la obra del siervo. Todavía no se ha pronunciado palabra alguna acerca de Isaac. Estas comunicaciones posteriores dependen de la acogida que se le dé al siervo. Si es bien recibido, les hablará de Isaac, pero no forzará su compañía a Rebeca: «¿Hay en casa de tu padre lugar donde posemos?» (v. 23).
Muy benditamente la respuesta de Rebeca va de nuevo más allá de la petición del criado. Él solo pide «lugar»; ella dice que hay provisión además de lugar (v. 25). También Labán puede decir al siervo: «Ven, bendito de Jehová; ¿por qué estás fuera?» (v. 31). Entonces leemos: «El hombre vino a casa» (v. 32).
¿No discernimos en esta parte de la historia el secreto de nuestro poco progreso en el conocimiento de Cristo, y por qué nuestros afectos son a menudo fríos? Obstaculizamos y contristamos al único que puede afectar poderosamente nuestros corazones con el amor de Cristo. Una Persona Divina –el Consolador– ha venido del Padre, de Cristo, del cielo, pero ¿le damos la bienvenida? ¿Le damos «lugar»?
Es bueno que nos hagamos esta gran pregunta: «¿Hay lugar?». ¿Estamos dispuestos a despojarnos de nosotros mismos para hacer sitio al Espíritu Santo? La carne y el Espíritu «se oponen entre sí» (Gál. 5:17). No podemos atender al Espíritu si prestamos atención a la carne. Es imposible dar lugar al Espíritu y estar ocupados con las cosas de la carne. ¿Estamos dispuestos a rechazar la indulgencia de la carne en las cosas pasajeras del tiempo, a fin de hacer lugar para que el Espíritu nos guíe a las cosas profundas y eternas de Dios? ¿Estamos haciendo provisión para que la carne satisfaga sus deseos, o estamos haciendo lugar y provisión para el Espíritu? Se dio «lugar» y «provisión» en la casa de Betuel para el siervo de Abraham, con el resultado de que el siervo es capaz de hablar de Isaac, de comprometer los afectos de Rebeca con Isaac, y de conducirla a él.
Habiendo entrado en la casa (v. 32), lo primero que hace el siervo es dar testimonio de Isaac. Revela la mente de su amo con respecto a Isaac, y al hacerlo toma de las cosas de Isaac y se las muestra a Rebeca. Habla de todas las riquezas de su amo, y luego dice que todas estas riquezas le han sido dadas a Isaac: «le ha dado a él todo cuanto tiene» (v. 36). Y bien sabemos que todas las cosas del Padre le han sido dadas a Cristo, pues el Señor puede decir: «Todo lo que tiene el Padre es mío», y luego, hablando del Espíritu Santo, puede añadir: «Tomará de lo mío y os lo anunciará» (Juan 16:15).
¿Podemos preguntarnos cuál habrá sido el efecto en Rebeca al oír este testimonio de Isaac? ¿Simplemente aumentó su conocimiento de Isaac? Este sin duda fue un resultado, pero seguramente hizo más, mucho más, pues despertó el amor hacia Isaac. Y habiendo despertado el amor, el siervo saca joyas de plata, de oro, y vestidos, y se los da a Rebeca. La adorna con las cosas hermosas que proceden de Isaac. Así también trataría el Espíritu con nosotros mismos. Nos revela la mente del Padre acerca de Cristo: él toma de las cosas de Cristo y nos las muestra. Así despierta el amor a Cristo, y luego nos adorna con las cosas bellas de Cristo. Nos hace testigos del amor redentor (las joyas de plata), testigos de la justicia divina (el oro) y testigos de la santificación práctica (las vestiduras).
3.4 - Cuarta sección
Sigue, en imagen, otra acción del Espíritu. El siervo ha encontrado a la novia de la parentela de Isaac; la ha distinguido de todas las demás con los pendientes y el brazalete; ha despertado su afecto por él; la ha adornado con las cosas hermosas de Isaac, ahora la llevará a él (v. 54-60).
El siervo dice: «Enviadme a mi señor» (v. 54). Había venido a Mesopotamia para conseguir la novia, y una vez logrado ese fin, le gustaría marcharse. No había venido a quedarse en Mesopotamia. El pensamiento del siervo era encontrar a la novia, abandonar el lugar y regresar con su señor. No era encontrar a la novia e instalarla en el viejo hogar, sino encontrar a la novia y conducirla a un nuevo hogar. Y muy benditamente él forma el mismo pensamiento en Rebeca. Él anhela estar lejos y alcanzar a Isaac, y crea los mismos deseos en el corazón de Rebeca. Él quiere ir, y hace que ella esté dispuesta a ir. Sus parientes comprenden que el siervo se vaya con su amo, pero les gustaría retener a Rebeca un tiempo, al menos 10 días. Así que llaman a la doncella y le preguntan, solo para descubrir lo bien que había cumplido el trabajo el siervo, y que su pensamiento se había formado en la mente de ella, de modo que, si él anhelaba ir, ella estaba lista para ir.
Si permitimos que el Espíritu Santo actúe como desea –si no se lo impedimos– formará nuestras mentes de acuerdo con su mente. Para pensar como él piensa acerca de Cristo; para desvincular nuestros corazones de las cosas donde Cristo no está, y para engancharlos con Cristo donde él está.
Rebeca no era una huérfana sin dinero; tenía un padre y una madre, un hogar en Mesopotamia con perspectivas de riqueza y posesiones en su tierra natal. Para disfrutar de todas estas bendiciones no tenía necesidad de abandonar su patria y enfrentarse a un viaje por el desierto. Sin embargo, lo deja todo. Olvida a su propia gente y la casa de su padre, y se enfrenta a un viaje por el desierto para llegar a una persona a la que nunca ha visto. Tal es el grandioso poder de atracción de una persona cuando se ha despertado la fe y el afecto por ella.
De la misma manera, el Espíritu Santo ha venido para poner nuestros corazones bajo la influencia apremiante del amor de Cristo. Él está aquí para tomar las cosas de Cristo y mostrárnoslas. Está aquí para conducirnos a las cosas profundas de Dios, cosas que «ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre» (1 Cor. 2:9). Él es capaz de fortalecernos en el hombre interior, «para que mediante la fe, Cristo habite en nuestros corazones, a fin de que arraigados y cimentados en amor, seáis capaces de comprender con todos los santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que sobrepasa a todo conocimiento» (Efe. 3:17-19).
Él puede y está dispuesto a hacer todo esto. ¿Entonces, cómo es que estamos tan poco apegados en afecto a Cristo, y tan poco desprendidos de las cosas de aquí? ¿No será que lo impedimos? De ahí que la palabra del siervo: «No me detengáis» (v. 56), debería tener una voz poderosa para nosotros. Podemos decir que no somos capaces de disfrutar estas cosas sin la obra del Espíritu, y no podemos hacer que el Espíritu actúe. Esto puede ser verdad, pero por desgracia podemos impedir que el Espíritu trabaje. Podemos aferrarnos al mundo, a la política del mundo, a la religión del mundo, a los placeres del mundo, e incluso podemos estar tan absortos con las cosas correctas –país, familia y casa paterna– que obstaculizamos al Espíritu Santo.
Si permitimos que el mundo estorbe o no, no depende del mundo sino de nosotros mismos. El hermano y la madre pueden tratar de detener a Rebeca. Esto lo admiten, pues dicen: «Llamemos a la doncella y preguntémosle» (v. 57). Si, como Rebeca, nuestra respuesta es «Sí, iré» (v. 58), entonces el Espíritu afectará tan poderosamente nuestros corazones, que todo el poder y la atracción del mundo serán incapaces de detenernos.
Así sucedió que «se levantó Rebeca… y [siguió] al hombre». Se puso enteramente bajo la dirección del hombre, resultando en que «el criado tomó a Rebeca y se fue» (v. 61). No por el camino de ella, sino por el de él. No siempre estamos preparados para el camino del Espíritu. Es un camino que va totalmente en contra de la voluntad de la carne. Además, hacemos bien en recordar que seguir la guía del Espíritu no significa seguir una “luz interior”. Si seguimos al Espíritu caminaremos según la Palabra. El Espíritu no guía aparte de la Palabra ni en contra de ella.
El resultado inmediato de seguir al siervo fue que Rebeca se encontró en un escenario desierto. No tenía ni la casa de Labán ni la casa de Isaac. Lo mismo sucede con nosotros, como alguien ha dicho: “No tenemos ni la tierra en la que estamos, ni el cielo al que vamos”. Sin embargo, mientras ella recorría el camino desierto de 400 millas, tenía ante sí una brillante perspectiva, y en el camino tenía al criado para que le hablara de las cosas de Isaac y se las mostrara. Al final la persona que había ganado su corazón la esperaba para recibirla.
3.5 - Quinta sección
Al final de esta hermosa historia, Isaac aparece personalmente. En todas estas escenas del desierto, Isaac no había tomado parte activa, aunque no ignoraba todo lo que estaba ocurriendo. Viene del pozo Lahai-roi, palabra de profundo significado, pues significa «el pozo del Viviente-que-me-ve» (Gén. 16:14). Qué bueno es saber, mientras seguimos nuestro camino, que al final de este encontraremos a aquel que no ha ignorado a su pueblo. Él ve y vive, sí, la expresión es «viviendo siempre» (Hebr. 7:25).
Pero luego vino Isaac al encuentro de Rebeca, pues ella pregunta: «¿Quién es este varón que viene por el campo hacia nosotros?» (v. 65). Viajamos hacia el gran encuentro, pero no olvidemos que el Señor viene hacia nosotros. El cuadro presenta a Isaac como alguien que esperaba y deseaba a su novia. Nuestros deseos por Cristo pueden ser a menudo débiles, pero sus anhelos son hacia su Novia. Él puede decir: «Si voy… vendré otra vez, y os tomaré conmigo» (Juan 14:3).
Y el momento del encuentro no está lejos. Cuando por fin Rebeca levantó los ojos y vio a Isaac, se bajó del camello porque el viaje había terminado; y cuando por fin veamos al Señor Jesús cara a cara nuestro viaje habrá terminado. Y no tardará mucho, la noche ya ha pasado, el día está cerca. Cuando llegue el momento nuestro traslado no tardará mucho; solo un abrir y cerrar de ojos y allí estaremos.
Después del encuentro Rebeca tomó un velo y se cubrió. La novia se preparó y siguió el matrimonio, pues «Isaac… tomó a Rebeca por mujer, y la amó» (v. 67). Así también, después de que nuestro viaje por el desierto haya terminado, después del gran encuentro, cuando por primera vez lo veamos cara a cara –cuando el Señor nos reciba para sí– entonces leemos, «han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado» (Apoc. 19:7). La Iglesia será presentada a Cristo toda gloriosa, sin «mancha ni arruga, ni nada semejante, sino santa e inmaculada» (Efe. 5:27). Entonces será manifiesto que Cristo ha encontrado un objeto adecuado para su amor, y que responde a su amor, y estará satisfecho. Mirará a su Novia y dirá: “Estoy satisfecho”. «Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho» (Is. 53:11).
A medida que este glorioso panorama se abre ante nuestra visión, ¡cómo se oscurece todo el brillo de este mundo! ¡Cuán opacas sus más bellas perspectivas, cuán pobres sus riquezas, cuán vanos sus placeres pasajeros, y cuán vacíos sus honores a la luz de estas glorias venideras!