Índice general
2 - El crecimiento en la fe
El camino del crecimiento espiritual
Como cristianos, todos debemos reconocer que no hemos entendido de una vez toda la verdad de la salvación en todas sus gloriosas «facetas» y quizás ni siquiera la entendemos ahora. Nuestra comprensión imperfecta, nuestra fe débil y nuestro fracaso no cambian nada a nuestra perfecta aceptación de Dios. Cuando creímos en el Señor Jesús y en su obra terminada de redención, recibimos la salvación de nuestra alma. Tenemos esta salvación incluso ahora como una posesión presente, eterna e inalienable (1 Pe. 1:9; comp. con Efe. 2:5, 8). Pero hay una gran diferencia entre declararnos satisfechos por poseer el perdón de nuestros pecados, o conocer realmente la perfección de la obra redentora del Señor Jesús, su grandeza y gloria, y encontrar en ella la fuente inagotable de nuestra alegría y fortaleza.
2.1 - 2 tipos de perfección
El Nuevo Testamento habla de 2 tipos diferentes de perfección espiritual en aquellos que creen en el Señor Jesús:
● El que cree en él y en su obra de redención, es hecho perfecto para siempre a los ojos de Dios. «Porque con una sola ofrenda perfeccionó para siempre a los santificados» (Hebr. 10:14). Esta perfección se refiere a la posición eternamente inalterable en Cristo, que hemos recibido por la gracia de Dios. Es el resultado de la obra perfecta de nuestro Salvador en la cruz, y nuestra aceptación de esa obra por la fe, pero no depende de la medida de nuestra fe. Así, todo creyente es hecho apto, tan pronto como ha creído en el Señor Jesús, para entrar en la gloria del cielo. Nosotros mismos no podemos contribuir a esto, excepto nuestra fe en la obra de redención hecha una vez por todas de nuestro Salvador.
● Al igual que un niño crece desde que nace hasta que alcanza su plena estatura, también el cristiano debe llegar a ser efectivamente perfecto –o adulto-, es decir, llegar a conocer y vivir en su mencionada posición en Cristo (vean 1 Cor. 2:6; 14:20; Fil. 3:15; Col.1:28; 4:12; Hebr. 5:14). Esta perfección no implica un estado de impecabilidad, ni un conocimiento excepcional de la verdad bíblica. Un cristiano es perfecto –o maduro– (teleios), cuando no solo conoce al Señor Jesús como Aquel por quien ha recibido el perdón de los pecados, sino cuando se ve a sí mismo como muerto y resucitado con Él y, por tanto, «en Cristo» (Rom. 6:1-11; Efe. 1:3 al 2:10). En Cristo, el segundo hombre, somos colocados en una posición totalmente nueva. Aquel que por fe en su Palabra adopta conscientemente esta posición es, según la enseñanza del Nuevo Testamento, un cristiano perfecto y maduro, un hombre hecho.
Uno de los primeros pasos importantes en la vida de fe es el conocimiento y discernimiento de estas 2 formas de perfección [1]. La perfección de la posición de los creyentes, que es el resultado de la plena eficacia de la obra de Cristo, es lo que Dios hace a un pecador otrora perdido. La recibimos de Dios a través de la fe en el Señor Jesús como Salvador. En cambio, la perfección en cuanto al crecimiento, la adultez espiritual, es el resultado de un desarrollo. Sin embargo, no alcanzamos esta perfección simplemente conociendo la verdad sobre la redención. Se trata de captar esta verdad por la fe y vivirla, para alcanzar un estado de paz interior y de madurez, en el que ya no estemos continuamente ocupados con el mundo, con las preocupaciones terrenales y con nosotros mismos, sino que estemos ocupados con Cristo nuestro Señor en la gloria. Tenemos el privilegio de vernos como uno con Aquel que está glorificado a la derecha de Dios, y de disfrutar de una perfecta alegría y satisfacción en él, en quien el Padre se complace eternamente.
[1] Una tercera forma de perfección, la liberación completa y eterna de la debilidad y del pecado, se alcanzará cuando el Señor Jesús nos lleve a la casa del Padre (1 Cor. 13:10). Entonces todos los creyentes serán transformados en la conformidad del cuerpo de su gloria y serán hechos perfectos espíritu, alma y cuerpo (Fil. 3:12, 21).
Tal estado de perfección espiritual en Cristo es el alcanzado por los «padres», a quienes el apóstol Juan puede escribir: «Os escribí, padres, porque conocéis al que es desde el principio» (1 Juan 2:14). Encuentran plena satisfacción en Cristo, que ha revelado perfectamente a Dios y su gracia en la tierra, y han encontrado plena paz en él y en su obra. ¡Los padres no necesitan nada más que a él y una íntima comunión con él! En comparación con él, todo lo demás ha perdido su valor para ellos. Ya no se ocupan de sí mismos, de sus debilidades y experiencias, o de sus «resultados», sino de él. Se ha convertido en su todo. En cuanto a la fe, ya no son «niños» que están expuestos a ser influenciados por falsas doctrinas, ni «jóvenes» que deben ser advertidos contra los peligros del mundo, sino que se han convertido en «padres» espiritualmente maduros en Cristo (vean 1 Juan 2:13-27). Algo parecido pensaba Pablo cuando dijo de sí mismo: «Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia» (Fil. 1:21). Cristo era el centro y el contenido de su vida de fe, y por eso se regocijaba de estar pronto con él para siempre. Sin embargo, al mismo tiempo se dedicó a animar continuamente a otros cristianos en su crecimiento espiritual, «amonestando a todo hombre y enseñando a todo hombre con toda sabiduría, para que presentemos a todo hombre perfecto en Cristo» (Col. 1:28). Esta perfección depende de nuestra comprensión y disfrute de la obra terminada de Cristo y sus benditos resultados.
Pero ¿cada uno de los que creen en el Señor Jesús y su obra posee y disfruta de este conocimiento? La respuesta, por desgracia, es no. Pocos creyentes han comprendido desde su conversión todas las benditas consecuencias de la obra de la redención. Muchos se declaran satisfechos con el perdón de sus pecados y no van más allá en el conocimiento de su perfecta salvación y liberación. Para otros, es simplemente la falta de enseñanza bíblica. De este modo, permanecen atrasados en su entendimiento, aunque el Espíritu Santo puede dar a tales creyentes una maravillosa paz que «sobrepasa todo entendimiento» (Fil. 4:7).
No se trata solo de conocer la verdad de la salvación y todo lo relacionado con ella. En el fondo, se trata de saber si hemos encontrado la paz en el Señor Jesús y en su obra, y si Él nos basta. El que lleva su vida con el Señor Jesús de esta manera, ¡lo tiene todo! Probablemente no pueda explicar todo con exactitud, pero eso no es lo principal. Lo más importante es poseer y disfrutar de la plena salvación en Cristo por la fe. Y, sin embargo, es bueno conocer la base divina de todas las cosas. Porque el conocimiento de la verdad nos asegura consuelo y fuerza en nuestra vida de fe.
2.2 - El crecimiento espiritual
El propósito de la enseñanza de las Escrituras, los esfuerzos del Espíritu Santo y el ministerio de los dones dados por el Señor Jesús es para «perfeccionar a los santos… hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, de varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» [2] (Efe. 4:12-13). Y también se nos muestra el camino por el que podemos alcanzar este estado de madurez espiritual, para que: «Practicando la verdad con amor, vayamos creciendo en todo hasta él, que es la cabeza, Cristo» (Efe. 4:15). El crecimiento espiritual, por tanto, consiste en que nos acerquemos a Cristo por la fe, encontremos plena paz en él y nos parezcamos más a él. Para ello necesitamos la verdad y el amor, como él siempre los manifestó perfectamente durante su ministerio en la tierra.
[2] Cuando el título «el Cristo» (con el artículo) se menciona en las Epístolas del Nuevo Testamento, se refiere al Señor Jesús como Aquel que cumplió todo el consejo divino y que ahora está glorificado a la derecha de Dios.
Este crecimiento no puede tener lugar sin que nos ocupemos de la palabra inspirada de Dios; la exhortación de Pedro a todos los creyentes nos muestra esto: «Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, para que con ella crezcáis para salvación» (1 Pe. 2:2). No debemos confundir esta exhortación a todos los cristianos con los pasajes aparentemente similares en 1 Corintios y Hebreos. Allí, en efecto, la leche es el alimento espiritual para los niños en Cristo, por así decirlo, niños espiritualmente pequeños, mientras que los cristianos adultos en la fe ya pueden soportar un «alimento sólido» más sustancial (1 Cor. 3:1-2; comp. con Hebr. 5:11-14). Juan también distingue entre los niños pequeños, los jóvenes y los padres en la fe, como ya hemos visto (vean 1 Juan 2:13 ss.). Pero Pedro compara a todos los creyentes con niños recién nacidos, que deben desear la pura leche intelectual de la Palabra de Dios para crecer espiritualmente. Si designa la salvación como meta del crecimiento, no debemos sorprendernos, pues no se trata de la salvación del alma, que ya poseemos por la fe en la obra de la redención de Cristo, sino de una salvación del cuerpo, del alma y del espíritu al final de nuestro viaje terrenal (comp. con 1 Pe. 1:5). Atendiendo a las cosas celestiales, de las que nuestro amado Señor es el centro, ya estamos siendo atraídos hacia él durante nuestra vida, y no solo en su venida, y nos separamos cada vez más interior y exteriormente de todo lo que no está en armonía con él y su naturaleza.
Encontramos los elementos necesarios para el crecimiento espiritual especialmente en las Epístolas del Nuevo Testamento. Por eso es tan importante y necesaria la lectura y el estudio de estas Epístolas. Sin embargo, el examen de los tipos del Antiguo Testamento –y especialmente de la marcha de Israel de Egipto a Canaán– también puede ser una ayuda. Si el Señor y su obra se vuelven más preciosos para nosotros, y si somos conducidos de esta manera a encontrar pleno descanso en su obra y amor, estas consideraciones habrán tenido un resultado bendito. El crecimiento en la fe y la comprensión de la verdad de la redención se nos presentan claramente en los tipos que ahora queremos considerar.