2 - 2 Timoteo 1:6-7

Exposición de 2 Timoteo


La expresión del corazón del apóstol hacia Timoteo, y su anhelo de verlo, no es más que la preparación para la llamada contenida en los versículos 6-8. De hecho, es la base sobre la que se fundamenta el llamamiento del apóstol a Timoteo. Atrae el corazón de Timoteo hacia él, para prepararlo a recibir su mensaje. «Por eso –dice– te aconsejo que avives el don de Dios que hay en ti, por la imposición de mis manos» (v. 6).

A la luz de la Primera Epístola, podemos comprender toda la historia del don de Timoteo. En 1 Timoteo 1, vemos que fue designado como vaso escogido del don mediante la profecía (por supuesto, en la congregación), por lo que Pablo le dio un «don» (u: ordenanza). 1 Timoteo 4:14 nos dice que el otorgamiento del don, «que te fue dado por medio de profecía», fue acompañado con «la imposición de las manos del consejo de ancianos»; y ahora aprendemos que fue el apóstol mismo, «el consejo» asociado con él, quien fue el instrumento o canal designado por la Cabeza de la Iglesia para la comunicación real del don a Timoteo. Fue el Cristo exaltado quien, después de llevar cautiva la cautividad, dio y sigue dando dones a los hombres para el perfeccionamiento de los santos, para la obra de servicio, para la edificación del Cuerpo de Cristo. Y Timoteo fue honrado, en el favor soberano de Dios, al ser hecho un vaso para la bendición de los santos. El apóstol se lo recuerda, al tiempo que le pide que «avive» el don de Dios.

Antes había sido advertido que no lo «descuidara» (1 Tim. 4:14); ahora se le exhorta con más urgencia sobre el mismo tema. Se trata de un peligro común. Cuando hay una verdadera obra del Espíritu de Dios entre los santos, cuando su poder se demuestra en la edificación y restauración, o en la conversión, el ministerio de la Palabra es bienvenido y apreciado. Pero en tiempos de frialdad, indiferencia y apostasía, los santos no soportarán la sana enseñanza, sino que, teniendo comezón de oír, se congregarán con maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído (cap. 4:3-4).

Es entonces cuando el siervo del Señor está en peligro. Al ver que su ministerio ya no es recibido, siente la tentación de retirarse, de guardar silencio o de decidir con Jeremías no hablar más en nombre del Señor al pueblo (Jer. 20:9). Conociendo el corazón y la tendencia de Timoteo, Pablo evita esta trampa exhortándole a que despierte y utilice constantemente el don que ha recibido para la corrección y edificación del pueblo del Señor. Cuanto mayor es la confusión y el alejamiento de la verdad, mayor es la necesidad de un ministerio real y vivo; pero para mantenerlo, el siervo debe aprender a sacar fuerzas y valor, no de las caras de la gente, sino de la comunión constante y secreta con el Señor.

Si el Señor, por medio de su apóstol, exhorta a Timoteo a un servicio más diligente, también llama su atención sobre la fuente de su fuerza. El apóstol prosigue: «Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y de sensatez» (v. 7). La primera frase, que se traduce por «espíritu de cobardía», revela la especial debilidad de Timoteo. Era claramente un hombre, como Jeremías, de espíritu tímido y temeroso, que difícilmente podría, a menos que estuviera bajo la influencia del Espíritu Santo, hacer frente a los peligros y a los adversarios. Pero «un siervo del Señor no debe altercar, sino ser amable con todos, apto para enseñar, sufrido» (cap. 2:24), también debe ser audaz como un león para defender la verdad y sostener el honor de su Señor. Así pues, se enseña a Timoteo que el espíritu que Dios da no es un espíritu de temor o cobardía, sino de fortaleza, de amor y de sensatez.

Estas 3 palabras son notables y merecen ser examinadas. En primer lugar, es un espíritu de poder, porque si Dios da un don, también da el poder para ejercerlo; es decir, deberíamos añadir, si el estado de ánimo es propicio para su uso. En efecto, es de suma importancia recordar el vínculo entre el estado de ánimo y la fuerza del Espíritu. El don puede permanecer incluso en alguien que es infiel o indiferente; pero el poder de usarlo no estará presente si el poseedor no camina en dependencia de Dios, si no vive en el reconocimiento de que el poder es externo a sí mismo y en la comprensión de su propia debilidad. Es lo que dice el apóstol: «No nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de fortaleza». Por tanto, si el siervo, y Timoteo debía aprenderlo, está animado por el miedo o la timidez, debe saber que ese no es el espíritu que Dios da, pues su Espíritu es un espíritu de poder.

Estas 2 cosas deben ser notadas –la fuente del poder y el carácter del espíritu dado. Además, el Espíritu es también «de amor». El apóstol sigue aquí el mismo orden que en 1 Corintios. En el capítulo 12, habla de manifestaciones espirituales en la Asamblea y, al final del capítulo, de obreros que hacen milagros, dones de curación y de hablar en lenguas, todos ellos relacionados con manifestaciones de poder.

Luego, en el capítulo siguiente, habla del amor, enseñando que, si alguien hablase las lenguas de los hombres y de los ángeles, sin tener amor, sería como metal que resuena o címbalo que retiñe; porque, en verdad, el poder divino solo puede ser ejercido por el Espíritu, mediante una naturaleza divina; pues en eso consiste el amor. La carne, la naturaleza pecaminosa del hombre, nunca puede ser utilizada al servicio del Señor; por eso, el poder y el amor –el amor divino y santo– nunca pueden estar separados. También habrá, como consecuencia del amor, una mente sana, o, como se ha traducido, «de sensatez»; porque cuando es gobernado por el Espíritu de Dios, el siervo siempre mostrará sabiduría divina en su trabajo, y se mantendrá en tranquilo control y sumisión en la presencia de Dios. Sabrá cuándo hablar y cuándo callar, cuándo estar «a tiempo» y cuándo estar «fuera de tiempo», pues se mantendrá en comunión con la mente de su Señor.


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