Índice general
9 - Gilgal – la circuncisión (Josué 5)
El camino del crecimiento espiritual
Vemos algo muy diferente en los que entran en la tierra bajo el liderazgo de Josué. Cruzaron el Jordán confiando en Dios y en su Palabra. Y la consecuencia es la siguiente: los líderes de los habitantes de Canaán, los enemigos del pueblo de Israel, contra los que los espías a su regreso habían advertido de tal manera que todo el pueblo se había desanimado, ¡ahora se asustan ellos mismos! «Cuando todos los reyes de los amorreos que estaban al otro lado del Jordán al occidente, y todos los reyes de los cananeos que estaban cerca del mar, oyeron cómo Jehová había secado las aguas del Jordán delante de los hijos de Israel hasta que hubieron pasado, desfalleció su corazón, y no hubo más aliento en ellos delante de los hijos de Israel» (Josué 5:1).
Los poderes de maldad saben que el Señor Jesús es victorioso y que los que creen en Él son más que vencedores en él. Aunque Satanás es y sigue siendo el adversario de Dios, sabe que no puede prevalecer y que al final recibirá su castigo eterno. Si nos fortalecemos en el Señor y en el poder de su fuerza, y si nos hemos revestido de toda la armadura de Dios, podremos resistirle en el día malo y permanecer firmes después de vencerlo todo (Efe. 6:10-13). Volveremos de nuevo a la batalla contra los poderes espirituales de la maldad que están en los lugares celestiales y la armadura completa de Dios necesaria para ello.
Pero no solo tenemos que enfrentarnos a los enemigos del exterior. Dentro de nosotros tenemos un enemigo de Dios y de todos sus pensamientos: nuestra vieja naturaleza pecaminosa, la carne, que nos acompaña mientras vivimos en la tierra. Pero como ya hemos visto muchas veces, en Cristo se nos capacita para vivir en el poder del Espíritu Santo que mora en nosotros, para que no cumplamos los deseos de la carne (Gál. 5:16). Recordémoslo:
- Nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo, para que el cuerpo del pecado sea anulado, a fin de que no sirvamos más al pecado (Rom. 6:6). Esto es lo que se refiere al mar Rojo.
- La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús nos ha liberado de la Ley del pecado y de la muerte (Rom. 8:1). Esta es la lección de la serpiente de bronce.
- Hemos resucitado con Cristo, también nos hemos despojado prácticamente del viejo hombre y hemos revestido el nuevo (Efe. 2:6; 4:24). Esto es lo que nos muestra el cruce del río Jordán.
Sin embargo, ¡todavía falta algo! En la circuncisión, descrita en Josué 5, vemos una figura del juicio personal sobre la carne, la vieja naturaleza pecaminosa en nosotros. Antes de que Josué comience la batalla, para tomar posesión de Canaán, la tierra de bendición, el pueblo debe ser circuncidado. Queremos tratar ahora el significado tipológico de este acto.
9.1 - La importancia de la circuncisión
La circuncisión, el corte o ablación del prepucio masculino, era el signo de la alianza de Dios con Abraham y sus descendientes (Gén. 17:10-11). Posteriormente, el término «incircuncisión» se utilizó metafóricamente para referirse a las naciones gentiles, y «circuncisión» a los judíos (Gál. 2:7, 9; Efe. 2:11). El prepucio es, como pars pro toto (“una parte para significar el todo”), una imagen de la naturaleza humana en su maldad e impureza. La circuncisión bíblica es una figura de juicio sobre esta carne pecadora. Moisés ya mostró cierta comprensión de este hecho, cuando dijo a Dios: «He aquí, los hijos de Israel no me escuchan; ¿cómo, pues, me escuchará Faraón, siendo yo torpe de labios?» (Éx. 6:12, 30). El Antiguo Testamento ya habla de oídos y corazones incircuncisos (Lev. 26:41; Deut. 10:16; 30:6; Jer. 6:10; 9:25; Ez. 44:7). Estos pasajes muestran que el carácter simbólico de la circuncisión era conocido desde el principio [45]. La circuncisión de la boca, el oído y el corazón tiene el mismo significado que el auto juicio de nuestras palabras, de lo que escuchamos y de nuestra voluntad.
[45] El significado simbólico de los sacrificios también era conocido en el Antiguo Testamento. Los creyentes de aquella época sabían que los verdaderos sacrificios a Dios salían del corazón y de los labios (comp. con Sal. 27:6; 50:14, 23; 51:16-17; 69:30-31; 107:22; 119:108; 141:2; Oseas 14:2; Jonás 2:10). Así que ya había en aquellos días un discernimiento más profundo de los pensamientos de Dios de lo que uno podría pensar.
El mismo pensamiento se encuentra en el Nuevo Testamento, tanto en Esteban como en Pablo. También ven la circuncisión judía como un acto simbólico cuyo significado más profundo reside en el auto-juicio personal (Hec. 7:51; Rom. 2:25-29). Estas interpretaciones o aplicaciones, sin embargo, no son idénticas al significado cristiano de la circuncisión.
9.2 - La realidad en el Nuevo Testamento
El significado espiritual de la circuncisión para nosotros se explica en Colosenses 2:11: «…en quien también fuisteis circuncidados con circuncisión no hecha de mano, al despojaros del cuerpo carnal, por la circuncisión de Cristo». No solo los creyentes de Colosas, sino también nosotros estábamos antes de nuestra conversión «muertos en los delitos y en la incircuncisión de vuestra carne» (v. 13). Todos aquellos que no han juzgado el mal que hay en ellos a la luz de Dios están muertos para Dios, como también vemos en Efesios 2:1.
En contraste con el tipo del Antiguo Testamento, la circuncisión de los que creen en el Señor Jesús no se hace «a mano». Es una obra espiritual. En el tipo, se quitó un pequeño trozo de carne; en la realidad del Nuevo Testamento, en sentido figurado, se quita todo el «cuerpo carnal». Esto no es ni nuestro cuerpo ni nuestra naturaleza pecaminosa: ambos siguen presentes. Pero es la “maquinaria”, el “mecanismo” de la carne, que no puede dejar de pecar, como el «cuerpo carnal», que según Romanos 6:6, se anula. Así que no se trata aquí de nuestra muerte natural, sino del juicio de Dios sobre el viejo hombre y para nosotros, de haber despojado al viejo hombre con sus acciones. Tampoco se enseña aquí que nosotros, como creyentes, nos hayamos despojado de la carne, de nuestra vieja naturaleza. La Palabra de Dios es precisa. No dice “despojaros de la carne”, sino «despojaros del cuerpo carnal». Si nos hubiéramos despojado de la carne, no volveríamos a pecar, ni a estar en la tierra.
Esta «circuncisión no hecha con a mano, al despojaros del cuerpo carnal» describe así, en sentido figurado, el juicio sobre el viejo hombre y nuestra muerte (espiritualmente hablando) con Cristo. Es un hecho consumado. Esto se explica inmediatamente después con la expresión «la circuncisión de Cristo». Se refiere a su muerte en la cruz. Allí Cristo «padeció en la carne» (1 Pe. 4:1). ¿Y por qué? En él, Dios «condenó al pecado en la carne» (Rom. 8:3). Voluntariamente y por amor a nosotros, murió bajo el juicio de Dios sobre la carne, aunque en él, es decir, en su carne, no había pecado.
Esta es la «circuncisión de Cristo». El que cree en él tiene parte en esta circuncisión. Cuando miramos el mar Rojo, encontramos algo similar. Allí vemos una imagen de cómo nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo «para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado» (Rom. 6:6). Del mismo modo, la participación en la circuncisión de Cristo en cuanto a nosotros tiene como resultado «el despojaros del cuerpo carnal». Este es el fin del viejo hombre, nuestra muerte con Cristo, y lógicamente viene a continuación: «sepultados con él en el bautismo» (Col. 2:12). Así que este breve pasaje está muy cerca de Romanos 6. Ya nos hemos referido a este capítulo en relación con el mar Rojo.
[46] «Circuncisión de Cristo» significa también que, a diferencia de la circuncisión judía, esta es la realidad en Cristo (comp. con Col. 2:17: «Pero el cuerpo es de Cristo»).
Pablo describe en Filipenses 3:3 el resultado de la «circuncisión no hecha a mano» realizada en nosotros, con estas palabras: «Porque nosotros somos la circuncisión, los que damos culto por el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne». Había entonces falsos maestros que persuadían a los creyentes a guardar la Ley del Sinaí –pero especialmente a circuncidarse– para poder acceder al disfrute de todas las bendiciones de Dios (comp. Hec. 15:1; Gál. 5:11; 6:12-15). En santa cólera, Pablo llama a estos hombres de mente carnal, perros, malos obreros y «la falsa circuncisión» (Fil. 3:2). Así, los denuncia como una imagen distorsionada del verdadero significado de la circuncisión. Pero el que por la fe participa en «la circuncisión de Cristo», y por lo tanto es él mismo, espiritualmente hablando, circuncidado, es ahora parte de la verdadera «circuncisión», no de Israel, sino de los que creen en el Señor Jesús. Ya no sirve a los elementos miserables del mundo, a los que también pertenece la Ley, sino que ofrece el verdadero culto al único Dios verdadero por su Espíritu. Ya no confía en la carne, sino que todo su gozo, toda su gloria, descansa en Cristo Jesús, su Salvador y Señor glorificado, en quien ha encontrado todas las riquezas y tesoros del conocimiento. Sería difícil describir más brevemente que en este versículo el verdadero carácter de la fe cristiana.
Los resultados de la «circuncisión de Cristo» son en principio válidos para todos los redimidos. Sin embargo, solo podemos disfrutarlos si también realizamos prácticamente la «circuncisión de Cristo» y juzgamos todo lo que proviene de nuestra carne. No basta con saber que nuestro viejo hombre está crucificado con Cristo. También debemos dar el siguiente paso nosotros mismos, lo que vemos en los creyentes de Éfeso y Colosas. Se habían despojado del viejo hombre y se habían revestido del nuevo (Efe. 4:22-24; Col. 3:9-10). Ya no se identifican con el viejo, sino con el nuevo.
Cuando nos vemos así unidos al Señor Jesús en la gloria, y nos identificamos con nuestra nueva posición en él, esto también tiene efectos en nuestra vida de fe práctica. Esto se menciona en la Epístola a los Efesios en una frase corta pero importante: «Por tanto, desechando la mentira, hablad la verdad cada uno con su prójimo» (Efe. 4:25). A los creyentes de Éfeso se les recuerda que se han despojado del viejo hombre no solo en cuanto a su posición, sino también del pecado en la práctica. La mentira se cita aquí como un ejemplo particularmente frecuente de pecado, cuya abyección incluso los cristianos no suelen tomar demasiado en serio (comp. Apoc. 22:15). La Epístola a los Colosenses lo expresa de otra manera: «No mintáis unos a otros, habiendo despojado el viejo hombre con sus prácticas» (Col. 3:9). También en este caso no se trata solo de nuestra posición como nuevos hombres, sino también de la práctica que se deriva de ella. Al despojo del viejo hombre le sigue no solo el despojo de las malas acciones de la carne, sino también el despojo de sus supuestos “lados buenos”.
En la Epístola a los Filipenses, Pablo nos lo presenta utilizando su propia persona como ejemplo. No solo dice: «Nosotros somos la circuncisión», sino que continúa explicando que la carne no debe tener el más mínimo margen de acción. Con esto no se refiere a los pecados “graves”, sino a la carne “refinada” en forma de aspiraciones a la posición, la educación y similares (en su caso, especialmente en el ámbito religioso del judaísmo). Todas estas cosas, que también son eminentemente estimables para un judío, las había poseído antes de su conversión, pero a causa de Cristo las había considerado una pérdida. Todo lo que le impedía conocer más y más a Cristo y su excelencia, lo había dejado atrás. Consideraba todo en lo que la carne se confía como «pérdida», incluso como «basura», en comparación con la excelencia del conocimiento de Cristo muerto y resucitado. Con la vida celestial en la que Cristo nos ha introducido, nuestra carne no puede ni quiere tener nada que ver. Está apegada a las cosas de este mundo y no puede elevarse por encima de ellas. Por lo tanto, no hay nada para ella sino el juicio y la muerte, de los cuales la circuncisión es el tipo (comp. Fil. 3:3-16; Col. 2:7-11).
Del pueblo de Israel, Josué y Caleb eran los únicos que seguían circuncidados en Egipto y que, durante la travesía del desierto, se comportaron como Pablo. Había «otro espíritu» en ellos, que también los llevó a olvidar lo que había detrás de ellos, para alcanzar lo que tenían delante: ¡La tierra prometida!
9.3 - El tipo en el Antiguo Testamento
El significado espiritual básico de la circuncisión se encuentra en Colosenses 2:11 y Filipenses 3:3; el significado práctico, en cambio, se encuentra en Josué 5: «En aquel tiempo Jehová dijo a Josué: Hazte cuchillos afilados, y vuelve a circuncidar la segunda vez a los hijos de Israel. Y Josué se hizo cuchillos afilados, y circuncidó a los hijos de Israel en el collado de Aralot. Esta es la causa por la cual Josué los circuncidó: Todo el pueblo que había salido de Egipto, los varones, todos los hombres de guerra, habían muerto en el desierto, por el camino, después que salieron de Egipto. Pues todos los del pueblo que habían salido, estaban circuncidados; mas todo el pueblo que había nacido en el desierto, por el camino, después que hubieron salido de Egipto, no estaba circuncidado. Porque los hijos de Israel anduvieron por el desierto cuarenta años, hasta que todos los hombres de guerra que habían salido de Egipto fueron consumidos, por cuanto no obedecieron a la voz de Jehová; por lo cual Jehová les juró que no les dejaría ver la tierra de la cual Jehová había jurado a sus padres que nos la daría, tierra que fluye leche y miel. A los hijos de ellos, que él había hecho suceder en su lugar, Josué los circuncidó; pues eran incircuncisos, porque no habían sido circuncidados por el camino» (Josué 5:2-7).
La larga explicación inspirada por el Espíritu Santo muestra que durante los 40 años de la travesía por el desierto se había pasado por alto algo importante. Según el mandato de Jehová a Abraham en Génesis 17:11, que se repitió para el pueblo de Israel en Levítico 12:3, todo descendiente varón debía ser circuncidado 8 días después de su nacimiento. Los israelitas lo habían omitido durante la travesía por el desierto. Todos los que salieron de Egipto fueron circuncidados, pero no los que nacieron durante la travesía del desierto. Esta desobediencia, sin embargo, no fue reprendida durante todo ese tiempo, si hacemos caso omiso de las palabras de alcance general pronunciadas por Moisés al final del viaje en Deuteronomio 12:8-9: «No haréis como todo lo que hacemos nosotros aquí ahora, cada uno lo que bien le parece, porque hasta ahora no habéis entrado al reposo y a la heredad que os da Jehová vuestro Dios». Pero ahora que el descanso y la herencia de Dios se habían alcanzado, no se podía dejar así. Los varones del pueblo debían ser circuncidado.
Llama la atención la frase «Volvieron a circuncidar» a los hijos de Israel. No estaban circuncidados en absoluto. Pero se les recordó que la circuncisión estaba pendiente desde hacía tiempo. Este es el significado de las palabras: «…una vez más». Entonces, cuando se hizo la circuncisión, Dios le dijo a Josué: «Hoy he quitado de vosotros el oprobio de Egipto» (Josué 5:9). En realidad, después de la salida de Egipto y durante el viaje, todo varón recién nacido debería haber sido circuncidado. Como esto no sucedió, el pueblo cargó con el «oprobio de Egipto» todo este tiempo. Del mismo modo, para el cristiano, que sí es ciudadano del cielo, todo rastro de voluntad propia y de concupiscencia de la carne es una especie de conformidad con el mundo y, por tanto, un reproche para él.
Al considerar Colosenses 2, vimos que todos los que creen en el Señor Jesús están, según su posición, espiritualmente circuncidados, y se han despojado del «cuerpo carnal». Esta circuncisión fundamental tuvo lugar en el momento en que aceptamos el Evangelio, lo entendiéramos o no en ese momento. En Josué 5, sin embargo, es el cumplimento práctico de este hecho. No basta con saber, según la doctrina, que Dios ha ejecutado, en Cristo en la cruz, el juicio sobre nuestra carne pecadora. Los creyentes de Corinto y Galacia conocían bien la doctrina, pero no la ponían en práctica. Como para la mayoría del pueblo de Israel, «el desierto» tuvo una influencia negativa sobre ellos. Así como Israel había descuidado la circuncisión, los corintios y los gálatas no se consideraban muertos en la carne. No practicaban la circuncisión espiritual y dejaban que su carne actuara más o menos libremente.
Desde este punto de vista, la circuncisión en Gilgal adquiere un significado muy especial. Podemos conocer en detalle la obra del Señor Jesús en la cruz con todos sus benditos efectos para nosotros. ¿No son estos hechos poderosos de gran importancia bendita, que nuestro viejo hombre ha encontrado su fin en la cruz de Cristo, y que no solo estamos muertos, sino que hemos resucitado con Cristo? Pero si no sacamos las consecuencias prácticas, que nuestra carne no tiene derecho a existir en nuestra nueva vida en el mundo de la resurrección, entonces todo es inútil para nosotros. Esto significa: debemos aplicarnos a nosotros mismos la circuncisión espiritual, el juicio sin reservas sobre la carne en nosotros.
Si la verdad de la circuncisión es tan poco capaz de suscitar en nosotros una vida de poder espiritual, y si va tan poco acompañada de poder espiritual y separación del mundo, es porque nos hemos apartado de Gilgal. Es imposible que disfrutemos de nuestra posición celestial, en la que la gracia nos ha introducido, y que conozcamos una vida correspondiente a ella, si descuidamos esta palabra: «Mortificad, pues, vuestros miembros terrenales» (Col. 3:5). Esto no significa que rechacemos los afectos y deberes naturales con el pretexto de que nuestro corazón está ocupado en cosas mejores. No hemos de convertirnos en ascetas, sino que, al seguir al Señor, hemos de despojarnos de los hábitos y preferencias que nos encadenan moralmente al mundo, para que podamos llegar, como resucitados con Cristo, a estar bajo la poderosa influencia de las bendiciones celestiales asociadas a él y a su gloria. Si, por ejemplo, nos impacientamos fácilmente, hemos perdido de vista nuestro «Gilgal». Si estamos ocupados con trivialidades mundanas, esto es una razón para que volvamos a «Gilgal». De lo contrario, no podremos disfrutar de la paz y el gozo del Señor.
La mortificación de «nuestros miembros terrenales» mencionada en Colosenses 3:5 no es, por tanto, un hecho puntual, sino un juicio permanente sobre nuestra carne, los «miembros» del viejo hombre. Solo como vivificados con Cristo y viviendo en el mundo de la resurrección estamos capacitados para hacerlo en el poder de la gracia de Dios. Como Israel, volvemos, en cierta medida, siempre a Gilgal. Allí es donde tuvo lugar la circuncisión. Gilgal era el lugar desde el que el pueblo de Dios iba a la batalla y al que siempre regresaba (Josué 9:6; 10:7, 15; 14:6; Jueces 2:1; 1 Sam. 11:14). Sin este constante auto juicio, somos incapaces de librar una guerra espiritual contra los poderes de maldad en los lugares celestiales y disfrutar de las bendiciones espirituales.
9.4 - El fortalecimiento espiritual para el pueblo de Dios
Después de la circuncisión, los israelitas permanecieron en Gilgal en el campamento «hasta que sanaron» (Josué 5:8). La fuerza humana no puede producir nada en las cosas espirituales. Por el contrario, aprendemos de Pablo: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor. 12:10). La gracia de su Señor le bastó en todas las situaciones de su vida. Antes de que los israelitas entraran en batalla por primera vez, Dios les dio la fuerza que necesitaban. En la Epístola a los Efesios se nos exhorta: «Por lo demás, hermanos, fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza» (Efe. 6:10). El joven y débil Timoteo debía fortalecerse «en la gracia que es en Cristo Jesús» (2 Tim. 2:1).
En primer lugar, 4 días después de cruzar el Jordán, los hijos de Israel celebraron la Pascua en las llanuras de Jericó (Josué 5:10). En cierto sentido, Dios les puso una mesa en presencia de sus enemigos (comp. Sal. 23:5). Ya no era necesario poner la sangre del cordero en las puertas, como en Egipto, para que los primogénitos estuvieran a salvo del juicio de Dios. Ya no era cuestión de castigo y juicio, sino que, habiendo alcanzado la meta de su viaje, Israel podía recordar la obra de redención realizada, el principio y el fundamento de toda su bendición. –Como redimidos de Dios, que poseen todas las bendiciones espirituales en los lugares celestiales en Cristo y pueden disfrutar de ellas, también podemos regocijarnos en él, el Cordero de Dios, y estar alimentados espiritualmente por él. El recuerdo de su sacrificio y de su sangre no debe ni puede desvanecerse. Por el contrario, será cada vez más grande y glorioso para nosotros a través del conocimiento y el disfrute de las bendiciones dadas en él. Incluso durará hasta la gloria eterna (Apoc. 5).
Al día siguiente de la Pascua, los israelitas pudieron conocer un alimento nuevo para ellos: «el fruto [o grano viejo] de la tierra» (Josué 5:11). El maná, que habían comido hasta ese momento (así también durante los primeros días en la tierra de Canaán) ahora cesaba. El maná, como dice su nombre en el original (“man”), es una imagen del Hijo de Dios que vino a la tierra quien, como hombre, en su humildad, es nuestro modelo y nuestro alimento espiritual durante nuestro viaje por el desierto, es decir, durante nuestra vida en la tierra (Juan 6:56; comp. Mat. 11:29; Fil. 2:5-8). La gracia que él manifestó durante su camino y ministerio como hombre es alimento para los creyentes que desean servirle aquí con humildad. A diferencia del tipo del Antiguo Testamento, el maná no cesa para nosotros. Porque, como hemos visto a menudo, los cristianos permanecemos toda nuestra vida en las condiciones terrenales del desierto, aunque hayamos llegado a conocer las bendiciones espirituales de la tierra de Canaán.
Sin embargo, para aquellos que no solo poseen, sino que también disfrutan de la vida de resurrección y de las bendiciones espirituales celestiales, hay un alimento que corresponde a esta posición: «el fruto [o trigo viejo] de la tierra». También es una imagen de Cristo, pero ahora como el hombre celestial glorificado a la derecha de Dios en las alturas. Si buscamos las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios, nuestra alma recibe gozo y fuerza (Col. 3:1). En efecto, él no solo es la meta, sino también el objeto y el contenido actual de nuestra fe. Él es «nuestra vida», como dice Pablo en Colosenses 3:4. Todos podemos contemplar «a cara descubierta… la gloria del Señor» y así somos «transformados en la misma imagen, de gloria en gloria, como por el Espíritu del Señor» (2 Cor. 3:18).
Tanto el «pan sin levadura» como el «grano tostado» provenían del «trigo viejo de la tierra». La ausencia de levadura, que también se asocia a la Pascua, habla de la pureza e integridad de la naturaleza de Cristo como hombre. También la ofrenda de la torta, que representa su gloria como hombre, no debía contener levadura (Lev. 2). La levadura, en las Sagradas Escrituras, es una imagen del pecado, que se extiende cada vez más a su alrededor, cuando no es juzgado (1 Cor. 5:8). Aquí aprendemos que la santidad de Cristo es de origen celestial. Él es, en efecto, el hombre del cielo, el alimento de todos aquellos que ya pueden estar “sentados” con Él en los lugares celestiales.
El grano tostado ha sido sometido al calor del fuego. Cristo, el verdadero grano de trigo, tuvo que morir bajo el juicio de un Dios santo. De lo contrario, se habría quedado solo, pero así dio mucho fruto (Juan 12:24). Por eso no permaneció en la muerte, sino que resucitó y está glorificado a la derecha de Dios. De esto trata el grano tostado que ahora podía comer Israel en la tierra de Canaán.
El «fruto de la tierra» (Josué 5:12) parece ser una expresión más general que el “producto de la tierra”. Podría referirse al Señor Jesús como Hijo eterno de Dios. El Hijo eterno en el seno del Padre estaba y habitaba en su naturaleza divina en el cielo, también cuando estaba en humillación en la tierra (Juan 1:18; 3:13). ¿No es la comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo un motivo de gozo y gratitud? ¿No son la gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y del Señor Jesucristo, Hijo del Padre, en el amor y en la verdad, fuentes inagotables de gozo para todos los que las conocen (1 Juan 1:3; 2 Juan 3)?
Finalmente, el propio Jehová se presenta ante Josué antes de iniciar la conquista de la tierra (Josué 5:13-15). También lo había hecho con Moisés en la zarza ardiente. Pero aquí, cerca de Jericó, vemos una imagen no de juicio, sino de estímulo y fortalecimiento. El «Príncipe del ejército de Jehová», con la espada desnuda en la mano, muestra a su pueblo que no debe confiar en su propio entendimiento ni en sus líderes, sino solo en él. Entonces podrá tomar posesión de la tierra prometida con su propia fuerza. El mandato: «Quita el calzado de tus pies, porque el lugar donde estás es santo», es casi literalmente el mismo que escuchó Moisés. Siempre y en toda situación necesitamos ser conscientes de la santa presencia de Dios, ya sea en nuestras circunstancias terrenales, o en la esfera de las más altas bendiciones espirituales que hemos recibido. Vemos lo contrario en el pecado de Acán. Mientras el pueblo estuviera bajo anatema, Dios no podría estar entre ellos (Josué 7).
9.5 - Los enemigos espirituales y guerra espiritual
Canaán no solo tenía ricas bendiciones que ofrecer. Los poderosos habitantes de la tierra no vieron la llegada del pueblo de Dios sin reaccionar. Los 12 mensajeros que habían sido enviados a observar la tierra al comienzo de la travesía por el desierto no solo habían traído de vuelta el famoso racimo de Escol junto a las granadas y los higos, sino que también habían descrito a sus habitantes como adversarios invencibles: «Nosotros llegamos a la tierra a la cual nos enviaste, la que ciertamente fluye leche y miel; y este es el fruto de ella. Mas el pueblo que habita aquella tierra es fuerte, y las ciudades muy grandes y fortificadas; y también vimos allí a los hijos de Anac». A pesar de las protestas de Caleb, los otros 10 espías no dejaron de difundir rumores malignos entre el pueblo para evitar que entraran en la tierra: «La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus moradores; y todo el pueblo que vimos en medio de ella son hombres de grande estatura. También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes, y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos» (Núm. 13:27-33). Los 2 espías que Josué envió a Jericó poco antes de cruzar el Jordán estaban, por el contrario, llenos de fe. Cuando regresaron después de 3 días, le dijeron a Josué: «Jehová ha entregado toda la tierra en nuestras manos; y también todos los moradores del país desmayan delante de nosotros» (Josué 2:24).
Según Deuteronomio 7:1, 7 naciones habitaban esta tierra: los hititas, los gergeseos, los amorreos, los cananeos, los ferezeos, los heveos y los jebuseos (comp. Josué 3:10). Ya en los días de Abraham, Dios había hablado de «la maldad del amorreo (la principal nación de Canaán)» (Gén. 15:16), hacia los que todavía ejercería su paciencia durante cientos de años (Gén. 15:16; Deut. 9:4). Pero el pueblo de Dios debía entonces tomar posesión de esa tierra y expulsar a los impíos habitantes de Canaán, que se dedicaban a las más horribles formas de idolatría imaginables. El momento estaba maduro según el plan de Dios [47].
[47] Las guerras de Israel contra los cananeos se consideran a veces como crueldades incomprensibles. Pero al dar a Israel la misión de exterminar a los cananeos, Dios estaba ejerciendo un juicio sobre estas naciones idólatras. También podría haberlo hecho Él mismo, como hizo en el momento del diluvio, por Sodoma y Gomorra, o por los egipcios. Pero Él quería probar la obediencia y la fe de su pueblo al mismo tiempo.
Los israelitas se enfrentaban a adversarios humanos. La batalla del cristiano, en cambio, «no es contra sangre y carne», sino contra «contra las [huestes] espirituales de maldad en las regiones celestiales», también llamado «principados… potestades… gobernadores del mundo de las tinieblas» (Efe. 6:12). Pero a diferencia de Israel, nosotros no tenemos que conquistar los lugares celestiales, porque Dios ya nos ha sentado allí juntos en Cristo Jesús. Su lugar es también el nuestro. Nuestra lucha es defensiva, mientras que para Israel era una lucha de conquista. Tampoco tenemos que defender la posesión de las bendiciones celestiales contra las artimañas del enemigo, sino que debemos luchar para mantener el disfrute de estas. Sin embargo, para nosotros en la práctica, como para Josué, esta palabra es válida: «Os he entregado… todo lugar que pisare la planta de vuestro pie» (Josué 1:3). Lo que tenemos en Cristo nuestro Señor en nuestra posición, también tenemos que disfrutarlo en la práctica.
La batalla de la que se habla en Efesios 6:10-18 no es contra la carne en nosotros, nuestra vieja naturaleza. Esta lucha –si es que puede llamarse así– se encuentra en Gálatas 5:16-17. Allí aprendemos que «lo que desea la carne es contrario al Espíritu, y lo que desea el Espíritu es contrario a la carne», pero también que somos vencedores, si vivimos en el poder y la guía del Espíritu Santo y nos mantenemos muertos al pecado. Por otra parte, en ninguna parte se nos exhorta como cristianos a luchar contra la carne que hay en nosotros o a darle muerte. Hemos muerto con Cristo, y «ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en [la] carne, lo vivo en [la] fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y sí mismo se dio por mí» (Gál. 2:20). Tampoco se trata de la batalla evangélica (en realidad, «la lucha en la palestra», vean Fil. 4:3) que sostiene la proclamación del Evangelio en el mundo, ni de la batalla mencionada en 2 Corintios 10:3-5 por el mantenimiento de la verdad en medio de los creyentes, contra la que Satanás dirige su oposición.
Los enemigos en los lugares celestiales a los que nos enfrentamos son más astutos y poderosos que los que Israel tuvo que combatir en Canaán. Estamos tratando con Satanás y sus vasallos. Alguien dijo una vez: “Satanás ha tenido experiencia con los hombres durante miles de años y sabe cómo hacerlos caer”. Los «principados… las potestades» no solo son astutos, sino también extremadamente poderosos. Por eso se les llama «gobernadores del mundo de las tinieblas», pues gobiernan toda la esfera del mundo en contra de Dios, que es la luz (1 Juan 1:7).
Los poderes espirituales de maldad en los lugares celestiales son los ángeles caídos con Satanás a causa de su orgullo (1 Tim. 3:6; Mat. 25:41). Estos se oponen totalmente a los ángeles «escogidos» y «santos», que no están caídos (1 Tim. 5:21; Marcos 8:38). Dado que los ángeles no son criaturas corporales sino espirituales, su ámbito de actividad es la creación invisible, es decir, los lugares celestiales, y no la creación visible. Esto se aplica tanto a los ángeles caídos como a los no caídos. Por eso Satanás sigue teniendo acceso al trono de Dios (Job 1; Zac. 3:1; Apoc. 12:10). Aunque el diablo es un enemigo derrotado, sigue teniendo una gran influencia. Cada falta que cometemos, cada debilidad que mostramos es notada por el enemigo de nuestras almas. Así le damos un punto de apoyo y puede hacernos daño, de modo que no tenemos fuerza ni gozo para disfrutar de las bendiciones espirituales. Pero si nos fortalecemos en el Señor y en el poder de su fuerza, podemos resistir y vencerlo. No tenemos la fuerza en nosotros mismos, sino solo en nuestro Señor y con la armadura de Dios.
«Toda la armadura de Dios» en Efesios 6:13-19 consta de 6 piezas. Si añadimos la oración mencionada a continuación, son 7 piezas, que hablan de una armadura divinamente perfecta para la guerra espiritual. No debemos ponernos esta armadura espiritual solo cuando nos amenaza el peligro, porque entonces suele ser demasiado tarde, o somos demasiado débiles para hacerlo. Para poder resistir el día malo y, después de vencerlo todo, mantenernos firmes, debemos ponernos siempre la armadura, pues el «día malo» no es un tiempo concreto, sino todo el período que va desde el rechazo de nuestro Señor hasta su regreso.
Nuestra armadura espiritual, que Dios nos proporciona, consta de 3 grupos diferentes de piezas:
Al primer grupo pertenecen como características de nuestra buena condición práctica y nuestro caminar:
- El cinturón de la verdad, con el que nuestros pensamientos y sentimientos deben ordenarse de manera agradable a Dios,
- La coraza de la justicia, por la que estamos protegidos de los ataques de Satanás en nuestras decisiones justas,
- El calzado de la preparación del evangelio de la paz, por el que en nuestro caminar estamos siempre en armonía con los pensamientos de Dios.
El segundo grupo nos muestra la confianza práctica en Dios:
- El escudo de la fe, la confianza firme e ininterrumpida en la bondad y la ayuda de nuestro Dios y Padre, mediante la cual se pueden extinguir las dudas de todo tipo, «los dardos encendidos del maligno»,
- El casco de la salvación, confiando en lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo, salvándonos.
- El tercer grupo, por último, incluye las fuentes más importantes de fuerza práctica del cristiano:
- La espada del Espíritu, la Palabra de Dios, que ya utilizó nuestro Señor en sus tentaciones por el diablo, respondiéndole 3 veces: «Está escrito».
- La oración, que necesitamos como el aire para respirar, para recibir fuerza y gozo espiritual.
Equipados con esta armadura completa, podemos salir victoriosos en la batalla contra los poderes espirituales de maldad en los lugares celestiales. Los enemigos tienen su origen y sede en los lugares celestiales, pero como son «los gobernadores de las tinieblas», la batalla tiene lugar aquí. Es una batalla espiritual que debemos librar en la tierra en nuestra vida de fe. Los ataques son contra nuestra vida práctica de fe y también toda la armadura de Dios se establece en consecuencia. Con ella somos capaces de resistir al enemigo y de mantenernos firmes, cuando hemos vencido todo.
¿No es significativo que Josué se reuniera con «el Príncipe del ejército de Jehová» después de que el pueblo fuera circuncidado en Gilgal? Gilgal es el lugar del auto-juicio, la preparación para ponerse la armadura espiritual. Como hemos visto, esta armadura consiste en su mayor parte en recursos divinos para nuestra vida práctica de fe. Es precisamente en nuestra vida cotidiana donde Satanás intenta intervenir para impedirnos disfrutar de las bendiciones espirituales. Pero si conocemos nuestro «Gilgal», somos capaces, con toda la armadura de Dios, y bajo la guía y fuerza del Señor Jesús, de salir victoriosos en la guerra espiritual contra los poderes del mal. Así como los hijos de Israel regresaron después de sus batallas a Gilgal, donde una vez fueron circuncidados, también nosotros necesitamos el juicio diario de nosotros mismos, para mantener nuestra fuerza espiritual.