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Inédito Nuevo

3 - Tipos de enseñanza

El camino del crecimiento espiritual


Antes de tratar estos modelos o «tipos» en el Antiguo Testamento, debemos saber qué se entiende por el término. Las personas, los objetos o las circunstancias del Antiguo Testamento pueden, además de su significado concreto, aludir simbólicamente, o en forma de tipo, a un hecho futuro, revelado solo en el Nuevo Testamento.

El Nuevo Testamento contiene muchas referencias al hecho de que numerosas cosas del Antiguo Testamento tienen un significado simbólico. Algunos ejemplos lo ponen de manifiesto:

  • Cuando en Gálatas 4:24 el apóstol Pablo menciona a Ismael e Isaac, los hijos de Abraham, añade: «Estas cosas tienen un sentido figurado (allegoroumena)», pues Ismael simboliza aquí al pueblo de Israel bajo la Ley, Isaac, por el contrario, a los que están bajo la gracia.
  • En Colosenses 2:16 y 17 los días de fiesta, los días de luna nueva y los sábados, que según la Ley del Sinaí debían ser guardados, son llamados «la imagen y la prefiguración de las cosas celestiales… pero el cuerpo es de Cristo» (comp. con Hebr. 8:5; 10:1; Col. 2:17). Así como una sombra solo proyecta el contorno de una silueta, estas ordenanzas del Antiguo Testamento señalan cosas que han encontrado su realización y cumplimiento espiritual en conexión con Cristo.
  • Encontramos indicaciones claras y particularmente útiles para nuestro tema en los primeros 11 versículos de 1 Corintios 10, donde Pablo recuerda diversas circunstancias de la historia del pueblo de Israel durante el viaje de Egipto a Canaán. Luego explica en el versículo 6: «Todas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros» y en el versículo 11: «Y estas cosas les acontecían como ejemplos, y fueron escritas para advertirnos a nosotros, para quienes el fin de los siglos ha llegado».

Por tanto, los relatos del Antiguo Testamento no solo presentan enseñanzas históricas y morales, sino que también tienen un significado simbólico (típico) para nosotros. Así, el Antiguo Testamento puede llamarse, con razón, el “libro de imágenes” del Nuevo Testamento. El significado simbólico es la verdadera clave dada por el Espíritu Santo para una comprensión más profunda de los relatos de la historia humana, y especialmente del pueblo de Israel. Las numerosas figuras (tipos) que encontramos allí son representaciones anticipadas de los diversos elementos de la verdad cristiana revelados en el Nuevo Testamento. Por esta razón, eran incomprensibles para los creyentes de la época del Antiguo Testamento. De hecho, solo pueden interpretarse correctamente con el conocimiento de la verdad del Nuevo Testamento.

3.1 - Enseñanzas prácticas

En la descripción del viaje de 40 años por el desierto de la historia primitiva del pueblo terrenal de Dios, encontramos una abundancia de tipos que evocan la obra de redención del Señor Jesús. Cada uno de ellos nos muestra un nuevo aspecto y, por tanto, una nueva belleza de la obra y de la persona de nuestro Redentor. Sin embargo, muchos de estos tipos tienen una finalidad muy especial. No se limitan a prefigurar la verdad del Nuevo Testamento, sino que la ilustran desde un punto de vista práctico. Es decir, no son meras analogías pictóricas de la verdad cristiana, sino que muestran cómo esta es –o debería– realizarse. Su gran valor reside precisamente en esta conexión con nuestra vida práctica de fe.

De hecho, debemos distinguir 2 tipos diferentes. Los llamaremos “tipos de principio” y “tipos de práctica”. Hay una diferencia importante entre ambos que se pasa fácilmente por alto. Si ignoramos esta diferencia, perdemos gran parte de la enseñanza de los tipos.

Encontramos ejemplos de “tipos de principios” especialmente en las enseñanzas de la Ley. Basta pensar en las ordenanzas relativas a los diversos sacrificios y fiestas a Jehová. En estos tipos, los miembros del pueblo de Israel, que prefiguran los creyentes de hoy, no participan activamente. Dios da enseñanzas fundamentales. A la luz del Nuevo Testamento, vemos la obra del Señor Jesús vista desde el punto de vista de Dios –también se podría decir: de forma objetiva. El holocausto continuo, por ejemplo, es una imagen del hecho de que Dios habita entre los suyos porque ha sido glorificado por el sacrificio del Señor Jesús (Éx. 29:38-46). O tomemos el gran día de las expiaciones en Levítico 16, que nos muestra, en el primero de los 2 machos cabríos (v. 5, 15-19), que la sangre de Cristo hizo la propiciación y con ello satisfizo perfectamente las justas y santas exigencias de Dios; en el cuadro del segundo macho cabrío llamado Azazel (v. 20-22) por el contrario, que tomó sobre sí, en sustitución, los pecados de todos los que creen en él, y que, en tercer lugar, por su sangre, todas las cosas [3] serán un día reconciliadas con Dios. Podemos añadir el tipo del siervo hebreo, que ama a su amo, a su esposa y a sus hijos y por lo tanto servirá para siempre –una imagen maravillosa del amor de nuestro Señor, el verdadero siervo de Dios, por su Padre, su esposa y sus redimidos (Éx. 21:1-6).

[3] En Levítico 16, sin embargo, esto se representa en tipo solo en relación con el lado celestial (el santuario), vean Hebreos 9:23. –Para completar, observemos que la reconciliación de «todas las cosas» (Col. 1:20) no se refiere a los hombres, sino que en realidad se aplica solo a «todas las cosas».

Al segundo grupo pertenecen principalmente aquellos tipos en los que, el propio pueblo de Israel, debían intervenir. A diferencia del primer grupo, Dios no es el único que actúa en estos “tipos de práctica”, sino que el pueblo también actúa. Consideremos, por ejemplo, los sacrificios que debían ofrecer los israelitas (especialmente los de Lev. 1 - 7). No nos muestran la obra de Cristo en sí misma, sino la comprensión y la expresión de la apreciación de los creyentes por esta preciosa obra, es decir, desde un punto de vista subjetivo. Esta diferencia también se puede discernir en el Nuevo Testamento. Leemos en Hebreos 9:14 que por el Espíritu eterno Cristo se ofreció a Dios sin mancha (comp. con cap. 10:10, 12-14). Pero en el capítulo 13:15 son los creyentes quienes ofrecen «sacrificios (holocaustos) de alabanza», ya que, como sacerdotes, ofrecemos el culto cuyo objeto es la obra y la persona de nuestro Señor (comp. con 1 Pe. 2:5).

Al principio de su historia, el pueblo de Israel fue sacado de Egipto y tuvo que cumplir con obediencia y fe las instrucciones de Dios para ser liberado de sus enemigos, mantenido en el desierto y finalmente llevado a la tierra de Canaán. Es de estos tipos de los que queremos ocuparnos. Las etapas más importantes son la Pascua, el mar Rojo, la serpiente de bronce y el río Jordán. En cada una de estas etapas, Dios hizo algo que nos presenta algún aspecto de la obra de redención de Cristo. Pero cada vez el pueblo también tenía que hacer algo para entrar en el disfrute de las consecuencias que se vinculaban a ella. Esto corresponde a nuestra fe y al progreso que hacemos en ella, es decir, crecemos espiritualmente.

El hecho de que se trata esencialmente de una cuestión de progreso y crecimiento en la fe también queda claro por el hecho de que en estos tipos no encontramos ninguna referencia al nuevo nacimiento y al don del Espíritu Santo. Ambos proceden solo de Dios y no dependen de nuestro crecimiento espiritual. El nuevo nacimiento es, de hecho, la operación inicial del Espíritu Santo en el hombre, y el creyente recibe el sello, la unción y las arras del Espíritu Santo cuando ha creído en el evangelio y ha recibido el perdón de los pecados (Juan 3:3, 5; Efe. 1:13). Una alusión simbólica al nuevo nacimiento puede verse en el hecho de que ya antes de la Pascua Dios llama a Israel «mi pueblo» y «mi hijo» (Éx. 3:7; 4:23). Dios ya tenía una relación con Israel antes del sacrificio del cordero pascual, que trajo la liberación del juicio.

Cada detalle de las Escrituras es importante, y debemos preguntarnos no solo qué significan las distintas imágenes, sino también qué nos dice el orden en que son presentadas. Es cierto que lo que tienen en común es que nos muestran lo que, en su devoción, el Señor hizo por nosotros en la cruz. Pero no son solo varios aspectos de la obra de la redención en sí, sino la apropiación progresiva de esa obra por la fe. Dios no es el único actor, pero en cada “etapa” el pueblo debía actuar según Su voluntad con fe y obediencia. Este punto de vista, que fácilmente se ignora, es de lo más importante para la comprensión de estos tipos. Israel se acercaba a la tierra de la promesa a cada paso. En su aplicación a nosotros, esto significa: normalmente no captamos todo el alcance de la obra del Señor Jesús de una vez, sino que entramos en ella gradualmente. Como escribe Pedro, en nuestra vida espiritual, crecemos hacia la salvación (1 Pe. 2:2). Al captar con fe las verdades de la salvación que corresponden a estos tipos, avanzamos en nuestro crecimiento espiritual, individual y colectivo, hasta de «varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Efe. 4:13).

Ahora, alguien podría preguntar: ¿La salvación, entonces, se logra por “etapas”? ¿No estoy salvado desde el momento en que creí en el Señor Jesús? ¿Tengo que dar diferentes pasos de fe para ser verdaderamente salvado? ¿No está escrito?: «Cree en el Señor Jesús, y serás salvo» (Hec. 16:31). Todas estas preguntas encuentran respuestas en las Escrituras sin ambigüedad. Ciertamente, quien se reconoce como pecador perdido ante Dios y confiesa sinceramente sus pecados ante Él, es salvado completamente y para siempre desde el momento en que cree en el Señor Jesús como su Redentor. «Porque Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único para que todo aquel que cree en él, no perezca, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16; comp. con Efe. 2:8; 1 Pedro 1:9). La salvación del alma no se logra por etapas, sino que es un hecho consumado desde ese momento para quien cree en el Señor Jesús y en su obra en la cruz. ¡A Dios sea la gloria por siempre!

Concretamente, esto significa: aquel que se arrepiente de sus pecados y cree en el Señor Jesús está –objetivamente hablando– desde ese momento no solo protegido por Su sangre, como muestra la Pascua, sino que también posee todas las demás bendiciones que fluyen de la obra de la redención de nuestro Señor [4]. A los ojos de Dios, todos los que creen en el Señor Jesús y en su sangre no solo están reconciliados con Él, sino también separados del mundo, liberados del poder de Satanás y muertos con Cristo. Todos son también vivificados con Cristo, resucitados con él y sentados en él en los lugares celestiales. Estas verdades inmutables no se basan en nuestro conocimiento o entendimiento, sino que se basan única y exclusivamente en la sabiduría y el amor de Dios y en la obra de Cristo en la que creemos. En todos los pasajes que nos describen las bendiciones que provienen de la obra de Cristo en la cruz, los verbos están en la forma gramatical de tiempo pasado. Esto significa: son hechos consumados (Rom. 5:9; Col. 3:13; Gál. 2:19; Efe. 2:5-6).

[4] El que cree en la sangre expiatoria de Cristo (el cordero pascual) se reconcilia con Dios para siempre (Rom. 3:25; Efe. 1:7; Hebr. 9:14). Los otros tipos, como el mar Rojo y el Jordán, no tienen nada que ver en sí mismos con la salvación del alma, sino que se refieren a la recepción por la fe de los resultados de la obra de Cristo, sin aportar más certeza. Pero es cierto que entonces se fortalece la seguridad de la salvación y el disfrute de todas las bendiciones. Incluso el tipo de la Pascua no nos muestra todas nuestras bendiciones, sino solo el aspecto de la seguridad ante el juicio eterno.

Sin embargo, otra cosa es saber –en un aspecto subjetivo– si conocemos y disfrutamos de estos grandes y gloriosos resultados de la obra redentora de Cristo. En cuanto al conocimiento, comprensión y disfrute de la liberación en Cristo, ciertamente hay progreso y crecimiento. Y esto mismo se nos presenta de forma muy expresiva en los tipos ya mencionados. En ella vemos no solo lo que Dios ha hecho por Cristo para nosotros y en nosotros, sino sobre todo la apropiación progresiva de esta obra en la práctica de nuestra vida de fe. Esta es la enseñanza específica que nos transmiten estos tipos. En contraste con las presentaciones no siempre fáciles de las Epístolas del Nuevo Testamento, encontramos aquí representaciones anticipadas de la verdad cristiana y su realización práctica por nosotros. Sin embargo, hay que tener en cuenta que solo debemos extraer de los tipos aquellas deducciones doctrinales que tienen un equivalente claro y evidente en el Nuevo Testamento. Solo él contiene la doctrina cristiana; no la encontramos en el Antiguo Testamento.

3.2 - Avanzar en la fe

Como hemos visto, el carácter simbólico (típico) del relato de la travesía de Israel por el desierto queda claro en 1 Corintios 10:1-11. Además, en el Nuevo Testamento, 2 de los tipos se aplican específicamente al Señor Jesús y su obra: la Pascua y la serpiente de bronce. Los otros tipos, es decir, el cruce del mar Rojo y del Jordán, completan las enseñanzas que encontramos en el Nuevo Testamento sobre los diversos aspectos y consecuencias de la obra de la cruz.

Al principio, está la Pascua en Egipto, descrita en Éxodo 12, que es una imagen de estar protegido del juicio eterno por la sangre de Cristo. Se menciona en el Nuevo Testamento en 1 Corintios 5:7: «Porque nuestra Pascua, Cristo, ha sido sacrificada…» (comp. con 1 Pe. 1:18-19).

Entonces el cruce del mar Rojo nos presenta la muerte y resurrección de Cristo como el medio y el camino para nuestra perfecta liberación. Por medio de su muerte, somos separados del mundo, liberados de la esfera de poder de Satanás y de la muerte, y llevados de la posición de pecadores a la posición de justos. Sin embargo, esto solo es posible porque hemos muerto con Él. El fin de nuestro «viejo hombre» está prefigurado en el tipo del bautismo, en el que somos sepultados con Cristo, y por su muerte. Esto se desarrolla especialmente en Romanos 5:12 al 6:11 (comp. con Éx. 14; Gál. 1:4; Hebr. 2:14).

Ahora comienza el viaje a través del desierto, hacia la tierra prometida, Canaán. El desierto es una figura de nuestras circunstancias terrenales en el mundo, en las que somos guiados y custodiados por Dios, pero también probados (vean 1 Cor. 10:1-11). Las Epístolas del Nuevo Testamento contemplan a los creyentes desde esta perspectiva, especialmente las dirigidas a los Romanos, Corintios, Gálatas, Filipenses y Hebreos, así como las Epístolas de Pedro.

Fue durante la travesía por el desierto cuando tuvo lugar el episodio de la serpiente de bronce (Núm. 21:4-9), que el Señor Jesús relaciona consigo mismo en Juan 3:14-16. Aquí aprendemos en la práctica que el Señor Jesús también llevó el juicio de Dios contra el pecado en la carne en la cruz y así nos hizo capaces de gozar realmente de la vida eterna que hemos recibido.

La tierra de Canaán, la meta del viaje representa finalmente «los lugares celestiales» con las bendiciones espirituales presentes concedidas (no la gloria futura de la casa del Padre como meta de la esperanza cristiana, vean Efe. 1:3; 6:12). Para ello, el pueblo todavía tenía que cruzar el Jordán. Aquí, tenemos de nuevo ante nosotros una imagen de la muerte y resurrección de Cristo, pero ahora, no solo de nuestra muerte con él, que es recordada por las 12 piedras del fondo del Jordán, sino también de nuestra resurrección con él, que encuentra su expresión en las 12 piedras del otro lado. A esto se añade la introducción del «nuevo hombre» (Josué 3 y 4; Efe. 2:1-15). Esta posición es presentada en la Epístola a los Efesios y en parte en la de los Colosenses.

Solo entonces se cumple el propósito que Dios había fijado para su pueblo, y que había mencionado a su siervo Moisés desde en medio de la zarza ardiente: «Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel…» (Éx. 3:7-8). El antitipo de esta buena tierra, en el Nuevo Testamento, son los lugares celestiales. Allí encontramos todas nuestras bendiciones espirituales, porque nuestro amado Señor está allí a la derecha de Dios en la gloria. Pero si queremos disfrutar de estas bendiciones, entonces hay una batalla contra los poderes espirituales de la maldad en los lugares celestiales, porque Satanás no descansa. Sin embargo, podemos resistir y vencer con la fuerza del Señor y con el poder de su fuerza (Efe. 6:10-18).

La relación, e incluso la unidad de estos tipos, se ve acentuada por los siguientes detalles:

  • El comienzo y el final del conjunto caen en una sola y misma fecha. La preparación de la Pascua comienza el décimo día del primer mes, con el cordero sin defecto que debía tomar cada israelita (Éx. 12:1-5). 40 años más tarde, el pueblo de Dios entra en la tierra de la promesa el mismo día. «Y el pueblo subió del Jordán el día diez del mes primero» (Josué 4:19).
  • El mar Rojo y el Jordán son 2 aspectos de la misma cosa. En Éxodo 14:22 y 29 dice: «Entonces los hijos de Israel entraron por en medio del mar, en seco… Y los hijos de Israel fueron por en medio del mar, en seco, teniendo las aguas por muro a su derecha y a su izquierda», pero no leemos que salieran del mar. En cambio, en Josué 3:16-17 y 4:19 no se menciona la entrada en el Jordán, sino su cruce y salida de este.
  • Para nosotros, ciertamente, no tienen que pasar 40 años hasta que conozcamos nuestra posición en Cristo en los lugares celestiales, y la disfrutemos. Pero si deseamos crecer espiritualmente, y alcanzar la perfección cristiana bíblica, debemos seguir a Israel «de Egipto a Canaán». Nuestro Dios y Padre quiere que seamos hijos felices, que encuentren la paz en la obra y en la persona de su Hijo Jesucristo.

Dios no quiere que nos quedemos a medio camino en nuestra vida de fe. Si nos declaramos satisfechos, simbólicamente, con la Pascua, permanecemos en el mundo, del que Egipto es una imagen. ¿No es este el problema de muchos cristianos? Creen en el Señor Jesús, pero no pueden, o no quieren, separarse del mundo. ¿Es posible ser un hijo de Dios feliz?

Del mismo modo, si hemos cruzado simbólicamente el mar Rojo, y hemos logrado así la separación del mundo por la fe puede ocurrir que entonces, como los israelitas en el desierto, añoremos Egipto. Dios no se complació con ellos y cayeron «en el desierto» (1 Cor. 10:5). Esto significa que si, como creyentes, nos volvemos al mundo, no experimentaremos en nuestra vida espiritual las bendiciones de Canaán y no alcanzaremos la meta de Dios. Pero si, como Josué y Caleb, estamos llenos de la «buena tierra», la travesía del desierto se nos hará más fácil, y progresaremos en el disfrute de las bendiciones espirituales en los lugares celestiales. Sin embargo, ¡cuántas veces, como los israelitas de antaño, nos falta fe y discernimiento!

Sin embargo, todavía es necesario mencionar una diferencia esencial entre los tipos del Antiguo Testamento y la doctrina cristiana del Nuevo Testamento. En esto radica en que Israel estuvo sucesivamente en Egipto, entornos:

  • Externamente, en Egipto, el mundo perverso que le rodea, con sus tentaciones, pero también con su hostilidad contra Cristo (Juan 17:11; Tito 2:12);
  • en su vida diaria de fe, como extranjero en el desierto de las circunstancias terrenales, en la que es alimentado y fortalecido por Dios (1 Cor. 10:5-6; 1 Pedro 1:17; 2:11);
  • de su posición espiritual, en Canaán, es decir, en los lugares celestiales, donde están sus bendiciones cristianas específicas, pero también los poderes espirituales de maldad, a los que hay que resistir (Efe. 2:6; 6:12).

Es así como somos considerados según la doctrina del Nuevo Testamento. Que lo entendamos o no, nada cambia a estos hechos divinos. Pero ya vemos: cuanto más lo tratemos, más lo entenderemos, y más progresaremos en nuestra vida espiritual. Veremos más de esto en las siguientes páginas.

Continuará próximamente