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El movimiento carismático a la luz de la Biblia

Dones del Espíritu o entusiasmo ensoñador


person Autor: Arend REMMERS 12

flag Temas: La decadencia, la ruina, el declive, los remanentes Pentecostal y los movimientos carismáticos


1 - Prefacio: asentar su juicio en la Biblia

El llamado movimiento carismático está creciendo en gran parte de la cristiandad, tanto en las iglesias protestantes como en las católicas, y ha llegado a ser muy influyente en la actualidad. El propósito de estas líneas no es hacer una nueva contribución al origen, la expansión y el peligro de este movimiento; ya hay suficiente de eso. Tampoco se trata de sopesar los pros y los contras de las distintas reacciones positivas o negativas; eso es toda una esfera de problemas en sí misma. Para aquellos que creen en la Biblia y en Cristo, es bastante inquietante que muchos de los adherentes del movimiento carismático sean cristianos nacidos de nuevo. Esto hace que sea difícil emitir un juicio global. Pero, como hemos dicho, ese no es nuestro objetivo aquí.

La mayoría de la gente trata de simplificar las cuestiones o, en otras palabras, pintar cuadros en blanco y negro. Algo es bueno o malo. Pero la mayoría de las veces, las cosas no son tan sencillas, y hay que tener en cuenta muchos factores para emitir un juicio correcto.

Además, nuestra medida de juicio se basa principalmente en nuestra experiencia con las personas. Si causan una buena impresión, entonces lo que representan es bueno, y viceversa. Un segundo error común es que juzgamos las cosas por sus efectos. Si estos son buenos, entonces la cosa también es buena, y viceversa. Ambas formas de juzgar son subjetivas, y uno utiliza su propia experiencia como criterio de juicio. Está claro que esto solo puede dar lugar a juicios diferentes; de ahí la multiplicidad de opiniones cuando se habla del movimiento carismático.

¿Cómo puede entonces el creyente llegar a un juicio válido sobre este movimiento y sus características y formas de manifestación? Creemos que hay uno: la Palabra de Dios. Para juzgar las ideas y tendencias cristianas, solo podemos basarnos en la Biblia.

2 - ¿Qué se entiende por: “Movimiento carismático”?

El origen del movimiento carismático se remonta al llamado movimiento pentecostal. Se originó a finales del siglo 19 y principios del 20 en Estados Unidos durante un movimiento de avivamiento en una comunidad bautista de color, en el que los miembros de la comunidad se extasiaron y hablaron en “lenguas”. En todas las diversas comunidades pentecostales se hacía hincapié en la actividad del Espíritu Santo manifestada en el llamado «bautismo del Espíritu», en el «hablar en lenguas» y, a menudo, en las «sanaciones mediante la oración». La conversión y la santificación personal en la vida individual de los creyentes fueron y son enfatizadas y enseñadas en la mayoría de los círculos pentecostales.

A partir de 1960, aproximadamente, se produjo un cambio. Hasta entonces, las comunidades pentecostales eran grupos más o menos bien definidos en los que se practicaba la mencionada enseñanza. Sin embargo, desde entonces, las ideas de los círculos pentecostales se han infiltrado en las iglesias tradicionales y en casi todas las asociaciones cristianas fuera de las iglesias. Este “movimiento neopentecostal” suele denominarse “renacimiento carismático”. Una avalancha de escritos difundió las ideas pentecostales en otros círculos cristianos; como en estos círculos cristianos se había producido una relajación de la vida de fe, hubo una recepción en parte muy entusiasta de estas ideas que prometían un estímulo práctico de las comunidades.

Hoy en día, se puede decir que apenas hay lugares en la cristiandad donde el movimiento carismático no se haya abierto paso.

El nombre de “comunidades pentecostales” se remonta a Hechos 2, que nos dice que el día de Pentecostés el Espíritu Santo descendió sobre los creyentes para formar la Iglesia (Asamblea, Comunidad) de Dios en la tierra. Como los discípulos hablaban en lenguas extranjeras en aquella época, el movimiento pentecostal creía en un «nuevo Pentecostés» que reviviría todos los dones milagrosos de los primeros tiempos. El nombre “movimiento carismático” viene de la palabra griega «carisma» que significa «don de la gracia». De ahí la insistencia en que la posesión y el ejercicio de los dones cristianos de la gracia se expresen de la misma manera que en Hechos 2. El Señor Jesucristo dio a los suyos un gran número de dones de gracia (Rom. 12:6-8 y 1 Cor. 12:4-11, 28-31 y Efe. 4:8-13). Bajo el nombre de «dones de gracia», los carismáticos piensan principalmente, si no exclusivamente, en los dones de señales como «hablar en lenguas» y «sanar mediante la oración».

Hasta aquí el concepto de “movimiento carismático”. Como ya hemos dicho, no queremos hacer una historia de este movimiento ni presentarlo. Solo queremos dar a nuestros hermanos y hermanas en Cristo una explicación clara, concisa y con base bíblica de los pasajes en los que los carismáticos se apoyan constantemente. Las afirmaciones de este movimiento deben ser probadas por la única prueba de fuego: la Biblia. La mejor manera de refutar las afirmaciones humanas en el ámbito espiritual es exponer la verdad.

3 - El llamado «bautismo del Espíritu»

En el movimiento pentecostal ya se enseñaba, y esto se retoma en el movimiento carismático, que a través de la conversión y la fe en el evangelio el creyente pasa a ser propiedad del Señor Jesús, pero que necesita el bautismo del Espíritu como segunda experiencia cristiana básica, y que esto se manifiesta por el «hablar en lenguas».

3.1 - ¿Qué dicen las Escrituras?

La Biblia nos enseña que una característica especial de la era o dispensación cristiana es que Cristo, habiendo realizado la obra de la redención en la cruz, resucitó y ascendió al cielo y ahora está a la derecha de Dios, mientras el Espíritu Santo mora en la tierra en los hombres redimidos.

No fue así en épocas anteriores. Ciertamente, el Espíritu Santo siempre ha estado donde Dios actúa. Esto se encuentra en la primera página de la Biblia (Gén. 1:2). Pero entonces él no habitaba en los hombres. El primer hombre en el que habitó el Espíritu Santo fue el hombre Cristo Jesús, el Verbo hecho carne (Juan 1:33). La última noche que el Señor Jesús estuvo reunido con sus discípulos antes de ser hecho prisionero, les enseñó, entre otras cosas, que después de ascender al Padre, vendría a ellos otra Persona divina, el Abogado o Consolador o “Agente de negocios” que moraría con ellos eternamente, «el Espíritu de verdad, al que el mundo no puede recibir; porque no lo ve, ni lo conoce; pero vosotros lo conocéis; porque mora con vosotros y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; yo vengo a vosotros» (Juan 14:17-18).

El versículo 26 nos dice expresamente que este Abogado o Consolador, el Espíritu de verdad, es el Espíritu Santo.

El Señor hace más explícita la actividad del Espíritu Santo en los creyentes: «Pero el Consolador, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho» (Juan 14:26). «Cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré de parte del Padre, es decir, el Espíritu de verdad que procede del Padre, él testificará de mí» (Juan 15:26) «Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará al conocimiento de toda la verdad; porque no hablará de sí mismo, sino de todo lo que oiga; y os anunciará las cosas venideras. Él me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo anunciará» (Juan 16:13-14).

Pero esto solo podía tener lugar después de que el Señor Jesús hubiera completado la obra de la cruz y hubiera ascendido al Padre: «Os conviene que yo me vaya. Porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré» (Juan 16:7).

3.2 - Juan el Bautista anuncia el Espíritu Santo

Juan el Bautista, como precursor del Señor Jesús, ya señaló esta venida del Espíritu Santo: «Yo, en verdad, os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene después de mí, más poderoso es que yo, cuyas sandalias no soy digno de llevar; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Tiene su aventador en la mano, limpiará su era y recogerá su trigo en el granero; pero quemará la paja en fuego inextinguible» (Mat. 3:11-12; comp. con Lucas 3:16-17).

En el Evangelio según Marcos, es más breve: «Yo os bautizó con agua; mas él os bautizará con el Espíritu Santo» (Marcos 1:8).

Palabras similares se encuentran en Juan 1:33: «Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua, ese me dijo: Aquel sobre quien veas al Espíritu descender y permanecer sobre él, ese es el que bautiza con el Espíritu Santo».

Por un lado, Juan estaba llamando al pueblo judío al arrepentimiento; por otro lado, estaba anunciando dos cosas que el Señor Jesús haría: Los que se arrepintieran serían bautizados con el Espíritu Santo, y entonces podrían ser recogidos como el buen grano en los graneros del Señor; pero los que no recibieran al Señor Jesús con fe serían bautizados con fuego, y como la paja serían puestos en el fuego inextinguible, es decir, irían a la condenación eterna.

Dos cosas destacan en la consideración de estos versículos:

a) El bautismo del Espíritu Santo y el bautismo de fuego no se refieren a lo mismo. El bautismo de fuego es el juicio eterno y la condenación de los perdidos (para la palabra “fuego” véase Mal. 4:1; Mat. 18:9; Lucas 16:23-24). El uso de la palabra «bautismo» en este sentido puede presentar una dificultad para algunos. Cuando el Señor Jesús piensa en el juicio divino que ha de sufrir en la cruz, habla también de un bautismo: «Pero, tengo que ser bautizado con un bautismo, ¡y cómo me angustio hasta que se cumpla!» (Lucas 12:50).

b) El bautismo del Espíritu Santo no se describe como una experiencia adicional y extraordinaria del creyente, sino como la señal que caracteriza a los que son recogidos en los graneros celestiales como el trigo. Así lo confirman también los demás pasajes que se refieren a él.

3.3 - El anuncio del propio Señor Jesús

Hemos visto que el Señor Jesús anunció a los discípulos la venida del Espíritu Santo antes de realizar la obra de la redención. Después de su resurrección, habló aún más claramente al respecto: «He aquí que yo envío sobre vosotros la promesa de mi Padre; pero quedaos en la ciudad hasta que seáis investidos de poder desde lo alto» (Lucas 24:49). Las expresiones «promesa de mi Padre» y «poder desde lo alto» se refieren al Espíritu Santo. Esto se desprende de los dos siguientes pasajes de los Hechos: «Y estando reunido con ellos, les mandó que no se ausentaran de Jerusalén, sino que esperasen allí la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan, en verdad, bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo, dentro de pocos días… recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo» (Hch. 1:4-5, 8).

Estos pasajes muestran además que el evento ocurriría poco después, y tendría lugar en Jerusalén. Pero el Señor Jesús no habla a sus discípulos del bautismo de fuego, es decir, del juicio, sino solo del Espíritu Santo.

3.4 - El día de Pentecostés

Pocos días después, «Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente vino del cielo un estruendo, como de un viento fuerte e impetuoso, y llenó toda la casa donde estaban sentados. Aparecieron lenguas divididas como de fuego, y se repartieron posándose sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en diversas lenguas, según el Espíritu les daba que hablaran» (Hec. 2:1-4). Así se cumple la predicción de Juan y la promesa del Señor Jesús.

¿Qué ocurrió el día de Pentecostés? En Hechos 2:2-4 se mencionan cuatro cosas; las examinaremos más detenidamente:

a) «De repente vino del cielo un estruendo, como de un viento fuerte e impetuoso, y llenó toda la casa donde estaban sentados». No era propiamente como un viento, sino más bien como un soplo. No era como un viento natural, un rugido discontinuo, que aumenta y disminuye alternativamente, sino un rugido continuo. Esta comparación alude a la fuerza celestial, inspiradora y estimulante del Espíritu Santo, que no actúa de forma impulsiva o a trompicones, sino regularmente. Es el «poder» de lo alto (Hec. 1:8), que se manifiesta aquí y llena toda la casa. De la misma manera que el tabernáculo y el templo se llenaron de gloria el día de su dedicación (Éx. 40:34 y 1 Reyes 8:10-11). En su conversación con Nicodemo, el Señor Jesús ya había comparado la acción del Espíritu Santo con el soplo del viento: «El viento sopla de donde quiere y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu» (Juan 3:8).

b) «Aparecieron lenguas como de fuego, y se repartieron posándose sobre cada uno de ellos». Además del soplo rugiente que solo podían oír, había también algo visible: una luz divina en forma de lenguas divididas, como de fuego, se les apareció y se posó sobre cada uno de ellos en particular.

No se trataba del “bautismo de fuego”, sino de un testimonio claro que hablaba de la luz y la santidad, pero en gracia; pues las lenguas divididas aquí ya hablan del resplandor del evangelio sobre las fronteras de Israel y a todas las naciones. –Como el sonido, el rugido, se compara con el soplo del viento, así las lenguas se comparan con el fuego. Ambos eran signos externos de la tercera aparición especial, que en sí misma era invisible:

c) «Y todos fueron llenos del Espíritu Santo». Aquí tenemos el bautismo en el Espíritu Santo, el cumplimiento de la predicción de Juan el Bautista y del propio Señor Jesús. La promesa del Padre se cumple. El Espíritu Santo baja del cielo para quedarse con nosotros para siempre según la Palabra de Jesús. Al tratarse de algo totalmente nuevo, se acompañó de los dos signos. La presencia del Espíritu Santo tiene un doble significado. Por un lado, él habita en la casa, es decir, en la asamblea de Dios vista como un templo (véase 1 Cor. 3:16 y Efe. 2:22). Esto se expresa en el aliento que llena toda la casa. Por otra parte, el Espíritu Santo mora en cada creyente individualmente (1 Cor. 6:19), lo que queda claro por las lenguas divididas que se posaron sobre cada uno en particular.

d) «Y comenzaron a hablar en diversas lenguas, según el Espíritu les daba que hablaran». Esta señal ya había sido anunciada por el Señor en Marcos 16:17 cuando dio a los discípulos la misión de predicar el evangelio a toda la creación. Desde la construcción de la torre de Babel, los pueblos de la antigua creación estaban separados entre sí por lenguas diferentes. Ahora las obras de Dios en la nueva creación, los resultados gloriosos de la gracia revelados en grado sumo en el Gólgota, iban a ser proclamados en diferentes idiomas. Ahora todas las naciones debían escuchar el mensaje de salvación, no solo los hasta entonces privilegiados judíos.

Este es un breve resumen de lo que ocurrió en el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo fue derramado y los creyentes recibieron el bautismo del Espíritu Santo. Este bautismo tuvo lugar una sola vez, y con él nació el Cuerpo de Cristo en la tierra. ¡Pero no es formado de nuevo continuamente! ¡Por eso nada leemos sobre un renovado bautismo del Espíritu Santo más adelante! Toda persona que ahora es salva por la fe en el Señor Jesús recibe el Espíritu Santo como sello, arras y unción (Efe. 1:13-14 y 2 Cor. 1:21-22). Se convierte así en miembro de Cristo (1 Cor. 6:15, 19) y se añade al Cuerpo de Cristo que ya existe en la tierra.

3.5 - Menciones posteriores del bautismo del Espíritu Santo

Hasta Hechos 1, el bautismo del Espíritu Santo se mencionaba siempre como un acontecimiento futuro. Después del evento de Pentecostés descrito en Hechos 2, este bautismo solo se menciona dos veces, en Hechos 11:16 y en 1 Corintios 12:13, y en ambos casos el bautismo del Espíritu Santo se ve retrospectivamente.

Hechos 10 y 11 cuentan cómo se predicó el evangelio a un no judío, el oficial romano Cornelio de Cesarea. Aparte de Samaria (Hec. 8), los discípulos habían estado dando testimonio principalmente en Judea. Fue necesaria una revelación divina para que Pedro cumpliera la misión de predicar el evangelio también a los gentiles. Cuando llegó a Cesarea, predicó de corazón la buena nueva a estos gentiles.

Mientras seguía hablando, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban la Palabra. Lo mismo ocurrió con los primeros cristianos de Jerusalén que eran judíos (Hec. 10:44 y 11:15). En esta ocasión, Pedro se acordó de la palabra del Señor, de cómo dijo: «Juan… bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo» (Hec. 11:16).

En 1 Corintios 12:13 leemos por última vez en el Nuevo Testamento algo sobre el bautismo del Espíritu Santo. «Porque todos nosotros fuimos bautizados en un mismo Espíritu para constituir un solo cuerpo, seamos judíos o griegos, seamos esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un solo Espíritu» (1 Cor. 12:13). El tema de este capítulo es el único Cuerpo de Cristo en la tierra, que se compone de todos los creyentes del tiempo presente que han recibido el Espíritu Santo, pero también la multiplicidad de miembros y sus dones. El único Espíritu actúa con diferentes dones de gracia (12:4), y es también el único vínculo, que además constituye el único Cuerpo. No se trata de las experiencias personales de fe de cada uno de los creyentes, sino del gran e importante hecho de que en todos estos miembros vive un solo Espíritu, el Espíritu Santo, que los une. También aquí vemos las dos caras de la morada del Espíritu Santo en la tierra. La expresión «a todos se nos dio a beber de un solo Espíritu» expresa el lado individual. La expresión «todos fuimos bautizados… para constituir un solo cuerpo» se refiere a la habitación del Espíritu Santo en el conjunto de la Asamblea.

En el versículo 12 el cuerpo humano es visto como una figura del Cuerpo de Cristo y de su Cabeza. Varios miembros juntos forman el Cuerpo único. En el versículo 13 se explica cómo llegó a existir esta unidad, por el bautismo «en un mismo Espíritu».

Esto se refiere al evento único del día de Pentecostés en Hechos 2.

3.6 - Resumen sobre el bautismo del Espíritu Santo

En conclusión, resumamos una vez más lo que se dice en el Nuevo Testamento sobre el bautismo del Espíritu Santo:

a) Cuando se habla del bautismo del Espíritu Santo, siempre se refiere a la venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés. En esa ocasión hizo su morada en los creyentes reunidos, y los convirtió en el Cuerpo de Cristo, la Asamblea de Dios. Esto fue un hecho puntual y no se repite.

b) Cada uno de los que hoy creen en el evangelio de la salvación recibe el Espíritu Santo como sello y arras. Cada uno es añadido al Cuerpo de Cristo, pero en el Nuevo Testamento esto nunca es llamado el bautismo del Espíritu Santo o el bautismo del Espíritu. La Palabra de Dios sí habla de estar llenos del Espíritu Santo (véase el capítulo 7 sobre este tema).

3.7 - ¿Existe un bautismo de fuego para los creyentes? Mateo 3:11 y Lucas 3:16

Ya hemos visto que el bautismo de fuego mencionado en Mateo 3:11 y Lucas 3:16 no tiene nada que ver con el bautismo del Espíritu Santo. El bautismo de fuego se refiere al juicio y la condenación eterna de los incrédulos. ¿Cuál es entonces el significado de las «lenguas como de fuego» que se mencionan en Hechos 2:3 y que vinieron sobre cada uno de los discípulos en el derramamiento del Espíritu Santo el día de Pentecostés? Aunque ya hemos dicho algo al respecto, todavía queremos considerar esta expresión más de cerca, para evitar varias interpretaciones erróneas, como la que se repite a menudo de que se trata del cumplimiento del anuncio de Juan de que «os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Mat. 3:11 y Lucas 3:16).

Hay varias razones por las que esta afirmación es falsa; algunas de ellas ya se han mencionado.

a) En su predicación del arrepentimiento, Juan el Bautista habla claramente de dos cosas diferentes, a saber, por un lado, del fruto para Dios (Mat. 3:8, 10, 12), que conduce a la salvación y la gloria eternas, y por otro lado del fuego del juicio (Mat. 3:7, 10, 12). El bautismo del Espíritu Santo se aplica al primer grupo, el bautismo de fuego al segundo.

b) En su último anuncio de la venida del Espíritu Santo, el Señor, dirigiéndose a sus discípulos que eran todos creyentes, habla solo del bautismo del Espíritu Santo (Juan 15:3). Lo mismo ocurre en Hechos 11:16 y en 1 Corintios 12:13. Esto concuerda perfectamente con lo dicho en el párrafo anterior: en el día de Pentecostés, los creyentes solo recibieron el bautismo del Espíritu Santo.

c) En Hechos 2:3 no se habla de lenguas de fuego, sino de «lenguas divididas, como de fuego». El énfasis no está en el fuego que baja, sino en el hecho de que se dividieron las lenguas. La palabra lengua se refiere a hablar. En el versículo 4 dice: «Otras lenguas (o: idioma)» que se hablaron. En griego, lengua (idioma, el miembro) o lenguaje (lengua, idioma hablado) son la misma palabra (glossa). El poder del Espíritu Santo se mostró en la superación de las consecuencias de la confusión de lenguas en la torre de Babel (Gén. 11). El hecho de que sean «lenguas divididas» es una indicación de que el evangelio no se limita al pueblo judío, sino que se dirige a todas las naciones.

4 - El llamado «hablar en lenguas»

Los carismáticos generalmente afirman que el resultado directo del llamado bautismo del Espíritu (tratado en el capítulo anterior) es el llamado «hablar en lenguas». Aquí también debemos declarar formalmente desde el principio que este hablar en lenguas de los carismáticos no se enseña en la Sagrada Escritura.

4.1 - Una explicación del vocabulario

Entre los dones que Cristo exaltado dio a su Asamblea, se menciona «diversidad de lenguas» o «hablar en diversas lenguas» (1 Cor. 12:10, 28, 30 –se podría decir lenguajes en lugar de lenguas). La palabra “glosa” utilizada en griego para «lenguaje» significa principalmente «lengua» en el sentido de la parte del órgano del cuerpo. Como hemos visto, la misma palabra glosa se utiliza en Hechos 2:3 para las lenguas divididas que cayeron sobre los discípulos. Normalmente no hay dificultad, en un texto del Nuevo Testamento, para distinguir si se trata de la lengua como lenguaje que se habla o como órgano de la carne que forma parte del cuerpo. En español, la palabra “lengua” también tiene ambos significados.

4.2 - ¿Qué se entiende por «hablar en lenguas»?

Desgraciadamente, no son solo los carismáticos los que comprenden mal y malinterpretan las claras declaraciones de la Palabra de Dios. Durante mucho tiempo los teólogos no han podido presentar nada mejor. El siguiente extracto de un léxico bíblico moderno muestra lo poco que se entienden las afirmaciones de la Palabra de Dios o, en otras palabras, lo mucho que se pretende incluir en ellas: –«Hablar en lenguas»: (glosolalia, del griego «glosa», lengua, lenguaje). La nueva experiencia de los primeros cristianos se expresaba con frecuencia en una efusión extática de hablar en lenguas (Hec. 10:46; 19:6), que se consideraba una forma de aparición del Espíritu en los últimos tiempos concedida a la Asamblea (1 Cor. 14:39). Es cierto que Pablo es muy escéptico con respecto al hablar en lenguas, e insiste en que tiene menos valor que las predicaciones proféticas que pueden ser entendidas por los cristianos comunes (1 Cor. 13:1; 14:1-12).

El relato de Pentecostés (Hec. 2:1-13) plantea problemas particulares.

Una versión anterior de este relato parece haber sido derivada de un rumor. Los presentes entendieron el hablar en lenguas cada uno en su propia lengua (2:8). Lucas lo convierte en un milagro del lenguaje: los apóstoles hablan en diferentes lenguas (2:4), anticipando la misión mundial en común (Léxico Bíblico Reclam).

El Léxico Bíblico Brockhaus hace un juicio mucho más cauteloso sobre el hablar en lenguas, pero no da ninguna explicación plausible.

Sin embargo, ha habido voces que no se han dejado llevar por la ignorancia o los prejuicios respecto a este don del que da testimonio el Nuevo Testamento. Por ejemplo, el conocido comentarista A. Bengel (1687-1752) en su obra bíblica “Gnomon” escribe: A lo largo de este capítulo, el término “lengua” debe entenderse como “lenguaje” o “lengua hablada”.

Ahora queremos probar con la ayuda de pasajes del Nuevo Testamento que esta es la explicación simple y obvia del don de hablar en lenguas.

4.3 - El testimonio del Nuevo Testamento

Después de esta introducción un poco larga, volvamos a nuestra preocupación principal, y tratemos de averiguar lo que dicen realmente los pasajes particulares del Nuevo Testamento que mencionan el hablar en lenguas.

4.3.1 - Marcos 16:17

«Estas señales acompañarán a los que creen: En mi nombre expulsarán demonios; hablarán en nuevas lenguas; cogerán serpientes con las manos; y si algo mortífero beben, no les dañará; sobre enfermos impondrán las manos, y sanarán» (Marcos 16:17-18).

En este párrafo tenemos la “gran misión” o el “gran encargo” que el Señor resucitado da a sus discípulos (comp. con Mat. 28:18-20). Los llama a predicar el evangelio en todo el mundo. Cristo vino al mundo para salvar a los pecadores. Por eso murió y resucitó (Rom. 4:25). Todo el que crea y se bautice se salvará; el que no crea se perderá eternamente.

Las cosas mencionadas –expulsar demonios (véase Hec. 16:18) más hablar en nuevas lenguas (Hec. 2:4) más manipular serpientes (Hec. 28:3-6) más imponer las manos (Hec. 3:7 y 5:12), etc.– todo esto ocurrió durante la vida de los apóstoles. Habían sido los primeros en creer, y estaban llenos del deseo de ganar almas. Pero esta promesa no era tan general como para que cualquier cristiano pudiera aplicarla a sí mismo. Era válido principalmente para aquellos que cumplían la gran misión del Señor. Si hoy en día un creyente tuviera que manipular una serpiente, no le ocurriría lo mismo que a Pablo en Hechos 28.

Además, es importante ver la diferencia en las palabras del Señor al final del evangelio según Mateo. Allí habla de que se le ha dado todo poder, tanto en el cielo como en la tierra, y que estará con nosotros hasta la consumación (o: cumplimiento) del siglo (Mat. 18:18-20). En el Evangelio según Marcos no leemos en absoluto que el Señor operaría señales durante tanto tiempo. Como vemos, las predicciones del Señor a los apóstoles se cumplieron casi literalmente. Se cumplieron todas, ¡no solo una o dos! Por eso es notable que hoy solo algunas de estas cosas se destaquen como dones especiales.

Se trata de signos con los que, al comienzo de la era o dispensación cristiana, Dios confirmaba que el anuncio del evangelio se realizaba en el marco de la misión que le había encomendado. De la misma manera, en otro tiempo había legitimado a Moisés como su siervo mediante signos ante Faraón. El autor de la Epístola a los Hebreos recuerda estos signos en torno al año 60, diciendo: «¿Cómo escaparemos nosotros, si despreciamos una salvación tan grande? La cual fue anunciada al principio por el Señor, y nos llegó confirmada por los que la oyeron; testificando Dios con ellos, tanto con señales como con prodigios, con diversos milagros y dones del Espíritu Santo, conforme a su propia voluntad» (Hebr. 2:3-4).

Las nuevas lenguas mencionadas por el Señor en Marcos 16, no eran nuevas en el sentido de que nunca habían sido escuchadas, o que eran nuevas para los que las escuchaban. Eran lenguas nuevas para los que hablaban. Eran lenguas distintas a las que habían conocido antes. Esto se desprende también de la palabra griega «nuevo» (kainos). Significa algo nuevo en el sentido de que todavía no lo ha sido, o en contraste con lo que había en su lugar antes. En griego existe otra palabra (neos) que también significa «nuevo», pero cuyo significado es «joven, fresco, aún no viejo». Esto no es lo que significa nuestro pasaje.

4.3.2 - Hechos 2:4-13

Esto se confirma con la siguiente aparición de la palabra «lengua». Después del derramamiento del Espíritu Santo en el capítulo 2, los discípulos comenzaron a hablar en otras lenguas, ya que el Espíritu les dio el don. Estas otras lenguas se enumeran en los versículos 8-11; son las nuevas lenguas anunciadas por el Señor en Marcos 16:17. Los discípulos que hablaban arameo en casa, y quizá también griego (koiné), ahora hablaban una o varias de las 16 lenguas o dialectos, descritos en Hechos 2, por el poder del Espíritu Santo.

A menudo se escucha la opinión de que los discípulos hablaban en su propia lengua, pero que los oyentes escuchaban cada uno en su propia lengua. Los versículos 6, 8 y 11 se utilizan para apoyar este punto de vista, porque estos versículos hablan de escuchar los discursos. Sin embargo, los versículos 6 y 11 afirman expresamente que los oyeron hablar en su propia lengua. En segundo lugar, leemos en el versículo 4 que hablaban en otras lenguas. Así que esto no fue un milagro de la audición, sino un verdadero milagro de la palabra.

Este pasaje aclara dos cosas: en primer lugar, que las lenguas “nuevas y otras” eran lenguas que se hablaban realmente en la tierra, pero lenguas extranjeras para los discípulos, que nunca antes las habían aprendido o hablado. No puede haber duda, por lo tanto, de que este es el verdadero origen y propósito del don de hablar en lenguas.

En segundo lugar, está claro que este don fue dado por Dios a través del Espíritu Santo para proclamar «las grandes obras de Dios», es decir, la obra de Cristo y las consecuencias ricamente bendecidas para los que creen. El resultado de esta asombrosa predicación se muestra en el versículo 41: «Fueron añadidas en aquel día como tres mil almas» (Hec. 2:41).

Por lo tanto, a estos hombres ignorantes, Dios les dio, de manera sobrenatural y espiritual, la capacidad de hablar en lenguas que no habían aprendido.

En estas lenguas proclamaban las maravillas de Dios, es decir, el evangelio.

Los presentes, que eran incrédulos, les entendían porque les predicaban en su propia lengua.

Lo que el Señor había anunciado en Marcos 16:17 se hizo realidad ya en el día de Pentecostés. Esto muestra claramente la intención de Dios cuando dio el don de hablar en lenguas. Por lo tanto, es erróneo e irresponsable tomar este pasaje de Hechos 2 como algo único y explicar todos los demás pasajes que le siguen de manera diferente. No, es precisamente este pasaje el que arroja luz sobre los que siguen.

4.3.3 - Hechos 10:46 y 19:6

En el relato de la salvación traída a Cornelio y los suyos, también se menciona que hablaban en lenguas y alababan a Dios. Probablemente Cornelio ya era un hombre convertido y nacido de nuevo antes de la visita de Pedro. Pero le faltaba el conocimiento de la obra acabada de Cristo, y por tanto del evangelio de la salvación. En Efesios 1:13 se dice claramente que los que han oído la «palabra de la verdad, el evangelio de vuestra salvación» son sellados con el Espíritu Santo.

Hasta entonces, los gentiles no disfrutaban de las bendiciones dadas por Dios a Israel.

Pedro, que él mismo tuvo que ser primero enseñado, anunció a Cornelio y a su familia que «todo aquel que en él cree, recibe perdón de pecados en su nombre» (Hec. 10:43). Cornelio y los demás lo aceptaron por fe, y el Espíritu Santo cayó inmediatamente sobre todos los que escucharon la Palabra. Gente de los paganos, de las naciones, se acercaba ahora “oficialmente” a la fe cristiana y al reino de la bendición de Dios (los samaritanos de Hechos 8 no eran, por supuesto, judíos en el sentido estricto de la palabra, como tampoco lo era el eunuco). Como prueba de ello, se les oyó hablar en lenguas y alabar a Dios. Dios estaba testificando que tanto los judíos como los gentiles eran bendecidos de la misma manera en Cristo. Cornelio y los suyos, que habían aceptado la Palabra, recibieron el Espíritu Santo al igual que los judíos el día de Pentecostés. Pedro lo confirma formalmente en su relato en el capítulo siguiente (11:15-16): «Al comenzar a hablar, cayó sobre ellos el Espíritu Santo, como también había caído sobre nosotros al principio. Y me acordé de la palabra del Señor, cuando dijo: Juan, en verdad, bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo» (Hec. 11:15-16).

Hablar en lenguas no era en absoluto un acompañamiento necesario de la recepción del Espíritu Santo, de lo contrario los samaritanos en el capítulo 8 habrían tenido que hablar en lenguas también. No, era una señal de que Dios estaba compartiendo las mismas bendiciones con las naciones de la misma manera que con los judíos.

Lo mismo ocurrió con una docena de discípulos en Éfeso (Hec. 19:1-7), salvo que aquí no fue Pedro ni ninguno de los doce apóstoles llamados por el Señor en la tierra el instrumento de la gracia, sino Pablo, el apóstol de las naciones llamado por el Señor glorificado. El predicador del evangelio de la gloria no se sitúa en un segundo plano con respecto a los otros apóstoles, sino que está en el mismo terreno que ellos.

Los discípulos de Hechos 19 aún no habían recibido el Espíritu Santo porque ni siquiera sabían que había venido. Conocieron la predicación de Juan el Bautista y estaban bautizados con su bautismo. Sin embargo, un cristiano es alguien que posee el Espíritu Santo, por lo que es miembro del Cuerpo de Cristo. Pero estos creyentes (porque eran creyentes) todavía estaban en el terreno del Antiguo Testamento, por así decirlo. El hecho de que creyeran no significaba que fueran cristianos. Juan el Bautista tampoco era cristiano, ni David, ni Abraham, ni Noé, etc. Nacieron de nuevo, pero no eran cristianos. Han nacido de nuevo, ¡pero eso no es suficiente para ser cristiano! Un cristiano no solo ha nacido de nuevo, es decir, ha nacido del Espíritu, sino que ha creído en la obra del Señor en la cruz y tiene el Espíritu Santo (comp. Juan 3:3, 5; Efe. 1:13; Rom. 8:9b).

En esta ocasión, Pablo fue el instrumento para llevar a estos renacidos a la posición cristiana. Cuando Pablo les impuso las manos, el Espíritu Santo vino sobre ellos y hablaron en lenguas y profetizaron, como había sucedido en la casa de Cornelio.

Por estos acontecimientos vemos que tanto los judíos como los gentiles, los no creyentes como los ya creían, todos recibieron el Espíritu Santo a través de la fe en el evangelio de Jesús ahora proclamado. La señal externa de hablar en lenguas demostraba que todos estaban en el mismo terreno que los que ahora pertenecían al Cuerpo de Cristo en la tierra, su Asamblea.

Pero no todos los que recibieron el Espíritu Santo hablaron en lenguas. A los samaritanos, al eunuco, al carcelero de Filipos, no se les menciona. Según el relato inspirado en el libro de los Hechos, los pasajes mencionados son los únicos casos en los que se habló en lenguas, por razones muy comprensibles y especiales para estos casos.

Por lo tanto, es bastante incomprensible que casi todos los comentaristas del libro de los Hechos hagan una diferencia entre los acontecimientos del capítulo 2 y los de los capítulos 10 y 19. Apenas hay comentaristas que discutan que en el capítulo 2 se hablaron realmente lenguas extranjeras que no se habían aprendido; pero de repente en los capítulos 10 y 19 la misma palabra (glosa) designaría “hablar extáticamente para glorificar a Dios” (A. C. Gaebelein) o “hablar en lenguas en estado de éxtasis” (W. Barclay). No tenemos ninguna razón para dudar de que en los tres casos se trata de un hablar en lenguas extranjeras producido por el Espíritu.

4.3.4 - 1 Corintios 12 al 14

En 1 Corintios 12 al 14, especialmente en el capítulo 14, el apóstol escribió con gran detalle sobre el hablar en lenguas. La asamblea en Corinto estaba formada principalmente por conversos gentiles, y el apóstol les testificó que habían sido enriquecidos en todo sentido en Cristo, en toda palabra y en toda ciencia, de modo que no les faltaba ningún don de gracia (1 Cor. 1:5-7). Ahora bien, aunque fueron tan ricamente bendecidos por Dios, estaban en un estado miserable espiritualmente. Se dividieron en partidos (1:11-13 y 3:3-4), soportaron la fornicación deshonrosa (5:1-2 y 6:13-17), se arrastraron ante los tribunales (6:1-7), y muchas otras cosas son objeto de la reprimenda del apóstol en esta Epístola.

A partir del capítulo 12, el apóstol les enseña los deberes de los miembros del Cuerpo de Cristo, y enumera varios dones en los versículos 8-10 y 28. Es notable que en ambos casos los dones de gracia de hablar en lenguas o interpretar lenguas se enumeran al final. Hablar en lenguas no era un don elevado, como la palabra de sabiduría, o como los apóstoles que están en primer lugar como fundadores de la Asamblea. Hablar en lenguas era un don de señales, como la curación de los enfermos, y para ejercer estos dones no era necesario tener un gran conocimiento de los pensamientos de Dios; no se daban para la edificación de los creyentes, sino como señal para los incrédulos que entendían estas lenguas extranjeras.

También es llamativo e importante que Pablo se pregunte: «¿Son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Son todos maestros? ¿Hacen todos milagros? ¿Tienen todos dones de curar? ¿Hablan todos diversas lenguas? ¿Interpretan todos?» (1 Cor. 12:29-30). A todas estas preguntas la respuesta es: ¡No! Pablo muestra en este capítulo que no todos los miembros tienen la misma misión o el mismo don. Por lo tanto, es contrario a la Escritura decir, como se hace hoy, que todos pueden o incluso deben poseer el don de hablar en lenguas.

4.3.5 - El don de interpretación

Es necesaria una explicación en relación con el don de interpretación (1 Cor. 12:10, 30). Se podría objetar la explicación del don de hablar en lenguas: si se trata real y simplemente de hablar en lenguas extranjeras sin que el predicador tenga que aprenderlas, y puede hablarlas por el Espíritu de Dios, entonces la interpretación sería puramente una tarea de traducción. Ahora bien, todos los traductores tienen que aprender esta tarea y ejercerla, y para ello no es necesario un don de gracia. –Pero esto sería ignorar el hecho de que hablar en lenguas más la interpretación es algo similar a la profecía (el cap. 14 dice más sobre esto). El mensaje que se proclama en una lengua extranjera no solo debe ser traducido, sino también expuesto (interpretado). La Palabra de Dios aún no estaba completa para que se revelaran nuevas verdades. Si esto se hacía en una lengua extranjera, es decir, mediante el habla en lenguas, era necesario traducir además de exponer. Para eso estaba el don de la interpretación.

4.3.6 - 1 Corintios 13:1-2 – La lengua de los ángeles

En 1 Corintios 13:1 el apóstol Pablo escribe: «Si yo hablase en las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, vengo a ser como bronce que resuena o címbalo que retiñe». Como hemos visto, las lenguas en las que hablaban los creyentes eran lenguas extranjeras humanas. ¿Qué quiere decir el apóstol Pablo cuando habla del lenguaje de los ángeles? No podemos deducir de este pasaje que él mismo hablara esa lengua. Pablo tiene la costumbre de usarse a sí mismo como ejemplo para explicar algo (comp. 1 Cor. 4:6 y Rom. 7:7-25). Aquí, en 1 Corintios 13, añade en el versículo 2: «Si tengo don de profecía, y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y si tengo toda la fe…», pero en el versículo 9 dice: «Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos». Pablo toma así claramente un caso hipotético mediante el cual quiere explicar a los corintios cuál es el alcance de la falta de amor. Por lo tanto, sus palabras no deben ser malinterpretadas en el sentido de que él u otros hablaron en el lenguaje de los ángeles, o incluso que hablar «en lenguas» es equivalente a el lenguaje «de los ángeles». Si admitimos que Pablo no poseía el conocimiento de todos los misterios o todo el conocimiento, sino que supone un caso que no se dio, entonces la primera frase también es una suposición de este tipo. –Sobre la cuestión de qué son estas lenguas de los ángeles, no podemos ir más allá. Sin embargo, está claro que estos seres espirituales deben tener un lenguaje como medio de comunicación (comp. con Is. 6:3; Zac. 3:4; Judas 9).

4.3.7 - 1 Corintios 14

En 1 Corintios 14 Pablo entra en detalles sobre el hablar en lenguas. En este capítulo tenemos la impresión de que los corintios estaban tan entusiasmados con los dones de la gracia concedidos por Dios como los niños que tienen un juguete nuevo. Esto se sintió especialmente con el hablar en lenguas. Por lo tanto, el apóstol debe reprenderlos seriamente en este aspecto. Este capítulo no es una instrucción para hablar «en lenguas», sino una seria exhortación a usar correctamente los dones de gracia dados por Dios a su Asamblea.

Como hemos visto, el don de hablar en lenguas extranjeras fue dado por Dios como una señal para los incrédulos. Las personas que habían oído las «grandes obras de Dios» en su propia lengua debían ser convencidas y llevadas a dar media vuelta. 1 Corintios 14:22 lo confirma: «Así que las lenguas son para señal, no para los creyentes, sino para los incrédulos».

Esta sección contiene otras instrucciones importantes. En el versículo 21 Pablo hace una traducción libre de Isaías 28:11-12: «Con otras leguas y con labios de otros hablaré a este pueblo; y ni así me escucharán», dice el Señor (1 Cor. 14:21). Del contexto de Isaías 28 se desprende que Israel no había escuchado a los profetas enviados por Dios. Por lo tanto, Dios advirtió a su pueblo y anunció un juicio punitivo a través del asirio que, desde el punto de vista de Israel, hablaba «con otras leguas y con labios de otros». Israel iba a ser humillado. Pablo cita estas palabras aparentemente en un contexto completamente diferente. Pero ahora, ¿no habían rechazado los judíos a alguien más grande que los profetas, a saber, su Mesías? Por lo tanto, Dios estaba estableciendo una señal de juicio sobre su pueblo terrenal, que ahora sería apartado por un tiempo, a través del don de lenguas. Al mismo tiempo, sin embargo, quedó claro que el evangelio de la gracia proclamado en las lenguas de los gentiles estaba destinado a todos los pueblos de la tierra. Ahora, como en la época de Isaías, el pueblo judío en su conjunto no escuchaba la voz de Dios.

Por ejemplo, en lugar de ir al puerto de Corinto para llevar el evangelio a todos los marineros de todo el mundo, y hablarles usando su don de lenguas, los corintios se divertían ejerciendo este espectacular don en sus reuniones. Pero allí nadie los entendía. Por eso el apóstol Pablo los reprende. Todo el capítulo 14 trata de las reuniones de la asamblea en Corinto, como se desprende de los versículos 4, 5, 12, 19, 23-35.

Hay que entender que los que hablan en lenguas en una asamblea no están hablando con Dios, sino con los hombres. Nadie entendía, aunque era el ejercicio de un don de gracia otorgado por Dios, e incluso quizás expresaba misterios en el espíritu, es decir, cosas aún no reveladas (1 Cor. 14:2). Los misterios en el Nuevo Testamento son siempre cosas que no se conocían antes, pero que ahora son reveladas y, sin embargo, solo son comprendidas por los cristianos con mentalidad espiritual (comp. especialmente 1 Cor. 15:51 y Efe. 3:3-5).

El que habla en lenguas en una reunión de creyentes no hace más que edificarse a sí mismo. ¿Es este el propósito de hablar en una reunión? Por eso Pablo exige que alguien interprete lo que se dice para que la asamblea reciba edificación (v. 4-6, 9, 13). Lo mismo ocurre con la oración y la alabanza en una lengua que nadie entiende (v. 14-17).

Otro argumento del apóstol es señalar la impresión que causa en los incrédulos o ignorantes el hablar en lenguas en una reunión.

Si no entienden estas lenguas, ¿no dirán que los reunidos están fuera de sí? (1 Cor. 14:23). Por último, el apóstol da una instrucción que sigue siendo válida hoy en día. La Epístola a los Corintios se dirige «a la iglesia de Dios que está en Corinto… con todos los que en todo lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (1 Cor. 1:2). Esta instrucción está redactada de la siguiente manera: «Que las mujeres se callen en las iglesias; porque no les es permitido hablar; sino que estén sometidas, como también dice la Ley. Y si algo desean aprender, pregunten a sus maridos en casa; porque es indecoroso que una mujer hable en la iglesia» (1 Cor. 14:34-35). ¡Cuántas comunidades cristianas se sientan hoy alegremente sobre esta palabra! Sin embargo, precisamente cuando se trata del llamado hablar en lenguas, las mujeres suelen tener un papel dominante en las reuniones, lo que va claramente en contra de la Palabra de Dios. Este hecho por sí solo debería hacer reflexionar a cualquier cristiano serio. «Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios» (1 Juan 4:1).

Ciertamente, el apóstol concede a los corintios el ejercicio de hablar en lenguas en sus reuniones (es un don de la gracia de Dios), pero lo hace solo bajo dos condiciones: en primer lugar, solo dos, a lo sumo tres, pueden hablar uno tras otro y, en segundo lugar, debe haber alguien que interprete. Si falta esto, no está permitido hablar en lenguas en voz alta (1 Cor. 14:27-28).

Ahora hemos revisado brevemente lo que la Escritura dice sobre el don de gracia de hablar en lenguas. Es un don otorgado por Dios que, al igual que los dones de gracia de la curación, debe ser ejercido para su gloria y como señal para los hombres.

4.3.8 - ¿Se sigue hablando en lenguas hoy en día? – Efesios 4

No encontramos en el Nuevo Testamento una indicación clara y segura de que los dones de señales, como el hablar en lenguas y los dones de gracia de sanación, ya no existan en tiempos posteriores. Pero, por otro lado, ¡en ninguna parte está escrito que deban permanecer hasta el final del período cristiano! Algunos dirán: ¡esto no es un argumento! En respuesta a esto, llamamos la atención sobre un pasaje donde el Espíritu Santo dice expresamente que algunos dones permanecerán: «Y él ha dado a unos apóstoles; a otros profetas; a otros evangelistas; y a otros pastores y maestros; a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, de varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Efe. 4:11-13).

Aquí el Señor Jesús ve a su Asamblea como su Cuerpo ante él, y la ve desde el momento en que los apóstoles y profetas del Nuevo Testamento pusieron el fundamento en el principio (Efe. 2:20; 3:5), hasta el momento en que se alcance la medida de la estatura [o: el crecimiento pleno] de la plenitud de Cristo. Este es el propósito del ministerio (o: servicio) de los dones. Pero, ¿se logrará esto en la tierra? ¿Habrá una unidad de fe y una unidad de conocimiento del Hijo de Dios entre todos los cristianos de la tierra?

Cada lector puede encontrar la respuesta por sí mismo considerando el estado actual de la cristiandad. Sin embargo, cuando la Asamblea sea glorificada (tal vez pronto), y esté unida a su Cabeza glorificada en el cielo, siendo sin mancha ni arruga ni nada parecido, ¡entonces se cumplirá Su propósito! Hasta entonces, el Señor, como Salvador del Cuerpo, está trabajando para edificar su Cuerpo, por el Espíritu Santo, por su Palabra, pero también por medio de los dones de evangelistas, pastores, maestros, y eso «hasta que todos lleguemos…». No hay ni una sola palabra sobre lenguas o curaciones. Estos dones no fueron dados para la edificación del Cuerpo, sino como signos del poder y la actividad de Dios. Hoy en día, todos los que quieren conocer las cosas maravillosas de Dios y su obra de salvación pueden abrir la Palabra de Dios completa. Allí encontrarán todo lo necesario para la salvación de sus almas y para una conducta bendita.

4.4 - Otros argumentos sobre la desaparición de los dones-señales y el hablar en lenguas

También hay argumentos muy fuertes de que los dones-señales de hablar en lenguas y sanidades tenían su lugar solo en los primeros días de la Asamblea de Dios.

4.4.1 - El verbo en tiempo pasado en Hebreos 2:4

Cuando el escritor de la Epístola a los Hebreos (escrita a principios de los años 60, en el primer siglo de la era cristiana) habla en el pasaje mencionado (2:4) de señales, prodigios, milagros diversos y distribuciones del Espíritu Santo, habla en tiempo pasado: «una salvación tan grande… la cual fue anunciada al principio por el Señor… testificando Dios con ellos… con señales…» (Hebr. 2:3-4). Esto sugiere que las cosas extraordinarias de las que forma parte el hablar en lenguas ya eran cosa del pasado en aquella época.

4.4.2 - Las lenguas «cesarán» en 1 Corintios 13

Este pensamiento se confirma en 1 Corintios 13:8-10: «El amor nunca se acaba. ¿Hay profecías? Acabarán. ¿Hay lenguas? Cesarán ¿Hay conocimiento? Terminará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; pero cuando venga lo que es perfecto, entonces lo que es en parte acabará».

El amor divino permanece para siempre, pues es el Ser de Dios. Pero se acerca el momento en que no serán necesarias ni las profecías ni los conocimientos que hay que adquirir: esto tendrá lugar cuando haya llegado lo que es perfecto, en la venida del Señor para llevarse a los suyos. Entonces no quedará nada de lo parcial, habrá tenido su fin. El verbo griego utilizado aquí (katargeo) también significa “aniquilar, extirpar, destruir”, etc. Pero en cambio, dice de las lenguas que cesarán. El verbo griego utilizado aquí (pauo) también significa “abandonar, disminuir, llegar a descansar”, etc. La profecía y el conocimiento, todo lo que es parcial, llegará a su fin cuando el Señor regrese, pero las lenguas cesarán. Esto es una indicación más de que las lenguas cesarán en algún otro momento que la profecía y el conocimiento, y esto solo puede significar en un momento anterior –mientras que la profecía y el conocimiento parcial solo tendrán su fin en el arrebato de la Esposa.

4.4.3 - Paralelo con los milagros de Moisés a la salida de Egipto

Mencionemos de nuevo el paralelismo entre los milagros que Moisés realizó antes de salir de Egipto, y las señales que el Señor anuncia a su pueblo en Marcos 16, todos los cuales se cumplieron en los primeros tiempos del cristianismo y se describen en el libro de los Hechos. Las señales y los prodigios en relación con la salida del pueblo de Israel de Egipto tampoco duraron. Al igual que en Hebreos 2:4, Deuteronomio 26:8 dice mirando hacia atrás: «Y Jehová nos sacó de Egipto con mano fuerte, con brazo extendido, con grande espanto, y con señales y con milagros». Proféticamente, la salida de Egipto es una imagen del comienzo de la Iglesia cristiana en la tierra. Es característico que el paralelismo sea tan detallado.

4.4.4 - No hay mención de las lenguas en la historia de la Iglesia

En los escritos de los padres de la Iglesia de los tres o cuatro primeros siglos, no hay ninguna indicación de que el hablar en lenguas durara más allá de las primeras décadas del cristianismo. Solo Eusebio (hacia 260-339) hace una declaración sobre el hablar en lenguas en su descripción de la actividad del hereje Montanus, que pretendía ser el prometido Paráclito (Consolador). La verdad de la afirmación de 1 Corintios 13:8 como referencia, queda así confirmada muy claramente por la historia de la Iglesia.

4.5 - Y si tuviéramos el hablar en lenguas hoy…

En conclusión, se plantea una seria cuestión para nuestros corazones y mentes. Los cristianos están desgarrados y divididos entre sí. La unidad del Espíritu se ha perdido en general. Este es un hecho profundamente humillante. Si Dios tuviera que dar testimonio «con ellos» (Hebr. 2:4) incluso hoy en día por medio de estos milagros, ¿dónde y en qué grupo de cristianos debería hacerlo? ¿Existe algún grupo de creyentes que pueda afirmar que guardó el primer amor, guardó la Palabra de Dios y no negó el nombre del Señor? (Apoc. 2 y 3). Lo más alto de lo que el Señor concede en la Epístola a Filadelfia es tener poca fuerza. Si estos signos de Dios se repitieran hoy en día, ¿no se produciría un orgullo espiritual?

La situación práctica es que aquellos círculos en los que el «hablar en lenguas» se entiende como un efecto especial del Espíritu y en los que se hacen esfuerzos para aplicarlo, hablan continuamente de algo que falta, que es esencial para la vida de fe y la vida de Asamblea. Lo que más falta hoy es un espíritu de sobrio sentido común, equilibrio y compromiso con la Palabra de Dios.

5 - Las llamadas “profecías” y “revelaciones”

«Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento», dijo Dios al profeta Oseas (4:6). Desgraciadamente, aún hoy existe un lamentable desconocimiento del pensamiento de Dios entre muchos cristianos. ¿Cuántos creyentes son capaces de explicar lo que la Escritura, especialmente el Nuevo Testamento, entiende por «profecía»? ¡Este es el requisito básico para hacer frente a tantas ideas y afirmaciones falsas! ¡Cuántos creyentes son influenciados e incluso llevados por las afirmaciones de los carismáticos sobre supuestas profecías o revelaciones! Se necesita un sentido común sobrio, y el ejemplo de los de Berea nos muestra el camino correcto incluso hoy en día. Cuando el gran apóstol Pablo les predicó el evangelio, recibieron la Palabra con toda buena voluntad, pero al mismo tiempo examinaban cada día las Escrituras para ver si las cosas eran así (Hec. 17:11).

5.1 - Las profecías

Veamos primero lo que dice el Nuevo Testamento sobre los profetas y las profecías. La idea común, pero falsa, es que un profeta es alguien que predice cosas por venir. Sin embargo, si leemos, por ejemplo, los libros de los profetas del Antiguo Testamento, Jonás y Hageo, encontramos que hay pocas o ninguna predicción del futuro. Jonás tenía la tarea, por orden de Dios, de llamar al pueblo de Nínive al arrepentimiento. Era una especie de evangelista.

Dios encomendó a Hageo la tarea de llamar al remanente de Israel, vuelto débil y mundano para que se volviera. Solo el último de sus cuatro oráculos contiene una visión temprana del final de los tiempos y del Mesías (Hag. 2:21-23).

Ciertamente, la mayoría de los profetas del Antiguo Testamento, como Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel, predijeron cosas futuras. Pero esta no es la principal característica de un profeta. Un Elías o un Eliseo se dirigían principalmente a la conciencia del pueblo. Elías dijo al principio de su servicio: «Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy…» (1 Reyes 17:1). Es la característica de un profeta estar en la presencia inmediata de Dios, y estar en comunión práctica con él. A partir de esta comunión con Dios, puede decir cuáles son los pensamientos de Dios que traen a la luz divina el estado actual del que recibe el mensaje. Esto es lo que el apóstol Pedro exige a los creyentes: «Si alguno habla, sea como oráculo de Dios» (1 Pe. 4:11), es decir, que diga palabras que ha recibido en comunión inmediata con Dios, y que, por lo tanto, son apropiadas al estado de los oyentes en el momento en que habla, para tocar su conciencia. La palabra griega «logia» traducida como «oráculo» también se refiere al oráculo de los dioses griegos paganos.

El ministerio (o servicio; aquí y en otros lugares) de un maestro es útil para aquellos que están dispuestos espiritualmente y tienen interés en las cosas del Señor. Pero el ministerio de los profetas también llega a las conciencias de aquellos que se han vuelto poco espirituales o indiferentes. «Pero si todos profetizan, y entra algún incrédulo, o poco instruido, es convencido por todos, es juzgado por todos; lo secreto de su corazón se hace manifiesto; y así, cayendo sobre su rostro, adorará a Dios, declarando que Dios está entre vosotros» (1 Cor. 14:24-25).

Una vez aclarado este punto, podemos entender mejor lo que se dice en 1 Corintios 14 sobre la profecía. En esta sección, el apóstol advierte a los corintios del peligro de sobrevalorar el don de hablar en lenguas, y les invita a aplicarse a la profecía. «Seguid el amor, pero anhelad los dones espirituales, sobre todo el de profecía» (1 Cor. 14:1). La profecía es un don de la gracia de Dios. Es el ministerio al que debían aspirar los corintios en primer lugar. Sin embargo, implica que todos los que profetizan están en estrecha comunión con el Señor. El que ejerce así el ministerio de la profecía «habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación… el que profetiza edifica a la iglesia» (1 Cor. 14:3-4). «En cuanto a los profetas, que dos o tres hablen, y los otros juzguen… Porque todos podéis profetizar uno a uno, para que todos aprendan, y todos sean exhortados» (1 Cor. 14:29, 31). Este ministerio requiere, más que ningún otro en la práctica, tener como meta la vida de fe de la asamblea. De ahí que entendamos bien por qué el apóstol escribe a los corintios: «Mayor es el que profetiza que el que habla en lenguas» (1 Cor. 14:5). Pero este ministerio también está sujeto, como todos los demás, al juicio de otros creyentes.

Según el testimonio del Nuevo Testamento, el ministerio profético también fue ejercido por hermanas (Hec. 21:9 y 1 Cor. 11:4-5), pero solo fuera de las reuniones de la Asamblea de los creyentes, porque según la Palabra de Dios es propio de las mujeres guardar silencio en las asambleas (1 Cor. 14:34-35).

5.2 - Las revelaciones

En la época en que se pusieron los cimientos de la Asamblea de Dios en la tierra, el don de profecía tenía una posición especial que estaba cerca de los apóstoles. En 1 Corintios 12:28-29, los profetas son nombrados en segundo lugar después de los apóstoles en la serie de dones: «Y Dios los ha puesto en la iglesia: primero a los apóstoles, segundo a los profetas, tercero a los maestros» (comp. con Efe. 4:11). En Efesios se designa a los apóstoles y a los profetas como los cimientos del edificio divino: «Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular; en quien todo el edificio bien coordinado crece hasta ser un templo santo en el Señor; en quien también vosotros sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu» (2:20-22). El hecho de esta posición especial que los profetas tienen en común con los apóstoles se explica en Efesios 3:5. Habla del misterio de Cristo, «que en otras generaciones no fue dado a conocer a los hijos de los hombres, como ahora ha sido revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu».

Estos profetas del Nuevo Testamento recibieron revelaciones de Dios que eran necesarias para la edificación y la enseñanza de la Asamblea de Dios. Lo que fue revelado a los apóstoles y profetas eran misterios (= secretos) previamente ocultos en Dios. En ellos se desplegó la sabiduría de Dios para los creyentes del tiempo presente (1 Cor. 2:7), y están contenidas todas las riquezas de la gloria de Dios (Col. 1:26). Habla del misterio del Evangelio (Efe. 6:19) y del misterio de Cristo (Efe. 3:4 y Col. 4:3). Este misterio contiene la gloria de Cristo, el Hijo del hombre a la derecha de Dios, y la unión con él de los creyentes que pertenecen a su Cuerpo, habiendo sido dado como Cabeza sobre todas las cosas a la Asamblea.

Todas las verdades relacionadas con este glorioso misterio fueron reveladas a los profetas del Nuevo Testamento por el Espíritu de Dios. Esto no ocurrió de golpe, sino en los primeros años del cristianismo. Pablo era un instrumento especial, un vaso elegido, que Dios preparó para este propósito. En relación con la administración de la gracia de Dios, este misterio le fue comunicado por revelación (Efe. 3:2); Dios le concedió una comprensión especial en el misterio de Cristo (Efe. 3:4), y finalmente le fue dada la gracia de proclamar entre los gentiles las inescrutables riquezas de Cristo, y sacar a la luz ante todos, la administración de este misterio (Efe. 3:8-9).

El círculo de las revelaciones de Dios se completó con la comunicación de este misterio en relación con Cristo y su Asamblea. Como siervo de la Asamblea, Pablo fue llamado según la administración de Dios para completar la Palabra de Dios (Col. 1:25). Sacó a la luz misterios antes desconocidos. Por supuesto, no fue el último escritor del Nuevo Testamento, pero después de él no se reveló nada fundamental.

Mientras el Nuevo Testamento no estaba completo, se seguían dando nuevas revelaciones. Esto es lo que se menciona en 1 Corintios 14, donde Pablo escribe: «Y ahora, hermanos, si vengo a vosotros hablando en lenguas extrañas, ¿de qué utilidad os sería yo, si no os hablo con revelación, con conocimiento, con profecía o con doctrina?» (1 Cor. 14:6). La instrucción de los creyentes se divide aquí en cuatro partes diferentes. La revelación es la comunicación de verdades nuevas y desconocidas. El conocimiento es la comprensión de los pensamientos divinos (comp. con 1 Cor. 12:8). La profecía, al igual que la revelación, puede contener la comunicación de cosas nuevas y futuras, pero también puede tener el propósito de iluminar la conciencia de los oyentes, como hemos visto. Pero profecía y revelación no son lo mismo. Finalmente, la enseñanza es la instrucción en los pensamientos de Dios, especialmente la exposición o interpretación de las Escrituras.

En los primeros tiempos, antes de que se completara el Nuevo Testamento, es muy posible que se produjeran revelaciones más frecuentes en el ministerio oral de los creyentes. «Cuando os reunís, cada uno tiene un salmo, tiene una enseñanza, tiene una revelación, tiene una lengua, tiene una interpretación. Que todo se haga para edificación… Y si algo es revelado a otro que está sentado, que se calle el primero» (1 Cor. 14:26, 30). Dado que el círculo de revelaciones y comunicaciones divinas a través de los escritores del Nuevo Testamento está cerrado, no hay nuevas revelaciones. Pablo fue el instrumento a través del cual se completó la Palabra de Dios. En el último libro de la Biblia se dice expresamente: «Yo testifico a todo el que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añade a ellas, Dios añadirá a él las plagas que están escritas en este libro; y si alguno quita de las palabras de la profecía de este libro, Dios quitará su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, y de las cosas que están escritas en este libro» (Apoc. 22:18-19).

Para concluir, resumamos de nuevo brevemente lo que dice el Nuevo Testamento sobre las profecías y las revelaciones:

a) Una revelación es una comunicación de un nuevo pensamiento de Dios, aún desconocido. Desde que se completó el Nuevo Testamento, no hay ninguna revelación nueva sobre la verdad del cristianismo.

b) La profecía o el ministerio profético es un discurso producido por el Espíritu Santo y procedente de la comunión directa con Dios, para tocar los corazones y las conciencias de los que escuchan y edificarlos. En la medida en que se trataba de comunicaciones de nuevas verdades en la época de la formación del Nuevo Testamento, este ministerio se asemejaba al de la revelación, y lo que se ha dicho en el punto anterior es también válido para este ministerio. Sin embargo, en la medida en que son «oráculos de Dios» (1 Pe. 4:11), es decir, que la Palabra de Dios se dirige a los corazones y a las mentes para ponerlos en su luz, creemos que este ministerio sigue existiendo hoy.

El gran número de supuestas revelaciones o profecías incumplidas de los profetas cristianos modernos debería hacer reflexionar a cualquier cristiano que sienta atracción por estas cosas. Ciertamente, también hay muchas profecías y promesas de Dios incumplidas en las Escrituras. El apóstol Pedro dice esto sobre ellos: «Tenemos más firme la palabra profética, a la cual hacéis bien en estar atentos (como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro) hasta que el día amanezca y el lucero de la mañana se levante en vuestros corazones; sabiendo primero esto: Ninguna profecía de la Escritura se puede interpretar por cuenta propia. Porque jamás la profecía fue traída por voluntad del hombre, sino que hombres de Dios hablaron guiados por el Espíritu Santo» (2 Pe. 1:19-21).

6 - Las llamadas “curaciones por oración”

¿Quién no ha oído hablar en conversaciones las llamadas “curaciones por oración”? Es un tema de conversación casi inagotable. Pero nosotros decimos que esta expresión ni siquiera se encuentra en las Sagradas Escrituras. Se podría objetar que esto no tiene nada de extraordinario en sí mismo. Pero esto nos da la oportunidad de llamar la atención sobre el hecho de que los pensamientos no bíblicos se adhieren fácilmente a expresiones que no están respaldadas por las Escrituras.

Esto es precisamente lo que ocurre con las llamadas curaciones por oración. Siempre se nos hace la misma pregunta: “¿Dios ya no puede hacer milagros hoy en día?” Como respuesta me gustaría mencionar un caso que ocurrió hace muchos años en una familia creyente de Frisia Oriental (Alemania). Una joven madre de varios hijos tenía cáncer. Se llevaron a cabo una serie de exámenes y se concluyó que el cáncer estaba ya en una fase muy avanzada. Para ser operada, esta mujer creyente fue trasladada a una clínica universitaria lejana, aunque la operación tenía pocas probabilidades de éxito. La mujer estaba completamente tranquila en su confianza en su Señor. Pero su marido y su familia oraban incansablemente por su curación, y con mucha fe. Poco después de su llegada al hospital universitario, el profesor le comunicó que los exámenes posteriores no habían encontrado absolutamente nada. Los médicos fueron enfrentados a un enigma. Pero la mujer sabía y testificaba que Dios había intervenido poderosamente. Regresó a su casa y siguió viviendo con buena salud con su familia.

Gracias a Dios, ¡todavía hoy hace milagros! Pero, ¿podemos sacar apresuradamente la conclusión de este caso de que existe el don de la “curación por oración”? También aquí queremos dejar que la Escritura hable por sí misma.

6.1 - Los argumentos de los curanderos mediante la oración

Casi siempre se esgrimen los mismos argumentos para las llamadas «curaciones por oración».

6.1.1 - Isaías 53:4-5

En primer lugar, se dice que el creyente no tiene que estar enfermo ya que la curación está incluida en la redención, en apoyo de lo cual Isaías, declara: «Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados» (53:4-5). Estos versículos se citan parcialmente en Mateo 8:17 y 1 Pedro 2:24. En Mateo 8 el Señor curó a todos los que sufrían «de modo que se cumpliera lo que dijo el profeta Isaías». En su vida el Señor Jesús se hizo uno con su pueblo Israel y sus sufrimientos. Pero este no es el significado más profundo de la profecía de Isaías. La palabra griega hopos, traducida aquí como «de modo que», significa siempre en el Evangelio de Mateo que lo que ha sucedido está efectivamente dentro del marco de la profecía citada, pero que no es su significado completo y único (véase Mat. 2:23), a diferencia de la conjunción griega dina «para que», que se utiliza siempre cuando la profecía citada del Antiguo Testamento se ha cumplido realmente (comp. Mat. 1:22; 2:15; 4:14; 21:4). El verdadero significado de la profecía de Isaías la explica Pedro: «Él mismo llevó en su cuerpo nuestros pecados sobre el madero, para que nosotros, muriendo a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuimos sanados» (1 Pe. 2:24). Aquí la Palabra de Dios, en el propio Nuevo Testamento, explica que la curación debe entenderse espiritualmente y no corporalmente. Se trata de nuestros pecados. El Milenio trae entonces un cumplimiento literal.

6.1.2 - Hebreos 13:8

En segundo lugar, se cita a menudo Hebreos 13:8: «Jesucristo es el mismo ayer, y hoy y por los siglos». Esta palabra se explica entonces como si significara que no habrá fin al tiempo de los milagros y las señales. En este sentido, Marcos 16:18 y Juan 14:12 siguen siendo válidos para todos. Se dice: Jesús perdonó los pecados en el pasado, los perdona en el presente, pero ¿los perdonará en la eternidad? Esta sería la consecuencia lógica si este versículo se pudiera explicar de esta manera. Vemos lo peligrosos que son esos argumentos superficiales. Sí, el Señor es siempre el mismo. Pero, ¿actúa siempre de la misma manera? ¿Las formas de actuar y las revelaciones de Dios son las mismas en el Antiguo y en el Nuevo Testamento? ¿Es el tiempo de la gracia idéntico al reino milenario? Y, por último, ¿el comienzo de la Iglesia de Dios es comparable en unidad y fuerza en todas las áreas con el tiempo actual de fragmentación y decadencia espiritual? Ya hemos señalado en relación con la apreciación del llamado «hablar en lenguas» la peculiaridad del comienzo del tiempo de la Iglesia.

6.1.3 - Respuesta a la oración

En tercer lugar, refiriéndose a la Palabra de Dios, se dice que Dios responde a la oración de la fe, incluso cuando se trata de curaciones de enfermos (comp. Juan 14:13-14; 1 Juan 5:14; Sant. 5:15). Ya hemos dado un ejemplo al principio de este capítulo. Se podrían añadir muchos más.

Sí, Dios escucha la oración de sus hijos. Pero por la Palabra de Dios y por nuestra propia experiencia, sabemos que Dios no responde a todas nuestras oraciones. La oración del rey Ezequías, enfermo, fue concedida y se curó (Is. 38:1-5). La oración de David por el hijo de su adulterio con Betsabé no fue concedida (2 Sam. 12:15-18). Dios responde a todas las oraciones, pero no siempre significa que sean concedidas. Muchas veces no sabemos qué pedir o cómo pedirlo, y a veces pedimos cosas que no tienen sentido, incluso contrarias a su Palabra. Dios no puede concederlas para nuestra bendición.

Los pasajes frecuentemente citados de Juan 14:13-14 y 1 Juan 5:14 hablan de orar en el nombre de Cristo y según la voluntad de Dios. En Mateo 18:19 encontramos la oración de dos que están de acuerdo en algo. En los tres casos la respuesta se promete con certeza. Pero, ¿cómo se sitúa la realidad respecto a esto? ¿Basta con decir en la oración: “Lo pedimos en nombre de Jesús”? ¿O el significado no es más bien que entramos realmente en el poder y la comunión del Señor con el Padre? ¿Puede decirse lo mismo de cualquier oración por un enfermo? Es aún más claro en la oración según la voluntad de Dios. En Juan 15:7 la respuesta a nuestras oraciones depende de que permanezcamos en él y de que sus palabras permanezcan en nosotros. Esto significa que vivimos en comunión con el corazón y la voluntad del Señor, que conocemos su Palabra y conformamos nuestra vida a ella. Esta es una medida muy alta para nuestra vida y para la respuesta a nuestras oraciones. ¿Podemos decir que siempre correspondemos a esta medida? Según el contexto, Mateo 18:19 se refiere solo a la disciplina en la Asamblea.

No debemos ignorar esto. Si no fuera así, bastaría con que dos cristianos oraran de acuerdo por cualquier cosa, y siempre serían entendidos, aunque sus peticiones fueran carnales.

En Mateo 21:22 y Marcos 11:24 no se establece ninguna condición, excepto la fe del que pide. Pero esta fe debe tener una base sólida. Creemos en Dios y en la obra del Señor Jesucristo en el Gólgota y en nuestra salvación eterna no porque acabemos con tener una convicción concreta, sino porque nos apoyamos en el sólido terreno de la Palabra de Dios revelada. Así que necesitamos un fundamento bíblico para nuestra fe, si queremos orar sin dudas.

6.2 - Curación de los enfermos por el Señor Jesús

La mayoría de los relatos de curación de enfermos en la Biblia se encuentran en los Evangelios, que describen la vida y la muerte de nuestro Señor y Salvador. Empezando por el hijo del señor de la corte en Juan 4:43 hasta la curación de los dos ciegos, uno de los cuales se llamaba Bartimeo (Mat. 20:29 y Marcos 10:46 y Lucas 18:35), hay relatos de la curación de muchas personas (32). Además, el Señor Jesús sanó a innumerables personas sin que se dieran los detalles (Mat. 8:16; 14:34; 15:29).

Dios habitaba en la Persona de su Hijo que se hizo hombre en medio de su pueblo terrenal Israel, en un mundo afectado por el pecado y sus consecuencias. Dondequiera que iba Jesús, los muertos resucitaban, los enfermos eran curados, los pobres eran alimentados y los pecadores eran llevados a la fe. «El poder del Señor estaba con él para sanar» (Lucas 5:17); «toda la multitud procuraba tocarlo; porque emanaba de él un poder que sanaba a todos» (Lucas 6:19). Este poder de Dios era un signo característico de la actividad del Señor. Cuando la mujer con pérdida de sangre tocó el borde de sus vestidos con fe para ser curada, él dijo: «Alguien me ha tocado; porque yo he notado que de mí ha salido poder» (Lucas 8:46).

Más adelante, en los Hechos, encontramos muchas veces en el testimonio de los discípulos la expresión de que el Señor era un «varón aprobado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo mediante él entre vosotros» (Hec. 2:22), y «cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret; este anduvo haciendo el bien por todas partes y sanando a todos los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él» (Hec. 10:38).

La manifestación del poder de Dios fue una de las características de Cristo durante su vida en la tierra, pues en él, el Hijo, Dios nos habló al final de aquellos días (Hebr. 1:1-3). Aquí solo podemos tratar de las curaciones de los enfermos hechas por él. ¡Qué claro estaba que había sido enviado por Dios! En la mayoría de los casos, y con mucho, era solo la voluntad del Señor la que estaba activa cuando los hombres acudían a él para ser curados. Fueron liberados de las posesiones demoníacas (Marcos 1:21; 3:20; 5:1; 9:14 ss.), limpiados de la lepra (Lucas 5:12; 17:11 ss.), curados de la ceguera (Mat. 9:27; Marcos 8:22; 10:46 ss.) y de muchas enfermedades.

Pero en el caso de los enfermos que buscaban por fe algo más que la curación de sus sufrimientos corporales, no encontramos la palabra normal de curación (en griego hiaomai o therapeuo), sino una palabra que también significa salvar (sozo en griego). Esta palabra se utiliza también en las epístolas para la salvación del alma. Cuando la mujer con la pérdida de sangre tocó al Señor por fe y fue curada, se postró temblorosa ante él y reconoció ante todo el pueblo lo que le había sucedido. Entonces el Señor dijo: «Hija, tu fe te ha sanado (o salvado); vete en paz» (Lucas 8:48). Del mismo modo, se dice que el endemoniado fue liberado (o salvado). El Señor le invitó entonces a volver a su casa para contar todo lo que Dios le había hecho, y él fue y gritó por toda la ciudad lo que Jesús le había hecho (Lucas 8:36-39). En el caso del ciego Bartimeo, también leemos que, después de ser curado, el Señor le dijo: Vete, tu fe te ha curado (o: salvado). – En estos diversos casos es fácil reconocer que la fe del que fue curado no solo se dirigía a una curación corporal, sino que sobre la base de su fe también experimentó la curación, la salvación del alma. Su fe no se refería principal o exclusivamente a su salud corporal, sino que era la fe de los hombres que saben que sin Cristo están perdidos.

6.3 - El don de gracia de curación según la Biblia

Como ya hemos visto al examinar el llamado hablar en lenguas, el Señor ascendido al cielo y glorificado dio a su pueblo diferentes dones de gracia. No todos tenían la misión de predicar o edificar a los creyentes, pero algunos tenían el don de hacer brillar el poder y la gloria de Dios. Esto es especialmente cierto para el don de gracia de curaciones. El Señor lo menciona en su declaración de misión en Marcos 16:17-18: «Estas señales acompañarán a los que creen: En mi nombre expulsarán demonios, hablarán en nuevas lenguas… sobre los enfermos impondrán las manos y sanarán» (Marcos 16:17-18).

6.3.1 - Milagros notorios

Cuando Pedro y Juan curaron a un paralítico en el templo, los dirigentes del pueblo tuvieron que reconocer que se trataba de un «milagro notable» (Hec. 4:16; véase también 4:30; 8:6). En Hechos 5:15-16, sale de Pedro el mismo poder que del Señor Jesús, «de tal manera que incluso sacaban a los enfermos a las calles y los ponían en lechos y camillas, para que, al pasar Pedro, al menos su sombra cubriese a alguno de ellos. Llegaba también la multitud de las ciudades de alrededor de Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados por espíritus inmundos; y todos eran sanados» (Hec. 5:15-16). Del mismo modo, se dice de Pablo en Hechos 19:11-12: «Dios obró milagros extraordinarios por manos de Pablo, de modo que se les llevaban a los enfermos pañuelos y delantales que habían tocado su cuerpo; y las enfermedades se alejaban de ellos, y los espíritus malignos salían». ¿No es esto una confirmación de la Palabra de Juan 14:12?: «El que cree en mí, hará también las obras que yo hago; y mayores que estas hará, porque yo voy al Padre». En ninguna parte leemos que el Señor sanara a los enfermos con su sombra o con prendas de él.

6.3.2 - La cuestión de la fe de los enfermos. La curación de incrédulos

De este y otros pasajes del libro de los Hechos se desprende, en primer lugar, que la curación de los enfermos debe atribuirse únicamente al resplandor del poder de Dios activo en los apóstoles según la promesa del Señor. Solo en un pasaje oímos hablar de una fe fuerte en el enfermo, concretamente en Hechos 14:9. Cuando Pablo vio que el paralítico de Listra tenía fe para ser curado (o salvado; sozo en griego), le dijo en voz alta: ¡Levántate! Aquí la palabra «salvado» parece indicar que el hombre también llegó a la fe en el Señor Jesús como ya se mencionó anteriormente.

Entonces se debe concluir de estos pasajes (véase Hec. 4:30; 8:6-7; 9:33-35; 28:8-9), que los sanados eran incrédulos, y no de los que ya eran salvos.

Estas dos observaciones escapan sin excepción a los curanderos por las oraciones que hacen hoy y a sus seguidores. La mayoría de las curaciones tienen lugar entre creyentes de los que se espera una fuerte fe en las curaciones. El «poder» no reside en el curandero, sino ¡en el enfermo! Los curanderos pretenden que, si no hay curación, entonces la culpa puede atribuirse al enfermo y a su supuesta falta de fe.

6.3.3 - Los casos de creyentes no curados

En este contexto, recordemos especialmente que el Nuevo Testamento nos habla de al menos cinco casos de creyentes enfermos que no fueron curados por el Señor Jesús o los apóstoles: Lázaro, Epafrodito, Trófimo, Timoteo y Dorcas.

Lázaro: «… cuyo hermano Lázaro estaba enfermo» (Juan 11:2). Su resurrección por el Señor no cambia el hecho de que enfermó. Esta enfermedad contribuyó a la gloria de Dios (Juan 11:4).

Epafrodito: «… porque habías oído que él estaba enfermo. Y a la verdad estuvo enfermo, a punto de morir; pero Dios tuvo misericordia de él… Por la obra de Cristo estuvo cerca de la muerte» (Fil. 2:25-30). Pablo no dice que era evidente sanar a este siervo de Dios.

Trófimo: «A Trófimo lo dejé enfermo en Mileto» (2 Tim. 4:20). Tampoco él fue curado por Pablo.

Timoteo: «No bebas solo agua, sino usa de un poco de vino a causa de tu estómago y de tus frecuentes enfermedades» (1 Tim. 5:23). ¿No podría Pablo haber curado a este siervo fiel?

Dorcas: «Y sucedió en aquellos días que ella enfermó y murió» (Hec. 9:37). Aunque más tarde fue resucitada por Pedro, el hecho es que esta fiel sierva enfermó sin ser curada, e incluso murió.

Estos casos de enfermedad entre los creyentes confirman que los dones de gracia de las curaciones eran signos por los que el poder de Dios se manifestaba a los incrédulos. El creyente sabe que está en la mano de su Dios y Padre, y que no depende de estas manifestaciones del poder de Dios.

6.3.4 - 1 Corintios 12: Dones que no son dados a todos; dones no permanentes

Pasemos ahora a la única epístola en la que se mencionan los dones de gracia de curación. Al igual que el don de hablar en lenguas, los dones de gracia de sanación solo se mencionan en 1 Corintios, y eso tres veces (1 Cor. 12:9, 28, 30).

Solo se habla de «dones de curar» en plural, como si no se tratara de una capacidad permanente, sino de dones otorgados caso por caso. Al igual que con los otros dones, se vuelve a mencionar al final del capítulo: «¿Tienen todos dones de curar?». La respuesta implícita es: ¡No! Estas eran evidencias especiales del poder de Dios y no todos los creyentes las poseían.

Para este don de curación también es válido lo que se dice en Hebreos 2:4: «Testificando Dios con ellos, tanto con señales y como con prodigios, con diversos milagros y dones del Espíritu Santo, conforme a su propia voluntad» (ya hemos hablado de esto más arriba). El Señor prometió a los apóstoles que harían grandes cosas. Como vimos en los Hechos, todas sus promesas se cumplieron literalmente. Y una vez completada la Palabra de Dios (Col. 1:25), esta actividad de Dios en forma de manifestaciones de poder ya no era absolutamente necesaria.

6.4 - Oración y curación en Santiago 5:14-16

A menudo se cita Santiago 5:14-16: «¿Hay algún enfermo entre vosotros? Haga llamar a los ancianos de la iglesia, y oren por él, ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe sanará al enfermo, y el Señor lo sanará; y si ha cometido pecados, le serán perdonados. Confesad los pecados unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La ferviente súplica del justo puede mucho».

6.4.1 - Una epístola particular en una época particular

Este pasaje tiene poco en común con las curaciones realizadas por el Señor y sus apóstoles, cuyo origen y propósito ya hemos considerado. El sujeto principal aquí es aquel que está enfermo. Él está en el centro, y de él deriva todo. Difícilmente podemos hablar aquí de milagro, es decir, de una operación directa del poder de Dios. Además, no debemos olvidar que la Epístola de Santiago fue escrita durante el tiempo de transición al inicio de la Asamblea, e incluso fue escrita a las doce tribus de Israel, entre las que había un buen número de creyentes cristianos.

6.4.2 - Llamar a los ancianos

Entre los judíos, había ancianos en las comunidades (véase Éx. 24:9), y en los primeros días de la Asamblea, los ancianos fueron establecidos por los apóstoles y sus delegados en diferentes lugares (Hec. 14:23; Tito 1:5). Hoy, nadie tiene autoridad para hacer esos nombramientos. En estas condiciones, ya no es posible llamar, para una persona enferma, a los «ancianos de la asamblea» como escribe Santiago. Pero bien podemos pedir que oren por nosotros a hermanos fieles, llenos de fe, que aún ejercen el servicio de ancianos.

6.4.3 - La unción con aceite: un significado trivial

Continúa diciendo que los ancianos pueden ungir con aceite. El aceite era utilizado con fines médicos en la antigüedad. En Marcos 6:13 los discípulos ungieron a muchos lisiados con aceite y los sanaron. El samaritano de Lucas 10:34 derramó aceite (una especie de unción) y vino (como desinfectante) sobre las heridas del agredido. Isaías se queja en un lenguaje pictórico de que las heridas del pueblo de Israel no fueron suavizadas con aceite (Isa. 1:6). Así pues, el aceite no tiene aquí ningún significado típico (como imagen del Espíritu Santo) y con más razón, mucho menos un significado sacramental como el de “extrema unción”. La palabra griega utilizada aquí (aleipho) solo se utiliza en el Nuevo Testamento para una unción externa, corporal, mientras que es otra palabra (griega: chrio) la que se utiliza para la unción por parte de Dios. Por lo tanto, Santiago está diciendo simplemente que el aceite (a menudo se utiliza como un componente básico para emulsionar varios ingredientes) debe ser utilizado y que se debe orar. Por tanto, aquí no se enseña en absoluto a renunciar al arte médico y a confiar solo en la «en la oración de fe», sino todo lo contrario. Los conocimientos médicos, que indirectamente también son un don de Dios, no deben utilizarse sin la oración a Dios (véase 2 Crón. 16:12).

6.4.4 - Confesar si hay pecado

Luego Santiago explica que la oración de fe sanará al enfermo, y el Señor lo levantará, y si ha pecado, le será perdonado. Además, insta a los enfermos a confesar sus pecados, y a todos a orar por los demás para que se curen. Ve una conexión entre la enfermedad y el pecado. Pero el «si» muestra que esto no es absolutamente así en todas las enfermedades. Hay enfermedades que tienen un origen orgánico, y otras que provienen del pecado y que Dios utiliza para disciplinar a los suyos. Si el paciente habló con los ancianos sobre su enfermedad, no debe pasarse por alto la posibilidad de que la enfermedad tenga su origen en algún pecado. Si este era el caso, el pecado debía ser confesado. Esto no tenía que hacerse en público, pero al menos delante de la persona contra la que se había pecado. También se puede deducir del versículo 16 una confesión que va más allá, al menos no necesariamente en presencia de ancianos que ya no existen como función oficial, aunque el servicio de algunos ancianos es muy posible y necesario.

En 1 Corintios 11:30 tenemos un ejemplo especialmente claro de enfermedades como consecuencia de ciertos pecados. En la asamblea de Corinto los hermanos y hermanas comían y bebían un juicio contra ellos mismos porque, durante la Cena, no veían en el pan y el vino el cuerpo del Señor. Por esta razón, muchos de ellos estaban débiles y enfermos, y muchos incluso habían muerto.

Si se ponía de manifiesto que la enfermedad tenía su origen en determinados pecados, una confesión y una oración fervientes podían curar al enfermo, porque, para empezar, se eliminaba el origen de la enfermedad que correspondía a la voluntad de Dios. Este principio sigue siendo válido hoy en día. Algunas enfermedades, especialmente los sufrimientos del alma, tienen su origen en la falta de purificación de ciertos pecados. En estos casos, ninguna psicología o psiquiatría ayudará al enfermo, sino solo la confesión según Dios de los pecados ocultos, volviendo hasta el orgullo y a la propia voluntad.

6.4.5 - El pecado a la muerte

Por último, en este contexto, mencionemos otro pasaje que ya hemos tocado. Se trata de 1 Juan 5:14-17: «Y esta es la confianza que tenemos para con él que, si pedimos algo conforme a su voluntad, él nos escucha. Y si sabemos que nos escucha en cuanto le pedimos, sabemos que tenemos las peticiones que le hemos hecho. Si alguno ve a su hermano cometer un pecado que no es para muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado que es para muerte; acerca de este no digo que ha de pedir. Toda injusticia es pecado; pero hay pecado que no es para muerte». Aquí se nos da, en primer lugar, la seguridad de que las oraciones según la voluntad de Dios Padre son ciertamente escuchadas, incluso si se trata de un hermano que ha cometido un pecado que ha puesto en peligro su vida. Es comprensible que la confesión sea aquí un requisito previo. Pero entonces se habla de pecado a la muerte, por el que no se puede orar según la voluntad de Dios. ¿Qué significa esto? Un ejemplo de pecado a la muerte se encuentra en la historia de Ananías y Safira en Hechos 5, y otro en el ya citado pasaje de 1 Corintios 11:30. Puede suceder que los hijos de Dios deshonren tanto a Dios, su Padre, en sus vidas, que su mano en disciplina los quite de esta tierra por la muerte. Por lo tanto, se trata de la muerte del cuerpo, y de ninguna manera la condenación eterna. ¡Qué importante es que, en tal caso, la oración para la curación, no se encuentre estar en contradicción con la voluntad de Dios!

6.4.6 - En resumen, sobre Santiago 5:14-16

Resumamos en tres puntos lo dicho en este pasaje:

1. Dios es el Señor de la vida y de la muerte, y en cualquier momento puede curar a los enfermos milagrosamente sin intervención humana. Pero incluso poniendo nuestra confianza en él, también podemos hacer uso de los conocimientos médicos de nuestro tiempo.

2. Al principio de la Iglesia del Nuevo Testamento, Dios dio los dones de gracia de curaciones a instrumentos elegidos, como prueba a los incrédulos del poder de Dios. Estas curaciones eran signos de Dios, que no presuponían la fe del curado.

3. La oración de fe de los «ancianos de la iglesia» bien puede tener lugar hoy en día de forma similar para los enfermos y a petición suya, y a menudo en tales circunstancias, la cuestión de los pecados ocultos debe ser aclarada primero.

7 - Estar llenos del Espíritu

No queremos terminar estas consideraciones sin una palabra de aliento. En los capítulos anteriores, a algunos lectores les habrá resultado muy difícil reconocer el dedo índice del maestro señalando como señal de advertencia. ¿No es hoy una necesidad apremiante, para los hijos de Dios, que se adviertan mutuamente de los peligros externos e internos?

7.1 - Dos peligros: Entusiasmo de ensueño y dogmatismo rígido

A pesar de las necesarias advertencias contra el peligro de la ensoñación y otras influencias negativas del movimiento carismático, reconocemos en muchos verdaderos cristianos, desgraciadamente engañados, el sincero deseo de dar cabida en sus vidas a la acción del Espíritu Santo. Pero hemos visto que, al hacerlo, se han desviado del fundamento seguro de la Palabra de Dios.

Pero, por otra parte, existe el grave peligro, en tal confusión, que aquellos que desean mantenerse firmes en lo que es correcto, caigan en la trampa del dogmatismo rígido, es decir, que sostengan opiniones y enseñanzas sin un fundamento en la Escritura, o que consideren innecesario asegurarse de que existe tal fundamento.

Solo si nos aferramos a la Palabra viva de Dios, y sacamos de ella nuestro discernimiento y nuestra fuerza, que podremos escapar tanto del peligro de la infatuación soñadora como del dogmatismo rígido.

Por ello, no queremos concluir estas reflexiones sin indicar lo que dice la Sagrada Escritura sobre la Persona y la actividad del Espíritu Santo en el creyente. Ya hemos hecho algunas observaciones importantes en relación con el bautismo del Espíritu Santo. ¡Qué seca e impotente es a menudo nuestra vida espiritual! Por lo tanto, en conclusión, queremos ver qué fuente de fuerza es el Espíritu Santo.

7.2 - Ser guiados por el Espíritu Santo

Varios pasajes del Nuevo Testamento nos muestran ejemplos prácticos de liderazgo por el Espíritu Santo, pero que yo sepa solo hay tres pasajes que nos enseñan específicamente sobre el liderazgo por el Espíritu.

7.2.1 - Juan 16:13

«Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará al conocimiento de toda la verdad». Esto es lo que el Señor Jesús dijo a sus discípulos poco antes de dejarlos. Hasta entonces, él había sido el que los instruía en los pensamientos de Dios, pero aún no habían entendido mucho de ello. Ahora otro «Consolador» (o: Abogado o Portavoz) iba a venir para guiarlos a toda la verdad de Dios. ¿Cómo se produjo esto?, lo aprendemos en 1 Corintios 2. Los consejos de Dios son un misterio para la gente que está lejos de Dios. Dios reveló primero sus secretos a sus siervos por medio del Espíritu Santo, y los inspiró para que los escribieran. Pero, como son los pensamientos de Dios, solo pueden ser entendidos por aquellos que han recibido el Espíritu de Dios. Solo así se pueden conocer las riquezas de las bendiciones de Dios, y disfrutar de ellas.

7.2.2 - Gálatas 5:18

«Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley». La vida de los israelitas estaba regulada a cada paso por la Ley. Siempre existía el peligro de incumplir un mandamiento. El cristiano es diferente. Tiene la vida divina y eterna, y el Espíritu Santo como guía, que le abre la Palabra de Dios y quiere darle indicaciones y direcciones en todas las situaciones de la vida. La verdadera libertad cristiana consiste en estar libre del yugo del pecado y de la ley y hacer solo la voluntad de Dios bajo la dirección del Espíritu Santo. Este fue el caso del Señor Jesús, por lo que dijo a los judíos: «Si, pues, el Hijo os hace libres, seréis verdaderamente libres» (Juan 8:36). Esta libertad es la obediencia de Cristo.

7.2.3 - Romanos 8:14

«Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios». A propósito del Hijo único y eterno de Dios, cuando comenzó su servicio público en la tierra, se dice: «Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y por el Espíritu fue conducido al desierto, siendo tentado por el diablo durante cuarenta días» (Lucas 4:1). Aquel que, por su humildad como hombre, fue también el Primogénito, pone ante nuestros ojos los privilegios y responsabilidades de ser hijo en toda su grandeza. Como hijos de Dios, estamos destinados a ser conformados a la imagen de su Hijo para que él sea el primogénito entre muchos hermanos (Rom. 8:29). Por medio de Jesucristo, Dios Padre nos ha destinado primero a ser hijos para él mismo. Somos objetos de gracia, colmados de favores en su amado Hijo, para alabanza de su gloria (Efe. 1:5ss.). Cuando un día Dios reintroduzca a su Primogénito sobre la faz de la tierra, se manifestarán todos los hijos de Dios (Rom. 8:19 y Hebr. 1:6). Ahora nuestra tarea es vivir con la conciencia de esta posición exaltada de hijos en un mundo de tinieblas. La característica de los hijos de Dios es que son guiados por el Espíritu de Dios.

7.2.4 - La conducción por el Espíritu concierne todos los aspectos de nuestra vida

Esta conducción por el Espíritu Santo, de la que hablan los tres pasajes citados, no se limita a un “ámbito espiritual” que habría de considerarse aparte de la vida cotidiana con sus deberes y preocupaciones, pero también con su monotonía diaria. Es una de las artimañas del enemigo para sugerirnos que hay diferentes esferas en nuestras vidas, una terrenal y otra espiritual, y que deben estar separadas una de la otra. Con qué facilidad el cristiano llega a pensar que, en el ámbito terrenal, debe dejarse guiar solo por su intelecto, mientras que en el ámbito espiritual sería guiado por el Espíritu Santo. ¡No!, somos alma, cuerpo y espíritu, propiedad del Señor. Nuestro cuerpo es el templo del Espíritu Santo, y en él podemos y debemos servir y glorificar a Dios en todo momento (1 Cor. 6:19-20).

7.3 - Llenos del Espíritu Santo

Es mediante el sello (o sellando) que el Espíritu Santo toma posesión de cada hijo de Dios (Efe. 1:13; 4:30). Pero esto no significa todavía estar lleno del Espíritu Santo. Estar lleno del Espíritu Santo no es una “segunda experiencia”, no es una “segunda bendición”, sino que es una nueva disposición diaria, una nueva apertura. Pablo escribe a los efesios: «No os embriaguéis con vino, en lo cual hay desenfreno, sino sed llenos del Espíritu» (Efe. 5:18). Un hombre embriagado está completamente bajo la influencia del alcohol. Ya no es él quien domina sus sentidos, sino el alcohol. Así que otras cosas, incluso las “inofensivas”, pueden influir en nosotros, dominarnos y quitarle el control al Señor y al Espíritu. Qué seria advertencia contiene esta palabra: «No os embriaguéis con vino».

Pues bien, el Señor Jesús tiene el derecho de tenernos a todos bajo su control y autoridad. Por medio de su Espíritu Santo, quiere influir en nosotros, dominarnos, guiarnos. Por lo tanto, debemos abrirnos conscientemente y rendirnos a él. La manera de hacerlo es estar «lleno del Espíritu».

Podemos comportarnos con el Espíritu Santo como quien deja su casa a otro, pero con algunas habitaciones cerradas a llave, que prohibe así la entrada del huésped. Pero lo que pedimos a un huésped, no tenemos derecho a pedírselo al Espíritu Santo. No quiere ser huésped, sino dueño y señor, que gobierna toda nuestra vida y la pone al servicio del Señor Jesucristo. Cada habitación de nuestro corazón debe permanecerle abierta. Nuevamente señalamos el peligro de restringir su presencia a las áreas en las que lo necesitamos a nuestra propia discreción; y nos contentamos entonces con que él nos conceda la conciencia de ser hijos de Dios y el disfrute del amor de Dios, y que nos utilice en alguna medida para su servicio. Pero le negamos el acceso a áreas como nuestra familia, nuestro trabajo, nuestro negocio. No permitimos que él gobierne toda nuestra vida y forme nuestros corazones para Cristo.

Entonces, ¿cómo voy a estar lleno del Espíritu? Por supuesto que podemos orar por ello. Pero el mero hecho de orar sin una verdadera disposición interior de ser todo para el Señor es peligroso. Queremos protegernos de un espíritu de ensoñación, pero también de un dogmatismo rígido y desprovisto de vida espiritual.

Por lo tanto, el camino para ser llenos del Espíritu Santo no es solo una petición muy seria, sino que sobre todo es ¡entregarse al Señor Jesús! Tendemos a ponernos por delante, y nos complacemos fácilmente en querer ser vistos como cristianos espirituales, mientras que en secreto nos mueve el egoísmo y el orgullo. Nuestros corazones están abiertos y libres y dan plena libertad de acción al Espíritu Santo en nosotros, solo si reconocemos y condenamos implacablemente las raíces ocultas del orgullo, la voluntad propia, la búsqueda de honores y la codicia.

7.4 - El poder del Espíritu Santo

Solo cuando nos entregamos sin reservas al Espíritu Santo, recibimos el poder. ¡Cuántas veces nos falta esta fuerza y determinación espiritual hoy en día!

El Espíritu Santo nos da poder para el servicio del Señor. El diácono Esteban era un hombre lleno de fe y del Espíritu Santo (Hec. 6:5, 8). Con este poder espiritual, comenzó a desempeñar plenamente su servicio como diácono. El Señor pudo utilizarlo más tarde para un servicio mucho más elevado. Pero también para esto estaba lleno del Espíritu Santo. Vio al Señor Jesús en su gloria, y recibió la fuerza para morir por su Señor.

Estar lleno del poder del Espíritu Santo también da gozo. Cuántos hijos de Dios ya no tienen gozo en sus vidas porque se niegan a entregarse por completo a su Señor y a la dirección de su Espíritu. Cuando los judíos expulsaron a Pablo y a sus compañeros de Antioquía [1], los discípulos se llenaron de gozo y del Espíritu Santo (Hec. 13:52). En lugar de quejarse del maltrato y la enemistad, se alegraron de haber podido seguir las huellas de su Maestro y de que él estuviera con ellos (comp. 1 Pe. 4:12-14). Como cristianos, a menudo podemos aferrarnos a tal o cual cosa externa, y así dejar de tener los ojos fijos en el Señor. Entonces nos sentimos abrumados. «El reino de Dios no es comer y beber, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (Rom. 14:17). Este gozo no puede permanecer oculto. Pero no se trata de una exuberancia o gozo terrenal, sino de un gozo interior, continuo y profundo, cuya fuente está en Cristo, y que nos reanima a nosotros y a los demás. Estad «llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos e himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones; dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (Efe. 5:18-20).

[1] NdT. Se trata de Antioquía de Pisidia, en la provincia romana de Galacia (alrededor de Ankara).