Inédito Nuevo

El reino de los cielos

La Ley y la gracia


person Autor: Frank Binford HOLE 124

flag Tema: El Reino de Dios


Al editor de Scripture Truth,

Querido hermano en Cristo: Recientemente he recibido por correo una serie de publicaciones controvertidas de un autor estadounidense que tratan temas como “El reino de los cielos”, “El Sermón del monte”, “La Ley y la gracia”, es posible que otros lectores también las hayan recibido, por lo que quizá no estaría de más incluir algunos comentarios sobre estos temas en sus páginas.

En primer lugar, me gustaría señalar que cuando la palabra «Ley» aparece en nuestra Versión Autorizada del Nuevo Testamento, hay que hacer 2 distinciones.

En primer lugar, debemos distinguir entre «la Ley» y «ley» sin artículo definido en el original griego. Podemos hacerlo con bastante facilidad con la «Nueva Traducción» de J.N. Darby, aunque no podamos comprender el texto griego. «La Ley» se refiere específicamente a la Ley de Moisés, mientras que «ley» indica una característica; nos presenta más bien el principio o el carácter de la Ley de Moisés, es decir, que Dios formula y codifica en ella sus justas exigencias hacia el hombre, y luego basa su actitud hacia el hombre en la actitud del hombre hacia Él, la cual se revela en la forma en que responde a esas exigencias.

A continuación, también debemos distinguir entre los 2 significados anteriores y el de la palabra utilizada en un pasaje como Romanos 8:2, donde tiene el mismo significado que cuando se habla de las leyes del universo, y más concretamente de la ley de la gravedad, donde indica una fuerza que controla de manera uniforme todo lo que está bajo su poder.

Teniendo en cuenta estos diferentes significados, pasemos a algunas distinciones de carácter práctico.

Adán fue puesto bajo una ley con una responsabilidad, aunque «la ley» no se instituyó hasta 2.500 años después. Adán solo tenía una prohibición, pero su actitud hacia ella determinaba la actitud de Dios hacia él. Mientras la respetaba, vivía; cuando la transgredió, murió.

Tras su caída, Adán y su descendencia quedaron sujetos a la terrible tiranía de «la ley del pecado y de la muerte» de la que habla Romanos 8:2. Sin embargo, durante muchos siglos, Dios no dio más leyes, por lo que lo que caracterizaba a la humanidad no era la transgresión, sino más bien la anarquía. Este era el gran rasgo de la era antediluviana.

Con el llamado de Israel fuera de Egipto, se le dio la Ley por medio de Moisés. A partir de entonces, había un pueblo que poseía la Ley, estando, por supuesto, «bajo la Ley» en cuanto al principio de sus relaciones con Dios. La Ley de Moisés solo demostró hasta qué punto estaban dominados por «la ley del pecado y de la muerte».

Mientras tanto, hasta la venida de Cristo, los gentiles permanecían abiertamente dominados por la ley del pecado y de la muerte, aunque estaban sin Ley en cuanto a sus relaciones con Dios.



Ahora, habiendo venido Cristo, habiéndose cumplido la redención y habiéndose dado el Espíritu, los creyentes no están bajo la Ley, ni siquiera «bajo una ley», en cuanto al principio de su relación con Dios. Más bien están «bajo [la] gracia» (Rom. 6:14), y «la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús» los libera de «la ley del pecado y de la muerte». Así, son guardados «bajo la ley en Cristo» o “justamente sometidos a Cristo” (1 Cor. 9:21), y capaces de cumplir todas las justas exigencias de la Ley (Rom. 8:4), no por alcanzar o mantener así una posición ante Dios, sino más bien como fruto de la gracia que ya los ha colocado en la posición más favorecida.

Si se comprenden bien estas cosas, no tendremos grandes dificultades para resolver los diversos puntos que se han planteado acerca del “Sermón del monte” (Mat. 5 - 7).

¿Es el Sermón del monte una ley? Esta pregunta es muy debatida. ¿Cuál es la respuesta?

Está claro que no se trata de la Ley de Moisés; sin embargo, en estos capítulos oímos la voz del Legislador original, que nos presenta, como bien se ha dicho, “no un nuevo código, sino una nueva edición del antiguo”, “aclarando Sus propias intenciones y rechazando las perversiones de los hombres”.

Esto queda especialmente patente en Mateo 5:17-48. Se presenta como Aquel que no ha venido para abolir la Ley, sino para cumplirla o darle plenitud. De ahí la repetición de las palabras: «Habéis oído que fue dicho... Mas yo os digo...» (vean Mat. 5:20, 22, 26, 28, 32, 34, 39, 44; 6:2, 5, 16, 25, 29).

Pero si estos capítulos no son «la Ley», ¿son una «ley»? En otras palabras, ¿basa nuestro Señor la enseñanza que se encuentra en ellos en la gracia ya conocida y recibida que establece a sus discípulos en su relación con Dios, o da instrucciones adicionales más espirituales, como base de tal relación, si se cumplen? En pocas palabras, ¿se basan en el principio de “hacer y vivir”, que es una ley, o en “vivir y hacer”, que es la gracia?

Otros pasajes de las Escrituras nos ayudarán aquí. Sus lectores recordarán esta hermosa declaración de Juan 1:17: «La Ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo». Esto nos prepara para lo que encontramos en Mateo 5 - 7. Una cierta forma de gracia atraviesa estos capítulos. Bajo la enseñanza del Señor, al comienzo de su ministerio, Dios se aparece a los discípulos bajo una nueva luz, como «vuestro Padre que está en los cielos» (5:16). Está bastante claro que no hay nada legal en tal concepto.

Pero también debemos recordar Gálatas 4:4-5, que nos dice que «Dios envió a su Hijo [...] bajo [la] Ley, para redimir a los [que estaban] bajo la Ley, para que recibiésemos la adopción». Aquí nos llama la atención el hecho de que, aunque nuestro Señor Jesús vino «lleno de gracia» al mundo, vino «bajo la Ley»; su propósito al venir así era redimir a sus santos de la Ley y colocarlos en una posición en la que pudieran disfrutar de la gracia que él traía.

¡Permítanme hacer una pregunta! ¿Cuándo dejó nuestro Señor de estar bajo la Ley? Él vino a este mundo bajo la Ley; ¿dejó de estarlo, por ejemplo, cuando salió de su aislamiento en Nazaret y comenzó su ministerio público? ¿Fue en otro momento? La respuesta es que dejó de estar bajo la Ley cuando redimió a su pueblo de la ley al morir en la cruz bajo la maldición de la Ley (Gál. 3:13). Por lo tanto, la razón por la que Pablo estaba «muerto a [la] Ley» era simplemente porque: «Con Cristo estoy crucificado» (Gál. 2:19-20).

Sus lectores también deben tener en cuenta el significado del gran argumento de Hebreos 9 y 10. Que consideren en particular Hebreos 9:11-14 y 10:1-2, 9-17. Está muy claro que una bendición tan fundamental como tener una conciencia purificada «de obras muertas, para servir al Dios vivo» o no tener «más conciencia de pecado» después de haber sido «santificados una vez por todas», solo puede conocerse y saborearse después de la muerte y resurrección de Cristo.

En el Evangelio según Mateo, el Sermón del monte es el primer relato de las enseñanzas del Hijo de Dios que vino en gracia y verdad, pero bajo la Ley. La redención aún no se había cumplido, la sangre que purifica la conciencia y coloca al alma en la libertad de la gracia aún no había sido derramada. No hay verdadera liberación de la Ley y sus exigencias hasta que él no ha muerto, y hasta entonces el ministerio de nuestro Señor es transitorio y progresivo. El Sermón del monte es, por tanto, una ley, pero en ella se aclaran las nubes del Sinaí y discernimos el resplandor del sol de la gracia detrás de ellas. Con su muerte y resurrección, las nubes se disiparán y el sol brillará con toda su fuerza.

Otra cuestión muy debatida es: “¿A quién va dirigido el Sermón del monte?”. O, en palabras de otro: “¿Son los mandamientos que se encuentran en el Sermón del monte la Ley que Dios dio a sus propios hijos en esta dispensación, o son la ley de un reino futuro?”.

Tomando la pregunta en su última formulación, debemos responder que, de hecho, “no son ni lo uno ni lo otro”, ya que, al responder a la pregunta en su primera formulación, solo podemos responder: se dirigía a los discípulos (vean Mat. 5:1-2). Posteriormente, algunos de estos discípulos se convirtieron en apóstoles y, más tarde aún, cuando el Señor murió, resucitó y ascendió al cielo, estos discípulos se convirtieron en el núcleo de la Iglesia de la que habla Mateo 16:18, y fueron efectivamente introducidos en ella por el bautismo del Espíritu en el día de Pentecostés. Pero en el momento en que el Señor les dirigió el Sermón del monte, ellos no estaban en la posición de la Iglesia, y el Señor ni siquiera había anunciado su intención de edificar su Iglesia; la primera mención de ello se encuentra en Mateo 16.

Se ha establecido un contraste entre Mateo 5 - 7 y Juan 14 - 16, y con razón. El primer pasaje nos ofrece un discurso del Señor a sus discípulos al comienzo de su ministerio, el segundo, un discurso a sus discípulos al final de su ministerio. El contraste es muy claro. El primer discurso insiste, en todas sus partes, en lo que los discípulos debían ser para Dios, el segundo en lo que toda la Divinidad –Padre, Hijo y Espíritu– sería para ellos; la obediencia a los mandamientos del Señor y la exhortación a guardar sus palabras se basan claramente en la revelación, hecha entonces, de la nueva posición de los discípulos ante el Padre y de su relación con Cristo, como pámpanos que comparten la vida y la naturaleza de la vid.

Sus lectores harán bien en meditar atentamente y con oración estos 2 pasajes, porque una apreciación del verdadero carácter del sermón pronunciado en el aposento alto y después, les ayudará mucho a apreciar correctamente el carácter del Sermón del monte. No será difícil ver que el carácter dominante de uno es una «ley», a la luz de la gracia divina, que es el carácter principal del otro; teniendo siempre presente que una «ley» nos muestra lo que debemos ser para Dios y que la gracia divina nos muestra lo que Dios es para nosotros.

Pensando en el Sermón en el aposento alto, lean Juan 13 y 17. Uno da el prefacio y el marco del discurso, el otro es la gran conclusión, en la gran oración “sacerdotal” de nuestro Señor. Estos 2 capítulos dan la perspectiva desde la cual hablaba el Señor. La cruz estaría en realidad a pocas horas, pero él hablaba como si estuviera en espíritu más allá de ella, considerándola como cumplida (vean Juan 13:3, 31-32; 17:1, 4, 11). Esto explica la naturaleza maravillosa del discurso y el hecho de que ahora hablara de cosas de las que aún no había hablado al comienzo de su ministerio (vean Juan 16:4).

En resumen, el Sermón del monte estaba dirigido a los discípulos como «remanente» piadoso dentro de Israel. Ellos eran, en el lenguaje alegórico de Juan 10, «sus propias ovejas» (v. 3), que reconocieron al Pastor cuando entró en el redil judío. El Pastor debía morir fuera del redil judío y así abrirles una puerta de salida, pero ese gran acontecimiento aún no había llegado.

Antes de concluir, pediría una vez más a sus lectores que sopesen cuidadosamente la última parte de Juan 16:4, porque la pregunta que subyace a todas estas discusiones es simplemente: ¿tienen los Evangelios sinópticos un carácter transitorio? El Evangelio según Juan, como saben, es completamente distinto y comienza con el rechazo de Cristo desde el principio (Juan 1:5, 10-11); pero el Señor hace en él esta importante declaración que indica el carácter progresivo de su ministerio. A este versículo podemos añadir Juan 14:25-26, y Juan 16:12-13, donde promete a sus discípulos que más tarde, por medio del Espíritu, recibirán una enseñanza que irá más allá de todo lo que habían recibido de él durante su ministerio con ellos. Estas promesas se cumplieron con la enseñanza de las Epístolas, cuando los discípulos alcanzaron el estado cristiano pleno y verdadero. Hay un contraste sorprendente entre «estas cosas» de las enseñanzas terrenales del Señor y «todas las cosas» de las enseñanzas del Consolador que había de venir. Los otros 3 Evangelios tienen un carácter transitorio muy claro, siendo Mateo aún más claro desde el punto de vista de la dispensación. Mateo 12 menciona su rechazo definitivo por parte de los líderes y su blasfemia contra el Espíritu Santo, el pecado imperdonable. También menciona que él comienza a dar testimonio de sí mismo como Cristo en medio de Israel (dará este testimonio de forma aún más explícita en Mat. 16:20). Acusa a la masa incrédula del pueblo y rompe simbólicamente el antiguo vínculo con ella al final del capítulo.

En Mateo 13, comienza su enseñanza con una parábola e indica la nueva forma que tomaría el reino de los cielos durante el período de su rechazo. El Antiguo Testamento había dicho lo suficiente para mostrar que el centro del poder del reino tan largamente prometido estaría en los cielos; pero estos «misterios del reino de los cielos» (v. 11), revelados en las parábolas, son cosas que habían estado «escondidas desde la fundación del mundo» (v. 35). De hecho, según estas nuevas revelaciones, hay un nuevo aspecto del reino (v. 11); un nuevo modo de actuar de Dios, que consiste en no buscar cosechar los frutos de la viña existente, sino sembrar granos para producir frutos (v. 3-8); y un nuevo modo de enseñar, a saber, mediante parábolas (v. 10). Así, el escriba que se convierte en discípulo del reino de los cielos saca de su tesoro «cosas nuevas y cosas viejas» (v. 52).

La primera parábola del capítulo expone, por tanto, que el rechazo de Cristo como Mesías implicaba un cambio de dispensación y, una vez terminada la prueba del hombre, la introducción de un período en el que Dios mismo trabajaría para producir el fruto que deseaba. Las 6 parábolas restantes son similitudes del reino; nos dan primero una idea de cómo es el reino visto en su sistema externo, tal como lo ven los hombres (v. 24-43), y luego cómo es en su condición interna, conocida solo por la fe (v. 44-50). Así, el reino de los cielos se nos presenta de 2 maneras: una en la que abarca todo lo que profesa a Cristo, y otra en la que solo abarca lo que es real y esencialmente fruto de la obra de Dios.

Los capítulos siguientes del Evangelio nos dan otras similitudes del reino de los cielos y la primera indicación del edificio que el Señor llama «mi Iglesia» (Mat. 16). Una vez terminada la época de transición cubierta por los Evangelios, esta Iglesia se inaugura oficialmente en Hechos 2, y la verdad acerca de ella se desarrolla plenamente en las Epístolas.

Se trata de una visión general de estas importantes cuestiones, pero puede servir para despertar el interés y aumentar entre sus lectores el número de escribas que han sido hechos «discípulos del reino de los cielos» (Mat. 13:52).

Afectuosamente, su hermano en Cristo.


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