La liberalidad


person Autor: Frank Binford HOLE 119

flag Temas: El cristiano y el dinero Las colectas, la liberalidad, la benevolencia


1 - Introducción

En términos generales, podemos decir que es probable que el cristianismo actual no sepa lo que son los asuntos de dinero. Con frecuencia se hacen llamamientos para que se hagan donativos; los métodos para obtenerlos son a menudo dudosos, incluso mundanos; se ha convertido en un escándalo. Hace unos 30 años [1], una viñeta satírica antirreligiosa mostraba una disputa entre varias sectas del cristianismo, y debajo estaba escrito: “El único punto en el que todos están de acuerdo es: «En cuanto a la colecta» (1 Cor. 16:1)”. Había mucha verdad en esto; era el punto más picante de la crítica.

[1] Aproximadamente al principio del siglo 20.

El peligro, para nosotros, es olvidar cómo, con qué espíritu y con qué actitud deben dar los santos para los intereses del Señor. El incesante llamado a dar puede llevarnos fácilmente a ser descuidados e indiferentes en este asunto, de modo que se descuiden las verdaderas exigencias del Señor. Notemos que el Espíritu de Dios se ha complacido en darnos 2 capítulos enteros del Nuevo Testamento (2 Cor. 8 y 9) para tratar de esta cuestión, sin contar las alusiones que se hacen a ella en diversos otros pasajes.

En estos 2 capítulos, el apóstol Pablo habla de la colecta para los pobres entre los santos de Jerusalén, a la que aludió en su Primera Epístola a los Corintios, y en la Epístola a los Romanos. No aborda, por tanto, la cuestión de los dones concedidos a los siervos del Señor, para la difusión del Evangelio o para el ministerio en general. Otros versículos abordan esta cuestión, especialmente en la Epístola a los Filipenses, a quienes Pablo alaba por su «participación en el Evangelio, desde el primer día hasta ahora» (1:5). Sin embargo, aprovecha esta cuestión concreta para exponer los principios generales que rigen todo don cristiano. Así pues, aquí tenemos algunas instrucciones de vital importancia.

2 - Nuestra motivación

El primer punto importante es nuestra “motivación”, porque si es mala, todo es erróneo, cual sea la importancia del don. El pensamiento de “dar” debe venir de la fuente correcta; su motivación debe venir de la buena dirección. Pablo señala esta dirección en 2 Corintios 8:9: «Porque conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico se hizo pobre por vosotros, para que por medio de su pobreza vosotros llegaseis a ser ricos». La gracia del Señor Jesús, que actúa en nuestros corazones, guía el modo en que se realiza la gracia de dar y cualquier otra gracia cristiana. El Señor se convierte para nosotros en fuente de estas cosas, por lo que podemos cantar:

Fuente de luz y de vida,
Fuente de gracia para la fe
Descanso, felicidad, paz infinita,
Los hemos encontrado en Él”.

A primera vista, podríamos decir: “¡Qué gran medio para una cosa tan pequeña!”. Pero, ¿no es siempre así en la Escritura? Los detalles más pequeños de la vida cotidiana del cristiano merecen la mayor consideración. Cuando se piensa en ello, la cuestión no es tan pequeña. El egoísmo, profundamente arraigado en la naturaleza caída del hombre, explica la lentitud de los corintios. Cuando se planteó por primera vez el tema de la colecta para los pobres, aceptaron de buen grado dar. El apóstol habla de su «prontitud» (9:2), y se jactaba ante los demás de que «Acaya ha estado preparada desde el año pasado». Sin embargo, a pesar de esta prontitud de mente y de palabra, tardaban en actuar y la cosa aún no se había materializado. Eran «prontos en querer», pero no en «acabar» con sus bienes (8:11). ¿Qué podría estimular mejor su lentitud de corazón –o la nuestra– sino refrescarla con el sentimiento de la gracia del Señor Jesucristo?

Esta motivación perfecta debía bastar, pero el apóstol consideró oportuno decir a los corintios algo que los estimularía, algo que necesitaban.

3 - Un estímulo

Dirige sus pensamientos a la gran generosidad de los santos de Macedonia, incluidos los filipenses, a los que cita al tratar este tema en esta Segunda Epístola.

Varias circunstancias, tomadas en conjunto, hicieron que los dones de los macedonios fueran notables. En primer lugar, estaban muy perseguidos: pasaban por «la aflicción con la que han sido probados». Además, estaban muy gozosos: Pablo se refiere a «su desbordante gozo». Por último, eran muy pobres: el apóstol se refiere a su «profunda pobreza» (8:2).

Aquí tenemos una combinación de cosas que el hombre promedio nunca sugeriría. Seguramente relacionaría pobreza, persecución y miseria, y asociaría riqueza, popularidad y felicidad. Pero se equivocaría, y hay muchas pruebas. Ciertamente, el hombre del mundo que es pobre y está perseguido es bastante infeliz –pero no se encuentran muchos de ellos, porque el mundo rara vez persigue a los suyos; y el hombre que es popular y rico rara vez es feliz. En cambio, un verdadero cristiano que es pobre y cuya valiente confesión del nombre de Cristo atrae sobre sí la persecución del mundo, goza ciertamente en su alma del favor de Dios y de la plenitud de Cristo hasta tal punto que su corazón está lleno de gozo.

Así pues, estos macedonios eran pobres y perseguidos, pero gozaban de las bendiciones espirituales y de los gozos celestiales del cristianismo. Estas 3 cosas los caracterizaban, y «abundaban en rica generosidad», y daban no solo según sus fuerzas, sino más allá de sus fuerzas (8:2-3). Esto arroja luz sobre la Epístola a los Filipenses, y viceversa. Solo una vez en esa Epístola se menciona su pobreza, y de forma muy delicada, cuando el apóstol dice: «Mi Dios colmará toda necesidad vuestra, conforme a sus riquezas en gloria, en Cristo Jesús» (Fil. 4:19). Tal afirmación puede, por supuesto, consolar a cualquier creyente necesitado, pero recordemos que se refería especialmente a los santos que ya eran pobres y que se empobrecieron aún más al dar liberalmente para el servicio de Dios. También se menciona la persecución que sufrieron (Fil. 1:28), y el gozo, como sabemos, caracteriza toda la Epístola.

Todo esto debía estimular –y sin duda lo hizo– a los corintios, que eran acomodados e inclinados al lujo, como vemos en la Primera Epístola (1 Cor. 4:8). A pesar de su prontitud de pensamiento, los pobres macedonios habían sido más eficaces. Pero el apóstol no se queda ahí, sino que va a mostrarles la forma en que se habían comportado.

4 - La manera de dar

Pablo dice que dieron de una manera que superó todas las expectativas, dándose «primero ellos al Señor y luego a nosotros, por la voluntad de Dios» (v. 5).

Estaba bien que dieran, pero mucho más dando de esa manera. Podrían haber dado simplemente de sus posesiones; pero se dieron primero al Señor –se abandonaron a él para estar enteramente a Su disposición– y luego, como resultado, dieron según Sus instrucciones, movidos por su amor, poniendo sus posesiones a los pies del apóstol, según la voluntad de Dios.

Esta manera de dar es poco frecuente; ¿quién de nosotros puede hacerlo? Entregarse al Señor hasta el punto de no considerar lo que poseemos como nuestro, sino como suyo, no es común. El mundo ha inscrito «Del Señor es la tierra y todo cuanto ella contiene» (véase 1 Cor. 10:26) en la Bolsa Real de la City de Londres, pero los que comercian en ella tratan de obtener y conservar en su poder la mayor parte posible de la tierra que pertenece a Dios. Del mismo modo, los cristianos bien pueden cantar:

No me apropio de nada de lo que tengo,

lo guardo para quien lo dio”,

mientras traicionan, por su actitud y sus acciones, que lo guardan en gran parte para sí mismos. Pero si primero nos damos al Señor, entonces lo que tenemos está necesariamente a su disposición. ¿Cuántos de nosotros lo hacen?

Podríamos hacerlo, teniendo consciencia del carácter que reviste el don en el caso del cristiano.

5 - El carácter del dar

Aunque el don es una muestra de generosidad, aquí hablamos de justicia. Pablo cita un Salmo: «Repartió, dio a los pobres; su justicia permanece para siempre» (9:9), y añade que Dios «aumentará los productos de vuestra justicia» (v. 10). Nótese que en Mateo 6:1, la palabra traducida como «limosna» significa en realidad «justicia».

Por tanto, para el cristiano es normal y justo dar. Si da, no debe verse como algo maravilloso e inesperado por lo que deba ser alabado; más bien, si no da, que es injusto. Sería bastante anormal que recibiera grandes bendiciones de Dios y no diera ninguna, incluso sería un peligro. Si un embalse tiene una gran entrada de agua y una salida bloqueada, es de temer una catástrofe. Es una certeza que el creyente está colocado en este mundo como dador, para distribuir cosas buenas a quienes las necesitan. La gracia lo impone, y es de pura justicia cumplirlo.

Si queremos que nuestros dones sean conforme a Dios, debemos fijarnos en una cosa más: el estado de ánimo en que deben hacerse nuestros dones.

6 - El estado de ánimo con el que dar

El apóstol sentía que los corintios corrían el riesgo de no dar en un estado de ánimo adecuado. Por eso, además de hablarles de la motivación, el incentivo, la manera de dar y el carácter del don, les exhorta a dar, no a regañadientes, sino con gozo (9:7). Les dice de dar «cada cual como se propuso en su corazón». Antes de ir, se preocupó de enviar hermanos a recoger lo que tenían la intención de dar, para que el don estuviera listo, «como dádiva, y no como algo exigido» (v. 5). No quería que dieran bajo presión, ni de hecho ni en apariencia. No quería arrancarles dones a menos que estuvieran dispuestos, ni inducirles a una generosidad más allá de la fe y la gracia que poseían y de la que luego se arrepentirían. Debían dar con gozo y voluntariamente, ya sea con moderación o en abundancia.

De hecho, aunque el dinero tiene su lugar en la obra de Dios, es solo de menor importancia, y si no está en su lugar, se convierte en una maldición y no en una bendición. A Dios ama que demos generosamente, pero nunca se rebaja a tomar todo lo que puede del hombre, como si tuviera importancia para él. Si damos, hagámoslo con gozo y de buena gana. Si instamos a otros a dar, como hace Pablo aquí, evitemos hacer algo que sea indigno del Dios al que profesamos servir.

Estos capítulos dan más instrucciones sobre este tema. Hay una declaración muy clara del principio de dar, especialmente cuando, como aquí, hablamos de dones entre creyentes.

7 - El principio a la base de los dones

El apóstol lo expone así: «Porque no digo esto para que otros tengan holgura y vosotros estrechez; sino con igualdad; de forma que vuestra presente abundancia sirva para el alivio de su necesidad; para que la abundancia de ellos también sea para el alivio de vuestra necesidad; de modo que haya igualdad» (8:13-14). Apoya lo que dice con una cita del Antiguo Testamento que muestra que el rico no tenía más, y que al pobre no les faltaba nada.

En la época en que Pablo escribía, había necesidad entre los santos de Jerusalén y la provisión entre los santos de las naciones. Por tanto, el flujo de provisiones debía ir de los segundos a los primeros. Con el tiempo, si la situación se invirtiera, el flujo iría en sentido contrario. En física, se dice que “la naturaleza aborrece el vacío”. Lo mismo ocurre en el ámbito espiritual.

Debemos recordar este principio, si damos como para el Señor. Nuestra tendencia natural es dar según nuestra imaginación, según nuestros gustos, favorecer a los que nos gustan y rechazar a los que no, por grande que sea su necesidad. Al hacerlo, servimos a nuestra propia voluntad y no al Señor.

Otra cosa que queda clara en estos capítulos es el método a seguir.

8 - El método a seguir

Debe haber un método para dar y una manera de ocuparse. Pablo era el principal administrador de esta colecta en las asambleas de las naciones. Velaba para que todo se administrara con transparencia e integridad. Dijo: «Evitando que seamos censurados en lo referente a este abundante donativo que administramos; porque procuramos hacer lo que es honrado, no solo en presencia del Señor, sino también delante de los hombres» (8:20-21). Para llevar a cabo esta tarea, contó con la ayuda de nada menos que 3 hermanos, entre ellos Tito, que era el representante de Pablo en este asunto. Los otros 2 fueron elegidos y enviados por las asambleas para este servicio. Uno era apreciado como evangelista, el otro por su diligencia.

Nótese que solo en el contexto de la administración de un donativo de dinero o caridad, que la asamblea elige a los hombres que serán empleados. La asamblea eligió a 7 hombres que tenían un buen testimonio para distribuir correctamente la ración diaria (Hec. 6). Los discípulos de Antioquía enviaron el socorro recogido para los hermanos de Judea por medio de hombres elegidos por ellos (Hec. 11). En nuestro pasaje, vemos una vez más que los hombres encargados son elegidos por las asambleas. El principio según el cual los que dan escogen a los que han de administrar los dones cuenta claramente con la aprobación divina. Las Escrituras no mencionan que la asamblea elija a los evangelistas, pastores, maestros o ancianos que tienen la función de supervisión. Tal autoridad no se confía a la Iglesia, es prerrogativa del Señor.

Por último, podemos considerar el resultado producido por un don como el que estamos considerando aquí.

9 - El resultado producido

El resultado producido sobre el donante es variable. Si da poco, cosecha poco; si da mucho, cosecha mucho (9:6). El hecho es que cosecha, y generalmente en cosas espirituales. El que siembra lo que tiene para dar está tratando con un Dios «que puede hacer que abunde toda gracia en vosotros» (9:8). Toda gracia, nótese eso –gracias de todo tipo– tanto en lo espiritual como en lo material. Como resultado, el dador liberal es «enriquecido en todo, para toda liberalidad» (9:11). Es Dios quien lo enriquece para que pueda seguir dando aún más. Este enriquecimiento puede no ser en forma de bienes materiales; puede agradar a Dios enriquecerle más bien espiritualmente, de modo que el que empezó dando un poco de dinero acaba dispensando ricas bendiciones espirituales. También está la recompensa futura: «aumentará los productos de vuestra justicia» (9:10) que podemos esperar en el día venidero, pero ese no es el punto principal aquí.

Así pues, es cierto que cosechamos lo que sembramos. Los creyentes que se quejan de que les falta gozo, libertad y frescor, y que permanecen en un estado de debilidad crónica, pueden encontrar aquí la solución a su problema. De hecho, carecen de compasión, de generosidad, y no abren sus corazones y sus manos como deberían; de hecho, son egoístas.

El resultado producido en aquellos que se benefician de la generosidad es que, discerniendo la verdadera fuente del don, sus corazones se elevan en alabanza a Dios. El servicio «hace abundar las acciones de gracias a Dios» (9:12), y Dios es glorificado. De este modo, no solo se satisfacen las necesidades de los santos, sino que Dios mismo obtiene una cosecha que le deleita.

Para quienes observan estas cosas, como hace Pablo aquí, el resultado es similar al que se produce en quienes se benefician de los dones. En esta forma de dar, los santos reflejan la gracia que han recibido, y Pablo, al ver esto, se alegra. Sus pensamientos se dirigen naturalmente de este reflejo a la gran realidad que lo producía y, elevando el alma, termina con esta exclamación gozosa: «¡Gracias a Dios por su don inefable!» (9:15). El don más pequeño del creyente más humilde, si se da en nombre del Señor, reproduce y recuerda el don inefable. Es una fragancia agradable a Dios, que suscita la alabanza de quienes la presencian.

¿No vale la pena cultivar con diligencia la gracia de dar?