La Primera Epístola de Pedro


person Autor: Frank Binford HOLE 119


1 - Introducción

Comenzamos por notar ciertos rasgos que caracterizan toda la epístola:

1. En su encabezamiento se le llama definitivamente epístola general o católica, ya que no está escrita a ninguna iglesia en particular, ni a un individuo, como la mayoría de las otras epístolas.

2. Se dirige definitivamente a los «extranjeros en la dispersión» en las provincias de Asia Menor, pero «conocidos de Dios», es decir, Pedro escribe a los convertidos de su propia nación dispersos por las regiones del norte de Palestina. Pedro era el apóstol de la circuncisión (véase Gál. 2:7-8), sin embargo, fue Pablo quien recorrió estas tierras y evangelizó a los judíos mientras llevaba el Evangelio a los gentiles; así que Pedro ejerció su ministerio hacia ellos escribiéndoles.

3. Es claramente una epístola pastoral. Pedro manifiesta a lo largo de la misma su cuidado de pastor por el bienestar espiritual de aquellos a quienes escribía. Los instruye en la verdad cristiana, pero incluso antes de concluir su introducción y pasar a la exhortación, se detiene para tratar del estado práctico de sus almas, como atestiguan los versículos 13 al 17 en medio del capítulo 1. En todo esto, Pedro fue fiel a su misión de «apacentar» o «pastorear» las ovejas y corderos de Cristo (Juan 21:15-17).

4. Siendo así, hay un gran número de alusiones a las Escrituras del Antiguo Testamento, con las que sus lectores originales estaban bien familiarizados. Esto se nota especialmente en los capítulos 1 y 2, en los que expone la posición, la condición y las esperanzas que ahora tenían como cristianos. Cita abundantemente el Antiguo Testamento; pero, además, casi cada frase contiene una alusión al Antiguo Testamento, y entender estas alusiones ayuda mucho a la comprensión de la epístola.

2 - Capítulo 1

2.1 - 1 Pedro 1:1-2

Comenzando entonces nuestra lectura de la epístola, encontramos el discurso de apertura en los versículos 1 y 2. ¿A quién escribe? A los «extranjeros en la dispersión», a personas que eran testigos vivos del hecho de que el judío había perdido sus antiguos privilegios, a personas que habían perdido todas las ventajas terrenales que habían tenido (ventajas muy grandes originalmente). Sin embargo, a los que vivían y a quienes se dirigía no eran de ninguna manera todos los judíos dispersos de esas provincias, sino solo aquellos que eran «elegidos», o escogidos por Dios.

Se mencionan tres cosas en cuanto a la elección de Dios, relacionadas respectivamente con el Padre, el Espíritu y Jesucristo. Nótese las preposiciones utilizadas:

  • «según», indica el carácter,
  • «en», indica el medio empleado,
  • «para», indica el fin que se persigue.

La elección que Dios había hecho de ellos –y de nosotros, pues tanto el judío como el gentil entran en las mismas bendiciones cristianas sobre la misma base, como muestran las epístolas de Pablo– estaba caracterizada por su presciencia como Padre. ¡Qué consuelo es esto! Cuán lejos se está de la ciega suerte que algunos suponen que preside el destino humano. La elección de Dios nunca es caprichosa, y la idea de un pecador que desea fervientemente la salvación y, sin embargo, impedido por un decreto adverso, es una pesadilla de la razón humana y no de las Escrituras. Dios elige, conociendo el fin desde el principio, y por lo tanto su elección es siempre correcta y justificada por sus resultados.

Su elección se hace efectiva «en santificación del Espíritu». La idea raíz de la «santificación» es «apartar para Dios» y el Espíritu Santo es el que, por su obra vivificante interna, aparta al que es objeto de ella.

El fin que se persigue es que la persona así apartada se caracterice por la obediencia de Cristo –es decir, que obedezca como Él obedeció– y también que se quede bajo la eficacia de Su sangre para este fin. Las palabras «de Jesucristo» se refieren tanto a la obediencia como a la aspersión de la sangre; pero, podemos preguntar, ¿por qué se observa este orden?; ¿por qué no el orden inverso?, pues, ¿no necesitamos la purificación de Su sangre antes de poder obedecer en absoluto? La respuesta es, por la referencia que hay, a las Escrituras del Antiguo Testamento.

Pertenecían racialmente al pueblo que era la nación elegida de Dios, en Abraham, y santificada, es decir, apartada, como lo atestigua Éxodo 13:2. Ahora léase Éxodo 24:3-8, y observará allí el orden, primero la obediencia a la cual se habían comprometido y que la ley exigía, y luego la aspersión de la sangre del sacrificio en ratificación. Pedro, dirigiéndose a los creyentes que estaban muy familiarizados con esto, observa cuidadosamente este orden, solo mostrando que nosotros los cristianos tenemos estas cosas en un plano mucho más elevado de manera vital y espiritual; y la sangre de Jesucristo en lugar de ser como la de los sacrificios de Éxodo 24:8, que tenía una fuerza penal (es decir, indicaba que la muerte era la pena adjunta a la desobediencia a las justas demandas de la ley), es totalmente purificadora, y la base justa de toda nuestra posición y de todas nuestras relaciones con Dios. Santificados por el Espíritu y rociados por la sangre de Cristo, estamos comprometidos con una vida de obediencia según el mismo modelo de Cristo. Con un camino tan elevado puesto ante nosotros, ciertamente necesitamos la multiplicación tanto de la gracia como de la paz.

2.2 - 1 Pedro 1:3-4

El versículo 3 abre el mensaje del apóstol con una nota de alabanza a Dios, ahora revelado como el Dios y Padre del Señor Jesucristo, el motivo de esta alabanza es que nos ha regenerado para una esperanza viva por la resurrección de Jesucristo. Como pertenecientes a Israel, antes habían tenido esperanzas nacionales que se centraban en un Mesías en la tierra, pero la luz de esas esperanzas se apagó en sus corazones cuando Él murió rechazado y crucificado entre dos malhechores. La historia de los dos discípulos que iban a Emaús, relatada en Lucas 24, es una ilustración elocuente de esto. Pero, cuando se les abrieron los ojos y lo vieron resucitado, una nueva esperanza amaneció en sus corazones, que nada en la tierra podía apagar. Era una esperanza viva porque estaba centrada en un Salvador vivo más allá del poder de la muerte. ¡Cuán acertadamente habrían brotado de sus labios las mismas palabras del versículo 3, cuando entraron en el aposento alto de Jerusalén para dar la noticia al resto de los discípulos después de su viaje de regreso de cerca de 12 km.! Eran como hombres que habían nacido de nuevo en un nuevo mundo de esperanza y expectativa, por la gran misericordia de Dios.

Las expectativas de Israel, a su salida de Egipto, se centraban en el país que se les iba a dar como herencia. La esperanza cristiana también tiene una herencia relacionada con ella, como muestra el versículo 4, pero, ¡qué contraste aquí! Palestina como herencia resultó ser una triste decepción. El país en sí mismo era todo lo que había de deseable, sin embargo, podía ser corrompido, y es así que rápidamente fue profanado por aquellos que lo heredaron, ya que fueron dejados a su propia responsabilidad. Así, poco a poco se fue perdiendo y desvaneciendo. Nuestra herencia está reservada en los cielos y, por lo tanto, está más allá de la posibilidad de corrupción, incontaminada e inmarcesible; y nosotros, para quienes está reservada, estamos guardados por el poder de Dios para ella. Por lo tanto, no habrá ningún deslizamiento entre la copa de la herencia y nuestros labios.

2.3 - 1 Pedro 1:5-6

Es el poder de Dios el que nos guarda y no nuestra fidelidad; pero el poder de Dios obra por medio de la fe. La fe es nuestra parte en el asunto. Dios es soberano al ejercer su poder, y nosotros somos responsables en cuanto al ejercicio de la fe. Muchos están desconcertados sobre cómo conciliar estas dos cosas, la soberanía de Dios y la responsabilidad del hombre, y las consideran bastante incompatibles e irreconciliables. Sin embargo, aquí, en este quinto versículo, se encuentran yendo de la mano, preservando al creyente para la salvación que le espera en el último tiempo. La salvación que se menciona aquí es futura. Es la liberación final que le espera al creyente en la venida del Señor. Esa liberación final es una certeza ante nosotros; sin embargo, no podemos esperarla confiando en nosotros mismos, pues no se necesita nada menos que el poder de Dios para guardarnos, ni podemos esperarla con descuido, pues el poder de Dios es efectivo por medio de la fe, de nuestra parte. ¿Cómo la esperamos entonces? Pues, con exultación, pero templada con la pesadez de muchas pruebas, como declara el versículo 6. La gloria venidera brillaba ante la fe de estos primeros cristianos y los llenaba de gran regocijo, de modo que eran como barcos con las velas desplegadas y llenos de brisas celestiales. Por otra parte, tenían un gran lastre en forma de duras pruebas. Estas pruebas están permitidas en el amor, pues solo vienen «si es necesario». De un modo u otro, todos las necesitamos. Si tratamos de regocijarnos en el mundo y en sus placeres, necesitamos que las pruebas nos separen del mundo, arrancándonos del cómodo nido que quisiéramos construir aquí. Si nos regocijamos en la gloria venidera, las necesitamos como lastre aleccionador y estabilizador, para que nuestro regocijo no nos desequilibre.

Sin embargo, las pruebas pesadas son «por poco tiempo», así como los «deleites del pecado» que encantan al pobre mundano son «por un tiempo» (Hebr. 11:25). Pronto el mundano se despedirá de sus placeres, y el cristiano de sus pruebas.

2.4 - 1 Pedro 1:7-8

Además, las mismas pruebas son provechosas, ya que obran en nosotros —en nuestro carácter y en nuestra vida– las cualidades que glorifican a Dios. De ahí que el versículo 7 declare que la fe (que es mucho más preciosa que el oro), probada por el fuego de la persecución, saldrá para alabanza, honor y gloria de Dios cuando Cristo aparezca. Muchos que valientemente confesaron al Señor bajo el ardor de la prueba –incluso hasta la muerte– pueden haber estado tentados de pensar que, al apagarse su luz, todo estaba perdido. El apóstol les dice que, por el contrario, todo se encontrará en aquel día. Cuando Cristo se manifieste en su gloria, todo lo que haya sido para su alabanza y honor saldrá a la luz y se mostrará.

Entonces Cristo aparecerá, o será desvelado, según el término aquí. En la actualidad Él es invisible. Estos exiliados de la dispersión nunca habían visto a Jesús en los días de su carne, pues habían sido conducidos lejos del país de la promesa, y no habían podido contemplarlo. Sin embargo, Lo amaban, y Él era el objeto de su fe, y esto les regocijaba con una alegría inefable y gloriosa.

Nosotros, como ellos, jamás hemos visto al Señor, pero la fe, ¿es tan activa en nosotros? Recordemos que la fe es el telescopio del alma, que trae al campo de nuestra visión espiritual lo que no se ve a los ojos mortales. Entonces vemos a Jesús como una Realidad viva y brillante, y nuestra alegría se llena de la gloria de lo que Él es y de la esperanza de lo que va a ser, que va más allá de todo lenguaje humano. Creyendo nos regocijamos, y creyendo recibimos la salvación de nuestras almas, porque la salvación del alma es el fin, o el resultado, de la fe en el Salvador resucitado.

El amor, la fe, el gozo y la esperanza se encuentran en el versículo 8, aunque la última se infiere y no se nombra explícitamente. ¡Cuán excelente es el estado espiritual marcado por estas cosas! Sin embargo, todo ello no se produce estando ocupado con el propio estado espiritual, sino por estar ocupados con el propio Cristo, el Objeto amado de la visión de la fe.

2.5 - 1 Pedro 1:9

Aquellos a quienes Pedro escribía estaban bastante familiarizados con la idea de una salvación que consistía en una liberación temporal, como la liberación de sus padres de Egipto; habían esperado una salvación suprema de ese tipo en el advenimiento de su Mesías, según las promesas de los profetas; pero por la fe en el Cristo resucitado (v. 3), les había llegado una salvación de tipo espiritual que afectaba a sus almas, aunque externamente estaban todavía bajo el talón de hierro de Roma. De esta salvación también habían hablado los profetas, pues el tema de su testimonio era doble: primero, los sufrimientos de Cristo, y segundo, las glorias que iban a seguir. Un resultado inmediato de su primer advenimiento para sufrir, era una salvación del alma para los que creen. Como resultado directo de su segundo advenimiento para reinar en gloria, los cuerpos de los santos serán salvados del poder de la muerte, y se establecerá la salvación pública y universal para los que entren en Su reino.

2.6 - 1 Pedro 1:10-12

Tres cosas muy importantes deben ser notadas en los versículos 10 al 12.

(1) La realidad de la inspiración, y su carácter notable. Los profetas ejercían su ministerio, pero la fuente de sus profecías, ya sean orales o escritas, era el Espíritu. El Espíritu en ellos testificaba a través de ellos, y Él era tan realmente la fuente de sus oráculos que tenían que escudriñar diligentemente en sus propias palabras, e indagar de su profundo sentido, solo para descubrir que su pleno significado iba más allá de la comprensión de la época en que vivían, y que en realidad escribían para la instrucción de los santos de una época venidera –incluso para nosotros.

(2) Aunque en la era pasada Cristo no había sido manifestado, sin embargo, el Espíritu en los profetas y hablando a través de ellos, podía ser llamado «el Espíritu de Cristo». En consecuencia, Cristo era Aquel que hablaba por su Espíritu, incluso en los días del Antiguo Testamento. Veremos el alcance de esto cuando consideremos 1 Pedro 3:8-20.

(3) La fuerte diferencia que se establece entre la época anterior y la posterior a Cristo. La liberación del alma, que es la posesión común de los creyentes hoy en día era, incluso para los profetas de la era pasada, un tema de investigación; se habla de ella como siendo «para vosotros», que ministraban esas cosas, es decir, no estaba en la era anterior. Además, las cosas que ahora nos informan los apóstoles y otros que han predicado el Evangelio por el Espíritu Santo enviado desde el cielo, son las cosas que fueron solo antes profetizadas. Entonces predichas por el Espíritu; ahora son presentadas por el Espíritu. Entonces el Espíritu estaba en los profetas con el propósito de inspirarlos, pero ahora el Espíritu ha descendido del cielo. La época actual está caracteriza por los sufrimientos de Cristo cumplidos, en consecuencia, por la gracia que ha venido, por la realización de la salvación del alma, por las cosas en las que los ángeles desean ver de cerca, y por el Espíritu Santo venido el cielo.

2.7 - 1 Pedro 1:13-17

Una vez expuestos estos grandes y benditos hechos, el apóstol pasa a la exhortación en los versículos 13 al 17. El gran avance que caracteriza al cristianismo en comparación con el judaísmo conlleva un avance correspondiente en el carácter de la vida y el comportamiento cristianos. Ahora somos hijos e invocamos a Dios como nuestro Padre, pero debemos ser obedientes. Por un lado, necesitamos estar fortalecidos mentalmente, marcados por la sobriedad y una confiada esperanza; por otro lado, hemos de evitar las viejas concupiscencias que nos dominaban cuando estábamos en la ignorancia de Dios (v. 14), y ser santos en toda nuestra conducta como Dios mismo es santo (v. 15). La medida para toda nuestra conducta, es lo que Dios ha revelado ser. Además, Aquel a quien llamamos Padre es el Juez imparcial de la obra de cada uno, por lo que un temor reverencial nos conviene. Él es el Juez, pero es también nuestro Padre, y estamos ante Él, por tanto, en temor filial.

2.8 - 1 Pedro 1:18-20a

Estas exhortaciones, que surgen de la verdad expuesta en los versículos 1 al 12 (obsérvese la palabra «por lo cual», que inicia el v. 13), son reforzadas por los detalles adicionales de la verdad expuesta desde el versículo 18 en adelante hasta 1 Pedro 2:10, como lo atestigua la palabra: «Sabiendo» con que comienza el versículo 18.

Ellos sabían, y nosotros también, que hemos sido redimidos con la preciosa sangre de Cristo. Sus padres habían sido redimidos con plata y oro –una redención típica llevada a cabo bajo la ley judía. A veces se daba dinero real, como en Éxodo 30:11-16; Números 3:44-51. A veces se hacía mediante un sacrificio, como en Éxodo 13:13-15; incluso entonces, la plata y el oro estaban implicados, ya que se necesitaban para comprar el animal utilizado para el sacrificio. La plata y el oro son los metales menos corruptibles, y sin embargo son corruptibles. El precio de nuestra redención ha sido incorruptible y precioso.

El estilo de vida judío había degenerado en una mera tradición recibida de sus padres. Esto era muy evidente en los días de Isaías (29:13), y el Señor Jesús se lo reprochó, citando las palabras de Isaías, en Marcos 7:6-13. Incluso las cosas correctas que hacían, no las hacían porque se las ordenaba Dios, sino porque se las ordenaba la tradición. Así, su modo de vida se había corrompido y era sumamente ofensivo para Dios. Nuestra forma de vivir, nosotros los gentiles, era una pura vida de tinieblas, una vida en iniquidad y corrupción. Sin embargo, que se trate de ellos o de nosotros, hemos sido redimidos de nuestra antigua manera de vivir por la preciosa sangre de Aquel que era tipificado como el cordero sin mancha y sin contaminación de Éxodo 12:3-6; solo Él fue conocido de antemano, no solo cuatro días antes del sacrificio, sino desde antes de la fundación del mundo. Nuestra redención, por lo tanto, fue según los consejos eternos de Dios.

2.9 - 1 Pedro 1:20b-21

El Cordero de Dios fue conocido de antemano en la eternidad, pero manifestado en el tiempo. Manifestado «al fin de los tiempos» –el “fin del mundo”, o la «consumación de los siglos» de Hebreos 9:26– y eso no solo como el Redentor sino como el Revelador. Dios se reveló perfectamente en Él, de modo que es por él que creemos en Dios. No creemos en Dios por las maravillas de la creación, ni por la ley dada a través de Moisés, ni por las visiones de los ángeles, sino por Cristo, una vez muerto, pero ahora resucitado y en la gloria. Nuestra fe y nuestra esperanza descansan en Dios, a quien conocemos como el que resucitó a Cristo de entre los muertos y le dio la gloria. ¡Cuán maravillosamente encaja esto con el testimonio de Pablo en Romanos 4:23-25, y Romanos 10:9!

De esto se desprende que, si deseamos ganar hombres a la fe de Dios, debemos presentarles a Cristo: –Cristo una vez muerto; Cristo como resucitado; Cristo ahora en la gloria. Cualquier otro tema es inútil. Es posible que encontremos materia subsidiaria en otra parte. Ilustraciones útiles pueden abundar en los campos de la creación y la Providencia. A veces pueden ser expuestas por los hechos, o incluso por las especulaciones de la ciencia –aunque en cuanto a estas últimas, hay que tener la mayor precaución, ya que en su mayoría son erróneas, como lo atestigua la facilidad con que las generaciones de especuladores que se suceden, se deshacen de las hipótesis (o conjeturas) de sus predecesores. Sin embargo, el hecho es patente que, si los hombres creen realmente en Dios, es por Cristo que creen en Él. Prediquemos, pues, a Cristo, ya sea con nuestra vida, nuestros labios o con la pluma.

2.10 - 1 Pedro 1:22-23

La redención es, por supuesto, una obra realizada para nosotros. Necesitamos también una obra realizada en nosotros. Es de esto que el apóstol nos va a hablar ahora.

La verdad del Evangelio había llevado sus almas a la sumisión y a la obediencia en la energía del Espíritu. Esto había hecho una poderosa obra de purificación. Las purificaciones de la ley habían consistido en «diversas abluciones» de agua (Hebr. 9:10), puramente externos. Pero esta nueva purificación, era una purificación del alma, una renovación moral cuyo resultado era el amor, porque el amor es tan natural de la nueva naturaleza como el odio lo es de la vieja.

Si el versículo 22 presenta la obra realizada en ellos y en nosotros tal como podría ser observada y descrita por el hombre, el versículo 23 nos permite conocer el verdadero secreto de todo ello, desde un punto de vista imposible para el hombre y que solo puede ser conocido porque es revelado por Dios. Hemos nacido de nuevo.

La necesidad de este nuevo nacimiento para Israel fue aludida, aunque en términos velados, en Ezequiel 36:25-27. El Señor Jesús reforzó aún más su necesidad al hablar con Nicodemo en Juan 3. Nicodemo debería haber conocido el pasaje de Ezequiel, de ahí las palabras del Señor: «¿Tú eres un maestro de Israel y no entiendes esto?» (Juan 3:10). La enseñanza del Señor se basa en las palabras de Ezequiel, aunque las amplía y aclara en gran medida. Aun así, el Señor no abandonó todo el lenguaje figurado y siguió hablando de «agua». Sin embargo, en lo esencial, destacó la acción soberana del Espíritu en el nuevo nacimiento. «Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es» (v. 6).

La Epístola de Pedro fue escrita a la plena luz del cristianismo. No era ahora el Señor Jesús en la tierra hablando a Nicodemo, sino el mismo Jesús, resucitado y glorificado tras el cumplimiento de la redención, hablando a través de su apóstol inspirado a los cristianos. Por lo tanto, se dejan de lado las figuras y el asunto resalta con total claridad. Aquí, la energía del Espíritu solo se alude en el versículo 22, y el énfasis principal se pone sobretodo de qué nacemos (simiente incorruptible) y mediante qué lo somos (viva y permanente Palabra de Dios).

La vida de la raza de Adán, a la que pertenecemos, ya seamos judíos o gentiles, está completamente corrompida; su naturaleza es totalmente mala. No solo debemos ser redimidos, sino también purificados. El Espíritu de Dios obra con este fin y nosotros obedecemos a la verdad. Sin embargo, la realidad interior es que el Espíritu utiliza la Palabra de Dios de tal manera que nacemos de nuevo de una semilla incorruptible. En consecuencia, poseemos una nueva naturaleza, que brota de una fuente divina y desprovista de la mínima mancha de corrupción. Se trata, pues, de una purificación de lo más profunda y fundamental, realizada por el Espíritu de Dios a través de la Palabra de Dios, –el «agua» de Juan 3 y Ezequiel 36. No es difícil ver lo acertado de la figura del «agua».

Le resultará útil echar un vistazo a 1 Juan 3:9, que lleva el asunto un paso más allá. La expresión «nacido de Dios» subraya la fuente divina de la que tenemos el origen. La semilla de Dios permanece en nosotros y es incorruptible, como nos ha dicho Pedro. Este es el carácter esencial de nuestra nueva naturaleza, como se manifestará claramente cuando el último rastro de la vieja naturaleza sea eliminado de nosotros en la venida del Señor.

2.11 - 1 Pedro 1:24-25

Volviendo a nuestro pasaje observamos que, la Palabra de Dios por la que somos regenerados, es viva y permanente, y en esto contrasta directamente con nosotros mismos como hijos de Adán. «Toda la carne es como la hierba» que crece y se seca rápidamente. Toda la gloria del hombre es como la flor de la hierba, que se marchita y desaparece aún más rápidamente que la propia hierba. La gloria del hombre se desvanece rápidamente, y el hombre mismo muere. La Palabra del Señor vive y permanece para siempre, y por ella que nacemos de nuevo (regenerados).

¡Qué maravilloso es esto! Lo que nace participa de la naturaleza y del carácter de aquel que le da origen. «Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es». Es igualmente cierto que lo que nace de semilla incorruptible es incorruptible, y lo que nace por la Palabra viva y permanente de Dios es vivo y permanente. Y esa Palabra del Señor que permanece eternamente, nos ha alcanzado por el mensaje evangélico que hemos creído. Por lo tanto, no nos sorprenderá que en el próximo capítulo se nos hable de «piedras vivas» y se nos relacione con una «Casa» que es incorruptible y eterna.

3 - Capítulo 2

3.1 - 1 Pedro 2:1

Los últimos versículos del capítulo 1 nos han mostrado que el nuevo nacimiento que ha tenido lugar con cada creyente tiene un efecto purificador, por lo que el primer versículo del capítulo 2 da por sentado que desechamos esos rasgos feos que son la naturaleza de la carne en nosotros. De las cosas especificadas, la malicia, la envidia y las malas palabras se refieren especialmente a nuestras relaciones con nuestros semejantes, y se mencionan particularmente porque Pedro va a presentarnos ahora la verdad que nos muestra al creyente en íntima relación con todos sus semejantes como una piedra en una Casa espiritual, y como uno de la familia sacerdotal. En tales conexiones, nada procederá correctamente a menos que se dejen de lado estos males.

3.2 - 1 Pedro 2:2-3

Sin embargo, no basta con dejar de lado el mal, sino que debemos ir a por lo que es bueno. No debemos limitarnos a revestirnos del bien como un vestido o adorno exterior, sino imbuirnos de él como alimento espiritual. Existe «la leche espiritual pura» de la Palabra, adecuada para el recién nacido, y debemos desearla fervientemente. Si nos alimentamos de la Palabra, crecemos. Pero incluso entonces seguimos necesitando la Palabra, porque es carne para los mayores y leche para los niños, como nos dice Hebreos 5:12-14.

Esto nos proporciona una respuesta muy clara a la pregunta que se repite a menudo: ¿Por qué algunos cristianos progresan tanto espiritualmente y otros apenas lo hacen? Porque algunos se alimentan de corazón y con regularidad con una dieta pura y espiritual. Se alimentan de la Palabra, ya sea como leche o como carne. Otros se alimentan poco de ella y están medio hambrientos espiritualmente. Otros, de nuevo, ahogan sus mentes y corazones con lecturas ligeras y tontas. Algunos prefieren las historias de amor sentimental, tal vez ligeramente aderezadas con el Evangelio; tales, naturalmente, no progresan espiritualmente más de lo que progresaría físicamente un niño cuya dieta consistiera solo en dulces.

Otros se dedican a la lectura de tipo más intelectual, pero con un poco de incredulidad, y no progresan mejor que el niño criado con alimentos sólidos con pequeñas cantidades de veneno.

Debemos tener alimento para nuestras mentes y corazones. Procuremos que sea la Palabra la que nos alimente, ya que es por la Palabra que hemos nacido de nuevo, si es que hemos probado la bondad de Dios, pues todo esto supone que somos personas verdaderamente convertidas, que hemos venido realmente al Señor.

3.3 - 1 Pedro 2:4-8

3.3.1 - El Señor como una piedra (2:4 y 2:6-7)

¿Y quién y qué es el Señor al que hemos acudido? Él es la: «Piedra Viva». Este es un título notable de nuestro Señor. Lo presenta como aquel en quien está la vida, que se hizo Hombre, y que, por la muerte y la resurrección, se ha convertido en la Cabeza y el Fundamento de esta nueva estructura que Dios está construyendo, compuesta por hombres que viven por medio de él y en él. Él es la «piedra angular, escogida, preciosa» (v. 6), «la cabeza del ángulo» (v. 7). Los hombres que, como «piedras vivas», han sido edificados en esta «Casa» de tipo viviente, llegaron a serlo al acudir a Cristo, la Piedra Viva.

3.3.2 - Pedro en Juan 1

Evidentemente, el apóstol Pedro nunca olvidó su primera entrevista con el Señor Jesús, registrada en Juan 1, y en estos versículos tenemos una clara alusión a ella. Juan 1 nos presenta al Señor Jesús como el Verbo, en quien estaba la vida, hecho carne para, como Hombre, morir como Cordero de Dios, y luego, en la resurrección, bautizar con el Espíritu Santo (v. 1, 4, 14, 29, 33). Entonces Andrés lleva a su hermano Simón a Jesús, como el Cristo. El Señor Jesús, sabiendo lo que tenía delante, y consciente de todo lo que Él mismo era –sea lo que sea que Simón supiera o no supiera que era–, instantáneamente tomó posesión de él y le cambió el nombre por el de Pedro, que significa «una piedra». Fue como si el Señor le dijera: “Viniendo a mí con fe, te has convertido –aunque tu fe sea todavía parcial e incompleta– en alguien de la misma naturaleza que yo mismo”.

3.3.3 - Pedro en Mateo 16

Tampoco olvidó Pedro la entrevista posterior registrada en Mateo 16. En esta ocasión Pedro había confesado al Señor Jesús como el Hijo del Dios Vivo, lo que era prácticamente confesarlo como la Piedra Viva. El Señor Jesús, en respuesta, le recordó a Simón que su verdadero nombre ahora era Pedro –«una piedra»-, mientras que Él mismo era la Roca; y que Pedro, como piedra, no debía quedar aislado, sino estar con los demás edificado en la Iglesia o Asamblea que Cristo llamaba suya –«mi Iglesia».

3.3.4 - 1 Pedro 2:5-6

Cuando el Señor Jesús habló así a Pedro todo era futuro, pues dijo: «Yo edificaré». Ahora Pedro escribe a otros que también habían venido a Cristo y por lo tanto se convirtieron en piedras vivas, y él puede hablar de todo como una cosa presente y existente, aunque no una cosa absolutamente completa. Dice en el versículo 5: Vosotros «sed edificados» –o, «Estáis siendo edificados como una Casa espiritual». Eran una Casa espiritual, sin embargo, no era una cosa completa porque otras piedras vivas eran continuamente añadidas.

Ahora bien, una casa existe para su ocupante, y así somos edificados juntos como una morada para Dios; no una casa material del tipo al que estaban acostumbrados como judíos, sino una Casa espiritual. Además, donde Dios mora, allí debe ser alabado, y así, por su obra y ordenamiento, llenamos una capacidad adicional como «un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por Jesucristo». Estos son: «Un continuo sacrificio de alabanza a Dios, es decir, el fruto de labios que confiesa su nombre» (Hebr. 13:15).

Todo verdadero creyente es una piedra viva en la Casa, y un sacerdote por pertenecer a este santo sacerdocio.

Si nos hubiéramos acercado a uno de los hijos de Aarón y le hubiéramos preguntado cómo llegó a ser sacerdote, sin duda nos habría dicho que fue, en primer lugar, por su nacimiento; y que, en segundo lugar, al haber nacido de la familia sacerdotal, fue puesto en el oficio sacerdotal mediante el lavado con agua, la aspersión con sangre y la unción con aceite, como se ordena en Éxodo 29. Nosotros también somos sacerdotes por nacimiento. Siendo nacidos de Dios, somos sacerdotes de Dios. Nosotros también hemos recibido el lavado del agua por la Palabra (1 Pe. 1:22-23). Hemos sido redimidos por la sangre, la preciosa sangre de Cristo (1 Pe. 1:19), y hemos recibido el Espíritu, que es tipificado con el aceite; aunque esa característica particular no se nos presenta en el pasaje que estamos considerando. Hemos venido a Cristo (1 Pe. 2:4), y por lo tanto somos sacerdotes, al igual que los hijos de Aarón eran sacerdotes por haber venido a Aarón, y estar así asociados con él en el oficio de sacerdote.

Cada creyente de hoy es pues un sacerdote. Pero debemos recordar que una cosa es ser sacerdote, y otra es entrar realmente y ejercer nuestras funciones sacerdotales. El primer ejercicio de nuestro sacerdocio es hacia Dios, en el ofrecimiento del sacrificio de alabanza. Esto es «aceptable a Dios por Jesucristo», pues él es el Gran Sumo Sacerdote, como lo pone de manifiesto la Epístola a los Hebreos. Todo lo que ofrecemos, por Él lo ofrecemos; y esto, por supuesto, explica su aceptabilidad para Dios, ya que él es el elegido y precioso a los ojos de Dios, como muestra el versículo 6.

3.3.5 - 1 Pedro 2:7-8

Sin embargo, nunca debe olvidarse que Él no es el elegido y precioso, ni es el aceptable, en la estima del hombre. Al contrario, es rechazado y desechado. El hecho es que el hombre se ha convertido en una criatura desobediente, como nos recuerda el versículo 7. En lugar de conformarse con los planes de Dios, desea seguir adelante con sus propios planes. En lugar de estar contento con lo que Dios edifica, y de ser llamado a participar en él como piedra viva, el hombre desea construir un edificio por su cuenta, un edificio que se ajuste a sus propias ideas caídas y que dé lugar a su propia gloria. Cuando el Señor Jesús vino, los hombres intentaron hacerlo entrar en su construcción, y no pudieron. Si él hubiera consentido adoptar las ideas de los hombres, habría sido otra cosa. Habrían estado encantados que alguien tan importante como Él fuese el partidario del gobierno romano, de la filosofía griega o de la religión judía. Viniendo como lo hizo, en nombre de Dios, exponía la locura de ellos y no encajaba con ninguna de sus ideas. Era, por así decirlo, una piedra de formación tan peculiar que no había un solo nicho en el imponente templo de la fama del hombre donde pudiera encajar. De ahí que se convirtiera en «la piedra que los edificadores rechazaron», y en «piedra de tropiezo y roca de escándalo» para los hombres orgullosos que lo rechazaron, mientras era elevado por Dios como «cabeza de ángulo» del edificio divino.

3.4 - 1 Pedro 2:9-10

En consecuencia, nosotros, que somos sacerdotes de Dios en asociación con él, no hacemos parte, como él, del edificio humano, ni del sistema-mundo del hombre, aunque tenemos otra función sacerdotal que tiene referencia directa al mundo por el que pasamos. Somos «linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido», como se ha traducido el versículo 9. Somos aquellos que Dios ha elegido y separado para sí mismo. En la era venidera, el carácter real de nuestro sacerdocio será más manifiesto que en el presente, pero ahora tenemos como misión anunciar las alabanzas, las virtudes y las excelencias de Dios en este mundo desobediente. Esta es nuestra función sacerdotal hacia el hombre.

En la era venidera los santos van a juzgar al mundo, como nos dice 1 Corintios 6:2. Como sacerdocio real, tendremos entonces por misión dispensar Sus juicios. Para manifestar la realeza de nuestro sacerdocio, tenemos como misión ejercer Su excelente justicia expresada en gracia, y anunciar su carácter como luz y amor. Esto, por supuesto, lo hacemos aún más por lo que somos que por lo que decimos. Es el carácter, el espíritu y la actitud del sacerdote real lo que cuenta tanto.

¿Se sienten algunos inclinados a declarar esto como una tarea imposible? No, no es imposible. Difícil tal vez, porque no es natural para nosotros como hombres en la carne, aunque sí lo es para los sacerdotes a los que pertenecemos, que han nacido de nuevo, redimidos y en los que el Espíritu habita. Esta tarea es posible, en efecto, porque nosotros mismos hemos sido los objetos de la gracia que ahora debemos anunciar a los demás. Hemos sido llamados «de las tinieblas a su luz admirable».

Podemos imaginar a uno de los judíos convertidos, a los que Pedro escribía, gritando entonces: “¡Tinieblas! Pedro, te olvidas que nunca fuimos paganos ignorantes, como lo fueron otros”. Y nosotros, que hemos sido criados en las condiciones de una civilización ilustrada y cristianizada, podríamos decir lo mismo. El apóstol habría podido responder: “Lo sé, pero vuestro judaísmo era, a pesar de todo, oscuridad”. Dios no se había revelado plenamente, no estaba «en la luz» (1 Juan 1:7), si se considera el judaísmo en su pureza original. Y cuando fue corrompido por una masa de tradiciones y de observancias por los fariseos, fue en verdad oscuridad.

Todo era tinieblas para nosotros, que hayamos salido del judaísmo o del paganismo, o de una cristiandad corrompida que solo lleva el nombre; pero ahora estamos en una luz maravillosa; somos el pueblo de Dios, habiendo obtenido misericordia.

¡Su luz maravillosa! ¿Es esto lo que sentimos? El mundo se hunde cada vez más en su oscuridad e incredulidad. Sus sabios, científicos y filósofos, llenan el aire con gritos triunfantes sobre sus investigaciones y sus descubrimientos. Sin embargo, en realidad son como hombres que se aferran a sombras esquivas, mientras su ciencia es una niebla envolvente. Sus descubrimientos les permiten hacer muchas cosas inteligentes y curiosas en el mundo, pero no hay un solo rayo de luz en ellos en cuanto a las cosas de ultratumba. Y aquí estamos nosotros, puestos a la luz de Dios plenamente revelado en Cristo, a la luz de su gracia, de sus propósitos, de su gloria. ¿Estudiamos estas cosas, para llegar a estar aún más y más iluminados, y en consecuencia, luminosos nosotros mismos?

En una noche sin nubes, en el momento de la luna llena, tenemos el beneficio de este satélite que brilla por el reflejo de la luz del sol. ¡Qué maravillosa es la luz del sol que tanto hace brillar a un cuerpo oscuro! Pues bien, el mundo sigue en la oscuridad, pues está de espaldas a Dios. Nosotros estamos a la luz de su verdad y de su gracia, –la luz del conocimiento de Él mismo. Nos damos cuenta de cuán maravillosa es esa luz, cuando vemos lo que ella puede hacer, que personas oscuras y poco atractivas, como nosotros, puedan anunciar sus excelencias y reflejarlo a Él.

¡Oh!, ¡que podamos estar más plenamente en la claridad sin nubes de la maravillosa luz de Dios!

3.5 - 1 Pedro 2:11

En 1 Pedro 2:11 el apóstol dirige la «maravillosa luz» de Dios a la vida diaria de los santos y reales sacerdotes a quienes escribe, dirigiéndose a ellos como «extranjeros y peregrinos».

Ellos eran, por supuesto, extranjeros en las tierras donde eran dispersos (1:1), pero no es esto a lo que se alude aquí. Todo cristiano es un extranjero y un peregrino, y no tenemos que sorprendernos de ello, ya que por el hecho mismo de que seamos llevados a una relación tan cercana y de honor con Dios, se produce una separación correspondiente con el mundo. El mundo es totalmente antagónico a Dios, y no podemos estar en ambos al mismo tiempo. Debe ser uno o el otro. Para nosotros, lo que nos conviene, es la relación y la comunión con Dios, y por tanto el carácter de peregrinos y extranjeros en el mundo. El mundo comenzó con Caín, como «errante y extranjero serás en la tierra» (Gén. 4:12) [1]. Podemos resumir el tema así:

  • Un fugitivo es un hombre que huye de su casa.
  • Un vagabundo es un hombre que no tiene casa.
  • Un extranjero es un hombre que está lejos de su casa.
  • Un peregrino es un hombre que está en camino a su casa.

[1] Mas bien, el mundo comenzó cuando Caïn, rechazando la sentencia de Dios que hacía de él un hombre fugitivo y vagabundo, se estableció en una ciudad y ejerció todas las actividades humanas (Gén. 4:17-24).

La presencia efectiva de Dios es el verdadero hogar de nuestras almas, y estamos desconectados del sistema del mundo para ser extranjeros en él, aunque seamos dejados en él por un tiempo para mostrar las excelencias de Dios. Sin embargo, no vagamos sin rumbo, porque también somos peregrinos, y esto significa que tenemos un objetivo ante nosotros, un punto fijo hacia el que nos dirigimos.

El mundo está consumido por las «concupiscencias» o «deseos» carnales y, en consecuencia, entregado a la satisfacción de esos deseos. El cristiano tiene otros deseos, de tipo espiritual, que no proceden en absoluto de la carne, y la única manera de fomentarlos es abstenerse de los deseos de la carne. Este es un asunto muy personal.

3.6 - 1 Pedro 2:12

El versículo 12 trata de nuestra vida en relación con los demás. Los gentiles eran naturalmente muy críticos con estos judíos residentes en medio de ellos, y estaban dispuestos a hablar contra ellos. Cuando alguno de ellos se convertía en cristiano, estos gentiles eran más propensos que nunca a denunciarlos, como lo demuestra la forma en que un cristiano de hoy es denunciado si da al mundo la menor ocasión para ello. Por lo tanto, toda su manera de vivir debía ser correcta y honesta. Los judíos, con sus instintos notoriamente fuertes en materia de lucro, podían haber necesitado particularmente esta exhortación, pero ¿quién de nosotros no la necesita en absoluto? Si mantenemos la rectitud, en última instancia nuestros mismos antagonistas glorificarán a Dios. Puede que lo hagan de forma que se aseguren su propia bendición. Ciertamente lo harán cuando Dios los visite en juicio.

3.7 - 1 Pedro 2:13-17

Los versículos 13 al 17, inclusive, desarrollan en detalle esta exhortación para nosotros. Estos judíos cristianos de la dispersión, bien podían no estar muy inclinados a amar a muchas de las autoridades gentiles que los dominaban, reyes o gobernadores, y también las muchas ordenanzas, leyes y reglamentos instituidos, muchos de ellos muy diferentes de lo que Dios había dado por Moisés, a los que ellos y sus antepasados habían estado acostumbrados. Aun así, debían someterse. El gobierno era una institución divina, y ellos debían reconocerla. Es por eso que ellos, como nosotros, debemos someternos por el amor de Dios. El cristiano es, por supuesto, libre, ya que se encuentra en la libertad de Cristo. Sin embargo, no debe usar su libertad como «un velo para cubrir la maldad», para descargar de alguna forma su ira sobre otros; sino que debe considerar la libertad como la libertad de servir a Dios, y el servicio a Dios exige la sumisión a las autoridades que aquí se establece.

El asunto se resume de forma concisa en el versículo 17, y encontramos a los que se convierten en «los siervos de Dios». En cuanto a todos los hombres, el honor. En cuanto a los hermanos, es decir, todos los creyentes, amarlos. En cuanto a Dios, temor. En cuanto al rey, el representante de toda la autoridad humana, el honor. Cumpliendo esto, hacemos la voluntad de Dios y silenciamos a los adversarios insensatos.

3.8 - 1 Pedro 2:18-20

Después de haber exhortado a todos los cristianos a la sumisión, el apóstol se dirige especialmente a los siervos en el versículo 18. La palabra empleada no significa exactamente «esclavos», sino «criados de la casa». Estos también deben estar sometidos a la autoridad y especialmente a los amos a los que sirven. Estos amos pueden ser a menudo gente del mundo y de mal carácter. En consecuencia, el siervo puede tener que sufrir a menudo injustamente. El cristiano no tiene ningún mérito si, sufriendo por el mal que hace, lo soporta con paciencia. Tal es la manera divina de pensar, aunque hoy en día la gente –incluso los cristianos– es muy intolerante a una pequeña reprimenda por sus faltas. Lo que sí agrada a Dios es tomar con paciencia el sufrimiento que se soporta por hacer el bien y actuar con «conciencia hacia Dios» (1:19). Nada es más difícil para nosotros naturalmente que esto. ¡Qué indignación sentimos cuando nuestras buenas acciones solo sirven para traernos problemas!

3.9 - 1 Pedro 2:21-23

¿Qué nos ayudará en esto? Dos cosas. En primer lugar, el ejemplo de Cristo. En segundo lugar, su sacrificio expiatorio y sus resultados.

Los versículos 21 al 23 nos hablan de la primera de estas ayudas. Nadie hizo jamás el bien como el Señor Jesús. Nadie fue jamás, como él, tan mal apreciado, tan despreciado y perseguido. Además, no hizo ningún pecado, ningún engaño estuvo jamás en su boca. Nada había en él o en su vida que justificara que se le tratara sin consideración. Sin embargo, nadie sufrió como él, y nadie aceptó el sufrimiento con tanta mansedumbre y perfección. Cumplió la palabra de Isaías 53:7: «Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca». En todo esto fue un ejemplo para nosotros, pues estamos llamados a seguir sus pasos en su camino. Considerar a Cristo en toda la gloria de su perfección no puede dejar de tener su efecto en nosotros, conformando nuestros pensamientos y conducta a los suyos. Si somos llamados a sufrir, también nos encomendaremos a Aquel que juzga con justicia, en lugar de intentar vengarnos.

3.10 - 1 Pedro 2:24-25

Pero, aun así, no somos como él era, pues nosotros tenemos pecados y él no los tenía. Por lo tanto, necesitamos el sacrificio expiatorio del que habla el versículo 24. Él, que no pecó, «llevó en su cuerpo nuestros pecados sobre el madero». Esto es algo que nos sobrepasa por completo. En esto no podemos seguir sus pasos.

Cada parte de este maravilloso versículo merece nuestra más cuidadosa atención. Él mismo fue el portador de nuestros pecados, y no otro. Llevó nuestros pecados. Isaías 53 había dicho que él debía llevar nuestras penas y cargar con nuestros dolores, pero también predijo que debía ser «herido fue por nuestras rebeliones» y «molido por nuestros pecados», y ser golpeado por «la rebelión de mi pueblo», y su alma fue puesta en «expiación por el pecado». Estos pecados eran los nuestros, pues el versículo precisamente habla de la obra de Cristo, no en su aspecto hacia Dios como propiciación, sino en su aspecto hacia el creyente como llevando sus pecados (sus pecados, y no los de todo el mundo).

Además, llevó nuestros pecados en su cuerpo. Él fue verdaderamente nuestro sustituto. Nosotros hemos pecado en nuestros cuerpos, y él habiéndose convertido en un verdadero hombre, apartado del pecado, llevó nuestros pecados en su cuerpo santo como sacrificio por el pecado. Esto lo llevó a cabo en el madero, pues fue exclusivamente en su muerte que se hizo la expiación. No llevó nuestros pecados durante su vida, sino en su muerte, y somos curados por sus heridas, como también lo había declarado Isaías 53.

Pero entonces llevó nuestros pecados y nos liberó de los azotes que nuestros pecados merecían, no para que continuáramos pecando, sino para que en adelante estuviéramos muertos a la vieja vida de corrupción mundana y a los pecados que esta conllevaba, y viviéramos ahora en justicia práctica. Para que seamos liberados de la práctica de los pecados y del poder del pecado.

Este versículo puede ser útil compararlo con la verdad expuesta en Romanos 6. Allí el pecado está en cuestión –el pecado como tirano y amo– aquí los pecados. Allí debemos considerarnos muertos al pecado y vivos para Dios. Aquí debemos estar muertos a los pecados y vivos para la justicia. En ambos casos, la cruz de Cristo es de donde todo fluye, pero Romanos 6 es el creyente que la toma en cuenta por la fe en su experiencia. Aquí es el resultado práctico que sigue. El creyente consecuente llega a ser como un hombre muerto a todos los pecados que antes le agradaban, y vive ahora para la voluntad de Dios que es la justicia práctica. Y esto debido al hecho de que Aquel que murió por él como el Cordero del sacrificio, ahora vive como el Pastor y Obispo de su alma. En efecto, éramos como ovejas «descarriadas» –una última referencia a Isaías 53–, pero ahora tenemos un Pastor vivo que nos guía por las sendas de la justicia por amor a su nombre (Sal. 23:3).

4 - Capítulo 3

4.1 - 1 Pedro 3:1-7

En los primeros versículos del capítulo 3, el apóstol continúa la exhortación a la sumisión comenzada en 2:13. En 2:18 la aplicaba a los que socialmente estaban en un lugar de sumisión. Ahora la aplica a los que ocupan el lugar de sumisión en esa gran relación natural que es el fundamento de todas las relaciones humanas.

La esposa cristiana debe estar sometida a su marido. Si él es cristiano, obedece a la Palabra y ella le obedece a él. Un arreglo excelente y delicioso hecho según la sabiduría de Dios. La sujeción, recordémoslo, no significa inferioridad. En las sociedades comerciales, dos hombres pueden ser socios por igual y, sin embargo, uno de ellos es reconocido como el de mayor jerarquía, con quien recae la decisión final. Así, en el vínculo matrimonial, el hombre ha sido creado para ocupar el lugar principal y de lugar dirigente, y la mujer para ocupar el lugar de sumisión, aunque es heredera, junto con su marido, de la gracia de la vida, y participa con él en sus ejercicios y oraciones. Si el marido ama y honra a su mujer como coheredera y compañera, y ella le honra y obedece, el resultado es un matrimonio ideal.

Pero, como indica el primer versículo, algunas mujeres creyentes pueden tener maridos que, al no estar convertidos, no obedecen la Palabra. En este caso, la esposa convertida debe seguir actuando con él según la Palabra. Ella, en todo caso, debe ser una mujer cristiana y dejar que su cristianismo brille en su manera de vivir pura (v. 2), evitando los artificios mundanos de adornamiento y de vestido (v. 3), manifestando «un espíritu afable y apacible, que es de gran valor ante Dios» (v. 4), y una sujeción a su marido acompañada con una actividad para hacer el bien y un espíritu de tranquila confianza en Dios (v. 5-6). Muchos esposos han sido ganados «sin la palabra», por tal manera de vivir.

La «Iglesia», dominada por los principios del mundo del siglo 20, puede eliminar la palabra «obedecer» de su servicio matrimonial, pero ¡vean lo que ustedes, esposas cristianas, van a perder si la eliminan de sus corazones y mentes! Si su esposo es inconverso, puede perderse el gozo de ganarlo. Si él es cristiano, cuánto puede perderse de la gracia de la vida y la oración.

4.2 - 1 Pedro 3:8-13

El versículo 8 nos lleva a la última palabra del apóstol en relación con la sumisión. El espíritu amable, gentil y humilde debe caracterizar a todos los creyentes. Nunca debemos permitirnos la maldad o la recriminación según el principio de ojo por ojo y diente por diente, sino que debemos tener siempre un espíritu inclinado a bendecir, ya que la bendición la recibimos de Dios, y esto se debe a que somos colocados como peregrinos bajo su santo gobierno.

Los principios del gobierno de Dios sobre su pueblo no cambian. Cuando David escribió el Salmo 34, era la dispensación de la ley y el pueblo de Dios ocupaba el lugar de siervo. Hoy es la dispensación de la gracia y estamos ante Dios como sus hijos, como muestra Gálatas 3:23 al 4:7. Sin embargo, el apóstol Pedro puede citar las palabras de David del Salmo 34, como aplicándose igualmente a nosotros. Cosechamos lo que sembramos en el gobierno de Dios; y la manera de «ver días buenos» es hacer «el bien», como muestran los versículos 10 al 13 de nuestro capítulo. Muchos acontecimientos desagradables en nuestras vidas son claramente el resultado de nuestro mal comportamiento. Si sembráramos más de bien, cosecharemos más de bien.

4.3 - Paralelo entre los libros de Moisés y 1 Pedro 1 al 3

Llegados a este punto, notemos la notable forma en que el apóstol ha puesto ante nosotros, en sus líneas principales, la verdad expuesta en los libros de Moisés de forma típica e histórica.

El Génesis es el libro de la elección. Nos muestra cómo Dios eligió a Abel y a Set, y no a Caín, a Sem y no a Cam. Abram y no Nacor; Isaac y no Ismael; Jacob y no Esaú; José y no Rubén, Efraín y no Manasés. Pedro nos presenta en primer lugar la misericordia de Dios que elige (1 Pe. 1:2).

El Éxodo es el libro de la redención. Israel fue redimido de Egipto y llevado a Dios. Pedro procede a decirnos cómo hemos sido redimidos por la preciosa sangre de Cristo, y llevados a Dios con nuestra fe y esperanza en él (1 Pe. 1:18-21).

El Levítico es el libro del sacerdocio. Contiene instrucciones en cuanto a los sacrificios para guiar a los sacerdotes, en cuanto a los usos y a la pureza que convienen a los sacrificios. Pedro presenta ante nosotros el sacerdocio cristiano, su constitución y sus privilegios (1:22 al 2:10).

Los Números es el libro del desierto. Revela especialmente el viaje de Israel por el desierto con todas sus vicisitudes y lecciones. Pedro, nos instruye sobre nuestra peregrinación, y la conducta que nos corresponde en ella (1 Pe. 2:11 al 3:7).

El Deuteronomio es el libro del gobierno de Dios. En él se advierte a Israel de las consecuencias de la desobediencia, y la recompensa de la obediencia. Y acabamos de llegar a la parte de la Epístola, en el capítulo 3, donde Pedro nos advierte que, aunque como cristianos estemos en la gracia de Dios, todavía estamos bajo su gobierno y tenemos que rendir cuentas bajo este aspecto.

4.4 - 1 Pedro 3:14-17

El versículo 14 introduce otra consideración. Por supuesto, podemos sufrir por nuestra propia locura bajo el gobierno de Dios. Por otra parte, podemos estar recibiendo bendiciones bajo el gobierno de Dios y, sin embargo, ser llamados a sufrir por causa de la justicia. Si es así, Dios garantiza nuestra felicidad a través de este sufrimiento. No debemos tener miedo de los hombres, sino que, santificando al Señor, Cristo en nuestros corazones, debemos testificar con mansamente de la verdad, manteniendo una buena conciencia mediante una vida santa.

Observe de paso cómo el versículo 15 pone de manifiesto la verdadera fuerza de la palabra «santificar». No es principalmente «hacer santo», porque el Señor no puede ser más santo de lo que es. Sin embargo, puede, en nuestros corazones, ser apartado de su propio sitio de gloria, de supremacía y de autoridad. Santificar significa: «Poner aparte».

4.5 - 1 Pedro 3:18

Ahora bien, nadie ha sufrido como Cristo. Él es nuestro Ejemplo supremo. Pero sus sufrimientos, tal como los presenta el versículo 18, eran de una clase propia que están más allá de nosotros, pues sufrió por los pecados como Sustituto, el Justo por los injustos. La palabra “sustitución” no aparece en nuestra versión de la Biblia, pero lo que la palabra representa está muy claramente en este versículo. Observen el objeto de sus sufrimientos en sustitución: «Para llevarnos a Dios», es decir haciendo que estemos completamente en casa en su presencia, estando en una aptitud conveniente para estar allí. ¿Estamos todos completamente cómodos con Dios, felices como en casa, en nuestros corazones y conciencias?

4.6 - 1 Pedro 3:19-20a

El Señor Jesús sufrió por los pecados hasta la muerte, y resucitó por o «en» el Espíritu, estando terminado el día de su carne. En el Espíritu también había predicado antes del diluvio a los que ahora son espíritus en prisión. Estas personas, que ahora son espíritus en prisión, una vez caminaron por la tierra como hombres y mujeres en los días de Noé, y Cristo en Espíritu (o, el Espíritu de Cristo) les habló a través de la boca de Noé. Ellos fueron desobedientes, de ahí su actual encarcelamiento en el Hades, el mundo invisible. El Espíritu de Cristo hablaba por los profetas del Antiguo Testamento, como notamos al leer 1 Pedro 1:11. También habló mediante Noé.

Si alguno de nuestros lectores tiene dudas sobre si esta es la explicación correcta del pasaje, que se dirija a Efesios 2:13 al 18. Al hacerlo, encontrará que el «él» del versículo 16 (cuyo «él» se refiere también al v. 17) es indudablemente el Señor Jesús. En el versículo 17, «los que estaban lejos», representan a los gentiles; «los que estaban cerca», a los judíos. El pasaje afirma entonces que, habiendo soportado la cruz, el Señor Jesús «vino y anunció la paz» a todos. ¿Cuándo? ¿Cómo? Nunca, de manera personal. Solo por los labios de los apóstoles y otros que estaban llenos de su Espíritu lo hizo. En este pasaje de Efesios 2 se utiliza exactamente la misma figura retórica que en el que estamos considerando en 1 Pedro 3:18-19.

4.7 - 1 Pedro 3:20b-21a

Como resultado de este testimonio antediluviano del Espíritu de Cristo, solo ocho almas fueron salvadas a través de las aguas del diluvio; un pequeño puñado, el más mínimo remanente de la era anterior. Ahora bien, el bautismo (3:21), que no es más que una figura, tiene precisamente esa fuerza. El diluvio separó ese pequeño remanente de la era antediluviana para que, a través de las aguas de la muerte, se desvincularan del viejo mundo y entraran en el nuevo. Los judíos convertidos a los que Pedro escribía estaban exactamente en esa posición. Ellos también eran un pequeño remanente, y por su bautismo fueron disociados de la masa de su nación que estaba bajo la ira y el juicio, para que pudieran estar bajo la autoridad de su Mesías resucitado y glorificado. El bautismo es en figura la disociación por medio de la muerte, y es en ese sentido que salva. Los judíos como nación eran como un barco que naufraga; estar bautizado era cortar formalmente el último vínculo con ellos, lo que significaba la salvación de su perdición nacional. De ahí las palabras de Pedro en Hechos 2:40. «Salvaos de esta generación perversa». ¿Qué encontramos después? «Los que recibieron su palabra fueron bautizados».

El bautismo no logra nada vital y eterno, pues es «una figura». No es, sin embargo, un mero lavado ceremonial como lo eran los «bautismos» o abluciones judías. Es más bien la “respuesta” o «petición a Dios de una buena conciencia», como vemos con el eunuco y con Lidia (véase Hec. 8:36; 16:15). Una buena conciencia lo acepta de buen grado, e incluso lo pide, considerando el bautismo como fidelidad al Señor para estar en figura cortado de la antigua vida, así como él fue realmente cortado en la muerte; y así estar identificado con él.

4.8 - 1 Pedro 3:21b-22

Todo, sin embargo, solo es válido «por la resurrección de Jesucristo». Porque si no hubiera real y efectivamente un nuevo mundo de vida y bendición abierto para nosotros por su resurrección, ¿quién cortaría sus vínculos con el antiguo? Fue por la resurrección que estos cristianos habían sido regenerados para una esperanza viva, según 1 Pedro 1:3. Se sumergían voluntariamente en las aguas del bautismo, y así decir un adiós formal a su antigua posición de judío, los cuales estaban ante un juicio inminente (véase 1 Tes. 2:14-16), en vista de la vasta gama de gracia y gloria con sus esperanzas vivas, que se les revelaba y aseguraba en la resurrección del Señor Jesús.

Sin embargo, Cristo no solo ha resucitado, sino que ha subido al cielo y ya está sentado a la diestra de Dios, lo que significa que es el Administrador designado de toda la voluntad de Dios. Un poderoso hombre de negocios que tiene a alguien de gran capacidad que actúa por él y lleva a cabo sus deseos, que a menudo habla como siendo “su mano derecha”. El Señor Jesús es, en efecto, el «Varón de tu diestra» del que habló el salmista (Sal. 80:17), y hemos sido bautizados para él, y estamos bajo su autoridad. Todos los «ángeles, autoridades y potestades» le están sometidos.

4.9 - 1 Pedro 3:15-22

¡Qué gran estímulo para nosotros! Recordemos que todos estos versículos (15-22) fluyen del pensamiento de que tal vez tengamos que sufrir por causa de la justicia. Fue justo cuando los judíos convertidos rompían formalmente sus vínculos con el judaísmo al ser bautizados; que comenzaban a sufrir. Pero entonces, al ser bautizado en el Señor Jesús, quedaban bajo la autoridad de Aquel que está sentado en el lugar de la autoridad y administración suprema, y como todos los poderes le están sometidos, ningún poder podía tocarlos sin su permiso.

Del mismo modo, cuando nosotros, gentiles convertidos, cortamos nuestros vínculos con el mundo, tenemos que soportar el sufrimiento, pero también nosotros, estamos bajo la suprema autoridad de Cristo y no tenemos que temer.

5 - Capítulo 4

5.1 - 1 Pedro 4:1-6

5.1.1 - 1 Pedro 4:1

Aquellos de ustedes que han seguido cuidadosamente esta porción de la Escritura hasta ahora, posiblemente han notado que el pensamiento del sufrimiento, tanto para Cristo mismo como para sus seguidores, ha sido muy prominente desde 1 Pedro 2:11, donde comenzamos la parte práctica y exhortatoria de la Epístola.

Está muy claro que el cristiano debe esperar sufrir. Su vida debe ser una vida que consiste en hacer el bien, pero puede sufrir por hacer el bien (2:20). Su vida debe ser una vida de justicia, pero puede sufrir por causa de la justicia (3:14). El primer versículo del capítulo 4 vuelve a este asunto, y nos instruye para estar armados para el conflicto con el pensamiento que tendremos que sufrir. Fue el pensamiento que animó a Cristo. Él sufrió por nosotros en la carne, y eso hasta la muerte (3:18). Hay, por supuesto, una diferencia. Él sufrió por nosotros en la expiación, y esto no podemos hacerlo nunca. Él «ha padecido siendo tentado» (Hebr. 2:18), porque siendo perfectamente santo, la sola idea del pecado le resultaba horrible. Nosotros sufrimos al rechazar la tentación y al dejar de pecar, porque, ¡ay!, el pecado seduce la carne dentro de nosotros. Si satisfacemos la carne no sufrimos, pero que pecamos. Si rechazamos la tentación, y hemos terminado con el pecado, la carne sufre en lugar de ser gratificada. Pero es justamente ese sufrimiento el que nos corresponde.

5.1.2 - 1 Pedro 4:2

En nuestros días de inconverso, vivíamos satisfaciendo nuestros deseos naturales sin tener ninguna cuenta de la voluntad de Dios. Ahora es exactamente lo contrario para nosotros, como indica el versículo 2. Haremos bien en recordar que Dios divide nuestra vida en dos partes: el tiempo pasado y el resto de nuestro tiempo en la carne; la hora de la conversión marca el límite entre ambas. En la primera parte de nuestra vida, hemos hecho la voluntad de las naciones que nunca fueron sumisas a la ley de Dios. Ahora debemos cumplir la voluntad de Dios, que nos ha sido revelada en Cristo, no solo en la ley.

5.1.3 - 1 Pedro 4:3-4

Sin embargo, por el mero hecho de que no actuamos como el mundo, estamos expuestos a la antipatía y a la crítica del mundo. Siempre hay muchos que piensan y hablan mal de lo que no pueden entender. Esto no tiene por qué perturbar al creyente, porque hay Uno que está listo para juzgar a los vivos y a los muertos, y los acusadores deberán presentarse ante él.

5.1.4 - 1 Pedro 4:5-6

Ahora bien, el fundamento de todo juicio será el testimonio en cuanto a Dios y su verdad que se haya dado a los que están sometidos a su juicio; en otras palabras, la responsabilidad de cada uno se medirá según el testimonio divino que haya comprendido. El «evangelio» del versículo 6 no es el evangelio cristiano en particular. Se trata simplemente de una buena noticia como la que se ha predicado en distintos momentos a personas de épocas pasadas, ya fallecidas. En particular, se refiere a las buenas nuevas de la salvación por el arca a través del diluvio, ya que «los muertos» se refiere a las mismas personas a las que el apóstol había aludido en 1 Pedro 3:19-20. A lo largo de las épocas pasadas, también había la buena noticia de un Liberador que vendría; y entonces, como ahora, la buena nueva siempre ha separado en dos clases a los que la escuchan: los que la rechazan o la descuidan y tendrán que soportar su juicio como hombres en la carne, y los que las reciben y, en consecuencia, viven en el espíritu con respecto a Dios. Los que pasan así de la muerte a la vida escuchando la buena nueva de Cristo no vienen a juicio, como nos lo asegura otro pasaje (Juan 5:24).

5.2 - 1 Pedro 4:7-11

5.2.1 - 1 Pedro 4:7

Ahora bien, nosotros cristianos, tenemos que recordar que hemos llegado al final de todas las cosas. Obviamente Pedro no quería decir que cuando escribió –en algún momento del año 60 d.C.– se había llegado al final de esta dispensación, sino que se llegó a la dispensación final, es decir «el fin de todo». El Juez está preparado, como nos dice el versículo 5. Está «a la puerta» (Sant. 5:9), listo para entrar en el tribunal y sentarse en su trono para que comience el juicio. Todas las cosas estaban listas para el juicio al comienzo de esta época en la que vivimos, y es solo la gran paciencia de Dios la que retiene el juicio, como nos dice la Segunda Epístola de Pedro. Por lo tanto, deberíamos ser sobrios y estar atentos para orar.

5.2.2 - 1 Pedro 4:8-9

Más que esto, deberíamos caracterizarnos por un amor ferviente entre nosotros, y por la utilización de todo don y capacidad para gloria de Dios, de quien proceden todas las cosas. El mundo es un lugar frío y crítico, el círculo cristiano debería ser un lugar de amor ferviente. Cuando este amor entre los cristianos existe con fervor, se expresa de forma pasiva cubriendo una multitud de pecados, y de forma activa por los dones y la hospitalidad. Hay, por desgracia, muchos pecados, incluso entre los verdaderos creyentes. El mundo enemigo se deleita en publicitar los pecados de los creyentes, proclamándolos en los tejados. El amor en el círculo cristiano los siente como propios y los cubre. Cuando un cristiano se ocupa en publicitar los pecados de algún otro cristiano, con ello publicita su propia condición carnal. Muchos creyentes deberían tener cuidado de no publicitar el pecado de algún otro creyente que se encuentre con nosotros en nuestras reuniones. ¿Somos igual de cuidadosos con los creyentes que no se reúnen con nosotros?

5.2.3 - 1 Pedro 4:10-11

Cualquier cosa que hayamos recibido de Dios debemos mantenerla en depósito para el beneficio de todos los santos. La gracia de Dios es muy múltiple y variada. Este puede hablar, aquel puede servir. El que habla debe hablar como portavoz de Dios. El que sirve como con la fuerza que Dios suministra; y así los que se benefician por el hablar o servir harán remontar todo hasta Dios, y lo glorificarán a él, y no a aquel que ha sido el medio o canal de este beneficio. Hablar «como oráculo de Dios» no significa “según la Palabra de Dios”, aunque por supuesto siempre deberíamos hablar así. Pero significa: hablar como un portavoz de su Palabra. Si un orador viene a decirnos lo que piensa, cuáles son sus impresiones y lo que concibe, terminamos por considerarlo un hombre muy maravilloso, y le rendimos homenaje como una especie de héroe espiritual. Si, por el contrario, se limita a darnos lo que realmente es la Palabra de Dios, nos sometemos y glorificamos a Dios en lugar de glorificar a este hombre.

Si prevalece el amor ferviente, no solo nos daremos mutuamente lo que nos corresponde, sino que también le daremos a Dios lo que a él le corresponde. Las cosas serán justas en el círculo cristiano, incluso si el mundo de fuera sea muy opuesto.

5.3 - 1 Pedro 4:12-16

5.3.1 - 1 Pedro 4:12

En el versículo 12 el apóstol vuelve a hablar del sufrimiento para el cristiano, y lo hace con mayor claridad y con una previsión profética. Había ante estos primeros cristianos una «hoguera», que ya estaba sobre ellos. Muy pronto se convirtió en efectivo, como sabemos, en una prueba de fuego. No debían considerarla una «cosa extraña». Esta observación nos enseña que el sufrimiento por parte del mundo es cosa normal para el cristiano. Puede que apenas nos demos cuenta de esto, por el hecho de que vivimos en una tierra de cultura y tolerancia cristianas. Fácilmente podemos llegar a considerar como normal una vida fácil y placentera en el mundo, y la persecución como algo muy anormal. Si la persecución nos sobreviene, nos sentiremos agraviados y escandalizados.

Esta visión errónea de las cosas y la apatía que rehúye la «dureza» (2 Tim. 2:3) es lo que explica en gran medida la gran debilidad actual. Solo una pequeña minoría de cristianos está dispuesta a defender algo, o a destacarse contra algo en el mundo. Se respira un débil espíritu de conformidad y compromiso. Se evita el sufrimiento, pero se pierde el poder y el gozo.

5.3.2 - 1 Pedro 4:13

¿Cómo presenta Pedro este asunto del sufrimiento? En el versículo 13, nos ofrece el honor de participar en los sufrimientos de Cristo, es decir, entrar en los sufrimientos que tienen el mismo carácter que los que Él soportó como gran testigo de Dios en un mundo rebelde. Esto es, según su relato, un asunto de regocijo, –y aquí solo predica lo que él mismo practicaba según consta en Hechos 5:41. Debemos regocijarnos ahora, mientras el sufrimiento procede, y así seremos manifiestamente vencedores en presencia de nuestros enemigos. Sin embargo, el día de la gloria de Cristo se apresura, y entonces nos alegraremos intensamente. Exultaremos, ya que el sufrimiento habrá terminado y el día de la recompensa habrá llegado. Los sufrimientos supremos de Cristo serán coronados por su suprema gloria. Será nuestro honor y gozo compartir ambos. ¿Cuál será el mayor honor en ese día? Avergoncémonos de nuestros corazones débiles y cobardes.

5.3.3 - 1 Pedro 4:14

Pero no solo recibiremos persecución en el mundo, sino también oprobio, y a menudo esto es lo más difícil de soportar. Supongamos que estemos rodeados de oprobio caiga, ¿deberíamos sentir especial lástima por nosotros? En absoluto. Somos declarados dichosos y bendecidos si el vituperio es «por» el nombre, lo que significa que el mundo nos ve como sus representantes. El Señor Jesús fue una vez en este mundo el gran representante de Jehová, y en consecuencia tuvo que decir: «Los denuestos de los que te vituperaban cayeron sobre mí» (Sal. 69:9). Ciertamente eso no era un deshonor para él, y soportar el oprobio o los ultrajes en el nombre de Cristo es un honor para nosotros. Los hombres pueden blasfemar de él y ultrajarnos, pero nosotros lo glorificamos y el Espíritu que habita en nosotros descansa sobre nosotros como el Espíritu de gloria y de Dios. Muchos cristianos, que han pasado por un oprobio de este tipo, consideran después tales momentos como un tiempo de la gran exaltación espiritual y gran bendición.

5.3.4 - 1 Pedro 4:15-16

Debemos tener mucho cuidado de no sufrir por haber hecho el mal, sino solo como cristianos. Entonces no tenemos que avergonzarnos, porque podemos glorificar a Dios «en este nombre». El Espíritu de Dios acepta y sanciona aquí el nombre de cristianos aplicándose a los creyentes. Fue utilizado por primera vez como un apodo descriptivo en Antioquía (Hec. 11:26). Más tarde entró en uso general (véase Hec. 26:28) y ahora es aceptado formalmente por el Espíritu de Dios. Por lo tanto, podemos aceptarlo y, como cristianos, glorificar a Dios como lo hizo el propio Cristo.

5.4 - 1 Pedro 4:17

En el versículo 17, el apóstol expresa otro pensamiento en cuanto a los sufrimientos. Aunque este viene sobre los cristianos por parte del mundo, Dios lo ha controlado para que sirva a los fines de su gobierno, del que nos había hablado en 1 Pedro 3. Ahora, los tratos gubernamentales de Dios se aplican especialmente a los suyos. Él es, por supuesto, el Juez de todos, y bajo su juicio vendrán todos en última instancia. Pero él mantiene cuentas especialmente cortas con aquellos reconocidos como estando en relación con él, aquellos que son de su casa. Cuando faltas sobrevienen y que el pecado invade el santo espacio de su Casa, comienza a hacer sentir el peso de su juicio bajo la forma de sus tratos gubernamentales.

Esta manera de obrar de Dios era manifiesta en los tiempos del Antiguo Testamento. Leed Ezequiel 8 y 9 y veréis. El juicio debía tener lugar en Jerusalén y la instrucción era: «Comenzar el juicio por la casa de Dios». Es así como había comenzado en la Iglesia de Dios. Estos primeros cristianos tenían que aceptar estos fuegos de persecución como permitidos por Dios para purificar de su Casa. Todos sabemos que no hay nada como la persecución para eliminar lo falso de entre lo verdadero.

5.5 - 1 Pedro 4:18-19

Pero si el juicio comienza así por la Casa de Dios, si Dios no los perdona, ¿qué va a ocurrir con los que no tienen ninguna relación con él? ¿Cuál será su fin? Si el justo se salva con dificultad, ¿dónde aparecerá el impío y el pecador? Son preguntas tremendas que solo admiten respuestas de la más terrible importancia.

El justo puede ser salvo con dificultad, como lo ilustran muchos pasajes del Antiguo Testamento, pero de todos modos es salvado. Puede que tenga que sufrir incluso hasta el punto extremo, es decir la muerte, según la voluntad de Dios, como indica el versículo 19. Si es así, no tiene más que seguir haciendo el bien y así entregar su alma en las manos de Dios, como a un «fiel Creador». Conocemos a Dios no solo como Creador, sino también como Salvador y Padre. Sin embargo, no perdemos el beneficio de conocerlo como Creador, y como fiel a su propia obra.

¡Qué feliz es para nosotros conocer a Dios bajo estos diversos aspectos!

6 - Capítulo 5

6.1 - 1 Pedro 5:1-7

Cuando los cristianos atraviesan tiempos de persecución y sufrimiento, mucho depende de que haya una condición correcta y dichosa entre ellos. El apóstol Pedro complementa, pues, sus advertencias en cuanto a la persecución con algunas palabras de exhortación dirigidas respectivamente a los ancianos y a los más jóvenes de entre los discípulos. Entre ellos pueden surgir fácilmente fricciones, como sabemos muy bien.

La tendencia a ver desarrollarse las fricciones siempre ha existido, pero nunca tanto como ahora, ya que la rapidez con la que el mundo cambia nunca ha sido tan pronunciada como en las últimas décadas. La consecuencia de esto es que se han producido grandes cambios en el pensamiento, los hábitos y la perspectiva dentro de los límites de una sola generación; y el resultado es que los hijos ven a sus padres como “atrasados” y a sus abuelos completamente como “antigüedades”, y los mayores ven a los jóvenes como revolucionarios en sus ideas. Si se observaran y obedecieran los versículos 1-7 de nuestro capítulo, cesaría toda fricción y reinaría la armonía dentro de la Iglesia de Dios, cualesquiera que fueran las circunstancias externas.

6.1.1 - 1 Pedro 5:1

Pedro se dirige primero a los ancianos como los más responsables. Se trataba de hombres reconocidos como teniendo la función de anciano, y no simplemente de cristianos avanzados en edad. Reclama el derecho de exhortarlos como siendo él mismo anciano, y más que anciano, como testigo de los sufrimientos de Cristo. De esos sufrimientos podía dar testimonio, ya que los había visto, al haber estado con él en los días de su carne. Una vez había pensado poder compartir fácilmente esos sufrimientos, incluso hasta la prisión y la muerte, y todos conocemos la dolorosa caída en la que le llevo su confianza en sí mismo. Sin embargo, si entonces fracasó, el Señor, en su gracia, le indicó que participaría en cierta medida antes de que terminara su carrera (véase Juan 21:18-19). Aquí simplemente habla de sí mismo como de un participante de «la gloria que ha de ser revelada» como fruto de la gracia.

6.1.2 - 1 Pedro 5:2-4

Su única exhortación a los ancianos es de «pastorear la grey de Dios». El Espíritu Santo da así exactamente el mismo mandato a los ancianos por los labios de Pablo en Hechos 20:28, y por la pluma de Pedro aquí. Los ancianos deben extender hacia sus hermanos más jóvenes todo el cuidado que un pastor tiene de sus ovejas. Nada más que el flujo del amor divino en sus corazones producirá la supervisión vigilante que tal cuidado exige, y es bueno que los creyentes más jóvenes vean, en el cuidado de sus hermanos mayores, una expresión del amor de Cristo, el Pastor Principal, que él recompensará ricamente en su aparición.

Es muy importante que el «anciano» ejerza su autoridad espiritual en la forma y el espíritu correctos; de ahí las tres cosas estipuladas en los versículos 2 y 3. Debe asumir su servicio voluntariamente, de buen grado y, en cuanto a sí mismo, como un modelo para el rebaño. El Espíritu Santo, que inspiró estas palabras, preveía la tendencia a emprender tal trabajo, ya sea por compulsión o codicia, o por el deseo de poder e influencia. La historia de la Iglesia atestigua hasta qué punto eran necesarias estas palabras, pues nos cuenta cómo los simples «ancianos» u «obispos» de los días apostólicos se fueron engrandeciendo hasta convertirse en “príncipes de la Iglesia”, que se enseñoreaban sobre el pueblo de Dios como si fuera su propia posesión. Es sorprendente, con este versículo 3 ante nosotros, que algunos que profesaban ser «obispo» cristiano puedan llamarlo, o permita que se les llame: “Monseñor”.

6.1.3 - 1 Pedro 5:5a

Aquellos de nosotros que estamos entre los creyentes más jóvenes, tenemos que prestar especial atención al versículo 5. El anciano puede, en efecto, estar dispuesto y preparado en el ejercicio de la supervisión, y también puede llevar a cabo él mismo lo que manda a los demás, para ser él mismo un ejemplo; pero todo será en vano si los más jóvenes no están preparados para escucharle y estarle sometidos. Rogamos a todo joven cristiano que recuerde –aunque estén mucho más avanzados en ciertas ramas de los descubrimientos y conocimientos humanos, de modo que la generación más antigua puede quedarse fácilmente atrás en estas cosas– que no hay tal avance en la verdad revelada de Dios. Por consiguiente, la madurez espiritual solo puede obtenerse como fruto de años bien pasados en la escuela de Dios, es decir al estudio de su Palabra, complementado por la vida, la experiencia y el servicio cristianos. El joven cristiano puede tener ciertamente un celo, una energía y una resistencia superiores, y posiblemente facultades mentales superiores; ahora bien, incluso en tales condiciones servirá más eficazmente a su Maestro si se somete a la guía madura y sabia de un anciano, que puede serle decididamente inferior en muchos aspectos.

6.1.4 - 1 Pedro 5:5b-7

Todo esto será fácil si prevalece el espíritu humilde. Todos deben estar revestidos de humildad en su relación recíproca. La persona de mente humilde no es arrogante y, por lo tanto, no entra fácilmente en conflicto con los demás. Mejor aún, no entra en conflicto con Dios, porque Dios resiste a los orgullosos, mientras que da gracia a los humildes. La poderosa mano de Dios está sobre los suyos para educarlos, y a menudo en condiciones muy dolorosas, como era el caso en las persecuciones de estos primeros cristianos; sin embargo, debemos inclinarnos bajo su mano y a su debido tiempo seremos exaltados. Mientras tanto, debemos rechazar todas nuestras preocupaciones que este doloroso estado de cosas podría producir, echarlas sobre él, con la plena seguridad de que él cuida de nosotros.

6.2 - 1 Pedro 5:8-9

Aunque, como creyentes, tenemos el privilegio de considerar todas nuestras pruebas, incluso nuestras persecuciones, como relacionadas con «la poderosa mano de Dios», no debemos pasar por alto el hecho de que el diablo pueda estar por algo. El caso de Job en el Antiguo Testamento ilustra esto, y el hecho se reconoce aquí. En la persecución de los santos, el diablo se mueve alrededor como un león rugiente, buscando quebrantar nuestra fe. Si la fe solo es una iluminación mental, una convicción intelectual y no de una confianza del corazón, fracasa y el león rugiente nos devora. Por lo tanto, debemos ser sobrios y estar atentos. Debemos reconocer que el diablo es nuestro adversario, y que hay que resistirle con la energía de una fe viva que se adhiere a la fe que se nos ha dado a conocer en Cristo, recordándonos también que, si probamos el sufrimiento, solo compartimos lo que es la porción común de nuestros hermanos en el mundo.

6.3 - 1 Pedro 5:10-11

El «Y» que abre el versículo 10 nos eleva de la manera más gloriosa fuera de la atmósfera turbia del mundo con sus persecuciones y pruebas y el poder de Satanás. De repente somos transportados en pensamiento a la presencia del «Dios de toda gracia». ¿Somos conscientes de necesitar la gracia en una infinita variedad de formas? Pues bien, él es el Dios de toda gracia. Los poderes del mundo y el diablo pueden estar en contra de nosotros, pero él nos «llamó a su gloria eterna en Cristo», y nada frustrará su propósito. Permitirá que suframos «un poco de tiempo», pero incluso eso lo controlará. Por así decir, es como si tomará en mano el sufrimiento, y lo utilizará como un material para tejer un modelo o diseño de su propia elección en lo que respecta a nuestros caracteres y vidas; y así lo hace contribuir al perfeccionamiento, a la firmeza, el fortalecimiento y al establecimiento de nuestras almas.

En cuanto a su propósito para nosotros, nos ha llamado a su gloria eterna. En cuanto a sus métodos en disciplina con nosotros, anula incluso las actividades del adversario contra nosotros, para nuestro perfeccionamiento espiritual y fortaleza. La gracia, toda la gracia, brilla tanto en sus propósitos como en sus acciones. ¿Quién no atribuiría la gloria y el dominio por los siglos de los siglos a alguien como él?

6.4 - 1 Pedro 5:12-14

Los últimos tres versículos nos dan las palabras finales de Pedro. Es interesante que se mencione a Silvano (o Silas) y a Marcos, ambos hermanos tenían relaciones íntimas con el apóstol Pablo, ya que la última parte del versículo 12 es evidentemente una alusión a las labores del apóstol Pablo.

Recordemos que estos cristianos judíos dispersados habían sido evangelizados, por Pablo y sus compañeros. Si se mantenían en la gracia, era el fruto de sus trabajos, y la gracia en la que estaban se les había abierto a través de su ministerio. Ahora Pedro es llevado a escribirles, en cumplimiento de su misión como apóstol de los judíos, testificando en cuanto a la gracia de Dios, y confirmando así que la gracia en la que estaban era la «verdadera gracia de Dios». Cuando recordamos el episodio de Antioquía, donde Pedro y Pablo chocaron con bastante fuerza sobre cuestiones relativas a la ley y la gracia, y cómo Pablo tuvo que exclamar: «No anulo la gracia de Dios» (Gál. 2:21), mientras Pedro adoptaba una línea de acción que amenazaba con hacerlo, podemos regocijarnos al notar cuán completamente están ahora de acuerdo. Encontramos un feliz espíritu de acuerdo similar al final de la Segunda Epístola (2 Pe. 3:15-16).

No olvidemos nunca que estamos en gracia, –la verdadera gracia de Dios. Todas nuestras relaciones con Dios se basan en esta gracia. Comenzó con nosotros en gracia en nuestra conversión a él. Continúa con nosotros sobre la base de la gracia a través de todas las vicisitudes de nuestra vida y de nuestro servicio cristiano. Terminará en gracia –solo que no hay fin–, pues entraremos en su gloria eterna como llamados a ella y llevados a ella por el «Dios de toda gracia», como nos ha dicho el versículo 10.

No es tan probable que pasemos por alto el comienzo y el final como el recorrido entre ambos. Es ahora, en medio de los fracasos y las dificultades de nuestra peregrinación, cuando necesitamos un sentido permanente de la gracia que nos mantiene, la gracia en la que estamos. Pronto, como lo dice un cántico:

«La gracia coronará toda la obra
En los días de eternidad;
Ha puesto en el cielo la piedra de cima,
Y bien merece la alabanza».