Índice general
El atractivo de la persona de Cristo
Notas sacadas de una predicación
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1 - El Espíritu Santo desea atraer nuestras mentes y corazones hacia Cristo
La Palabra de Dios nos revela las inescrutables riquezas de Aquel que está sentado a la derecha de Dios en el cielo, que está en el centro de los consejos del Padre y que pronto se manifestará en su gloria. Este lugar de gloria le fue concedido al Hijo de Dios por el gran amor que el Padre le tiene, y por todo lo que el Hijo fue e hizo cumpliendo su voluntad y complacencia mientras estuvo en la tierra.
Antes de que el Hijo devenga hombre, el Espíritu Santo, por medio de los profetas, habló de su gloria, no solo de sus riquezas como Mesías de Israel, sino también de sus glorias divinas. ¿No aprendimos esto del profeta Isaías cuando escribió: «Se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz»? (Is. 9:6).
Cuando miramos el Nuevo Testamento, vemos cómo capítulos como Juan 1, Colosenses 1, Hebreos 1 y Apocalipsis 1 presentan las glorias de Jesús de una manera especial. Todos estos textos fueron inspirados por el Espíritu Santo para atraer nuestras mentes y corazones hacia Cristo, para que nos sintamos atraídos por la persona de Jesús.
2 - La venida del Señor al mundo
Cuando el Señor Jesús vino al mundo, no tenía nada exteriormente atractivo que atrajera a la gente hacia él (Is. 53:2-3). Su venida no fue anunciada por los grandes de este mundo, ni fue recibido por ellos. Pero Dios envió mensajeros celestiales para anunciar su venida y eligió pastores para acoger al forastero celestial (Lucas 2:9-11). En la creación, hubo el testimonio de la estrella que trajo a los magos del oriente, con sus tesoros, y ofrecieron regalos a los pies del niño pequeño. Entre los líderes religiosos de Israel, no se encontró a ninguno para rendir homenaje al Hijo de Dios que había venido a este mundo.
3 - Un remanente de Israel esperaba al Mesías anunciado
Sin embargo, Dios contaba con un remanente de su pueblo Israel que valoraba su Palabra y esperaba el cumplimiento de sus promesas en Cristo. Este fue el caso de Simeón y Ana, que se sintieron atraídos por el niño Jesús. Simeón había recibido una revelación del Espíritu de Dios sobre Cristo, y cómo debió alegrarse su corazón cuando tomó en sus brazos al santo niño y dijo: «Mis ojos han visto tu salvación» (Lucas 2:30).
Del mismo modo, Ana, una profetisa muy avanzada en años, entró en el templo en el momento de esta maravillosa escena, viendo la salvación de Dios en los brazos de Simeón, y ella «hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén» (Lucas 2:38). ¡Cuán felizmente los pensamientos de estos 2 piadosos santos fueron absorbidos por la atracción del Cristo de Dios!
Zacarías e Isabel, los padres de Juan el Bautista, llenos del Espíritu Santo, habían tenido el privilegio de hablar de Jesús antes de que viniera al mundo, y su hijo Juan, de acuerdo con la promesa de Dios, estaría «lleno del Espíritu Santo, aun desde el seno de su madre» (Lucas 1:15). Juan dio fiel testimonio de la gloria de la persona de Jesús y de la grandeza de la obra que había venido a realizar. El Señor dio testimonio de la fidelidad de Juan refiriéndose a él como una «antorcha que ardía y resplandecía» (Juan 5:35). El secreto del devoto y poderoso testimonio de Juan hacia Jesús residía en la atracción que Jesús ejercía sobre su corazón; lo conocía como el Hijo de Dios, y su corazón se conmovía ante la belleza y las perfecciones del Cordero de Dios.
4 - El ejemplo de Juan el Bautista
Qué sentido de la grandeza de Jesús poseyó el corazón de Juan cuando dijo: «Este es aquel de quien yo decía: El que viene después de mí me ha precedido; porque era antes que yo» (Juan 1:15), y también «No soy digno de desatar la correa de la sandalia» (v. 27). Y cuán grande debió de ser la misión de Cristo en la visión de Juan cuando pronunció las palabras: «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Fue porque Juan el Bautista había sido enseñado por Dios que llegó a apreciar el atractivo de Cristo. La madre de Juan estaba naturalmente emparentada con María, la madre de Jesús, y parece que hubo cierta intimidad entre ellas en el momento del nacimiento de los niños; pero sea cual fuere el conocimiento que Juan tenía de Jesús en este sentido, pudo decir dos veces: «Yo no le conocía» (v. 31, 33). Puede que lo conociera en la carne, pero no en la grandeza y el atractivo de su persona.
Juan supo quién era Jesús porque oyó la voz de Dios que le hablaba de Jesús. Dios le había dicho: «Aquel sobre quien veas al Espíritu descender y permanecer sobre él, ese es el que bautiza con el Espíritu Santo» (v. 33). Juan había comprendido que solo una persona divina podía bautizar con el Espíritu Santo, y que el Espíritu solo podía descender y permanecer sobre el Hijo de Dios.
Esta revelación divina causó una profunda impresión en el corazón de Juan, y mientras veía caminar a Jesús, dijo: «He aquí el Cordero de Dios» (v. 36). Juan ya no se ocupaba de dar testimonio de la grandeza de la persona y la obra de Jesús, sino que su corazón rebosaba de adoración al contemplar la gloriosa persona del Hijo de Dios. Quisiera o no que otros le oyeran, sus palabras tuvieron el efecto de enviar a 2 de sus discípulos a seguir a Jesús. El que había atraído el corazón de Juan atraía ahora a sus 2 discípulos. ¿No muestra esto el poderoso efecto de un testimonio que solo piensa en Jesús? Juan había venido a hablar de Jesús, y el éxito de su obra se muestra al desprender a los discípulos de sí mismo y unirlos a Jesús. Como Juan el Bautista, nuestro testimonio de Jesús será tanto más eficaz si nuestras palabras expresan los sentimientos profundos de un corazón comprometido y absorbido por Él.
5 - Muchos de los discípulos del Señor se retiran
En el capítulo 6 de Juan, el Señor Jesús pronunció palabras maravillosas, presentándose como el Pan de Dios, el Pan de Vida y el Pan Vivo; el que sacia y deleita el corazón de Dios, y que es fuente y sustento de vida para los que creen en él. Pero la vida, la vida eterna, solo podía ser asegurada a los hombres y comunicada a ellos mediante la muerte del Señor Jesús. Deben comer su carne y beber su sangre, hacer suya su muerte para tener vida en sus almas. Los que, en la fe, aceptan la muerte de Cristo reciben la vida eterna y serán resucitados en el último día. La mención de su muerte apartó de él a muchos de sus discípulos profesos. De buena gana habrían tenido como rey a un Cristo vivo, capaz de librarles del yugo romano, proporcionarles pan en abundancia y satisfacer todas sus demás necesidades temporales, pero no querían a un Cristo muerto. No les preocupaban sus necesidades espirituales, sino solo las corporales.
6 - Las palabras de Pedro, el discípulo
Fue entonces cuando el Señor llamó a los 12, diciendo: «¿No queréis iros vosotros también?» (6:67). ¿Le seguían solo por la ventaja que les proporcionaba? Qué preciosa debió de ser para el corazón del Señor la respuesta de Simón Pedro: «Señor ¿a quién iremos? Tú tienes las palabras de vida eterna» (v. 68-69). Pedro no dijo “Señor, ¿adónde iremos?”, sino «Señor, ¿a quién iremos?». El Señor mismo, en todo su atractivo, llenaba la visión de Pedro, y sus palabras, las palabras de la vida eterna, sostenían su corazón. Otros podían valorar los panes y los peces, pero las palabras de vida eterna, de infinito valor espiritual, eran altamente estimadas por Simón Pedro. Pedro aprendió en compañía de su Señor que sus palabras eran expresión de sí mismo y que le unían indisolublemente a su Maestro celestial.
7 - María de Betania y su hermana Marta
María de Betania y su hermana Marta son otras 2 personas a las que el Señor atrajo hacia sí. Como Pedro, fueron atraídas por sus palabras, y María se sentó a sus pies para escuchar sus palabras. Cuando su hermano Lázaro enfermó, sus pensamientos se dirigieron inmediatamente a Jesús, y cuando murió, Marta pudo decir: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano» (Juan 11:21). En su dolor conocieron la simpatía de Jesús, y junto a la tumba de Lázaro vieron sus lágrimas y oyeron su poderosa voz llamando al muerto a la vida. En Juan 12, vemos de nuevo a María a los pies de Jesús, adorando al que sabía que era la Resurrección y la Vida. Al ungir sus pies con su perfume de nardo puro de gran precio y enjugar sus pies con sus cabellos, muestra a todos lo atractivo que era Jesús para ella. Nada es demasiado precioso para el Hijo de Dios, y toda su gloria debe manifestarse ante todos.
8 - Juan, el discípulo
El apóstol Juan, que probablemente fue uno de los 2 discípulos que siguieron a Jesús cuando Juan el Bautista dijo: «He aquí el Cordero de Dios», había aprendido mucho de Jesús desde aquel día en que se quedó con él por primera vez. ¡Cuán atractivo se volvió Jesús para Juan, su discípulo! Conocía el gozo de apoyarse en el pecho de Jesús y aprender los secretos de su corazón (Juan 13:25). Cuanto más conocía Juan a su Señor, más se daba cuenta de la grandeza y la gloria de su Persona, y más se sentía atraído hacia él. La intimidad de su seno no resta gloria a su Persona; es más, cuanto más íntimos seamos con él, mayor será nuestra aprehensión de su grandeza, y más libremente se elevarán nuestra adoración y alabanza. Fue Juan, que conocía tan bien a Jesús, quien pudo escribir: «Vimos su gloria, una gloria como la de un [Hijo] único del Padre», y también: «Nadie ha visto jamás a Dios: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha dado a conocer» (Juan 1:14, 18). La gloria divina de Jesús y los afectos profundos de su corazón atrajeron y retuvieron el corazón de Juan hacia Jesús.
9 - María Magdalena
María Magdalena, como María de Betania, era profundamente devota de Jesús. Le atraía tanto que lo buscó hasta la muerte. Había sido objeto de su obra y de su gracia, y desde aquel día estaba a su servicio. Era indispensable para ella, y tanto en la vida como en la muerte, era el objeto de su corazón. Nadie más que Jesús podía satisfacer los deseos de su corazón. Ella lo buscaba a él, y solo a él. ¿No queda esto claro cuando, respondiendo a Jesús, a quien ella tomó por el hortelano?, dijo: «¡Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré!» (Juan 20:15).
Juan el Bautista había sido atraído a Jesús por la grandeza de la persona de Cristo como Hijo de Dios, y por la grandeza de su misión como Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; Pedro había sido atraído a Jesús por las palabras de vida eterna; María de Betania y su hermana Marta habían sido testigos de la manifestación de su poder divino, y el apóstol Juan había conocido su amor descansando en su seno. María de Magdala fue objeto de su misericordia y de su gracia, y él se convirtió en el objeto de su vida.
10 - ¿Cuál es el atractivo de Jesucristo para nuestros corazones?
¿Se ha hecho Jesús atractivo para cada uno de nosotros? Solo cuando nos sentimos atraídos por él, podemos representarle adecuadamente en este mundo, y estar a favor de su voluntad y para gloria de su Dios y Padre.