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El Señor, nuestro recurso
Salmo 25
Autor:
El Señor: Nuestro recurso Los Salmos
Temas:El Salmo 25 describe las experiencias de un creyente que se encuentra con enemigos que pretenden triunfar sobre él (2); que buscan atrapar sus pies (15), y le odian con un odio cruel e implacable (19). Siente su desolación y tiene el corazón turbado ante las angustias que le rodean (17).
En estas circunstancias, sus experiencias adoptan una triple forma. En primer lugar, se confía enteramente a Dios, para ser sostenido y enseñado en los caminos de Dios (1-7). En segundo lugar, reconforta su alma deteniéndose en todo lo que Dios es para los que le temen (8-14). En tercer lugar, expone sus dificultades ante Dios y atrae la mirada de Dios hacia él, sus circunstancias y sus enemigos (15-22),
1 - La confianza en Dios
(V. 1-3). El creyente supera todas sus dificultades por una confianza implícita en Jehová. No hace, como se ha dicho, “el menor paso para herir a su enemigo, sino que remite su caso a Jehová y lo deja en sus manos, esperando su liberación”. Confiando en Jehová, puede decir: «Dios mío, en ti confío; no sea yo avergonzado, no se alegren de mí mis enemigos». A veces, ante la oposición y los insultos, confiamos en nosotros mismos, y en nuestros esfuerzos, para vengar los insultos y aplastar a los adversarios, solo para descubrir que nos exponemos a la vergüenza y al triunfo de nuestros enemigos. Pero, dice el salmista: «Ciertamente ninguno de cuantos esperan en ti será confundido».
(V. 4-5). Habiendo encontrado descanso confiando en Jehová, él y sus circunstancias, ahora desea ver los caminos de Jehová, ser enseñado en sus senderos y ser conducido a la verdad. A menudo, los creyentes tienden a estar demasiado preocupados por los malos caminos de los hombres, los senderos torcidos que toman y los errores que enseñan. Pero Dios tiene sus propios caminos para guiar la conducta de su pueblo, sus senderos para que pisen sus pies y su verdad para instruirlos. Nuestra gran preocupación debería ser ver sus designios, que nos enseñan sus senderos, y, no solo conocer la verdad, sino ser conducidos a la verdad. Para obtener este conocimiento, tendremos que esperar continuamente en Dios, como puede decir el salmista: «En ti he esperado todo el día».
(V. 6-7). El pensamiento de los designios de Dios le recuerda al creyente sus propios designios, que a menudo son tan contrarios a los de Dios. Esto lleva al creyente a la confesión de los pecados y a su abandono a la ternura y la bondad de Jehová.
2 - Regocijarse en Dios
(V. 8) Detenerse en los caminos, las sendas y la verdad de Dios lleva al salmista a regocijarse en Dios. Ha confesado sus pecados, pero comprendiendo que Dios es «bueno y recto», confía en que enseñará su camino incluso al pecador.
(V. 9). Por lo tanto, si Jehová es bueno y justo, debe haber una condición adecuada del alma para apreciar los caminos de Dios, para caminar por sus senderos y aprender su verdad. Es al benévolo a quien Dios guiará, y «enseñará a los mansos su carrera». Cuántas veces podemos pasar por alto la guía y la enseñanza de Jehová a causa de nuestra vanidad y justicia propia, pero el reconocimiento del pecado y la constatación de la bondad de Dios nos lleva a un espíritu de mansedumbre que obtiene la dirección de Jehová, y la luz en su camino con un juicio correcto del bien y del mal.
(V. 10). Además, cada paso que damos en los caminos de Jehová estará marcado por la misericordia, y según la verdad, para aquellos que obedecen su palabra, que «guardan su pacto y sus testimonios».
(V. 11). Al darse cuenta de la misericordia y la verdad de Jehová, el alma puede completamente abrirse a Dios. No busca excusar o minimizar sus pecados; al contrario, puede decir: «Perdonarás también mi pecado, que es grande». La carne buscaría excusar el pecado y decir: “Perdona mi iniquidad porque es pequeña”. Solo el conocimiento de que existe la gracia para responder a todos los pecados, nos permitirá reconocer la grandeza de nuestro pecado. Fue la superabundancia de gracia que encontró Pablo, que le permitió reconocer que era el primero de los pecadores (1 Tim. 1:14-15).
(V. 12-14). El reconocimiento del pecado y la conciencia de la bondad de Dios no solo conducen a la mansedumbre, sino también al temor de Dios. Un hombre que teme a Dios es un hombre que camina con el consciente sentimiento de estar en la presencia de Dios, y que asume su responsabilidad ante Dios. No solo tendrá el discernimiento moral entre el bien y el mal, sino que sabrá discernir el camino que Dios traza para su pueblo en medio de la oscuridad y confusión circundantes. El secreto de Jehová es para los que le temen. Les da a conocer su pensamiento. Verán claramente que Dios ha prometido a su pueblo una bendición que ciertamente se cumplirá, cuales sean las dificultades del día y la amplitud de la confusión y oposición.
Así, aprendemos que la condición del alma necesaria para ver el camino de Dios, para ser enseñado en sus senderos y para ser conducido a su verdad se encuentra en aquel que confiesa su pecado (7), que está marcado por la mansedumbre (9), que obedece la Palabra (10) y que camina en el temor de Jehová (12). La carne está en nosotros y, si no se la juzga y rechaza, nos llevará a justificarnos en lugar de a confesar nuestros pecados; nos llevará a la suficiencia y a la afirmación de sí mismo en lugar de a la mansedumbre; actuará según su propia voluntad en lugar de obedecer la Palabra, y no tiene temor de Dios.
3 - Todo bajo el ojo de Dios
(V. 15-18). En medio de todas sus pruebas, el creyente mira a Dios y confía en Aquel que está por encima de todo. Puede decir: «Mis ojos están siempre hacia Jehová». Al elevar sus ojos a Jehová, le pide que mire sus aflicciones, las angustias de su corazón y sus… circunstancias angustiosas.
(V. 19). Además, pide a Jehová que considere a sus enemigos y su cruel odio. No le pide a Jehová que los juzgue. Apelar al juicio de nuestros enemigos también puede hacer caer la vara del castigo sobre nosotros mismos. Es mejor exponer todas las cosas ante Jehová, y dejarlo actuar según su perfecta sabiduría. Con este espíritu actuaron los apóstoles. En los tiempos del Nuevo Testamento, cuando se encontraban en presencia de sus enemigos, no invocaban el juicio de Jehová, sino que simplemente llevaban su prueba ante Jehová. «Mira mis enemigos, cómo se han multiplicado».
(V. 20-22). Comprendiendo que todo en él, sus circunstancias y sus enemigos están bajo la mirada de Jehová, puede dejar todo tranquilamente en manos de Jehová, confiando en él para que guarde su alma, esperando el momento en que Jehová redima a su pueblo de todos sus males.
(Extractado de la revista «Scripture Truth», Volumen 42, 1965-7, páginas 269 y siguientes)