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9 - El último Adán – El segundo hombre
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A primera vista, este tema parece pertenecer más a la superestructura de la fe que a sus fundamentos, pero no es así. Es verdaderamente fundamental, como veremos.
Las dos frases que encabezan este artículo se encuentran en la argumentación sobre la resurrección en 1 Corintios 15. Hay que leer los versículos 35-49 para comprender su fuerza.
En estos versículos, el punto en cuestión es el cuerpo en el que aparecerán los santos resucitados. El apóstol muestra que se conserva la identidad entre el cuerpo sepultado y el cuerpo resucitado, pero que la condición y el carácter de este último son completamente nuevos. En cuanto a la condición, el primero está marcado por la corrupción, la deshonra y la debilidad, el segundo por la incorruptibilidad, la gloria y el poder. En cuanto al carácter, el primero es un cuerpo natural, el segundo un cuerpo espiritual.
El siguiente punto es que hay una raza natural y una raza espiritual, así como hay un cuerpo natural y un cuerpo espiritual. «El primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente, el último Adán… espíritu vivificador» (v. 45).
En la Escritura, Adán está presentado como aquel de quien desciende la raza humana. Salió de la mano de Dios (Gén 2:7); su cuerpo fue formado del polvo, pero la parte espiritual de su ser fue recibida por el soplo de Dios; se convirtió así en un alma viva. Esta triple naturaleza del hombre está claramente expuesta en 1 Tesalonicenses 5:23. En la creación, pues, lo que caracterizaba la posición de Adán era que era un alma viva –un alma viva, que poseía tanto un espíritu como un cuerpo. El último Adán, que no es otro que nuestro Señor Jesucristo, tiene un carácter infinitamente superior. Él es «espíritu» más que «alma», y no es meramente «vivo», sino que «vivifica» o «da vida».
Aquí aparece la verdadera gloria divina del Señor Jesús. Es Espíritu, como Dios. Él vivifica porque es el dador de la vida. «¿Soy yo Dios, que mate y dé vida?» preguntó el rey de Israel (2 Reyes 5:7). No lo era, pero Jesús lo era y lo es. Así, el que es el Espíritu vivificador es el último Adán, verdaderamente hombre, cabeza y fuente de una nueva raza humana, dándole un carácter espiritual, así como el carácter natural está impreso en el primer Adán y su raza.
Nótese también que es «el último Adán». El contraste aquí es entre el primero y el último, no entre el primero y el segundo. ¿Por qué último? Porque esta palabra excluye evidentemente el hecho de que surja una tercera raza o una raza posterior. «Quita lo primero, para establecer lo segundo», dice Hebreos 10:9. El segundo es establecido; ¡nunca es quitado en favor de un tercero! El último Adán permanece sin rival ni sucesor, pues en él se alcanza la perfección, que es una perfección divina y no meramente humana.
El versículo 46 de nuestro capítulo indica el orden histórico de los dos Adán. Primero el natural, luego el espiritual; aunque en importancia y en los pensamientos y planes de Dios, el segundo fue siempre el primero.
El versículo 47 habla de nuevo de las dos cabezas, haciendo hincapié en la condición que las marcaba más que en sus respectivos caracteres, como en el versículo 45. Una es «de la tierra, terrenal». La otra es «del cielo». En este versículo se les llama «el primer hombre» y «el segundo hombre», y no «el primero» y «el último». ¿Por qué es el segundo? Porque aquí, lo que tenemos ante nosotros es la humanidad de Cristo y no su señorío, el propósito del Espíritu de Dios es excluir a cualquier otro hombre. Después del primer Adán y hasta el último Adán, históricamente, ningún hombre ha contado. El segundo hombre fue el último Adán y no Caín, como podría suponerse.
¿Quién y qué era Caín? No era más que la reproducción de Adán. Adán «engendró… a su semejanza, conforme a su imagen» (Gén. 5:3). «El día en que creó Dios al hombre, a semejanza de Dios lo hizo» (Gén 5:1). Esta semejanza, por desgracia, se vio empañada por la caída, pues Adán solo engendró «a su imagen» después de haberse convertido en una criatura caída. Se reprodujo tanto física como moralmente. Por tanto, desde el punto de vista de este pasaje de 1 Corintios 15, solo existió «el primer hombre» hasta la aparición de Cristo, que es el segundo. Durante ese período, cada uno de los millones de descendientes de Adán, ese ser maravilloso y complejo, fue un individuo cuyo carácter aparente era, por así decirlo, una combinación diferente de los muchos elementos que componían la naturaleza adámica, todos los cuales eran básicamente uno en naturaleza y carácter.
Llegados a este punto, quizá podamos comprender mejor el inmenso significado del hecho de que el Señor Jesucristo naciera de una Virgen. Hubo una alusión a este gran hecho en la primera profecía que lo concernía. Fue el Señor mismo quien habló de «la mujer» y «la simiente suya» (Gén. 3:15). Por eso, «cuando llegó la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer» (Gál. 4:4), pero concebido directamente del Espíritu Santo (Lucas 1:35). Por lo tanto, aunque el libertador era por mujer, no era hijo de Adán en absoluto. El nacimiento virginal significa que el Señor Jesús, aunque verdaderamente hombre, era un hombre de un nuevo orden.
El versículo 48 considera las dos razas, clasificadas respectivamente bajo las dos cabezas. Se dice que la raza terrenal del primer hombre comparte el carácter y la posición de Adán, y la raza celestial el de Cristo. Para entender la raza, por lo tanto, debemos entender su Cabeza.
El versículo 49 vincula la verdad de los versículos precedentes con el gran tema del capítulo: la resurrección, mostrando que la identidad entre el último Adán y su raza debe ser completa, incluso hasta el cuerpo. Así como hemos llevado la imagen de Adán en nuestros cuerpos, llevaremos la imagen del último Adán, el hombre celestial. Nuestros cuerpos de resurrección serán hechos para conformarse a su cuerpo de gloria.
Consideremos Romanos 5, comenzando en el versículo 12. Aquí encontramos los resultados espirituales de los actos característicos de las dos cabezas. El acto característico de Adán fue la desobediencia, mientras que Cristo se caracterizó por la obediencia, hasta la muerte de cruz. Del pecado de Adán vino la muerte y la condenación. De la obediencia de Cristo hasta la muerte viene la vida y la justificación. En la demostración del apóstol, el versículo 18 sigue al 12; los versículos 13 a 17 son un paréntesis que da detalles de la demostración, detalles que muestran que lo que se ofrece en Cristo, cabeza resucitada del nuevo orden de cosas, no puede limitarse a ninguna parte de la humanidad, como Israel. Es tan universal como las consecuencias de la caída de Adán. Además, las bendiciones así introducidas son tales que satisfacen –y con creces– las penas incurridas por aquella caída.
Los versículos 18 y 19 son importantes porque resumen toda la cuestión. El versículo 18 habla de «una transgresión» cuyas consecuencias son «condenación a todos los hombres» y de «un solo acto de justicia» cuyas consecuencias son «justificación de vida a todos los hombres». El versículo 19 indica que «muchos fueron constituidos pecadores» y que «muchos serán constituidos justos».
Aquí vemos la misma distinción que vimos antes cuando se trataba de los pecados, en Romanos 3:22. Aquí se trata del pecado en su naturaleza, pero de nuevo el alcance de la sola justicia de Cristo, cumplida en su muerte, se distingue de su efecto real. Su alcance es hacia todos con la justificación como su objetivo, pero aquí, no es la justificación en cuanto a las transgresiones, sino más bien una justificación de vida. La justificación en cuanto a los pecados es, por supuesto, perfecta y absoluta, pero su alcance es algo negativo en el sentido de que perdemos tanto la culpa como la condenación. La justificación en cuanto al pecado es más positiva y muestra una liberación completa y perfecta que es la parte de cada creyente en virtud de su posición, teniendo la vida, y por lo tanto la naturaleza, del Hombre resucitado Cristo Jesús. Dios habría podido liberarnos de la culpa de nuestros pecados sin romper los lazos con el Adán caído e implantarnos en Cristo resucitado. Sin embargo, este nuevo gran favor es nuestro como creyentes y, por lo tanto, ahora somos «constituidos justos». Mientras estamos en este mundo, la vieja naturaleza con sus tendencias inalteradas sigue en nosotros, como muestran otros pasajes, pero en este versículo, el Espíritu de Dios considera lo que somos en Cristo, tal como Dios nos ve.
Romanos 8:1 resume esta parte de la Epístola y vuelve a la verdad que acabamos de ver. «No hay, pues, ahora ninguna condenación para los [que están] en Cristo Jesús». Si se dijera que en el día del juicio los creyentes escaparemos a la condenación, ya sería maravilloso. Pero está escrito que ahora no hay ninguna condenación. La condenación ha sido llevada y agotada en lo que a nosotros concierne, y ahora estamos en la vida de Cristo resucitado y por lo tanto libres de toda condenación, como él mismo lo está.
Tememos que muchos cristianos nunca hayan considerado seriamente este importante aspecto de la verdad. Se trata de la vida y de la naturaleza más que de los actos manifiestos por los que se expresan la vida y la naturaleza, o, como se dice a menudo, de lo que somos en lugar de lo que hemos hecho, y por eso aprehensión es menos fácil. Sin embargo, esto es lo que realmente nos conduce al secreto de la profunda bendición que caracteriza al cristianismo, y perdemos mucho si lo ignoramos.
9.1 - ¿Cuál es la diferencia entre «el primer hombre» y «el viejo hombre»?
El primer hombre, como lo muestra el contexto de 1 Corintios 15, es Adán personalmente, tomando la frase en su sentido primario. Sin embargo, existe un significado secundario, como demuestra el hecho de que no encontramos al segundo hombre hasta que aparezca Cristo. ¿Cómo referirnos entonces a los millones de humanos que los separan? Todos ellos tenían el carácter del «primer hombre»; de modo que, en un segundo sentido, «el primer hombre» abarca a Adán y a su raza.
El «viejo hombre» (Rom. 6:6; Efe. 4:22; Col. 3:9), por otra parte, es un concepto puramente abstracto. No indica a ningún ser humano o grupo de seres humanos en particular, sino más bien la personificación de todas las características morales que caracterizan al Adán caído y a su raza. Es la personalidad adámica caída personificada.
9.2 - «En Cristo» es una expresión que aparece a menudo en las Epístolas de Pablo. ¿Cuál es su significado?
Como lo muestra 1 Corintios 15:22, contrasta con «en Adán». Todos estamos «en Adán» por naturaleza, es decir, descendemos de él y estamos ante Dios en la misma naturaleza, posición y condición. El creyente está «en Cristo», por gracia, en la medida en la que debemos nuestra existencia espiritual a su acción vivificadora como último Adán. Por tanto, estamos en la misma naturaleza, posición y condición ante Dios que Cristo resucitado como hombre.
Como ilustración, podríamos utilizar el proceso del injerto, que nos permite invertir lo que hace el jardinero al injertar lo que es valioso en lo que no lo es, de modo que lo que no es valioso queda condenado y lo que es valioso domina y caracteriza al árbol. En Romanos 11, el injerto está utilizado como ilustración de la relación de Dios con judíos y gentiles, y el apóstol indica en el versículo 24 que está utilizando la figura «contra naturaleza» al suponer que la rama de olivo silvestre está injertada en el olivo bueno y participa así de las virtudes de este último. Es la adaptación de este procedimiento la que utilizamos para nuestra ilustración. El cristiano está “desconectado” de la raza «de Adán» por la operación de Dios e injertado en Cristo, participando de su plenitud. Está «en Cristo», aunque la carne sigue en él.
9.3 - ¿Se refiere entonces «en Cristo» solo a la nueva posición o condición del creyente ante Dios?
El versículo 1 de Romanos 8 dice que estamos «en Cristo», pero en los versículos 8 y 9 dice: «Los que están en la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros».
En «el Espíritu» se opone tan claramente a «en la carne» como «en Cristo» a «en Adán», e indica la nueva condición, o estado, que corresponde a la posición en Cristo.
Estas dos cosas, aunque distintas y distinguidas en la Escritura, no deben desconectarse. Nunca se dice que una persona pueda estar en Cristo sin estar «en el Espíritu», ni viceversa. Son dos partes de un todo. En general, por tanto, puede decirse que la expresión «en Cristo» incluye a menudo nuestro nuevo estado «en el Espíritu»; sin embargo, si la analizamos más profundamente, como en Romanos 8:1-9, se refiere principalmente a la nueva posición del creyente más que a su nueva condición.
9.4 - ¿Tiene todo esto algo que ver con la «nueva creación» de la que habla la Escritura?
Desde luego que sí. Dice: «Si alguno está en Cristo, nueva creación es» (2 Cor. 5:17).
La nueva creación no significa la destrucción de la personalidad o la identidad. Si este injerto inversado –«contra naturaleza»– del que habla Romanos 11 pudiera realizarse en la naturaleza, veríamos al olivo silvestre dando buenos frutos y comportándose como el árbol cultivado. Se trataría, en efecto, de una nueva creación, pero la identidad de la rama injertada se mantendría.
Sin embargo, se trata de una creación: una obra de Dios tan positiva como la creación de Génesis 1. Como dice Efesios 2:10: «Somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras…». Ser hechura de Dios es algo maravilloso.
9.5 - El primer hombre es obviamente reemplazado por el segundo Hombre. ¿Cuándo sucedió esto?
Si lo miramos desde el punto de vista de Dios, él nunca tuvo nada más que el segundo Hombre ante sí. Nunca fuimos elegidos en Adán de ninguna manera. Dios «nos escogió en él [Cristo] antes de la fundación del mundo» (Efe. 1:4).
Sin embargo, si miramos las cosas desde nuestro punto de vista, podemos decir que el verdadero carácter del primer hombre fue revelado plenamente en la Cruz. Allí, fue juzgado y, al mismo tiempo, fue revelada plenamente la perfección del segundo Hombre, que fue glorificado (comp. Juan 13:31). Históricamente, por tanto, la cruz fue el momento supremo. El primero fue juzgado y sustituido por el segundo, que fue probado hasta el final y resucitado de entre los muertos.
En el cielo nuevo y la tierra nueva de Apocalipsis 21:1-7, una nueva creación caracterizará toda la escena: «¡He aquí hago nuevas todas las cosas!». La sustitución del primero por el segundo será entonces absoluta y completa.