Índice general
Lo que Cristo es para nuestras almas
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1 - El peligro actual de que Cristo pierda su lugar como objeto ante el corazón
En un tiempo en que los santos de Dios se inclinan a ocuparse de las cuestiones que surgen entre ellos, existe especialmente el peligro de que, estando la mente continuamente llena de estas cosas, la persona de Cristo pierda su lugar como objeto puesto ante el corazón. El objetivo de Satanás es siempre apartar al alma de Cristo. Sabe muy bien cómo interponer otros objetos y desplazar así a Cristo y «las cosas de arriba», que deben ser las que ocupen el pensamiento del cristiano (Col. 3:1-3). ¿No se nos podría decir a menudo, como a la iglesia en Éfeso: «Has dejado tu primer amor»? (Apoc. 2:4) No faltaban fidelidad y energía entre estos cristianos; había «obras… trabajo y paciencia»; no podían soportar a los malvados; habían experimentado las pretensiones de los que tomaban el lugar de apóstoles, y los habían encontrado mentirosos; pero, ¡ay!, y esto era fatal, habían «dejado su primer amor». De la misma manera, podemos ser activos de muchas maneras, podemos ser expertos en los llamados asuntos de la iglesia local; pero si Cristo mismo pierde su lugar en nuestros corazones, no hay nada más que sequedad e impotencia; y el resultado es solo orgullo y justicia propia. La verdadera piedra de toque para todo es: ¿Cuál es el pensamiento de Cristo al respecto?
2 - Lo que requiere paciencia y apoyo
Entre cristianos ocurren cosas que requieren paciencia y apoyo los unos por los otros, porque todavía estamos en la tierra y cometemos errores; a veces tampoco entendemos el pensamiento del Señor.
3 - La gloria de Cristo no admite concesiones
Pero cuando se trata de Cristo, de la verdad de su persona, o de su obra y de las consecuencias de su obra, la Escritura no admite ninguna acomodación; debemos actuar con la mayor decisión: hacer cualquier acomodación sería faltar a la lealtad que le es debida. Pero poner las disputas sobre asuntos eclesiásticos, y las diferencias de juicio entre cristianos sobre asuntos personales, al mismo nivel que un asunto que concierne a Cristo, no es en modo alguno darle el honor que le corresponde.
Todas las demás verdades encuentran su lugar en la medida en que Cristo ocupa el suyo.
4 - Preocuparse por lo que la Iglesia es para Cristo
Tomemos, por ejemplo, la verdad de la Iglesia. Si tenemos en mente la Iglesia en sí misma, aparte de aquel que es Cabeza «de la Iglesia, el Salvador del cuerpo» (Efe. 5:23), se convierte en algo de lo que podemos sacar gloria; es realmente una forma de exaltarnos a nosotros mismos. Si, por el contrario, nos preocupamos de lo que la Iglesia es para Cristo, de toda la Iglesia de Dios y de la gracia infinita y soberana que Cristo manifestó poniendo en ella su afecto, este amor que es la causa, fuente de su constante servicio para lavarla y limpiarla con el agua del Verbo, a fin de presentársela gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, entonces el corazón, saliendo de sí mismo, es llevado a contemplar lo que Cristo es y el carácter maravilloso de su amor por ella; y en presencia de ese amor, llegamos a conocer nuestra absoluta nada.
5 - Ver primero a Cristo en el servicio
Hablemos del servicio. Podemos estar ocupados y activos en el servicio, que es realmente algo bueno en su lugar; pero si el pensamiento de Cristo no está vivo en nuestros corazones, el servicio se convierte en una cuestión de rutina, o incluso en un medio por el que nos gusta acreditarnos; es nuestro propio servicio, nuestro propio trabajo.
6 - Buscar y encontrar a Cristo en la Palabra de Dios
Hablemos del estudio de la Palabra de Dios, que es ciertamente de la mayor importancia para nosotros. Si la estudiamos de un modo puramente intelectual, se vuelve árida e impotente; es entonces un estudio que complace al intelecto y nos lleva a jactarnos de que tenemos más conocimientos que los demás. Pero si uno busca y encuentra a Cristo en la Palabra; si uno es diligente para hacer un fondo de las preciosas verdades que presenta al corazón a Cristo en todas sus diversas relaciones, no solo con nosotros, sino también con Israel en un día venidero, si uno es diligente para aprender lo que es agradable a él, entonces el alma encuentra alimento, y en presencia de su gracia, uno siente cuán poco se parece a Cristo. Así, cuando nos liberamos del yo, Cristo se convierte más plena y vivamente en el objeto del alma.
7 - Cristo puesto ante nuestro corazón en lo que se refiere a su inminente venida
Hablemos de la verdad de la venida del Señor. Si los afectos del corazón por Cristo no están realmente en ejercicio, esta verdad, por bendita que sea, se convierte en una doctrina, en una teoría árida, que no produce ningún efecto práctico en la vida y en el andar del cristiano. Solo cuando Aquel que viene está puesto de manera expresiva ante el corazón, al oírle decir: «Sí, vengo pronto», el alma responde de inmediato: «Amén, ¡ven, Señor Jesús!» (Apoc. 22:20). A menos que los afectos del corazón estén fijos en él, la mano no estará en el pestillo de la puerta para abrirle de inmediato.
8 - Cristo ante nuestras almas en la adoración, no nuestras bendiciones
Hablemos de nuevo de la adoración. Si Cristo, en toda la gloria de su persona como Hijo eterno del Padre, y, sin embargo, el hombre Cristo Jesús, lleno de gracia y de verdad, él, la expresión perfecta de todo lo que había en el corazón del Padre, revelado en un mundo de pecado y de pecadores, si él está ante el alma, habrá necesariamente en la contemplación de su persona tal sentimiento, tal gozo de todo lo que él es, que el corazón no podrá menos de desbordar y derramarse en adoración, alabanza y acción de gracias ante él y ante el Padre que lo envió.
9 - La obra del Espíritu Santo es hacer resplandecer las glorias y la perfección de Jesús
El Espíritu Santo, además, fue dado con el propósito expreso de glorificar a Cristo, de conducir el alma del cristiano, a través de lo que encuentra en las páginas de la Palabra inspirada, a una mejor comprensión de toda la gloria de nuestro Señor Jesucristo, no solo como el Hijo divino y eterno, la Palabra, el Dios verdadero antes de los siglos de los siglos, sino como la Palabra hecha carne, el humilde y obediente Hijo del hombre, en la tierra. ¿Hay algo como Cristo? ¿Y no es cada verdad sobre él mismo incomparablemente más importante para el cristiano que cualquier otra consideración? Ella considera lo que le pertenece, no solo en su propia gloria particular y personal como el Hijo que siempre estuvo en el seno del Padre, él, la vida que fue la luz de los hombres, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, el Mesías Rey de Israel, el Hijo del hombre que será establecido sobre todas las obras de las manos de Dios ; o, en relación con sus glorias relativas, como nuestro Sumo Sacerdote, llevando siempre a los suyos sobre su corazón y hombros, según el valor de Su persona ante Dios; o como nuestro Abogado, si hemos fallado, él el Justo, siempre en la presencia del Padre para restaurar el alma por la aplicación de la Palabra, para lavar nuestros pies en su servicio lleno de ternura y gracia para los suyos.
De este modo, el bendito servicio del Espíritu Santo consiste en hacer resplandecer, en cada página de la Palabra divina, algún rayo nuevo de la gloria y perfección de Jesús, para que el corazón no solo quede cautivado enteramente por él como Salvador, sino que sea atraído ahora a él, encontrando en él su delicia, como le sucedió en efecto al inspirado profeta de Patmos, cuando ante él pasaron sucesivamente el nombre y las diversas glorias que están asociadas y ligadas a la persona de Jesucristo, y además de todo esto nuestra especial relación con esta bendita Persona que nos ama y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre. El alma que encuentra así su deleite en Jesús expresa su adoración: «A él sea la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. Amén» (Apoc. 1:6).
10 - Lo que nos proporciona una verdadera contemplación de Cristo
Esta contemplación de Cristo ablandaría nuestros corazones y eliminaría todo egoísmo y rigidez de nuestras relaciones mutuas, porque nos preocuparía lo que los santos son para Cristo, en lugar de sus defectos e imperfecciones. Nos haría celosos y cuidadosos, cuando se tratara de la verdad y la gloria de Cristo, pero pacientes, como él mismo fue paciente con sus discípulos en sus andanzas. Ved con qué espíritu de gracia, que de hecho reflejaba el del propio Señor, el apóstol Pablo se dirige a la asamblea en Corinto, al tiempo que les escribe: «Porque con gran aflicción y angustia de corazón, os escribí con muchas lágrimas» (2 Cor. 2:4), diciéndoles que eliminaran el grave mal que habían permitido que permaneciera en su seno. Véase también cómo se dirigió a las asambleas de Galacia, para las que la cuestión era realmente de vital importancia. Tuvo que decirles: «Temo por vosotros» (4:11); «estoy perplejo en cuanto a vosotros» (4:20). Sin embargo, no podía soportar la idea de que abandonaran así la verdad, y añadió: «En cuanto a vosotros, confío en el Señor» (5:10), etc. Una mente de juez severa y rígida no es de ninguna manera el espíritu de Cristo; marchita los afectos, reseca el alma; engendra el orgullo que no quiere doblegarse; revela la falta de ese amor y preocupación incluso por la más débil de las ovejas del buen Pastor, el cual ciertamente no estaría de acuerdo con la mente y el ejemplo de Cristo. Si Cristo nos ha lavado los pies, nosotros debemos lavarnos los pies unos a otros, pues él mismo nos ha dado el ejemplo.
Hermanos, sopesemos estas cosas, porque las necesitamos; aguantemos y tengamos paciencia; no dejemos nunca de llevarnos los unos a los otros en el corazón en la oración, y recordemos constantemente lo que Cristo es para los suyos y lo que los suyos son para Él.
Traducido de «Le Messager Évangélique», año 1910, página 351