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Mirar al Señor Jesús


person Autor: Arend REMMERS 14

flag Tema: El amor por Dios y Jesucristo


Im Glauben leben, 2025-2, pág. 13

1 - Fijar la mirada en Jesús a pesar del raudal de imágenes que nos inunda

Recientemente me han hecho la siguiente pregunta: “¿Cómo mirar al Señor Jesús?”. Esta pregunta adquiere especial relevancia en la época de la “sobrealimentación” visual por parte de los medios electrónicos. Ya Salomón escribió: «Nunca se sacia el ojo de ver» (Ecl. 1:8). Estas palabras sin duda nunca han sido confirmadas de manera tan clara como hoy. El raudal de imágenes que nos inunda cada día es casi infinito. A pesar de ello, esta palabra permanece: «Fijos los ojos en Jesús…» (Hebr. 12:2).

2 - ¿Qué tipo de visión se necesita para ver al Señor?

Con los ojos de nuestro cuerpo terrenal, no podemos ver a nuestro Señor y Salvador ni en la tierra ni en el cielo. Pedro lo menciona explícitamente en su primera carta: «… A quien amáis sin haberle visto; en quien aun sin verle, creéis y os alegráis con gozo inefable y glorioso» (1 Pe. 1:8). Ya en aquel entonces, la mayoría de los creyentes nunca habían visto al Señor Jesús vivo en la tierra, y como nosotros hoy, tampoco podían verlo en la gloria. Solo Esteban, el primer mártir de la Asamblea, y el apóstol Pablo son una excepción (Hec. 7:55-56; 1 Cor. 9:1). Sin embargo, no sabemos exactamente de qué tipo de visión se trataba.

Pero nuestro corazón también tiene ojos, como escribe el apóstol Pablo a los Efesios: «Iluminados los ojos de vuestro corazón» (Efe. 1:18). Gracias a ellos, podemos contemplar al Señor en la Palabra de Dios, tanto en su vida en la tierra como ahora en el cielo. No se trata de hacerse una representación corporal de él, sino de ocuparse de sus palabras, sus acciones y su persona. Todo esto lo encontramos en su Palabra, si la leemos buscando y orando. Entonces vemos a Jesús, como lo muestra Hebreos 2:9: «Pero vemos al que por poco tiempo fue hecho inferior a los ángeles, a Jesús, coronado de gloria y honra por causa del sufrimiento de la muerte; para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos».

3 - Cristo como nuestro Salvador

Una vez más, fuera de la Palabra de Dios, la Biblia, no podemos aprender nada sobre el Señor Jesús y su obra. Pero podemos buscar en la Sagrada Escritura dónde y cómo vemos a nuestro Señor. Al hacerlo, es importante que no lo hagamos solo como “enseñanza o conocimiento”, sino con gratitud y amor. Cuando el apóstol Pablo recuerda que Cristo es el fundamento de nuestra justificación, que estamos crucificados con él y que vivimos por la fe en él, piensa en él como «el Hijo de Dios, el cual me amó y sí mismo se dio por mí» (Gál. 2:16, 19-20). Cada vez que leemos sobre su sufrimiento y muerte, debemos conmovernos profundamente al pensar que él se hizo cargo de todo por amor a nosotros. Al ocuparnos de él y de su obra, ¿podemos olvidarnos de darle las gracias? ¿Podemos mirarlo y contemplarlo así sin adorarlo? ¡Nunca dejemos de hacerlo!

Además, sabemos que estamos justificados, redimidos y lavados de nuestros pecados por su sangre derramada en la cruz (Rom. 5:9; Efe. 1:7; Apoc. 1:5). Por su sangre, también tenemos la libertad de entrar en el santuario, es decir, de acceder a Dios (Hebr. 10:19-20). Él llevó nuestras iniquidades en su cuerpo sobre el madero (es decir, en la cruz) y fue hecho pecado por nosotros, para que nosotros fuéramos la prueba viva de la justicia de Dios (1 Pe. 2:24; 2 Cor. 5:21). Contemplar todo esto con gratitud nos hace felices y gozosos.

4 - Cristo a la diestra de Dios

Sin embargo, el camino de nuestro Señor no terminó en la cruz. Fue sepultado y, 3 días después, resucitó por la gloria del Padre. 40 días después, fue elevado al cielo. Ahora ha tomado asiento a la diestra de Dios como hombre. Si ahora contemplamos a nuestro Señor allá arriba, en el lugar del supremo poder y gloria, entonces lo vemos allí como nuestra vida que ahora está todavía escondida con él en Dios. Ahora debemos buscar «las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios. Pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Col. 3:1-3). Es hacia él, que ahora está glorificado, que debemos mirar, porque no solo comenzó la carrera de la fe en la tierra, sino que también la completó. No se dejó retener por la vergüenza en su camino hacia la cruz y finalmente en la cruz misma. No, fue por el gozo que tenía ante él que soportó la cruz y se sentó a la diestra del trono de Dios. Cuando nos sentimos débiles y cansados, podemos contemplar a Aquel que soportó tanta contradicción por parte de los pecadores (Hebr. 12:1-3). Al mismo tiempo, podemos verlo en el lugar del máximo poder y gloria. Su poder también está a nuestra disposición si lo usamos por fe (Efe. 1:19; 3:16; 6:10). Sin embargo, no sirve para elevarnos a nosotros mismos, sino que siempre sirve solo para su gloria.

5 - Cristo nuestro modelo

Si consideramos el amor que el Señor Jesús manifestó por nosotros en la cruz, esto también debe servirnos de modelo. Nosotros también debemos caminar en amor unos con otros, porque «Cristo nos amó y sí mismo se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio a Dios, de olor fragante» (Efe. 5:2). Como maridos, estamos invitados a amar a nuestras «mujeres, como también Cristo amó a la Iglesia y sí mismo se entregó por ella…» (Efe. 5:25). ¿No es este el resultado de «mirar a Jesús»?

Si lo tenemos así ante nuestros corazones, también nos resultará más fácil, al meditar en su gloriosa persona, aprender de él, que dijo: «Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí; porque soy manso (amable) y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mat. 11:29).

En Filipenses 2:5, estamos invitados a manifestar el estado de ánimo de nuestro Señor, que no se enalteció (lo cual no podía hacer, porque ya estaba en el nivel más alto), sino que se humilló y se redujo a la nada, y luego se hizo obediente hasta la muerte en la cruz (Fil. 2:5-8).

En 1 Pedro 2:21-23, donde vemos su humildad y su mansedumbre hacia los que le ultrajan, el Señor Jesús nos está presentado como un ejemplo a imitar, para que sigamos sus huellas.

Estos son algunos ejemplos que nos muestran lo que significa para nosotros mirar al Señor Jesús, o hacia él, o fijar los ojos en él. ¡Hagámoslo mucho más!

6 - Ver a Cristo como Él es

Cuando el Señor venga a buscar a los suyos y los lleve a la Casa del Padre –lo cual puede suceder en cualquier momento–, tendremos cuerpos glorificados con los que contemplaremos su gloria: «Sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es» (1 Juan 3:2; Juan 17:24).

Contemplar a Dios –esto es lo que Job ya esperaba por fe, como muestran sus palabras: «Y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios» (Job 19:26). Lo mismo ocurre con David: «Veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza» (Sal. 17:15). Aunque estos creyentes del Antiguo Testamento aún no podían conocer personalmente al Señor Jesús, creían con razón que algún día verían a Dios. Ahora bien, el Señor Jesús, el Hijo de Dios, es «la imagen del Dios invisible» (Col. 1:15). Lo mismo ocurrirá con todos los creyentes dormidos durante el arrebato: ¡contemplarán a Dios en su Hijo encarnado! ¡Qué momento, cuando pasemos finalmente de la fe a la visión real!

«Amados, ahora somos hijos de Dios; y aún no ha sido manifestado lo que seremos. Pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es» (1 Juan 3:2).